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16 enero, 2023

Oficial y caballero.

Pocos imaginarán, si pasan por la calle Alfaqueque, en el barrio de San Vicente, que en la puerta de una de sus casas colgó de un gancho la cabeza de un malhechor, ejecutado por sus crímenes a finales del XVII y cuya muerte dejó boquiabierto a más de uno. Pero como siempre, vayamos por partes. 

A mediados del siglo XVII, como cuentan Álvarez Benavides o Chaves Rey en sus crónicas y escritos, había nacido en la calle Alfaqueque, feligresía de la muy cercana parroquia de San Vicente, un noble de rancios y castellanos orígenes, pues su familia presumía de alcurnia, nobleza e hidalguía en unos tiempos en que este tipo de cuestiones eran más que importantes socialmente hablando. Educado con todo esmero por sus padres, aquel niño, de nombre Gaspar, fue creciendo con la idea primordial de dar lustre y fama a su linaje. Para ello, como otros muchos de su tiempo, determinó tomar la carrera de las armas y alistarse en los viejos Tercios del Rey, combatiendo en varias campañas bajo las banderas de ilustres comandantes en zonas bélicas como la portuguesa. Destacó por su valentía prontamente, logrando ascensos (hasta alcanzar el grado de capitán) y recompensas (entonces denominadas "ventajas") que pasaron a engrosar una intachable hoja de servicios, logrando con ello el favor y admiración de sus superiores y, paralelamente, el anhelado reconocimiento para su estirpe y casa. 

Pasaron los años. Hastiado del olor de la sangre, de las marchas interminables por caminos polvorientos, del estruendo de los arcabuces y mosquetes, del cansino redoblar de los tambores y de los rigores y penurias de la guerra, Don Gaspar Yelves, que éste era su apellido, meditó profundamente sobre su futuro y decidió solicitar por escrito la licencia definitiva en su Compañía y regresar a su patria chica, a su casa con blasón en la puerta de la calle Alfaqueque, para gozar de un más que merecido descanso tras una vida llena de peligros y fatigas.  

Contrajo feliz matrimonio con Doña Antonia Falcón, una huérfana y acaudalada dama de estirpe antigua y con ella comenzó una tranquila vida en su barrio de San Vicente, gozando del aprecio de sus convecinos, siendo tenido por ameno conversador de cuidados modales y por un carácter extrovertido, acompañado de una más que generosa prodigalidad en lo económico, como detalló un texto del siglo XIX: 

"Asistía con frecuencia a la iglesia de San Vicente a su santo rosario, y a todos los actos de devoción, dando mucho ejemplo, pues repartía diariamente limosna a los pobres".

Eran la pareja ideal, la imagen de la felicidad, la perfecta armonía, envidiada por muchos. Sin embargo, en cuestión de meses,  pronto comenzaron las murmuraciones entre los parroquianos ante el elevado tren de vida de la pareja, sus cuantiosos gastos en muebles, joyas y vestuario y las continuas y prolongadas ausencias de Don Gaspar, justificadas por su esposa por negocios vinculados a ciertas tierras castellanas en litigio, lo cual fue creído por todos a piés juntillas. 

Los más allegados, preocupados sinceramente por su seguridad, advirtieron al de Yelves que procurase tomar precauciones en sus viajes, ya que a finales del siglo XVII, coincidiendo con la complicada etapa final del reinado de Carlos II el Hechizado, abundaban las partidas de bandoleros que acechaban en los caminos a los menos precavidos para despojarles de sus pertenencias, usando para ello métodos sanguinarios que llevaban no pocas ocasiones hasta el asesinato. En concreto, una de estas partidas destacaba de las demás por sus robos sin violencia y por su habilidad para poner tierra de por medio sin que la justicia pudiera "echarle el guante". 

Don Gaspar, avezado oficial curtido en mil batallas, valga la expresión, siempre sonreía cuando escuchaba tales consejos, agradeciendo los desvelos hacia su persona e indicando que él sabía cuidarse perfectamente, presumiendo de buena esgrima con la que blandir la espada y de sendos pistoletes que procuraba llevar bien cebados de pólvora. A mediados de 1697 partió de nuevo a sus quehaceres, dejando a su esposa y amigos harto preocupados por su seguridad. Durante meses, no hubo noticias suyas, preocupando a sus más cercanas amistades y angustiando a su esposa, que no tardó en temerse lo peor.

