31 enero, 2022

Crimen y castigo.

En esta ocasión vamos a recordar un texto que hace algunos años dimos a conocer: se trata de un pasaje de nuestro querido Don Alonso de Escalona, aquel sevillano del siglo XVI que, por extraño sortilegio, regresó a la vida en el XXI. En él, Escalona refleja una historia poco conocida y alusiva a un pequeño e ignorado monumento funerario situado en la actual Basílica de María Auxiliadora de Sevilla, pero como siempre, vayamos por partes y en este caso, escuchemos, o leamos, el testimonio del señor Don Alonso: 
 
"Sepan vuesas mercedes que como buenos viajeros hispalenses que somos, nacidos antaño pero vivendo en lo actual, permanecemos de manera constante, como dijo aquel, divagando por esta ciudad de la Gracia; por ello, no es de extrañar que de vez en cuando trabemos amistad con gentes de la más variopinta procedencia y época, tal como nos ocurrió con cierto "plumilla" (periodista, para entendernos) del siglo XIX, diestro en gacetas, hebdomadarios y crónicas, redactor a tiempo parcial nos dijo del Diario La Andalucía y del Noticiero Sevillano, y ducho en primicias a poder ser de lo más truculento pero ansiadas, vive Dios, por los lectores.

Acodados en mostrador de taberna (como no podía ser de otro modo) platicábamos con él en cierta ocasión sobre cómo aún en la antigua Iglesia de los Trinitarios, actual Basílica Menor dedicada a María Auxiliadora, consérvase un humilde y marmóreo monumento funerario con genuino texto dedicado a un tierno infante que pereció de manera funesta. Para los curiosos, hállase al final de la nave la Epístola (la diestra, la derecha, para entendernos), casi en la cabecera.


Apurando su frasca de mosto, el gacetillero, que se cubría con bombín, lucía poblado y espeso bigote, dedos manchados de tinta y gabán algo raído, nos contó que todo ocurrió un caluroso 1 de agosto del año de 1868, cuando en plena Plaza de la Infanta Isabel (hoy, Plaza Nueva) fue secuestrado el hijo, a la sazón de sólo cuatro años de edad, del señor Antonio Sánchez Torres, antiguo propietario de la llamada Fonda de Madrid, situada en la calle del Naranjo (ahora de Méndez Núñez). El "reporter" nos relató cómo una cuadrilla de facinerosos, encabezada por un sujeto de siniestro apodo y peor caracter (mejor no indagar sobre el particular) pretendía con tal rapto lograr un jugoso rescate, y que a la postre hubo trágico desenlace, no sabiéndose bien si por negarse el padre a abonar susodicho rescate o porque los delicuentes hicieron gala de tremenda maldad. 


Imaginen vuesas mercedes el dolor de padres y familiares, la indignación popular y la imperiosa necesidad de las autoridades por prender a tamaña caterva de pérfidos desalmados. Pues hete aquí que por vericuetos casi casuales, los alguaciles, contábanos el periodista, lograron prender a un individuo que respondía al alias de "El Rubio" que no era otro sino el que hacía llegar anónimas y perversas misivas al padre de la criatura en las que reclamaban pronto desembolso de caudales bajo sanguinarias amenazas de muerte para el raptado.

Interrogado, "El Rubio" delató sin demora a su cómplice, un malnacido apellidado Morillas y apodado "Trepa-Burras" para a continuación indicar dónde se hallaba el pequeño; cruel tardanza, el caso es que el cadáver del infortunado niño apareció el viernes 7 de agosto de aquel 1868 bajo la bóveda que cubría el arroyo Tagarete, en el punto comprendido entre las huertas de "El Tello" y "La Borbolla", no lejos de la  Estación de Cádiz. Las pesquisas dieron su fruto y el autor del infanticidio fue finalmente apresado y puesto a buen recaudo el día 10 de agosto.

Pasados los meses fue la Plaza de Armas testigo del ajusticiamiento del autor material de tan execrable acto, mientras que su compañero de andanzas fue obligado a presenciar la ejecución, tras la cual fue enviado a cumplir cadena perpetua dictada por la Real Audiencia. 

Dábase así por cerrado el llamado "Crimen del Correo" o "Crimen de la Plaza Nueva" que tanta expectación como congoja despertó en la población, que mantuvo en vilo a no pocos sevillanos y del que ahora queda sencillo mausoleo con los restos de la inocente víctima.  


Apuró el vaso en sorbo rápido nuestro contertulio, soltó un par de monedas que tintinearon sobre el mármol del mostrador y con un "quede usted con Dios" abandonó la tasca, dejándonos sumidos en tristes meditaciones..."

Foto: Reyes de Escalona.


Post Scriptum: Para quienes deseen mayores detalles sobre antedicho secuestro e infanticidio, Maese Álvarez-Benavides lo relata en sus "Curiosidades Sevillanas", publicadas entre 1898 y 1899 y reeditadas con prólogo del inolvidable Alberto Ribelot allá por 2005.

24 enero, 2022

La calle de "El Tuerto".

 Si la pasada semana anduvimos por la collación de San Román, hoy le toca el turno a la de San Julián-Santa Marina, pues nos vamos a detener en una calle con diversos detalles que merecen la pena, desde una asociación literaria a un colegio de barrio, e incluso un poeta vinculado a la picaresca; pero como siempre, vayamos por partes. 
 

Los historiadores no se ponen de acuerdo a la hora de establecer el origen del nombre de la calle Macasta, del que ya se tienen noticias al menos desde 1426; no falta quien, como Justino Matute, aluda a la posible abreviación del término Malacasta o Malcasta, o incluso Rodrigo Caro, que va mucho más lejos al atribuirle origen griego, nada menos. En el plano de Olavide de 1771 puede apreciarse cómo su trazado era perpendicular a la calle San Luis. 


Consta de dos tramos bien diferenciados, uno corto y estrecho, que arranca desde Ruiz de Gijón, muy cerquita de la calle San Luis, y otro más rectilíneo y ancho, que concluye en San Julián. En este segundo sector tiene su sede la institución literaria "Noches del Baratillo", institución literaria fundada en la calle Galera (barrio del Arenal) en 1950 por el poeta Florencio Quintero y el escritor Manuel Barrios, y que desde entonces se ha mantenido contra viento y marea como bastión para la difusión de la poesía y la literatura, habiendo pasado por varias sedes, como la recordada de Escuelas Pías, hasta recalar finalmente en Macasta donde celebra presentaciones de libros, convoca premios o tertulias o sirve de punto de encuentro para los amantes de la lírica. 

Durante mucho tiempo, este tramo sólo tuvo construcciones en uno de sus lados, mientras que el otro, próximo a Santa Marina, estaba ocupado por huertos que crecieron al calor de la decadencia y despoblación de la zona en lo siglos XVII (a partir de la Peste de 1649) y XVIII. Otros solares, en cambio, quedaron convertidos en vertederos, de ahí las frecuentes quejas de los habitantes de la zona sobre lo insalubre de aquella situación, tan frecuente por otra parte.

