28 febrero, 2022

Remedios.

Aunque han existido, y subsisten, monasterios y conventos sevillanos creados en torno al cauce de río Guadalquivir, hubo uno, que por sus especiales características permaneció ligado para siempre al caudaloso Río Grande, aprovechando de él lo mejor y sufriendo, también de él, lo peor. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Históricamente hablando, desde época medieval siempre se ha aludido la existencia de una pequeña ermita dedicada a la Virgen de los Remedios, situada en la orilla trianera, en el extremo sur de la calle Betis, y al lado del llamado "Sitio de las Bandurrias". El nombre tiene su miga, y Manuel Macías en su libro "Triana, el Caserío" de 1982 , lo menciona como lugar ribereño en el que pescadores ponían a secar y reparar sus aparejos, denominados de este modo. Igualmente, junto a las Bandurrias estarían los molinos de pólvora de Matías de Bolaños y Damián Pérez, establecimiento no exentos de riesgo como prueban las explosiones acaecidas en 1579 y sobre todo la de 1613, que causó enormes daños (incluso en las vidrieras catedralicias) e innumerables víctimas mortales. Todavía en 1807 pervivía el sitio de las Bandurrias, ya que un edicto municipal prohibe ese año la venta allí de sábalos, sabogas y machuelos, debiéndose llevar todo el pescado a la pescadería mayor.

Sin embargo, el gremio de historiadores no se pone de acuerdo: para Alonso Morgado fue un tal Fray Pedro quien en 1540 habría fundado la ermita, con la idea de permanecer en ella aislado del mundanal mundo, aunque la devoción que poco a poco alcanzó la pintura de la Virgen de los Remedios hizo que aquella zona poco tuviera de silenciosa; por su parte, Ortiz de Zúñiga afirma que la fundación habría sido anterior, sobre 1526, gracias al mecenazgo de un canónigo de la catedral hispalense de nombre Martín Guasco.

Vista del Convento de los Remedios en el siglo XVI, con el número 4

Junto al Convento, en la actual calle de Juan Sebastián Elcano, habría estado también el Puerto de las Mulas, del que partirá el 10 de agosto de 1519 la expedición de Magallanes y al que rendirá fin de travesía la Nao Victoria comandada por Elcano el 8 de septiembre de 1521, tal como recuerda una placa de mármol situada en la fachada lateral del edificio del que hablamos el 12 de octubre de 1929.
 
Finalmente, un discípulo de Santa Teresa de Ávila, Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, conseguirá en 1574 la posesión de la ermita para la orden carmelita descalza, fundación obtenida del cardenal Cristóbal de Rojas y Sandoval. A la antigua ermita se le añadió por tanto un monasterio, que pronto adquirió fama por su santidad y por su huerta, regada por el cercano río que también se cobraba su particular tributo, pues como ha recogido la investigadora Noemi Cinelli:

"Las inundaciones frecuentes y la humedad del entorno destrozaban la cosecha y no favorecían las condiciones de salud de los frailes y con las muchas venidas del río se inunda todo lo interior de él las veces que sale de madre se ha hecho su habitación tan enferma de que muchos años a esta parte lo está casi toda la comunidad todos los veranos, y mueren muchos."

Testimonio del daño de la meteorología en el convento de los Remedios lo tenemos en sendas crónicas de Justino Matute, quien describe así dos accidentados sucesos, en 1603: 

"Pasado el verano se inició el otoño con tormentas, y fue tan furiosa la del día 20 de octubre, que el huracán arrancó algunos remates de la crestería del templo metropolitano, derribando muchos árboles en el Aljarafe y una campana de la torre del convento de los Remedios en el barrio de Triana, con muerte instantánea del fraile que la tañía (...) Los religiosos carmelitas descalzos, del convento de los Remedios, situado en el otro extremo del arrabal, fuertemente combatido por el viento y rodeado por las aguas que destruyeron la cerca, viendo próxima su muerte, pidieron socorro tocando la campana; y a pesar de ser dificilísimo y arriesgado atravesar el río para auxiliarlos, el Asistente fletó un barco tripulado por veinticuatro ágiles y valiente remeros, que recogieron y salvaron a los religiosos, trasladándolos al colegio del Ángel de la Guarda, de su misma Órden."

Catástrofes así hicieron que el convento fuera finalmente trasladado a una zona ribereña un poco más elevada, aunque las obras se demoraron hasta 1700, año en el que tiene lugar la bendición del nuevo templo con la bendición del arzobispo Jaime de Palafox.


Pese a todo, el vínculo entre el monasterio y Triana permaneció inalterable, especialmente con las gentes de la mar, que saludaban al pasar a la Virgen de los Remedios con salvas de artillería o toques de clarines al iniciar o finalizar singladura en sus navíos. Cercano al convento se constató la existencia del corral de vecinos llamado "de los Títeres" sobre el año 1705.

El siglo XVIII será un periodo de cierto esplendor para los carmelitas de los Remedios, ya que ampliarán sus huertas de naranjos y limoneros, que adquirirán cierta fama, llegando a construir "un suntuoso estanque en el medio, que con su noria lo tiene siempre lleno de agua del Guadalquivir por una grande acequia en tan costoso edificio", aunque no por ello se librará de los efectos de la crecidas del río: en 1752 la riada será de tal calibre que la iglesia quedará completamente anegada. La huerta de los Remedios será el terreno sobre el que crecerá el barrio así llamado, a partir de los años cuarenta del pasado siglo XX.

La iglesia aún conserva su portada, muy reformada por Juan Talavera, así como una parte de su arquitectura dieciochesca, aunque se han perdido retablos, claustros y patios por la acción de los tiempos; incluso la venerada imagen de la Virgen de los Remedios fue trasladada a la parroquia de la O, desapareciendo tras ser quemada la parroquia en julio de 1936, aunque algún autor sostiene que la imagen, en piedra, pudo ser alojada en uno de los patios del palacio de la familia Ibarra en la feligresía de San Nicolás.

Sin embargo, el XIX será nefasto, como es de imaginar. A la invasión de tropas francesas, que saquearán el convento en 1810 se sumará la desamortización de 1836, que expulsará a la comunidad carmelita definitivamente de sus dominios, siendo finalmente subastado el edificio en 1869 y quedando en estado de semi abandono, aunque se sabe que pintores sevillanos como Eustaquio Marín o Gonzalo Bilbao usarán sus naves como estudios. Como curiosidad, tras el expolio de las tropas de Bonaparte se ubicarán en los Remedios la imágenes titulares de la desaparecida Hermandad de la Entrada en Jerusalén de Triana, a las que se les pierde la pista conforme pasan las décadas.

Será finalmente el mecenas Rafael González Abreu quien compre finalmente la iglesia conventual y sus dependencias para reformarla y convertirla en sede del Instituto Hispano Cubano de Historia de América, nacido al calor de los fastos de 1929 y que aún funciona como centro de investigación y biblioteca. 

