Ya que el tiempo litúrgico del Adviento toca a su fin y que en cuestión de días celebraremos la llegada del Niño Dios a nuestras vidas, ¿Por qué no visitar un lugar en el que la Natividad se vive todo el año?
El Monasterio de Santa Paula, perteneciente a la rama femenina de la Orden Jerónima, fue fundado en 1473 por la sevillana Ana de Santillán, quien había pasado toda una serie de desgracias familiares, desde enviudar hasta perder a su única hija con apenas dieciocho años. Como respuesta a sus necesidades espiritual, la aristócrata sevillana se recluyó inicialmente en un beaterio, situado en la zona de San Juan de la Palma, donde compartió rezos y plegarias con otras mujeres, pero en su mente bullía la idea de crear un convento o monasterio y fundarlo, además, aprovechando unas casas de su propiedad y otras que poco a poco fue adquiriendo en la collación de San Román.
Finalmente, el 8 de julio de 1474 se hizo el traslado de las catorce beatas, ahora religiosas, con votos formulados solemnemente. No tardó en prosperar la incipiente comunidad jerónima, entrando nuevas vocaciones y comenzando a faltar espacio, pues ni la pequeña iglesia ni su coro tenían capacidad para el crecimiento experimentado. Ana de Santillán, dicen, oraba en busca de un benefactor que con su aportación económica solventase los problemas de espacio, incluso se habló de cierta marquesa que las visitaba con frecuencia.
La tradición sostiene que en cierta ocasión, durante los rezos en el coro, se pudo escuchar una voz que claramente dijo: "Marquesa será, pero no esa". Y así fue, la Marquesa de Montemayor, Isabel Enríquez, esposa de don Juan de Braganza, y a la sazón nieta de Enrique III de Castilla, sería quien finalmente apoyó, y de qué manera, al Monasterio de Santa Paula, permitiendo la constitución de una nueva iglesia y dos coros. Doña Isabel fallecería en sus casas de la calle Francos el 29 de mayo de 1529, habiendo gastado en la empresa de Santa Paula el importe de sus joyas y hasta el sobrante de las rentas recibidas de la Corona de Castilla, lo que da idea del compromiso adquirido para con las monjas jerónimas.
Con el tiempo, se tomó la decisión de ejecutar una portada para la iglesia y para ello se recurrió al estilo arquitectónico más en boga quizá en aquella época: el mudéjar. A medio camino entre el arte islámico y el gótico, no se ponen de acuerdo los especialistas en la materia, el uso del ladrillo y la cerámica, junto con otros elementos especiales, hacen de este estilo uno de los de mayor personalidad y no sólo en el sur, sino en otras zonas de la península.
Serán Pedro Millán y Niculoso Pisano los elegidos para decorar la portada. Uno se encargará del modelado en barro, el otro del vidriado y policromía. El primero, prolífico autor del que poco se sabe, aunque sus obras pueden contemplarse, y disfrutarse, tanto en la Catedral hispalense como en el Museo de Bellas Artes. El segundo, italiano, permaneció en Sevilla durante treinta años, con vivienda propia en la actual calle Pureza, trayendo de su patria la técnica del azulejo plano y la estética renacentista y dejando obras tan importantes como el sepulcro de Íñigo López en la Real Parroquia de Santa Ana o el retablo de la Visitación en los Reales Alcázares.
Finalizada la portada en 1504, consta mediante una serie de arcos ojivales concéntricos sustentados sobre baquetones y realizados con ladrillos agramilados, cortados con una esmerada precisión; como fondo, toda una fantasía en azulejos, en la que aparecen figuras mitológicas, tarjas, trofeos militares, antílopes, mascarones... El arco aparece rodeado en su parte superior por un conjunto de siete relieves circulares, una guirnalda floral circunda cada uno ellos, en los que aparecen representados santos de especial importancia: Santa Elena, Santa Rosa de Viterbo (ejemplo de joven entregada a Dios), San Sebastián con San Roque (ambos abogados contra enfermedades como la peste o la lepra) San Antonio de Padua con San Buenaventura y San Cosme con San Damián (ambos médicos y mártires, patronos de los cirujanos). Como se ve, un buen "reparto" de santos protectores y ejemplares para salvaguardar las puertas del templo jerónimo.
