24 julio, 2022

Sota, Caballo y Rey.


Que el juego como actividad ha acompañado al hombre desde sus primeros tiempos es un hecho más que comprobado, que jugar a las cartas fue pasatiempo de monarcas y rufianes, de burgueses y monjes, también, y que en en la Sevilla de comienzos del XVI pudo haberse creado la actual baraja española es más que una posibilidad; pero como siempre, vayamos por partes.

Del juego de azar, entendido como aquel en el que no basta con la habilidad del jugador sino también la intervención de la fortuna o la suerte, se tiene constancia ya en los tiempos más antiguos, como en la civilización sumeria en oriente, donde se jugaba con huesecillos animales a manera de dados, elemento éste que cobrará gran importancia en tiempos del imperio romano, baste decir que cuando Julio César cruza el Rubicón pronuncia la famosa frase "Alea iacta est" que significa "la suerte está echada" o mejor "que vuelen altos los dados" en recuerdo a una célebre comedia griega o que en los evangelios se indica que la túnica de Jesús se la jugaron a suertes los soldados romanos que lo custodiaban en el Monte Calvario, quizá usando los dados, muy populares en aquella época.

La aparición de los naipes no está del todo clara, algunos autores sostienen que las cartas habrían surgido en Egipto, otros que en la India y otros, los más, que en la China imperial, y que habría sido Marco Polo tras sus viajes, los musulmanes a través de la península ibérica o los caballeros participantes en la III Cruzada quienes los habrían traído a occidente, sin olvidar que ya entonces los cuatro palos de la baraja eran una cimitarra, una copa, una moneda y un bastón, o sea, espadas, copas, oros y bastos. Por otra parte, la baraja española poseyó tres figuras: el rey, el caballo y la sota, quizá en alusión a tres categorías estamentales. La baraja más antigua que se conserva en España fue datada en Sevilla en torno a 1390.

Caravaggio: Los jugadores de cartas. 1595.

Extendida la afición a los naipes, pronto las autoridades se dieron cuenta del problema de orden público que suponía, sobre todo por la aparición de casas en la que se establecían "tablas" de juego (como casinos, pero en medieval) donde desaprensivos "desplumaban" a no pocos inocentes que terminaban incluso endeudados hasta las cejas. Como ejemplo, en 1480 los Reyes Católicos prohibieron "tableros públicos", algo que volvieron a desautorizar en Granada en 1494. Las diferentes órdenes religiosas fueron muy estrictas en este tema, al considerarlo vicio peligroso, al igual que las órdenes militares y Felipe II, años después, que fijó en treinta ducados la máxima cantidad apostable en dineros, prohibió que se jugase a prendas o a fiado y decretó: 

Mandamos, que todo lo dispuesto por las leyes de estos reinos cerca del juego de los dados, ansí quanto á las penas y aplicación de ellas, como al modo de proceder en ellas ordenado, haya lugar, y se practique y execute en el juego de los naypes que llaman los bueltos, bien así y de la misma forma y manera que si real y verdaderamente el juego de los bueltos fuera juego de dados; y se entienda, y extienda y execute en los juegos que dicen del bolillo y trompico, palo o instrumentos, así de hueso como de madera o cualquier metal.

Se jugaba en muchos sitios y muchos eran los que lo hacían como pasatiempo o como forma de ganar buenos caudales: en las cubiertas de los navíos del rey, en las embarradas trincheras de Flandes, en los lujosos salones cortesanos, en las ventas enmedio de polvorientas veredas, en las almadrabas costeras, en las lejanas Indias, donde se dice que, nada más desembarcar, los marineros que acompañaban a Colón en su primer viaje fabricaron sus propias barajas con hojas de los árboles; a comienzos del XVI un viajero alemán escribía que donde más dinero se disipaba en la España de entonces, excluyendo el que se derrochaba en vestidos, mujeres y caballos, era en los juegos de azar, de hecho cartas, dados, danza y guitarra no podían faltar en cualquier burdel que se preciase de serlo... 

Naipe sevillano de 1647 en el que puede leerse: "con licencia del rey". Museo Fournier.

Sin embargo, de poco sirvieron edictos o pragmáticas de los diferentes monarcas españoles. La irrupción de la imprenta multiplicó la difusión de cartas y naipes e incluso Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española (1611) indicaba que la palabra "Naipe" procedía del taller de impresión de un tal Nicolao Papin, quien "firmaba" sus cartas colocando sus iniciales, que una vez leídas daban como resultado "Na y Pe". No deja de ser curioso que en la calle Sierpes, según Cervantes, estuviera la tienda de naipes de Pierre Papin, por lo que algunos hasta se han atrevido a deducir la paternidad sevillana de la baraja española. Es más, el investigador Rodríguez Marín, llegó a establecer que en 1572, a la luz de un padrón real, un tal Pierre habría vivido entre la Campana y la calle Azofaifo, casi en la misma zona donde ahora está la muy tradicional Papelería Ferrer (no es hacer publicidad, fundada en 1856) que a su vez sigue vendiendo naipes y barajas de todo tipo. 

De cualquier modo, se tiene constancia documental de impresores de naipes en Sevilla, como Andrés de Burgos, naipero vecino de la collación del Salvador que en 1540 se comprometió con el mercader Juan de Castros a suministrarle "56 docenas y media de naipes de torres buenos e de buen papel e de finas colores a vista de oficiales los quales son por razón de 10.576 maravedíes que el Castro había de pagar en su nombre a Juan de Ribesol, mercader genovés" o como Alonso Escribao, que fue muy conocido en su época y que, casado con Catalina Álvarez, tuvo vivienda en la calle de la Sierpe allá por 1556.



Ya que hemos mencionado a Don Miguel de Cervantes, ilustre huésped de la famosa Cárcel Real hispalense, y uno de los mejores conocedores de la realidad de su época, merece la pena reseñar cómo en sus Novelas Ejemplares o sus Entremeses los naipes aparecen como algo cotidiano, en manos de gente de "baja estofa" o pícaros como Rinconete y Cortadillo, habituales merodeadores de casas de juego y gula, y que cuando cruzan a Triana a presentar sus respetos a Monipodio le indican:

Yo -respondió Rinconete- sé un poquito de floreo de Vilhán; entiéndeseme el retén; tengo una buena vista para el humillo; juego bien de la sola, de las cuatro y de las ocho; no se me va por pies el raspadillo, verrugueta y el colmillo; éntrome por la boca de lobo como por mi casa, y atreveríame a hacer un tercio de chanza mejor que un tercio de Nápoles, y a dar un astillazo al más pintado mejor que dos reales prestados.

Las "flores" o "floreo" aludirían a las trampas o fullerías con las obtener una buena mano sin que se notase al barajar, con cartas marcadas o con algo muy parecido al famoso "as en la manga"; Vilhán alude al apellido de un legendario creador de los naipes, oriundo de Barcelona; como se ve, Cervantes dominaba toda la jerga de los fulleros y tahures del Arenal o la Feria, donde junto con los burdeles, en en ellos precisamente, abundaban coimas, mandrachos, palomares o leoneras, aquellos peligrosos garitos, abiertos día y noche, donde en un santiamén era fácil salir sin dinero, sin propiedades y hasta sin vida. Aquellas casas de juego eran, en muchos casos, propiedad de aristócratas quienes delegaban en el garitero la gestión del rentable negocio, concentrado en el juego de tal modo que se tenía todo dispuesto para que los jugadores pudieran hacer sus necesidades en el mismo cuarto de juego. 