 

Además, una Real Orden del 8 de febrero de 1931 declaró que el edificio fuera considerado Monumento Nacional, habiendo tenido otros usos, como ejemplo, acuartelamiento alemán durante la Guerra Civil, punto de información previo sobre la Expo del 92, Museo de Carruajes (desde 1999) y en la actualidad centro cultural para actos y presentaciones gestionado por un diario local. Ni que decir tiene que el entorno ha cambiado sustancialmente, poco queda de aquel sitio de las Bandurrias o de la famosa Huerta de los Remedios, pues en sus terrenos llegó a haber cines de veranos, talleres del Puerto, fábricas de cerámica e incluso, dato curioso, el llamado canódromo de Triana, luego polideportivo, y añadiéndose a la lista las instalaciones del Círculo de Labradores de 1962 o la urbanización de la propia Plaza de Cuba, llamada durante años "el Campillo" por las gentes del barrio.

La antigua copla trianera lo dejó claro hace muchos, muchos años: 

"Aquellos cuatro puntales

que mantienen a Triana,

San Jacinto, Los Remedios,

La O y "Señá" Santa Ana"

 


21 febrero, 2022

Entre Cruces.

 

Al entrar en la Parroquia de Omnium Sanctorum, sita en la popular calle Feria, llaman la atención varias cruces de cerrajería, de gran tamaño, situadas, una en su fachada principal y otras dos en el lateral interior de su puerta principal, recuerdo de tiempos pasados, en los que, como hemos comentado en ocasiones anteriores, la colocación del símbolo cristiano por excelencia en plazas y calles era tan frecuente que raro era el espacio urbano hispalense que careciese de este tipo de elementos; por un lado, sacralizaban el entorno y por otro, evitaban que a su alrededor se arrojasen basuras o inmundicias. En el siglo XIX el Consistorio decidió retirar la mayoría de estas cruces, entre ellas la famosa de la Cerrajería, perdiéndose muchas y conservándose no pocas, como en el caso que nos ocupa. Pero como siempre, vayamos por partes.


La primera de ellas es la llamada Cruz de Caravaca; recuerda a la cruz venerada en Caravaca de la Cruz (Murcia) y que según la tradición apareció  portada por los aires por sendos ángeles en el transcurso de una Eucaristía, tras carecer de ella el sacerdote que la oficiaba, prisionero de los musulmanes allá por el siglo XIII. 

El historiador y cronista sevillano Luis Montoto (1851-1929) obtuvo datos muy interesantes sobre la de Omnium Sanctorum, como que por ejemplo que ya en el siglo XVII se encontraba ya erigida, pues allá por agosto de 1616, como se denunció entonces, junto a ella se acumulaban las maderas y tablones de un grupo de miembros del gremio de carpinteros, provocando con ello molestias para el vecindario, que veía impedido el paso. Al decir de la resolución municipal de la época: "acordóse de conformidad que se le notifique a las personas afectadas en esta causa que dejen el paso libre de la calle de manera que se pueda pasar por ella sin estorbo y no se proceda contra ninguno de ellos"

Por otra parte, durante la sublevación popular del barrio de la Feria de 1652, el llamado "Motín del Pendón Verde" en contra de los elevados precios y de la falta de pan, se dio el caso de que uno de sus cabecillas, Francisco Portillo de nombre y batidor de oro de oficio, desarticulada la revuelta, según cuenta Álvarez Benavides: 

"Túvose noticia que estaba en su casa, de donde lo sacaron y junto a la Cruz de Caravaca lo confesaron y arcabucearon, colgándolo con los otros dos de diferentes rejas; y sucedió que estando Francisco Portillo cercado del escuadrón, llegó su mujer dando gritos, quiso romper el cerco y llegar, más los soldados no lo consintieron y presenció la infeliz la muerte de su marido."

Los otros dos cabecillas aludidos en el texto fueron apresados tras dar con ellos escondidos tras un altar en la parroquia de Omnium Sanctorum, siendo ejecutados en las inmediaciones de la actual Plaza de Calderón de la Barca y sus cadáveres expuestos públicamente para escarnio y advertencia en otra de las cruces de la collación: la Cruz Verde.

En torno a esta cruz de Caravaca se fundó una Hermandad para rendirle culto, que incluso contó con Reglas aprobadas por el Arzobispado y que llegado el mes de mayo, solicitaba permiso para colocar toldos con los que cubrir la zona a la hora de celebrar la fiesta de la Cruz, siendo restaurada dicho emblema en 1804 con una solemne función en su honor con luces y música y colocándosele una reja para protegerla en 1839. Como puede apreciarse, no era una cruz carente de oraciones y devoción.

En junio de 1840 el carácter reinvindicativo de los vecinos de la collación saldrá de nuevo a relucir, en este caso tras la retirada de la Cruz de Caravaca de su peana, hecho que acaeció de madrugada obedeciendo ello a órdenes dictadas por el Ayuntamiento, órdenes que buscaban al parecer el despejar las calles y plazas de este tipo de elementos, porque, se decía, entorpecían el transitar de viandantes y carruajes. El problema radicó en que la cruz fue entregada, mejor dicho, vendida por "cuarenta y pico reales", para sorpresa de vecinos y devotos, al cura de la "lejana" parroquia de San Marcos, sin que se sepa muy bien por qué, y ello ocasionó toda una tempestuosa oleada de quejas y protestas que culminó con la presentación de un escrito firmado por casi cincuenta vecinos de la Feria en el que afirmaban desear seguir dando culto a la Santa Cruz y que por tanto rogaban mandar que se les entregase.

El Ayuntamiento cedió y finalmente la cruz fue repuesta, aunque por poco tiempo, ya que de modo irrevocable se ordenará su supresión de la calle, ya en el año 1855. Un vecino narró cómo pudo trasladarse la cruz al interior de Omnium Sanctorum: 

"De la dicha parroquia salió un sacerdote revestido de alba, estola y manípulo, acompañado del clero de la misma iglesia parroquial, y al llegar al sitio donde estaba la cruz, que era inmediato a la Correduría, la quitaron de la peana donde estaba colocada, y formada procesión, la condujo dicho sacerdote sobre los hombros, sin embargo de ser tan pesada, ayudándole como cirineo uno de los clérigos que le acompañaban, llevándola así en esta forma hasta dicha iglesia, donde fue decentemente colocada y aún existe.

Esta cruz es de hierro y está pintada de amarillo, y tiene dos ángeles a los lados, también de hierro, que forman parte de su adorno." 



Otra otra cruz "compañera" de puerta es la llamada Cruz del Garfio, que poseyó este curioso nombre, ¿Por qué? el cronista González de León nos lo aclara al referirse a la calle donde estaba enclavada:

"Enmedio había una cruz grande de hierro sobre peana de material, en la cual estaba de firme un garfio o pescante, del que colgaban el peso o romana para pesar el carbón; y de este peso dejaban cierta limosna obligatoria para el culto de la dicha santa cruz, que del garfio que tenía en la peana tomó el nombre, y de ella y del peso lo tomó la calle"

 Efectivamente, sirvió como soporte para colocar en ella una balanza o "romana"; si decimos que la calle donde se ubicaba era la calle del Peso del Carbón (el actual tramo de Peris Mencheta más cercano a Feria) queda todo explicado, aunque hay que destacar que también poseyó hermandad propia, que se financiaba con aquellos donativos dejados tras cada "pesada" de carbón. 