A ese sector de la calle da una puerta trasera del colegio Huerta de Santa Marina, antiguo colegio Padre Manjón, centro educativo promovido al calor de los años de la Exposición Iberoamericana de 1929 pero cuyas obras se iniciarían ya en tiempos de la II República con Isacio Contreras como Alcalde, para posteriormente quedar abierto en plena Guerra Civil, concretamente en el curso 1937-1938, como ha documentado Jesús Méndez Paguillo, estudioso de la historia de este Centro.

Macasta ha sido siempre calle tradicionalmente popular, en la que llegó a haber, que sepamos, hasta cuatro corrales de vecinos en los números 8, (derribado en 1958), 17 (ganador de un premio como Cruz de Mayo en 1912) 23 y 25, contando en 1920 todavía con una fuente pública que surtía de agua a la población de la zona. Poseyó un horno en el siglo XV y en 1579 se solicitó autorización para abrir otro, lo que da idea de cierta importancia a la hora de la distribución del pan en el sector. En torno a 1599, vivía allí Bartolomé Rodríguez Mata, bordador en oro, como documentó el historiador local José Gestoso, sin olvidar que en esta calle nace, en 1940, el conocido peluquero, escritor y poeta Manolo Melado y que en Macasta poseyó casas el poeta sevillano Alonso Álvarez de Soria, "El Tuerto", alguien escasamente conocido pero cuya biografía bien merece un breve resumen.

Hijo ilegítimo fruto de la relación entre una esclava morisca y un comerciante judeoconverso sevillano, que pese a ello alcanzó el oficio de Jurado en el Cabildo Hispalense, habría nacido en torno al verano de 1573, siendo bautizado, como descubrió Rodríguez Marín, en la parroquia de San Vicente. Reconocido por su progenitor como tal, recibió una cuantiosa herencia que no tardó en dilapidar, y ya en 1595 se tiene constancia de su ingreso en la Cárcel Real, por causas aún no aclaradas, al igual que tampoco ha quedado demostrado su presunto paso a las Indias como soldado, pues si puso pié en esas tierras debió ser por corto espacio de tiempo; a finales del XVI ya se le ve merodeando por Sevilla con "mozos de barrio" y "virotes", donde alcanzará cierta fama por sus sátiras, en las que no dejaba títere sin cabeza y por ser el creador de los llamados "versos de cabo roto", esto es, aquellos cuya última sílaba quedaba suprimida, como estos, de su autoría, dedicados a Lope de Vega: 

Envió Lope de Ve- (ga)

Al señor don Juan de Arguí- (jo)

El libro del Peregrí- (no)

Á que diga si está bué- (no)

Y es tan noble y tan discré- (to)

Que, estando, como está, ma- (lo)

Dice que es otro Garcilá- (so)

En su traza y compostú-; (ra)

Mas luego, entre sí, ¿quien du- (da)

No diga que está bellá-? (co)

 Lo interesante de este modelo de verso es que al parecer viene tomado de la forma de hablar de los bravucones y matones hispalenses de aquel tiempo, sobre todo los trianeros, quienes tomaban esa forma de cortar el final de las palabras como seña de identidad dentro de su particular jerga llena de términos sólo conocidos por los iniciados en el "oficio". Además, el propio Cervantes inmortalizó la figura del poeta sevillano al convertirlo en el Loaysa de su obra "El Celoso Extremeño", el joven enamorado que busca liberar a Leonora de la prisión conyugal a la que está sometida por Filipo de Carrizales, su celosísimo marido. 


 Con todo lo que antecede, con una vida llena de privaciones, juergas, estocadas y amistad con la más variada caterva de los bajos fondos hispalenses, no es de extrañar que al llamado "ruiseñor del hampa" se le fueran la mano y la pluma con unas letrillas impresas dedicadas al entonces Asistente de la ciudad Bernardino de Avellaneda, en las que hizo gala de su más afilada maledicencia con la guinda de adjudicarle el poco agraciado apodo de "Cagalasoga" en alusión a sus numerosas condenas a la horca que dictó. 

 

Perseguido por la justicia, como era habitual en esos trances, se acogió a sagrado en la Parroquia de Santa Ana; creyéndose a salvo, aprovechaba la oscuridad de la noche para salir de manera secreta y continuar con su vida de diversión, hasta que la autoridad, percatada de ello, aprestó a un fornido alguacil que lo detuvo de madrugada en el momento de abandonar el templo trianero. Sentenciado a muerte en cuestión de horas y ejecutado sin más dilación como escarmiento en junio de 1603, un romance de la época testimonió cómo la ciudad lamentó aquella muerte, demasiado rigorista:

Elevada está Sevilla

Toda gente suspensa.

Concurren a la gran plaza

de San Francisco con prisa,

porque hoy lunes en la tarde

dicen que se representa

de Alonso Álvarez el bravo

la lastimosa tragedia.

Para mayor agravio hacia su persona, se le negó cristiana sepultura, ya que sus restos fueron descuartizados y colocados en cuatro puntos cardinales de la ciudad como público escarmiento. Un texto conservado en el Archivo de la Catedral de Sevilla recoge lo sucedido: 

"Murió colgado en el aire, porque un asistente de Sevilla, que era el conde de Castrillo, irritado de que en público burlaba dél, le anduvo a la mira, y por una cosa bien ligera de una cuestión que armó le sacó de la iglesia deSanta Ana y le acusó que llamaba este al asistente por mal nombre Caga la Soga, tomándolo de un hombre pobre"

Por su parte, Quevedo en uno de los capítulos de "El Buscón", ejemplo de novela picaresca donde las haya, relata que en el transcurso de una cena, uno de los comensales habla de este modo:

«Los que las cogieron tristes a las borracheras, lloraron tiernamente al malogrado Alonso Álvarez, apodado el “Tuerto”. ¿Quién es este Alonso Álvarez… que tanto se ha sentido su muerte? –mancebito- dijo el uno- lidiador ahígado, mozo de manos y buen compañero».

El triste final del poeta tuerto quizá le valiera ganar para la posteridad fama de escritor "calavera" que lo mismo componía versos para Lope de Vega que ejercitaba su acero en la collación de Santa Marina, incluso hay quien dice que algunas noches se escuchan los ecos lejanos de letrillas compuestas por él en las callejas cercanas a Macasta, pero esa, esa ya es otra historia...


 



17 enero, 2022

Entre Sol y Luna.

Puede que los lectores más veteranos anden ya elucubrando sobre el tema de esta nueva publicación tras la lectura de su título en la cabecera, sobre todo, porque alude a un curioso detalle que tiene que ver no poco con cierta calle relacionada con los caballos, la orfebrería y el diablo. Pero como siempre, vayamos por partes. 


