Con motivo de la celebración del Via Crucis que anualmente organiza el Consejo de Cofradías, presidido este año por la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Salud de la Hermandad de los Gitanos, aprovechamos el lance para disertar breve y modestamente acerca del origen e historia de esta práctica cuaresmal por excelencia.
Desde 2011. Venturas y aflicciones de Don Alonso de Escalona, un sevillano del siglo XVII en la Hispalis del XXI.
03 marzo, 2020
24 febrero, 2020
Mercado, Cárcel, Convento...
En esta ocasión, y como está
próximo a celebrarse el via crucis cuaresmal del consejo de cofradías, este año
presidido por el Señor de la Salud de la hermandad de los Gitanos, vamos a
centrarnos en un convento desaparecido y que albergó a esta corporación durante
ochenta años. Poco, muy poco ha llegado hasta nosotros de este convento
masculino, pues sus bienes fueron incautados, como veremos, y el edificio en
parte derribado y en parte transformado, como veremos también. Sin embargo, si
cualquier día accedemos al Museo de Bellas Artes de nuestra ciudad, como por
ejemplo, para admirar la gran exposición sobre Martínez Montañés, comprobaremos
que en dicho museo se cobijan elementos que provienen de este cenobio
masculino, nos referimos, en concreto, a los azulejos que adornan su vestíbulo
o algún otro elemento que comentaremos.
Algún avispado oyente ya
sabrá por dónde van en esta ocasión las pesquisas de nuestro numerosísimo
equipo de archiveros, documentalistas y bibliotecarios; efectivamente, se trata
del antiguo Convento del Pópulo, fundado en 1625 en pleno barrio del Arenal.
Por un momento, viajemos en el tiempo y acerquémonos a aquel lugar, por aquel
entonces bastante peligroso y nada recomendable, extramuros, y que al decir de
las crónicas estaba necesitado de “saneamiento” en tres órdenes, urbanístico,
humano y espiritual, por estar “sujeto a muchas inquietudes, y asistir de
ordinario por el comercio del río mucha gente vagabunda y del mal vivir como se
ha experimentado”, donde de ordinario se producían “pendencias y no pocas
muertes violentas”.
Como suponíamos, esta zona de
Sevilla, fuera de las murallas, entre las Puertas de Triana y del Arenal, lo
que ahora sería más o menos el Paseo de Colón, estaba casi desierta, alejada
del bullicio del centro histórico. En este sector, tres padres agustinos
recoletos o descalzos serán los fundadores de un convento, en principio modesto
y humilde, erigido en honor a Santa Mónica, la madre de San Agustín.
El nombre del Pópulo será agregado por culpa de un cuadro
flotante, una pintura con vocación “marinera”, por así decirlo. No, no te
extrañes, Antonio, lo explicamos con más precisión: en una vivienda de la
cercana calle Harinas vivía Antonio Pérez, barcelonés de nacimiento por más
señas, casado con la sevillana Antonia de Villafañe, ambos fervorosos devotos
de la Virgen María en su advocación romana del Pópulo, de ahí que en el portal
de su casa estuviera colocado un lienzo con dicha imagen mariana y sus
correspondientes candelas que era encendidas puntualmente cada noche para
iluminar con fervor dicha pintura y también, por qué no, alumbrar esa zona de
la calle.
Justo
un año después de la fundación del convento, llegó el llamado “año del diluvio”.
Furiosos temporales asolaron la ciudad. Las aguas se desbordaron en el
Guadalquivir. Las inundaciones, gravísimas, anegaron todo el Arenal, alcanzando
a la propia calle Harinas y amenazando con rebasar el nivel donde estaba la
Virgen del Pópulo, cosa que efectivamente sucedió y, oh prodigio, el cuadro se
mantuvo flotando sobre las aguas con las dos lamparillas que lo iluminaban
encendidas, sin que nunca se agotasen. Así estuvo durante tres días, casi nada,
siendo testigos muchos vecinos quienes presenciaron este hecho y lo juzgaron como
milagroso.
Cuadro de la Virgen del Pópulo en la Parroquia de la Magdalena y restaurado en 2014 |
Cuando
el peligro pasó y las aguas descendieron, el cuadro fue recogido y se decidió
que éste debería estar en una iglesia y no en una casa particular. De este
modo, se acordó que la suerte elegiría el lugar sagrado donde debería ubicarse,
se prepararon papelitos con nombres de todos los conventos sevillanos y la mano
inocente de un niño extrajo tres veces la papeleta con el nombre del convento
de los Agustinos Recoletos. Una vez ubicado allí continuaron los milagros que
atraerían a muchos devotos al convento y que extenderían su devoción.
Con gran alegría y “gozo
espiritual” recibió la comunidad agustiniana la imagen del Pópulo, colocándola
en el altar mayor, donde comenzó a ser venerada y a “resplandecer con muchos
milagros”. No solo los religiosos sino los devotos de la Virgen María, patrona
y protectora del convento y de los sevillanos, plantearon la conveniencia de
levantar un nuevo cenobio e iglesia donde pudiese ser venerado el milagroso
icono.
En 1637 el cabildo aprobó la
ubicación del lugar, frente al río Guadalquivir, en su margen izquierda, y
entre la Puerta del Arenal y la de Triana, denominado “de las eneas”, porque
allí crecían con abundancia, extramuros de la ciudad, en lugar semidespoblado y
vinculado “a gentes de mal vivir”. En torno a la fundación agustina, crecerá,
no es de extrañar, el llamado arrabal de la Cestería.