En julio de 1816 se sabe que se estrenó un retablo para darle culto, sito en el muro exterior de Omnium Sanctorum más próximo al Mercado de Abastos, lo que indica que habría sido trasladada desde su ubicación primitiva, y allí convive con su otra "colega", así como con una tercera cruz llamada "de los Linos" (¿O quizá "del Triunfo"?), utilizada para marcar un cementerio de la Peste de 1649, reflejo de un tiempo en el que las cruces callejeras eran parte de la cotidianidad hispalense...

14 febrero, 2022

Dados.

Popular y comercial, atestada de público en fechas navideñas o cuaresmales, punto de encuentro para novias casaderas o compradores de tejidos, juguetes, bisutería y hasta con uno de los bares más pequeños de Sevilla, todo eso cupo en una calle que ha sido siempre arteria entre la Encarnación y el Salvador; pero como siempre, vayamos por partes. 

Desde al menos 1384 se tiene ya constancia documental de ese nombre tan peculiar para denominar esta vía, el de "Dados", sin que los investigadores e historiadores locales se hayan puesto de acuerdo en la causa de tal nomenclatura; uno estiman que se debe a que en esta calle en esa época abundaban las casas de juego, mientras que otros, como Santiago Montoto, indican que en la actual Puente y Pellón existieron talleres dedicados a la fabricación precisamente de esos elementos tan vinculados al azar. En alguna etapa también fue llamada "del Hospital del Yeso".

A ello habría que sumar la presencia de bodegas y tabernas como el conocido "Bar Quito" o la famosa "Bodega de Calle Dados", en el número 6, que en 1912 se anunciaba con este texto: 

"Esta antigua casa ofrece sus vinos, aguardientes y vinagres de pureza extremada, como tiene demostrado en sesenta años de existencia regida por individuos de la misma familia. Servicio a domicilio"

En cualquier caso, como "Dados" se conoció hasta 1886, año en el que recibió el nombre en recuerdo de Manuel Puente y Pellón, vecino de la calle, quien ostentó la alcaldía de Sevilla entre 1872 y 1886 y a quien se le dedicó una lápida en el número 11, actualmente en paradero desconocido. Como político de corte liberal, participó en la Revolución "Gloriosa" de 1868, que trajo consigo, por ejemplo, el derribo de la mayoría de las puertas de Sevilla, así como de las murallas y templos como los de San Miguel o Santa Lucía, por poner un sólo ejemplo.

1912. Anuncio en la "Guía del Turista de Sevilla".

Como calle comercial, siempre merecerá la pena reseñar la existencia de establecimientos muy antiguos y de gran tradición, la mayoría desaparecidos, dedicados a la bisutería, la quincalla o la confección, como por ejemplo las famosas Siete Puertas (no confundir con la célebre taberna de la zona de la Alameda) o "Iglesias, Pérez y Soro", en el número 11, y que durante más de un siglo desde su creación en 1877, aprovechando un antiguo palacio (el de los Marqueses de Sortes) reconvertido en casa de vecinos, surtió de prendas de vestir, juegos de cama, tejidos o trajes a media Sevilla, en un espacio en el que destacaban su bello patio con columnas, escalera de mármol, amplias mesas para las piezas de telas, probadores y mostradores de madera barnizada para la atención personalizada de sus vendedores. La decoración de sus escaparates era tan destacada y llamativa, que incluso ganó premios en concursos de escaparatismo en la festividad del Corpus Christi. En 2010, tras 133 años de existencia, cerraba sus puertas, dejando un cierto regusto amargo por su desaparición. 
 

A "Las Siete Puertas" (llamada así por ser ese el número de accesos a la tienda, algo que de niños nos encantaba contar de regreso del colegio), habría que añadir la tienda de tejidos de "Algarín Hermanos", en el número 21, situada ya casi en el límite con la calle Lineros (donde estaba Casa Marciano, recordemos) y que durante un tiempo, fundada en 1888, fue el establecimiento más antiguo de Sevilla en manos de una misma familia y también, aunque más reciente, la Juguetería "El 0,95", en el actual número 24, vinculada al apellido Barreiro y que además se especializaba en tiempo cuaresmal en la realización de cientos de capirotes para nazarenos de todas las hermandades. 


En el otro extremo, ya próximo a la Encarnación, quizá el establecimiento decano de la calle sea "Peña", en el número 6A, fundado en torno a 1932 (antes al parecer fue una huevería) y que constituye uno de los mejores ejemplos de mercería, lanas y botonería del centro de Sevilla; además, justo enfrente, se puede disfrutar de la clásica Tienda de Ultramarinos "Casa Lucas", famosa por la calidad de sus bocadillos. 

Foto: Reyes Escalona

Como detalle curioso, una de las tiendas de allá por 1871 era el "Establecimiento de géneros extrangeros y del reino, de ropas al por mayor y al detalle, quincalla, mercería, perfumería, de Don. Atanasio Barron y hermano. Es en su clase una de las más reconocidas y acreditadas"; aparentemente el nombre recuerda a una calle dedicada a un arquitecto en la zona de la Florida, pero no deja de resultar interesante que hay una Eustaquia Barrón casada con Aniceto Sáenz y nuera de Patricio Sáenz, siendo Aniceto el principal comprador de la llamada Huerta de los Toribios adyacente al Palacio del Pumarejo. Ni que decir tiene que son nombres de calles vinculados a esa zona desde 1887.

El cierre del Mercado de la Encarnación y su eterna reconstrucción hasta la inauguración de las "Setas" y la presión de los centros comerciales hizo que poco a poco la calle se fuera despoblando de sus tiendas más clásicas, resistiendo unas pocas apenas, sin que por ello Puente y Pellón haya perdido su carácter mercantil y de vía de paso hacia el meollo del centro histórico de Sevilla. Ojalá los dados sean propicios y la revitalización llame a las puerta de esta zona.

Foto: Reyes de Escalona

07 febrero, 2022

Santa Lucía.

 Cuando toca el turno de enumerar o analizar el grupo de las llamadas parroquias o iglesias mudéjares sevillanas, es inevitable recordar templos tan conocidos como los de Santa Marina, San Gil, Omnium Sanctorum o San Marcos, pero siempre, por desgracia, queda en el tintero una, muy cercana a San Julián, pero que tuvo un destino muy diferente al resto de sus "hermanas"; como siempre, vayamos por partes.

