19 septiembre, 2024

Correa.-

"La música compone los ánimos descompuestos
y alivia los trabajos que nacen del espíritu. "
Miguel de Cervantes Saavedra.
 

Perfeccionista e inquieto, irascible y virtuoso del órgano, fue considerado una eminencia en su oficio y arte, y como tal, valorado en todas partes, menos en su ciudad natal, cosa nada infrecuente, por otra parte. Respondió al nombre de Francisco Correa de Arauxo y en esta ocasión desmenuzaremos, brevemente, cómo fue su trayectoria; pero, para variar, vamos a lo que vamos.
 
En septiembre de 1584 es bautizado en la parroquial de San Vicente el hijo de Simón Correa e Isabel de San Juan, al que se le pone por nombre Francisco. El nacimiento se había producido en el conocido como barrio del Bajondillo, la que sería ahora calle de Juan Rabadán, no lejos de San Lorenzo. Maestro botijero, el padre de nuestro protagonista a buen seguro era especialista en tinajas y orzas, con especial mención a las denominadas ollas peruleras, realizadas como envases para el aceite y el vino que se exportaba a América en aquellos años. 
 
Apenas ordenado clérigo, con solo quince años será instituido como organista titular del segundo templo en primacía de la ciudad, la Colegial del Divino Salvador, dónde destacó tanto por su esclarecido talento como por sus arrebatos de ira, pecado harto frecuente entre genios y virtuosos seguidores de la Musa Euterpe (la de la Música, para entendernos).


Sus comienzos quizá fueron un reflejo de lo que sería su trayectoria profesional, pues uno de los candidatos rechazados, un inglés de apellido Picaforte, pleiteó durante cinco años contra el nombramiento. A partir de ahí, los litigios serían su habitual compañero de viaje. Experto compositor, supo como pocos aunar bajoncillos, registros, clarines y tientos de tonos diversos, conjugando todo su saber en sesudo volumen titulado “Facultad Orgánica” que publicó en 1626, considerándose por ello diestro intérprete y lúcido instrumentista, lo que valióle halagos y alabanzas de quienes tuvieron ocasión de acceder a dicho volumen, tanto, que a la postre, años después fue considerado "El Bach español".


Mas como del dicho al hecho dista no poco trecho, quiso la Providencia que cada vez que hubiera vacante de organista en la ciudad o en otro lugar, como las catedrales hispalenses, toledana o malagueña, por citar algunas a las que opositó, nunca pudiera gozar de ellas, continuando en la Colegial del Salvador por espacio de veinticinco años, con enorme fidelidad y por ello logrando la recompensa de que se le premiara con un aumento de 2.500 maravedís y 6 fanegas de trigo.  Las decepciones y la frustración harán que se enfrente al cabildo del Salvador con desavenencia en diversos momentos, uno de ellos al negársele a ejercer como capellán, otro contra la Hermandad Sacramental a cuenta de unos carpinteros y otro, en  fin, por defender a su discípulo y sobrino Juan Arias Macías a quien habían despojado, arbitrariamente según él, de su plaza de cantor; cuentan las crónicas que por este motivo, y otros, la situación se fue agriando paulatinamente, de tal manera que, como cuenta el organista Andrés Cea, el 8 de septiembre de 1630 se produjo un tremendo escándalo en el Salvador, pues Correa planteó una serie de reivindicaciones que incluso acompañó con el lanzamiento de octavillas de protesta (algo en lo que, como se ve, se adelantó a los actuales sindicatos), realizadas de su puño y letra: 
“Se puso de pechos en la tribuna del órgano que cae sobre el coro y en voz alta dijo que le fuesen testigos los presentes como subía a tañer aquella fiesta compulso y apremiado y contra toda su voluntad. Y que, en señal de que así lo hacía, lo manifestaba en un papel que escritas las mismas razones arrojó dentro del coro. Y fue tanto el escándalo que el susodicho causó y lo que el pueblo alborotóse y escandalizase que en gran rato de tiempo no se pudo proseguir con los oficios divinos”.
Foto: Reyes de Escalona. 

El resultado final fue que el iracundo organista terminó dando con sus huesos en la llamada cárcel arzobispal, comenzando nuevo pleito, otro más, por la posesión de las llaves del órgano colegial (se negó a devolverlas) que no haría otra cosa sino precipitar que el cabildo del Salvador removiera cielos y tierra para lograr su propósito de despedir al organista. No hizo falta. El destino o la providencia divina hicieron que finalmente Correa de Arauxo aceptase el nombramiento de organista de la catedral de Jaén, donde durante cinco años, hasta 1640, ejercerá su magisterio, para finalmente lograr ese mismo año la plaza de organista titular de la catedral de Segovia. Allí se asentó de manera definitiva, pese a que le llegaron tentadoras ofertas, al fin, de la anhelada Hispalense, no volvió a cambiar de teclados. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Estimado lector, cuando entres en la iglesia del Salvador comprobarás que sobre airosa tribuna, a los pies del restaurado templo, hállase potente órgano, mas desdichadamente, por el momento sigue sin vida a la espera de una merecida y pronta restauración; no se trata, como algunos piensan del órgano del que tantos años salieron maravillosos registros y melodías compuestos por Correa de Araujo; si todavía pretendes hallar algunos restos de aquel órgano primitivo, tendrás que encaminarte a la cercana iglesia de la Anunciación, en cuyo coro alto, aunque con maquinaria moderna, se conserva, esta vez sí, el órgano que sirvió de piedra angular sobre la que se labró el  prestigio y  la fama de “El Bach español” y que pasó a mejor vida en 1654 en la ciudad de Segovia ocupando, como decíamos, plaza de organista en su Catedral, muriendo en la más absoluta pobreza, tanta, que el propio cabildo de la catedral segoviana asumirá los gastos de su entierro en la propia seo, pero eso, eso es ya harina de otro costal. 

