Situada en pleno meollo de la ciudad y rodeada de calles importantes y de plazas de relumbrón en pleno centro de Sevilla, la que calle que nos ocupa, en cambio, apenas ha sido reseñada, salvo para algo tan nuestro como el habitual "callejeo" en fechas semanasanteras; pero, para variar, vamos a lo que vamos.
Foto Reyes de Escalona. |
Tras la conquista de la ciudad por Fernando III, se cuenta que en esta vía se asentaron importantes caballeros del linaje de los Castro, procedentes de la localidad de Castro Urdiales, de ahí que en principio se denominase de este modo. Situada entre la calle de la Mar y saliendo casi al arquillo de San Francisco, esquina con la calle Génova, o lo que es lo mismo, entre García de Vinuesa y la Avenida de la Constitución, popularmente fue cambiando de denominación ya que, como reseñaba un cronista en ella vivía una importante población de origen vasco que tenían en el comercio del hierro su modo de vida:
"Gran número de vizcaínos que toda la calle ocupado han, y tratan y venden en ella los clavos, herraduras y toda cosa que armas de hierro, lanzas, hachas y hachetes pertenece."
Prueba de la pujanza económica y social de los vizcaínos asentados en Sevilla y de su vinculación con el Barrio de la Mar, fue la adquisición de una capilla, nada menos que en el cercano y próspero Convento de San Francisco (actual Plaza Nueva), donde labraron hermoso retablo barroco encargado a Francisco Dionisio de Ribas y Pedro Roldán en el siglo XVII y que en la actualidad, recientemente restaurado, preside la nave principal de la también cercana parroquia del Sagrario de la Catedral, fundándose la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad para agrupar religiosamente a los miembros de aquella colonia vasca. Nombres como los de Antonio de Eguino, Diego de Zárate o Domingo de Ochandiano destacarán por su labor en la Casa de Contratación, en estrecha relación con Sancho de Matienzo, su primer Tesorero, sin olvidar otros vizcaínos dedicados a las finanzas y la banca, como Domingo de Lizarrayas o Pedro de Morga, o también experimentados pilotos vinculados a las rutas a Indias. Como se ve, la comunidad vasca jugó un papel nada desdeñable y dejó huella tanto en nuestra ciudad como en su historia.
Poco a poco, el nombre de Vizcaínos se fue imponiendo y así aparece ya en el conocido plano del Asistente Pablo de Olavide, fechado en 1771. Aparte de calle eminentemente mercantil, como decíamos, albergó también a parte del gremio de carpinteros, así como dos hospitales benéficos en época medieval: el de los Caballeros, constituido por gentes de la nobleza que habían combatido en la conquista de la ciudad, y el de los Cargadores, de cuya existencia ya hay datos en torno al año 1479. Tampoco faltaron imprentas de mucha importancia, como las de Francisco Lorenzo de Hermosilla o la de Francisco Garay, ambas con gran predicamento en el siglo XVIII.
En 1590 ya se registran peticiones de sus vecinos para empedrar la calle, lo cual vuelve a solicitarse años después, en 1609. Como curiosidad, en 1882 el Doctor Philip Hauser, de quien ya hablamos en otra ocasión escribía:
"Últimamente se ha hecho un ensayo en la calle Vizcaínos, por el Sr. D. Jorge Welton, de un embaldosado en cubos pequeños de madera sentados sobre asfalto. Esto parece, que reúne varias condiciones favorables, primero, disminuye la trepidación producida por la marcha de los coches, después disminuye el tiro hasta el punto que un caballo arrastra una carga equivalente a las de cuatro sobre un empedrado de piedra. Hace más de dos años que fue construido, y hasta ahora no se ha deteriorado; pero esto no basta para juzgar sobre su duración, pues tanto los cambios de temperatura como de humedad, tienen por efecto de deteriorar las mejores maderas".
Afectada por la profunda reforma urbanística que supuso el ensanche de la Avenida a comienzos del siglo XX, carece de edificios de especial importancia, salvo el conocido como de La Adriática, en la esquina de la Avenida (en cuyos bajos estuvo tantos años la confitería Filella), construido entre 1914 y 1922 bajo planos del arquitecto José Espiau Muñoz y con diseño neomudéjar o regionalista, destacando por la vistosidad y cromatismo de la azulejería combinada con mármoles, yeserías, ladrillo o forja y por su cierto parecido con otro edificio del mismo autor, el de la Ciudad de Londres de la Calle Cuna. Como anécdota, indicar que a finales de los años setenta del pasado siglo el edificio perdió su remate en forma de cupulín recubierto de azulejos, y que éste, por fortuna, se recupero en una restauración realizada en 2003, volviendo de este modo a su aspecto original.