Muy cercana a la muralla y no lejos de la llamada Puerta del Sol, lo que no deja de tener su aquel dado el martirio y patronazgo de la propia Santa que le da nombre, al extremo de la misma calle Sol, la iglesia de Santa Lucía se ha considerado una de las más antiguas de Sevilla, pues se conocen alusiones documentales sobre ella ya en torno a 1285, como puso de manifiesto el profesor Ballesteros Beretta en 1913. El entorno, en el que abundaban huertas y vivienvas humildes, era además poco propicio en tiempos de lluvias, pues solía inundarse con mucha frecuencia al transitar por allí el husillo (muchas veces atascado) que pasando por la mencionada Puerta del Sol buscaba desembocar en el cercano Arroyo Tagarete, mientras que en 1574 se colocó una fuente pública en la plaza situada en la puerta principal del templo, a la que se añadió una cruz en 1649 como recuerdo de las víctimas de la Peste allí sepultadas durante la tremenda epidemia. 

Santa Lucía en 1831, dibujada por Richard Ford

 Paradigma de un tipo de templo muy concreto, con tres naves y planta de las denominadas "de salón", aunque no se conserva al completo su ábside, demolido parcialmente para la unión de las calles San Hermenegildo y Santa Lucía; además se sabe, con reservas, que fue sede fundacional de la Hermandad de los Panaderos y que esta corporación del Miércoles Santo poseyó capilla propia ya desde 1640, edificando con el tiempo almacén para sus pasos y enseres hasta abandonarla tras la incautación gubernamental de la que hablaremos a continuación. Como curiosidad, entre las insignias procesionales de la cofradía figura en la actualidad un guión o banderín dedicado a Santa Lucía, recuerdo de los años de estancia en esa sede. 


Tampoco puede olvidarse que fue sede provisional de la Hermandad de la Trinidad a comienzos del XIX con motivo de la invasión francesa y ser expropiado el Convento de la Trinidad (actual Basílica de María Auxiliadora); precisamente para los padres trinitarios trabajaba un matrimonio del barrio, Francisco y Josefa que tenía además a su cargo el devoto cuidado del altar de la Virgen de la Salud en la parroquia de Santa Lucía. Fruto de ese matrimonio será María de los Ángeles Guerrero González, quien será bautizada en Santa Lucía el 2 de febrero de 1846. Con el paso de los años, aquella niña se convertirá en Sor Ángela de la Cruz, fundadora de la Compañía de las Hermanas de la Cruz, y en su casa natal, ahora recoleto convento, se conservará la pila bautismal del templo en el que fue iniciada en la fe cristiana, mientas que la Virgen de la Salud es venerada en la Casa Madre de la calle Sor Ángela.

Punto de inflexión triste y clave a la vez será el año de 1870, cuando tras la Revolución de 1868 se proceda a la exclaustración de la iglesia que comentamos, la cual será vendida a un particular no sin antes realizarse un inventario de los bienes conservados en su interior, realizado por miembros de la Comisión de la Academia de Bellas Artes, quienes de este modo salvaron lo que pudieron, repartiendo elementos por diversos templos sevillanos, como por ejemplo el retablo mayor, que según Tassara y González fue trasladado a la Parroquia del Salvador y erigido en la cabecera de la nave la Epístola, o lo que es lo mismo, sería destinado a la Hermandad del Rosario y en la actualidad, desde 1921, alberga a los Titulares de la Hermandad del Amor. 

Puerta de la nave de la Epístola, recientemente restaurada.

Del mismo modo, es conocido que el cuadro de la Santa Titular del templo, obra desde siempre atribuida a Juan de Roelas y más recientemente a Jerónimo Ramírez, se ubicó hasta 1919 en la capilla de San Pedro de la Catedral de Sevilla, para pasar ese año a la Iglesia de San Sebastián, donde permanece, siendo restaurado por técnicos del Instituto Andaluz de Patrimonio Artístico entre 2019 y 2020.

Otras piezas terminaron en parroquias como la de Gibraleón, mientras que el retablo de la Virgen de Regla de la Hermandad de los Panaderos fue enviado a Espartinas y la sillería del coro concedida a la Sacramental de San Bernardo. 

Como muchos sabrán, la portada mudéjar fue desmontada pieza a pieza y vuelta a montar en la fachada de la iglesia de Santa Catalina, como recuerda un azulejo situado a su lado, en el año 1930 y a instancias de Rafael González Abreu, propietario por más señas de Santa Lucía en aquel entonces. 

¿Qué ocurrió con el edificio desde su cierre y desacralización? En primer lugar, su uso fue cedido a una asociación de carácter político llamada "Tertulia Democrática, Reunión de Artesanos Honrados", para con posterioridad ser vendido como edificio y convertido en fábrica de fósforos, propiedad de Salvador Pérez Gisbert, promotor de una industria que en siglo XIX y principio del XX conoció una gran expansión aunque no exenta de riesgos, ya que por ejemplo, un incendio fortuito en el interior del templo exclaustrado provocó daños irreparables en la torre, que quedó truncada en su parte superior como puede apreciarse en grabados y fotografías de la época. 

Igualmente, el espacio fue usado como cine, taller mecánico y demás usos que poco tenían que ver con la idea con la que fue concebido en la Edad Media, sin olvidar la creciente degradación de su entorno y el vaciado, literal, de todo lo que había en su interior, hasta que finalmente, pasando a propiedad estatala a comienzos de los setenta, tras ser expropiado como de utilidad pública y funcionar como subsede del Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte hasta 1982. El edificio experimentará una restauración entre 1984 y 1992 de la mano del proyecto del arquitecto Laffarga Osteret, pasando a ser sede, por ejemplo, de la Orquesta Bética Filarmónica, del Programa Iniciarte (dedicado a la promoción del arte contemporáneo, hasta 2007) o el Instituto Andaluz del Flamenco. 

 Desde el 17 de septiembre de 2012 queda establecido entre sus muros el Centro de Documentación de las Artes Escénicas de Andalucía, creado en 1992 para atesorar todo lo relacionado con el teatro y la danza en Andalucía y que hasta 2010 estuvo localizado en San Luis de los Franceses, compartiendo espacio con el Centro Andaluz de Teatro. Como centro de actividades, promueve la difusión de todo lo relacionado con el teatro e incluso culturalmente posee su propia programación, sin olvidar servicios de préstamo, reprografía, contando las instalaciones con 32 puntos de lectura. En 2019 pasó a denominarse Centro de Investigación y Recursos de las Artes Escénicas de Andalucía, con lo cual al menos hay que destacar que Santa Lucía, con sus vaivenes históricos, permanece abierta y en uso aunque su destino inicial y el final tengan poco en común. 

Con nuestro agradecimiento al personal del CIRAE por las facilidades prestadas para realización de las fotos que acompañan este post.

31 enero, 2022

Crimen y castigo.