En ellos antros proliferaba toda una fauna que resumiremos según su "pelaje":

- "Enganchadores", los que se ocupaban de atraer a los incautos a las mesas de juego.

- "Pedagogos", que ofrecían su consejo y sus malas artes a jugadores tan ricos como ingenuos, al decir de Néstor Luján.

- "Apuntadores", "mirones" o "guiñones", especie de cómplices ayudantes de los tahúres a la hora de saber las cartas que llevaban los rivales.

- Como no, los "prestadores" y "barateros", usureros que daban crédito a quienes veían perder su dinero y deseaban recuperarlo siguiendo en la partida. 

- Por último, y no menos importantes, los "maulladores", los últimos del escalafón garitero, aquellos que se encargaban de los más bajos menesteres, como por ejemplo hasta retirar los cadáveres de manera discreta tras algún altercado.

Se jugaba al rentoy, al faraón, al repáralo, al "hombre" (juego que triunfó en las principales cortes europeas), a las pintas, al andabobos, a la carteta e incluso a una modalidad consistente en no rebasar nunca la cantidad de 21, y que luego pasó a toda Europa (y a Las Vegas) con el nombre de "Black Jack", aunque en general a todos los juegos a carta cubierta se les denominaban "de estocada", sobra decir por qué. Este submundo quedó, como hemos visto, más que plasmado en la literatura picaresca de la época, pero tampoco faltaron libros y escritos censurando moralmente los juegos de azar en general y los naipes en particular por su inmoralidad.

Francisco de Goya: Jugadores de naipes. 1778.

Caso curioso, sobre el solar del antiguo corral de comedias de Doña Elvira se ubicó célebre taberna en el siglo XVII calificada por los cronistas como "oficina de malos resabios", pues a ella "acudían muchos hombres mal entretenidos y ociosos a jugar, y se perdía mucho dinero en él y casi siempre con malos medios y fullerías, siendo este sitio refugio de algunos ladroncillos, que para jugar buscaban dinero por este camino, ocasionándose estos tratos pendencias y disgustos que había cada día, hiriéndose unos a otros, y algunas muertes; teniendo la Justicia bien en que emplear sus diligencias y sacar dineros sin remediar nada." Con el tiempo, ironías del destino, sobre aquel solar se levantó el actual Hospital de Venerables Sacerdotes.

A lo largo de los siglos, los naipes sobrevivieron a prohibiciones y anatemas, y hasta su fabricación fue sujeta a tasa o arbitrio por la corona española entre el XVIII y el XIX, compartiendo predilección por parte de los españoles junto con las nacientes loterías nacionales, y eso que Carlos III reguló en 1771 los juegos de cartas, estableciendo en un real de vellón el importe máximo a jugar y penas de prisión y multas para los garitos clandestinos; en Sevilla se mantuvieron varios talleres o fábricas, con permiso de Don Heraclio Fournier, como la denominada El Carmen, que en 1879 radicaba en la calle Aire número 4, propiedad de Telesforo Antón, u otra situada en la céntrica calle Gallegos (actual Sagasta) que despachaba naipes de todas las fábricas de España, establecimiento propiedad entonces de Don Rafael Baldaraque. 

A comienzos del siglo XX la aparición de los "casinos" como lugar de esparcimiento para las clases altas marcó un antes y un después, las prohibiciones cayeron como un castillo de naipes, pero esa, esa ya es otra historia...


18 julio, 2022

Salinas.

 



Aunque el título de este post, Salinas, quizá nos recuerde a aquellos lugares costeros donde se trabaja para la extracción de la valiosa sal de las aguas marinas, en esta ocasión daremos pormenores sobre alguien que fue sepultado en un convento cercano a la calle de este nombre, ubicada entre Azafrán y Muro de los Navarros, justo detrás de cierta imprenta regentada por buenos amigos de esta página; pero como siempre, vayamos por partes. 

En diciembre de 1559 nacía en Sevilla, el hijo del Señor de Bobadilla y de su esposa Mariana de Castro, burgalesa de nacimiento, ambos pertenecientes a antiguos linajes nobiliarios. Juan, que con ese nombre recibirá las aguas bautismales, apenas conocerá a su madre, fallecida prematuramente, tras lo cual su padre decidirá trasladar a toda la familia a la riojana ciudad de Logroño, donde estudiará humanidades para pasar en 1576 a Salamanca (cánones y leyes, aunque la poesía ocupó sus días) y a su universidad, donde bien podría haber coincidido con el poeta Luis de Góngora; un viaje a Italia, con estancias en Roma y Florencia le permitió visitar allí a su hermano Alonso, que gestionaba negocios familiares. Por cierto que de Roma se llevó una fuerte impresión mientras aguardaba una posible prebenda eclesiástica, sobre todo por el tren de vida de la curia romana, del que posiblemente participó al quedar plasmado en sus poemas, y que le valió para entrenar su ingenio con composiciones satíricas que serán santo y seña a lo largo de su vida. 

Sor Francisca Dorotea y Juan de Salinas. S. XVII.

Conseguido un puesto de canónigo al fin para la catedral de Segovia, poco hubo de ejercer tal cargo eclesiástico, ya que un año después, en 1588, fallecía su padre y fue designado responsable de administrar su rico patrimonio, por lo que fijó definitivamente su residencia en su ciudad natal de Sevilla. Además, en 1601 recibió el nombramiento de administrador del Hospital de las Bubas, o de San Cosme y San Damián, situado entonces en la collación de Santiago, al que se entregó en cuerpo y alma. Por añadidura, ostentó el de capellán del ahora desaparecido convento de Nuestra Señora de los Reyes, siendo confesor y director espiritual de la Madre Sor Francisca Dorotea, su superiora, quien murió en olor de santidad y cuya biografía redactó en busca de una beatificación que no llegó a producirse.

Portada del exconvento de Ntra. Sra. de los Reyes. Calle Santiago. 

Su faceta como poeta le acompañará durante toda su vida, convirtiéndose en una especie de cronista local satírico, pues sus letrillas y epigramas tratarán sobre lo divino y lo humano, lo anecdótico y lo cómico, siempre  utilizando el doble sentido, el juego de palabras tan característico de nuestra forma de hablar y relacionarnos, incluso llegó a publicar unos irónicos "Ejercicios de San Ignacio" que poco tenían que ver con los ejercicios propuestos por el fundador de la Compañía de Jesús.

Tampoco puede quedar en el tintero que Salinas fue asiduo asistente de tertulias o "academias" literarias donde se rivalizó en cuestiones de lírica humorística; Junto a otros "tocayos" suyos, formó un interesante círculo de ingeniosos literatos de gran calidad, entre los que destacan su propio sobrino, Juan de Jáuregui, Juan de Robles, Juan de Arguijo o Juan de la Sal, dedicados a glosar las excelencias de la Sevilla del Imperio, alabar a María como Concebida Sin Pecado Original o, por ende, lanzar originales dardos en forma de poemas o cartas contra la secta de los Alumbrados, que tuvo en jaque a la Inquisición Hispalense durante algunos años, sin contar con que Salinas se movía como pez en el agua en los cenáculos aristocráticos y mercantiles de su época dada su condición y su red de contactos. Baste como ejemplo que fue padrino de bautismo del que luego sería historiador Diego Ortiz de Zúñiga. 

