Que el juego como actividad ha acompañado al hombre desde sus primeros tiempos es un hecho más que comprobado, que jugar a las cartas fue pasatiempo de monarcas y rufianes, de burgueses y monjes, también, y que en en la Sevilla de comienzos del XVI pudo haberse creado la actual baraja española es más que una posibilidad; pero como siempre, vayamos por partes.
Del juego de azar, entendido como aquel en el que no basta con la habilidad del jugador sino también la intervención de la fortuna o la suerte, se tiene constancia ya en los tiempos más antiguos, como en la civilización sumeria en oriente, donde se jugaba con huesecillos animales a manera de dados, elemento éste que cobrará gran importancia en tiempos del imperio romano, baste decir que cuando Julio César cruza el Rubicón pronuncia la famosa frase "Alea iacta est" que significa "la suerte está echada" o mejor "que vuelen altos los dados" en recuerdo a una célebre comedia griega o que en los evangelios se indica que la túnica de Jesús se la jugaron a suertes los soldados romanos que lo custodiaban en el Monte Calvario, quizá usando los dados, muy populares en aquella época.
La aparición de los naipes no está del todo clara, algunos autores sostienen que las cartas habrían surgido en Egipto, otros que en la India y otros, los más, que en la China imperial, y que habría sido Marco Polo tras sus viajes, los musulmanes a través de la península ibérica o los caballeros participantes en la III Cruzada quienes los habrían traído a occidente, sin olvidar que ya entonces los cuatro palos de la baraja eran una cimitarra, una copa, una moneda y un bastón, o sea, espadas, copas, oros y bastos. Por otra parte, la baraja española poseyó tres figuras: el rey, el caballo y la sota, quizá en alusión a tres categorías estamentales. La baraja más antigua que se conserva en España fue datada en Sevilla en torno a 1390.
Caravaggio: Los jugadores de cartas. 1595. |
Extendida la afición a los naipes, pronto las autoridades se dieron cuenta del problema de orden público que suponía, sobre todo por la aparición de casas en la que se establecían "tablas" de juego (como casinos, pero en medieval) donde desaprensivos "desplumaban" a no pocos inocentes que terminaban incluso endeudados hasta las cejas. Como ejemplo, en 1480 los Reyes Católicos prohibieron "tableros públicos", algo que volvieron a desautorizar en Granada en 1494. Las diferentes órdenes religiosas fueron muy estrictas en este tema, al considerarlo vicio peligroso, al igual que las órdenes militares y Felipe II, años después, que fijó en treinta ducados la máxima cantidad apostable en dineros, prohibió que se jugase a prendas o a fiado y decretó:
Mandamos, que todo lo dispuesto por las leyes de estos reinos cerca del juego de los dados, ansí quanto á las penas y aplicación de ellas, como al modo de proceder en ellas ordenado, haya lugar, y se practique y execute en el juego de los naypes que llaman los bueltos, bien así y de la misma forma y manera que si real y verdaderamente el juego de los bueltos fuera juego de dados; y se entienda, y extienda y execute en los juegos que dicen del bolillo y trompico, palo o instrumentos, así de hueso como de madera o cualquier metal.
Se jugaba en muchos sitios y muchos eran los que lo hacían como pasatiempo o como forma de ganar buenos caudales: en las cubiertas de los navíos del rey, en las embarradas trincheras de Flandes, en los lujosos salones cortesanos, en las ventas enmedio de polvorientas veredas, en las almadrabas costeras, en las lejanas Indias, donde se dice que, nada más desembarcar, los marineros que acompañaban a Colón en su primer viaje fabricaron sus propias barajas con hojas de los árboles; a comienzos del XVI un viajero alemán escribía que donde más dinero se disipaba en la España de entonces, excluyendo el que se derrochaba en vestidos, mujeres y caballos, era en los juegos de azar, de hecho cartas, dados, danza y guitarra no podían faltar en cualquier burdel que se preciase de serlo...
Naipe sevillano de 1647 en el que puede leerse: "con licencia del rey". Museo Fournier. |
Sin embargo, de poco sirvieron edictos o pragmáticas de los diferentes monarcas españoles. La irrupción de la imprenta multiplicó la difusión de cartas y naipes e incluso Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española (1611) indicaba que la palabra "Naipe" procedía del taller de impresión de un tal Nicolao Papin, quien "firmaba" sus cartas colocando sus iniciales, que una vez leídas daban como resultado "Na y Pe". No deja de ser curioso que en la calle Sierpes, según Cervantes, estuviera la tienda de naipes de Pierre Papin, por lo que algunos hasta se han atrevido a deducir la paternidad sevillana de la baraja española. Es más, el investigador Rodríguez Marín, llegó a establecer que en 1572, a la luz de un padrón real, un tal Pierre habría vivido entre la Campana y la calle Azofaifo, casi en la misma zona donde ahora está la muy tradicional Papelería Ferrer (no es hacer publicidad, fundada en 1856) que a su vez sigue vendiendo naipes y barajas de todo tipo.