En esta ocasión vamos a recordar un texto que hace algunos años dimos a conocer: se trata de un pasaje de nuestro querido Don Alonso de Escalona, aquel sevillano del siglo XVI que, por extraño sortilegio, regresó a la vida en el XXI. En él, Escalona refleja una historia poco conocida y alusiva a un pequeño e ignorado monumento funerario situado en la actual Basílica de María Auxiliadora de Sevilla, pero como siempre, vayamos por partes y en este caso, escuchemos, o leamos, el testimonio del señor Don Alonso: 
 
"Sepan vuesas mercedes que como buenos viajeros hispalenses que somos, nacidos antaño pero vivendo en lo actual, permanecemos de manera constante, como dijo aquel, divagando por esta ciudad de la Gracia; por ello, no es de extrañar que de vez en cuando trabemos amistad con gentes de la más variopinta procedencia y época, tal como nos ocurrió con cierto "plumilla" (periodista, para entendernos) del siglo XIX, diestro en gacetas, hebdomadarios y crónicas, redactor a tiempo parcial nos dijo del Diario La Andalucía y del Noticiero Sevillano, y ducho en primicias a poder ser de lo más truculento pero ansiadas, vive Dios, por los lectores.

Acodados en mostrador de taberna (como no podía ser de otro modo) platicábamos con él en cierta ocasión sobre cómo aún en la antigua Iglesia de los Trinitarios, actual Basílica Menor dedicada a María Auxiliadora, consérvase un humilde y marmóreo monumento funerario con genuino texto dedicado a un tierno infante que pereció de manera funesta. Para los curiosos, hállase al final de la nave la Epístola (la diestra, la derecha, para entendernos), casi en la cabecera.


Apurando su frasca de mosto, el gacetillero, que se cubría con bombín, lucía poblado y espeso bigote, dedos manchados de tinta y gabán algo raído, nos contó que todo ocurrió un caluroso 1 de agosto del año de 1868, cuando en plena Plaza de la Infanta Isabel (hoy, Plaza Nueva) fue secuestrado el hijo, a la sazón de sólo cuatro años de edad, del señor Antonio Sánchez Torres, antiguo propietario de la llamada Fonda de Madrid, situada en la calle del Naranjo (ahora de Méndez Núñez). El "reporter" nos relató cómo una cuadrilla de facinerosos, encabezada por un sujeto de siniestro apodo y peor caracter (mejor no indagar sobre el particular) pretendía con tal rapto lograr un jugoso rescate, y que a la postre hubo trágico desenlace, no sabiéndose bien si por negarse el padre a abonar susodicho rescate o porque los delicuentes hicieron gala de tremenda maldad. 


Imaginen vuesas mercedes el dolor de padres y familiares, la indignación popular y la imperiosa necesidad de las autoridades por prender a tamaña caterva de pérfidos desalmados. Pues hete aquí que por vericuetos casi casuales, los alguaciles, contábanos el periodista, lograron prender a un individuo que respondía al alias de "El Rubio" que no era otro sino el que hacía llegar anónimas y perversas misivas al padre de la criatura en las que reclamaban pronto desembolso de caudales bajo sanguinarias amenazas de muerte para el raptado.

Interrogado, "El Rubio" delató sin demora a su cómplice, un malnacido apellidado Morillas y apodado "Trepa-Burras" para a continuación indicar dónde se hallaba el pequeño; cruel tardanza, el caso es que el cadáver del infortunado niño apareció el viernes 7 de agosto de aquel 1868 bajo la bóveda que cubría el arroyo Tagarete, en el punto comprendido entre las huertas de "El Tello" y "La Borbolla", no lejos de la  Estación de Cádiz. Las pesquisas dieron su fruto y el autor del infanticidio fue finalmente apresado y puesto a buen recaudo el día 10 de agosto.

Pasados los meses fue la Plaza de Armas testigo del ajusticiamiento del autor material de tan execrable acto, mientras que su compañero de andanzas fue obligado a presenciar la ejecución, tras la cual fue enviado a cumplir cadena perpetua dictada por la Real Audiencia. 

Dábase así por cerrado el llamado "Crimen del Correo" o "Crimen de la Plaza Nueva" que tanta expectación como congoja despertó en la población, que mantuvo en vilo a no pocos sevillanos y del que ahora queda sencillo mausoleo con los restos de la inocente víctima.  


Apuró el vaso en sorbo rápido nuestro contertulio, soltó un par de monedas que tintinearon sobre el mármol del mostrador y con un "quede usted con Dios" abandonó la tasca, dejándonos sumidos en tristes meditaciones..."

Foto: Reyes de Escalona.


Post Scriptum: Para quienes deseen mayores detalles sobre antedicho secuestro e infanticidio, Maese Álvarez-Benavides lo relata en sus "Curiosidades Sevillanas", publicadas entre 1898 y 1899 y reeditadas con prólogo del inolvidable Alberto Ribelot allá por 2005.

24 enero, 2022

La calle de "El Tuerto".

 Si la pasada semana anduvimos por la collación de San Román, hoy le toca el turno a la de San Julián-Santa Marina, pues nos vamos a detener en una calle con diversos detalles que merecen la pena, desde una asociación literaria a un colegio de barrio, e incluso un poeta vinculado a la picaresca; pero como siempre, vayamos por partes. 
 

Los historiadores no se ponen de acuerdo a la hora de establecer el origen del nombre de la calle Macasta, del que ya se tienen noticias al menos desde 1426; no falta quien, como Justino Matute, aluda a la posible abreviación del término Malacasta o Malcasta, o incluso Rodrigo Caro, que va mucho más lejos al atribuirle origen griego, nada menos. En el plano de Olavide de 1771 puede apreciarse cómo su trazado era perpendicular a la calle San Luis. 


Consta de dos tramos bien diferenciados, uno corto y estrecho, que arranca desde Ruiz de Gijón, muy cerquita de la calle San Luis, y otro más rectilíneo y ancho, que concluye en San Julián. En este segundo sector tiene su sede la institución literaria "Noches del Baratillo", institución literaria fundada en la calle Galera (barrio del Arenal) en 1950 por el poeta Florencio Quintero y el escritor Manuel Barrios, y que desde entonces se ha mantenido contra viento y marea como bastión para la difusión de la poesía y la literatura, habiendo pasado por varias sedes, como la recordada de Escuelas Pías, hasta recalar finalmente en Macasta donde celebra presentaciones de libros, convoca premios o tertulias o sirve de punto de encuentro para los amantes de la lírica. 

Durante mucho tiempo, este tramo sólo tuvo construcciones en uno de sus lados, mientras que el otro, próximo a Santa Marina, estaba ocupado por huertos que crecieron al calor de la decadencia y despoblación de la zona en lo siglos XVII (a partir de la Peste de 1649) y XVIII. Otros solares, en cambio, quedaron convertidos en vertederos, de ahí las frecuentes quejas de los habitantes de la zona sobre lo insalubre de aquella situación, tan frecuente por otra parte.

A ese sector de la calle da una puerta trasera del colegio Huerta de Santa Marina, antiguo colegio Padre Manjón, centro educativo promovido al calor de los años de la Exposición Iberoamericana de 1929 pero cuyas obras se iniciarían ya en tiempos de la II República con Isacio Contreras como Alcalde, para posteriormente quedar abierto en plena Guerra Civil, concretamente en el curso 1937-1938, como ha documentado Jesús Méndez Paguillo, estudioso de la historia de este Centro.