Desde al menos 1533 la calle era llamada "de Don Lope", en alusión quizá a algún noble que habría tenido allí su morada, aunque en otras ocasiones se le mencionaba simplemente como "la calle que va desde San Román a la Puerta Osario", con certeza, sabemos que ya en 1742 era conocida con su nombre actual, Matahacas. Álvarez Benavides relata que en esta calle existió en otro tiempo un huerto propiedad de un vecino al que todos conocían como "Tío José", quien además poseía cuadras para alojar cabalgaduras e incluso un pozo con agua potable procedente del desaparecido palacio de los Ponce de León, poseyendo además conocimientos "veterinarios" que en algunas ocasiones no eran suficientes en caso de enfermedad equina, con lo cual el animal era sacrificado, por lo que, como afirma el escritor local:

"El detalle de que dejamos heche mérito, dio margen a que los vecinos del barrio dieran en nombrar al huerto por el de Mata-Hacas, como pudieron haberlo hecho de Sana-Hacas o de Cuida-Hacas, pues sabido es que en aquellos tiempos bastaba el detalle más insignificante para que el vulgo, haciéndose cargo de él, bautizase una calle, una casa o cualquier otro lugar público, según hemos demostrado y seguiremos demostrando en estas históricas descripciones."
A mediados del siglo XIX existió en la calle una industria de refinado de sebo, que despertó no pocas molestias y quejas entre el vecindario y en los números 31 y 41, sendos corrales de vecinos; ya que hablamos de viviendas, precidamente el injusto desalojo de una humilde familia de arrendatarios en marzo de 1919 trajo consigo la creación de la llamada "Liga de Inquilinos" que incluso logró algunas mejoras en los contratos tras una serie de movilizaciones e incluso una huelga consistente en el impago de los alquileres.

Entre 1899 y 1926 sufrió diversas reformas buscando la alienación como calle, conservándose aún una pequeña barreduela que se llamó en su tiempo del Diablo, cerrada finalmente, y cuya historia "paranormal" dejaremos para el final. Se conoce que fue calle empedrada en 1586 y 1888 y que en 1899 se le añadió pavimentación de cemento, para ser adoquinada en 1915 y asfaltada como hasta hoy.  No siempre estuvo esta vía en perfecto estado, en el diario "El Liberal" del 4 de octubre de 1913 puede leerse en una sección llamada "Del Vecindario. Quejas y peticiones":

"Ya nos hemos hecho eco en otras ocasión de la queja de los vecinos de la calle Matahacas, sobre el estado de esta vía, y hoy volvemos a repetir la queja en vista de que nada se ha conseguido. 

Las aguas llovedizas se encuentran estancadas en varios hoyos, el pavimento está falto de adoquines en diversos trozos, un fango negro y pestilente abunda por todas partes y los charcos son innumerables.

Vecinos y transeúntes sufren no pocas molestias con esta suciedad de la calle, y durante las noches no es posible pasar por allí sin llenarse de agua y fango.

Es urgente proceder a la limpieza y recomposición del pavimento de la calle Matahacas, llamando nuevamente sobre esto la atención del teniente de alcalde del distrito."

Ya que estamos con aspectos periodísticos, a comienzos del siglo XX fue famoso el caso de un hombre que cayó al pozo de una de las casas de la calle. Alertados los vecino del fatal, en principio, accidente, acudió la autoridad, quien no sólo constató que no había habido accidente alguno, sino que el pozo era el conducto por el que acceder a un habitáculo subterráneo donde existía un taller de falsificación de moneda, cayendo en manos de la justicia toda la organización de maleantes.  

Foto: Reyes de Escalona

En cuanto a aspectos reseñables, merecerá siempre la pena destacar la vivienda número 14, en la actualidad, por fortuna o por desgracia, apartamento turístico reformado y que desde 1922 hasta 2014 acogió el taller de orfebrería de la familia Seco-Velasco, sin la cuál sería complicado comprender el auge de este oficio en la Semana Santa andaluza; de sus buriles salieron piezas como el paso de palio de la Virgen de Loreto, ángeles de plata portando faroles de entrevaral para el palio de la Amargura, las coronas de las dolorosas de las hermandades de San Bernardo y la Hiniesta o, como obra cumbre en Sevilla, los respiraderos en plata de ley para la Virgen de la Esperanza de la Hermandad de la Trinidad, que sirvieron para que Manuel Seco Velasco fuera merecedor de la Cruz de Alfonso el Sabio o la Medalla al Mérito en el Trabajo. 

En la literatura popular, habría que reseñar que en la calle Matahacas habría vivido en la ficción el matador de toros "Riverita", personaje de la novela costumbrista "Currito de la Cruz" (1921) de Alejandro Pérez Lugin, llevada al cine en dos ocasiones y tampoco podría quedar en el tintero el dicho popular de que la calle Matahacas era la más larga de Sevilla, al estar entre Sol y Luna (nombre anterior de la actual calle Escuelas Pías). 

Foto: Reyes de Escalona

 Detalle curioso, no podemos olvidar al nazareno "Manolito" que da la bienvenida a los visitantes en un establecimiento de confección de túnicas de nazarenos situado en la calle desde 1979 y tampoco a los bares de la calle, cada uno en su estilo, desde el Urbano o el Matakas hasta la Bodeguita "El Acerao", pasando por un cariñoso recuerdo para el gran Antonio Abela, enamorado de Sevilla y sus cosas. 

Para finalizar, y para los que gusten de historias de misterio, el antes citado Álvarez Benavides narra en sus "Curiosidades Sevillanas" cómo durante los días de carnaval de 1548 se produjo en la calle Matahacas un extraño suceso provocado por un grupo de jóvenes aristócratas algo pasados de alcohol y de desvergüenza. Tras una noche jaranera llena de tropelías y desmanes por toda la ciudad, no lejos de la Puerta Osario, pusieron sus miras en a una joven y bella damisela que se hacía acompañar por un anciano sirviente. Desgraciadamente, de poco sirvió la débil defensa de éste, pues los envalentonados señoritos estaban dispuestos a forzar a la aterrada joven allí mismo, de no ser por la misteriosa aparición de un extraña y fantasmagórica sombra de ojos muy luminosos que inusitadamente tomó forma humana y que acometió ferozmente a estocadas a los nobles, dejando malheridos a varios e incluso matando a otro de ellos, sin que apareciera el cadáver del mismo con posterioridad pese a las pesquisas de autoridades y familiares. Como si se lo hubiera tragado la tierra. La gente de San Román, temerosa e impresionada por lo sucedido tras escuchar el relato de la joven, divulgó que habría sido el mismo Diablo el que habría salvado a la dama, llevándose consigo el cuerpo del inmoral aristócrata a los infiernos y no tardando aquella barreduela en tomar ese nombre "infernal" hasta su desaparición en torno a 1845...


10 enero, 2022

En el filo.

