28 marzo, 2022

El Señor de las Fatigas


Fue para muchos la última visión antes de su muerte, estuvo (y está) en el epicentro del bullicio catedralicio, sirvió como modelo para una Hermandad de Carmona y hasta el escritor que dio vida al Ratoncito Pérez llegó a mencionarlo en sus escritos. Pero como siempre, vayamos por partes. 


 Es cosa sabida que en el tiempo esplendoroso y lleno de contrastes de la Sevilla del XVI las llamadas "Gradas" de la Catedral constituían uno de los puntos fuertes dentro de lo que era el gran mercado de productos llegados desde América, de hecho, la cercanía de la Alcaicería de la Seda (actual Hernando Colón) y la proximidad con los grandes centros de toma de decisiones (Cabildo de la Ciudad, Casa de Contratación, etc) hicieron que los mercaderes se agolparan en esta zona pregonando sus productos, desde especias hasta esclavos, con el consiguiente griterío que amenazaba la quietud del templo catedralicio, quizá por eso se colocó en la Puerta del Perdón el famoso relieve de la Expulsión de los Mercaderes del Templo a modo de amenaza y quizá por eso los canónigos de la Catedral suplicaron al Rey que construyese un nuevo espacio como Lonja (el actual Archivo de Indias).

Enmedio de ese ambiente heterogéneo y colorista, ruidoso, bullanguero y hasta peligroso por la abundancia de pícaros y amigos de los ajeno, la fachada norte de la catedral ostentaba varias capillas en las que se colocaron varias imágenes de devoción, quizá con el objetivo de sacralizar el espacio y evitar, en lo posible, desmanes y sacrilegios a las mismas puertas del primer templo de la ciudad. 

En una de esas capillas, la Hermandad Sacramental del Sagrario, como ha documentado Gámez Martín, acordó solicitar al cabildo catedralicio la colocación de una pintura de carácter pasionista, que será encargada al pintor sevillano Luis de Vargas (1506-1567). En concreto, se trata de la imagen de Jesús en la calle de la Amargura, en ademán encorvado, portando la cruz del revés con la particularidad de que, según tradición, la túnica que porta es de color blanco; ¿Por qué?

Dejemos que sea el historiador González de León quien lo explique:  

"es voz común que se pintó así, porque antiguamente paseaban por la estación del Corpus, a los reos que llevaban a morir por sus delitos, y al pasar por este sitio los paraban para que rezasen al Señor, y como estos reos para ir al suplicio llevan puestos una opa blanca, pintaron a Jesucristo del mismo modo, para que su vista les sirviera de consuelo”

De este modo, podemos imaginar cómo de tremendo serían esos momentos postreros en la vida de cualquier condenado a la pena capital, orando arrepentido ante la imagen de Jesús Nazareno, rodeado de todo el cortejo habitual en estos casos: tropas, alguaciles, oficiales de la justicia, sacerdotes, y la consabida multitud agolpada en la estrecha calle Alemanes. Téngase en cuenta que el recorrido de los reos hasta el patíbulo de la Plaza de San Francisco era similar al del Corpus Christi, esto es, iniciándose en la calle Sierpes, sede de la Cárcel Real, por Cerrajería, Cuna, Salvador, Álvarez Quintero, Chapineros, Francos, Placentines, la calle Alemanes, para luego tomar por Génova (actual Avenida) y de ahí a San Francisco. Toda una "carrera oficial", aunque por aquellas calendas se decía "por las calles acostumbradas".

Sin embargo, la ubicación de la capilla, la fuerza del sol en aquella zona e incluso los desperfectos causados por un fuerte temporal de lluvia y viento en 1777 hicieron tanta mella en el lienzo original que finalmente en octubre de 1778 el pintor Juan de Espinal se comprometió a realizar una nueva pintura, copia fiel del original, por 1.800 reales, como afirma Gámez Martín. Esta segunda versión es la que ha llegado hasta nosotros, restaurada a su vez en el pasado siglo XX (y en 2014 por Ars Nova) y expuesta a la veneración en su retablo tras las obras de acondicionamiento de la Biblioteca Colombina.


No es de extrañar que la imagen pintada por Luis de Vargas pronto adquiriese la advocación de Cristo de los Ajusticiados, de los Ahorcados o de las Fatigas, que de estos tres modos hemos leído descripciones, gozando de cierta devoción popular durante siglos, algo que se puede comprobar incluso en cómo la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Carmona, a la hora de encargar, en 1607, su imagen titular al escultor Francisco de Ocampo le solicita que sea una figura de cedro de "un hombre de siete palmos y medio y que la hechura de él sea de la misma trasa e hechura del Cristo questá a las espaldas del Sagrario de la Santa ygrecia desta ciudad ensima de las gradas". 

  Sobre la pintura, dos textos en latín que son toda una declaración de intenciones: "Tibi soli pecavi" (contra Tí solo pequé) y "Parce peccatis meis" (perdona mis pecados). Como curiosidad, el jerezano Padre Coloma, autor de cuentos y novelas en el siglo XIX, y creador de la figura del Ratoncito Pérez como personaje de un cuento escrito expresamente para el aún niño Alfonso XII, narra, sin decir dónde, cómo era el retablo del Cristo de los Ajusticiados: 

Hay en la Catedral de ..., en la fachada que mira al lado de poniente, un balcón de pesado herraje, no muy distante del suelo, cuyas sencillas puertas de madera aparecen de ordinario cerradas. Una vez las vi abiertas,  y sentí al verlas ese estremecimiento repentino de todas las fibras, que producen en el alma las cosas sublimes; porque era lo que allí había, lo más profundo, lo más misericordiosamente grande que pudo la caridad inspirar a la fe, para apoyo de la esperanza.

Sobre un altar cubierto de negro, ardían seis velas de cera amarilla, ante un gran cuadro de oscuras tintas, en cuyo fondo se destacaba una imagen de Jesús Nazareno, camino del Calvario, llevando la cruz a cuestas, vestida, en vez de túnica, con una hopa en todo semejando a la que llevan al patíbulo los condenados a muerte... Llamábanle por esto el Cristo de los Ajusticiados, y era costumbre que todos los que habían de serlo, pasasen ante la imagen al marchar a la muerte, y postrados a sus pies rezasen el Credo...

Impasible al discurrir de los siglos, ya no recoge las súplicas desesperadas de aquellos que marchaban rumbo a la muerte, quizá ahora sea testigo de la vida cotidiana, de turistas despistados mapa en mano o escenas, por fortuna, mucho más alegres que las aludidas con anterioridad.

21 marzo, 2022

El escultor de la Alameda.