Macasta ha sido siempre calle tradicionalmente popular, en la que llegó a haber, que sepamos, hasta cuatro corrales de vecinos en los números 8, (derribado en 1958), 17 (ganador de un premio como Cruz de Mayo en 1912) 23 y 25, contando en 1920 todavía con una fuente pública que surtía de agua a la población de la zona. Poseyó un horno en el siglo XV y en 1579 se solicitó autorización para abrir otro, lo que da idea de cierta importancia a la hora de la distribución del pan en el sector. En torno a 1599, vivía allí Bartolomé Rodríguez Mata, bordador en oro, como documentó el historiador local José Gestoso, sin olvidar que en esta calle nace, en 1940, el conocido peluquero, escritor y poeta Manolo Melado y que en Macasta poseyó casas el poeta sevillano Alonso Álvarez de Soria, "El Tuerto", alguien escasamente conocido pero cuya biografía bien merece un breve resumen.

Hijo ilegítimo fruto de la relación entre una esclava morisca y un comerciante judeoconverso sevillano, que pese a ello alcanzó el oficio de Jurado en el Cabildo Hispalense, habría nacido en torno al verano de 1573, siendo bautizado, como descubrió Rodríguez Marín, en la parroquia de San Vicente. Reconocido por su progenitor como tal, recibió una cuantiosa herencia que no tardó en dilapidar, y ya en 1595 se tiene constancia de su ingreso en la Cárcel Real, por causas aún no aclaradas, al igual que tampoco ha quedado demostrado su presunto paso a las Indias como soldado, pues si puso pié en esas tierras debió ser por corto espacio de tiempo; a finales del XVI ya se le ve merodeando por Sevilla con "mozos de barrio" y "virotes", donde alcanzará cierta fama por sus sátiras, en las que no dejaba títere sin cabeza y por ser el creador de los llamados "versos de cabo roto", esto es, aquellos cuya última sílaba quedaba suprimida, como estos, de su autoría, dedicados a Lope de Vega: 

Envió Lope de Ve- (ga)

Al señor don Juan de Arguí- (jo)

El libro del Peregrí- (no)

Á que diga si está bué- (no)

Y es tan noble y tan discré- (to)

Que, estando, como está, ma- (lo)

Dice que es otro Garcilá- (so)

En su traza y compostú-; (ra)

Mas luego, entre sí, ¿quien du- (da)

No diga que está bellá-? (co)

 Lo interesante de este modelo de verso es que al parecer viene tomado de la forma de hablar de los bravucones y matones hispalenses de aquel tiempo, sobre todo los trianeros, quienes tomaban esa forma de cortar el final de las palabras como seña de identidad dentro de su particular jerga llena de términos sólo conocidos por los iniciados en el "oficio". Además, el propio Cervantes inmortalizó la figura del poeta sevillano al convertirlo en el Loaysa de su obra "El Celoso Extremeño", el joven enamorado que busca liberar a Leonora de la prisión conyugal a la que está sometida por Filipo de Carrizales, su celosísimo marido. 


 Con todo lo que antecede, con una vida llena de privaciones, juergas, estocadas y amistad con la más variada caterva de los bajos fondos hispalenses, no es de extrañar que al llamado "ruiseñor del hampa" se le fueran la mano y la pluma con unas letrillas impresas dedicadas al entonces Asistente de la ciudad Bernardino de Avellaneda, en las que hizo gala de su más afilada maledicencia con la guinda de adjudicarle el poco agraciado apodo de "Cagalasoga" en alusión a sus numerosas condenas a la horca que dictó. 

 

Perseguido por la justicia, como era habitual en esos trances, se acogió a sagrado en la Parroquia de Santa Ana; creyéndose a salvo, aprovechaba la oscuridad de la noche para salir de manera secreta y continuar con su vida de diversión, hasta que la autoridad, percatada de ello, aprestó a un fornido alguacil que lo detuvo de madrugada en el momento de abandonar el templo trianero. Sentenciado a muerte en cuestión de horas y ejecutado sin más dilación como escarmiento en junio de 1603, un romance de la época testimonió cómo la ciudad lamentó aquella muerte, demasiado rigorista:

Elevada está Sevilla

Toda gente suspensa.

Concurren a la gran plaza

de San Francisco con prisa,

porque hoy lunes en la tarde

dicen que se representa

de Alonso Álvarez el bravo

la lastimosa tragedia.

Para mayor agravio hacia su persona, se le negó cristiana sepultura, ya que sus restos fueron descuartizados y colocados en cuatro puntos cardinales de la ciudad como público escarmiento. Un texto conservado en el Archivo de la Catedral de Sevilla recoge lo sucedido: 

"Murió colgado en el aire, porque un asistente de Sevilla, que era el conde de Castrillo, irritado de que en público burlaba dél, le anduvo a la mira, y por una cosa bien ligera de una cuestión que armó le sacó de la iglesia deSanta Ana y le acusó que llamaba este al asistente por mal nombre Caga la Soga, tomándolo de un hombre pobre"

Por su parte, Quevedo en uno de los capítulos de "El Buscón", ejemplo de novela picaresca donde las haya, relata que en el transcurso de una cena, uno de los comensales habla de este modo:

«Los que las cogieron tristes a las borracheras, lloraron tiernamente al malogrado Alonso Álvarez, apodado el “Tuerto”. ¿Quién es este Alonso Álvarez… que tanto se ha sentido su muerte? –mancebito- dijo el uno- lidiador ahígado, mozo de manos y buen compañero».

El triste final del poeta tuerto quizá le valiera ganar para la posteridad fama de escritor "calavera" que lo mismo componía versos para Lope de Vega que ejercitaba su acero en la collación de Santa Marina, incluso hay quien dice que algunas noches se escuchan los ecos lejanos de letrillas compuestas por él en las callejas cercanas a Macasta, pero esa, esa ya es otra historia...


 



17 enero, 2022

Entre Sol y Luna.

Puede que los lectores más veteranos anden ya elucubrando sobre el tema de esta nueva publicación tras la lectura de su título en la cabecera, sobre todo, porque alude a un curioso detalle que tiene que ver no poco con cierta calle relacionada con los caballos, la orfebrería y el diablo. Pero como siempre, vayamos por partes. 