 

Corre el año de gracia de 1720. Pocos días después del 21 de diciembre, llega a manos de las autoridades hispalenses una copia de una Real Pragmática firmada por el monarca Felipe V en julio de ese mismo año. En ella, el poder real recuerda que ya en 1713 se había prohibido en todos los territorios de la Corona el uso de los cuchillos o puñales llamados "rejones" (nombre de reminiscencias taurinas ahora) o "jiferos", "para evitar las muertes y heridas que alevosamente se ejecutan en estos nuestros reinos", con incluso penas de 30 días de cárcel, cuatro años de destierro y 12 ducados de multa. Pese a todo, se constataba que la orden no se estaba cumpliendo en modo alguno y que era "muy frecuente el uso de estas armas en todo el Reino, y particularmente en nuestra Corte, donde por residir en ella nuestra Real Persona, se hace más precisa la seguridad"

 ¿Cómo y por qué eran tan populares este tipo de armas cortas? ¿Desde cuándo se usaban como elemento de defensa (o ataque) personal? Como siempre, vayamos por partes. 

A modo de resumen, desde sus más tempranos tiempos, el Hombre había sentido la necesidad de defenderse, de armarse, usando al principio ramas, palos, piedras y luego con el paso de los siglos, metales como el cobre, el bronce, el hierro o el acero. El cuchillo, entendido como instrumento de suma importancia en la Historia,  surgirá como respuesta a la necesidad de cortar carne, pieles, madera y poco a poco se empleará como arma defensiva u ofensiva, gozando de una primacía solo arrebatada por la aparición de la pólvora y las armas de fuego en cuestiones bélicas. 


 En la Antigüedad, la Roma Republicana adoptará como arma para sus legiones el famoso "gladius hispanicus", apta para atacar de punta y de filo, de origen íbero y posteriormente, ya en los albores del cristianismo, San Bartolomé será martirizado con un cuchillo y en tiempos medievales, en 1294, un cuchillo será el protagonista del legendaro episodio de Guzmán el Bueno durante el asedio de Tarifa, al arrojar el suyo desde sus murallas a fin de que con él dieran muerte a su propio hijo, apresado por los sitiadores; del mismo modo, Toledo será la ciudad que se llevará la fama por la excelencia en la fabricación artesanal de espadas, dagas, machetes o puñales, el famoso acero toledano, aunque Sevilla no le irá a la zaga...

Las Ordenanzas de Sevilla de 1632, que regulaban entre otros aspectos, la actividad de los diferentes gremios mencionaban al de Cuchilleros de este modo: 

"Siendo como es dicho oficio de cuchillería, uno de los principales oficios y arte, que hay en la dicha ciudad".

Igualmente, como organización artesana, era muy rigurosa con el intrusismo: 

"Y en adelante ninguna persona que no fuere maestro examinado del dicho oficio de cuchillería, ni pueda tener obrero ninguno que labre en su casa, so pena, que el que lo contrario fiziere, por la primera vez, el que tal obrero tuviere en su casa, pague seiscientos maravedis; y por la segunda, la dicha pena y tres días en la cárcel; y por la tercera, la pena doblada y sea traído a la vergüenza públicamente."

Se sabe por padrones y documentos de la época que muchos de los cuchilleros sevillanos se asentaban en la zona de Triana, donde llegó a haber una calle con ese nombre, "cuchilleros", y que ahora formaría parte de la de Antillano Campos, que abarca desde Pagés del Corro hasta San Jorge (con parada en "Las Golondrinas" para quienes gusten); el nombre de esa vía está datado ya desde al menos el año 1592, aunque tampoco podemos olvidar la presencia también de cuchilleros y espaderos en la misma calle Sierpes, como relató el historiador y cronista local Luis Montoto.


Será este mismo autor quien incluso aluda como detalle la aparición del personaje de Ramón de Hoces "El Sevillano" como afamado cuchillero en la segunda parte de El Quijote; quizá Miguel de Cervantes, buen conocedor de la calle al haber sido "huésped" de su Cárcel Real lo incluyera como pequeño homenaje a ese gremio. Como anécdota callejera, indicar que las espadas en mal estado u oxidadas eran "recicladas" en la calle Rascaviejas, en las inmediaciones de las actuales calles Hiniesta y Lira del barrio de San Julián.

El cuchillo, sobre todo de un tipo concreto, el ya aludido como "Jifero", pasó a identificarse con la gente del Matadero y de ahí pasó a un tipo de delincuencia muy frecuente en la Sevilla del Siglo de Oro, baste con éste párrafo cervantino del Coloquio de Cipión y Berganza:

"Pero ninguna cosa me admiraba más ni me parecía peor que el ver que estos jiferos con la misma facilidad matan a un hombre que a una vaca; por quítame esa paja, a dos por tres, meten un cuchillo de cachas amarillas por la barriga de una persona, como si acogotasen a un toro. Por maravilla se pasa día sin pendencias y sin heridas, y a veces sin muertes; todos se pican de valientes, y aun tienen sus puntas de rufianes".

Prueba de la importancia concedida a la obra bien hecha, la corporación cuchillera establecía que cada maestro poseyera un punzón con su propio "logo" y que con él marcara cada pieza a su terminación para evitar así posibles falsificaciones y dejar clara la autoría ante reclamaciones; curiosamente, el tema de los punzones era también obligatorio en otros oficios como por ejemplo el de los plateros, existiendo catálogos de ellos, como el realizado por la profesora sevillana María Jesús Sanz Serrano, que sirven aún hoy para datar y aclarar la autoría de no pocos elementos labrados por este gremio.

Eran tiempos en los que el uso de armas blancas era tan cotidiano que hasta en las Reglas de algunas hermandades sevillanas se especificaba la prohibición de portarlas dentro de los cabildos de hermanos o en las mismas estaciones de penitencia (como en el caso de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús, actual de la Quinta Angusia), no fuera a ser que los debates sobre cultos o procesiones subieran de tono hasta el punto de desenvainar los aceros y formarse, nunca mejor dicho, "el rosario de la aurora".  

¿Cuál era el precio de un cuchillo? En 1627, el Cabildo de la Ciudad publicó la llamada "Tassa general de los precios a que se han de vender las mercaderías en esta Ciudad de Sevilla y su tierra, y de las hechuras, salarios y jornales y demas cosas", una especie de lista de precios que abarca desde el precio de la lana hasta maderas, pasando por semillas, medicamentos, ropas o muebles. En el caso de los cuchilleros, sus tarifas estipulaban diez reales por unas tijeras de sastre, doce por unas de zapatero, tres por unas de bordador o tres reales y medio por "cada cuchillo de mesa hecho en Sevilla el mejor y mayor con cabo de concha de tortuga y latón", aparte de los seis reales que costaría adquirir "un hierro para bigotes" o "un gatillo para sacar muelas".

Durante siglos, la Corona, como hemos visto al comienzo, se empeñó en restringir el uso de armas blancas de hoja corta, con serias advertencias a los gremios de espaderos y cuchilleros sobre la venta y fabricación de tales elementos. En pleno siglo XVI, el emperador Carlos ordenó que que nadie pudiera llevar armas de noche, después del toque de campana de queda, salvo que llevasen candela o se tratase de sujetos que salían temprano de sus casas para dirigirse a sus lugares de trabajo, quedando restringido el uso de espada a las clases altas, no así el de cuchillos y dagas y, especialmente, el de las navajas, que surgen ahora como elemento español por naturaleza y que tendrán su máximo esplendor sobre todo en la etapa del XIX correspondiente al auge del bandolerismo, ¿quién no recuerda a Curro Jiménez esgrimiendo su "faca" en la recordada serie televisiva o la muerte de Carmen la Cigarrera en la conclusión de la famosísima óbra de Mérimée llevada a la Ópera por Bizet? Pero esa, esa ya es otra historia...