Sin menoscabo de sus poemas de tinte religioso, fue sobre todo Poeta de lo anecdótico, al decir de otro poeta, Rafal Laffón, ya que dejó ágiles versos dedicados a todo tipo de circunstancias cotidianas, como cuando al convento antes aludido le fueron incautados unos lenguados que fueron a parar a las cocinas de algún alto cargo del Santo Oficio: 

Unos pocos de lenguados
Que traía a mi convento.
Cual reos vi en un jumento
Llevaban aprisionados;
Yo, por excusar enfados,
al que la prisión obró
Dije: ¿cómo se atrevió.
Que nunca tal prisión vi?
Contra deslenguados, sí,
Mas contra lenguados. no.

También tuvo palabras para compañeros presbíteros poco aseados y egoístas, como la compuesta hacia (o mejor, contra) un "clérigo viejo y puerco que tenía una mula y no la prestaba a nadie": 

Cierto abad de Cantillana
tan viejo como guardoso
(dejo aparte lo asqueroso
que eso lo dirá la sotana)
su mulilla rabicana
jamás la quiso prestar
certificando a la par
con evidencias notorias
en sí dos contradictorias
no dar mula y muladar.
Indicar que "guardoso" es sinónimo de tacaño, que "rabicana" significaba que la mula tenía pelos blancos en su cola, y que "muladar" aludía a vertedero. 

Tampoco faltaron los "piropos" hacia miembros de órdenes monásticas, como en una cuarteta dedicada "A un fraile mentiroso y falto de dientes":

Vuestra dentadura poca
dice vuestra mucha edad
y es la primera verdad
que se ha visto en vuestra boca. 

Sería más que prolijo comentar y destacar su prolífica (y divertida, por qué no decirlo) obra, a la que invitamos a leer a quienes siguen estas páginas, sin perder de vista que su vida fue calificada por sus biógrafos como "arreglada y ejemplar, con gran fama de virtuoso". Como colofón, indicar que Juan de Salinas falleció  a los 83 años de edad el 5 de enero de 1643, siendo sepultado en el convento de Nuestra Señora de los Reyes con el acompañamiento de un nutrido cortejo de nobles y clérigos de la feligresía de Santa Catalina . Dejemos, a modo de epitafio, que sean los versos del propio Salinas los que despidan estas líneas:

No te amargues en lo fuerte
de tan duras exhortaciones;
que en su rigor te dispones
para más dichosa muerte,
pues llegando a empobrecerte,
no habrá en las horas postreras
ricas prendas lisonjeras
de que con dolor te acuerdes,
turbando con lo que pierdes
el gozo de lo que esperas. 

12 julio, 2022

Velázquez.

Foto: Reyes de Escalona.

No, en esta ocasión concreta no vamos a tratar sobre la figura del inmortal pintor bautizado en la sevillana parroquia de San Pedro, sino sobre la calle que lleva su nombre, una vía peatonal ahora, siempre llena de público, que tuvo nombres curiosos y albergó un sinfín de establecimientos; pero como siempre, vayamos por partes. 

Está claro que si en 1485 hubiésemos preguntado por esta calle, nos habrían dicho que quién era ese Velázquez, lo que sí está claro es que nos habrían indicado, solventada la confusión, que habríamos debido encaminarnos a la calle Triperas, nombre un tanto peculiar y de origen incierto que compartió con el de San Gregorio, por un antiguo hospital gremial allí radicado. 

Su trazado, ahora rectilíneo, fue durante años muy diferente, más estrecho y serpenteante, de manera que a lo largo de los siglos la calle ha experimentado diversos ensanches y transformaciones, como en 1597, cuando se derriba una casa que había invadido el ancho de la vía, o en 1588 cuando se ordena cerrar un rincón donde "de ordinario se echara cantidad de ynmundicias"

Como curiosidad, y como ha descubierto el profesor Roda Peña, en esta calle Triperas vivió el licenciado Juan Jacobo Fernández Soriano, abogado de la Real Audiencia, quien en 1769 legó en testamento al convento de Santa María de la Paz, actual sede de la Hermandad de la Sagrada Mortaja, una hermosa pintura de la Virgen de Belén obra de Domingo Martínez en torno a 1740 y que aún se conserva en un retablo junto a la entrada al templo; ¿La razón de tal donativo? Dos hijas del legatario habían profesado como religiosas agustinas en aquel cenobio, de modo que su padre decidió entregar esta obra junto con otras, desgraciadamente en paradero desconocido. 

Foto: Reyes de Escalona.

A comienzos del siglo XIX, Velázquez adopta el aspecto que ha llegado hasta nosotros, aunque su vida nocturna era mucho más intensa, registrándose numerosas quejas de vecinos sobre la existencia de un elevado número de prostíbulos, hasta que en 1859 las autoridades municipales deciden desalojar varias casas y trasladar su actividad a la Alameda de Hércules, puede que aquí arranque la "mala fama" de la Alameda que ha llegado hasta nuestros días. En 1845 recibirá el nombre actual en honor a Diego Velázquez, aunque, justo es de decir, pocos la mencionan con ese apelativo, ya que consideran que es una mera prolongación de Tetuán hasta la Campana, de hecho en prensa local aparecían anuncios como el siguiente intentando aclarar el error: 


En el número 17, allá por 1897 tuvo consulta el Doctor Vicente Díaz, quien se anunciaba en los diarios locales de este modo: 


Dejando a un lado este aspecto, abundaban especialmente los cafés, círculos y establecimientos recreativos de muy diferente carácter, considerados punto de encuentro para tertulias de todo tipo. Sobresalía el Central, adonde acudían escritores como el poeta Benito Mas y Prats o Muñoz San Román, quienes conformaban una tertulia autodenominada "El Parnasuelo"; El América, el Nacional, en el lugar donde estuvo en una etapa el Ateneo y lugar de cita para los jóvenes miembros de la generación del 27, editores de la revista "Mediodía", tal como relataba en su "Sevilla en los labios" Romero Murube: 

"En aquella tertulia reuníanse además elementos ajenos a la literatura, tipos pintorescos de la madrugada y el trasmundo del orden, que unas veces traídos por el inquieto Sánchez Mejías, otras por el sorprendente Villalón, llenaban de incidencias raras e insospechadas las alegres reuniones de nuestro cenáculo literario. No faltaron, como es natural, princesas orientales, espiritistas, rancios académicos de Buenas Letras, deportados portugueses, eruditos cavernosos, lánguidos poetas de la meliflua Suramérica, pollos modernistas, esperpentos, pamplinosos del surrealismo, niños impertinentes, sabios hueros, sablistas y charlatanes, si que también algunas poetisas de inspiración y hechos más o menos amables".

 Habría que destacar la proximidad de la conocida biblioteca del colegio de San Acasio y del Teatro San Fernando, que estuvo en pie en la cercana calle Tetuán entre 1847 y 1973, año de su derribo, y por supuesto toda la vida noctámbula procedente de los cafés cantantes de la plaza de la Campana, de manera que vivir en esta calle en aquellos tiempos no debió ser fácil para quienes tuvieran el sueño ligero. Tampoco podemos olvidar como hasta no hace mucho, en el número 12, estuvo la sede administrativa (hemeroteca incluida) de Prensa Española, o lo que es lo mismo del diario ABC y que aún subsiste allí La Teatral, pequeño establecimiento en el zaguán de ese mismo edificio y que desde 1939 se dedica a la venta de localidades para espectáculos teatrales o taurinos. 