Tuvo estudio en la Alameda de Hércules, alcanzó fama por su labor escultórica, reparó unas manos dolorosas de San Juan de la Palma y tuvo, por desgracia, un triste final. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Antonio era hijo de Manuel Susillo, sevillano, comerciante de aceitunas en el mercado de la Feria, y de Josefa Hernández, natural de Sanlúcar de Barrameda. En 1893, año en que sucede lo que relataremos, cuenta con treinta y seis años de edad y está en el momento más dulce de su carrera como escultor, tras una intensa vida en la que incluir la oposición de su padre a que abandonase el negocio familiar, el aprendizaje artístico con José de la Vega o el apoyo y mecenazo de personajes tan destacables como los Duques de Montpensier, la reina Isabel II o el príncipe ruso Romualdo Giedroik, chambelán del zar Nicolás II, gracias a los cuales podrá darse a conocer a un alto nivel y viajar y establecerse en ciudades como París o Roma.

Idealista, melancólico y perfeccionista al decir de alguno de sus biógrafos, como el profesor Juan Miguel González Gómez, Antonio Susillo había recibido, como vemos, una más que notable formación y gozaba de no muy mala posición económica; en plena juventud contraerá matrimonio e incluso será padre de un hijo, con la desgraciada circunstancia de la muerte de su esposa (1880) y su vástago en un corto espacio de tiempo, algo que le marcará de por vida y a lo que habrá que sumar el fallecimiento de su padre en el domicilio familiar en Alameda de Hércules, 42.


En contraste con todo esto, recibirá honores de todo tipo, desde caballero de la Real Orden de Carlos III, distinción otorgada por Alfonso XII, hasta Académico de la Real de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, pasando por la Cátedra de Escultura de la Escuela de Bellas Artes, puesto que desempeñó tiempo indeterminado con un salario anual de dos mil pesetas de la época. 

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/17/Antonio_Susillo.jpg

Su obra, heredera de la transición entre el romanticismo y el realismo, había ido creciendo y perfeccionándose hasta alcanzar cotas de gran calidad. Monumentos como el de Velázquez, el de Daoiz en la Gavidia, esculturas como las del palacio de San Telmo, relieves, retratos, ponían de manifiesto su afán como artista y creatividad, en contraste con su carácter cada vez más solitario y tendente a la depresión, que tampoco se vio modificado para bien con un nuevo matrimonio ya en plena madurez, del que infelizmente no pudo obtener la paz y el consuelo del que gozó en vida de su recién fallecida madre.

La Semana Santa de 1893 quedó marcada por un suceso accidental en el que Susillo será parte importante a posteriori. Es Domingo de Ramos, un Domingo de Ramos festivo y de regocijo para los sevillanos y para los cientos de visitantes que se agolpan en las calle de la ciudad mientras la Hermandad de la Amargura transita con su cortejo de nazarenos por una abarrotada Plaza de San Francisco, la Virgen acompañada por San Juan avanza entre nubes de incienso... pero dejemos mejor que lo cuente el anónimo reportero del periódico La Andalucía con su característica prosa: 

Se levantó el paso recorriendo unos diez metros, cayendo de nuevo pesadadamente, sin poderse por el pronto adivinar la causa que influía en tan repentina parada. Hé aquí lo ocurrido: Los que se encontraban más inmediatos á las andas, notaron un humo espeso que salía de ellas y que no podía confundirse con el del incienso, y á seguida un grito de espanto y horror se escapó de mil bocas, la santa imágen de la Virgen se vió rodeada inmediatamente por una inmensa é imponente columna de fuego. Las escenas que se sucedieron entonces, fueron indescriptibles y la confusión espantosa; muchas señoras se desmayaron, y ni los cofrades ni las autoridades atolondradas, se decidían á disponer nada por salvar tan preciosas reliquias.

Pasados los primeros momentos de estupor, el señor Fajardo Guajardo, el guardia municipal, don Rafael Perez Barriga, escribiente en la Comandancia, el cajista señor Alférez y varios conductores del paso, se subieron sobre las andas y comenzaron á atacar el devorador elemento, que amenazaba con reducir á cenizas tantos inestimables tesoros.

A pesar del natural aturdimiento, muchos recordaron que la célebre escultura de San Juan, era una de las más inestimables joyas artísticas que honran á Sevilla, y un inmenso grito
dominó el tumulto, oyéndose claramente: «¡Que se salve el San Juan!¡que se salve!» Para conseguir este objeto, algunos empezaron á tirar de la efigie, consiguiendo separarla algún tanto del foco del incendio, aunque no desprendiéndolo por completo.

La corona la arrancó el guardia á que nos hemos referido anteriormente, logrando por último quitar el manto. El fuego pudo ser sofocado á los cinco minutos, gracias á que los conductores del paso se valieron para tal objeto de los sacos que llevaban.

  


¿Qué había sucedido? Al parecer, una lámpara en el interior de la parihuela, encendida para el trabajo de los costaleros, habría prendido los ropajes de la Virgen y San Juan, siendo el origen del foco del desgraciado incendio que dañó rostro y manos de la Dolorosa y también causó desperfectos en la imagen del Discípulo, realizada por Hita del Castillo, por no hablar de los deterioros sufridos en la orfebrería y el bordado del Paso, que regresó a su sede canónica de manera apresurada, apagado, sin música y enmedio de una enorme consternación popular. La Virgen fue cubierta con un manto traído de la cercana parroquia del Salvador junto con una colgadura granate del Ayuntamiento, sin que faltaran sustos y carreras debidas a la acción de la Guardia Civil en su intento por proteger las andas y salvaguardar las joyas que portaba la Virgen, algunas desaparecidas y otras, como un brillante de grandes dimensiones, devuelto por un guardia municipal que lo halló en el suelo de la plaza tras la confusión producida. 

Sin terminar aún la Semana Santa, la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Amargura, como ha documentado Álvaro Cabezas, puso  manos a la obra para recuperar los enseres deteriorados y reparar los daños, con la curiosidad de que incluso durante el Miércoles Santo hermanos de la corporación vistiendo el hábito nazareno realizaron una cuestación para recaudar fondos en la zona de los mismos Palcos de la Plaza de San Francisco donde había tenido lugar el triste suceso. 


 Es en este momento cuando entra en escena Antonio Susillo, dada su doble condición de hermano de la hermandad y de escultor, al encargársele la intervención tanto en la imagen del San Juan como en la de la propia Virgen de la Amargura; los trabajos consistieron en la limpieza y restauración de aquellos elementos dañados por el fuego o la violencia con la que fueron retirados del Paso, mientras que fue finalmente necesario hacer un nuevo juego de manos para la dolorosa. De este modo, el nombre de Susillo quedaría ligado para siempre a su Hermandad, en la que, con el paso de los años, quedaría depositada incluso su propia mascarilla funeraria, realizada por su discípulo Viriato Rull el mismo día de su fatal fallecimiento, 22 de diciembre de 1896, cuando el autor de las manos de la Amargura decidió que la vida carecía de sentido...