Por otra parte, en enero de 1698, sin noticias de nuestro capitán, fue apresada una experimentada banda de malhechores, vieja conocida de las autoridades, en la que figuraba un tal Zapata, acusada del sacrílego saqueo de una ermita en tierras castellanas, de donde sustrajeron numerosas alhajas y vasos sagrados. En el haber de la cuadrilla de maleantes había también delitos de sangre perpetrados, al parecer, sin el consentimiento del cabecilla de la banda, según afirmaron algunos de sus miembros en los interrogatorios, lo que había provocado un grave enfrentamiento interno entre dicho cabecilla y el antes mencionado Zapata, desembocando en la captura de todos. Vistas las pruebas y evidencias, la sentencia dictada por la Real Audiencia de Sevilla fue dura e inapelable y condenó a la pena máxima a toda la partida. Rápidamente y sin más demora, pues el tiempo apremiaba, se dispuso todo con cadalso y horca, pregonándose en los lugares acostumbrados el día y hora de la ejecución en la Plaza de San Francisco. 

Aquella fría, y puede que también nublada mañana de enero, el cortejo de ajusticiados partió de la Cárcel Real de la calle de las Sierpes a paso lento, casi procesional, realizando el recorrido habitual por Cerrajería, Cuna, Salvador hacia Francos y Alemanes, (donde el Cristo de los Ajsuticiados) y demás calles, atestadas de un público deseoso de emociones fuertes mientras los vendedores ambulantes pregonaban sus mercancías y pícaros y ladronzuelos oteaban posibles incautos. Todas las miradas estuvieron puestas en el traqueteante carromato en el que realizaba su último viaje aquel desarrapado grupo, pero con lo que pocos contaban era con la sorprendente presencia en dicho grupo del mismísimo Don Gaspar de Yelves, "capitán" de aquella partida de salteadores de caminos, altiva su expresión y digna mirada al frente, como si fuera a desfilar para pasar revista frente a un aguerrido general. Como soldado veterano, soportó el metódico rito con actitud concentrada, pareciendo reconfortado con la absolución y el perdón de los padres jesuitas encargados de tan piadosa tarea. El verdugo actuó con rapidez y en escasos segundo todo estaba terminado. Bueno, todo no.

Cumplido el castigo, como era la costumbre de la época, el cuerpo del deshonrado capitán fue llevado a la llamada Mesa del Rey, especie de tosca plataforma de piedra situada en el camino hacia Alcalá de Guadaira; allí fue despedazado en sus extremidades, repartidas por otros tantos puntos de la geografía sevillana y su cabeza colgada en un garfio a la puerta de su propia casa, como cruel escarmiento y severa advertencia. Desconocemos que fue de su desdichada viuda y de su patrimonio y fortuna, logrados de modo delictivo.

Foto: Reyes de Escalona.

Andando los años, en esa misma calle Alfaqueque, se situó curiosamente un corral de vecinos, actualmente desaparecido, llamado de Don Gaspar, quizá como recuerdo de este capitán y bandido que nunca derramó sangre ajena, aunque esa, esa ya es otra historia...

09 enero, 2023

Vidrio.

Tras un breve paréntesis navideño, regresamos con nuevas ganas y, para quienes nos escuchen, estrenando hasta micro que nos han dejado Sus Majestades los Reyes de Oriente. En esta ocasión recorreremos una calle poco transitada, apartada y estrecha, que vió nacer a todo un Santo (y "Seise") de la iglesia, que albergó un taller escultórico, y que fue testigo de un peculiar crimen allá por 1915; pero como siempre, vayamos por partes. 