Lugar de paso obligado para las cofradías que vienen del sur de la ciudad o de la zona del Arenal y Triana, convertida ahora en una bulliciosa calle comercial, llena de franquicias y tiendas de ropa, con permiso de la Casa del Libro que ya lleva veinte años allí en el lugar ocupado por la recordada la hamburguesería Dulio, fundada a comienzos de los años ochenta, pero esa, esa ya es otra historia... 

04 julio, 2022

Esclavos

 Una calle con nombre peculiar, un cargo nombrado por los Reyes Católicos, una hermandad donde la raza era seña de identidad, una práctica ahora impensable que entonces era moneda corriente, en esta ocasión trataremos sobre un tema poco conocido y que pese a todo siempre es interesante: los esclavos sevillanos. Pero como siempre, vayamos por partes. 

No lejos del bullicio y tráfico de la Puerta Osario, cerca de la parroquia de San Roque y a tiro de piedra de la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, existe la calle Conde Negro, llamada así desde el siglo XVI, aunque recibió también el nombre de Santa Cecilia o de las Torres. Antiguo fondo de saco entre la calle Ancha de San Roque y la propia muralla de la ciudad, para entender el nombre de la calle, nos remontaremos a la Sevilla de los siglos XV y XVI, una sevilla en la que cronistas como Luis de Peraza afirmaban: 

"Hay infinita multitud de negras y negros de todas las partes de Etiopía y Guinea, de los cuales nos servimos en Sevilla y son traídos por la vía de Portugal".

Vendidos en las Gradas de la Catedral o en la misma Plaza de San Francisco, tan importante fue la presencia de la población esclava en aquellas calendas, se calcula que alcanzó el 10% del total de los habitantes hispalenses, que a comienzos del siglo XV el Cardenal Gonzalo de Mena y Roelas apoyará la creación de un hospital para gentes desvalidas de raza negra, lo que da idea del gran número, como decíamos, que vivía en la ciudad, fruto del mercado procedente de África y del deseo de nobles y burgueses de poseer esclavos como símbolo de distinción, aunque en el caso de los segundo, cuando arreciaba una crisis económica, eran los primeros en abandonarlos a su suerte, vagando por las calles harapientos y sin recursos. 



La labor del Cardenal Mena, ya se sabe, el también fundador de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, conllevó la fundación de una hermandad, con lo cual sus hermanos quedaban ligados y unidos con vistas a poseer cierto corporativismo que los alejase de la marginalidad, tal como estudió el profesor y antropólogo Isidoro Moreno, autor de una más que interesante historia de la Hermandad de los Negritos. 

Además, poco a poco la comunidad "morena" o "prieta", tal como se la llamaba entonces, se integró en la vida cotidiana con sus propias costumbres y cultura, ya que incluso celebraban los domingos fiestas en  la zona de la Puerta Osario; Ortiz de Zúñiga sostiene que los esclavos negros eran tratados con "gran benignidad", y que se les permitía juntarse para sus fiestas y bailes en días de descanso "con que acudían gustosos y toleraban mejor el cautiverio". Evidentemente, eran fáciles de reconocer por su color de piel y sus ropajes, pero además eran marcados, tatuados, con una "S" y un clavo, a manera de jeroglífico ("Es"-"Clavo") o en otras ocasiones con una flor de lis, una estrella o el nombre de su amo.


¿A qué se dedicaban los esclavos sevillanos? Principalmente, a las tareas domésticas, sobre todo las mujeres, aunque otros eran destinados a ocupar el último escalón de los talleres gremiales, como los del arte de la seda, espartería, fundición o curtidurías, sin olvidar que al ser considerados una mera inversión, en ocasiones eran entregados como garantía en préstamos o hipotecas. No faltaron casos de personajes sevillanos poseedores de esclavos, como el médico Nicolás Monardes o ya en 1678 el caso del pintor Murillo, que donó una esclava de su propiedad como criada para su hija, novicia en un convento sevillano: 

"Otorgo y conozco en favor de la muy reverenda madre Priora y religiosas del convento de la Madre de Dios de esta dicha ciudad que es de la Orden de Santo Domingo, y digo que por cuanto yo tengo y poseo una esclava mía propia nombrada Catalina María de nación berberisca de edad de veinte y cuatro años poco mas o menos, color clara, señalada en frente, nariz y carrillo al uso de Berbería, la cual me pertenece en virtud de los recados que de ellos hay, y por la presente de mi libre y espontanea voluntad y como sabedor que soy de mi derecho y de lo que me conviene hacer, otorgo que doy en donación pura irrevocable que el derecho llama intervivos, al dicho convento de la Madre de Dios, priora y religiosas..."

Para defender a este colectivo, los Reyes Católicos, mediante un documento fechado en la población de Dueñas el 8 de noviembre de 1475, nombraron "Mayoral" a Juan de Valladolid, también de raza negra y Portero de Cámara de los monarcas:

"Mandamos que vos conozcáis de los debates y casamientos y otras cosas que juzgado entre ellos hubiese, é non otro alguno, por cuanto sois persona suficiente para ello, o quien vuestro poder hubiere, y sabéis las leyes y ordenanzas que deben tener, é nos somos informados que sois de linaje noble entre los dichos negros".

Quizá esa alusión al linaje hizo que Juan de Valladolid, que puso su residencia en la entonces llamada calle de Santa Cecilia, hizo que no tardase en ser conocido como el Conde Negro y que en torno a él surgiera una leyenda sobre su buen juicio y capacidad para resolver los asuntos concernientes a su comunidad; incluso Chaves y Rey, al que hemos citado en otras ocasiones, afirmaba en 1894 que la vivienda habría estado en el número 30 de la calle y que Juan de Valladolid presidía todos los domingos los festejos de los esclavos negros hispalenses, colocándose en una tribuna o estrado desde el cual daba las órdenes necesarias para el desarrollo de bailes, danzas o coros.


Cuenta la tradición, pues apenas se conocen datos fidedignos sobre su persona, que fue hombre de gran templanza y calma, que recibía en su casa a los demandantes de algún tipo de pleito o querella, escuchando siempre a los litigantes con detenimiento, a los que solía dirigir una larga arenga, y que, a la postre. condenaba con estricta justicia allí mismo a los que lo merecían. Prueba de su labor es que desde entonces la cofradía de los negros comenzó a participar con todo orden en la procesión del Corpus de la Catedral y que incluso acudió corporativamente en julio de 1474 a recibir a la reina Isabel de Castilla a la Puerta de la Macarena.

El Conde Negro debió fallecer en torno a los comienzos del siglo XVI, siendo sucedido quizá por Juan de Castilla en torno a 1504, autodenominado "rey de los negros", como apunta Isidoro Moreno, quien ha analizado también la existencia de otra cofradía de negros, esta vez en Triana y que recibió aprobación de sus Reglas en 1584, con la "Sangre de Nuestro Señor Jesucristo" como advocación titular. Tuvo sede en la Ermita del Rosario, al final de la calle Castilla, en el barrio de Portugalete, denominado así porque en él radicaban parte de los negros traídos de Portugal. 