 

14 marzo, 2022

Hermano Mayor.

 

Una de las calles más transitadas en las fechas semanasanteras, sobre todo por servir para cortar camino entre la zona de Plaza Nueva y la Magdalena, es la dedicada a un célebre sevillano, escritor de novela picaresca, y cofrade por más señas, aunque el nombre original de la calle hubo de cambiarse para evitar equívocos groseros; pero como siempre, vayamos por partes.


 

Entre las calles Carlos Cañal (casi al lado del desaparecido Horno de San Buenaventura) y San Pablo, trancurrió, y transcurre, una estrecha y serpenteante callejuela que en su tiempo se denominó con nombres tan peregrinos como Lechera o Nabo, sin que se sepa a ciencia cierta el por qué de ambos topónimos. Lo cierto es que con esos nombres aparece reflejada en los planos de Olavide de 1777, hasta que en 1845 se le concede el nombre de Navas, bien en recuerdo de la Batalla de las Navas de Tolosa (1212) o bien por "maquillar" de modo amable el vocablo original de la calle, que sin lugar a dudas podría dar lugar a todo tipo de chanzas y guasas, especialmente contra quienes dijeran vivir en una calle con tan poco edificante nombre. 

En cualquier caso, merced a las gestiones del sacerdote y cofrade José Sebastián y Bandarán, en 1915 el nombre de calle de Las Navas será definitivamente sustituido por el actual, dedicado al escritor sevillano Mateo Alemán, quien es conocido literariamente como el autor de la novela picaresca Guzmán de Alfarache, o lo que es lo mismo, uno de los más importantes testimonios (junto los cervantinos Rinconete y Cortadillo) sobre cómo era la vida en los bajos fondos de esa Sevilla del siglo XVI.

Bautizado en la Iglesia Colegial del Salvador en el año 1547, el mismo en el que nace Miguel de Cervantes, era hijo de Hernando Alemán, médico cirujano de la famosa Cárcel Real de Sevilla, y descendiente de una familia con antecedentes judeoconversos. Algunos datos mencionan sus estudios de gramática con Juan de Mal Lara y su graduación como bachiller en Artes y Teología en el colegio de Maese Rodrigo en 1564, la actual universidad hispalense, así como ciertos conocimientos en leyes y derecho.


Acuciado por las deudas tras morir su padre, Mateo Alemán hubo de realizar un infeliz matrimonio de conveniencia para no dar con sus huesos en la cárcel, recorriendo media España ejerciendo el oficio de recaudador y juez visitador, pero de resultas de su agitada vida (tendrá buena relación de amistad con Lope de Vega durante su estancia en Sevilla) y de su mala gestión en negocios propios, permaneció preso en Sevilla durante dos años y medio, tiempo más que suficiente para captar las costumbres y modos de vida de la población reclusa sevillana, algo que le sería muy útil al escribir su novela Guzmán de Alfarache, publicada su primera parte en Madrid en 1599 y que alcanzó gran éxito en España y Europa.

Pese a todo, y pese a proseguir su labor como eficiente funcionario de la Corona, volverá a ser encarcelado a su vuelta de Madrid de nuevo en Sevilla; cansado de la vida en España, decide pasar a Indias, embarcando en 1608 y llegando a México, donde entrará a formar parte del personal del arzobispo García Guerra. La suerte, sin embargo, no le acompañó en sus últimos años de estancia americana, ya que fallecerá en la más absoluta indigencia en 1614.

Como cofrade, desde los veinte años Mateo Alemán formará parte de la nómina de hermanos de la antigua Hermandad de la Santa Cruz en Jerusalén ("El Silencio"), y ostentará el cargo de Hermano Mayor entre  1574 y 1595. Durante esa etapa, logrará el importante cambio de sede canónica de la cofradía, abandonando en 1579 el llamado Hospital de la Santa Cruz en Jerusalén, o de los Convalecientes, en la actual calle Rioja y adquiriendo la capilla del Santo Crucifijo y parte del Hospital y Casa de San Antonio Abad, en la entonces calle de las Armas, ahora de Alfonso XII. Se estableció un ventajoso convenio con la Orden de Vienne, propietaria hasta entonces, por el cual habría de recibir de la corporación nazarena seis mil maravedíes anuales.

Además, en 1578, Mateo Alemán recibirá el importante encargo de su Hermandad de redactar nuevas Reglas, en las que, además de establecer la celebración de cultos, estación de penitencia, cabildos y demás cuestiones (como la aparición por primera vez del cargo de Hermano Mayor) se hace especial hincapié en la labor caritativa de la corporación, centrada, como no podía ser de otro modo, en la atención a los presos, aunque dando prioridad por este orden: primero a los que lo fueran por deudas y por supuesto con preferencia hacia los miembros de la Hermandad y sus familiares antes que a cualquier otra persona. 

Como curiosidad, por aquellas fechas los hábitos de los nazarenos eran: "túnicas de color morado, que lleguen hasta el suelo, los rostros cubiertos con capirotes bajos; una soga ceñida a la cintura: en el pecho un escudo de cuero u hoja de Milán, pintado en él la Cruz de Jerusalén, y los pies descalzos". La hoja de Milán, aludía a una hoja de lata, mientras que a los hermanos más antiguos o de mayor edad se les permitía el uso de alpargatas. La cofradía salía en la mañana del Viernes Santo y visitaba cinco iglesias, cercanas a su sede. 


 Las Reglas de Mateo Alemán, de las que se conserva una copia de 1642, restaurada en 2002 por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, fueron copiadas por otras hermandades, como la de Jesús Nazareno de Utrera y además, durante cierto tiempo, se sostuvo incluso que la cruz de carey que porta Jesús Nazareno en la Madrugada habría sido enviada desde México por el propio Mateo Alemán, algo desmentido luego por la investigación histórica, ya que fue donada a comienzos del siglo XVII por la familia Cervantes, residentes en Nueva España. 

No obstante, ¿Por qué no iba a mantener el contacto con sus hermanos de Sevilla? A buen seguro, Mateo Alemán, allá en tierras indianas, nunca olvidaría los ecos penitenciales de su cofradía cada mañana de Viernes Santo... 

Fotos: Marina de Gades.

07 marzo, 2022

Batihojas.

En estas fechas cuaresmales, en las que pronto podremos disfrutar de la belleza de tantas y tantas canastillas talladas y doradas sobre los pasos procesionales de nuestras cofradías, habría que recordar un gremio poco conocido y valorado, pero que con su fuerza, nunca mejor dicho, logró que el oro brillase en esos pasos y retablos barrocos y que llegó incluso a poseer calle propia en nuestra ciudad; pero como siempre, vayamos por partes. 