27 diciembre, 2021

Pumarejo

 En esta ocasión, es el turno de una de las plazas con más historia de Sevilla, pese a su lejanía del centro histórico, pese al abandono que ha padecido durante años, pese a la degradación de su entorno; pero como siempre, vayamos por partes. 

En torno a 1775, un aristócrata de origen cántabro, comerciante de éxito con las Indias, bien relacionado como veremos con los estamentos de mayor autoridad de la ciudad, decide construir una residencia propia acorde a su poder social. Para ello, adquiere unos terrenos en la zona próxima a la llamada Cuatro Cantillos o Cuatro Esquinas, a medio camino de la parroquia de San Gil y el Noviciado Jesuita de San Luis, casi al pie de la llamada entonces Calle Real, terrenos propiedad al parecer del Monasterio de San Jerónimo de Buena Vista.

En el Consistorio se autorizó el derribo de toda una manzana de casas, en torno a setenta nada menos, e incluso la desaparición de una calle (la llamada de Lázaro Díaz), todo ello para que Pedro Pumarejo, caballero veinticuatro, obtuviera mayor amplitud y dotase de mejores vistas a su residencia nobiliaria, una casa dotada de amplia fachada, portada en piedra con pilastras dóricas, ancha escalera, luminosa galería superior y patio porticado al estilo de las viviendas aristocráticas hispalenses del momento. El espacio palaciego ocupaba, y ocupa, una enorme manzana de 3.000 metros cuadrados entre las calles Fray Diego de Cádiz y Aniceto Saéz, nombre precisamente de uno de los propietarios del llamado Huerto de los Toribios allá por finales del XIX.

Desde el momento de su creación, la plaza contó con una hermosa fuente de mármol, abastecida por los Caños de Carmona; curiosamente, dicha fuente parece datar del siglo XVI y proceder de otra ubicación desconocida y en la actualidad, tras ser rescatada de los almacenes municipales por el arquitecto Juan Talavera en 1920, se halla situada en el Paseo de Catalina de Ribera formando parte del monumento dedicado a esta dama sevillana, fundadora del Hospital de las Cinco Llagas, no muy lejano del Pumarejo. 

El primitivo palacio señorial de los Pumarejo gozó de escasa trayectoria como tal, ya que la viuda de Don Pedro decidió enajenarlo tras su muerte en favor del Cabildo de la Ciudad, utilizándose como sede del Colegio de los Niños Toribios hasta 1832, en 1852 se pensó en usarla como escuela y más adelante como refugio para damnificados por las inundaciones del Guadalquivir, hasta finalmente ser utilizada en torno a 1883 como vivienda a manera de corral de vecinos, con los denominados "partidos" que contaban con una habitación, baño y cocina.

La plaza ha arrastrado consigo desde siempre una "mala fama" debida quizá a la presencia en algunas etapas de su existencia de las eufemísticamente llamadas "gentes del mal vivir" (tiempos aquellos con nombres como el "Chato" o el "Chico" del Pumarejo, viejos conocidos de las autoridades policiales de principios del siglo XX) o más recientemente por acoger a toxicómanos o traficantes en una etapa, no muy lejana, en la que la heroína campaba a sus anchas dejando un inevitable reguero de desgracias y de exclusión social y marginalidad.

Como detalle curioso, rebuscando reseñas sobre esta plaza, en un número del diario El Liberal correspondiente a marzo de 1904 aparece la siguiente noticia: 

"La plaza del Pumarejo está diariamente sirviendo de campo de operaciones a unos niños mal educados, que organizan formidables pedreas, llegando a hacer blanco de sus tiros a los transeúntes.

Varias personas se han visto expuestas a sufrir un percance por este motivo y hoy se nos queja un pobre viejo que al entrar y salir en la tienda que tiene allí establecida, es víctima de la persecución de los apedreadores, quienes ayer le causaron algunas contusiones en espalda, teniendo que ir a la casa de socorro. 

¿No hay guardias municipales en la plaza del Pumarejo? Y si los hay, ¿qué hacen que no ponen coto a tales excesos?

Esperamos que el teniente de alcalde del distrito dará órdenes para que se ejerza la oportuna vigilancia en la citada plaza, poniéndose término a estas escenas, tan impropias de un país civilizado."

Cerca del palacio, en 1785, se construyeron las Atahonas Municipales, que servían para el suministro de pan a la población y como depósito para momentos de escasez de trigo para las tropas, de ahí que en en 1870 el inmueble fuera llamado "La Provisión". En el muro de este edificio, precisamente, se hallaba adosada la fuente que comentábamos anteriormente. El inmueble, hasta su derribo en 1955, se utilizó como vivienda y fue sede el conocido Cine Esperanza, muy popular en la zona. En su reforma para pisos, se procuró respetar su portada neoclásica con mayor o menor fortuna y usándose sus bajos como espacio para el negocio Muebles Macarena y posterior y últimamente sede del ambulatorio del Servicio Andaluz de Salud hasta su traslado a la calle Inocentes. 

Durante décadas, la zona se caracterizó, a ser uno de los sectores más desfavorecidos de la ciudad, con abundancia de infraviviendas y escasez de higiene, aunque no faltaron denuncias como la del Doctor Hauser, quien destacó este sector por poseer una altas tasas de mortalidad infantil a lo largo del XIX.

Hablar del Pumarejo y no mencionar olvidar el papel de las diferentes tabernas y bares en la plaza, como la "Bodega Camacho" ("Mariano", para entendernos) o "Umbrete", sería casi un pecado de lesa majestad, por su capacidad indudable como elementos socializadores y de cohesión, así como tiendas de alimentación y pequeñas tiendas, además de un parque infantil instalado en el lateral de la plaza. 

Durante estos años el colectivo de vecinos de la plaza, especialmente los residentes en el primitivo palacio de Don Pedro, han centrado sus esfuerzos (con el apoyo de arquitectos del barrio, como el desaparecido Ventura Galera) en evitar que el edificio cayera en manos de la especulación o incluso que fuera convertido en hotel en el año 2000, lográndose que en 2011 fuera declarado Bien de Interés Cultural, de manera que quedara protegido y en propiedad del Ayuntamiento, quien ha puesto en marcha un programa de rehabilitación que por el momento, salvo actuaciones puntuales, está a la espera de ponerse en marcha, con lo cual se recuperaría un espacio cargado de historia en el sector norte de la ciudad.

Terminamos 2021. Ojalá el próximo año sea un poco mejor que éste que termina, que sigamos por aquí "dando la lata" y los lectores y oyentes sigan siendo benévolos. 