Recuerdo de aquellos tiempos, ahí quedó la calle Conde Negro, cercana a la Capilla de la Hermandad de los Negros que más adelante dio no poco que hablar al darse el caso de cómo algunos de sus hermanos llegaron a ofrecerse a la venta como esclavos para costear los cultos de su cofradía, pero esa, esa ya es otra historia... 


27 junio, 2022

Leprosos.

   No cabe duda de que si hubo una enfermedad que "eliminaba" socialmente a quienes la padecían fue el ahora conocido como Síndrome de Hansen, una dolencia muy antigua, que trajo consigo la creación de incluso establecimientos sanitarios donde aislar a los pacientes y que tuvo en Sevilla un lugar extramuros dedicado a aquellos, considerado casi el hospital más antiguo de Europa; pero como siempre, vayamos por partes. 

   En un yacimiento arqueológico situado al noroeste de la India, cuya antigüedad se calculó sobre el año 2.500 antes de Cristo, se localizó el enterramiento de un individuo de unos treinta años de edad con indicios de haber padecido lepra, con el añadido de haber sito inhumado en un sector aislado del poblado y entre gruesos muros, lo que nos indica que ya entonces había un miedo constante al contagio y que ello traía consigo la necesidad de separar a los enfermos de este mal del resto de la comunidad. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento hay alusiones a la lepra, considerada como mal divino, ocasionado por los pecados del que la padece, en la Grecia clásica se la llamó elefantiasis y en tiempos de la Roma imperial eran igualmente separados de la comunidad quienes la sufrían. ¿Quién no recuerda las escenas cinematográficas del clásico "Ben Hur", donde la madre y hermana del protagonista, aquejadas de lepra, dan con sus huesos en el llamado Valle de los Leprosos?

    Como se sabe, la lepra es una enfermedad infecciosa producida por un bacilo y que puede afectar tanto a la piel como a los nervios, mucosas o articulaciones, dándose en ocasiones casos severos con desfiguración, deformidad o discapacidad. A ello habría que sumar el carácter contagioso del mal, por lo que quienes lo padecían eran rechazados y evitados, por no hablar del ya aludido carácter de "castigo divino" que se suponía hacía mella en quienes la padecían, lo cual acentuaba aún más el rechazo social.

 

    En algunas zonas de la Europa medieval existió incluso un macabro ritual para marginar a los leprosos, durante el cual el sacerdote echaba tierra sobre sus cabezas como forma de indicar que quedaban sepultados en vida, apartados de todo y de todos, con la oración "Sic mortuus mundo. Vivus iterum Deo", o lo que es lo mismo "Así estás muerto para el mundo, volverás a vivir con Dios". A continuación se le entregaba al leproso una escudilla para comer y la carraca o campanilla que debía hacer sonar a su paso para advertir a los demás de su presencia al igual que se le adjudicaba un lugar alejado para que lo usara como Casa del Leproso, rodeado por una empalizada.

    Para agrupar a los pacientes del llamado "Mal de Lázaro" en alusión al personaje de los Evangelios, surgieron los Lazaretos o Leproserías, a manera de comunidades de vida casi ermitaña, con bienes en común y dura disciplina, en las que los enfermos quedaban marginados de la sociedad; se calcula que llegó a haber veinte mil en toda Europa. No olvidemos que cuidar a los enfermos era una de las obras de misericordia y que dar limosna ayudaba a los fieles a lograr la salvación eterna. El siglo XV supondrá un cambio para los lazaretos españoles, ya que los Reyes Católicos instituirán la figura de los Alcaldes y Protomédicos de la Lepra, quienes sustituirán a la figura del sacerdote a la hora de diagnosticar el mal, sin olvidar cómo la caridad cristiana impulsará el cuidado de estos enfermos mediante instituciones benéficas. 

    ¿Y en Sevilla? Fundado en la segunda mitad del siglo XIII por Alfonso X y engrandecido y mejorado por su bisnieto Alfonso XI, dotándolo con un Administrador Mayor con título de Mayoral con rentas perpetuas y privilegios reales para su funcionamiento, el Hospital de San Lázaro,  se convirtió en uno de los más antiguos de la ciudad, construido en torno a una antigua torre de origen musulmán, la de los Gausines y en el camino Real hacia Córdoba, no lejos del monasterio de San Jerónimo de Buenavista y junto a las denominadas Huerta Grande y Huerta Chica de San Lázaro. En torno a 1564 se colocó incluso allí una cruz de término que marcaba el fin de los límites sevillanos, con proyecto de Hernán Ruiz II y ejecución de Diego Alcaraz y que se trasladó a comienzos del siglo XX a la Plaza de Santa Marta. Los "malatos" eran allí acogidos y recibían morada y comida, con la obligación de permanecer allí internados hasta el momento de su muerte.

Foto: Reyes de Escalona.

    A comienzos del siglo XVII el cronista Luis de Peraza escribía: 

"El mal que se dice de San Lázaro, que es una gafedad de un terrible mal contagioso, los médicos afirman, y aún los canonistas lo sienten en el título del matrimonio en el título de los leprosos que se pega; hay para ellos un tercio de legua fuera de la Puerta de la Macarena de esta Real Ciudad de Sevilla, un solemne hospital de la advocación de San Lázaro donde tienen su compás de casas en que moran maridos y mugeres; tienen huerta y una iglesia de muncha devoción, donde van a tener novenas las gentes de Sevilla en especial en tiempos de tribulación."

    Indicar que cuando se alude a "gafedad" se trata de un término relacionado con la contracción en forma de gancho de los dedos de las manos provocada por la lepra. Prueba de la importancia de San Lázaro dentro del ámbito de las devociones sevillanas fue la fundación de varias cofradías en su sede, como las de San Blas, la propia de San Lázaro, una esclavitud bajo la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza que existía en 1679 y especialmente una que en el siglo XVI dio culto a una devota imagen de Cristo Humillado, el actual de la Humildad y Paciencia y que pasaría a Omnium Sanctorum para fusionarse con la de la Sagrada Cena. 

    El edificio original sufrió diversas modificaciones a lo largo de los tiempos, organizándose en torno a la iglesia y a varios patios, en torno a los cuales, en principio, se habría alineado las diversas casas, cabañas, celdas o aposentos para los enfermos, pajar, tahona, caballeriza, horno, lagar, bodega y casa para los sacerdotes, por no hablar de las extensas huertas que autoabastecían al lugar. La torre octogonal y la fachada principal, de corte clásico, han llegado hasta nosotros, destacando de ésta el estar construida con dos cuerpos siguiendo modelos clásicos. 

    Como estudió Moreno Toral, al frente del Hospital se hallaba el Mayoral, cargo de designación real, normalmente miembro de la nobleza, que era el encargado de administrar y gestionar San Lázaro, siendo ayudado en su tarea por dos Asesores, elegidos por él mismo entre los enfermos, con un salario anual de 500 maravedís; otros puestos eran por ejemplo el de Clavero, encargado de la tesorería, y de contar, por ejemplo, lo recaudado por limosnas en la catedral o demás iglesias sevillanas, siendo los llamados bacinadores los encargados de solicitar esos donativos por todo lo largo y ancho de la provincia. 

    Aparte de estos bacinadores, los propios enfermos, en número de cuatro por día, salían a caballo del hospital y, sin hablar, haciendo sonar unas tablillas, se colocaban en las puertas de los principales templos sevillanos para solicitar donativos para San Lázaro, buscándose que fuesen los más fuertes y sanos, mientras los más enfermos quedaban para trabajar en el propio hospital o en la noria cercana a él, dándose el caso curioso de cómo algunos enfermos llegaron a falsificar cartas de hidalguía o nobleza con la intención de evitar los trabajos manuales, hasta ahí llegaba la picaresca de entonces. 