16 septiembre, 2024

"La plaza más triste de Sevilla."


En esta ocasión nos quedamos cerquita de dónde lo dejamos hace apenas una semana, de hecho casi seguimos en el mismo sector de la ciudad, aunque abandonamos cuestiones docentes y didácticas y nos adentramos en una zona muy modificada pero que gozó de cierta importancia y hasta acogió gentes de lo más "peculiar"; pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Casi al lado la intersección de la Resolana con la calle Torneo, ahora amplias avenidas llenas de ruido de tráfico, se encuentra la denominada calle de Vib-Arragel, con evidentes resonancias árabes y que recuerda a una de las puertas del recinto amurallado almohade que recorría esta zona, en la actual rotonda de la Barqueta o Plaza Duquesa Cayetana de Alba, perímetro defensivo que más que para proteger a la ciudad de ataques invasores, lo era para defenderla de uno de sus más terribles y tradicionales enemigos a lo largo de la historia: el río Guadalquivir. 

 

Con tal fin, se levantó un muro de elevado porte coronado por varios torreones de vigilancia, al estilo de los que aún subsisten en la Macarena, de ahí que la puerta también fuera denominada de la Almenilla, estando ubicada en lo que ahora sería el arranque de la calle Calatrava en dirección a la Alameda de Hércules. Con el paso de los años, recibió el nombre de "Blanquillo", sin que se sepan las causas y Barqueta, por encontrarse en esa orilla la barca que posibilitaba atravesar el río en dirección a Santiponce. 

Según la tradición, Vib-Arragel, o también Bib-Arragel, aludiría a la presencia en este sector, de uno de los palacios propiedad de los reyes andalusíes entre los siglo VIII y XI, donde el monarca al-Mutamid de las dinastía Abbadí quizá diera rienda suelta a la hermosa métrica de sus versos y donde, con posterioridad, se levantó el actual Monasterio de San Clemente, fundado por el obispo Don Remondo allá por 1260.

Rodeada por los altos paredones de la muralla y las sobrias tapias del antes aludido monasterio, la plaza, con esquema de terraplén defensivo, fue llamada "la más triste de Sevilla", por su lejanía, su carácter solitario al caer la noche cuando se cerraba su puerta al toque de oraciones, por carecer de apenas ventanas o balcones que dieran a ella y por poseer la fama de ser uno de los primeros lugares por los que el río cobraba fuerza y arriaba la ciudad cuando rebasaba su cauce, pese a los intentos de urbanizarla y mejorar su estructura, perpetuados con una lápida de mármol, al parecer desaparecida, colocada el 14 de marzo de 1629 y que tras el preceptivo encabezamiento con los nombre del Rey Felipe IV y del Asistente Lorenzo de Cárdenas, Conde de la Puebla del Maestre, junto con una retahíla de nombres, cargos y oficios municipales, mencionaba la reedificación y finalizaba con estas curiosas palabras:

"O pues, unos y otros vecinos de la Ciudad, mirando resistidas las rápidas ondas del río, y con tal providencia burlado el portento fatal, antiguamente llorado, y que amenazaba la destrucción por esta parte a la Ciudad, daréis por la seguridad agradecimiento al remediador de tanto mal".

Tampoco podemos dejar en el tintero el intento realizado, ya en 1752 por el marino, ingeniero y naturalista Antonio de Ulloa, que habría tenido como objetivo el crear una serie de malecones que actuaran como parapeto o escollera para salvaguardar la zona de la Barqueta de las aguas del Guadalquivir.

La Barqueta, en el siglo XIX.

Se ve que de nombres no quedó la cosa corta en este caso, ya que a todos los anteriores hay que añadir el de "Patín de las Damas", conformado por una especie de plataforma en la propia cerca amurallada a la que se podía acceder mediante escaleras desde la que podía disfrutarse de excelentes vistas del cauce fluvial y que durante los siglos XVI y XVII fue escenario de fiestas y agasajos, pues Francisco de Borja Palomo narra que el Patín fue reparado tras las terribles inundaciones de 1626:

“Existía también allí de muy antiguo una segunda muralla saliente que fue demolida, levantando y solando de nuevo el grande espacio que llamaban Patín de las Damas, poniéndole dos anchas escalinatas que antes solo tenía una, y dejándolo muy cómodo para que los habitantes de la ciudad tuvieran en las ardorosas noches del estío un sitio ameno y fresco para sus diversiones, que alcanzó gran celebridad hasta muy entrado este siglo XIX, porque allí la gente se reunía con frecuencia para sus bailes y serenatas nocturnas”.

 

Sin embargo, con el paso de las décadas, el "Blanquillo" se fue degradando, sirviendo con el tiempo como refugio de gentes de mal vivir, como maleantes, rufianes, facinerosos o ladrones de baja estofa. Favorecidos, quizá, por este "gremio", que no deseaba la presencia de gente honrada por aquellos lares, surgieron truculentas leyendas y aterradores relatos que habrían hecho hoy las delicias de cualquier televisivo programa de temas paranormales. Nuestro buen cronista Chaves Rey escribía en 1894 sobre el "Blanquillo":

"Los torreones que rodeaban el terraplén servían de albergue a los brujos y a las brujas, a quienes muchos juraban haber visto correr por los aires, atravesar el río sobre las aguas y ejecutar otras muchas habilidades de esa calaña. En  el Blanquillo decíase que un moro descomunal enterró viva a una doncella hija suya que dejó de serlo por cierto caballero cristiano; allí los judíos habían sacrificado muchos chiquillos con gran refinamiento de crueldades; allí aparecieron un día los cadáveres de dos amantes que tuvieron el mal gusto de escoger aquel sitio para sus amorosas expansiones, y allí, en fin, ocurrían todas las noches las más extraordinarias y terribles cosas que pueden imaginarse".