La construcción no tardó en
ponerse en marcha, pues, constando de acceso a través de un porche, con su
portería, varios patios o claustros, celdas ubicadas en dos plantas con mayor o
menor luminosidad según la zona, enfermería, huerta, en fin, las diferentes
dependencias habituales en este tipo de conventos, sin olvidar la amplia
sacristía, cocinas, refectorio y demás estancias. De este modo, con el tiempo,
el convento del Pópulo llegó a sobresalir por su tamaño entre el caserío de la
zona y quedó convertido en noviciado y punto de salida para no pocos misioneros
que embarcaban en el cercano puerto rumbo a Indias o el Pacífico, llegando a
convivir entre sus muros más de cincuenta religiosos.
La llegada de la Peste de 1649
afectará profundamente a la comunidad agustina, que se volcará en el socorro
espiritual de los contagiados, falleciendo treinta religiosos y cinco sirvientes
y dará lugar a un nuevo hecho milagroso, centrado en Fray Luis de San Agustín,
natural de Guadalajara, gran devoto de la Virgen del Pópulo y que cuando
enfermó dos veces por la epidemia, fue pagado por esta “Divina Señora” con una
curación milagrosa, “en premio de su devoción”.
Construida en ladrillo, la
iglesia constaba de planta rectangular, tres naves, crucero con media naranja,
techumbre de bovedilla en cuyo encabezado estaba el retablo mayor, y dos
capillas laterales. Su piso estaba baldosado de losetas de Génova azules y
blancas. Ni que decir tiene que en el altar mayor recibía culto la famosa
imagen de la Virgen que daba nombre al convento. La iglesia se dotaba también
de una airosa espadaña con campanario.
Área ocupada por el Convento del Pópulo según el Plano de Olavide de 1771. |
Hemos dejado para el final la
fachada de la iglesia. ¿recuerdan los oyentes el aspecto de la fachada de la
iglesia del Señor San Jorge o, lo que es lo mismo, la Santa Caridad? En efecto,
se trata de una fachada decorada con paneles de azulejería y este sería el
aspecto que presentaría la del Pópulo, dato contrastado gracias a crónicas de
la época y a un grabado de Pedro Tortolero de 1729 que muestra el Arenal
durante la triunfal entrada en sevilla del monarca Felipe V.
La ubicación del convento
desde luego no facilitaba las cosas, porque las frecuentes crecidas del río
obligaban a realizar constantes obras de reparación, en algunos casos el agua
alcanzaba cotas elevadas y la comunidad tenía que tomar la decisión de
abandonar momentáneamente los muros del Pópulo, mientras los vecinos acudían a
implorar de la Virgen del Pópulo para que las aguas bajasen.
La
Desamortización de Mendizábal terminó con la vida monástica y con los bienes
del Pópulo repartidos por diversas iglesias, como el órgano, que se halla en
San Bartolomé o el retablo de Santa Rita o el mismo lienzo de la Virgen del
Pópulo, ambos en la parroquial de la Magdalena. El 3 de julio de 1837, 500
presos abandonaban la ruinosa Cárcel Real de la calle Sierpes y eran internados
en la nueva Prisión del Pópulo.
En 1843 la iglesia fue
derribada, “dejándola hecha solar”, y consultando la necesidad de realizar en
despoblado las ejecuciones capitales, se resolvió labrar en el muro zaguero del
edificio una espaciosa azotea, en donde se cumplieran las sentencias de muerte
en garrote; librando a los reos de ese doloroso tránsito de la cárcel al
patíbulo por entre la curiosa multitud, y evitando con esto escenas repugnantes
y propias a muchos desórdenes”.
Los paneles de azulejos de la
mencionada fachada, por fortuna, han sobrevivido. San Agustín, Santa Clara
Montefalco, Santa Mónica o San Gelasio, nos dan la bienvenida al entrar en el
Museo de Bellas Artes, ya que terminaron colocados allí tras la Desamortización
de Mendizábal, y la Virgen del Pópulo, en azulejos polícromos, preside el
llamado patio de los bojes de la mencionada pinacoteca.
Al convento, como vemos, le
aguardaba un destino como prisión provincial hasta al menos 1933. Tras sus
muros los presos aguardaban cada mañana de Viernes Santo el momento del paso de
la Esperanza de Triana tras los barrotes, cuando las saetas y las súplicas
llenaban el aire e incluso inspiraron una marcha: “Soleá dame la mano”. Finalmente,
la Prisión del Pópulo será historia desde el 14 de septiembre de 1935, cuando
todo el edificio quede convertido en un solar y posteriormente en Mercado de
Entradores. Pero esa, esa, esa ya es otra historia…
10 febrero, 2020
03 febrero, 2020
Va de pozos...
Rebuscando posibles temas para esta sección, nuestro habitual equipo de documentalistas, archiveros y bibliotecarios nos alertó de la inexistencia de una reseña acerca de los diferentes Pozos erigidos en Sevilla en general y pertenecientes a calles o conventos en particular. Comenzaremos, pues, por uno bastante conocido, y que es hasta "Santo":
El
azulejo que preside dicho lugar es bastante elocuente, en él se nos
cuenta que se fundó como Fraternidad Franciscana para mujeres
impedidas en 1666 por las madres beatas de la Orden tercera de San
Francisco Marta de Jesús y Beatriz de la Concepción; y así debió
ser, pues María del Carmen Giménez, profesora del Departamento de
Historia Contemporánea de la Hispalense, cuenta que el día 5 de
enero, víspera de la Festividad de la Epifanía, del año ya
comentado, arribaba a nuestra ciudad la religiosa franciscana Beatriz
Jerónima de la Concepción, comisionada por su superiora para lograr
limosnas con que constituir un Hospital de convalecientes en el
salmantino pueblo de Cabrilla.
Pero
como el hombre propone y Dios dispone, coincidiendo con que religioso
dominico Fray Gonzalo de Morales, confesor de la madre Beatriz,
aconsejó a ésta la creación en Sevilla de otro instituto benéfico
ella misma enfermó, lo que la movió a crear precisamente ese
Hospital para ella misma y otras mujeres desvalidas. No quedó ahí
la cosa, pues la mismísima Superiora, Marta de Jesús Carrillo, no
sólo concedió su beneplácito, sino que viajo ella misma a Sevilla
para ayudar a su compañera en el fin común que ambas se habían
planteado: fundar un Hospital destinado a la asistencia de mujeres
impedidas en cama o ciegas.
