24 febrero, 2020

Mercado, Cárcel, Convento...


  

      En esta ocasión, y como está próximo a celebrarse el via crucis cuaresmal del consejo de cofradías, este año presidido por el Señor de la Salud de la hermandad de los Gitanos, vamos a centrarnos en un convento desaparecido y que albergó a esta corporación durante ochenta años. Poco, muy poco ha llegado hasta nosotros de este convento masculino, pues sus bienes fueron incautados, como veremos, y el edificio en parte derribado y en parte transformado, como veremos también. Sin embargo, si cualquier día accedemos al Museo de Bellas Artes de nuestra ciudad, como por ejemplo, para admirar la gran exposición sobre Martínez Montañés, comprobaremos que en dicho museo se cobijan elementos que provienen de este cenobio masculino, nos referimos, en concreto, a los azulejos que adornan su vestíbulo o algún otro elemento que comentaremos. 

     Algún avispado oyente ya sabrá por dónde van en esta ocasión las pesquisas de nuestro numerosísimo equipo de archiveros, documentalistas y bibliotecarios; efectivamente, se trata del antiguo Convento del Pópulo, fundado en 1625 en pleno barrio del Arenal. Por un momento, viajemos en el tiempo y acerquémonos a aquel lugar, por aquel entonces bastante peligroso y nada recomendable, extramuros, y que al decir de las crónicas estaba necesitado de “saneamiento” en tres órdenes, urbanístico, humano y espiritual, por estar “sujeto a muchas inquietudes, y asistir de ordinario por el comercio del río mucha gente vagabunda y del mal vivir como se ha experimentado”, donde de ordinario se producían “pendencias y no pocas muertes violentas”. 

    Como suponíamos, esta zona de Sevilla, fuera de las murallas, entre las Puertas de Triana y del Arenal, lo que ahora sería más o menos el Paseo de Colón, estaba casi desierta, alejada del bullicio del centro histórico. En este sector, tres padres agustinos recoletos o descalzos serán los fundadores de un convento, en principio modesto y humilde, erigido en honor a Santa Mónica, la madre de San Agustín.

            El nombre del Pópulo será agregado por culpa de un cuadro flotante, una pintura con vocación “marinera”, por así decirlo. No, no te extrañes, Antonio, lo explicamos con más precisión: en una vivienda de la cercana calle Harinas vivía Antonio Pérez, barcelonés de nacimiento por más señas, casado con la sevillana Antonia de Villafañe, ambos fervorosos devotos de la Virgen María en su advocación romana del Pópulo, de ahí que en el portal de su casa estuviera colocado un lienzo con dicha imagen mariana y sus correspondientes candelas que era encendidas puntualmente cada noche para iluminar con fervor dicha pintura y también, por qué no, alumbrar esa zona de la calle.

Cuadro de la Virgen del Pópulo en la Parroquia de la Magdalena y restaurado en 2014
             Justo un año después de la fundación del convento, llegó el llamado “año del diluvio”. Furiosos temporales asolaron la ciudad. Las aguas se desbordaron en el Guadalquivir. Las inundaciones, gravísimas, anegaron todo el Arenal, alcanzando a la propia calle Harinas y amenazando con rebasar el nivel donde estaba la Virgen del Pópulo, cosa que efectivamente sucedió y, oh prodigio, el cuadro se mantuvo flotando sobre las aguas con las dos lamparillas que lo iluminaban encendidas, sin que nunca se agotasen. Así estuvo durante tres días, casi nada, siendo testigos muchos vecinos quienes presenciaron este hecho y lo juzgaron como milagroso. 

            Cuando el peligro pasó y las aguas descendieron, el cuadro fue recogido y se decidió que éste debería estar en una iglesia y no en una casa particular. De este modo, se acordó que la suerte elegiría el lugar sagrado donde debería ubicarse, se prepararon papelitos con nombres de todos los conventos sevillanos y la mano inocente de un niño extrajo tres veces la papeleta con el nombre del convento de los Agustinos Recoletos. Una vez ubicado allí continuaron los milagros que atraerían a muchos devotos al convento y que extenderían su devoción.

Con gran alegría y “gozo espiritual” recibió la comunidad agustiniana la imagen del Pópulo, colocándola en el altar mayor, donde comenzó a ser venerada y a “resplandecer con muchos milagros”. No solo los religiosos sino los devotos de la Virgen María, patrona y protectora del convento y de los sevillanos, plantearon la conveniencia de levantar un nuevo cenobio e iglesia donde pudiese ser venerado el milagroso icono.

En 1637 el cabildo aprobó la ubicación del lugar, frente al río Guadalquivir, en su margen izquierda, y entre la Puerta del Arenal y la de Triana, denominado “de las eneas”, porque allí crecían con abundancia, extramuros de la ciudad, en lugar semidespoblado y vinculado “a gentes de mal vivir”. En torno a la fundación agustina, crecerá, no es de extrañar, el llamado arrabal de la Cestería. 

La construcción no tardó en ponerse en marcha, pues, constando de acceso a través de un porche, con su portería, varios patios o claustros, celdas ubicadas en dos plantas con mayor o menor luminosidad según la zona, enfermería, huerta, en fin, las diferentes dependencias habituales en este tipo de conventos, sin olvidar la amplia sacristía, cocinas, refectorio y demás estancias. De este modo, con el tiempo, el convento del Pópulo llegó a sobresalir por su tamaño entre el caserío de la zona y quedó convertido en noviciado y punto de salida para no pocos misioneros que embarcaban en el cercano puerto rumbo a Indias o el Pacífico, llegando a convivir entre sus muros más de cincuenta religiosos. 

La llegada de la Peste de 1649 afectará profundamente a la comunidad agustina, que se volcará en el socorro espiritual de los contagiados, falleciendo treinta religiosos y cinco sirvientes y dará lugar a un nuevo hecho milagroso, centrado en Fray Luis de San Agustín, natural de Guadalajara, gran devoto de la Virgen del Pópulo y que cuando enfermó dos veces por la epidemia, fue pagado por esta “Divina Señora” con una curación milagrosa, “en premio de su devoción”.

Área ocupada por el Convento del Pópulo según el Plano de Olavide de 1771.
 Construida en ladrillo, la iglesia constaba de planta rectangular, tres naves, crucero con media naranja, techumbre de bovedilla en cuyo encabezado estaba el retablo mayor, y dos capillas laterales. Su piso estaba baldosado de losetas de Génova azules y blancas. Ni que decir tiene que en el altar mayor recibía culto la famosa imagen de la Virgen que daba nombre al convento. La iglesia se dotaba también de una airosa espadaña con campanario. 