De hecho, otro cronista contemporáneo a Chaves, Manuel Álvarez Benavides aludía en 1874 a cómo, en siglos pasados el lugar estuvo plagado de duendes de todos los tamaños, hechuras y categorías que a medianoche salían a cometer sus tropelías por San Gil y San Lorenzo o de espectros y sombras que causaban terror entre los vecinos del barrio de la Feria. De entre este batiburrillo o revoltijo de criaturas (que poco tenían de sobrenaturales, como decíamos) destacó la figura de la tía Mari-Cangrejo, que vivía en los abandonados y viejos torreones de la plaza de Vib-Arragel; bruja convicta de aspecto nada entrañable, rodeada de calderos y alambiques, dedicaba su tiempo a la elaboración de ungüentos y pociones, a las que las gentes, a pies juntillas, atribuían mágicos poderes, entre ellos el de hacer volar, de manera inverosímil, a la propia creadora de tales potingues. 

El derribo de la muralla en el siglo XIX (la Puerta de la Barqueta lo fue en 1858) y el tendido de la vía del ferrocarril en la calle Torneo cambiarán profundamente la fisonomía de este entorno, pero no será nada comparado con la gran transformación que se verá en el antiguo "Patín de las Damas" o "Blanquillo" en los años previos a la Expo de 1992, pero eso, eso ya es harina de otro costal.

09 septiembre, 2024

La calle del Tocino o el maestro de la Resolana.

Es 30 de mayo, festividad del santo patrón de Sevilla. La ciudad sigue conmocionada, no se habla de otra cosa que del entierro, el día anterior y en el cementerio, precisamente de San Fernando, del joven matador de toros Manuel García, "El Espartero", muerto trágicamente en la madrileña plaza de las Ventas a manos del toro "Perdigón" de la afamada ganadería de Miura. Sin embargo, y pese a todo, es día de fiesta en el barrio. Las nuevas escuelas, patrocinadas y construidas por la Real Maestranza de Caballería han terminado sus obras y acude a su inauguración y bendición por el arzobispo Sanz y Forés lo más granado de la alta sociedad sevillana, amén de las principales autoridades de la ciudad. Don Faustino, el director la escuela, vestido de punta en blanco, procura, junto con los demás maestros, que todo esté en perfecto estado de revista para el acontecimiento. Corre el año 1894 y con la apertura de este colegio en la Resolana (o mejor, "Los Altos Colegios") se inicia una trayectoria educativa a cuyo frente se sitúa un maestro sevillano que hasta bautizará, con merecimiento, una calle con su propio nombre; pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Entre las calles Relator y Bécquer se encuentra una antigua calle, que desde, como mínimo, el siglo XV recibió un nombre cuando menos, peculiar: la calle Tocinos. Poco se sabe del origen de este apelativo, lo que es cierto es que en 1845 fue sustituido por el de Paloma, se ve que los munícipes hispalenses no pecaban de originalidad precisamente a la hora de nombrar calles. 

Félix González de León, allá por el año 1839 escribía sobre la calle Tocinos:

"Ignoro su origen, es larga y ancha, pero de muchos solares y malas casas. Pasa desde la calle Honda al muro de puerta de la Macarena. En ella hay una casa en cuya pared está pintado el purgatorio (o retablo de Ánimas) recuerdo continuado de que aquella casa fue hospital, en que se curó y se enterraron muchos cadáveres el año de la Peste de 1649.

Esta calle era más larga, principiaba en la del Peso del Carbón, pero por no tener casas en este primer tercio, y ser escusada, hace algunos años se cubrió con paredes y en la boca que salía a la calle Honda ha labrado un almacén para guardar sus parihuelas la cofradía de la Cena Sacramental".

Plano de Olavide. 1771.

Indicar que al aludir a la calle Honda Don Félix se refiere a Relator, al igual que Peso del Carbón alude a la cercana calle de Peris Mencheta. La Hermandad de la Cena radicó, por su parte, en la cercana parroquia de Omnium Sanctorum desde el siglo XVI hasta 1936, tras ser incendiada su sede el 18 de julio de aquel año. 

Tocinos, Paloma, eran nombres poco apropiados, sin duda, de manera que en 1916, a petición de la Asociación de Maestros de Primera Enseñanza de San Casiano se le cambió a su nombre actual: Faustino Álvarez. Pero, ¿De quién hablamos en este caso?

Como han estudiado las profesoras universitarias Felicidad Loscertales y Rosario Navarro y como queda reflejado en el muy buen resumen histórico de los Altos Colegios realizado por sus propios maestros Luis Medina y Vicente Callejo, Faustino Álvarez y Sáenz habría nacido en Sevilla en 1848, y estudiado Magisterio en la llamada Escuela Normal que por aquel entonces tenía su sede en la calle Alfonso XII, logrando la titulación de Magisterio con apenas veinte años. Su primer destino, con la oposición recién aprobada, fue Castilleja de la Cuesta y de ahí pasó a una escuela en la iglesia de San Esteban y a continuación a la denominada Cuarta Escuela de Párvulos de Sevilla, la que sería y sigue siendo conocida como los "Altos Colegios".