Entra
en escena otra mujer, Doña Ana Trujillo, quien determinó proveer el
terreno para el hospital que, al mismo tiempo, hizo donación de tres
camas y de un cuadro que representaba a Cristo resucitado y a San
Francisco y Santa Teresa. Esta primera casa estaba situada en la
calle de la Venera, actual José Gestoso.
Con dichos elementos y la limosna de 50 reales que dio el doctor en Teología Melchor de Escuda, Obispo de Bizerta, se creó esta benéfica institución bajo el título de “Hospital del Santísimo Cristo de los Dolores o del Buen Pastor”. Tres años después, la misma señora Trujillo compró en la plaza del Pozo Santo el sitio en que hoy se alza el Hospital. Fallecida la madre Beatriz, su compañera Marta de Jesús, sola, procuró completar la fundación formando la Comunidad, trazando sus reglas, que fueron aprobadas por el Arzobispo Espínola y activando la terminación de las enfermerías e iglesia. La iglesia fue abierta el 18 de enero de 1682 y bendecida el 4 de febrero de 1686 por el prelado Jaime de Palafox y Cardona.
Con dichos elementos y la limosna de 50 reales que dio el doctor en Teología Melchor de Escuda, Obispo de Bizerta, se creó esta benéfica institución bajo el título de “Hospital del Santísimo Cristo de los Dolores o del Buen Pastor”. Tres años después, la misma señora Trujillo compró en la plaza del Pozo Santo el sitio en que hoy se alza el Hospital. Fallecida la madre Beatriz, su compañera Marta de Jesús, sola, procuró completar la fundación formando la Comunidad, trazando sus reglas, que fueron aprobadas por el Arzobispo Espínola y activando la terminación de las enfermerías e iglesia. La iglesia fue abierta el 18 de enero de 1682 y bendecida el 4 de febrero de 1686 por el prelado Jaime de Palafox y Cardona.
Hasta aquí los comienzos de esta benéfica institución, siempre digna de encomio por su meritoria labor, pero, ¿Por qué el nombre de “Pozo Santo”? ¿Existió un pozo en la zona? ¿Por qué se “canonizó”? Un azulejo, realizado por Luis Maroto de Guzmán en 1916 y colocado en ese año en el zaguán del actual Comedor de San Juan de Dios, en la frontera calle Misericordia, nos recuerda un suceso o leyenda acaecida no se sabe bien cuándo. Luis de Peraza, en su Historia de Sevilla, escrita en torno a 1535-1536 según el profesor Morales Padrón, nos lo cuenta de esta manera, reproduciento por nuestra parte el texto tal cual:
“Otras algunas cosas hai en la real cibdad Sevilla, cuyos nombres, aunque usamos, por no saber las causas dellos, nos ponen admiración, y combidan a nuestros ánimos a que lo preguntemos. Es el primero el Varrio del Pozo Santo, al qual hombres mui antiguos, dignos de fee, llaman así; y preguntándoles yo a algunos dellos la causa, responden, en el tiempo pasado haver allí enmedio de aquella plaza, haver sido un pozo común, del qual se servía en sus necesidades todo aquél varrio, y cayendo un niño en él, súbitamente subió el agua hasta arriba hasta lanzar al niño y ponerlo sin ninguna lisión en tierra. Por esto fue aquel pozo luego aplicado a la confiscación y tapado por que más no se aprovechasen dél en usos profanos, y su nombre de Santo Pozo se ha quedado así.”
Curiosamente,
en 1832, el investigador González de León, al describir la Plaza
del Pozo Santo, también aludía al mencionado hecho milagroso,
ampliado la información:
“En
este sitio estaba una pintura de Nuestra Señora y al pie
un pozo público en el cual por descuido casual cayó un
niño y o el mismo
clamó, ó sus padres lo encomendaron á la Señora en aquella
pintura, y continuando en su oración vieron que las aguas del pozo
subían con el niño hasta llegarlo al brocal donde sus padres lo
recogieron salvo y sano. Esto movió á los cofrades del antigüo é
inmediato hospital de la Misericordia á que llevasen la citada
imágen dentro de su iglesia y la colocasen en su altar mayor
pintando el milagro en el mismo cuadro, y levantando sobre el pozo
una cruz y cercándola de rejas co-mo existe, dejando á la
posteridad el nombre del pozo Santo para eterna memoria del milagro.
Este nombre de Santo se le dió al pozo, y del pozo Santo tomó el
nombre la pla-za, y despues el hospital qjae se fundó en ella. (…) El
sitado pozo está cubierto, y en la octava de la Asunción de Nuestra
Señora lo abren y se veven sus aguas, sin que en la plaza
halla nada mas que observar; la cual es pequeña y está á la salida
de la calle de la Misericordia.”
Nada
se sabe de la pintura que alude González de León, aunque
curiosamente se conserva en la Sacristía de los Cálices de la Catedral un lienzo llamado La Virgen
del Valle o del Pozo Santo, atribuida a Alonso Vázquez en el último
cuarto del siglo XVI.
Otro
apunte con un pozo como protagonista, un suceso narrado por también
por Don Félix González de León: se cuenta que en 1403 ocurrió
célebre milagro que hizo, se supone, la Virgen María a través de
una imagen suya propiedad de una señora natural de Écija. Todo
estriba en que al parecer el hijo de esta ecijana cayó al pozo de su
vivienda en un descuido y las aguas se levantaron hasta el brocal,
echando fuera al niño en presencia, se dice, de innumerables
testigos. Este milagro conmovió tanto a la piadosa mujer que con sus
donatviso fundó un convento de monjas Dominicas con la advocación
del Valle, pensamos que por tratarse de la Virgen patrona de Écija.
