Celebróse la festividad del Corpus en aquesta Ciudad, y como lo es de uso y tradición, fue día de grande fiesta el del pasado Jueves. Vistió la vieja Hispalis sus mejores galas y colocóse excelso ropaje, abundando colgaduras y gallardetes y no escatimando esfuerzos a la hora de ornar sus calles con bellos altares y alfombrarlas con romero y juncia, cosa esta última que en mi época hacíase por evidente necesidad para que su olor tapase las inmundicias y basuras que se acumulaban en no pocas zonas del recorrido. Ni que decir tiene que devotamente acompañamos a Su Divina Majestad portando hacha de cera tiniebla, encuadrado en filas de fervorosa Hermandad y sobrellevando, a la manera de Job, agobiante calor, acuciado aún más por falta de sombra, pues toldos y velas no estaban dispuestos para cubrir itinerario en su totalidad.
La mole argéntea de Arfe prendió los corazones de muchos portando en su cúspide al Santísimo Sacramento, yendo escoltada la dicha Custodia por la milicia y seguida por el titular de la Archidiócesis. Llamónos en demasía la atención que el pueblo vitorease a sus municipales regidores, sobre todo tras haber ganado honrosamente tras los comicios últimos y haber por delante no pocos sinsabores.
Item más, reparamos en cómo abundaron en el cortejo corporaciones, cofradías, hermandades, órdenes religiosas, clero secular y hasta personas que por su atavío más parecían sacados de mis años que los de ahora. Sin embargo, echamos en falta Tarasca, cabezudos y danzantes, excepción hecha de los niños llamados Seises, como también extrañamos la ausencia de gremios y corporaciones, siempre llamados rivalizar por su orden, por el color de sus estandartes, por sus atavíos y por lo llamativo de sus carros o arcos con los que solían concurrir a dicha Fiesta.
Si aquestos gremios concentrábanse en adarves, plazas o callejas, cosa también común en mi época era que los naturales de cada país o nación agrupáranse en vías de las más preeminentes de la ciudad, pues quedando así reunidos mantenían no poco su estado y de mayor protección gozaban.
No en vano, poseían los germanos buen puñado de casas cabe la Catedral, en la collación del Sagrario, los genoveses poseían calle con el nombre de su origen, así como catalanes, gallegos, genoveses, vizcaínos y hasta originarios de Piacenza, en la lejana Italia.
Todos ellos gozaban de no pocos beneficios y franquías, y puede decirse, sin menoscabo de mendacidad, que eran gente industriosa y sagaz, dada a negocios y tenida por respetable.
Me narran que en estas calendas son agora naturales de nación asiática, oriundos de la patria del Sol Naciente, quienes, “velis nolis”, ha sentado plaza y creado emporio comercial, que venden a precio ajustado y que no reparan en horas para engrandecer su comercio; que en sus almacenes se encuentra de todo y que en cada collación tienen asiento, renunciado a agruparse en barrio o adarve; que son gente afable y benévola, aunque no falte quien diga que hacen severo perjuicio.
Justo nos paresce, por ende, que acudiesen con su pendón al Corpus, y que ocupasen su lugar por antigüedad, mas me dicen que profesan extraña religión ajena a la cristiana, y cosa sorprendente habría constituido su presencia en la antedicha procesión.