El mismo año de su inauguración (1894) el periodista Torcuato Luca de Tena alababa ya a las Escuelas de la Macarena en las páginas del número 190 de la Revista Blanco y Negro de Madrid:

"De este estímulo entre la Maestranza y el Ayuntamiento, de esta combinación entusiasta entre las personas que a su cargo tomaron la pronta y perfecta realización de una idea generosa y buena, ha salido, como no podía menos de suceder, una obra completa, una obra artística, una obra útil: las Escuelas de la Macarena.

Colocadas en un barrio muy típico, eso sí, pero abandonado y poco favorecido hasta ahora, serán desde hoy fuente de educación y de cultura para la infancia del pueblo sevillano; construidas sin mezquindad y adornadas con todo lujo, la enseñanza se dará en ellas con arreglo a los últimos adelantos de Froebel, Pestaloizi, Spencer, Montesinos y otros ilustres pedagogos; siendo las primeras escuelas que con tal riqueza de detalles se han abierto en España, será muy honrosa y muy larga la gloria de los que en su construcción y arreglo han intervenido."

Práctico en lo didáctico, innovador en lo pedagógico, Faustino Álvarez llegó a publicar una obra, que dedicó a sus hijas, con el título de "Apuntes pedagógicos referentes a la educación de los párvulos en España" y prueba de su trayectoria docente fue ser galardonado con la Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica, condecoración poco frecuente por entonces entre el gremio de educadores. Los Altos Colegios contaron en principio con aulas para párvulos y niños y niñas de hasta 9 años, y pronto consiguieron hacerse un hueco en el corazón de la gente del barrio, además, Faustino Álvarez, en torno a 1899, también promovió la creación de un Aula de Música, dirigida por el maestro José Osuna, que dio pie a la formación de la Banda Infantil de las Escuelas de la Macarena, contando con cuarenta componentes uniformados y que se prodigará durante algunos años en actos y procesiones en Sevilla hasta su desaparición en torno a 1910. 


Predominan en la calle que comentamos las casas de pisos modernos de tres plantas, alguna vivienda del siglo XIX y algún ejemplo de vivienda unifamiliar de una planta, aunque, como en otros barrios, comienza  a dejarse sentir la presencia de apartamentos turísticos. Incardinada en el barrio y feligresía de Omnium Sanctorum, merece la pena destacarse el ambiente de fiesta y devoción que transmitía la tarde de la salida procesional de la Virgen Reina de Todos los Santos, engalanándose fachadas y colocándose gallardetes, colgaduras y focos para iluminar el paso del cortejo, rematado por las hermosas andas de la Virgen con sus oscilantes y altos candelabros. 


Foto Reyes de Escalona.

Como recuerdo permanente de esa vinculación popular queda aún un precioso azulejo, colocado por petición popular, bendecido en 1973 por el cardenal Bueno Monreal situado en una barreduela a la mitad de la calle y que se instaló allí con motivo del XXV aniversario de la Escuela de Liturgia de la Parroquia, llegando a pasar por allí expresamente la procesión en un 4 de noviembre que sería recordado por la inestabilidad meteorológica. Por cierto, debemos y agradecemos estos datos a Joaquín de la Peña, actual Hermano Mayor de la Hermandad de la Reina de Todos los Santos y auténtico depositario de la Historia de aquella querida corporación de la calle Feria. 

Foto: Reyes de Escalona.

El director Faustino Álvarez fallece el 18  de abril de 1910 tras toda una vida entregada entre pupitres y pizarras y dejando un legado indudable en cuanto a compromiso y entrega con su alumnado; a título de curiosidad, exactamente entre esos mismos pupitres comenzará su formación como músico, tocando el bombardino, un niño del barrio de apenas once años llamado Manuel Pérez Tejera, quien, con los años, formará su propia Banda, la conocida y admirada del "Maestro Tejera", vinculada a la Virgen de Todos los Santos desde hace décadas, pero eso, eso ya es harina de otro costal. 

Recorte de "El Noticiario Sevillano" del 30 de mayo de 1894 en el que comparten espacio el entierro de "El Espartero" y la inauguración de los Altos Colegios



02 septiembre, 2024

Entre el Caballo y el Costurero.

En este recién estrenado mes de septiembre de 2024, zarpamos para nueva travesía con Hispalensia, esta vez con un recuerdo especial para el amigo Antonio Bejarano, con quien hasta no hace mucho hemos tenido la suerte y el privilegio de colaborar, y al que deseamos la mejor de las suertes en todos sus proyectos. Siguiendo sabios consejos, proseguiremos como hasta ahora, acudiendo a la cita de los lunes para que, quienes lo deseen, puedan atesorar, semanalmente, un poquito de Sevilla. 

Avenida llena de tráfico, especialmente cuando llega la Feria de Abril, contrasta el ir y venir de automóviles, viandantes y muchos, muchos turistas, con la belleza de la arboleda que la rodea y la prestancia de sus diferentes edificios, sin contar con que, como muchos ya habrán adivinado, tanto esta avenida como el frondoso parque que se halla a su vera llevan el nombre de una mujer fundamental para entender este sector de la ciudad, testigo sobre todo del paso del tiempo en los siglos XIX y XX; pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Entre la Glorieta de San Diego y la de los Marineros Voluntarios, o lo que es lo mismo, entre el popular "Caballo del Cid" y el "Costurero de la Reina", la Avenida de María Luisa toma el nombre de Su Alteza Real Doña María Luisa Fernanda de Borbón y Borbón, hermana de la Reina Isabel II, esposa de Antonio de Orleans, Duque de Montpensier y madre de María de las Mercedes, esposa de Alfonso XII. Aunque nacida en la corte madrileña allá por enero de 1832, muy joven marchará a Francia tras su matrimonio con el Duque de Montpensier (eterno conspirador y frustrado rey de Ecuador y España) con el que tendrá nueve hijos, entre ellos la mencionada María de las Mercedes, fallecida con apenas dieciocho años y cuya historia de amor con el monarca español pasó a la cultura popular y de ahí a la copla y el cine.