El uso del oro como elemento decorativo u ornamental está más que documentado desde tiempos inmemoriales, ya que se sabe que en el Egipto de los Faraones se utilizaban finísimas láminas de este material para dorar muebles, sarcófagos o documentos, mientras que en la Antigua Grecia o en el Imperio Romano esta actividad se mantuvo, pues era habitual recubrir las esculturas de dioses con este tipo de elementos para así dotar de mayor apariencia de riqueza a este tipo de imágenes divinizadas, de hecho los artesanos que fabricaba estas láminas de oro eran los llamados Brattarii Inautores y tuvieron bastante importancia por aquellas calendas.

La Edad Media supondrá un importante impulso en pro de este tipo de decoración, ya que será empleada en retablos, muebles y códices, tendencia que se prolongará durante la Edad Moderna, especialmente con la irrupción del Barroco. Su uso se constata en continentes como el americanos, en las culturas precolombinas o en el asiático; como detalle curioso, desde 1593 en Japón el pan de oro o kinpaku se fabricaba (y aún se fabrica) en la ciudad de Kanazawa, utilizándose para dorar desde cajas ornamentadas hasta santuarios y altares budistas.

Protagonistas esenciales de esta historia serán los batihojas o batidores de oro, llamados así porque durante el proceso de fabricación de las láminas, como veremos, se partía de una cierta cantidad de metal precioso (oro o plata) que era sucesivamente golpeado ("batido") de manera manual o mediante prensas. Importante, no confundir con quienes usaban metales como el estaño o el cobre porque eran los que fabricaban el "oropel" u oro falso de mucha menos calidad. 

 

El modo de fabricación comenzaba con la fundición del oro en el crisol, la eliminación de sus impurezas y su colocación en moldes; en ocasiones dada su enorme pureza, se utilizaban monedas de oro, como los ducados castellanos. En ocasiones, el uso de oro de excepcional calidad tenía la desventaja de la fragilidad, de ahí que se le añadieran pequeñas cantidades de otro metal, como la plata. A continuación, extraído del molde, el oro era laminado en una fina tira de 1 o 2 centímetros y sucesivamente golpeado con un grueso martillo en el devastastador, formado por hojas con tapas de pergamino sobre la piedra de batir, hasta alcanzar, en diferentes etapas de “batido”, un grosor de aproximadamente 0,00001 mm, lo que hace que finalmente fuera colocado, ya con una medida normalizada de 8 por 8 cms., entre las hojas de los llamados "librillos" de papel de seda para evitar que, literalmente, volara o se deshiciese entre los dedos, tal era su volatilidad.



Ni que decir tiene que, asentados como honorable gremio, los batihojas poseyeron sus propias Ordenanzas o Reglamentos ya en el siglo XV, en concreto en 1487, en las que se especificaban los derechos y obligaciones, los cargos directivos, las técnicas, los contratos de aprendizaje y precios y todo lo que regulaba el buen hacer desde el punto de vista artesano, sin descuidar, como cualquier otra corporación, la labor caritativa para con los huérfanos y viudas de los cofrades. Además, se procuraba evitar el intrusismo y velar por la calidad de la obra finalizada, existiendo incluso la figura de los veedores para inspeccionar talleres. Como curiosidad, el autor teatral sevillano Lope de Rueda, reconocido por ser el primer actor español que cobró por ello, tuvo por oficio el de batihoja, mientras que José Gestoso registró uno de los escasos nombres de batihojas conservados, el de Juan Días, quien en diferentes ocasiones vendió panes de oro para la decoración de los salones palaciegos de los Reales Alcázares allá por el siglo XVI.

Celosos de sus privilegios, los batihojas sevillanos sostuvieron un duro pleito en 1616 contra los tiradores de oro, alegando los primeros que los segundos estaban habilitados para fabricar galones, canutillos, trencillas o cordones de oro, elementos que en este caso parecían estar vinculados con labores textiles o de bordado, pero no para batir el oro. La controversia legal se zanjó finalmente en favor de los primeros, quienes ya por aquel entonces daban nombre a una calle, la actual Cabo Noval, paralela a Hernando Colón y frontera al edificio del Banco de España, ubicación lógica en cierto modo ya que en esa zona, antigua Alcaicería de la Seda, se hallaban otros gremios basados en el uso de metales preciosos, como por ejemplo, el de los plateros. 


En 1777 una normativa de la Corona prohibió realizar retablos en madera por motivos de seguridad ante el caso de incendio, recomendándose el uso de la piedra (mármol) y evitar el dorado por excesivo coste monetario, a lo que habrá que unir la desaparición de toda la estructura gremial. Era el principio del declive. Con el paso de los siglos la demanda de este tipo de producto fue decayendo paulatinamente, quedando un último reducto en la calle San Luis, donde alcanzó tanta notoriedad por la calidad del oro empleado (de 24 quilates, casi nada) y el tono anaranjado final que terminó adquiriendo la denominación de “Oro de San Luis” para mencionar el oro batido producido en Sevilla hasta comienzos de los años noventa del pasado siglo XX, momento en el que se jubiló el último batihoja, Manuel Fernández Sánchez, fallecido en 2004. Como detalle, el último encargo fue para el paso de la Oración en el Huerto de la sevillana hermandad de Monte Sión, cuando se emplearon 20.000 hojas de oro equivalentes a 420 gramos de este metal. 

 En la actualidad, el oro en láminas se emplea en electrónica, ingeniería aeroespacial e incluso ha llegado a tener una variedad comestible, empleada en alta cocina, y también, por supuesto, ha seguido utilizándose en el mundo del arte, con casos como el del pintor austríaco Gustav Klimt como mejor ejemplo.

pintura de klimt con hoja de oro

 Por su parte, los doradores de hoy en día recurren al oro procedente de Italia o Alemania, elaborado por supuesto con métodos mecánicos, alejados del “batido” que durante años fue banda sonora para aquellos talleres que transformaron el oro que venía de las Indias para recubrir pasos procesionales y retablos como los del Salvador, la Santa Caridad o San Luis de los Franceses, pero esa, esa ya es otra historia.

28 febrero, 2022

Remedios.