20 diciembre, 2021

Secundarios de cuatro patas y una reliquia.

No cabe la menor duda de que en cualquier Belén o Nacimiento montado en el hogar o en aquellos instalados en asociaciones, hermandades o conjuntos monumentales (como por ejemplo, en San Luis de los Franceses), los pilares fundamentales son, por casi imperativo legal, el Niño, la Virgen y San José, las demás figuras aparecerán o no, serán de mayor o menor tamaño y, en definitiva, complementaran la Sagrada Escena representada. En esta ocasión, vamos a dar algunos detalles sobre elementos o seres que suelen estar presentes en estas representaciones, y, como siempre, vayamos por partes. 

La tradición establece que fue San Francisco de Asís, allá por el siglo XIII, quien decidió escenificar, incluso con animales reales, el Nacimiento del Niño Dios, celebrando así la Misa de Nochebuena y dando carta de naturaleza a una práctica que poco a poco se iría extendiendo por Italia en primer lugar y por toda Europa en lo sucesivo. Como sabrán los lectores, hay belenes prácticamente de todo tipo, desde los de estilo napolitano, traídos a España en el siglo XVIII por el rey Carlos III, a los realizados en barro, madera y ¡hasta hielo!.

 


Como decíamos, la Sagrada Familia sería el epicentro de este tipo de conjuntos, pero paulatinamente se irán añadiendo otras escenas como la Anunciación a los Pastores, la Adoración de los Reyes Magos o incluso decorados como el castillo de Herodes, el río (opcional), el pueblo con sus tiendas y viviendas, en fin, todo un entramado casi urbanístico que muchas veces será más fruto de la buena voluntad que del criterio histórico, pero, ¡qué bonito resulta!. 

 


¿Y la mula y el buey? Sabemos que desde el siglo IV aparecen escoltando al Niño Jesús y que su presencia en el Portal de Belén ha tenido varios significados a lo largo de los siglos; por ejemplo, para algunos autores suponen el cumplimiento de la profecía de Isaías: "El buey conoció a su amo, y el asno del pesebre de su señor", para otros, siguiendo el evangelio apócrifo del Pseudo Mateo, serían fruto del carácter previsor del bueno de San José, quien habría usado a la mula como animal de carga para hacer más llevadero el camino de Nazaret a Belén a María, entonces ya casi cumplida de cuentas en su estado de buena esperanza y al buey como posible pago del impuesto reclamado por los romanos, ya que su venta le haría poseedor de una suma de dinero más que suficiente. 
 
San Jerónimo, considera a ambos animales como hecho histórico incuestionable, e incluso (como ha recogido el profesor Juan Manuel Martín García) Jacobo de la Vorágine, allá por el siglo XIII, afirmaba que "fuese que José preparara un pesebre para dar de comer a su asno y a un buey que había llevado consigo... dice la historia escolástica que el buey y el asno respetaron el heno en que el Hijo de Dios estuvo reclinado, que se abstuvieron de comerlo". 


 

Por todo ello, hemos de entender que desde luego la presencia de ambos animales estaría más que justificada, de ahí su abundante representación en no pocas obras artísticas de todos los tiempos. 

Otro elemento poco destacado será ese mismo pobre pesebre. El ya citado de la Vorágine, autor de la Leyenda Dorada o recopilación de textos sobre santos y acontecimientos sagrados, afirmará que José y María se alojaron en:

"Un cobertizo público, situado, según la Historia Eclesiástica, entre dos casas. Tratábase de un albergue que había a las afueras del pueblo en un sitio al que acudían los habitantes de Belén en los días de fiesta, y si hacía mal tiempo se refugiaban bajo su techumbre para merendar o charla. Bien fuese que José prepara allí un pesebre para dar de comer a su asno y a un buey que había llevado consigo, o bien, como opinan otros, que estuviese allí antes, a disposición de los campesinos de la comarca para dar pienso a su ganado cuando acudían a Belén con ellos los días de mercado, el caso es que en dicho cobertizo había un pesebre".


Por su parte, el pintor y tratadista sanluqueño Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, al relatar cómo debía un artista retratar ese espacio afirmaba que se trataría de:

"una cueva cavada en la muralla, lugar común donde solían acudir los pastores... la cual servía de establo donde se amparaban las bestias y, para este efecto, estaba su una parte de ella un pesebre cavado en la piedra, como afirma Brocardo. Aquí parió aquella dichosa noche la Santísima Virgen a Cristo nuestro Señor, Dios y hombre verdadero". 

Lo curioso del caso es que se conserva una reliquia del pesebre en la misma Roma, ¿Cómo es posible? Allá por el año 432, el Papa Sixto III decidió construir una gruta a semejanza de la de Belén para honrar tanto el nacimiento de Cristo como la maternidad de su Madre, sobre todo como respuesta frente a la herejía nestoriana que negaba esa maternidad divina de María. Esa gruta fue erigida bajo la primitiva Basílica de Santa María la Mayor y allí, enmedio de gran devoción, fue depositada una reliquia de madera del pesebre, que tras muchas vicisitudes, e incluso un robo por tropas francesas en el siglo XVIII, se conserva en un precioso relicario o "Cunabulum" ejecutado por el arquitecto, arqueólogo y orfebre romano Giuseppe Valadier, que alberga en su interior ese fragmento enviado al Papa Teodoro I de Roma por el Patriarca de Jerusalén San Sofronio en el siglo VII tras la invasión islámica de Tierra Santa. 

En noviembre de 2019, el Papa Francisco I obsequió con un fragmento de esa reliquia a la Basílica de Belén en Tierra Santa, siendo recibida con gran emoción por el Custodio de los Santos Lugares, el franciscano Fray Francesco Patton.

Como detalle anedótico, y ya que hablamos de reliquias, la Hermandad del Silencio conserva desde hace años un pequeño fragmento del velo de la propia Virgen María, en concreto un hilo. El relicario, realizado en 1944 es colocado anualmente en la delantera del Paso de la Virgen de la Concepción en su Estación de Penitencia de la Madrugá, siendo además venerado en los cultos anuales y solemnes del mes de diciembre.

Llegado este punto, y antes de finalizar, aprovechamos para desear a los pacientes lectores de este humilde blog unas Felices Pascuas y que el Niño Dios nazca en nuestros corazones.

13 diciembre, 2021

Basura.

 

No hace mucho, hablábamos con un grupo de jóvenes sobre la poca importancia que damos al hecho de tener agua corriente en nuestros domicilios o al poseer un servicio municipal de recogida de basuras que, más o menos, cumple con un cometido esencial, sin el cuál, y se ha podido comprobar en periodos de huelga de sus empleados, la ciudad se vería hasta arriba de desperdicios y suciedad. Igualmente, aquellos jóvenes se sorprendían mucho de que Sevilla, hace unos quinientos años, apenas fuera limpiada por orden de sus autoridades salvo en contadísimas ocasiones, como la procesión del Corpus Christi, y además en zonas muy concretas, dejando al resto en constante estado de suciedad y mal estado, por no hablar del famoso grito de "agua va" que para la juventud de nuestro tiempo carece de significado pero que hace algunos siglos suponía salvarse, o no, de un repugnante remojón procedente de cualquier casa, corral o vivienda. 

