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30 octubre, 2012

Burlador.-

En uno de mis habituales y peripatéticos tránsitos nocturnos topé con cierto caballero embozado y a punto estuvimos de desenvainar toledana de no ser porque reconocimos al punto fino bigotillo atusado, golilla valona y acuchillado jubón. Vecino nuestro en otro tiempo, triunfante siempre en lides de Cupido, lo hallamos demacrado, desmejorado y meditabundo, por lo que, tras plácemes y saludos de cortesía al uso, resolvimos inquirirle por su malestar:

- Cabizbajo y absorto os contemplo, 
 Más, ¿qué pesares intuyo

- Decid triste y somnoliento, 
mi buen amigo Escalona, 

- ¿Ruina acaso, me temo?

- Peor, Don Alonso, peor. 

- Decid, Don Juan, os lo impetro,
que en puro trance me hallo. 

- Bien sabéis, amigo nuestro,
pues para voacé nada oculto,
y que en días como aquestos,
es mejor narrar pesares
y aliviar abatimiento
que padecer languidez
teniendo corazón preso.


 Al punto, suspiró mohíno y  melancólico y prosiguió proporcionándonos razones para su hondo penar:


- Pasaron aquellos tiempos
en que mis pasos, mi voz,
mi empaque y hasta mi cuerpo
Eran temblor para damas,
A las que falté al respeto.

- Amigo, Don Juan, ya pasó,
purgásteis en el Infierno
todos vuestros delitos
y todos aquellos yerros.

- Pero, ah, amigo Escalona,
hay algo que más lamento
y es que la plebe me olvide,
que de mí no haya recuerdo,
y en estos días de otoño
carnavalada de asueto
disfrácese de espantajos
y sin apenas pretexto
abunden brujas y duendes,
aparecidos y espectros.
  



- No os falta razón, Don Alonso,
ni inteligencia, ni seso,
mas han de ser nuevos usos
que borran otros recuerdos,
evitando culto franco
para difuntos y deudos,
honrándolos en camposanto,
visitando cementerios.


Suspirando nueva y hondamente, embozóse en su capa, encogióse de hombros y casi en sepulcral susurro despidióse de quien pergeña aquestas letras:

- Quedad con Dios, buen amigo,
plácenos que platiquemos. 

- Quedad con Él, buen Don Juan.
El año que viene ¿os veremos?.    


 





26 octubre, 2011

R. I. P.



Honrar a difuntos es cosa comúnmente reconocida por la Santa Madre Iglesia, y en honor a ellos, llegando Todos los Santos, tienen lugar misas, Novenas de Animas, y visitas a cementerios.



Como quiera que no había camposanto en mis tiempos, vemos regocijados, en lo que cabe, sereno y agraciado el sitio donde hogaño depositar los muertos, que ello va en no poco beneficio de higiene y salubridad. Y es cosa triste ver rostros compungidos de deudos y familiares acudiendo en fechas de Todos los Santos a visitar panteones y orar ante sepulcros y lápidas.




Cuando pensábamos, a ciencia cierta, que fiestas y regocijos habíanse clausurado en esta ciudad, no menos hasta Pascuas, hemos colegido, con desazón cierta, que al igual que copiánse modos y vestimentas de tierras allende el océano, item más ocurre con cierta festividad que prepárase para estos días finales de octubre, agora que el rigor del otoño aduéñase de tardes y noches hispalenses.


Apesadumbrados, por no decir acongojados, hemos inquirido a fieles amigos y nos han dado razón y explicación de extraño festejo, tanto, que nuestro pobre intelecto no ha conseguido, a día de hoy, hallar sentido a él y a quienes, con ansia renovada, se aprestan a celebrarlo.


Si mal no entendimos lo que se nos relataba, vístese el mocerío en general algarada con ropajes espantosos y extraños, asemejándose a monstruos o criaturas del Averno, ataviándose al modo de hechiceras o brujos, ornándose con máscaras pavorosas y con todo ello acudiendo a festejos diversos, cometiendo tropelías a diestro y siniestro o visitando hogares de gente de bien que para evitar espanto y pánico otorgan a tan espeluznantes visitantes golosinas o pequeños manjares, sin que veamos en ello sentido alguno más que en el conseguir diarreas y cólicos que el barbero o cirujano deba sanar con emplastes o cocimientos, máxime cuando entendemos han de comer tanta calabaza de inusitado aspecto.


Sin embargo, tan extraña costumbre parece haber arraigado, pues abundan quienes deciden disfrazarse de modo y manera que en mis tiempos más de uno habría terminado acosado por el Santo Oficio, salpicado de aguas menores o, en peor caso, perseguido a estacazos, que era antaño cosa sabida que nada fastidiaba más a engendros merodeadores que ser violentados contra su ser natural. 



Por nuestra parte, (aunque por nuestro perfil e indumentaria bien podríamos pasar por uno de tales mozos calaveras),  acudiremos a orar por nuestros antepasados, familiares y amigos a las parroquias u osarios donde suponemos reposan sus restos, encenderemos candelas por ellos y elevaremos plegarias al Creador para que estos días de francachela fachosa y juerga grotesca dejen en franquía a mejores jornadas para nuestra ciudad, no sin antes adquirir crisantemos junto a la Venera y catar docena y media de “huesos de santo” que en cierto obrador de confites por donde estuvo la Cruz de la Cerrajería aderezan con diabólica dulzura y que a buen seguro, nos aseguran,  nos harán olvidar tanta carnavalada y mentecatez…