14 marzo, 2022

Hermano Mayor.

 

Una de las calles más transitadas en las fechas semanasanteras, sobre todo por servir para cortar camino entre la zona de Plaza Nueva y la Magdalena, es la dedicada a un célebre sevillano, escritor de novela picaresca, y cofrade por más señas, aunque el nombre original de la calle hubo de cambiarse para evitar equívocos groseros; pero como siempre, vayamos por partes.


 

Entre las calles Carlos Cañal (casi al lado del desaparecido Horno de San Buenaventura) y San Pablo, trancurrió, y transcurre, una estrecha y serpenteante callejuela que en su tiempo se denominó con nombres tan peregrinos como Lechera o Nabo, sin que se sepa a ciencia cierta el por qué de ambos topónimos. Lo cierto es que con esos nombres aparece reflejada en los planos de Olavide de 1777, hasta que en 1845 se le concede el nombre de Navas, bien en recuerdo de la Batalla de las Navas de Tolosa (1212) o bien por "maquillar" de modo amable el vocablo original de la calle, que sin lugar a dudas podría dar lugar a todo tipo de chanzas y guasas, especialmente contra quienes dijeran vivir en una calle con tan poco edificante nombre. 

En cualquier caso, merced a las gestiones del sacerdote y cofrade José Sebastián y Bandarán, en 1915 el nombre de calle de Las Navas será definitivamente sustituido por el actual, dedicado al escritor sevillano Mateo Alemán, quien es conocido literariamente como el autor de la novela picaresca Guzmán de Alfarache, o lo que es lo mismo, uno de los más importantes testimonios (junto los cervantinos Rinconete y Cortadillo) sobre cómo era la vida en los bajos fondos de esa Sevilla del siglo XVI.

Bautizado en la Iglesia Colegial del Salvador en el año 1547, el mismo en el que nace Miguel de Cervantes, era hijo de Hernando Alemán, médico cirujano de la famosa Cárcel Real de Sevilla, y descendiente de una familia con antecedentes judeoconversos. Algunos datos mencionan sus estudios de gramática con Juan de Mal Lara y su graduación como bachiller en Artes y Teología en el colegio de Maese Rodrigo en 1564, la actual universidad hispalense, así como ciertos conocimientos en leyes y derecho.


Acuciado por las deudas tras morir su padre, Mateo Alemán hubo de realizar un infeliz matrimonio de conveniencia para no dar con sus huesos en la cárcel, recorriendo media España ejerciendo el oficio de recaudador y juez visitador, pero de resultas de su agitada vida (tendrá buena relación de amistad con Lope de Vega durante su estancia en Sevilla) y de su mala gestión en negocios propios, permaneció preso en Sevilla durante dos años y medio, tiempo más que suficiente para captar las costumbres y modos de vida de la población reclusa sevillana, algo que le sería muy útil al escribir su novela Guzmán de Alfarache, publicada su primera parte en Madrid en 1599 y que alcanzó gran éxito en España y Europa.

Pese a todo, y pese a proseguir su labor como eficiente funcionario de la Corona, volverá a ser encarcelado a su vuelta de Madrid de nuevo en Sevilla; cansado de la vida en España, decide pasar a Indias, embarcando en 1608 y llegando a México, donde entrará a formar parte del personal del arzobispo García Guerra. La suerte, sin embargo, no le acompañó en sus últimos años de estancia americana, ya que fallecerá en la más absoluta indigencia en 1614.

Como cofrade, desde los veinte años Mateo Alemán formará parte de la nómina de hermanos de la antigua Hermandad de la Santa Cruz en Jerusalén ("El Silencio"), y ostentará el cargo de Hermano Mayor entre  1574 y 1595. Durante esa etapa, logrará el importante cambio de sede canónica de la cofradía, abandonando en 1579 el llamado Hospital de la Santa Cruz en Jerusalén, o de los Convalecientes, en la actual calle Rioja y adquiriendo la capilla del Santo Crucifijo y parte del Hospital y Casa de San Antonio Abad, en la entonces calle de las Armas, ahora de Alfonso XII. Se estableció un ventajoso convenio con la Orden de Vienne, propietaria hasta entonces, por el cual habría de recibir de la corporación nazarena seis mil maravedíes anuales.

Además, en 1578, Mateo Alemán recibirá el importante encargo de su Hermandad de redactar nuevas Reglas, en las que, además de establecer la celebración de cultos, estación de penitencia, cabildos y demás cuestiones (como la aparición por primera vez del cargo de Hermano Mayor) se hace especial hincapié en la labor caritativa de la corporación, centrada, como no podía ser de otro modo, en la atención a los presos, aunque dando prioridad por este orden: primero a los que lo fueran por deudas y por supuesto con preferencia hacia los miembros de la Hermandad y sus familiares antes que a cualquier otra persona. 

Como curiosidad, por aquellas fechas los hábitos de los nazarenos eran: "túnicas de color morado, que lleguen hasta el suelo, los rostros cubiertos con capirotes bajos; una soga ceñida a la cintura: en el pecho un escudo de cuero u hoja de Milán, pintado en él la Cruz de Jerusalén, y los pies descalzos". La hoja de Milán, aludía a una hoja de lata, mientras que a los hermanos más antiguos o de mayor edad se les permitía el uso de alpargatas. La cofradía salía en la mañana del Viernes Santo y visitaba cinco iglesias, cercanas a su sede. 


 Las Reglas de Mateo Alemán, de las que se conserva una copia de 1642, restaurada en 2002 por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, fueron copiadas por otras hermandades, como la de Jesús Nazareno de Utrera y además, durante cierto tiempo, se sostuvo incluso que la cruz de carey que porta Jesús Nazareno en la Madrugada habría sido enviada desde México por el propio Mateo Alemán, algo desmentido luego por la investigación histórica, ya que fue donada a comienzos del siglo XVII por la familia Cervantes, residentes en Nueva España. 

No obstante, ¿Por qué no iba a mantener el contacto con sus hermanos de Sevilla? A buen seguro, Mateo Alemán, allá en tierras indianas, nunca olvidaría los ecos penitenciales de su cofradía cada mañana de Viernes Santo... 

Fotos: Marina de Gades.

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