Con el tiempo ese Convento del Valle ha quedado ahora convertido en
el Santuario de la Hermandad de los Gitanos, quien conserva junto al
templo, en la zona de la tienda de recuerdos, un brocal de pozo de
bastante antiguedad, ¿Será el pozo que dio origen a la leyenda
milagrosa?
Tampoco podemos olvidar que un tramo de la calle Feria, donde estaban radicados los pertenecientes al Gremio de Carpinteros, se llamó en el siglo XVI Pozo de los Hurones, en alusión a estos animales, criados al parecer para ser utilizados sobre todo para la caza de conejos.
Y por último, un pozo en pleno centro histórico: el del Compás del Antiguo Convento de la Paz, ahora sede de la Hermandad de la Sagrada Mortaja; un pozo del cuál nos cuentan que hasta los años 50 o 60 sirvió para proporcionar agua a los vecinos del patio en tiempos de sequía...
Terminamos, pues, y aprovechamos para dejar un refrán castellano apopiado para estas letras: "Dios te dé salud y gozo y casa con corral y pozo."
Y por último, un pozo en pleno centro histórico: el del Compás del Antiguo Convento de la Paz, ahora sede de la Hermandad de la Sagrada Mortaja; un pozo del cuál nos cuentan que hasta los años 50 o 60 sirvió para proporcionar agua a los vecinos del patio en tiempos de sequía...
Terminamos, pues, y aprovechamos para dejar un refrán castellano apopiado para estas letras: "Dios te dé salud y gozo y casa con corral y pozo."
29 enero, 2020
Dos mujeres para un 30 de enero.
Mañana jueves, día trigésimo del mes primero del año, habrían cumplido años dos figuras femeninas fundamentales para comprender las primeras décadas del siglo XX en Sevilla.
Una, nacida entre algodones, sabrá de
primera mano de una vida repleta de lujos, de sirvientes, propia de
quien proviene de una estirpe real y de alta cuna; María Luisa, que
así se llama, es hija un Rey al que apelaron el Deseado, aunque
luego las cañas se volvieran lanzas y el Séptimo de los
Fernandos fuera un monarca entregado a deshacer la labor de los
liberales y empeñado en hacer regresar el Antiguo Régimen; será
hermana, por tanto, de una reina, Isabel II y, andando los años,
madre de otra.
La otra mujer,
Ángela, llega al mundo 14 años después y lo hace en la plaza de
Santa Lucía, en una casita pequeña, en el seno de una familia
humilde, muy humilde, la del padre cocinero de los trinitarios y la
madre lavandera, la de 14 hermanos de los que sobreviven 6, la de la
familia que lucha a diario por sobrevivir llevándose un trozo de pan
a la boca, reflejo absoluto de las condiciones de vida de aquellos
años complicados para las clases bajas.
María Luisa, el
mismo año que nace Ángela, contraerá matrimonio con un prometedor
miembro de la aristocracia francesa, conspirador y aficionado al buen
vivir: Antonio de Orleans. Obsesionado con la corona española,
acechará constantemente a Isabel II e incluso, tras abandonar París
y residir en Madrid y Sevilla, esperará cosechar fruto de sus cabildeos cuando su cuñada sea derrocada en 1868 por la
Revolución de la Gloriosa.
Por aquellos años,
Ángela es ya una joven zapatera experta en un oficio en el que comenzó
con apenas 14 años, tras el fallecimiento de su padre. En el
taller de Maldonado, donde trabaja, pronto notarán que ni como
aprendiz ni como oficiala es una empleada cualquiera: busca momentos
para la oración, se preocupa por los pobres, como en la epidemia de Cólera y se concentra en penitencias y súplicas. Su maestra, consciente de
la bondad de la joven, la orienta y la pone en contacto con un
sacerdote: el padre Torres Padilla.
En 1870 María Luisa
de Borbón y su esposo ven como sus posibilidades al trono se
esfuman. ¿La razón? En paraje cercano a Leganés, Antonio de
Orleans mata en duelo al infante Don Enrique, de este modo, será
Amadeo de Saboya el elegido para ostentar la corona en unos tiempos
revueltos políticamente hablando, en los que los generales, “los
espadones”, tienen mando y plaza. Malos tiempos para una familia de
estirpe que residirá en el sevillano Palacio de San Telmo, antigua
escuela de navegantes, donde crecerá “como una rosa” (decía la
copla) María de las Mercedes de Orleans y Borbón.
También en 1870,
Ángela Guerrero ha sufrido una decepción. Convencida de su vocación
religiosa, ha decidido ingresar como novicia, pero tanto las Carmelitas Descalzas como las Hijas de la Caridad intentan hacerle
ver que no está hecha ni para el coro o el claustro ni para el
cuidado de los desfavorecidos y las privaciones. No obstante, la
joven sigue pensando por aquel entonces que está llamada a hacer
algo con su vida y la de su prójimo. A partir de ese momento,
animada por el Padre Terres, Ángela se concentra en preparar con
minuciosidad su proyecto, la idea de constituir una comunidad en la
que todo gire en torno a la oración y a la atención a los pobres.
Horarios, limosnas, penitencias, comidas, ajuar, nada queda a la
improvisación. Poco a poco, se acerca el momento.
En 1875 regresa a
España Alfonso XII como rey. La Restauración de la Monarquía
Borbónica sacará a la luz un noviazgo oculto: el de la hija de
María Luisa con el propio rey. Será un matrimonio por amor que
llenará de alegría al país y cimentará la leyenda de una pareja.
Ese mismo año, al fin, Ángela arranca con su proyecto: junto a
otras tres jóvenes compañeras acude al Monasterio de Santa Paula
para consagrarse por entero a una vida de humillación y sacrificio.