El matrimonio Orleans-Borbón se traslada precipitadamente a España tras la proclamación de la Segunda República Francesa en 1848, estableciéndose en Sevilla a la postre, creando en el adquirido Palacio de San Telmo la conocida como "Corte Chica", hacia la que supieron atraer a lo más destacado de las élites andaluzas y de los literatos y artistas hispalenses de aquel momento. La influencia de la pareja en la ciudad, que apodará al Duque de Montpensier como Don Antonio "El Naranjero" por sus extensas propiedades agrarias de cítricos, o la se hará sentir de muchas formas, pero cobrará especial importancia tras la muerte de éste en 1890, cuando el consistorio sevillano le solicite a María Luisa de Borbón una serie de terrenos anexos al Palacio de San Telmo para abrir una avenida que uniera la actual de Menéndez Pelayo con los Jardines de las Delicias, lugar habitual de diversión para muchos. 


Un año después, la Duquesa viuda accedió y se iniciaron los trabajos de apertura, consistentes sobre todo en la demolición de diversas construcciones correspondientes al personal de servicio de los Montpensier, sin olvidar de la creación del Parque de María Luisa con sus 34 hectáreas de superficie, a uno de los lados de la nueva vía, inicialmente creado en principio como jardín por el propio Antonio de Orleans auxiliado por el paisajista Claudio Boutelou y en 1912 reformado por el francés Jean Claude Forestier con vistas a la Exposición Iberoamericana. Con una anchura inicial de 27 metros, curiosamente nunca fue adoquinada, pese a que con ella se tenía la idea de unir el Puerto con la estación de ferrocarril de Cádiz.


A lo largo de la propia Avenida de María Luisa se levantan diversos edificios vinculados a la gran cita de 1929, como el Casino de la Exposición, el Teatro Lope de Vega, o pabellones como los de Perú salido de los planos del arquitecto Manuel Piqueras Cotolí (ahora Casa de la Ciencia) y Estados Unidos, diseñado por el norteamericano William Templeton Johnson en 1928 (actual sede de la Fundación Valentín de Madariaga), sin olvidar el denominado Costurero de la Reina, y que fue construido por orden del Duque de Montpensier bajo planos de Juan Talavera y de la Vega, padre del también arquitecto Juan Talavera y Heredia. Viendo la fecha de realización, es fácil deducir que la leyenda del pequeño y coqueto edificio, al parecer el primero en estilo neomudéjar en Sevilla, al que acudía María de las Mercedes para sus labores de costura y para ser cortejada por el futuro rey Alfonso no deja de ser una más de las leyendas populares que tanto gustan en nuestra ciudad y que, por mucho que queden desmentidas, sean prácticamente imposibles de diluir. 



Fallecida en Sevilla en 1897, el recuerdo de María Luisa de Borbón quedó, como hemos dicho, en el Parque que lleva su nombre, y en una bonita escultura de cuerpo entero colocada en la Glorieta de los Lotos, no lejos de la avenida que comentamos. Rodeada de pérgolas y de una variada vegetación que comprende un plátano de sombras, jazmines o bignonias, la efigie, que fue inicialmente realizada en piedra por el escultor Enrique Pérez Comendador en 1929 y colocada en otra ubicación diferente, muestra a una María Luisa en edad avanzada, en actitud pensativa, mirada perdida, libro en su regazo y una rosa en su mano derecha, quizá en alusión simbólica a su hija fallecida María de las Mercedes. 

Sin embargo, la actual imagen está realizada en bronce, sustituyendo a la primera, la cual pasó a los almacenes municipales para ser donada a la ciudad de Sanlúcar de Barrameda en 1972, colocándose en la plaza de los Cisnes y, finalmente, concluir su periplo en el primitivo palacio sanluqueño de los Montpensier, ahora sede municipal, donde todavía permanece como testigo de un tiempo pasado de esplendores, pero, mejor, dejémoslo ahí para otra ocasión. 

29 julio, 2024

Culebras.

Desconocido su nombre por muchos, en detrimento a la Cuesta que la sucede, lugar de paso de procesiones, espacio para acceder al Centro o calle para recorrer sin prisa pese a su corto trayecto, esta semana nos vamos a descubrir una vía que no tiene apenas números pero encierra varios detalles dignos de tener en cuenta, entre ellos una lápida de mármol que alberga una severa advertencia con fuerte castigo económico; pero como siempre, vayamos por partes.

Navegaba Colón hacia tierras ignotas cruzando el Océano Atlántico allá por 1492 cuando ya esta calle era  conocida como la de Culebras, sin que nadie haya aún acertado a decir el por qué de tal nombre; aunque puede aludir, naturalmente, al reptil ofidio inofensivo para el hombre, el término también alude al serpentín de vidrio de los alambiques usados en destilación; como mención peculiar, traemos a colación un párrafo de uno de los famosos sermones del Loco Amaro, quien en torno a 1684 sacaba a relucir esta calle al hilo de unas oposiciones a canónigos de la Colegial del Salvador:

"Crió Dios a nuestro padre Adán en el Paraíso, y le dijo: no hables con las fruteras. Llegó Eva, que nunca falta una alcahueta, que si no las hubiera no habría tantas putas, y le dijo: ¡mira que lucida tienda de manzanas! Estaba vendiéndolas, no a la postura sino bien caras, y por eso se le volvieron culebras. Llegó Eva y dióle a su marido una manzana, y como no le costó nada a la taimada, zampóse otra, y le dijo al inocente: Come hombre, que son de la Palma; come: serás canónigo de san Salvador; come y gobernarás a las fruteras de la calle de las Culebras". Comiólas el desventurado del canónigo de san Salvador, que siempre anda a la que salta, y al punto se vio zapatero de viejo. ¡Echarlo del Paraíso!, dijo el Niño de la Bola; que quien no entiende más que de manzanas no ha de entrar en la Iglesia Mayor, no ha de entrar en aquel Sagrario; no puede ser canónigo de oposición. Y yo les juro a Cristo, que a no haberse metido San Juan de Dios de por medio, que era el padre de la Paz, no había de entrar en el paraíso ninguno de la calle de las Culebras". 