Hemos dejado para el final la fachada de la iglesia. ¿recuerdan los oyentes el aspecto de la fachada de la iglesia del Señor San Jorge o, lo que es lo mismo, la Santa Caridad? En efecto, se trata de una fachada decorada con paneles de azulejería y este sería el aspecto que presentaría la del Pópulo, dato contrastado gracias a crónicas de la época y a un grabado de Pedro Tortolero de 1729 que muestra el Arenal durante la triunfal entrada en sevilla del monarca Felipe V.


 La ubicación del convento desde luego no facilitaba las cosas, porque las frecuentes crecidas del río obligaban a realizar constantes obras de reparación, en algunos casos el agua alcanzaba cotas elevadas y la comunidad tenía que tomar la decisión de abandonar momentáneamente los muros del Pópulo, mientras los vecinos acudían a implorar de la Virgen del Pópulo para que las aguas bajasen. 

            La Desamortización de Mendizábal terminó con la vida monástica y con los bienes del Pópulo repartidos por diversas iglesias, como el órgano, que se halla en San Bartolomé o el retablo de Santa Rita o el mismo lienzo de la Virgen del Pópulo, ambos en la parroquial de la Magdalena. El 3 de julio de 1837, 500 presos abandonaban la ruinosa Cárcel Real de la calle Sierpes y eran internados en la nueva Prisión del Pópulo.


En 1843 la iglesia fue derribada, “dejándola hecha solar”, y consultando la necesidad de realizar en despoblado las ejecuciones capitales, se resolvió labrar en el muro zaguero del edificio una espaciosa azotea, en donde se cumplieran las sentencias de muerte en garrote; librando a los reos de ese doloroso tránsito de la cárcel al patíbulo por entre la curiosa multitud, y evitando con esto escenas repugnantes y propias a muchos desórdenes”.

Los paneles de azulejos de la mencionada fachada, por fortuna, han sobrevivido. San Agustín, Santa Clara Montefalco, Santa Mónica o San Gelasio, nos dan la bienvenida al entrar en el Museo de Bellas Artes, ya que terminaron colocados allí tras la Desamortización de Mendizábal, y la Virgen del Pópulo, en azulejos polícromos, preside el llamado patio de los bojes de la mencionada pinacoteca.


Al convento, como vemos, le aguardaba un destino como prisión provincial hasta al menos 1933. Tras sus muros los presos aguardaban cada mañana de Viernes Santo el momento del paso de la Esperanza de Triana tras los barrotes, cuando las saetas y las súplicas llenaban el aire e incluso inspiraron una marcha: “Soleá dame la mano”. Finalmente, la Prisión del Pópulo será historia desde el 14 de septiembre de 1935, cuando todo el edificio quede convertido en un solar y posteriormente en Mercado de Entradores. Pero esa, esa, esa ya es otra historia…

03 febrero, 2020

Va de pozos...


   

Rebuscando posibles temas para esta sección, nuestro habitual equipo de documentalistas, archiveros y bibliotecarios nos alertó de la inexistencia de una reseña acerca de los diferentes Pozos erigidos en Sevilla en general y pertenecientes a calles o conventos en particular. Comenzaremos, pues, por uno bastante conocido, y que es hasta "Santo":

 

   El azulejo que preside dicho lugar es bastante elocuente, en él se nos cuenta que se fundó como Fraternidad Franciscana para mujeres impedidas en 1666 por las madres beatas de la Orden tercera de San Francisco Marta de Jesús y Beatriz de la Concepción; y así debió ser, pues María del Carmen Giménez, profesora del Departamento de Historia Contemporánea de la Hispalense, cuenta que el día 5 de enero, víspera de la Festividad de la Epifanía, del año ya comentado, arribaba a nuestra ciudad la religiosa franciscana Beatriz Jerónima de la Concepción, comisionada por su superiora para lograr limosnas con que constituir un Hospital de convalecientes en el salmantino pueblo de Cabrilla.


   Pero como el hombre propone y Dios dispone, coincidiendo con que religioso dominico Fray Gonzalo de Morales, confesor de la madre Beatriz, aconsejó a ésta la creación en Sevilla de otro instituto benéfico ella misma enfermó, lo que la movió a crear precisamente ese Hospital para ella misma y otras mujeres desvalidas. No quedó ahí la cosa, pues la mismísima Superiora, Marta de Jesús Carrillo, no sólo concedió su beneplácito, sino que viajo ella misma a Sevilla para ayudar a su compañera en el fin común que ambas se habían planteado: fundar un Hospital destinado a la asistencia de mujeres impedidas en cama o ciegas.

   Entra en escena otra mujer, Doña Ana Trujillo, quien determinó proveer el terreno para el hospital que, al mismo tiempo, hizo donación de tres camas  y de un cuadro que representaba a Cristo resucitado y a San Francisco y Santa Teresa. Esta primera casa estaba situada en la calle de la Venera, actual José Gestoso

   Con dichos elementos y la limosna de 50 reales que dio el doctor en Teología Melchor de Escuda, Obispo de Bizerta, se creó esta benéfica institución bajo el título de “Hospital del Santísimo Cristo de los Dolores o del Buen Pastor”. Tres años después, la misma señora Trujillo compró en la plaza del Pozo Santo el sitio en que hoy se alza el Hospital. Fallecida la madre Beatriz, su compañera Marta de Jesús, sola, procuró completar la fundación formando la Comunidad, trazando sus reglas, que fueron aprobadas por el Arzobispo Espínola y activando la terminación de las enfermerías e iglesia. La iglesia fue abierta el 18 de enero de 1682 y bendecida el 4 de febrero de 1686 por el prelado Jaime de Palafox y Cardona.



   Hasta aquí los comienzos de esta benéfica institución, siempre digna de encomio por su meritoria labor, pero, ¿Por qué el nombre de “Pozo Santo”? ¿Existió un pozo en la zona? ¿Por qué se “canonizó”? Un azulejo, realizado por Luis Maroto de Guzmán en 1916 y colocado en ese año en el zaguán del actual Comedor de San Juan de Dios, en la frontera calle Misericordia, nos recuerda un suceso o leyenda acaecida no se sabe bien cuándo. Luis de Peraza, en su Historia de Sevilla, escrita en torno a 1535-1536 según el profesor Morales Padrón, nos lo cuenta de esta manera, reproduciento por nuestra parte el texto tal cual:

    “Otras algunas cosas hai en la real cibdad Sevilla, cuyos nombres, aunque usamos, por no saber las causas dellos, nos ponen admiración, y combidan a nuestros ánimos a que lo preguntemos. Es el primero el Varrio del Pozo Santo, al qual hombres mui antiguos, dignos de fee, llaman así; y preguntándoles yo a algunos dellos la causa, responden, en el tiempo pasado haver allí enmedio de aquella plaza, haver sido un pozo común, del qual se servía en sus necesidades todo aquél varrio, y cayendo un niño en él, súbitamente subió el agua hasta arriba hasta lanzar al niño y ponerlo sin ninguna lisión en tierra. Por esto fue aquel pozo luego aplicado a la confiscación y tapado por que más no se aprovechasen dél en usos profanos, y su nombre de Santo Pozo se ha quedado así.”