Un humilde cuarto alquilado con derecho a cocina en la calle San Luis
será el primer convento de la Compañía de las Hermanas de la Cruz.
La primera jornada transcurre con tanta entrega a los demás que las
cuatro religiosas se olvidan de guisar y duermen sin comer, aunque
felices.
En 1878, con la
Institución en plena expansión, fallecerá el Padre Torres, un duro
golpe para las hermanas de la cruz en general y para Sor Ángela en
particular; también, en ese mismo año, María Luisa de Borbón pasa
de la alegría al llanto: de la boda de su hija con Alfonso XIII a
verla fallecida por el tifus apenas cinco meses después, contando
apenas 18 años. El negro del luto de la corte madrileña casi es
idéntico al negro de los velos de las hermanas de la cruz.
En 1890 fallece el
marido de María Luisa de Borbón, “Don Antonio el Naranjero”,
apodo con que se le conocía en Sevilla habida cuenta que solía
vender los frutos de sus naranjos, cuando la nobleza de la época
solía regalar esas naranjas al pueblo, ¿Un poco tacaño? Quizás.
La tuberculosis se había cebado con parte de los hijos del
matrimonio, de hecho solo unos pocos sobrevivirán al siglo XIX. No
queda nada ya de esa “Corte Chica” de San Telmo, a la que acudía
lo mejor de la sociedad sevillana, junto con pintores, escritores y
demás artistas de la época. La Viuda de Orleans dejará pasar los
años a orillas del Guadalquivir, bien en Sevilla, bien en las
propiedades familiares de Sanlúcar de Barrameda.
Una figura une al
fin a ambas mujeres: el sacerdote José Rodríguez Soto, a la sazón
Capellán Real y Confesor de María Luisa de Borbón. Él será quien
le hable de las Hermanas de la Cruz y de su labor, quedando
profundamente impresionada por el compromiso y el testimonio de las
religiosas. Nace así una vinculación entre San Telmo y la calle
Alcázares, una vinculación que, como veremos, tendrá un epílogo
significativo.
Será en 1897. La
Infanta María Luisa, la hija, hermana y madre de reyes de España,
gran
amiga de la escritora Fernán
Caballero y
de edad ya avanzada, enfermó gravemente en enero de ese
año y
falleció en su palacio sevillano el 2 de febrero, siendo su cadáver
conducido al Panteón de Infantes del monasterio de El Escorial. Por
expreso deseo suyo no fue embalsamada y fue amortajada descalza con
el hábito de las Hermanas de la Cruz.
Sor
Ángela, tras unos años de profundización en su idea de la humildad
absoluta como forma de vida, abandonará el cargo de Superiora en
1928 y fallecerá, víctima de un embolia cerebral, el 2 de marzo de
1932, constituyendo su muerte todo un acontecimiento de duelo para la
ciudad que unió a gentes de la más variada condición e ideología. Tan es así, que el Ayuntamiento republicano del momento, por unanimidad acordará rotular como "Sor Ángela de la Cruz" la calle en la que se encuentra la Casa Madre de las Hermanas, llamada de Alcázares hasta entonces como dijimos.
No,
no se nos olvida: fruto
de su amor por Sevilla, en 1893 María
Luisa de Borbón donará
a la ciudad los jardines de su Palacio, que con el tiempo se
convertirán en el Parque que llevará su nombre y que se verán
decorados con una estatua suya realizada por Enrique Pérez
Comendador en 1929, aunque la actual es una reproducción en bronce
de la original realizada en pieda que se halla en
Sanlúcar de Barrameda. Representada con mirada triste, porta una
rosa en las manos, símbolo quizá de su hija fallecida
prematuramente...
Hasta
aquí la pequeña historia de dos mujeres que tuvieron a Sevilla como
lugar común y que, desde ámbitos muy diferentes, acabaron
conociéndose y cultivando cierto grado de amistad y admiración.
...o0o...
Post Escriptum: aparte de estas dos preclaras mujeres, cada una en su estilo, el 30 de enero nació en 1970 alguien a quien apreciamos sinceramente y que cumple por tanto, 5 décadas de vida. Felicidades, compadre.
13 enero, 2020
Los Turina y el Señor de Pasión
Han
pasado las Navidades y sin más, por así decirlo, ya estamos de
nuevo metidos en el ciclo de cultos que las hermandades sevillanas
dedican a sus titulares y que tendrá su máxima importancia cuando
lleguemos a la cuaresma. Ya se ha celebrado el Quinario a Jesús del
Gran Poder o el Tríduo, por ejemplo, a Nuestro P. Jesús Descendido
de la Cruz, de la hermandad de la Sagrada Mortaja y en estos días
fríos de enero son muchos los fieles y devotos que acuden a la
Iglesia Colegial del Divino Salvador para venerar a Jesús de la
Pasión durante la anual y solemne Novena que le dedica su Hermandad
en cumplimiento de sus Reglas.
Ya
que hablamos de Pasión, como saben quienes leen estos pliego, se trata de una
portentosa talla salida de las manos del insigne escultor Martínez
Montañés, quien la realizó entre 1610 y 1615, ya que no se ha
encontrado documento alguno al respecto, pero bastan las palabras de
un fraile mercedario, contemporáneo del escultor, que dejó por
escrito que el Nazareno de Pasión «…es obra de aquel insigne
maestro Juan Martínez Montañés, asombro de los siglos presentes y
admiración de los por venir…». Por su parte, el pintor y
tratadista Antonio Palomino, engrandeció aún más la atribución a
Montañés añadiendo según la leyenda que «…el mismo
artífice, cuando sacaban esta sagrada imagen en la Semana Santa,
salía a encontrarla por diferentes calles, diciendo que era
imposible que él hubiese ejecutado tal portento»
Muchos
han sido los adjetivos y alabanzas dedicadas a esta portentosa talla
barroca, llena de unción sagrada y de belleza difícil de superar.