Entre la calle San Esteban y la Plaza de las Mercedarias, la calle Vidrio constituye un muy buen ejemplo de suma de elementos de diferentes etapas históricas ya que, como veremos, en ella aparecen edificaciones e historias que sirven para darle una impronta especial pese a no hallarse en ella edificios o monumentos de especial interés, aunque quizá sea una de las pocas vías que conserva su nombre, sin modificaciones, desde al menos el año 1483, originado al parecer por un horno de vidrio existente allí. La presencia de este tipo de instalaciones fabriles se constata incluso en 1740, lo cual acentuaría el nombre de la calle. Empedrada ya en 1611, será adoquinada en 1898.

En el siglo XIX se conoce la existencia de un horno de yeso, confirmada además por una excavación arqueológica efectuada en 2005 en el número 16 y que dio como resultado el hallazgo de los restos de una serie de piletas, revocadas con abundante (y aislante) mortero de cal en las que se habría depositado el yeso una vez molido y evitado que sufriera los efectos de la humedad o la lluvia. No es de extrañar todo ello, ya que en la collación o feligresía de San Bartolomé perviven calles con nombres claramente relacionados con gremios o industrias: Tintes, Zurradores o Curtidores, oficios que además solían hallarse alejados del meollo de la ciudad por los malos olores y desechos que generaban.

Por otra parte, merece la pena destacarse que en el número 11 de la calle tuvo su taller el escultor e imaginero Antonio Bidón Villar, aunque en origen su apellido paterno fuera Bidou y como tal lo usó su sobrino el escritor Luis Cernuda; Bidón fue autor de las antiguas imágenes del apostolado del Paso de la Sagrada Cena, ahora en Puente Genil, de la Virgen de la Concepción de la Hermandad de la Trinidad y de una dolorosa (finalmente sustituida por la actual, atribuida a Juan de Astorga) para la Hermandad de los Estudiantes, corporación para la que realizó los cuatro evangelistas de las esquinas del Paso del Cristo de la Buena Muerte. Aparte de otras obras de temática religiosa para la provincia de Huelva, hay que reseñar su importante colaboración artística en diversos edificios de la Exposición Iberoamericana de 1929, como el Pabellón Real, donde trabajó con el arquitecto Aníbal González o el pintor Gustavo Bacarisas. En marzo de 1962 fallecerá en su domicilio de la calle Castelar.  

Bendición de la Virgen de la Angustia. Marzo de 1931.

La calle, como tantas otras, ha sido testigo de multitud de pequeños acontecimientos y detalles cotidianos, como el albergar un colegio de graduados sociales, sedes sindicales en tiempos franquistas, establecimientos hoteleros (ahora apartamentos turísticos) o de hostelería, una de las primeras sedes de la Presidencia de la Junta de Andalucía o del Partido Andalucista, también especial escenario del paso de procesiones de barrio como las de la Virgen de la Alegría o de la Luz, o quejas del vecindario, como la recogida en la prensa local allá por junio de 1910:

"En la calle Vidrio, y frente a los números 18 y 20, se encuentra situada una boca de pozo negro que despide una pestilencia tal que se hace imposible resistir tan malos olores a los que tienen la desgracia de vivir próximo a dicho sitio, pues con la calor propia del mes que ocurre, las materias fecales están fermentando, constituyendo un verdadero foco de infección. Llamanos la atención del teniente de alcalde del distrito sobre este punto, a fin de que, atendiendo a la higiene y a la justa petición de los vecinos, haga que desaparezca foco tan nocivo a la salud pública".

Todo ello por no hablar de un sangriento suceso que dio mucho que hablar en su tiempo, el llamado "crimen del Villarillo", acaecido en la calle Vidrio el 25 de agosto de 1914 y en el que se vieron involucrados José Martínez, apodado "Galvana"  y Antonio Villarán apodado "Villarillo", quien según la prensa de la época "hacía tiempo que sostenía relaciones amorosas ilícitas con Reyes Díaz Hoyos, viviendo maritalmente en la calle Vidrio número 22 de esta capital". La ruptura de la relación por parte de ésta con aquel supuso su traslado a la vivienda de su madre, cuya pareja era el ya mencionado "Galvana", acudiendo ambos a la calle Vidrio a recoger las pertenencias de ella. A las puertas de la misma vivienda se produjo un fuerte enfrentamiento entre los tres, que fue incrementando su tono hasta que... mejor que lo cuente la crónica de El Liberal, firmada curiosamente por "El Abogado Fantasma":