   Curiosamente, en 1832, el investigador González de León, al describir la Plaza del Pozo Santo, también aludía al mencionado hecho milagroso, ampliado la información:

   “En este sitio estaba una pintura de Nuestra Señora y al pie un pozo público en el cual por descuido casual cayó un niño y o el mismo clamó, ó sus padres lo encomendaron á la Señora en aquella pintura, y continuando en su oración vieron que las aguas del pozo subían con el niño hasta llegarlo al brocal donde sus padres lo recogieron salvo y sano. Esto movió á los cofrades del antigüo é inmediato hospital de la Misericordia á que llevasen la citada imágen dentro de su iglesia y la colocasen en su altar mayor pintando el milagro en el mismo cuadro, y levantando sobre el pozo una cruz y cercándola de rejas co-mo existe, dejando á la posteridad el nombre del pozo Santo para eterna memoria del milagro. Este nombre de Santo se le dió al pozo, y del pozo Santo tomó el nombre la pla-za, y despues el hospital qjae se fundó en ella. (…) El sitado pozo está cubierto, y en la octava de la Asunción de Nuestra Señora lo abren y se veven sus aguas, sin que en la plaza halla nada mas que observar; la cual es pequeña y está á la salida de la calle de la Misericordia.”

 

   Nada se sabe de la pintura que alude González de León, aunque curiosamente se conserva en la Sacristía de los Cálices de la Catedral un lienzo llamado La Virgen del Valle o del Pozo Santo, atribuida a Alonso Vázquez en el último cuarto del siglo XVI.


   Otro apunte con un pozo como protagonista, un suceso narrado por también por Don Félix González de León: se cuenta que en 1403 ocurrió célebre milagro que hizo, se supone, la Virgen María a través de una imagen suya propiedad de una señora natural de Écija. Todo estriba en que al parecer el hijo de esta ecijana cayó al pozo de su vivienda en un descuido y las aguas se levantaron hasta el brocal, echando fuera al niño en presencia, se dice, de innumerables testigos. Este milagro conmovió tanto a la piadosa mujer que con sus donatviso fundó un convento de monjas Dominicas con la advocación del Valle, pensamos que por tratarse de la Virgen patrona de Écija. 

Pozo hallado y expuesto en la Sala de Recuerdos

    Con el tiempo ese Convento del Valle ha quedado ahora convertido en el Santuario de la Hermandad de los Gitanos, quien conserva junto al templo, en la zona de la tienda de recuerdos, un brocal de pozo de bastante antiguedad, ¿Será el pozo que dio origen a la leyenda milagrosa? 



   Tampoco podemos olvidar que un tramo de la calle Feria, donde estaban radicados los pertenecientes al Gremio de Carpinteros, se llamó en el siglo XVI Pozo de los Hurones, en alusión a estos animales, criados al parecer para ser utilizados sobre todo para la caza de conejos. 

   Y por último, un pozo en pleno centro histórico: el del Compás del Antiguo Convento de la Paz, ahora sede de la Hermandad de la Sagrada Mortaja; un pozo del cuál nos cuentan que hasta los años 50 o 60 sirvió para proporcionar agua a los vecinos del patio en tiempos de sequía... 



Terminamos, pues, y aprovechamos para dejar un refrán castellano apopiado para estas letras: "Dios te dé salud y gozo y casa con corral y pozo."


29 enero, 2020

Dos mujeres para un 30 de enero.




  Mañana jueves, día trigésimo del mes primero del año, habrían cumplido años dos figuras femeninas fundamentales para comprender las primeras décadas del siglo XX en Sevilla. 

   Una, nacida entre algodones, sabrá de primera mano de una vida repleta de lujos, de sirvientes, propia de quien proviene de una estirpe real y de alta cuna; María Luisa, que así se llama, es hija un Rey al que apelaron el Deseado, aunque luego las cañas se volvieran lanzas y el Séptimo de los Fernandos fuera un monarca entregado a deshacer la labor de los liberales y empeñado en hacer regresar el Antiguo Régimen; será hermana, por tanto, de una reina, Isabel II y, andando los años, madre de otra.

   La otra mujer, Ángela, llega al mundo 14 años después y lo hace en la plaza de Santa Lucía, en una casita pequeña, en el seno de una familia humilde, muy humilde, la del padre cocinero de los trinitarios y la madre lavandera, la de 14 hermanos de los que sobreviven 6, la de la familia que lucha a diario por sobrevivir llevándose un trozo de pan a la boca, reflejo absoluto de las condiciones de vida de aquellos años complicados para las clases bajas.

   María Luisa, el mismo año que nace Ángela, contraerá matrimonio con un prometedor miembro de la aristocracia francesa, conspirador y aficionado al buen vivir: Antonio de Orleans. Obsesionado con la corona española, acechará constantemente a Isabel II e incluso, tras abandonar París y residir en Madrid y Sevilla, esperará cosechar fruto de sus cabildeos cuando su cuñada sea derrocada en 1868 por la Revolución de la Gloriosa.


   Por aquellos años, Ángela es ya una joven zapatera experta en un oficio en el que comenzó con apenas 14 años, tras el fallecimiento de su padre. En el taller de Maldonado, donde trabaja, pronto notarán que ni como aprendiz ni como oficiala es una empleada cualquiera: busca momentos para la oración, se preocupa por los pobres, como en la epidemia de Cólera y se concentra en penitencias y súplicas. Su maestra, consciente de la bondad de la joven, la orienta y la pone en contacto con un sacerdote: el padre Torres Padilla.

   En 1870 María Luisa de Borbón y su esposo ven como sus posibilidades al trono se esfuman. ¿La razón? En paraje cercano a Leganés, Antonio de Orleans mata en duelo al infante Don Enrique, de este modo, será Amadeo de Saboya el elegido para ostentar la corona en unos tiempos revueltos políticamente hablando, en los que los generales, “los espadones”, tienen mando y plaza. Malos tiempos para una familia de estirpe que residirá en el sevillano Palacio de San Telmo, antigua escuela de navegantes, donde crecerá “como una rosa” (decía la copla) María de las Mercedes de Orleans y Borbón.

