Mostrando entradas con la etiqueta Balcones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Balcones. Mostrar todas las entradas

19 febrero, 2016

Balcones (II)

Aunque quizá los caritativos lectores de estos pliegos ya no lo recuerden, hace tiempo mencionábamos que los balcones eran lugares privilegiados para contemplar el paso de procesiones, autos de fe, desfiles militares y todo tipo de cortejos. 

Estando como estamos en cuaresmales semanas, abundan de nuevo quienes ofrecen dichos miradores o balaustradas a modo de palco, pero en esta ocasión queremos advertir sobre uno en especial, sobre todo porque imaginamos que dispondrá de angosto espacio habida cuenta la presencia de extraño personaje, de raro atuendo y más extravagante atavío con quien habrá que compartir, imaginamos, el paso de las cofradías durante sus desfiles procesionales. ¿O es algún tipo de reclamo de avispado tendero para ofrecer sus mercaderías? 




12 marzo, 2013

Balcones.-



Era público y notorio, antaño, cómo altos estamentos sociales, gentes de acomodado vivir y pueblo llano rivlizaban por lograr privilegiados lugares desde donde participar o cotemplar desfiles, cortejos o procesiones, gozando para ello de plateas en balaustradas, triforios o tribunas, bien fuera en templos, teatros o plazas.


Para mi sorpresa, observamos que mantiénese dicha costumbre, pues no menos curioso resulta comprobar en aquestos cuaresmales días que numerosos vecinos ponen en renta sus balconadas, bien en casas próximas a carrera oficial, bien en edificios por las que ésta pasa, con fin crematístico para que gentes ajenas accedan, previo abono de unos maravedís, a tales alturas y puedan disfrutar de preferente visión en las estaciones penitenciales que en breve, si el tiempo no lo impide, acaecerán en esta Hispalis nuestra.


Empero, no es menos curioso comprobar como no hace mucho, visitando cierto lugar, muy cartujano por otra parte, encontramos solución de lo más acertada y compuesta para quienes posean exigua faltriquera, y a fe que aunque sea cubículo reducido y hasta incómodo, debidamente instalado podría suponer extraordinaria atalaya desde la que disfrutar de tránsito de cofradías, y que a buen seguro en cierto comercio de impronunciable nombre y nórdica procedencia venderíanse como rosquillas de Santa Inés. 


Todo ello sin menoscabo de la baratura que supondría hacer acopio de colgaduras y reposteros con que ornar tales balcones.