14 noviembre, 2011

Humos

Hay palabras que suben como el humo,
y otras que caen como la lluvia.
Marquesa de Sévigné (1626-1696)

Si hay cosa que nos ha llamado sobremanera la atención desde que retornamos hogaño ha sido la cantidad de humaredas que ciñen esta ciudad nuestra; al principio creímos fundadamente que tratábase rastrojos en llamas o, en el mejor de los casos, de sahumerios con los que perfumar el aire para así eliminar los desagradables olores que del río provenían, así como de muladares o escombreras, que era cosa común antaño enmascarar la pestilente hediondez con perfumes y esencias.      

   

 Y es causa de espanto el ver cómo de actuales carruajes (de dos, cuatro o más ruedas en sus ejes) aparte de ruidos terroríficos y pavorosas melodías, salen no pocas de esas bocanadas de pestífero aroma que aturden en extremo y provocan no pocas quejas, ensuciando de hollín fachadas y enturbiando el aire con profunda niebla y espeso manto de negritud poco agradable para vista y pública salubridad. 
Añádase a ello presencia de no pocos vecinos que afánanse desde inmemorial tiempo a gozar de tabaco llegado de Indias como natural acompañante, y aunque parece tienen negada entrada en cerrados recintos como tabernas, tiendas o escribanías, antes bien, el humo de dichos vegueros también contribuye no poco a aumentar humareda, y que no obstante me dicen es vicio común en copiosos casos, no deja de ser asunto grave para la salud de quienes sostíenenlo o, en caso peor, de quienes aspíranlo en sus entrañas.


            Sin embargo, al contemplar ciertas torres de las que manan poderosas humaredas no hemos por menos que aturdirnos en extremo, máxime cuando se nos dice que esas vaharadas son fruto de industrias y de máquinas, y que ese aire nauseabundo queda en nuestro ambiente emponzoñándolo y oscureciéndolo todo de extraños céfiros y pese a que en esta Hispalis nuestra ello no parece ser contrariedad irresoluble habida cuenta las exiguas industrias que persisten laborando.



            Resta departir de otros humos, menos nocivos para la salud, pero más dañinos para el espítu, generados por individuos que hacen gala de malos modos o maneras, y que en ello vemos cosa censurable y no hacemos distingo de entre nobles o plebeyos, jóvenes o mayores, damas o galanes; si lo previamente hablado causaba oscuridad y veneno, aquesto provoca desconsideraciones y desaires, generando esta gente a su paso pesadumbre y desazón, aconsejándome mis deudos las evite en lo posible si no pretendo convertirme en alguien a semejanza dellos.



Antes bien esos malos humores, tras sesuda pesquisa, bien podrían proceder, de entre otros motivos, del agora crítico estado de las Españas, en las que arbitristas, ediles y consejeros andan en liza estos días por ver quienes habrán de ocupar escaños en los Consejos de Estado y andan por ello escandalizando y crispando a los ciudadanos con vagas promesas y escuetos compromisos, item más, amenazando con nefastos sucesos caso de resultar derrotados en los comicios.

            Por nuestra parte, y no quédese en el tintero, aunque resueltos a participar en los dichos comicios, reservaremos nuestro dictamen no sea que por maleficio de los mencionados políticos (merecedores la mayoría, sin duda, del ostracismo) también nos veamos envueltos en los referidos malos humos aunque ya decíalo el refrán en mis añorados tiempos: “Palabra de cortesano, humo vano".
Ciudadanos hay que ya tienen cierto a quien elegir



03 noviembre, 2011

De libro

Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.
Marco Tulio Cicerón.


Bien escaso en mis tiempos, costoso y arduo de hallar, y más para aquellos a quien su escasa bolsa no daba para dispendios tales, no es menos cierto que si bien antes eran copias a mano las que circulaban, con la llegada del invento del tal Gutemberg su uso se extendió en grado sumo, aunque no estuviera al alcance de todos, que poseerlos engrandecía a su dueño y ennoblecía su hacienda, que en no pocos testamentos se hacía inventario dellos.



Podíase adquirir en lugares contados, procedía de prensas castellanas y aunque algunos quedábanse aquí, la mayoría cruzaba el proceloso Océano para alcanzar Indias y servir de vínculo con su palabra.


No todos eran de historia o de ciencia, los más trataban de religión, y no poca precaución eran necesaria a la hora de adquirirlos, que sabemos de algún incansable lector que por aumentar su biblioteca finalmente dio con sus huesos en el Castillo de San Jorge al hallarse libros incluidos en el Indice dentro sus anaqueles.


Con cierta incredulidad hemos comprobado cómo en estos tiempos que corren se venden con inusitada frecuencia y mayor abundancia, que los hay de todos tamaños y medidas, con encuadernación rústica, lujosa o incluso sin ella, que abordan los más diversos temas, algunos dellos causantes de no poca desazón en nuestro ánimo por la liberalidad y frivolidad de sus textos y que algunos incluso muestran imágenes poco honrosas o decentes para la humana moralidad, opinando que deberían hallarse sin duda en Índice de Prohibidos Libros que hemos aludido antes.