   También en 1870, Ángela Guerrero ha sufrido una decepción. Convencida de su vocación religiosa, ha decidido ingresar como novicia, pero tanto las Carmelitas Descalzas como las Hijas de la Caridad intentan hacerle ver que no está hecha ni para el coro o el claustro ni para el cuidado de los desfavorecidos y las privaciones. No obstante, la joven sigue pensando por aquel entonces que está llamada a hacer algo con su vida y la de su prójimo. A partir de ese momento, animada por el Padre Terres, Ángela se concentra en preparar con minuciosidad su proyecto, la idea de constituir una comunidad en la que todo gire en torno a la oración y a la atención a los pobres. Horarios, limosnas, penitencias, comidas, ajuar, nada queda a la improvisación. Poco a poco, se acerca el momento.

   En 1875 regresa a España Alfonso XII como rey. La Restauración de la Monarquía Borbónica sacará a la luz un noviazgo oculto: el de la hija de María Luisa con el propio rey. Será un matrimonio por amor que llenará de alegría al país y cimentará la leyenda de una pareja. Ese mismo año, al fin, Ángela arranca con su proyecto: junto a otras tres jóvenes compañeras acude al Monasterio de Santa Paula para consagrarse por entero a una vida de humillación y sacrificio. Un humilde cuarto alquilado con derecho a cocina en la calle San Luis será el primer convento de la Compañía de las Hermanas de la Cruz. La primera jornada transcurre con tanta entrega a los demás que las cuatro religiosas se olvidan de guisar y duermen sin comer, aunque felices.

   En 1878, con la Institución en plena expansión, fallecerá el Padre Torres, un duro golpe para las hermanas de la cruz en general y para Sor Ángela en particular; también, en ese mismo año, María Luisa de Borbón pasa de la alegría al llanto: de la boda de su hija con Alfonso XIII a verla fallecida por el tifus apenas cinco meses después, contando apenas 18 años. El negro del luto de la corte madrileña casi es idéntico al negro de los velos de las hermanas de la cruz.

   En 1890 fallece el marido de María Luisa de Borbón, “Don Antonio el Naranjero”, apodo con que se le conocía en Sevilla habida cuenta que solía vender los frutos de sus naranjos, cuando la nobleza de la época solía regalar esas naranjas al pueblo, ¿Un poco tacaño? Quizás. La tuberculosis se había cebado con parte de los hijos del matrimonio, de hecho solo unos pocos sobrevivirán al siglo XIX. No queda nada ya de esa “Corte Chica” de San Telmo, a la que acudía lo mejor de la sociedad sevillana, junto con pintores, escritores y demás artistas de la época. La Viuda de Orleans dejará pasar los años a orillas del Guadalquivir, bien en Sevilla, bien en las propiedades familiares de Sanlúcar de Barrameda.

   Una figura une al fin a ambas mujeres: el sacerdote José Rodríguez Soto, a la sazón Capellán Real y Confesor de María Luisa de Borbón. Él será quien le hable de las Hermanas de la Cruz y de su labor, quedando profundamente impresionada por el compromiso y el testimonio de las religiosas. Nace así una vinculación entre San Telmo y la calle Alcázares, una vinculación que, como veremos, tendrá un epílogo significativo.

   Será en 1897. La Infanta María Luisa, la hija, hermana y madre de reyes de España, gran amiga de la escritora Fernán Caballero y de edad ya avanzada, enfermó gravemente en enero de ese año y falleció en su palacio sevillano el 2 de febrero, siendo su cadáver conducido al Panteón de Infantes del monasterio de El Escorial. Por expreso deseo suyo no fue embalsamada y fue amortajada descalza con el hábito de las Hermanas de la Cruz.

   Sor Ángela, tras unos años de profundización en su idea de la humildad absoluta como forma de vida, abandonará el cargo de Superiora en 1928 y fallecerá, víctima de un embolia cerebral, el 2 de marzo de 1932, constituyendo su muerte todo un acontecimiento de duelo para la ciudad que unió a gentes de la más variada condición e ideología. Tan es así, que el Ayuntamiento republicano del momento, por unanimidad acordará rotular como "Sor Ángela de la Cruz" la calle en la que se encuentra la Casa Madre de las Hermanas, llamada de Alcázares hasta entonces como dijimos. 


  No, no se nos olvida: fruto de su amor por Sevilla, en 1893 María Luisa de Borbón donará a la ciudad los jardines de su Palacio, que con el tiempo se convertirán en el Parque que llevará su nombre y que se verán decorados con una estatua suya realizada por Enrique Pérez Comendador en 1929, aunque la actual es una reproducción en bronce de la original realizada en pieda que se halla en Sanlúcar de Barrameda. Representada con mirada triste, porta una rosa en las manos, símbolo quizá de su hija fallecida prematuramente... 

 
   Hasta aquí la pequeña historia de dos mujeres que tuvieron a Sevilla como lugar común y que, desde ámbitos muy diferentes, acabaron conociéndose y cultivando cierto grado de amistad y admiración. 

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   Post Escriptum: aparte de estas dos preclaras mujeres, cada una en su estilo, el 30 de enero nació en 1970 alguien a quien apreciamos sinceramente y que cumple por tanto, 5 décadas de vida. Felicidades, compadre.  

13 enero, 2020

Los Turina y el Señor de Pasión

 


    Han pasado las Navidades y sin más, por así decirlo, ya estamos de nuevo metidos en el ciclo de cultos que las hermandades sevillanas dedican a sus titulares y que tendrá su máxima importancia cuando lleguemos a la cuaresma. Ya se ha celebrado el Quinario a Jesús del Gran Poder o el Tríduo, por ejemplo, a Nuestro P. Jesús Descendido de la Cruz, de la hermandad de la Sagrada Mortaja y en estos días fríos de enero son muchos los fieles y devotos que acuden a la Iglesia Colegial del Divino Salvador para venerar a Jesús de la Pasión durante la anual y solemne Novena que le dedica su Hermandad en cumplimiento de sus Reglas.

    Ya que hablamos de Pasión, como saben quienes leen estos pliego, se trata de una portentosa talla salida de las manos del insigne escultor Martínez Montañés, quien la realizó entre 1610 y 1615, ya que no se ha encontrado documento alguno al respecto, pero bastan las palabras de un fraile mercedario, contemporáneo del escultor, que dejó por escrito que el Nazareno de Pasión «…es obra de aquel insigne maestro Juan Martínez Montañés, asombro de los siglos presentes y admiración de los por venir…». Por su parte, el pintor y tratadista Antonio Palomino, engrandeció aún más la atribución a Montañés añadiendo según la leyenda que «…el mismo artífice, cuando sacaban esta sagrada imagen en la Semana Santa, salía a encontrarla por diferentes calles, diciendo que era imposible que él hubiese ejecutado tal portento»

    Muchos han sido los adjetivos y alabanzas dedicadas a esta portentosa talla barroca, llena de unción sagrada y de belleza difícil de superar. Hace poco la visitábamos en su capilla durante su Besapiés y quedamos sobrecogidos por la serena mansedumbre de su rostro y la magnífica talla de manos y pies, por no hablar de la elección de una túnica bordada, de las que somos partidarios, que dotaban a la imagen de un halo de majestuosidad impresionante.