Hace poco la visitábamos en su capilla durante su Besapiés y
quedamos sobrecogidos por la serena mansedumbre de su rostro y la
magnífica talla de manos y pies, por no hablar de la elección de
una túnica bordada, de las que somos partidarios, que dotaban a la
imagen de un halo de majestuosidad impresionante.
Se
cuenta, como anécdota que en cierta ocasión acudió a orar ente el
Señor de Pasión D. Antonio Despuig y Dameto quien ostentó el
Arzobispado de Sevilla de Sevilla entre 1795 y 1799. Tras estar
durante bastante tiempo rezando devotamente ante la Imagen, hizo el
siguiente comentario para sorpresa de quienes le acompañaban: «Le
noto un defecto…»; a lo que
concluyó rotundo: «…le falta respirar».
Tampoco
podemos olvidar un apellido, vinculado a la Hermandad de Pasión, el
de la familia Turina. El más famoso, lógicamente, es Joaquín
Turina Pérez, músico y compositor, autor de obras tan destacables
dentro del llamado nacionalismo musical como: La procesión
del Rocío (1913), Danzas
fantásticas (1919), Sinfonía
sevillana (1920), Canto a
Sevilla (1925) o La oración del torero (1926).
Nos interesa destacar en este caso, ya que
hablamos del Señor de Pasión, que Joaquín Turina fue hermano
activo de la Hermandad y que le dedicó una Misa para Orquesta, una
Marcha Fúnebre, innumerables coplas para los cultos y hasta un
movimiento de su suite para piano “Por las calles de Sevilla” se
titula “ante la Virgen de la Merced”.
Pero en esta ocasión nos vamos a centrar en el “culpable”
de esta predilección del músico hacia su Hermandad, nos referimos a
su propio padre, Joaquín Turina y Areal.
De ascendencia italiana, pasó a la historia de la
pintura sevillana como uno de los últimos continuadores
decimonónicos de las escenas costumbristas, sin que se conozca de
manera precisa ni la mayor parte de su producción ni muchos
pormenores de su biografía, debido a la escasa repercusión de su
obra. Nacido en 1843, en 1882 contraerá matrimonio con Concepción
Pérez, natural de Cantillana (Sevilla), viviendo ya entonces en la
casa familiar de la entonces calle Ballestilla, actual Buiza y
Mensaque, donde en el actual número 8 figuera una placa recordado
que el 9 de diciembre de 1882 sucedió lo que más fama dio al pintor
en toda su vida: el nacimiento de su hijo Joaquín, uno de los
músicos españoles de mayor celebridad de su tiempo.
Alumno, al parecer desde los nueve años, de la
Escuela de Bellas Artes hispalense, De su producción más temprana
se sabe que pintó obras devocionales y también pinturas de frutas y
de flores.
Siguiendo a Carlos G. Navarro, Técnico de
Conservación de Pintura del Siglo XIX, Museo del Prado, Turina Padre
participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881 con Los
dos extremos, y acudió también a la Exposición de Chicago de 1893
con Desembarco de Colón en Palos a su regreso de América.
Su labor fundamental consistió, durante toda su
vida, en la producción de escenas de carácter costumbrista, tan
arraigadas en Sevilla desde el romanticismo, con fines puramente
comerciales e intenciones meramente decorativas. Se conocen también
algunas otras pinturas teñidas de cierto carácter histórico –La
ronda nocturna encontrando el cadáver de Escobedo o Un episodio de
la sublevación cantonal en 1873– pero sobre todo centradas en
aspectos anecdóticos y superficiales del pasado sevillano, como
Martínez Montañés viendo salir la procesión de Jesús de Pasión
(Sevilla, Hermandad de Pasión).
La pintura, realizada en 1890, está depositada en
la propia Hermandad de Pasión y dedicada por su autor en uno de sus
extremos inferiores. Hay dos claros protagonistas en la escena, la
obra y su autor. Y rodeando a ambos, toda una atmósfera
costumbrista, reflejo de lo que el Abad Gordillo contaba sobre la
cofradía en la calle cuando allá por el siglo XVII salía de la
iglesia del convento casa grande de la Merced:
«salen muy bien compuestos y en mucho número los
hermanos y cofrades de ella, y llevan primero su estandarte blanco
con cruz carmesí y muy bien acompañados de luces. Va siguiendo la
cruz de la parroquia y luego van todos los de la disciplina, seguidos
unos de otros. Y en lo último de ella Nuestro Señor en andas sobre
hombros de cofrades y hermanos de la cofradía con la Santa Cruz
sobre sus hombros y Simón Cirineo que le ayuda.
Son ambas figuras muy proporcionadas a lo que
representan y mueven mucho a devoción. Luego siguen los religiosos
del Monasterio con sus candelas en las manos, y entre ellos, con la
general inadvertencia, unos músicos de canto de órgano, cantando a
voz en cuello las letanías… Luego vienen las santas imágenes de
María Santísima y San Juan Evangelista que la acompaña, con muchas
luces y hachas que llevan los cofrades y hermanos; y después los
clérigos parroquiales por orden y mandado del Pontífice Romano…
Es una de las procesiones lucidas, quietas y
pacíficas, porque como una de las primitivas y antiguas de la
ciudad, no se gobierna del modo que las modernas o nuevas, que hay
más regidores que cofrades, sino sólo con dos alcaldes, uno al
principio de la procesión y otro al fin de ella, con que van
bastantemente gobernados y regidos».
Pero, ¿De qué iglesia sale la cofradía? En 1890 la
Hermandad de Pasión ya radicaba en el Salvador tras un periplo por
varios templos, ¿Es San Miguel, iglesia Mudejar derribada en 1868?