En el centro del arco, un precioso relieve circular, un tondo, de Lucca della Robbia nos representa una Natividad realizada al modo renacentista, llena de clasicismo y belleza.
El historiador francés Davillier no dudó en afirmar tras contemplar la portada en el siglo XIX: «Pero si nuestra sorpresa fué grande la primera vez que vimos un monumento de esta importancia, aumentó todavía más a la vista de siete bajo relieves aplicados sobre la archivolta. Estos bajorelieves que ofrecen la más grande analogía con los de Lucca della Robbia, son de tierra cocida, enteramente esmaltados: el estilo y el modelo son muy notables y presentan los mismos esmaltes que los bajo relieves del célebre escultor florentino.»
Pero no serán las únicas referencias a la Navidad que encontraremos en Santa Paula, pues incluso la propia santa llegó a vivir un tiempo en la misma Belén; merece la pena que visitemos su más que interesante Museo conventual, con la encantadora Sor Bernarda como anfitriona, y haremos el esfuerzo por "ignorar" azulejos del XVI o bordados del XVII, centrándonos en esta ocasión en varias muestras que nos hablan del Nacimiento de Cristo.
En primer lugar, en la una pintura de grandes dimensiones de la Adoración de los Pastores, atribuida al napolitano Juan Do, discípulo de Ribera y que hace gala de un magnífico dominio del claroscuro, partiendo del Niño Jesús que recibe un poderoso haz de luz (¿o es al revés?). Los rostros de los pastores retratan tipos populares, con instrumentos musicales y animales domésticos de la época, casi se puede oler el heno del establo y escuchar los murmullos de quienes asisten a la escena.
Tampoco podremos olvidar la presencia de varios Nacimientos, especialmente uno atribuido a Cristóbal Ramos (siglo XVIII) de pequeño formato o, especialmente el monumental Belén instalado todo el año con parte de sus figuritas realizadas por Fernando de Santiago; más que un Nacimiento, es una auténtica historia, pues en él vemos desde la Creación de Adán y Eva (el Pecado Original), hasta la Matanza de los Inocentes, pasando por la Visitación, la Natividad, la Adoración de los Reyes (vestidos éstos a la moda de Felipe III) y todo ello, sumado a las escenas populares y los coros angélicos, conformando un abigarrado conjunto lleno de detalles, en los que los caminos y los pasadizos, los puentes y los senderos, conducen al Nacimiento, de modo que habría que dedicar un tiempo más que merecido.
Si al terminar la visita al Museo e Iglesia acudimos a la tienda de las religiosas, podremos disfrutar de sus exquisiteces y, a la vez, ayudar y colaborar para mantener abierto este tipo de conventos en los que el "Ora et Labora" cobran protagonismo, así que no sería mala idea visitar Santa Paula, y más en estas fechas que se avecinan.
Aprovechamos para desear a todos los lectores de estos humildes pliegos unas Felices Pascuas y que el venidero año 2021 sea al menos un poquito mejor que este malhadado 2020 que todos deseamos que se marche.
Como siempre, ameno, interesante y enriquecedor. Muchas gracias, don Manuel.
ResponderEliminarNos alegramos de que te haya gustado, ¡Muchísimas gracias!
ResponderEliminarEs una alegria tener a personas como tu que nos forma de una manera sencilla, didáctica, amena y con una narración impecable sobre los monumentos e historias de Sevilla. Gracias maestro
ResponderEliminarMuchísimas gracias. Un placer leer comentarios así, que nos dan ánimo para continuar.
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