     Se cuenta, como anécdota que en cierta ocasión acudió a orar ente el Señor de Pasión D. Antonio Despuig y Dameto quien ostentó el Arzobispado de Sevilla de Sevilla entre 1795 y 1799. Tras estar durante bastante tiempo rezando devotamente ante la Imagen, hizo el siguiente comentario para sorpresa de quienes le acompañaban: «Le noto un defecto…»; a lo que concluyó rotundo: «…le falta respirar».

    Tampoco podemos olvidar un apellido, vinculado a la Hermandad de Pasión, el de la familia Turina. El más famoso, lógicamente, es Joaquín Turina Pérez, músico y compositor, autor de obras tan destacables dentro del llamado nacionalismo musical como: La procesión del Rocío (1913), Danzas fantásticas (1919), Sinfonía sevillana (1920), Canto a Sevilla (1925) o La oración del torero (1926).



    Nos interesa destacar en este caso, ya que hablamos del Señor de Pasión, que Joaquín Turina fue hermano activo de la Hermandad y que le dedicó una Misa para Orquesta, una Marcha Fúnebre, innumerables coplas para los cultos y hasta un movimiento de su suite para piano “Por las calles de Sevilla” se titula “ante la Virgen de la Merced”.


     Pero en esta ocasión nos vamos a centrar en el “culpable” de esta predilección del músico hacia su Hermandad, nos referimos a su propio padre, Joaquín Turina y Areal.

    De ascendencia italiana, pasó a la historia de la pintura sevillana como uno de los últimos continuadores decimonónicos de las escenas costumbristas, sin que se conozca de manera precisa ni la mayor parte de su producción ni muchos pormenores de su biografía, debido a la escasa repercusión de su obra. Nacido en 1843, en 1882 contraerá matrimonio con Concepción Pérez, natural de Cantillana (Sevilla), viviendo ya entonces en la casa familiar de la entonces calle Ballestilla, actual Buiza y Mensaque, donde en el actual número 8 figuera una placa recordado que el 9 de diciembre de 1882 sucedió lo que más fama dio al pintor en toda su vida: el nacimiento de su hijo Joaquín, uno de los músicos españoles de mayor celebridad de su tiempo.
     Alumno, al parecer desde los nueve años, de la Escuela de Bellas Artes hispalense, De su producción más temprana se sabe que pintó obras devocionales y también pinturas de frutas y de flores.
     Siguiendo a Carlos G. Navarro, Técnico de Conservación de Pintura del Siglo XIX, Museo del Prado, Turina Padre participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881 con Los dos extremos, y acudió también a la Exposición de Chicago de 1893 con Desembarco de Colón en Palos a su regreso de América.
    Su labor fundamental consistió, durante toda su vida, en la producción de escenas de carácter costumbrista, tan arraigadas en Sevilla desde el romanticismo, con fines puramente comerciales e intenciones meramente decorativas. Se conocen también algunas otras pinturas teñidas de cierto carácter histórico –La ronda nocturna encontrando el cadáver de Escobedo o Un episodio de la sublevación cantonal en 1873– pero sobre todo centradas en aspectos anecdóticos y superficiales del pasado sevillano, como Martínez Montañés viendo salir la procesión de Jesús de Pasión (Sevilla, Hermandad de Pasión).


    La pintura, realizada en 1890, está depositada en la propia Hermandad de Pasión y dedicada por su autor en uno de sus extremos inferiores. Hay dos claros protagonistas en la escena, la obra y su autor. Y rodeando a ambos, toda una atmósfera costumbrista, reflejo de lo que el Abad Gordillo contaba sobre la cofradía en la calle cuando allá por el siglo XVII salía de la iglesia del convento casa grande de la Merced: 

     «salen muy bien compuestos y en mucho número los hermanos y cofrades de ella, y llevan primero su estandarte blanco con cruz carmesí y muy bien acompañados de luces. Va siguiendo la cruz de la parroquia y luego van todos los de la disciplina, seguidos unos de otros. Y en lo último de ella Nuestro Señor en andas sobre hombros de cofrades y hermanos de la cofradía con la Santa Cruz sobre sus hombros y Simón Cirineo que le ayuda.


Son ambas figuras muy proporcionadas a lo que representan y mueven mucho a devoción. Luego siguen los religiosos del Monasterio con sus candelas en las manos, y entre ellos, con la general inadvertencia, unos músicos de canto de órgano, cantando a voz en cuello las letanías… Luego vienen las santas imágenes de María Santísima y San Juan Evangelista que la acompaña, con muchas luces y hachas que llevan los cofrades y hermanos; y después los clérigos parroquiales por orden y mandado del Pontífice Romano…


Es una de las procesiones lucidas, quietas y pacíficas, porque como una de las primitivas y antiguas de la ciudad, no se gobierna del modo que las modernas o nuevas, que hay más regidores que cofrades, sino sólo con dos alcaldes, uno al principio de la procesión y otro al fin de ella, con que van bastantemente gobernados y regidos».


     Pero, ¿De qué iglesia sale la cofradía? En 1890 la Hermandad de Pasión ya radicaba en el Salvador tras un periplo por varios templos, ¿Es San Miguel, iglesia Mudejar derribada en 1868? ¿O pretende representar la Merced dándole esa apariencia falsamente mudéjar? Anacrónicamente, Joaquín turina situa como cirineo al popular “Mirabalcones” que la cofradía poseía desde “sólo” 1841 (vendido en 1951 a la Hermandad de Jesús Nazareno de Aguilar de la Frontera) al igual que parece reflejar las andas de carey y plata que se perdieron durante la invasión francesa y que algunos sostienen que están en el Louvre parisino. Llama la atención el escaso exorno floral y la exigua iluminación, cuatro faroles, reflejo quizá de cómo se disponían las andas procesionales en tiempos de Turina.

     Sigue al paso, portado a hombros por cofrades de penitente con antifaces morados, la comunidad de la Merced, con sus hábitos blancos, conservados como recuerdo ahora en los manigueteros del paso de la Virgen de la Merced, comunidad monacal que acompañaba, por un concierto con la hermandad de 1579, su estación penitencial, que por aquellas fechas tenía lugar en la madrugada del Viernes Santo o en la noche del Jueves Santo. 

     El escultor, ya anciano, es representado sentado en un sillón frailuno, con las manos entrelazadas en actitud orante, con la mirada fija en el Nazareno de Pasión, está flanqueado por un grupo de personajes que abarcan desde la joven doncella acompañada de su ama hasta un grupo de fieros caballeros de poblados bigotes con espadas al cinto, golillas y botas altas, descubiertos los sombreros al paso de la procesión aunque con rostros devotos, quizá impresionados por el sonido de los latigazos de los flagelantes descalzos, con sus espaldas ensangrentadas.