¿O pretende representar la Merced dándole esa apariencia falsamente
mudéjar? Anacrónicamente, Joaquín turina situa como cirineo al
popular “Mirabalcones” que la cofradía poseía desde “sólo”
1841 (vendido en 1951 a la Hermandad de Jesús Nazareno de Aguilar de
la Frontera) al igual que parece reflejar las andas de carey y plata
que se perdieron durante la invasión francesa y que algunos
sostienen que están en el Louvre parisino. Llama la atención el
escaso exorno floral y la exigua iluminación, cuatro faroles,
reflejo quizá de cómo se disponían las andas procesionales en
tiempos de Turina.
Sigue al paso, portado a hombros por cofrades de
penitente con antifaces morados, la comunidad de la Merced, con sus
hábitos blancos, conservados como recuerdo ahora en los manigueteros
del paso de la Virgen de la Merced, comunidad monacal que acompañaba,
por un concierto con la hermandad de 1579, su estación penitencial,
que por aquellas fechas tenía lugar en la madrugada del Viernes
Santo o en la noche del Jueves Santo.
El escultor, ya anciano, es representado sentado
en un sillón frailuno, con las manos entrelazadas en actitud orante,
con la mirada fija en el Nazareno de Pasión, está flanqueado por
un grupo de personajes que abarcan desde la joven doncella acompañada
de su ama hasta un grupo de fieros caballeros de poblados bigotes con
espadas al cinto, golillas y botas altas, descubiertos los sombreros
al paso de la procesión aunque con rostros devotos, quizá
impresionados por el sonido de los latigazos de los flagelantes
descalzos, con sus espaldas ensangrentadas.
23 diciembre, 2019
Una Puerta para nacer.
Teniendo en cuenta las fechas
en las que nos encontramos, hemos decidido en aquesta ocasión que sería bonito dar
pormenores sobre algo que en estos días se visita, se contempla y se
disfruta, tanto por niños, como por mayores: nos referimos a los
tradicionales Nacimientos o Belenes, que se instalan por
instituciones, hermandades, asociaciones o entidades con el fin de
recrear, con mayor o menor fortuna, el entorno de esa Belén de Judea
donde nació Jesús de Nazaret.
Líbrenos Dios hablar de ríos de papel de plata, figuras de animales del
más diverso pelaje o pastores y reyes encaminados al pesebre, aunque
desde luego vaya desde aquí nuestro más sincero homenaje hacia esas
personas que durante los meses previos a la Navidad se desviven en el
montaje de sus Belenes, y que luego los muestran y comparten con
amigos e invitados.
Vamos
a hablar, pues, de uno de los Nacimientos más antiguos de
Sevilla, si no el que más, y que ha dado nombre incluso a una de la
puerta de la catedral hispalense, aunque esa puerta, por la que
entran las cofradías en las jornadas de Semana Santa sea nombrada
con otro nombre.
Pero
vayamos por partes.
A
comienzos del siglo XV, los canónigos de la Catedral, un poco
cansados de mantener en pie la primitiva mezquita mayor musulmana
convertida en primer templo de la ciudad desde 1248, acometieron la
fabulosa tarea de realizar una nueva catedral, tan imponente, que
según se decía entonces, los canónigos formularon una frase que
pasaría a la historia: «Hagamos una iglesia tan hermosa y tan
grandiosa que los que la vieren labrada nos tengan por locos».
Las
obras, al parecer, arrancaron en 1434 por lo que serían los pies del
templo, esto es, la zona contraria al altar mayor, lo que ahora es el
testero correspondiente la actual Avenida de la Constitución, y
fueron desarrollándose con lentitud, derribando zonas constructivas
de la etapa almohade/cristiana y levantando elementos góticos. La
llamada “piedra postrera” sobre el cimborrio se colocará el 10
de octubre de 1506, aunque los trabajos seguirían. Vamos, que 72 años dieron para mucho.
Como
buena catedral, necesitaba puertas (“postigos”) de acceso, y por
tanto no es de extrañar que en el plano original, reencontrada una
copia suya en el convento de bidaurreta en Oñate (Guipúzcoa),
aparecieran. El edificio proyectado, aún sin cuantificar sus
dimensiones, era colosal: 5 naves con 32 pilares exentos, 22 unidos a
estribos, 4 pilastras, 9 puertas y un total de 20 capillas laterales,
se da la curiosidad de que la catedral de Sevilla y la de México son
las dos únicas en el mundo que poseen dos puertas en sus cabeceras.
Y
ya que hablamos de puertas... como ven, corremos el riesgo
de siempre, el de irnos por las ramas y no centrar el tema. Lo
retomamos, pues, si les parece.
Mencionábamos
la fachada del lado Este de la catedral en la que destacan las
portadas del Bautismo y de la Asunción, puerta ésta que solo se
abre en ocasiones excepcionales, como la llegada de un nuevo prelado
a la sede hispalense. La tercera puerta, la que nos interesa, se
sitúa en el extremo más próximo a la Puerta de Jerez, casi en la
esquina con la calle Fray Ceferino González, muy cerca, por tanto,
de la antigua Lonja de Mercaderes o actual Archivo de Indias.
Desde
siempre se la ha llamado “de San Miguel”, pero ¿por qué?
Pues porque enfrente, se hallaba el llamado Colegio de San Miguel,
propiedad de la Catedral y en el que estudiaban los niños (unos 40)
que luego pasarían a forma parte del personal subalterno del primer
templo de la ciudad como sacristanes, peones o intregados en la
escolanía o de los propios Seises bajo la supervisión del Maestro
de Capilla. Andando los siglos el colegio desaparecería y se
construiría el moderno edificion de la plaza del cabildo (donde
venden sellos y monedas en las mañanas dominicales), quedando como
recuerdo de aquella antigua etapa la portada de estilo gótico
mudéjar que da a la propia Avenida de la Constitución.