Desde al menos 1533 la calle era llamada "de Don Lope", en alusión quizá a algún noble que habría tenido allí su morada, aunque en otras ocasiones se le mencionaba simplemente como "la calle que va desde San Román a la Puerta Osario", con certeza, sabemos que ya en 1742 era conocida con su nombre actual, Matahacas. Álvarez Benavides relata que en esta calle existió en otro tiempo un huerto propiedad de un vecino al que todos conocían como "Tío José", quien además poseía cuadras para alojar cabalgaduras e incluso un pozo con agua potable procedente del desaparecido palacio de los Ponce de León, poseyendo además conocimientos "veterinarios" que en algunas ocasiones no eran suficientes en caso de enfermedad equina, con lo cual el animal era sacrificado, por lo que, como afirma el escritor local:

"El detalle de que dejamos heche mérito, dio margen a que los vecinos del barrio dieran en nombrar al huerto por el de Mata-Hacas, como pudieron haberlo hecho de Sana-Hacas o de Cuida-Hacas, pues sabido es que en aquellos tiempos bastaba el detalle más insignificante para que el vulgo, haciéndose cargo de él, bautizase una calle, una casa o cualquier otro lugar público, según hemos demostrado y seguiremos demostrando en estas históricas descripciones."
A mediados del siglo XIX existió en la calle una industria de refinado de sebo, que despertó no pocas molestias y quejas entre el vecindario y en los números 31 y 41, sendos corrales de vecinos; ya que hablamos de viviendas, precidamente el injusto desalojo de una humilde familia de arrendatarios en marzo de 1919 trajo consigo la creación de la llamada "Liga de Inquilinos" que incluso logró algunas mejoras en los contratos tras una serie de movilizaciones e incluso una huelga consistente en el impago de los alquileres.

Entre 1899 y 1926 sufrió diversas reformas buscando la alienación como calle, conservándose aún una pequeña barreduela que se llamó en su tiempo del Diablo, cerrada finalmente, y cuya historia "paranormal" dejaremos para el final. Se conoce que fue calle empedrada en 1586 y 1888 y que en 1899 se le añadió pavimentación de cemento, para ser adoquinada en 1915 y asfaltada como hasta hoy.  No siempre estuvo esta vía en perfecto estado, en el diario "El Liberal" del 4 de octubre de 1913 puede leerse en una sección llamada "Del Vecindario. Quejas y peticiones":

"Ya nos hemos hecho eco en otras ocasión de la queja de los vecinos de la calle Matahacas, sobre el estado de esta vía, y hoy volvemos a repetir la queja en vista de que nada se ha conseguido. 

Las aguas llovedizas se encuentran estancadas en varios hoyos, el pavimento está falto de adoquines en diversos trozos, un fango negro y pestilente abunda por todas partes y los charcos son innumerables.

Vecinos y transeúntes sufren no pocas molestias con esta suciedad de la calle, y durante las noches no es posible pasar por allí sin llenarse de agua y fango.

Es urgente proceder a la limpieza y recomposición del pavimento de la calle Matahacas, llamando nuevamente sobre esto la atención del teniente de alcalde del distrito."

Ya que estamos con aspectos periodísticos, a comienzos del siglo XX fue famoso el caso de un hombre que cayó al pozo de una de las casas de la calle. Alertados los vecino del fatal, en principio, accidente, acudió la autoridad, quien no sólo constató que no había habido accidente alguno, sino que el pozo era el conducto por el que acceder a un habitáculo subterráneo donde existía un taller de falsificación de moneda, cayendo en manos de la justicia toda la organización de maleantes.  

Foto: Reyes de Escalona

En cuanto a aspectos reseñables, merecerá siempre la pena destacar la vivienda número 14, en la actualidad, por fortuna o por desgracia, apartamento turístico reformado y que desde 1922 hasta 2014 acogió el taller de orfebrería de la familia Seco-Velasco, sin la cuál sería complicado comprender el auge de este oficio en la Semana Santa andaluza; de sus buriles salieron piezas como el paso de palio de la Virgen de Loreto, ángeles de plata portando faroles de entrevaral para el palio de la Amargura, las coronas de las dolorosas de las hermandades de San Bernardo y la Hiniesta o, como obra cumbre en Sevilla, los respiraderos en plata de ley para la Virgen de la Esperanza de la Hermandad de la Trinidad, que sirvieron para que Manuel Seco Velasco fuera merecedor de la Cruz de Alfonso el Sabio o la Medalla al Mérito en el Trabajo. 

En la literatura popular, habría que reseñar que en la calle Matahacas habría vivido en la ficción el matador de toros "Riverita", personaje de la novela costumbrista "Currito de la Cruz" (1921) de Alejandro Pérez Lugin, llevada al cine en dos ocasiones y tampoco podría quedar en el tintero el dicho popular de que la calle Matahacas era la más larga de Sevilla, al estar entre Sol y Luna (nombre anterior de la actual calle Escuelas Pías). 

Foto: Reyes de Escalona

 Detalle curioso, no podemos olvidar al nazareno "Manolito" que da la bienvenida a los visitantes en un establecimiento de confección de túnicas de nazarenos situado en la calle desde 1979 y tampoco a los bares de la calle, cada uno en su estilo, desde el Urbano o el Matakas hasta la Bodeguita "El Acerao", pasando por un cariñoso recuerdo para el gran Antonio Abela, enamorado de Sevilla y sus cosas. 

Para finalizar, y para los que gusten de historias de misterio, el antes citado Álvarez Benavides narra en sus "Curiosidades Sevillanas" cómo durante los días de carnaval de 1548 se produjo en la calle Matahacas un extraño suceso provocado por un grupo de jóvenes aristócratas algo pasados de alcohol y de desvergüenza. Tras una noche jaranera llena de tropelías y desmanes por toda la ciudad, no lejos de la Puerta Osario, pusieron sus miras en a una joven y bella damisela que se hacía acompañar por un anciano sirviente. Desgraciadamente, de poco sirvió la débil defensa de éste, pues los envalentonados señoritos estaban dispuestos a forzar a la aterrada joven allí mismo, de no ser por la misteriosa aparición de un extraña y fantasmagórica sombra de ojos muy luminosos que inusitadamente tomó forma humana y que acometió ferozmente a estocadas a los nobles, dejando malheridos a varios e incluso matando a otro de ellos, sin que apareciera el cadáver del mismo con posterioridad pese a las pesquisas de autoridades y familiares. Como si se lo hubiera tragado la tierra. La gente de San Román, temerosa e impresionada por lo sucedido tras escuchar el relato de la joven, divulgó que habría sido el mismo Diablo el que habría salvado a la dama, llevándose consigo el cuerpo del inmoral aristócrata a los infiernos y no tardando aquella barreduela en tomar ese nombre "infernal" hasta su desaparición en torno a 1845...


10 enero, 2022

En el filo.

 

Corre el año de gracia de 1720. Pocos días después del 21 de diciembre, llega a manos de las autoridades hispalenses una copia de una Real Pragmática firmada por el monarca Felipe V en julio de ese mismo año. En ella, el poder real recuerda que ya en 1713 se había prohibido en todos los territorios de la Corona el uso de los cuchillos o puñales llamados "rejones" (nombre de reminiscencias taurinas ahora) o "jiferos", "para evitar las muertes y heridas que alevosamente se ejecutan en estos nuestros reinos", con incluso penas de 30 días de cárcel, cuatro años de destierro y 12 ducados de multa. Pese a todo, se constataba que la orden no se estaba cumpliendo en modo alguno y que era "muy frecuente el uso de estas armas en todo el Reino, y particularmente en nuestra Corte, donde por residir en ella nuestra Real Persona, se hace más precisa la seguridad"

 ¿Cómo y por qué eran tan populares este tipo de armas cortas? ¿Desde cuándo se usaban como elemento de defensa (o ataque) personal? Como siempre, vayamos por partes. 