Como puede apreciarse, Amaro Rodríguez, misógino hasta los tuétanos y anticlerical de tomo y lomo, ni superó el adulterio de su mujer ni el que éste hubiera tenido lugar con un fraile, de ahí que no dejase títere sin cabeza en relación al sexo femenino,  ni tuviera pelos en la lengua a la hora de atacar al clero hispalense, especialmente al del Salvador, tan lleno de ínfulas como escaso de rentas, de ahí el dicho popular de "Canónigos del Salvador y Abad de Olivares, todo es aire".

En 1888 se le cambió el nombre y de Culebras pasó a denominarse Villegas, en honor al pintor sevillano José Villegas Cordero (1844-1921), perdiendo entonces también otro de sus nombres, correspondiente a la desembocadura en la Plaza del Salvador y que tuvo mucho que ver con un gremio del que ya hablamos en cierto momento: Cereros. Detalle interesante, Villegas mantendrá buena amistad con el músico y compositor Joaquín Turina, nacido no lejos, en la calle Buiza y Mensaque (en la trasera de Vilima, para entendernos) y éste por su parte vivirá en la propia desembocadura de Villegas al Salvador e incluso contraerá matrimonio con su novia Obdulia Garzón, que vivía en el número 10 de la plaza del Salvador, en la propia Parroquia de mismo nombre. Aficionado a la fotografía, Joaquín Turina retrató muchos momentos familiares en la azotea de aquel edificio, derribado en torno a 1925 para ensanchar la desembocadura de la calle Blanca de los Ríos.  

Casi toda la acera de los números pares, o lo que es lo mismo, la de la izquierda si venimos del Salvador, está ocupada por los muros de la antigua Colegial, levantada sobre los restos de la primitiva mezquita mayor de Sevilla, la de Ibn Adabbás, inaugurada en el año 829 y que, curiosamente, fue incendiada por los normandos en el 844 tras intentar infructuosamente su saqueo por la aparición de un joven de vestiduras blancas y luminosas que les ordenó marchar de allí y que la comunidad musulmana creyó era el propio Profeta Mahoma. Con el paso de los años, la ciudad fue recreciéndose, y prueba de ello es que el acceso a dicha mezquita, cristianizada en 1248 y derribada en 1671 se hacía mediante la bajada de veintidós escalones, dándose la circunstancia de que desde la propia calle Culebras podían tocarse los tejados del edificio, algo que siempre ha llamado mucho la atención.

Muy cercana a la calle Galindo, la de las Culebras destacó por su intensa actividad comercial a lo largo de la historia, con tiendas dedicadas a la venta de tejidos o otros artículos; incluso no hace mucho reseñábamos cómo precisamente en la tienda de un mercader asentado en esta vía fue secuestrada una niña que al cabo de los años fue rescatada de su captora en la calle Clavellinas. Además, como prueba de su importancia era cubierta con toldos desde el Corpus hasta el fin del verano formando parte de los más importantes recorridos procesionales y también de esa especie de "centro comercial" al aire libre que formaban las plazas de la Pescadería, la Alfalfa (con sus Carnicerías), la del Pan o el propio Salvador, a las que habría que sumar la calle de los Alcuceros (actual Córdoba).

Dos elementos perviven aún para marcar el territorio, en primer lugar la antigua cruz del propio cementerio parroquial, en otro tiempo colocada en el centro de la plaza del Salvador y ahora en el chaflán que forma la esquina de la Colegial con Villegas y en segundo lugar el magnífico azulejo del Cristo del Amor, restaurado recientemente y que fue bendecido en noviembre de 1930, interviniendo en su realización el ceramista Enrique Mármol y el ebanista Manuel Casana, destacado cofrade del Amor que colaboró también con otras hermandades como la Macarena o la Sagrada Mortaja. Curiosamente, fue Casana quien regaló el azulejo a la corporación del Domingo de Ramos, quien se lo agradeció cumplidamente con un hermoso panel de azulejería en homenaje a su persona, situado en la casa hermandad, que precisamente tiene salida a la calle que estamos comentando.

Además, es casi de obligado cumplimiento reseñar la colocación de una lápida de mármol por la Hermandad Sacramental del Salvador dos años después de la inauguración del nuevo templo colegial, en 1714, una lápida cuyo texto no deja indiferente y que da idea de cómo eran los comportamientos sociales muy influidos por la religión: 

EL REY D. JUAN, LEY 11. EL REY, I TODA PERSONA, 
QUE TOPARE EL SANTÍSIMO SACRAMENTO, 
SE APEE, AUNQUE SEA EN EL LODO, 
SOPENA DE 600 MARAVEDIS DE AQUEL TIEMPO, 
SEGÚN LA LOABLE COSTUMBRE DE ESTA 
CIUDAD, O QUE PIERDA LA CABALGADURA, 
Y SI FUERE MORO DE 14 AÑOS ARRIBA 
QUE HINQUE LAS RODILLAS, O QUE PIERDA, 
TODO LO QUE LLEVARE VESTIDO, 
Y SEA DE EL QUE LO ACUSARE.
SE PUSO ESTA LOZA POR LA ARCHICOFRADÍA 
DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO, DE ESTA 
IGLESIA COLEGIAL AÑO DE 1714.