Véndense en los más insospechados sitios, que agora los tratantes de libros campan a sus anchas en esta ciudad; mas, señálannos, todo ello no paresce ir en beneficio de la cultura y sabiduría de gentes, que como ya hemos comentado en estos pliegos, en poco se diferencia el comportamiento de los sevillanos de la vigésimo primera centuria del actuar de sus antepasados.  



Basta hacer cómputo para acreditar cómo tabernas se imponen a librerías y bibliotecas en escandalosa proporción y es lástima sabiendo que valiosos hijos de esta bendita tierra dejáronse sus mentes y haciendas en el noble oficio de escribir, que como bien nos dijeron no ha mucho “las mentes preclaras lo son en todos los lugares”.



Leer ensancha ánimo, esclarece ideas, aguijonea la fantasía, forja cavilar, acrecienta concentración, alimenta sesera, deleita al espíritu y, para mayor abundamiento, nos acerca a cosas y personas que a buen seguro nunca conoceríamos y casos ha habido en  que de tanto frecuentar libros háse llegado a perder cordura…



26 octubre, 2011

R. I. P.



Honrar a difuntos es cosa comúnmente reconocida por la Santa Madre Iglesia, y en honor a ellos, llegando Todos los Santos, tienen lugar misas, Novenas de Animas, y visitas a cementerios.



Como quiera que no había camposanto en mis tiempos, vemos regocijados, en lo que cabe, sereno y agraciado el sitio donde hogaño depositar los muertos, que ello va en no poco beneficio de higiene y salubridad. Y es cosa triste ver rostros compungidos de deudos y familiares acudiendo en fechas de Todos los Santos a visitar panteones y orar ante sepulcros y lápidas.




Cuando pensábamos, a ciencia cierta, que fiestas y regocijos habíanse clausurado en esta ciudad, no menos hasta Pascuas, hemos colegido, con desazón cierta, que al igual que copiánse modos y vestimentas de tierras allende el océano, item más ocurre con cierta festividad que prepárase para estos días finales de octubre, agora que el rigor del otoño aduéñase de tardes y noches hispalenses.


Apesadumbrados, por no decir acongojados, hemos inquirido a fieles amigos y nos han dado razón y explicación de extraño festejo, tanto, que nuestro pobre intelecto no ha conseguido, a día de hoy, hallar sentido a él y a quienes, con ansia renovada, se aprestan a celebrarlo.


Si mal no entendimos lo que se nos relataba, vístese el mocerío en general algarada con ropajes espantosos y extraños, asemejándose a monstruos o criaturas del Averno, ataviándose al modo de hechiceras o brujos, ornándose con máscaras pavorosas y con todo ello acudiendo a festejos diversos, cometiendo tropelías a diestro y siniestro o visitando hogares de gente de bien que para evitar espanto y pánico otorgan a tan espeluznantes visitantes golosinas o pequeños manjares, sin que veamos en ello sentido alguno más que en el conseguir diarreas y cólicos que el barbero o cirujano deba sanar con emplastes o cocimientos, máxime cuando entendemos han de comer tanta calabaza de inusitado aspecto.


Sin embargo, tan extraña costumbre parece haber arraigado, pues abundan quienes deciden disfrazarse de modo y manera que en mis tiempos más de uno habría terminado acosado por el Santo Oficio, salpicado de aguas menores o, en peor caso, perseguido a estacazos, que era antaño cosa sabida que nada fastidiaba más a engendros merodeadores que ser violentados contra su ser natural. 



Por nuestra parte, (aunque por nuestro perfil e indumentaria bien podríamos pasar por uno de tales mozos calaveras),  acudiremos a orar por nuestros antepasados, familiares y amigos a las parroquias u osarios donde suponemos reposan sus restos, encenderemos candelas por ellos y elevaremos plegarias al Creador para que estos días de francachela fachosa y juerga grotesca dejen en franquía a mejores jornadas para nuestra ciudad, no sin antes adquirir crisantemos junto a la Venera y catar docena y media de “huesos de santo” que en cierto obrador de confites por donde estuvo la Cruz de la Cerrajería aderezan con diabólica dulzura y que a buen seguro, nos aseguran,  nos harán olvidar tanta carnavalada y mentecatez…


17 octubre, 2011

Turris Horribilis



Retornábamos a la ciudad que nos vio nacer tras breve estancia en la Villa y Corte por razones que al caso no vienen. Cruzando la llanura castellana, la senda nos había traído sinsabores y satisfacciones, mas llegando a su conclusión, en atardecida otoñal, gozamos de la debida recompensa de contemplar el caserío hispalense en lontananza, y recortándose y destacándose sobre él, la torre de la Iglesia Mayor, que aunque su basa sea mahometana el Maestro Hernán Ruiz rematóla con airoso cuerpo de campanas y coronóla con donosa veleta fundida por Morel.