    Al ingresar en el lazareto, el enfermo debía jurar las Reglas del organismo y declarar los bienes que traía consigo; sin embargo, basta con echar un vistazo a las disposiciones dictadas en 1779 para saber cuáles eran las infracciones más comunes, ya que se castigaban los retrasos, el cante y los gritos, la falta injustificada a misa, los juegos de naipes y menos de noche, así como entrar en la ciudad sin permiso expreso del Mayoral. Por el contrario, se les permitía recibir visitas con cierto control, pasear por las huertas o bañarse en el cercano Guadalquivir, mientras que algunos fabricaban artículos artesanales que vendían a los viajeros. 

    En cuanto al vestuario, era de lo más austero, baste con esta lista de prendas en el caso de los hombres: camisones, calcetas, calzones de pana, paño y cordoncillo, chaquetas, capuchas y capas. Durante años se mantuvo una intensa controversia sobre la concesión de permisos para contraer matrimonio entre enfermos, sin que finalmente quedase una resolución definitiva. En cambio, a la hora de su muerte, el finado podía redactar testamento.

    El Hospital de San Lázaro sobrellevó como pudo las diferentes crisis económicas y sociales de los siglos XVI-XVIII, destacando, como ha estudiado Vilaplana Villajos, la figura del médico ecijano Bonifacio Ximénez Lorite, miembro de la Real Academia de Medicina de Sevilla y que publicó la llamada "Instrucción médico legal sobre la lepra, para servir a los reales hospitales de San Lázaro", en la que se esforzó por distinguir la lepra de otras enfermedades con síntomas similares a fin de evitar el encierro en lazaretos de quienes no padecían del mal de Lázaro. Además, al ser médico desde 1765 del propio hospital, intentó separar a los enfermos según sus posibilidades de curación, esto es, procurando dar un paso más desde los cuidados meramente paliativos hacia un tratamiento que curase la enfermedad. 
 
    Finalmente, al haber ido perdiendo capacidad económica, la gestión de San Lázaro pasó a manos del Estado el siglo XIX; en 1831 el famoso viajero Richard Ford escribía sobre el conjunto tras visitarlo y no recibía halagos en su realista relato:

"El interior es de pena, ya que los fondos de este verdadero lazareto son utilizados por los administradores para su uso personal más que para otra cosa. Aquí se pueden ver casos de elefantiasis, la horrible pierna hinchada, una enfermedad corriente en Berbería, y no rara en Andalucía, que propaga el mismo paciente, que mendiga caridad entre los viajeros, cuyos ojos se sienten sobresaltados y doloridos por lo que al principio parece una inmensa y cancerosa boa constrictor"

    En torno a 1864 será cuando la Diputación Provincial de Sevilla, delegue en la Congregación de San Vicente de Paul, las Hijas de la Caridad, para que lo dirigieran mientras que por aquellos años será José María Ibarra (1878) el mecenas que dotará al Hospital de nuevas oficinas, refectorio, galerías y salas de descanso, merced a una dotación de su propio testamento (142.000 reales, nada menos) administrada por sus herederos; además, ampliará sus servicios, dedicando algunas zonas a enfermos mentales y a tuberculosos y siendo objeto de estudio de un conocido de estas página: el Doctor Hauser.

    Detalle interesante, en 1907 la Diputación Provincial depositará en el  Museo de Bellas Artes de Sevilla la hermosa pila bautismal mudéjar de San Lázaro, realizada en cerámica vidriada trianera y datable como del siglo XV. 

 

    Poco a poco, a medida que el siglo XX vaya avanzando, se reducirán paulatinamente los casos de lepra, por lo que San Lázaro (declarado Monumento Nacional en 1964) irá perdiendo su papel como lazareto, quedando como hospital provincial y finalmente, en 1991, pasará a formar parte del Sistema Andaluz de Salud, con alas dedicadas a salud mental y a cuidados paliativos, estándose a la espera de que comiencen las obras de restauración de la iglesia, desacralizada en 1998, pero esa, esa ya es otra historia.

20 junio, 2022

Cantarranas.


No, no se trata del nombre del estadio de fútbol de la localidad de la Puebla del Río, ni de un tipo de juguete antiguo que con media nuez y un trozo de pergamino imitaba el croar del animalito en cuestión, sino del nombre  de una calle que fue lugar de nacimiento para un importante investigador, vivienda de una dramaturga cubana, sede de hoteles y consultas médicas, y otras muchas cosas, pero como siempre, vayamos por partes...

Si hay una calle con nombre extraño e incierto, sería el antiguo de la calle Gravina, ya saben, la que va desde Alfonso XII hasta San Pablo, casi donde estuvo la Puerta de Triana, pues Cantarranas, al decir de González de León allá por 1839, habría recibido este nombre por estar aquella zona, junto a la muralla, llena de charcas donde camparían a sus anchas estos anfibios, pero sin embargo, Juan de Mal Lara, varios siglos antes, escribió que tal vía era llamada así por "unos caños y husillos que tiene por donde se limpia la ciudad", llamados al parecer "cantarranas", lo cual tendría sentido si se piensa que a lo largo de la calle transcurriría la muralla, entre la Puerta Real o de Goles y la ya mencionada Puerta de Triana y que no pocas casas y edificios apoyarían sus muros en dicha muralla.

En cualquier caso, el nombre se mantendría hasta bien entrado el siglo XIX, hasta que fue cambiado por el del famoso almirante español, de nombre Federico, que murió en combate durante la batalla naval de Trafalgar en 1806. Lo que sí está claro es que la proximidad al río hizo que fuese calle fácil de anegar por sus aguas o simplemente por el desagüe de las lluvias, que a la postre formarían no pocas lagunas con los inevitables malos olores, baste como ejemplo la inundación de 1684, cuando

"el agua del husillo de la Laguna llegaba hasta la mitad de la calle de la Mar y se juntaba en el husillo de Cantarranas y llegaba cerca de la plaza de la Magdalena, inundaba las calles de San Pedro Mártir y Pedro del Toro y se juntaba con el husillo de la Puerta Real".

No es de extrañar, como cuenta Rogelio Reyes Cano, que a lo largo de los siglos y riadas el ayuntamiento tuviera que proporcionar lanchas y barcas a los atribulados vecinos de esta calle, con constantes quejas por parte de estos aludiendo la necesidad de empedrar la calle, sobre todo porque en días de lluvia "no puede pasar el Santísimo ni las mujeres a oír misa". No será hasta 1858 cuendo quede empedrada y hasta 1910 cuando sea adoquinada. 

Tradicionalmente, dada la proximidad con la estación de ferrocarril de Plaza de Armas, abundaron los establecimientos hoteleros, como fondas y pensiones, y también pasaban consulta en esa calle no pocos doctores, algo que ha desaparecido prácticamente, resultando ahora una vía eminentemente residencial con algo de tráfico rodado. 