Nos dejábamos en el tintero que la muy reverenciada entonces imagen de la Virgen de las Aguas podía  ser venerada a deshoras gracias al hecho de que podía ser girada hacia la calle en la plataforma de su barroco camarín, siendo visible desde un ventanal, algo que todavía hoy puede contemplarse con motivo de la procesión del Corpus Christi de la Catedral. 

En cuanto a edificios reseñables, merecen la pena los emplazados en la acera de los números impares, como el realizado por el arquitecto Juan Talavera entre 1926-1928 en los número 1-3 para Manuel Pérez Salvador, del que destaca el airoso torreón central en la fachada de Villegas, conjugando los mismos materiales, ladrillo y cerámica, que aparecen en la cercana cúpula del Salvador, con diseño de Leonardo de Figueroa en torno a 1712 y consiguiendo la integración estética del nuevo edificio junto al antiguo.  

En cuanto a comercios o tiendas, en julio de 1758 curiosamente allí radicaba una mercería, dato éste extraído de la edición del Hebdomadario Útil Sevillano donde puede leerse:

"Calle Culebras, en la tienda de Mercería de la tía Ana darán razón de dos mujeres solas, madre e hija, que para un todo buscan casa, la una 50 años la otra 26; sus habilidades informan ser a satisfacción, por el mucho primor en coser, planchar y aseo".

Hay referencias a una Botica, la de Juan de Álava, cerrada en torno a 1865 y a finales del XIX en la prensa local aparecen anuncios de un Depósito de Aguas Minerales en el número 5 de la calle y que por aquel entonces compraba botellas vacías de marcas como Marmolejo, Mondariz (procedente de tierras gallegas), Villaharta (de Córdoba) o Insalus (Guipúzcoa), al igual que existían los Almacenes de Tejidos Serrano y Miralles, éstos en el número 3. Por otra parte, en esta calle hubo tiendas dedicadas al vestuario nupcial, especialmente al femenino, acaparando junto con la Plaza del Pan o las calles Cuna y Lineros casi todo el sector del comercio de trajes de novia, ¿Quizá por la cercanía con la Iglesia del Salvador? Por último, siempre estará en nuestro recuerdo al estrecha fachada de la Librería Internacional Lorenzo Blanco, especializada en temas relativos al Derecho o las Letras y que cerró a principio de los años 90, pero esa, esa ya es otra historia.

GLOSARIO:

Ignota.

No conocida ni descubierta.

Taimado.

Astuto, disimulado y pronto en advertirlo todo. 

Ofidio.

Dicho de un reptil, sin extremidades, con boca dilatable y cuerpo largo y estrecho revestido de una epidermis escamosa que muda todos lo años y puede ser venenoso para los humanos. 



22 julio, 2024

Viejos relatos de la "Velá".

Estando en las fechas en las que nos encontramos, con la "Velá" de Santa Ana de Triana en plena celebración y apogeo, no estaría de más acercarnos a descubrir de qué modo la percibían nuestros antepasados, cómo la disfrutaban y, por qué no, cómo se reflejaba en las publicaciones de hace más de un siglo; pero como siempre, vayamos por partes. 

Promovida su construcción como promesa debida tras un suceso milagroso en favor de su salud ocular por el monarca Alfonso X el Sabio, la Real Parroquia de Santa Ana hunde sus orígenes en el siglo XIII, constituyéndose en lugar de culto a la madre de la Virgen María, en sustitución de la primera iglesia trianera, la capilla del Castillo de San Jorge. De este modo, Santa Ana, cuyas obras comenzaron en 1266, será la primera iglesia cristiana de nueva planta tras la conquista de la ciudad por Fernando III en 1248. 


Llegada cada año la fecha de la titular de la Parroquia, el 26 de julio, se celebraban desde el primer momento solemnes cultos en su honor, que iban acompañados de una Velada, esto es, una vigilia nocturna durante la cual eran veneradas la imágenes de Santa Ana y la Virgen. Éste es el germen de la actual "Velá" de Santa Ana (de Triana), que suele comenzar unos días antes del día 26 y finalizar precisamente este día tras los cultos a la "Abuela de Jesús" y, además, acompañada de toda una serie de actividades festivas que tienen como escenario la calle Betis o el Altozano, por citar algunos espacios urbanos de la llamada "Guarda y Collación de Sevilla". Como fiesta popular, la "Velá" ha atravesado diferentes etapas, con mayor o menor auge, pero en cualquier caso, vamos a reseñar algunas visiones sobre ella. 

Una de las primeras reseñas periodísticas sobre la "Velá" bien podría datar de julio de 1861, cuando el diario "La Andalucía" publicaba estos párrafos escritos de manera colorista por el "plumilla" del momento: 

El puente presentaba un golpe de vista arrollador: su adorno consistía en dos hileras de farolillos de color que corrían en forma de pabellones por cima de las barandas y no pocas banderas y gallardetes. La capilla del Carmen, situada junto a la plaza de abastos estaba también iluminada con vasillos de color; en la parte superior de la torre del reloj se veían dos transparentes y en uno de ellos las armas del municipio. Después de atravesar el puente con mucho trabajo a causa de la multitud de carruajes que por él cruzaban con el eminente peligro de los peatones, llegamos al barrio donde anualmente se celebra con tanta solemnidad el día de Santa Ana; por todas sus calles había bulla y animación, en muchos balcones lucían colgaduras y los patios de las casas en general estaban adornados con gusto; la torre y la azotea de la parroquia estaban también perfectamente iluminadas y desde ellas se dispararon multitud de cohetes. 
Manuel Barrón: Vista desde de Sevilla con el puente de Triana. 1862.