Para el que llegaba a su Hispalis natal tras cierta estancia fuera della, distinguir abigarrado conjunto de torres y espadañas fue gozosa y sosegada experiencia, como regresar de Indias tras penosa travesía.



Rememorábamos aquel viaje cuando no ha mucho pudimos gozar de actual visión de la ciudad desde privilegiado otero. Enterradas entre edificios, sepultadas entre casas de elevada altura, cercadas hasta por cabrestantes de metal, apenas pudimos distinguir más que cuatro o cinco de aquellas torres con sus campanarios y eso aguzando no poco la vista pues no teníamos catalejo ni anteojos. Poco quedaba ya de aquel perfil erizado de espadañas, cúpulas y torres que oportunamente quedó reflejado en grabados y estampas de mi época.







El sonar de sus bronces, que llamaban a oración, doblaban a entierro, repicaban en días de fiesta o alertaban por fuego, queda agora enmudecido por molesto tronar  callejero y ruidoso transitar de carruajes, de tal manera que el oficio de campanero ha prácticamente desaparecido y sido cambiado por máquinas que tañen las dichas campanas, excepción hecha de la Colegial del Salvador donde se mantiene esclarecida familia de campaneros de preclaro apellido desde hace generaciones.





Cuéntannos que no lejos del Monasterio de las Cuevas edifícase en estos tiempos otra torre, y que esta rebasará en muchas varas la altura de la Giralda, que carecerá de campanas, que tendrá extravagante apariencia y que está siendo erigida según planos de un tal Maestre Pelli, sin emplear apenas aparejo de ladrillos o argamasa, sino hierro y vidrio, que aunque será cosa digna de ver, no menos mueve a escándalo lo gravoso de tal obra, los miles de ducados que costará y la función de la misma.




Item más mueve a escándalo que ni regidores de la ciudad ni habitantes de la misma haýanse opuesto a tamaño dislate e insensato despropósito. Cosa sorprendente será el no ver concluida dicha la construcción, y que desde ese momento el viajero que alcance la ciudad la tenga como primera vista en menoscabo y perjuicio de nuestras amadas y antiguas...












07 octubre, 2011

Poderoso caballero...

Las palabras son como monedas, que una vale por muchas
como muchas no valen por una. (Francisco de Quevedo, 1580-1645)


Cosa inevitable ha sido, desde que el Creador decidió que retornásemos a esta tierra, procurarnos sustento con el que vestirnos y alimentarnos, y para ello, merced a escueta herencia, contamos con las rentas de ciertas casas en la collación de San Salvador así como nuestro modesto salario de escribiente. Percibir las dichas rentas háse convertido en diaria preocupación y hemos de reconocer lo mucho que ha cambiado el cobro de tales recibos.


Poco queda de los doblones y cuartos recién salidos de la Casa de la Moneda, acuñados en dicha Ceca con el oro y la plata que provenían de Indias, que si ya cuando andábamos por este mundo hace siglos aquestos preciosos metales habían sido truncados por cobre o vellón, devaluados por la subida de precios, los maravedís de hogaño no valen un ardite, cuando no se han convertido en coloreados documentos en los que aparecen impresas cantidades de dinero que todos aceptan aunque ni el papel ni la tinta lo valgan.


Importante en grado sumo era tener a buen recaudo la bolsa o faltriquera para evitar la acción de malhechores, y si se salía a la calle era de obligado cumplimiento, por prudencia, anudar con fuerza la bolsa o faltriquera, que abundaban pícaros y manilargos prestos a su robo.



Basta agora con encaminarse a insólitos lugares, a manera de eclesiales confesionarios o conventuales tornos, donde se encuentran ciertos artefactos; con complicados botones y palancas, merced a resortes cuya labor no alcanzamos a comprender, expenden cantidades de ese papel moneda prestas a ser dilapidadas en comercios, tiendas o tabernas, siendo cosa admirable que haya alguien, a buen seguro de corta estatura, siempre aguardando, noche y día,  en el interior de las dichas máquinas, para proporcionar los tales caudales a quien disponga de cedulilla correspondiente.


Y aunque la banca non gozara de buena fama, por prohibir la Santa Iglesia la usura,  y aunque en Sevilla no prosperasen las casas de préstamo pese al empeño de muchos, proliferan ahora en toda la ciudad bancos y montes de piedad, y en ellos depositanse en ellos sus peculios, percibiendo por ello escuálidos réditos, con lo que más de uno piensa ya en retornar a la faltriquera o a guardar sus economías bajo seguro colchón.

Nos cuentan que en calendas como estas escasea el dinero, aunque viaje raudo sin necesidad de letra de cambio, que rentas y salarios peligran y que extranjeras potencias gobiernan las economías patrias; por nuestra parte encenderemos candelas y elevaremos devotas plegarias a San Carlos Borromeo, patrón de los bancarios, cuya fiesta se celebra el 4 de noviembre; quiera el dicho Santo que la situación se enderece…