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17 febrero, 2012

Correa.-

"La música compone los ánimos descompuestos
y alivia los trabajos que nacen del espíritu. "
Miguel de Cervantes Saavedra.
 

Cenceño e irascible, de genio vivo e inquieto, tuvimos ocasión de platicar con él en no pocas ocasiones, las más de las veces sobre asuntos del clero, con el que sostenía pleitos a menudo por un quítame allá esas pajas. Fue su gracia Francisco Correa de Arauxo y en aqueste pliego ocuparémonos de cómo su vida fue.
Nacido de padre botijero y bautizado en la parroquial de San Martín allá por 1584, fue ordenado clérigo e instituido, apenas mozo, como organista del segundo templo en primacía de la ciudad, dónde destacó tanto por su esclarecido talento como por sus arrebatos de ira, pecado harto frecuente entre genios y virtuosos seguidores de la Musa Euterpe.


Experto compositor, supo como pocos aunar tuberías, trompeterías y tientos de tonos diversos, conjugando todo su saber en sesudo volumen titulado “Facultad Orgánica” que publicó en 1626, considerándose por ello diestro intérprete y lúcido instrumentista, lo que valióle halagos y alabanzas.


Mas como del dicho al hecho dista no poco trecho, quiso la Providencia que cada vez que hubiera vacante de organista en la ciudad o en otro lugar, nunca pudiera gozar della, languideciendo en la Colegial del Salvador y agriándosele de tal manera el carácter que el 8 de septiembre de 1630 padeció tal ataque colérico que al decir de las crónicas: “fue tanto el escándalo que el susodicho causó y lo que el pueblo alborotóse y escandalizase que en gran rato de tiempo no se pudo proseguir con los oficios divinos”, dando los huesos del iracundo organista en cárcel arzobispal y comenzando nuevo pleito, otro más, por la posesión de las llaves del órgano colegial.


Estimado lector, si entrases agora en el Salvador (eso sí, provisto de cedulilla nacional de identidad si no deseáis que os aflojen la bolsa) comprobarás, a ciencia cierta, que sobre airosa tribuna, a los pies del restaurado templo, hállase potente órgano, mas desdichadamente, cuéntannos, hállase huero e sin uso; mas aunque en él reparéis y penséis que sus registros y teclados fueron tentados por Correa de Arauxo, deshaced tal pensamiento, que pieza posterior es, construida en la décimo octava centuria.


Si acaso aún pretendéis encontrar restos de aquel primigenio órgano, encaminad vuestros pasos al jesuítico templo de la Anunciación, cabe la Encarnación, y en su coro hallaréis todavía parte de aquel histórico instrumento, piedra angular sobre la que construyóse prestigio y fama de quien fue dado en llamar (pese a sus berrinches) “El Bach español” y que pasó a mejor vida en 1654 en la ciudad de Segovia ocupando, al fin, plaza de organista en su Catedral.