De cualquier modo, se tiene constancia documental de impresores de naipes en Sevilla, como Andrés de Burgos, naipero vecino de la collación del Salvador que en 1540 se comprometió con el mercader Juan de Castros a suministrarle "56 docenas y media de naipes de torres buenos e de buen papel e de finas colores a vista de oficiales los quales son por razón de 10.576 maravedíes que el Castro había de pagar en su nombre a Juan de Ribesol, mercader genovés" o como Alonso Escribao, que fue muy conocido en su época y que, casado con Catalina Álvarez, tuvo vivienda en la calle de la Sierpe allá por 1556.
Ya que hemos mencionado a Don Miguel de Cervantes, ilustre huésped de la famosa Cárcel Real hispalense, y uno de los mejores conocedores de la realidad de su época, merece la pena reseñar cómo en sus Novelas Ejemplares o sus Entremeses los naipes aparecen como algo cotidiano, en manos de gente de "baja estofa" o pícaros como Rinconete y Cortadillo, habituales merodeadores de casas de juego y gula, y que cuando cruzan a Triana a presentar sus respetos a Monipodio le indican:
Yo -respondió Rinconete- sé un poquito de floreo de Vilhán; entiéndeseme el retén; tengo una buena vista para el humillo; juego bien de la sola, de las cuatro y de las ocho; no se me va por pies el raspadillo, verrugueta y el colmillo; éntrome por la boca de lobo como por mi casa, y atreveríame a hacer un tercio de chanza mejor que un tercio de Nápoles, y a dar un astillazo al más pintado mejor que dos reales prestados.
Las "flores" o "floreo" aludirían a las trampas o fullerías con las obtener una buena mano sin que se notase al barajar, con cartas marcadas o con algo muy parecido al famoso "as en la manga"; Vilhán alude al apellido de un legendario creador de los naipes, oriundo de Barcelona; como se ve, Cervantes dominaba toda la jerga de los fulleros y tahures del Arenal o la Feria, donde junto con los burdeles, en en ellos precisamente, abundaban coimas, mandrachos, palomares o leoneras, aquellos peligrosos garitos, abiertos día y noche, donde en un santiamén era fácil salir sin dinero, sin propiedades y hasta sin vida. Aquellas casas de juego eran, en muchos casos, propiedad de aristócratas quienes delegaban en el garitero la gestión del rentable negocio, concentrado en el juego de tal modo que se tenía todo dispuesto para que los jugadores pudieran hacer sus necesidades en el mismo cuarto de juego.
En ellos antros proliferaba toda una fauna que resumiremos según su "pelaje":
- "Enganchadores", los que se ocupaban de atraer a los incautos a las mesas de juego.
- "Pedagogos", que ofrecían su consejo y sus malas artes a jugadores tan ricos como ingenuos, al decir de Néstor Luján.
- "Apuntadores", "mirones" o "guiñones", especie de cómplices ayudantes de los tahúres a la hora de saber las cartas que llevaban los rivales.
- Como no, los "prestadores" y "barateros", usureros que daban crédito a quienes veían perder su dinero y deseaban recuperarlo siguiendo en la partida.
- Por último, y no menos importantes, los "maulladores", los últimos del escalafón garitero, aquellos que se encargaban de los más bajos menesteres, como por ejemplo hasta retirar los cadáveres de manera discreta tras algún altercado.
Se jugaba al rentoy, al faraón, al repáralo, al "hombre" (juego que triunfó en las principales cortes europeas), a las pintas, al andabobos, a la carteta e incluso a una modalidad consistente en no rebasar nunca la cantidad de 21, y que luego pasó a toda Europa (y a Las Vegas) con el nombre de "Black Jack", aunque en general a todos los juegos a carta cubierta se les denominaban "de estocada", sobra decir por qué. Este submundo quedó, como hemos visto, más que plasmado en la literatura picaresca de la época, pero tampoco faltaron libros y escritos censurando moralmente los juegos de azar en general y los naipes en particular por su inmoralidad.
Francisco de Goya: Jugadores de naipes. 1778. |
A lo largo de los siglos, los naipes sobrevivieron a prohibiciones y anatemas, y hasta su fabricación fue sujeta a tasa o arbitrio por la corona española entre el XVIII y el XIX, compartiendo predilección por parte de los españoles junto con las nacientes loterías nacionales, y eso que Carlos III reguló en 1771 los juegos de cartas, estableciendo en un real de vellón el importe máximo a jugar y penas de prisión y multas para los garitos clandestinos; en Sevilla se mantuvieron varios talleres o fábricas, con permiso de Don Heraclio Fournier, como la denominada El Carmen, que en 1879 radicaba en la calle Aire número 4, propiedad de Telesforo Antón, u otra situada en la céntrica calle Gallegos (actual Sagasta) que despachaba naipes de todas las fábricas de España, establecimiento propiedad entonces de Don Rafael Baldaraque.
A comienzos del siglo XX la aparición de los "casinos" como lugar de esparcimiento para las clases altas marcó un antes y un después, las prohibiciones cayeron como un castillo de naipes, pero esa, esa ya es otra historia...