Ya lo contaba el historiador local José Gestoso (1852 - 1817) en una de sus publicaciones, a lo largo del siglo XVI fue constatable el hecho del pésimo estado de la pavimentación de las calles hispalenses, sin que la importancia de una plaza como por ejemplo, la de San Francisco, fuera obstáculo para que el consistorio empleáse fondos y empleados en "allanar los foyos et barrancas de las calles", en los que se depositaban excrementos de mulos y caballos, barro en tiempos de diluvio o polvo en épocas estivales, conformándose auténticos y nada perfumados estercoleros que, como decíamos, apenas eran parcialmente retirados con motivo de fiestas religiosas o festejos populares.

En vano, el Cabildo de la ciudad intentó que cada vecino adecentase las zonas colindantes a su casa, pregonándose que los vecinos barriesen la basura y la transportasen al campo bajo pena, ni más ni menos, de 1.000 maravedíes. 

Tampoco escapaba a la suciedad una calle tan principal como la de las Sierpes, llena de fondas, posadas, ante cuyas puertas se amontonaban los desperdicios e inmundicias propias de su labor diaria, o también era, por desgracia, reseñable, la constante presencia de "vestiglos", nombre caritativo que se daba entonces a los cadáveres de animales depositados en plena calle, aunque al parecer había una especie de servicio dedicado a recogerlos de la vía pública por ser, lógicamente fuente de malos olores y enfermedades. Ni que decir tiene que el esparcir romero y otras hierbas aromáticas en la carrera del Corpus tenía como misión mitigar esos malos efluvios.

La cosa, lo cuenta Gestoso, llegó al extremo de que el 14 de septiembre de 1461 en una sesión capitular del consistorio se dictaminó:

"Y que mandedes limpiar esta ciudad de tanta grande suciedad como en ella está por tanto y tan altos muladares así en el cuerpo de la dicha ciydad como en el derredor de ella así dentro como de fuera, que ya las barbacanas ha muchos logares tienen los muladares mas altos que las almenas e asi por el derredor, dentro de la ciudad están los muladares tanto altos como los lienzos de los adarves y hay caso acaeciese de lluvias como en nuestro tiempo hemos visto esta ciudad perecería pues guárdenos Dios de lo más peligroso si viere sobre sí las gentes que otras veces de pocos tiempos aca se vieron bien, es de creer que sin mucho trabajo que la quisiesen conquistar habría muy enseñorearse de ella".

O lo que es lo mismo, la basura había alcanzado la altura de las murallas y facilitaría, en caso de asedio, la conquista de Sevilla, prueba de esa especie de "desobediencia civil" que ignoraba bandos, proclamas o edictos en relación a la limpieza. Ni que decir tiene que esta práctica, o mejor dicho, esta falta de práctica, era común en todo el continente,  basta con leer las descripciones de viajeros o los relatos de la época.

Los vecinos llegaron a dirigir escritos al Cabildo de la Ciudad quejándose de la suciedad, como ocurrió con los de la calle de la Ballestilla (actual Buiza y Mensaque, cercana a la calle Cuna), quienes en el siglo XVI afirmaban que: 

"Que en la dicha calle está una callejuela la cual ordinariamente en todos tiempos está llena de inmundicias y vestiglos muertos y jamás pasa nadie por ella porque no se puede pasar por causa de la imundicia que hay que llega hasta los tejados  aunque algunas veces le hemos limpiado a nuestras costas desde hace dos días está peor que antes por lo cual noes bastante remedio limpiarla y el hedor que allí hay es insufrible y muchos vecinos dejas sus casas por no poderlo sufrir y podría congelar pestilencia", solicitando el cierre de la calle, ni más, ni menos. 



 Como último ejemplo, los curas de la parroquia de San Andrés escribían con grandes muestras de pesar en ese mismo siglo XVI que: 

"La dicha iglesia tiene un Cementerio en el qual se entierran cada año así de la collación como del hospital del Amor de Dios, más de ochocientas personas y están sepultados de mucho tiempo más de cien mil christianos, en medio de dicho cementerio está puesta vna Cruz grande de mucha veneración como lugar dedicado para lo sobre dicho por todo to qual es lugar de piedad, hemos hallado y visto muchas veces perros sacando parte los cuerpos de los sepulcros y comiéndoselos y los vecinos comarcanos no teniendo respeto a la decencia del lugar echan de noche mucha suciedad y inmundicia de sus casas en el dicho cementerio, lo cual parece muy mal y todo lo sobredicho nace de estar el dicho cementerio descubierto y sin cerca.".

Como puede verse, las escenas caninas descritas ahora habrían causado verdadero estupor y pavor. Se sabe también, y alguna vez lo hemos comentado, que la colocación del símbolo cristiano por excelencia en esquinas, plazas o cementerios parroquiales se hacía con una intención claramente devocional, aunque con ello se pretendía, a veces sin éxito, evitar que se depositasen basuras en esas zonas. Como curiosidad, en la Colegial del Salvador llegaron a pintarse las llamas, a imitación del Fuego Eterno del Infierno, para disuadir a quienes se acercaban a sus muros con la intención "maligna" de hacer "aguas menores", aunque el experimento no pareció surtir el efecto deseado, algo parecido se intentó en la parroquia del Sagrario donde se acordó encalar y "dibujar cruces y santos" como remedio a tales abusos. 

En 1594 la Corona emitió una real provisión nombrando a cuatro alguaciles como encargados de visitar y asear la ciudad de Sevilla. No obstante, en el cabildo de 5 de marzo de 1598 un teniente de Asistencia decía: "es vergonzoso ver la ciudad cuán perdida está con inmundicia y montones de basura que hay por todas las plazas y calles que propiamente están hechas muladares".

A ello habría que sumar, sin cansar en exceso al lector, la enorme carga olfativa de zonas como la Plaza de la Pescadería, las Carnicerías o las Curtidurías, oficios todos en los que los desperdicios eran abandonados a su suerte sin que hubiera depósitos o contenedores por supuesto y que con las altas temperaturas del verano alcanzarían cotas prácticamente insoportables incluso para los sevillanos de aquellas calendas, acostumbrados a este tipo de escenas más que cotidianas.

Muladales y estercoleros, como vemos, eran moneda corriente en esa Sevilla de fuertes contrastes, en la que los malos olores se procuraban camuflar con perfumes y vegetación y donde la higiene, como vemos, era, siendo benévolos, escasa. No será hasta el siglo XVIII y, en mayor medida, el XIX cuando se comience a tomar conciencia de la importancia de la limpieza pública de calles y plazas, aunque, por desgracia, faltaría mucho para llegar a la creación de algo, ahora, tan indispensable como LIPASAM, pero esa, esa, ya es otra historia...