Aunque han existido, y subsisten, monasterios y conventos sevillanos creados en torno al cauce de río Guadalquivir, hubo uno, que por sus especiales características permaneció ligado para siempre al caudaloso Río Grande, aprovechando de él lo mejor y sufriendo, también de él, lo peor. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Históricamente hablando, desde época medieval siempre se ha aludido la existencia de una pequeña ermita dedicada a la Virgen de los Remedios, situada en la orilla trianera, en el extremo sur de la calle Betis, y al lado del llamado "Sitio de las Bandurrias". El nombre tiene su miga, y Manuel Macías en su libro "Triana, el Caserío" de 1982 , lo menciona como lugar ribereño en el que pescadores ponían a secar y reparar sus aparejos, denominados de este modo. Igualmente, junto a las Bandurrias estarían los molinos de pólvora de Matías de Bolaños y Damián Pérez, establecimiento no exentos de riesgo como prueban las explosiones acaecidas en 1579 y sobre todo la de 1613, que causó enormes daños (incluso en las vidrieras catedralicias) e innumerables víctimas mortales. Todavía en 1807 pervivía el sitio de las Bandurrias, ya que un edicto municipal prohibe ese año la venta allí de sábalos, sabogas y machuelos, debiéndose llevar todo el pescado a la pescadería mayor.

Sin embargo, el gremio de historiadores no se pone de acuerdo: para Alonso Morgado fue un tal Fray Pedro quien en 1540 habría fundado la ermita, con la idea de permanecer en ella aislado del mundanal mundo, aunque la devoción que poco a poco alcanzó la pintura de la Virgen de los Remedios hizo que aquella zona poco tuviera de silenciosa; por su parte, Ortiz de Zúñiga afirma que la fundación habría sido anterior, sobre 1526, gracias al mecenazgo de un canónigo de la catedral hispalense de nombre Martín Guasco.

Vista del Convento de los Remedios en el siglo XVI, con el número 4

Junto al Convento, en la actual calle de Juan Sebastián Elcano, habría estado también el Puerto de las Mulas, del que partirá el 10 de agosto de 1519 la expedición de Magallanes y al que rendirá fin de travesía la Nao Victoria comandada por Elcano el 8 de septiembre de 1521, tal como recuerda una placa de mármol situada en la fachada lateral del edificio del que hablamos el 12 de octubre de 1929.
 
Finalmente, un discípulo de Santa Teresa de Ávila, Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, conseguirá en 1574 la posesión de la ermita para la orden carmelita descalza, fundación obtenida del cardenal Cristóbal de Rojas y Sandoval. A la antigua ermita se le añadió por tanto un monasterio, que pronto adquirió fama por su santidad y por su huerta, regada por el cercano río que también se cobraba su particular tributo, pues como ha recogido la investigadora Noemi Cinelli:

"Las inundaciones frecuentes y la humedad del entorno destrozaban la cosecha y no favorecían las condiciones de salud de los frailes y con las muchas venidas del río se inunda todo lo interior de él las veces que sale de madre se ha hecho su habitación tan enferma de que muchos años a esta parte lo está casi toda la comunidad todos los veranos, y mueren muchos."

Testimonio del daño de la meteorología en el convento de los Remedios lo tenemos en sendas crónicas de Justino Matute, quien describe así dos accidentados sucesos, en 1603: 

"Pasado el verano se inició el otoño con tormentas, y fue tan furiosa la del día 20 de octubre, que el huracán arrancó algunos remates de la crestería del templo metropolitano, derribando muchos árboles en el Aljarafe y una campana de la torre del convento de los Remedios en el barrio de Triana, con muerte instantánea del fraile que la tañía (...) Los religiosos carmelitas descalzos, del convento de los Remedios, situado en el otro extremo del arrabal, fuertemente combatido por el viento y rodeado por las aguas que destruyeron la cerca, viendo próxima su muerte, pidieron socorro tocando la campana; y a pesar de ser dificilísimo y arriesgado atravesar el río para auxiliarlos, el Asistente fletó un barco tripulado por veinticuatro ágiles y valiente remeros, que recogieron y salvaron a los religiosos, trasladándolos al colegio del Ángel de la Guarda, de su misma Órden."

Catástrofes así hicieron que el convento fuera finalmente trasladado a una zona ribereña un poco más elevada, aunque las obras se demoraron hasta 1700, año en el que tiene lugar la bendición del nuevo templo con la bendición del arzobispo Jaime de Palafox.


Pese a todo, el vínculo entre el monasterio y Triana permaneció inalterable, especialmente con las gentes de la mar, que saludaban al pasar a la Virgen de los Remedios con salvas de artillería o toques de clarines al iniciar o finalizar singladura en sus navíos. Cercano al convento se constató la existencia del corral de vecinos llamado "de los Títeres" sobre el año 1705.

El siglo XVIII será un periodo de cierto esplendor para los carmelitas de los Remedios, ya que ampliarán sus huertas de naranjos y limoneros, que adquirirán cierta fama, llegando a construir "un suntuoso estanque en el medio, que con su noria lo tiene siempre lleno de agua del Guadalquivir por una grande acequia en tan costoso edificio", aunque no por ello se librará de los efectos de la crecidas del río: en 1752 la riada será de tal calibre que la iglesia quedará completamente anegada. La huerta de los Remedios será el terreno sobre el que crecerá el barrio así llamado, a partir de los años cuarenta del pasado siglo XX.

La iglesia aún conserva su portada, muy reformada por Juan Talavera, así como una parte de su arquitectura dieciochesca, aunque se han perdido retablos, claustros y patios por la acción de los tiempos; incluso la venerada imagen de la Virgen de los Remedios fue trasladada a la parroquia de la O, desapareciendo tras ser quemada la parroquia en julio de 1936, aunque algún autor sostiene que la imagen, en piedra, pudo ser alojada en uno de los patios del palacio de la familia Ibarra en la feligresía de San Nicolás.

Sin embargo, el XIX será nefasto, como es de imaginar. A la invasión de tropas francesas, que saquearán el convento en 1810 se sumará la desamortización de 1836, que expulsará a la comunidad carmelita definitivamente de sus dominios, siendo finalmente subastado el edificio en 1869 y quedando en estado de semi abandono, aunque se sabe que pintores sevillanos como Eustaquio Marín o Gonzalo Bilbao usarán sus naves como estudios. Como curiosidad, tras el expolio de las tropas de Bonaparte se ubicarán en los Remedios la imágenes titulares de la desaparecida Hermandad de la Entrada en Jerusalén de Triana, a las que se les pierde la pista conforme pasan las décadas.

Será finalmente el mecenas Rafael González Abreu quien compre finalmente la iglesia conventual y sus dependencias para reformarla y convertirla en sede del Instituto Hispano Cubano de Historia de América, nacido al calor de los fastos de 1929 y que aún funciona como centro de investigación y biblioteca. 