23 diciembre, 2019

Una Puerta para nacer.

    Teniendo en cuenta las fechas en las que nos encontramos, hemos decidido en aquesta ocasión que sería bonito dar pormenores sobre algo que en estos días se visita, se contempla y se disfruta, tanto por niños, como por mayores: nos referimos a los tradicionales Nacimientos o Belenes, que se instalan por instituciones, hermandades, asociaciones o entidades con el fin de recrear, con mayor o menor fortuna, el entorno de esa Belén de Judea donde nació Jesús de Nazaret. 
 
    Líbrenos Dios hablar de ríos de papel de plata, figuras de animales del más diverso pelaje o pastores y reyes encaminados al pesebre, aunque desde luego vaya desde aquí nuestro más sincero homenaje hacia esas personas que durante los meses previos a la Navidad se desviven en el montaje de sus Belenes, y que luego los muestran y comparten con amigos e invitados.


    Vamos a hablar, pues, de uno de los Nacimientos más antiguos de Sevilla, si no el que más, y que ha dado nombre incluso a una de la puerta de la catedral hispalense, aunque esa puerta, por la que entran las cofradías en las jornadas de Semana Santa sea nombrada con otro nombre.



    Pero vayamos por partes.



    A comienzos del siglo XV, los canónigos de la Catedral, un poco cansados de mantener en pie la primitiva mezquita mayor musulmana convertida en primer templo de la ciudad desde 1248, acometieron la fabulosa tarea de realizar una nueva catedral, tan imponente, que según se decía entonces, los canónigos formularon una frase que pasaría a la historia: «Hagamos una iglesia tan hermosa y tan grandiosa que los que la vieren labrada nos tengan por locos».



    Las obras, al parecer, arrancaron en 1434 por lo que serían los pies del templo, esto es, la zona contraria al altar mayor, lo que ahora es el testero correspondiente la actual Avenida de la Constitución, y fueron desarrollándose con lentitud, derribando zonas constructivas de la etapa almohade/cristiana y levantando elementos góticos. La llamada “piedra postrera” sobre el cimborrio se colocará el 10 de octubre de 1506, aunque los trabajos seguirían. Vamos, que 72 años dieron para mucho.



    Como buena catedral, necesitaba puertas (“postigos”) de acceso, y por tanto no es de extrañar que en el plano original, reencontrada una copia suya en el convento de bidaurreta en Oñate (Guipúzcoa), aparecieran. El edificio proyectado, aún sin cuantificar sus dimensiones, era colosal: 5 naves con 32 pilares exentos, 22 unidos a estribos, 4 pilastras, 9 puertas y un total de 20 capillas laterales, se da la curiosidad de que la catedral de Sevilla y la de México son las dos únicas en el mundo que poseen dos puertas en sus cabeceras.



     Y ya que hablamos de puertas... como ven, corremos el riesgo de siempre, el de irnos por las ramas y no centrar el tema. Lo retomamos, pues, si les parece.



    Mencionábamos la fachada del lado Este de la catedral en la que destacan las portadas del Bautismo y de la Asunción, puerta ésta que solo se abre en ocasiones excepcionales, como la llegada de un nuevo prelado a la sede hispalense. La tercera puerta, la que nos interesa, se sitúa en el extremo más próximo a la Puerta de Jerez, casi en la esquina con la calle Fray Ceferino González, muy cerca, por tanto, de la antigua Lonja de Mercaderes o actual Archivo de Indias.



    Desde siempre se la ha llamado “de San Miguel”, pero ¿por qué? Pues porque enfrente, se hallaba el llamado Colegio de San Miguel, propiedad de la Catedral y en el que estudiaban los niños (unos 40) que luego pasarían a forma parte del personal subalterno del primer templo de la ciudad como sacristanes, peones o intregados en la escolanía o de los propios Seises bajo la supervisión del Maestro de Capilla. Andando los siglos el colegio desaparecería y se construiría el moderno edificion de la plaza del cabildo (donde venden sellos y monedas en las mañanas dominicales), quedando como recuerdo de aquella antigua etapa la portada de estilo gótico mudéjar que da a la propia Avenida de la Constitución.



    Al lado de la puerta propiamente dicha, aparece una lápida que indica que nos encontramos en el “Quartel A, Barrio 1, Manzana 13”, resto de la organización urbana que realizó allá por 1769 el Asistente Pablo de Olavide. Y justo delante, seguimos con detalles, hay en el suelo una inscripción que recuerda que allí arranca ni más ni menos que el camino jacobeo, el camino para los que peregrinen desde Sevilla a Santiago de Compostela.



    En la portada del Nacimiento, como pueden imaginar los oyentes, se desarrolla el comienzo del Nuevo Testamento, escrito por los cuatro evangelistas, y la difusión del mensaje cristiano junto con los orígenes de la Iglesia hispánica, representada por el primer obispo de Sevilla, San Laureano y el mártir San Hermenegildo. 



     Es curioso, pero en este caso la parte escultórica más antigua son los altorrelieves en piedra que rodean los tímpanos y que se ejecutaron a mediados del siglo XV en sincronía con la decoración arquitectónica realizada por los entalladores; la calidad de la piedra dificultó su calidad plástica pero son obras de bastante interés. 

 



      Los siete profetas y el ángel de la portada del Bautismo fueron realizados en 1449 y presentan una talla más detallista, más trabajada y unos rasgos formales diferentes a los ángeles de la portada del Nacimiento. En esta última, seguimos a la profesora Teresa Laguna, los paños de las figuras son menos angulosos, los rasgos faciales más inflamados y los cabellos tienen distinto volumen; responden claramente a la obra de un escultor distinto que trabajaría inmediatamente después.



     ¿Un escultor distinto? En 1804 Ceán Bermúdez las atribuyó a Lope Marín, escultor de la primera mitad del sigloXVI, y su opinión fue compartida por posteriormente hasta que Francisco Tubino en 1877 hizo una leve referencia al trabajo de Mercadante de Bretaña. Pocos años después, un viejo conocido de este programa, José Gestoso, alcanzó a leer las dos cartelas de los profetas de la portada del Bautismo y señaló el trabajo de Pedro Millán al cual, por extensión, atribuyó prácticamente la totalidad de las imágenes de estas dos portadas occidentales.



     Sin embargo, en 1911, será el eminente historiador granadino Manuel Gómez Moreno quien llame la atención de manera irrefutable sobre el carácter flamenco de dichas esculturas y las relacione con un sepulcro conservado en la propia catedral: el del Cardenal Cervantes,  firmado por Mercadante de Bretaña. Su acertada teoría fue aceptada por otro gran investigador (en este caso nacido en Valverde del Camino) Diego Angulo y la mantienen todos los historiadores desde entonces.