29 noviembre, 2021

Con dos calles

Ya se sabe, las cosas de Sevilla son así; mientras quedan muchos (y muchas) por verse reflejados en el nomenclátor hispalense, bien por olvido, bien por dejadez, hay otros afortunados que no sólo poseen su nombre en azulejería presidiendo una calle, sino que además lo hacen en dos, y además, en ambas orillas del río. Pero como siempre, vayamos por partes.

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/b/b9/Fray_Bartolom%C3%A9_de_las_Casas.jpg

Perpendicular a la calle Alfarería, desde la calle Clara de Jesús Montero para desembocar finalmente en la calle Castilla, existía una vía fruto de la unión de la llamada calle Caballeros y otra denominada Tres Casas, conocida así desde tiempo inmemorial por la existencia en ella de un tejar. Los dos tramos se unificaron en 1859 bajo el nombre de Procurador, en honor a Fray Bartolomé de las Casas, monje dominico nacido en Triana. Sin embargo, en 1893, el Ayuntamiento decidió, también, rotular con el nombre del conocido obispo de Chiapas y defensor de la población indígena a un tramo de calle comprendido entre Zaragoza y Rositas, prácticamente al lado de la Plaza del Molviedro. 

Error o exceso de celo, como afirmaba el tristemente desaparecido Carlos Ros, lo cierto es que Fray Bartolomé puede presumir de ser el único sevillano de tener sendas calles, y además un monumento en su honor en la orilla del Guadalquivir, inaugurado en 1984 y muy próximo a la trasera de la trianera Parroquia de la O, por no hablar de su estatua en la fachada del Palacio de San Telmo realizada por Antonio Susillo, ¡Cómo se ve, no le han faltado homenajes! sobre todo cuando en vida fue un personaje ciertamente incomprendido para la sociedad de su tiempo. 

Nacido sobre 1484, hay algunos autores que sostienen que su nacimiento tuvo lugar en Triana, pero otros, en cambio, hablan de cómo su madre, Isabel de Sosa, de familia sevillana, poseía un horno de cocer pan en la calle Carpinteros (actual Cuna); su padre, Pedro de las Casas, de origen segoviano, y su tío acompañaron a Cristóbal Colón en su Segundo Viaje, regresando a Sevilla en 1498. 

Por aquel entonces Bartolomé de las Casas acompañó a su padre por diversos lugares, entre ellos Granada y en 1502 embarcará hacias las Indias "a desechar de sí la pobreza", según sus propias palabras. Regresará cuatro años después a España, visitará Roma y a su regreso a América se convertirá en colono y encomendero en Cuba; contará incluso haber hallado pepitas de oro, como de tamaño "como las hogazas de pan que traen de Alcalá de Guadaira a Sevilla". Enriquecido, tendrá a su cargo a indígenas para cultivar en un régimen de explotación casi de esclavitud encubierta. La orden dominica predicará contra esta práctica y de las Casas, tras escuchar algunos fervientes sermones, finalmente experimentará un profundo arrepentimiento que le hará renunciar públicamente a su encomienda (ante la sorpresa de todos) y unirse a la orden dominica.

El 6 de octubre de 1515 desembarcará en Sevilla, en cuyo Convento de San Pablo, actual parroquia de la Magdalena, será ordenado sacerdote; además, entablará relación con el cardenal Rodrigo de Deza, algo que le será de suma utilidad para contactar con la Corte. Escribirá al cardenal Cisneros y al preceptor del futuro monarca Carlos de Habsburgo, Adriano de Utrech, y en ellos encontrará apoyo para denunciar e intentar desarraigar los abusos y malas prácticas llevadas a cabo por los encomenderos, siendo nombrado "Procurador universal de todos los indios de las Indias".

Durante años, será testigo de cómo tribus enteras serán diezmadas y de los malos tratos como algo cotidiano y llevará a cabo una ingente e impetuos labor misionera en defensa de los derechos de la población india, mediante constantes críticas, alegatos y memoriales a la monarquía española contra el sistema de encomiendas y la necesidad de mejorar el nivel de vida de aquellos que soportaban un sistema de producción tan injusto como cruel. Todo ello, lógicamente contando con la feroz oposición de los encomenderos a pesar de la publicación de las llamadas Ordenanzas; tras un largo camino, en 1541 se entrevistará con el rey Carlos I y un año después se aprobarán las llamadas Leyes Nuevas, en las que se consideraba la dignidad del indio como súbdito de la corona española, la supresión de la esclavitud y de las encomiendas entendidas como servidumbre, de la guerra de conquista y la garantía estatal de todo ello mediante vigilancia, procesos y penas judiciales. 

Unos años después, en 1544, Bartolomé de las Casas será ordenado Obispo de Chiapas en el sevillano convento de San Pablo, concretamente en una fecha especial: el Domingo de Pasión. Así lo relataba el cronista:

"Hubo flores y múltiples luces de cirios en la iglesia conventual, nubes de incienso, oro y sedas en los ornamentos sagrados de los obispos consagrantes, que fueron el de Córdoba y el de Trujillo, y un sobrino del Cardenal Loaisa".

Como detalle, una lápida de mármol situada en la portada principal del templo recuerda la efemérides: 

"En este antiguo Convento dominico de San Pablo el día 30 de marzo de 1544 fue consagrado Obispo de Chiapas el Sevillano Fray Bartolomé de las Casas, Protector de los indios del Nuevo Mundo."

Para hacernos una idea de la influencia de De las Casas, estando dispuesto a marchar a su diócesis americana, comprobó cómo numerosos indios esclavos, propiedad de comerciantes o nobles sevillanos, acudían a él para ser manumitidos, visitándolo en el convento, escribiendo al emperador que ordenase liberarlos a todos "porque en verdad que son tan libres como yo". Ya en Chiapas, con la ayuda de un puñado de monjes misioneros, se empleó a fondo en aplicar las Leyes Nuevas, llegando incluso a negar la absolución a quienes mantuvieran indios en encomiendas o esclavitud, ganándose de nuevo las iras de no pocos encomenderos.

Bartolomé de las Casas (1552) Brevisima relación de la destrucción de las Indias.png

Regresará definitivamente a España en 1547, y en su ciudad natal publicará en 1552, en la imprenta de Sebastián Trujillo, su obra "Brevísima relación de la destrucción de las Indias", dedicada a Felipe II con el fin de que el monarca conociera, de primera mano, las atrocidades cometidas en América. Curiosamente, la obra no pasará el filtro de la censura eclesiástica y circuló libremente, aunque en 1660 la Inquisición lo declaró prohibido. Con enorme repercusión en Europa, la Brevísima Relación quizá contribuyó involuntariamente al nacimiento de la Leyenda Negra. 

Fallecerá en el madrileño convento de Nuestra Señora de Atocha el 19 de julio de 1566, a la edad de noventa y dos años, dejando ordenado que su funeral fuera oficiado "con pontifical pobre y báculo de palo". Así pasaba a la Historia uno de los precursores del Derecho Internacional y único sevillano con dos calles en su Ciudad...