 

Además, una Real Orden del 8 de febrero de 1931 declaró que el edificio fuera considerado Monumento Nacional, habiendo tenido otros usos, como ejemplo, acuartelamiento alemán durante la Guerra Civil, punto de información previo sobre la Expo del 92, Museo de Carruajes (desde 1999) y en la actualidad centro cultural para actos y presentaciones gestionado por un diario local. Ni que decir tiene que el entorno ha cambiado sustancialmente, poco queda de aquel sitio de las Bandurrias o de la famosa Huerta de los Remedios, pues en sus terrenos llegó a haber cines de veranos, talleres del Puerto, fábricas de cerámica e incluso, dato curioso, el llamado canódromo de Triana, luego polideportivo, y añadiéndose a la lista las instalaciones del Círculo de Labradores de 1962 o la urbanización de la propia Plaza de Cuba, llamada durante años "el Campillo" por las gentes del barrio.

La antigua copla trianera lo dejó claro hace muchos, muchos años: 

"Aquellos cuatro puntales

que mantienen a Triana,

San Jacinto, Los Remedios,

La O y "Señá" Santa Ana"

 


21 febrero, 2022

Entre Cruces.

 

Al entrar en la Parroquia de Omnium Sanctorum, sita en la popular calle Feria, llaman la atención varias cruces de cerrajería, de gran tamaño, situadas, una en su fachada principal y otras dos en el lateral interior de su puerta principal, recuerdo de tiempos pasados, en los que, como hemos comentado en ocasiones anteriores, la colocación del símbolo cristiano por excelencia en plazas y calles era tan frecuente que raro era el espacio urbano hispalense que careciese de este tipo de elementos; por un lado, sacralizaban el entorno y por otro, evitaban que a su alrededor se arrojasen basuras o inmundicias. En el siglo XIX el Consistorio decidió retirar la mayoría de estas cruces, entre ellas la famosa de la Cerrajería, perdiéndose muchas y conservándose no pocas, como en el caso que nos ocupa. Pero como siempre, vayamos por partes.


La primera de ellas es la llamada Cruz de Caravaca; recuerda a la cruz venerada en Caravaca de la Cruz (Murcia) y que según la tradición apareció  portada por los aires por sendos ángeles en el transcurso de una Eucaristía, tras carecer de ella el sacerdote que la oficiaba, prisionero de los musulmanes allá por el siglo XIII. 

El historiador y cronista sevillano Luis Montoto (1851-1929) obtuvo datos muy interesantes sobre la de Omnium Sanctorum, como que por ejemplo que ya en el siglo XVII se encontraba ya erigida, pues allá por agosto de 1616, como se denunció entonces, junto a ella se acumulaban las maderas y tablones de un grupo de miembros del gremio de carpinteros, provocando con ello molestias para el vecindario, que veía impedido el paso. Al decir de la resolución municipal de la época: "acordóse de conformidad que se le notifique a las personas afectadas en esta causa que dejen el paso libre de la calle de manera que se pueda pasar por ella sin estorbo y no se proceda contra ninguno de ellos"

Por otra parte, durante la sublevación popular del barrio de la Feria de 1652, el llamado "Motín del Pendón Verde" en contra de los elevados precios y de la falta de pan, se dio el caso de que uno de sus cabecillas, Francisco Portillo de nombre y batidor de oro de oficio, desarticulada la revuelta, según cuenta Álvarez Benavides: 

"Túvose noticia que estaba en su casa, de donde lo sacaron y junto a la Cruz de Caravaca lo confesaron y arcabucearon, colgándolo con los otros dos de diferentes rejas; y sucedió que estando Francisco Portillo cercado del escuadrón, llegó su mujer dando gritos, quiso romper el cerco y llegar, más los soldados no lo consintieron y presenció la infeliz la muerte de su marido."

Los otros dos cabecillas aludidos en el texto fueron apresados tras dar con ellos escondidos tras un altar en la parroquia de Omnium Sanctorum, siendo ejecutados en las inmediaciones de la actual Plaza de Calderón de la Barca y sus cadáveres expuestos públicamente para escarnio y advertencia en otra de las cruces de la collación: la Cruz Verde.

En torno a esta cruz de Caravaca se fundó una Hermandad para rendirle culto, que incluso contó con Reglas aprobadas por el Arzobispado y que llegado el mes de mayo, solicitaba permiso para colocar toldos con los que cubrir la zona a la hora de celebrar la fiesta de la Cruz, siendo restaurada dicho emblema en 1804 con una solemne función en su honor con luces y música y colocándosele una reja para protegerla en 1839. Como puede apreciarse, no era una cruz carente de oraciones y devoción.

En junio de 1840 el carácter reinvindicativo de los vecinos de la collación saldrá de nuevo a relucir, en este caso tras la retirada de la Cruz de Caravaca de su peana, hecho que acaeció de madrugada obedeciendo ello a órdenes dictadas por el Ayuntamiento, órdenes que buscaban al parecer el despejar las calles y plazas de este tipo de elementos, porque, se decía, entorpecían el transitar de viandantes y carruajes. El problema radicó en que la cruz fue entregada, mejor dicho, vendida por "cuarenta y pico reales", para sorpresa de vecinos y devotos, al cura de la "lejana" parroquia de San Marcos, sin que se sepa muy bien por qué, y ello ocasionó toda una tempestuosa oleada de quejas y protestas que culminó con la presentación de un escrito firmado por casi cincuenta vecinos de la Feria en el que afirmaban desear seguir dando culto a la Santa Cruz y que por tanto rogaban mandar que se les entregase.

El Ayuntamiento cedió y finalmente la cruz fue repuesta, aunque por poco tiempo, ya que de modo irrevocable se ordenará su supresión de la calle, ya en el año 1855. Un vecino narró cómo pudo trasladarse la cruz al interior de Omnium Sanctorum: 

"De la dicha parroquia salió un sacerdote revestido de alba, estola y manípulo, acompañado del clero de la misma iglesia parroquial, y al llegar al sitio donde estaba la cruz, que era inmediato a la Correduría, la quitaron de la peana donde estaba colocada, y formada procesión, la condujo dicho sacerdote sobre los hombros, sin embargo de ser tan pesada, ayudándole como cirineo uno de los clérigos que le acompañaban, llevándola así en esta forma hasta dicha iglesia, donde fue decentemente colocada y aún existe.

Esta cruz es de hierro y está pintada de amarillo, y tiene dos ángeles a los lados, también de hierro, que forman parte de su adorno." 



Otra otra cruz "compañera" de puerta es la llamada Cruz del Garfio, que poseyó este curioso nombre, ¿Por qué? el cronista González de León nos lo aclara al referirse a la calle donde estaba enclavada:

"Enmedio había una cruz grande de hierro sobre peana de material, en la cual estaba de firme un garfio o pescante, del que colgaban el peso o romana para pesar el carbón; y de este peso dejaban cierta limosna obligatoria para el culto de la dicha santa cruz, que del garfio que tenía en la peana tomó el nombre, y de ella y del peso lo tomó la calle"

 Efectivamente, sirvió como soporte para colocar en ella una balanza o "romana"; si decimos que la calle donde se ubicaba era la calle del Peso del Carbón (el actual tramo de Peris Mencheta más cercano a Feria) queda todo explicado, aunque hay que destacar que también poseyó hermandad propia, que se financiaba con aquellos donativos dejados tras cada "pesada" de carbón. 