    ¿Cómo llegan las formas artísticas flamencas a Sevilla? Se constatan, poco a poco, a partir del segundo tercio del siglo XV, y en escultura está relacionada documentalmente con la llegada de Lorenzo Mercadante de Bretaña para realizar, a requerimiento del Cabildo, el sepulcro de Don Juan de Cervantes, cardenal de Ostia y uno de los prelados más influyentes de este período, que fue arzobispo de esta diócesis desde 1449 hasta su fallecimiento. La figura del cardenal y la importancia del encargo hicieron necesaria la presencia en esta ciudad de un escultor de reconocido prestigio, y cuatro meses más tarde «Maestre Lorenço, mercader imaginero» llegó a Sevilla y percibió seiscientos maravedíes por su viaje desde Francia; a finales de 1454 tenía casi concluida la escultura yacente del prelado y había realizado para la Catedral una escultura en alabastro de la Virgen. En el sepulcro, tallado en alabastro entre 1454 y 1458 para la capilla de San Hermenegildo, contrastó con acusado realismo los rasgos del prelado con la riqueza plástica de sus vestiduras litúrgicas y en el túmulo confirió un tratamiento flamenco no sólo a las imágenes sino incluso a los ciervos de los escudos; es la única obra que firmó y por su calidad destaca entre la escultura funeraria contemporánea.



    Tenemos, pues, Antonio, a un escultor de primera linea como Mercadante y un material quizá no tan manejable o noble como el barro, pero el resultado constituye una escena fundamental para entender la Natividad en Sevilla.



    En el centro, figura central, está el Niño, dejado sobre las pajas, y sobre él un coro de ángeles que cantan gozosos su nacimiento. Las figuras de la Virgen y San José, vestidos de traje de época del artista, están en actitud de adoración, con manos orantes. Detrás de la Virgen surgen las cabezas del buey y la mula, asomadas desde el establo para completar el misterio. Y detrás de San José, una pastora con regalos para el recién nacido. Sobre las figuras, unos tejadillos góticos ponen un signo de acogida y recogimiento a la escena. A los dos lados, unos pastores que reciben con gozo el anuncio del ángel, en un relieve menos marcados, y una vista de Belén, esto alarga la escena central hacia dentro, dándole una mayor profundidad.



     Esta figura de la pastora, escribe el padre jesuita García Gutiérrez, es de lo más interesante del arte gótico, en que ya se manifiestan abiertamente los sentimientos al exterior: la pastora ríe de alegría, mientras mira a la escena de la Sagrada Familia. La risa abierta aparece algunas veces como un gesto de la maestría a que ha llegado la escultura gótica. Igual puede verse en el rostro del Profeta Daniel, en el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela. Esta manifestación abierta de los sentimientos indica una alta perfección en el arte, que con más facilidad, y anterior en el tiempo, muestra la pena que el gozo de la escultura.


     Terminamos nuestro pliego navideño, no sin antes desear a quienes lo leyeran unas Felices Pascuas y que el Niño Dios nos colme de bendiciones.

02 diciembre, 2019

Arjona, el Asistente.

Audio emitido en la mañana del lunes 2 de diciembre en el programa "Estilo Sevilla".


     Hoy, 2 de diciembre, nos vamos a centrar en un personaje histórico vinculado a nuestra ciudad, aunque naciera en la villa ducal de Osuna, donde se conserva aún el palacio de su familia, convertido ahora en oficina de turismo; si el lunes pasado nos movimos en los límites de los siglo XVI y XVII, en esta ocasión lo haremos a caballo entre el XVIII y el XIX, especialmente en este último, y turbulento, siglo. 

     Si decimos que fue nuestro personaje quien prohibió a los sevillanos tener cerdos en sus casas o que regasen las macetas durante el día (prohibición que aún hoy sigue vigente bajo multa de 120,00 € según las ordenanzas municipales), quizá sea difícultosa su identificación, de modo que será mejor que desvelemos su identidad: José Manuel Arjona y Cubas, Asistente de Sevilla, hoy habría celebrado su cumpleaños, ya que nació tal día como hoy en 1781, de familia oriunda de Comares, en Málaga, y con antecedentes nobiliarios, ocupando su padre en el momento de su nacimiento el puesto de Corregidor ursaonés. 

    Formado en leyes en las universidades de Osuna y Sevilla, muy joven alcanzará el puesto de magistrado en Extremadura. Allí vivirá la guerra de independencia y de allí saldrá ascendido hacia la corte del recién repuesto Fernando VII, quien lo nombrará sucesivamente y en pocos años Alcalde de Casa y Corte, Fiscal del Supremos Consejo del Almirantazgo y Corregidor de Madrid, ya en 1817, donde realizará una encomiable labor instalando alumbrado de gas, adecentando calles y plazas e incluso un nuevo teatro. El trienio liberal supondrá un parón en su carrera, pero el regreso Fernando VII al trono supondrá de nuevo situarse en la carrera de ascensos, desde Superintendente General de Vigilancia Pública para luego acceder al Ministerio del Consejo de la Cámara Real hasta finalmente ser nombrado en abril de 1825 Asistente de Sevilla e Intendente del Ejército de Andalucía. ¿Cuáles eran sus funciones? Prácticamente resolver todos los asuntos municipales, ser juez de primera instancia en lo civil y en lo criminal y ostentar el rango de Mariscal de Campo. Todo ello era una carga de trabajo importante, pero tenía sus recompensas: residir en los Reales Alcázares. 

    Ambicioso como buen hijo de su época, afrancesado hasta la médula, era también de carácter esforzado y emprendedor, con iniciativas siempre buscando el bien de los ciudadanos, por lo que supo rodearse de un eficiente equipo de colaboradores, como Melchor Cano, de quien hablaremos más adelante. Además, contó con factores a su favor tales como la positiva situación económica que siguió a la Guerra de Independencia, sus magnificas y fluidas relaciones con la corte madrileña; todo ello se sumó para lograr una serie de reformas que modificaron no poco a la Sevilla de la época. 

    Como bien afirma el profesor Ramírez Olid, una de las mayores preocupaciones era la política de abastos, esto es, el suministro de alimentos para la población y las condiciones de su vento en lo referente a precios, higiene, pesas y medidas, y haciendo especial hincapié en la necesidad de concentrar los puntos de venta dispersos en mercados habilitados expresamente para ello. Para ello, Arjona creará los mercados de la Feria, Triana y la Encarnación, proyectado este último por Cano sobre el solar del derribado convento agustino de ese nombre, víctima de la piqueta durante la ocupación francesa. 