Al
lado de la puerta propiamente dicha, aparece una lápida que indica
que nos encontramos en el “Quartel A, Barrio 1, Manzana 13”,
resto de la organización urbana que realizó allá por 1769 el
Asistente Pablo de Olavide. Y justo delante, seguimos con detalles,
hay en el suelo una inscripción que recuerda que allí arranca ni
más ni menos que el camino jacobeo, el camino para los que
peregrinen desde Sevilla a Santiago de Compostela.
En
la portada del Nacimiento, como pueden imaginar los oyentes, se
desarrolla el comienzo del Nuevo Testamento, escrito por los cuatro
evangelistas, y la difusión del mensaje cristiano junto con los
orígenes de la Iglesia hispánica, representada por el primer obispo de Sevilla, San
Laureano y el mártir San Hermenegildo.
Es
curioso, pero en este caso la parte escultórica más
antigua son los altorrelieves en piedra que rodean los tímpanos y
que se ejecutaron a mediados del siglo XV en sincronía con la
decoración arquitectónica realizada por los entalladores; la
calidad de la piedra dificultó su calidad plástica pero son obras
de bastante interés.
Los
siete profetas y el ángel de la portada del Bautismo fueron
realizados en 1449 y presentan una talla más detallista, más trabajada y unos rasgos formales diferentes a los ángeles de la
portada del Nacimiento. En esta última, seguimos a la profesora
Teresa Laguna, los paños de las figuras son menos angulosos, los
rasgos faciales más inflamados y los cabellos tienen distinto
volumen; responden claramente a la obra de un escultor distinto que
trabajaría inmediatamente después.
¿Un escultor distinto? En 1804 Ceán Bermúdez las atribuyó a Lope Marín, escultor
de la primera mitad del sigloXVI, y su opinión fue compartida por
posteriormente hasta que Francisco Tubino en 1877 hizo una leve
referencia al trabajo de Mercadante de Bretaña. Pocos años después,
un viejo conocido de este programa, José Gestoso, alcanzó a leer
las dos cartelas de los profetas de la portada del Bautismo y señaló
el trabajo de Pedro Millán al cual, por extensión, atribuyó
prácticamente la totalidad de las imágenes de estas dos portadas
occidentales.
Sin
embargo, en 1911, será el eminente historiador granadino Manuel Gómez Moreno quien llame la atención de manera irrefutable sobre el carácter flamenco de dichas esculturas y las relacione con un
sepulcro conservado en la propia catedral: el del Cardenal Cervantes, firmado por Mercadante de Bretaña. Su acertada teoría fue aceptada por otro gran investigador (en este caso nacido en Valverde del Camino)
Diego Angulo y la mantienen todos los historiadores desde entonces.
¿Cómo
llegan las formas artísticas flamencas a Sevilla? Se constatan, poco
a poco, a partir del segundo tercio del siglo XV, y en escultura está
relacionada documentalmente con la llegada de Lorenzo Mercadante de
Bretaña para realizar, a requerimiento del Cabildo, el sepulcro de
Don Juan de Cervantes, cardenal de Ostia y uno de los prelados más
influyentes de este período, que fue arzobispo de esta diócesis
desde 1449 hasta su fallecimiento. La
figura del cardenal y la importancia del encargo hicieron necesaria
la presencia en esta ciudad de un escultor de reconocido prestigio, y
cuatro meses más tarde «Maestre Lorenço, mercader imaginero»
llegó a Sevilla y percibió seiscientos maravedíes por su viaje
desde Francia; a finales de 1454 tenía casi concluida la escultura
yacente del prelado y había realizado para la Catedral una escultura
en alabastro de la Virgen. En el sepulcro, tallado en alabastro entre
1454 y 1458 para la capilla de San Hermenegildo, contrastó con
acusado realismo los rasgos del prelado con la riqueza plástica de
sus vestiduras litúrgicas y en el túmulo confirió un tratamiento
flamenco no sólo a las imágenes sino incluso a los ciervos de los
escudos; es la única obra que firmó y por su calidad destaca entre
la escultura funeraria contemporánea.
Tenemos,
pues, Antonio, a un escultor de primera linea como Mercadante y un
material quizá no tan manejable o noble como el barro, pero el
resultado constituye una escena fundamental para entender la
Natividad en Sevilla.
En
el centro, figura central, está el Niño, dejado sobre las pajas, y
sobre él un coro de ángeles que cantan gozosos su nacimiento. Las
figuras de la Virgen y San José, vestidos de traje de época del
artista, están en actitud de adoración, con manos orantes. Detrás de la Virgen surgen las cabezas del buey y la mula,
asomadas desde el establo para completar el misterio. Y detrás de
San José, una pastora con regalos para el recién nacido. Sobre las
figuras, unos tejadillos góticos ponen un signo de acogida y
recogimiento a la escena. A los dos lados, unos pastores que reciben
con gozo el anuncio del ángel, en un relieve menos marcados, y una
vista de Belén, esto alarga la escena central hacia dentro, dándole
una mayor profundidad.
Esta figura de la pastora, escribe el padre jesuita García Gutiérrez, es de lo más interesante del arte gótico, en que ya se manifiestan abiertamente los sentimientos al exterior: la pastora ríe de alegría, mientras mira a la escena de la Sagrada Familia. La risa abierta aparece algunas veces como un gesto de la maestría a que ha llegado la escultura gótica. Igual puede verse en el rostro del Profeta Daniel, en el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela. Esta manifestación abierta de los sentimientos indica una alta perfección en el arte, que con más facilidad, y anterior en el tiempo, muestra la pena que el gozo de la escultura.
Terminamos nuestro pliego navideño, no sin antes desear a quienes lo leyeran unas Felices Pascuas y que el Niño Dios nos colme de bendiciones.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)