Merece la pena destacarse el inmueble situado en el número 31, donde una placa de azulejería recuerda que en esa vivienda falleció, en 1917, el gran erudito e investigador sevillano José Gestoso y Pérez; bibliófilo, coleccionista, ceramista, decorador, asesor, mecenas, crítico de arte, fue además autor de innumerables estudios sobre la ciudad y, como sabemos, posee calle propia en las proximidades de la Plaza de la Encarnación, no en vano nació en 1852 en esa misma zona de la Venera. Gestoso, que había cursado estudios de Derecho en la Hispalense, acompañó a su padre en numerosas ocasiones cuando éste visitaba la Biblioteca Colombina, lo cuál quizá hizo que finalmente se decantase por la Arqueología y la Archivística, ostentando el cargo de Conservador del Museo Arqueológico, sin olvidar también su contribución al de Bellas Artes o su participación en la llamada Comisión de Monumentos. Como curiosidad,  a instancias suyas se logrará, en 1908, la declaración como Monumento Nacional de las murallas de la Macarena, lo que las salvará de la piqueta e igualmente con su gestión  se instalará el famoso león de azulejería que campea sobre la Puerta del León de los Reales Alcázares, realizado por el ceramista Tortosa en los talleres de Mensaque en Triana en 1892.

Foto: Reyes Escalona

Casado con María Daguerre Dospital, tuvo tres hijas, Paz, Salud y Josefa. Tras su muerte, su familia accedió a que el enorme archivo de Gestoso (el llamado "Fondo Gestoso") pasará a formar parte del Archivo de la Catedral Hispalense, lo que ha supuesto una inagotable fuente de información para archiveros e historiadores. En 1945 sus restos mortales fueron trasladados solemnemente desde su sepultura en el cementerio de San Fernando hasta el Panteón de Sevillanos Ilustres, en la cripta de la Iglesia de la Anunciación.

Igualmente, en el número 9, residió durante varias épocas la poetisa y dramaturga Gertrudis Gómez de Avellaneda, que aunque cubana de nacimiento, poseía raíces sevillanas, ya que su padre, el capitán Manuel Gómez de Avellaneda, que fallece cuando ella solo tiene nueve años, era natural de Constantina, donde aún conservaba la familia casa solariega. Tras un periplo por varias ciudades europeas, recalará en Sevilla el 18 de abril de 1838 tras desembarcar del vapor "Península", procedente de Lisboa con escala en Cádiz. 

En esta casa de la calle Gravina, Tula, como era conocida familiarmente, cultivará la amistad de literatos e intelectuales sevillanos, entre ellos la de Fernán Caballero, terminará su obra teatral Leoncia, drama estrenado con éxito en nuestra ciudad en 1840 y que plasma a una mujer engañada por su seductor y la sociedad; también intentará mantener una relación amorosa con Ignacio Cepeda, un joven estudiante de leyes que finalmente marchará a Madrid a seguir sus estudios, ("tibio galán", lo llamó entonces ella ante sus dudas), dejando a su paso una enorme cantidad de correspondencia amorosa escrita con enorme calidad literaria no exenta del romanticismo característico de aquellos años. 


No podemos dejar en el tintero que además, Tula, finalizó en Sevilla la redacción de su novela Sab, que transcurre en la Cuba de hacendados y plantaciones y que es todo un alegato en contra de la práctica de la esclavitud, vigente aún en aquellas tierras. Prueba del amor sentido hacia Sevilla será que tras fallecer en Madrid en 1873  a la edad de 51 años, sus restos mortales fueran trasladados hasta el cementerio de San Fernando de Sevilla, donde reposan desde entonces.  

Un azulejo colocado en 2014 recuerda a "La Avellaneda" en la casa que fue su hogar en dos etapas de su vida, con un texto de la propia escritora: 

"¡Tantas cosas hay que admirar en Sevilla!... una ciudad histórica, grande, clásica, rica de monumentos y recuerdos, que parece mejor y más bella cuanto más se la mira y examina".


Cuando Gertrudis Gómez de Avellaneda muere, José Gestoso es un joven de sólo veintiún años, que quizá ignore la importancia de la que fue su "vecina" en la calle Cantarranas, pero esa, esa ya es otra historia...


13 junio, 2022

Corpus: Coros y danzas.


Próximos como estamos a la festividad del Corpus Christi, en esta ocasión desmenuzaremos algunos detalles sobre una faceta poco conocida de la procesión organizada por el Cabildo de la Catedral, una faceta que levantó tantas pasiones en torno a ella que hasta provocó un intento de asesinato; pero como siempre, vayamos por partes.

Destacados profesores como Lleó Cañal, Álvarez Calero o Sanz Mejías han estudiado de manera pormenorizada los orígenes y desarrollo de la que fue fiesta mayor de Sevilla durante la Edad Media y Moderna, mucho más importante, por lo que generaba, que la Semana Santa. Sabemos que fue el Papa Urbano IV (1264) quien creó la festividad litúrgica, para honrar a la Eucaristía y que en 1316 el Santo Padre Juan XXII dio cuerpo a lo que sería la Octava del Corpus, a celebrar a posteriori de la procesión.

En otra ocasión aludimos a cómo la ciudad se transformaba gozosa llegada la fecha con altares, tapices, toldos y cómo la celebración de la fiesta entraba, y de qué manera, por los cinco sentidos, y mencionamos elementos tan interesantes como la Tarasca, las hierbas aromáticas esparcidas por el suelo recién barrido y allanado, la Roca o los Carros, la presencia masiva de cofradías y hermandades o la existencia de un nutrido cortejo de monjes y frailes de todas la órdenes religiosas, sin olvidar el humo oloroso del incienso o el sonido de campanillas, órganos portátiles y hasta juglares; sin embargo, dejamos en el tintero un aspecto polémico y hasta perturbador a juicio de los señores canónigos de la Patriarcal Iglesia Catedral Hispalense: las danzas. 

Como bien afirma la profesora María Jesús Sanz, "hasta el siglo XVIII no se entendía la fiesta del Corpus sin la intervención de las danzas". Para comprendr su papel, tendremos que aunar factores religiosos y profanos, pues con ellas se pretendía y buscaba atraer al pueblo mediante el uso de melodías y danzas realizadas por bailarines profesionales, conocedores de las reglas de las danzas. Eran buenos tiempos, además, para la danza en sí misma desde el punto de vista social, signo de distinción que incluso hizo nacer no pocas academias para aprenderla o perfeccionarla; resulta curioso ver cómo en 1726 la danza era "baile serio en que a compás de instrumentos se mueve el cuerpo", mientras que baile era "hacer mudanzas con el cuerpo y con los pies y con los brazos."

Al participar en el Corpus gentes de toda condición social, abundaron, por tanto, tanto danzas como bailes, enraizados ambos en la sociedad como diversión y como modo de acercar la celebración a todos. En principio eran los omnipresentes gremios quienes costeaban las danzas, aunque con posterioridad será la autoridad municipal la encargada de su organización y mantenimiento, con diversidad de tipos de danzas, como en 1640, cuando se recreó "la mojiganga, bien vestida, conforme al baile de la comedia, con doce figuras y el que tañe el tamboril, y en ella ha de haber una cuadrilla de gitanos, otra de negro, con tamboril, otra de vizcaínos, con espadas como bailen en Vizcaya". Hay que recordar que las mojigangas eran una especie de farsas grotescas o mascaradas, en las que participaban hombres y mujeres con un matiz eminentemente burlesco y que divertían a grandes y pequeños, todo hay que decirlo. Además, existían las "danzas de sarao", en las que hombres y mujeres ejecutaban un baile de carácter cortesano ataviados con lujosos vestidos, máscaras y penachos de plumas en sus cabezas. 