 La calle llamada Orilla del Río (Betis, en la actualidad), intransitable; por uno y otro lado se extendía una inmensa hilera de mesas donde estaban colocados con simetría los tradicionales turrones, la avellana verde y tostada, el aterciopelado melocotón y la sonrosada manzana; más allá las buñoleras, y por último, los caballos del Tío Vivo, cada puesto estaba alumbrado por su correspondiente candil y este conjunto de luces se asemejaba de lejos a una serpiente de fuego deslizándose junto a los edificios y cuyos anillos se reflejaban en las tranquilas aguas del Guadalquivir; por entre los dos muros de confites y frutas, no se paseaba, sino se estrujaba y comprimía la muchedumbre, aturdida por los desaforados gritos de los vendedores y respirando una atmósfera asfixiante. 

A espaldas de esta calle y en otra algo otra menos concurrida habían sentado sus reales los puestos de juguetes para martirio de los vecinos; volviendo al puente, vimos la música del asilo situada bajo el muro de contención de la rampa, poco después estábamos frente al Pópulo; el calor era insufrible, pero nadie se cuidaba de ello y todos iban a la velada, que llama la atención como nunca por los esfuerzos que el municipio ha hecho para que no se conforme contraste con la de San Juan.


Por su parte, en junio de 1886, el escritor Benito Más y Prats, ecijano por más señas y autor del libro de poemas "Sevilla, Tierra de María Santísima", describía de modo menos periodístico y más "lírico" el ambiente trianero en aquellas jornadas estivales de julio, sobre todo en la zona del propio Puente:

Durante el día y la noche de Santa Ana el expresado sitio se llena de acera a acera, hasta el punto de impedir el paso a los vehículos, que hacen estremecer frecuentemente sus ya cansadas estribaciones. Visto de lejos, aseméjase a aquel estrecho paso del Cinerad, por el que apenas podían caber las almas de los creyentes. La multitud que llega de la ciudad lo cruza en toda su extensión y baja por ancha escalinata a la calle llamada del Betis, en cuyo plano se coloca todo lo necesario para la velada.

El panorama que se ofrece desde el Puente no puede ser más fantástico ni delicioso. Colocadas en ordenada fila las tiendas, puestos, mesillas, aguaduchos, chozas, cafetines y demás instalaciones que constituyen el núcleo del mercado, y viéndose la calle casi a vista de pájaro desde el centro del Puente, preséntase a la derecha Triana, tomada por una ancha franja de luz y dejando en las aguas rojizas reverberaciones; a la izquierda, la Giralda, la Torre del Oro y el muelle cubierto por un tupido bosque de arboladuras; bajo los pies, el río que se rompe con fuerza en los estribos de piedra; y al frente, cerrando los términos, San Telmo y los jardines de las Delicias, cuyo alumbrado, semejante a una larga constelación formada de estrellas que se alejan, va desvaneciéndose poco á poco, hasta ocultarse en un fondo obscuro y diluído, como el de un paisaje al carbón.

Será a partir del siglo XX cuando la "Velá" quede configurada como una de las grandes celebraciones del verano hispalense, con permiso de otras "velás", como las de San Juan de la Palma, las del Carmen en el Salvador o la Alameda o la que se celebraba en torno al 15 de agosto en los aledaños de la catedral al calor de la devoción a la Virgen de los Reyes. 

 

Al parecer, en torno a 1910 es cuando comienza a celebrarse la Cucaña en el cauce del río, que tanta diversión genera, y aunque hemos rebuscado algún dato sobre este pormenor, lo que sí hemos hallado, curiosamente, es una reseña sobre otro aspecto muy ligado a la "Velá", la celebración de tómbolas benéficas, pues en aquel 1910, por ejemplo, se instalaron dos, una de la Hermandad de la O y otra de la Hermandad del Rocío de Triana: 

La tómbola que la hermandad de Nuestra Señora del Rocío ha instalado en el barrio de Triana, puede decirse que es este año el clon de la velada. El buen humor y la gracia que han acreditado el populoso barrio entre propios y extraños, es la nota que preside en la tómbola, original en extremo. 

Los de menos en ella son los muñecos, mayólicas y demás zarandajas que sirven a estas rifas de atracción para llegar rápidamente y con buen éxito al bolsillo del pagano. Allí hay muchos chirimbolos de esos, pero lo que más atrae las miradas de los curiosos es una especie de arca de Noé, en la que hay animales de distintas especies, tales como asnos, becerros, borregos, gallos y gallinas, chivos, patos, ánsares, palomos, etc., llamando la atención por su buena lámina un becerro bravo donado por el ganadero don José Anastasio Martín. 

Por cierto que al ser conducido desde el matadero a la tómbola intentó escaparse varias veces, no lográndolo gracias a los esfuerzos de las cuatro vigorosas personas que lo conducían. No sabemos si habrá causado desperfectos en la tómbola el becerrillo, pero a juzgar por la bravura de que daba muestra, es muy posible que los haya originado. En la tómbola está el músico de la hermandad con el pito y la tambora, dando conciertos a cada paso y derrochando bueno humor. Cuando alguien obtiene un premio, le obsequia con la Marcha Real.


Espacio para la celebración religiosa y para la tradición popular la "Velá" de Santa Ana viene a ser como un oasis festivo a finales del mes de julio, cuando "las calores" aprietan y muchos aguardan ya el deseado y merecido descanso vacacional, pero esa, esa ya es otra historia.