En julio de 1816 se sabe que se estrenó un retablo para darle culto, sito en el muro exterior de Omnium Sanctorum más próximo al Mercado de Abastos, lo que indica que habría sido trasladada desde su ubicación primitiva, y allí convive con su otra "colega", así como con una tercera cruz llamada "de los Linos" (¿O quizá "del Triunfo"?), utilizada para marcar un cementerio de la Peste de 1649, reflejo de un tiempo en el que las cruces callejeras eran parte de la cotidianidad hispalense...

14 febrero, 2022

Dados.

Popular y comercial, atestada de público en fechas navideñas o cuaresmales, punto de encuentro para novias casaderas o compradores de tejidos, juguetes, bisutería y hasta con uno de los bares más pequeños de Sevilla, todo eso cupo en una calle que ha sido siempre arteria entre la Encarnación y el Salvador; pero como siempre, vayamos por partes. 

Desde al menos 1384 se tiene ya constancia documental de ese nombre tan peculiar para denominar esta vía, el de "Dados", sin que los investigadores e historiadores locales se hayan puesto de acuerdo en la causa de tal nomenclatura; uno estiman que se debe a que en esta calle en esa época abundaban las casas de juego, mientras que otros, como Santiago Montoto, indican que en la actual Puente y Pellón existieron talleres dedicados a la fabricación precisamente de esos elementos tan vinculados al azar. En alguna etapa también fue llamada "del Hospital del Yeso".

A ello habría que sumar la presencia de bodegas y tabernas como el conocido "Bar Quito" o la famosa "Bodega de Calle Dados", en el número 6, que en 1912 se anunciaba con este texto: 

"Esta antigua casa ofrece sus vinos, aguardientes y vinagres de pureza extremada, como tiene demostrado en sesenta años de existencia regida por individuos de la misma familia. Servicio a domicilio"

En cualquier caso, como "Dados" se conoció hasta 1886, año en el que recibió el nombre en recuerdo de Manuel Puente y Pellón, vecino de la calle, quien ostentó la alcaldía de Sevilla entre 1872 y 1886 y a quien se le dedicó una lápida en el número 11, actualmente en paradero desconocido. Como político de corte liberal, participó en la Revolución "Gloriosa" de 1868, que trajo consigo, por ejemplo, el derribo de la mayoría de las puertas de Sevilla, así como de las murallas y templos como los de San Miguel o Santa Lucía, por poner un sólo ejemplo.

1912. Anuncio en la "Guía del Turista de Sevilla".

Como calle comercial, siempre merecerá la pena reseñar la existencia de establecimientos muy antiguos y de gran tradición, la mayoría desaparecidos, dedicados a la bisutería, la quincalla o la confección, como por ejemplo las famosas Siete Puertas (no confundir con la célebre taberna de la zona de la Alameda) o "Iglesias, Pérez y Soro", en el número 11, y que durante más de un siglo desde su creación en 1877, aprovechando un antiguo palacio (el de los Marqueses de Sortes) reconvertido en casa de vecinos, surtió de prendas de vestir, juegos de cama, tejidos o trajes a media Sevilla, en un espacio en el que destacaban su bello patio con columnas, escalera de mármol, amplias mesas para las piezas de telas, probadores y mostradores de madera barnizada para la atención personalizada de sus vendedores. La decoración de sus escaparates era tan destacada y llamativa, que incluso ganó premios en concursos de escaparatismo en la festividad del Corpus Christi. En 2010, tras 133 años de existencia, cerraba sus puertas, dejando un cierto regusto amargo por su desaparición. 
 

A "Las Siete Puertas" (llamada así por ser ese el número de accesos a la tienda, algo que de niños nos encantaba contar de regreso del colegio), habría que añadir la tienda de tejidos de "Algarín Hermanos", en el número 21, situada ya casi en el límite con la calle Lineros (donde estaba Casa Marciano, recordemos) y que durante un tiempo, fundada en 1888, fue el establecimiento más antiguo de Sevilla en manos de una misma familia y también, aunque más reciente, la Juguetería "El 0,95", en el actual número 24, vinculada al apellido Barreiro y que además se especializaba en tiempo cuaresmal en la realización de cientos de capirotes para nazarenos de todas las hermandades. 


En el otro extremo, ya próximo a la Encarnación, quizá el establecimiento decano de la calle sea "Peña", en el número 6A, fundado en torno a 1932 (antes al parecer fue una huevería) y que constituye uno de los mejores ejemplos de mercería, lanas y botonería del centro de Sevilla; además, justo enfrente, se puede disfrutar de la clásica Tienda de Ultramarinos "Casa Lucas", famosa por la calidad de sus bocadillos. 

Foto: Reyes Escalona

Como detalle curioso, una de las tiendas de allá por 1871 era el "Establecimiento de géneros extrangeros y del reino, de ropas al por mayor y al detalle, quincalla, mercería, perfumería, de Don. Atanasio Barron y hermano. Es en su clase una de las más reconocidas y acreditadas"; aparentemente el nombre recuerda a una calle dedicada a un arquitecto en la zona de la Florida, pero no deja de resultar interesante que hay una Eustaquia Barrón casada con Aniceto Sáenz y nuera de Patricio Sáenz, siendo Aniceto el principal comprador de la llamada Huerta de los Toribios adyacente al Palacio del Pumarejo. Ni que decir tiene que son nombres de calles vinculados a esa zona desde 1887.

El cierre del Mercado de la Encarnación y su eterna reconstrucción hasta la inauguración de las "Setas" y la presión de los centros comerciales hizo que poco a poco la calle se fuera despoblando de sus tiendas más clásicas, resistiendo unas pocas apenas, sin que por ello Puente y Pellón haya perdido su carácter mercantil y de vía de paso hacia el meollo del centro histórico de Sevilla. Ojalá los dados sean propicios y la revitalización llame a las puerta de esta zona.

Foto: Reyes de Escalona

07 febrero, 2022

Santa Lucía.

 Cuando toca el turno de enumerar o analizar el grupo de las llamadas parroquias o iglesias mudéjares sevillanas, es inevitable recordar templos tan conocidos como los de Santa Marina, San Gil, Omnium Sanctorum o San Marcos, pero siempre, por desgracia, queda en el tintero una, muy cercana a San Julián, pero que tuvo un destino muy diferente al resto de sus "hermanas"; como siempre, vayamos por partes.