     Cano se ocupará de todos los detalles, El interior del primitivo mercado estaba organizado en tres amplias calles, con galerías cubiertas, a ambos lados de las cuales se situaban los puestos ordenados según los artículos de venta: pan , frutas y hortalizas, carne fresca y chacina, pescado.... y en su centro, donde se ubicaban los puestos de venta más efímera se situaba una fuente mármol (la que está en la actualidad en la Plaza) rodeada de los cuatro árboles que aún hoy se conservan. Al enorme recinto, con 430 placeros, algo más que una plaza de abastos al uso, se accedía por ocho puertas, tres en cada lado largo (que coincidía con las antiguas calles del Correo y del Aire); y una puerta en cada lado menor, esto es, a la calle Dados (actual Puente y Pellón) y a Regina. Sevilla, tras varias epidemias, era una ciudad insalubre, falta de higene, sucia. A la falta de un servicio de limpieza diario (Lipasam era algo impensable en aquellos tiempos), había que unir la inexistencia de una conciencia cívica sobre vertidos en la calle de las más variadas sustancias, por decirlo en plan fino, Antonio… 

      En 1828 Arjona presentará un Reglamento de Policía Urbana en el que se tratarán de ordenar los más elementos aspectos de la vida cotidiana con el fin de facilitar la convivencia de los sevillanos. No es de extrañar que en ese texto se contemplaran aspectos relativos al alumbrado, pavimentación, jardines y especialmente a la limpieza callejera. Siempre se ha dicho, Antonio, que es interesante analizar una lista de prohibiciones, porque de ellas pueden extraerse costumbres, gestos o actos que se ejecutan habitualmente y necesitan ser suprimidos por ir en contra de convivencia. 

     La profesora María Dolores Antigüedad, al analizar las normas, destaca sorprendentemente prohibiciones como la de tener cerdos en casa, regar las macetas en horario diurno, arrojar cosas por las puertas o ventanas de las viviendas (imagínate, Antonio, qué cosas…), dejar animales muertos en las calles o tener gallinas sueltas por las calles, o que los perros anden sueltos sin bozal bajo pena de fuertes multas, así que, es evidente que todas estas cosas las hacían los sevillanos con total naturalidad, como si tal cosa, aunque lógicamente eran, como se dice ahora, “muy fuertes”… Al hilo de la cuestión higiénica, Arjona será el primero que se preocupe por el problema grave que constituían las “aguas menores” y “mayores” en la vía pública, vamos, que los sevillanos hacían sus necesidades donde querían sin tener nada en cuenta. 

     Al hilo de esta cuestión es muy curiosa la historia ocurrida unas décadas antes en la Iglesia Colegial del Salvador, donde, hartos de la suciedad de los muros, sus canónigos decidieron sus bajos con llamas a semejanza del Infierno con la idea de amenazar con la condena eterna a quien osara profanar las paredes del templo; baste decir que un tiempo después los propios canónigos resolvieron suprimir esas pinturas “llameantes” por el poco efecto que causaban entre la población masculina, deseosa de vaciar su vejiga donde fuera, y no por capricho, sino porque en la mayoría de las viviendas no existían retretes, como mucho, pozos negros en los corrales de vecinos y pare usted de contar. 

      ¿Qué solución buscará el Asistente Arjona? Construir los llamados evacuatorios en los lugares de mayor paso de personas, dotarlos de depósitos de agua y evitar así desagradables situaciones. 

      Entre 1827 y 1833 abrirá cuatro camposantos, situándolos extramuros, entre ellos el de San Sebastián, ahora frente a la parroquia y otro, por ejemplo en Triana, llamado de San José, en terrenos ahora ocupados por la Torre Pelli, qué cosas… Mercados, higiene, cementerios, pero Arjona también pasará a la historia por derribar la antigua fábrica de tabacos, y crear la actual plaza del Cristo de Burgos, así como las plazas de doña elvira y de Armas. Tampoco podemos olvidar cómo supo gestar tres espacios en la ciudad que aún hoy, tras más de dos siglos, casi, subsisten: 

  • Aún admitiendo que la Plaza era perteneciente al ducado de Medina-Sidonia, Arjona recurrió a su Arquitecto Mayor, Melchor Cano, para modificarla, convirtiéndola en uno de los “salones” más concurridos por la alta sociedad sevillana, que acudía allí a pasear, a ver, y a ser vistos. Formado por cuatro calles junto a un salón central, se hallaba decorado con numerosa arboleda y una fuente en su centro. 
  • Tras proceder al derribo de la muralla almohade que unía la Torre del Oro con la de la Plata, acometió la tarea de embellecer los márgenes del río, se construyen, entre 1826 y 1829, unos jardines en el espacio triangular cuyos extremos eran la Puerta de jerez, la Torre del Oro y el palacio de San Telmo. El terreno fue allanado y aprovechados los arrecifes que desde la citada puerta se dirigfan a la Uni-versidad de Mareantes (palacio de San Telmo, al paseo de la Bella Flor, que discurría junto al río, el que se formará más tarde una vez cubierto el arroyo Tagarete. El salón del Cristina fue inaugurado en la onomástica de la reina. Contaba con pavimento de losas, estanques, fuentes, estatuas, bancos de pie-dra, cuadros de flores, etc. Fue obra de Mel-chor Cano. 
  • El camino de Bellaflor (o de Bella Flor) pasó a ser en la segunda mitad del XVIII un agradable paseo iniciado por otro asistente: Don Pablo de Olavide. Don José Manuel de Arjona completaría la obra de Ávalos, prolongando el paseo que tendría sus comienzos junto al antiguo Colegio de San Telmo (hoy sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía) para terminar en los alrededores de la venta de Eritaña, aproximadamente donde hoy se encuentra la Glorieta de México. 

     Estas operaciones llevarían consigo, también, el trazado del denominado Salón de Cristina, en el otro extremo del nuevo paseo, jardines conocidos hoy como los Jardines de Cristina. Trazados bajo la dirección de Claudio Boutelou, recibieron el nombre de Jardines de las Delicias con el apelativo popular de las “Delicias de Arjona” en referencia al Asistente, iniciándose en 1826 para estar totalmente terminadas las obras en 1829. Los primitivos ajardinamientos anteriores a Arjona se conocerían como las “Delicias viejas”. Las crónicas de la época hacen cumplida referencia a numerosas plantas de origen americano traídas para su plantación en estos nuevos jardines, que fueron vivero con más de 100.000 especies. 

    ¡Vaya labor la del Señor Arjona! Los barrios de la Resolana, del Campo de los Mártires o de San Roque tienen mucho que ver con él, al igual que la construcción de más de 700 viviendas, la pavimentación de un tercio de las calles de Sevilla, el acondicionamiento de los accesos desde la Cruz del Campo o Triana, o finalmente, el comienzo del expediente para la construcción de un puente que sustituyera al puente de barcas: el puente de Triana. Pero esa, esa ya es otra historia….