Quizá el baile "maldito" del Corpus (¿Una especie de "Lambada" del siglo XVI?) fue la llamada "Zarabanda", de la que se tienen noticias ya en 1593, y que fue criticada constantemente por los principales estamentos eclesiásticos por su indecencia y descaro; signo de los tiempos, se atribuyó el nombre al de una actriz de costumbres licenciosas, casada con un tal Antón Pintado. Así, el Padre Mariana en 1609 escribía: 

"En otros ha salido estos años un baile o cantar, tan lascivo en las palabras, tan feo en los meneos, que basta para pegar fuego a las personas muy honestas. Llámanle comúnmente Zarabanda, y donde se dan diferentes causas y derivaciones deste nombre, ninguna se tiene por averiguada y cierta. Lo que se sabe es que se ha inventado en España".

Cervantes mencionó el susodicho baile como "el endemoniado son de la zarabanda, nuevo en España", aunque no falten autores que relaten cómo podría ser de origen hispanoamericano, pues ya en 1579 se intepretaba en México. Lo que parece seguro es que desde Sevilla la zarabanda será exportada al resto de Europa y que no tardará en generar polémica en la procesión, tanta que en 1599 el canónigo Francisco Pacheco (tío del pintor del mismo nombre) fue solicitado para que advirtiera al cabildo de la ciudad sobre la indecencia de las danzas de la fiesta del Corpus.

Jaime de Palafox y Cardona (1642-1701), arzobispo de Sevilla y de Palermo.jpg

Inevitablemente, no faltaron en esos años voces austeras que reclamaban mayor compostura y seriedad en el solemne desarrollo del cortejo; por tanto, no es de extrañar que el enemigo más encarnizado del apartado "coreográfico" de la procesión eucarística fuese Jaime de Palafox y Cardona, cardenal y arzobispo de Sevilla, quien en 1690 tomará la decisión de reducir muy mucho el protagonismo de las danzas y bailes, llegando a prohibirlas y usando para ello sus enormes influencias para con el mismísimo Asistente de la ciudad, como cuenta Ortiz de Zúñiga en sus Anales: 

"Llegó el 24 de mayo, víspera de Corpus, en cuyo día el Asistente proveyó un auto, en que mandó pena de cien ducados a la guía del sarao, y de cincuenta ducados y quatro años de presidio a los guiones de las otras danzas que entrasen en la iglesia, o fuesen en los lugares acostumbrados de la procesión, sino que todas fuesen delante de los Gigantes y para que no hubiese lugar de hacer recursos a la Real Audiencia, se le mandó al Escribano que no notificase este auto hasta el mismo día del Corpus por la mañana".

El origen de aquellas prohibiciones radicó al parecer en una moción presentada al Cabildo de la ciudad , allá por febrero y por Andrés de Herrera, Caballero Veinticuatro, alegando la deshonestidad de los bailes y el hecho de que los danzantes llevaran puesto sombrero ante la Custodia; prueba del vehemente interés que despertaba todo lo que rodeaba la celebración del Corpus fue que los demás Veinticuatro, descontentos y extrañados por su postura, rogaron a Herrera que desistiera en su empeño, algo en lo que no solo fracasaron, sino que provocó que el propio autor de la propuesta la publicase y difundiese por la ciudad, siendo objeto de chanzas y burlas por ello; en otras palabras, para la ciudad las danzas eran arte y parte del Corpus y en absoluto nadie deseaba su eliminación salvo una exigua minoría.  

Durante años, los sevillanos recordaron aquel Corpus de 1690, controvertido y accidentado, pues el Cabildo de la Ciudad, enterado de lo sucedido, recurrió a la Real Audiencia, mientras que el otro Cabildo, en la Catedral, aguardó la resolución sin haber comenzado aún la procesión. A las doce del mediodía se produjo la "fumata blanca", la Audiencia desestimaba la decisión del Cardenal, para contento de todos los congregados en las inmediaciones del recorrido, pero éste alegó que ya a esa hora tan tardía la procesión no podía salir, ¡Pero de hecho el cortejo se había puesto en marcha por propia iniciativa tras conocerse la noticia!. Hubo que dar la orden de parada y esperar acontecimientos, como veremos.

Imaginemos la situación: la representaciones de las cofradías dudando en si marcharse o quedarse, los carros y andas detenidos, las danzas y sus componentes presionando para participar, los canónigos titubeantes y muchos protestando apesadumbrados por lo que sucedía, en medio de la confusión general, con el pueblo agolpándose en calles y plazas aguardando expectante cómo se resolvía todo, entre idas y venidas de mensajeros de las partes interesadas; menos mal que en aquellas calendas no existían las redes sociales... Como detalle curioso, hubo que avisar de urgencia al señor Asistente para que se dignara a participar en la procesión, dándose la circunstancia de que se encontraba, al parecer, almorzando y ajeno a todo lo que acontecía a escasos metros de su residencia.


Se produjo un intenso tira y afloja entre el estamento eclesiástico y la Audiencia, saldado con el rechazo final de los recursos interpuestos, de manera que, a la postre, a la una y media de la tarde, la procesión reemprendió la marcha y efectuaba su salida la Custodia de Arfe, acompañada, eso sí, de las danzas y bailes tradicionales, para gozo y contento de los sevillanos que deseaban que su fiesta mayor se celebrase como "toda la vida", aunque con un cortejo algo mermado tras aquella mañana tan agitada; baste añadir que la Custodia quedó recogida de regreso en la catedral a las cuatro de la tarde, una hora impensable en nuestros días y que la celebración litúrgica posterior a la procesión concluyó a las nueve de la noche. No haría falta mucha imaginación para adivinar el mal humor de Palafox tras una jornada en la que su autoridad no salió muy bien parada, y su deseo de revancha, todo hay que decirlo.

Durante los años siguientes la pugna, en forma de pleitos, entre Palafox y los defensores de las danzas fue constante, llegando el enfrentamiento a adquirir tintes algo más que preocupantes cuando, la noche del 3 de octubre de 1692, el prelado salvó la vida tras un atentado fallido contra su persona, ya que junto al confesionario que habitualmente usaba en la parroquia del Sagrario fue descubierto:

"un barril relleno de pólvora, cohetes, paños embreados, trozos de tea y otros combustibles puestos en comunicación con la misma puerta por medio de una larga cuerda untada de alquitrán, que salía a la parte exterior por debajo del quicio para servir de mecha".

Mejor no imaginar las trágicas consecuencias si aquel artefacto explosivo hubiera sido detonado por un anónimo "pro-danzas", en cualquier caso, nos da idea de hasta qué punto se había crispado la controversia en la Sevilla de la época. Pese a todo, aunque siguieron saliendo, se les prohibió a los danzantes actuar dentro de la catedral; "indultadas" de manera temporal, finalmente será el siglo XVIII el de la casi total erradicación de bailes y danzas por parte de la autoridad real aunque, como recordarán los lectores, una sí se mantendrá hasta nuestros días afortunadamente contra viento y marea: la de los Seises, pero esa, esa ya es otra historia...

 

 

Post Data: si alguien desea más información sobre estas danzas en la actualidad, queda aún el caso de la procesión del Corpus de la ciudad de Valencia, más datos,  aquí.