Muy cercana a la muralla y no lejos de la llamada Puerta del Sol, lo que no deja de tener su aquel dado el martirio y patronazgo de la propia Santa que le da nombre, al extremo de la misma calle Sol, la iglesia de Santa Lucía se ha considerado una de las más antiguas de Sevilla, pues se conocen alusiones documentales sobre ella ya en torno a 1285, como puso de manifiesto el profesor Ballesteros Beretta en 1913. El entorno, en el que abundaban huertas y vivienvas humildes, era además poco propicio en tiempos de lluvias, pues solía inundarse con mucha frecuencia al transitar por allí el husillo (muchas veces atascado) que pasando por la mencionada Puerta del Sol buscaba desembocar en el cercano Arroyo Tagarete, mientras que en 1574 se colocó una fuente pública en la plaza situada en la puerta principal del templo, a la que se añadió una cruz en 1649 como recuerdo de las víctimas de la Peste allí sepultadas durante la tremenda epidemia. 

Santa Lucía en 1831, dibujada por Richard Ford

 Paradigma de un tipo de templo muy concreto, con tres naves y planta de las denominadas "de salón", aunque no se conserva al completo su ábside, demolido parcialmente para la unión de las calles San Hermenegildo y Santa Lucía; además se sabe, con reservas, que fue sede fundacional de la Hermandad de los Panaderos y que esta corporación del Miércoles Santo poseyó capilla propia ya desde 1640, edificando con el tiempo almacén para sus pasos y enseres hasta abandonarla tras la incautación gubernamental de la que hablaremos a continuación. Como curiosidad, entre las insignias procesionales de la cofradía figura en la actualidad un guión o banderín dedicado a Santa Lucía, recuerdo de los años de estancia en esa sede. 


Tampoco puede olvidarse que fue sede provisional de la Hermandad de la Trinidad a comienzos del XIX con motivo de la invasión francesa y ser expropiado el Convento de la Trinidad (actual Basílica de María Auxiliadora); precisamente para los padres trinitarios trabajaba un matrimonio del barrio, Francisco y Josefa que tenía además a su cargo el devoto cuidado del altar de la Virgen de la Salud en la parroquia de Santa Lucía. Fruto de ese matrimonio será María de los Ángeles Guerrero González, quien será bautizada en Santa Lucía el 2 de febrero de 1846. Con el paso de los años, aquella niña se convertirá en Sor Ángela de la Cruz, fundadora de la Compañía de las Hermanas de la Cruz, y en su casa natal, ahora recoleto convento, se conservará la pila bautismal del templo en el que fue iniciada en la fe cristiana, mientas que la Virgen de la Salud es venerada en la Casa Madre de la calle Sor Ángela.

Punto de inflexión triste y clave a la vez será el año de 1870, cuando tras la Revolución de 1868 se proceda a la exclaustración de la iglesia que comentamos, la cual será vendida a un particular no sin antes realizarse un inventario de los bienes conservados en su interior, realizado por miembros de la Comisión de la Academia de Bellas Artes, quienes de este modo salvaron lo que pudieron, repartiendo elementos por diversos templos sevillanos, como por ejemplo el retablo mayor, que según Tassara y González fue trasladado a la Parroquia del Salvador y erigido en la cabecera de la nave la Epístola, o lo que es lo mismo, sería destinado a la Hermandad del Rosario y en la actualidad, desde 1921, alberga a los Titulares de la Hermandad del Amor. 

Puerta de la nave de la Epístola, recientemente restaurada.

Del mismo modo, es conocido que el cuadro de la Santa Titular del templo, obra desde siempre atribuida a Juan de Roelas y más recientemente a Jerónimo Ramírez, se ubicó hasta 1919 en la capilla de San Pedro de la Catedral de Sevilla, para pasar ese año a la Iglesia de San Sebastián, donde permanece, siendo restaurado por técnicos del Instituto Andaluz de Patrimonio Artístico entre 2019 y 2020.

Otras piezas terminaron en parroquias como la de Gibraleón, mientras que el retablo de la Virgen de Regla de la Hermandad de los Panaderos fue enviado a Espartinas y la sillería del coro concedida a la Sacramental de San Bernardo. 

Como muchos sabrán, la portada mudéjar fue desmontada pieza a pieza y vuelta a montar en la fachada de la iglesia de Santa Catalina, como recuerda un azulejo situado a su lado, en el año 1930 y a instancias de Rafael González Abreu, propietario por más señas de Santa Lucía en aquel entonces. 

¿Qué ocurrió con el edificio desde su cierre y desacralización? En primer lugar, su uso fue cedido a una asociación de carácter político llamada "Tertulia Democrática, Reunión de Artesanos Honrados", para con posterioridad ser vendido como edificio y convertido en fábrica de fósforos, propiedad de Salvador Pérez Gisbert, promotor de una industria que en siglo XIX y principio del XX conoció una gran expansión aunque no exenta de riesgos, ya que por ejemplo, un incendio fortuito en el interior del templo exclaustrado provocó daños irreparables en la torre, que quedó truncada en su parte superior como puede apreciarse en grabados y fotografías de la época. 

Igualmente, el espacio fue usado como cine, taller mecánico y demás usos que poco tenían que ver con la idea con la que fue concebido en la Edad Media, sin olvidar la creciente degradación de su entorno y el vaciado, literal, de todo lo que había en su interior, hasta que finalmente, pasando a propiedad estatala a comienzos de los setenta, tras ser expropiado como de utilidad pública y funcionar como subsede del Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte hasta 1982. El edificio experimentará una restauración entre 1984 y 1992 de la mano del proyecto del arquitecto Laffarga Osteret, pasando a ser sede, por ejemplo, de la Orquesta Bética Filarmónica, del Programa Iniciarte (dedicado a la promoción del arte contemporáneo, hasta 2007) o el Instituto Andaluz del Flamenco. 

 Desde el 17 de septiembre de 2012 queda establecido entre sus muros el Centro de Documentación de las Artes Escénicas de Andalucía, creado en 1992 para atesorar todo lo relacionado con el teatro y la danza en Andalucía y que hasta 2010 estuvo localizado en San Luis de los Franceses, compartiendo espacio con el Centro Andaluz de Teatro. Como centro de actividades, promueve la difusión de todo lo relacionado con el teatro e incluso culturalmente posee su propia programación, sin olvidar servicios de préstamo, reprografía, contando las instalaciones con 32 puntos de lectura. En 2019 pasó a denominarse Centro de Investigación y Recursos de las Artes Escénicas de Andalucía, con lo cual al menos hay que destacar que Santa Lucía, con sus vaivenes históricos, permanece abierta y en uso aunque su destino inicial y el final tengan poco en común. 

Con nuestro agradecimiento al personal del CIRAE por las facilidades prestadas para realización de las fotos que acompañan este post.