"Galvana" dirigió frases insultantes al procesado Villarillo, como las de chulo y sinvergüenza, y entrando éste en la casa salió a poco armado con un estoque de matar toros, con el que agredió al Martínez, causándole una herida que, penetrándole por la región pectoral izquierda tuvo orificio de salida por el séptimo espacio intercostal derecho, atravesando el arma los órganos de la cavidad, a consecuencia de cuya lesión murió casi instantáneamente".

Durante el posterior proceso judicial, acaecido en noviembre de 1915, la fiscalía acusó al agresor de homicidio, pidiendo para él la pena de catorce años de prisión, mientras que la acusación particular, promovida por la familia de la víctima, elevaba la acusación a asesinato con agravante de alevosía y exigía la pena de cadena perpetua. El abogado defensor, Antonio Filpo, alegó que el acusado había actuado de manera imprudente, presentando del mismo modo varios testigos que refutaron la versión de la acusación; así pues, terminado el proceso, el jurado declaró culpable de homicidio imprudente a "Villarillo", quien finalmente hubo de pasar un año y ocho meses sentenciado "a la sombra", mucho menos de lo que se esperaba gracias a los buenos oficios de su defensa.

Lo que son las cosas, en esa misma humilde casa número 22, una sencilla lápida de mármol recuerda en nuestros días que allí ocurrió otro suceso diametralmente opuesto: el nacimiento de un Santo, el del niño  Manuel González García el 25 de febrero de 1877. Perteneciente a una familia de clase baja, bautizado en la cercana parroquia de San Bartolomé, estudió en el colegio de San Miguel, donde ejerció como niño seise en los solemnes cultos catedralicios en honor a la Eucaristía y María Inmaculada, pasando al Seminario Menor y ordenándose como sacerdote con el entonces Cardenal Spínola en 1901. Un azulejo recuerda sus inicios pastorales en la Parroquia de Palomares del Río, donde ya comenzó a dejar claro su compromiso por lo que el llamaba los "sagrarios abandonados". 

Entre sus destinos pastorales destaca su etapa como Arcipreste de Huelva (a partir de 1905), donde llevó a cabo una importante labor en pro de la educación infantil, o en Málaga, donde además de construir un nuevo seminario diocesano o constituir la orden de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret  logró que Sor Ángela de la Cruz fundase uno de sus primeros conventos a petición suya en 1924. Por último, en 1935 el Papa Pío XI lo nombrará obispo de Palencia, falleciendo en Madrid en 1940 y recibiendo sepultura en la capilla del Sagrario de la catedral palentina. Su proceso de canonización arrancará en 1952, siendo declarado Venerable por sus virtudes cristianas por Juan Pablo II en 1998, honrado como Beato por el mismo Santo Padre en 2001 y como Santo por el Papa Francisco en 2016. Un 16 de octubre aquel niño seise de la calle Vidrio era solemnemente elevado a los altares, pero esa, esa ya es otra historia...

 

31 enero, 2022

Crimen y castigo.

En esta ocasión vamos a recordar un texto que hace algunos años dimos a conocer: se trata de un pasaje de nuestro querido Don Alonso de Escalona, aquel sevillano del siglo XVI que, por extraño sortilegio, regresó a la vida en el XXI. En él, Escalona refleja una historia poco conocida y alusiva a un pequeño e ignorado monumento funerario situado en la actual Basílica de María Auxiliadora de Sevilla, pero como siempre, vayamos por partes y en este caso, escuchemos, o leamos, el testimonio del señor Don Alonso: 
 
"Sepan vuesas mercedes que como buenos viajeros hispalenses que somos, nacidos antaño pero vivendo en lo actual, permanecemos de manera constante, como dijo aquel, divagando por esta ciudad de la Gracia; por ello, no es de extrañar que de vez en cuando trabemos amistad con gentes de la más variopinta procedencia y época, tal como nos ocurrió con cierto "plumilla" (periodista, para entendernos) del siglo XIX, diestro en gacetas, hebdomadarios y crónicas, redactor a tiempo parcial nos dijo del Diario La Andalucía y del Noticiero Sevillano, y ducho en primicias a poder ser de lo más truculento pero ansiadas, vive Dios, por los lectores.