A modo de resumen, desde sus más tempranos tiempos, el Hombre había sentido la necesidad de defenderse, de armarse, usando al principio ramas, palos, piedras y luego con el paso de los siglos, metales como el cobre, el bronce, el hierro o el acero. El cuchillo, entendido como instrumento de suma importancia en la Historia,  surgirá como respuesta a la necesidad de cortar carne, pieles, madera y poco a poco se empleará como arma defensiva u ofensiva, gozando de una primacía solo arrebatada por la aparición de la pólvora y las armas de fuego en cuestiones bélicas. 


 En la Antigüedad, la Roma Republicana adoptará como arma para sus legiones el famoso "gladius hispanicus", apta para atacar de punta y de filo, de origen íbero y posteriormente, ya en los albores del cristianismo, San Bartolomé será martirizado con un cuchillo y en tiempos medievales, en 1294, un cuchillo será el protagonista del legendaro episodio de Guzmán el Bueno durante el asedio de Tarifa, al arrojar el suyo desde sus murallas a fin de que con él dieran muerte a su propio hijo, apresado por los sitiadores; del mismo modo, Toledo será la ciudad que se llevará la fama por la excelencia en la fabricación artesanal de espadas, dagas, machetes o puñales, el famoso acero toledano, aunque Sevilla no le irá a la zaga...

Las Ordenanzas de Sevilla de 1632, que regulaban entre otros aspectos, la actividad de los diferentes gremios mencionaban al de Cuchilleros de este modo: 

"Siendo como es dicho oficio de cuchillería, uno de los principales oficios y arte, que hay en la dicha ciudad".

Igualmente, como organización artesana, era muy rigurosa con el intrusismo: 

"Y en adelante ninguna persona que no fuere maestro examinado del dicho oficio de cuchillería, ni pueda tener obrero ninguno que labre en su casa, so pena, que el que lo contrario fiziere, por la primera vez, el que tal obrero tuviere en su casa, pague seiscientos maravedis; y por la segunda, la dicha pena y tres días en la cárcel; y por la tercera, la pena doblada y sea traído a la vergüenza públicamente."

Se sabe por padrones y documentos de la época que muchos de los cuchilleros sevillanos se asentaban en la zona de Triana, donde llegó a haber una calle con ese nombre, "cuchilleros", y que ahora formaría parte de la de Antillano Campos, que abarca desde Pagés del Corro hasta San Jorge (con parada en "Las Golondrinas" para quienes gusten); el nombre de esa vía está datado ya desde al menos el año 1592, aunque tampoco podemos olvidar la presencia también de cuchilleros y espaderos en la misma calle Sierpes, como relató el historiador y cronista local Luis Montoto.


Será este mismo autor quien incluso aluda como detalle la aparición del personaje de Ramón de Hoces "El Sevillano" como afamado cuchillero en la segunda parte de El Quijote; quizá Miguel de Cervantes, buen conocedor de la calle al haber sido "huésped" de su Cárcel Real lo incluyera como pequeño homenaje a ese gremio. Como anécdota callejera, indicar que las espadas en mal estado u oxidadas eran "recicladas" en la calle Rascaviejas, en las inmediaciones de las actuales calles Hiniesta y Lira del barrio de San Julián.

El cuchillo, sobre todo de un tipo concreto, el ya aludido como "Jifero", pasó a identificarse con la gente del Matadero y de ahí pasó a un tipo de delincuencia muy frecuente en la Sevilla del Siglo de Oro, baste con éste párrafo cervantino del Coloquio de Cipión y Berganza:

"Pero ninguna cosa me admiraba más ni me parecía peor que el ver que estos jiferos con la misma facilidad matan a un hombre que a una vaca; por quítame esa paja, a dos por tres, meten un cuchillo de cachas amarillas por la barriga de una persona, como si acogotasen a un toro. Por maravilla se pasa día sin pendencias y sin heridas, y a veces sin muertes; todos se pican de valientes, y aun tienen sus puntas de rufianes".

Prueba de la importancia concedida a la obra bien hecha, la corporación cuchillera establecía que cada maestro poseyera un punzón con su propio "logo" y que con él marcara cada pieza a su terminación para evitar así posibles falsificaciones y dejar clara la autoría ante reclamaciones; curiosamente, el tema de los punzones era también obligatorio en otros oficios como por ejemplo el de los plateros, existiendo catálogos de ellos, como el realizado por la profesora sevillana María Jesús Sanz Serrano, que sirven aún hoy para datar y aclarar la autoría de no pocos elementos labrados por este gremio.

Eran tiempos en los que el uso de armas blancas era tan cotidiano que hasta en las Reglas de algunas hermandades sevillanas se especificaba la prohibición de portarlas dentro de los cabildos de hermanos o en las mismas estaciones de penitencia (como en el caso de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús, actual de la Quinta Angusia), no fuera a ser que los debates sobre cultos o procesiones subieran de tono hasta el punto de desenvainar los aceros y formarse, nunca mejor dicho, "el rosario de la aurora".  

¿Cuál era el precio de un cuchillo? En 1627, el Cabildo de la Ciudad publicó la llamada "Tassa general de los precios a que se han de vender las mercaderías en esta Ciudad de Sevilla y su tierra, y de las hechuras, salarios y jornales y demas cosas", una especie de lista de precios que abarca desde el precio de la lana hasta maderas, pasando por semillas, medicamentos, ropas o muebles. En el caso de los cuchilleros, sus tarifas estipulaban diez reales por unas tijeras de sastre, doce por unas de zapatero, tres por unas de bordador o tres reales y medio por "cada cuchillo de mesa hecho en Sevilla el mejor y mayor con cabo de concha de tortuga y latón", aparte de los seis reales que costaría adquirir "un hierro para bigotes" o "un gatillo para sacar muelas".

Durante siglos, la Corona, como hemos visto al comienzo, se empeñó en restringir el uso de armas blancas de hoja corta, con serias advertencias a los gremios de espaderos y cuchilleros sobre la venta y fabricación de tales elementos. En pleno siglo XVI, el emperador Carlos ordenó que que nadie pudiera llevar armas de noche, después del toque de campana de queda, salvo que llevasen candela o se tratase de sujetos que salían temprano de sus casas para dirigirse a sus lugares de trabajo, quedando restringido el uso de espada a las clases altas, no así el de cuchillos y dagas y, especialmente, el de las navajas, que surgen ahora como elemento español por naturaleza y que tendrán su máximo esplendor sobre todo en la etapa del XIX correspondiente al auge del bandolerismo, ¿quién no recuerda a Curro Jiménez esgrimiendo su "faca" en la recordada serie televisiva o la muerte de Carmen la Cigarrera en la conclusión de la famosísima óbra de Mérimée llevada a la Ópera por Bizet? Pero esa, esa ya es otra historia...