Acodados en mostrador de taberna (como no podía ser de otro modo) platicábamos con él en cierta ocasión sobre cómo aún en la antigua Iglesia de los Trinitarios, actual Basílica Menor dedicada a María Auxiliadora, consérvase un humilde y marmóreo monumento funerario con genuino texto dedicado a un tierno infante que pereció de manera funesta. Para los curiosos, hállase al final de la nave la Epístola (la diestra, la derecha, para entendernos), casi en la cabecera.


Apurando su frasca de mosto, el gacetillero, que se cubría con bombín, lucía poblado y espeso bigote, dedos manchados de tinta y gabán algo raído, nos contó que todo ocurrió un caluroso 1 de agosto del año de 1868, cuando en plena Plaza de la Infanta Isabel (hoy, Plaza Nueva) fue secuestrado el hijo, a la sazón de sólo cuatro años de edad, del señor Antonio Sánchez Torres, antiguo propietario de la llamada Fonda de Madrid, situada en la calle del Naranjo (ahora de Méndez Núñez). El "reporter" nos relató cómo una cuadrilla de facinerosos, encabezada por un sujeto de siniestro apodo y peor caracter (mejor no indagar sobre el particular) pretendía con tal rapto lograr un jugoso rescate, y que a la postre hubo trágico desenlace, no sabiéndose bien si por negarse el padre a abonar susodicho rescate o porque los delicuentes hicieron gala de tremenda maldad. 


Imaginen vuesas mercedes el dolor de padres y familiares, la indignación popular y la imperiosa necesidad de las autoridades por prender a tamaña caterva de pérfidos desalmados. Pues hete aquí que por vericuetos casi casuales, los alguaciles, contábanos el periodista, lograron prender a un individuo que respondía al alias de "El Rubio" que no era otro sino el que hacía llegar anónimas y perversas misivas al padre de la criatura en las que reclamaban pronto desembolso de caudales bajo sanguinarias amenazas de muerte para el raptado.

Interrogado, "El Rubio" delató sin demora a su cómplice, un malnacido apellidado Morillas y apodado "Trepa-Burras" para a continuación indicar dónde se hallaba el pequeño; cruel tardanza, el caso es que el cadáver del infortunado niño apareció el viernes 7 de agosto de aquel 1868 bajo la bóveda que cubría el arroyo Tagarete, en el punto comprendido entre las huertas de "El Tello" y "La Borbolla", no lejos de la  Estación de Cádiz. Las pesquisas dieron su fruto y el autor del infanticidio fue finalmente apresado y puesto a buen recaudo el día 10 de agosto.

Pasados los meses fue la Plaza de Armas testigo del ajusticiamiento del autor material de tan execrable acto, mientras que su compañero de andanzas fue obligado a presenciar la ejecución, tras la cual fue enviado a cumplir cadena perpetua dictada por la Real Audiencia. 

Dábase así por cerrado el llamado "Crimen del Correo" o "Crimen de la Plaza Nueva" que tanta expectación como congoja despertó en la población, que mantuvo en vilo a no pocos sevillanos y del que ahora queda sencillo mausoleo con los restos de la inocente víctima.  


Apuró el vaso en sorbo rápido nuestro contertulio, soltó un par de monedas que tintinearon sobre el mármol del mostrador y con un "quede usted con Dios" abandonó la tasca, dejándonos sumidos en tristes meditaciones..."

Foto: Reyes de Escalona.


Post Scriptum: Para quienes deseen mayores detalles sobre antedicho secuestro e infanticidio, Maese Álvarez-Benavides lo relata en sus "Curiosidades Sevillanas", publicadas entre 1898 y 1899 y reeditadas con prólogo del inolvidable Alberto Ribelot allá por 2005.