Cuatro personajes, tres históricos y otro anónimo, destacan en la pequeña historia de esta vía. Como relata Alonso Morgado en su Sevilla Mariana, allá por 1649, año de la Peste en Sevilla, vivía a la altura del número 18 una noble y rica dama, soltera por más señas, devota de una imagen de María Inmaculada a la que oraba con fervor en un pequeño retablo de su casa. Cierta mañana, al acudir María de San Francisco (que así se llamaba la señora) a sus rezos, escuchó una voz proveniente de aquel lugar que le decía: "Llévame a San Francisco, a la Capilla Mayor". Atemorizada, pudo ver al día siguiente que la imagen de la Virgen había bajado sola del retablo y, a la vez, oyó de nuevo: "Llévame a San Francisco, a la Capilla Mayor". Cuentan que el prodigioso suceso se repitió varios días, y en cada ocasión, la imagen fue hallada cada vez más cerca de la puerta de salida de aquella casa sin que, que se sepa, interviniera mano humana en ello.
Avisada la comunidad franciscana, acudió a llevársela en procesión, siendo entronizada en la capilla mayor y no tardando en recibir innumerables oraciones y donativos de sus fieles, alcanzando fama de milagrosa, lo que no pasó desapercibido a los amigos de los ajeno, pues la venerada imagen sufrió un robo sacrílego que la despojó de sus joyas de oro y plata. El pueblo, pese a ello, afirmó que tal ultraje no afectaría a la Inmaculada, pues "Como es tan Sevillana, no hace aprecio, ni caso de riquezas", y de ahí nació el llamarla "La Sevillana", siendo considerada una de las imágenes que despertó mayor fervor de su tiempo, atribuida a las gubias de Juan de Mesa. La desaparición del convento de San Francisco en el siglo XIX motivó su traslado al convento de San Buenaventura, allí se la puede encontrar, presidiendo el altar mayor.
Foto Reyes de Escalona. |
En el número 13 nació, el 1 de mayo de 1855, Pedro Rodríguez de la Borbolla, considerado como uno de los grandes protagonistas de la política local de fin del XIX y comienzos del XX, quien, desde las filas del Partido Liberal ejerció como nadie como árbitro y cacique. Con ideas republicanas, llegó a ser Ministro de Instrucción Pública y de Gracia y Justicia, así como Diputado en Cortes por Sevilla, Decano del Colegio de Abogados y Alcalde de su propia ciudad.
Foto Reyes de Escalona. |
Muestra de su influencia entre bastidores fue el apodo de "Don Pedro de las Mercedes" o "El Amo de Sevilla". Fallecerá en 1922 y en sobre su casa natal será colocada una lápida de mármol, que se conserva, en su memoria y en la avenida que lleva su nombre un simple pedestal con esta inscripción:
"ÍNTEGRO YCABALLEROSO.FUE MUCHOPARA TODOS YPOCO PARA SÍ".
Otro personaje, cuyo nombre completo no ha llegado hasta nosotros, será un humilde pordiosero que malvivía en un cuartucho de la calle Vizcaínos y que protagonizó un peculiar episodio. Álvarez Benavides narra que allá por los años de 1781-1783, solía pedir limosna en la vecina calle de Hernando Colón; arrodillado en la acera con la cabeza descubierta, aguardaba pacientemente y en silencio las monedas que algunas almas caritativas le daban, respondiendo siempre con la misma frase de misterioso agradecimiento "Dios se lo pague y lo libre de malos temporales". Sin embargo, los vecinos comenzaron a echarlo de menos en junio de 1783, por lo que, preocupados, enviaron un sacerdote que lo conocía al lugar de su muy humilde residencia. Sobre una silla, uno de los escasos enseres en su única estancia, estaba depositada una carta con un enigmático mensaje y que decía:
"Mi respetable padre y señor. Bajo un ladrillo de los situados hacia la cabecera de mi cama, encontraréis quinientos ducados, que deseo sean repartidos entre los pobres que tengáis a bien elegir, y Dios pague tanto este favor como la caridad que conmigo habéis tenido. El año de 1780, regresando de las Indias con un único hijo que tengo, sufrimos tan terrible temporal que naufragamos, y en tan supremos instantes ofrecí a Dios que, si salvaba la vida, reuniría de limosna los quinientos ducados que para el fin dicho dejo a vuestra disposición. He cumplido lo que prometí.R. H. J.".
Terminamos. En esta calle también nacerá en 1821 el escritor, dramaturgo y poeta Manuel Fernández y González, uno de los grandes exponentes del folletín por entregas y con una obra extensísima, lo que no impedirá que fallezca en Madrid en 1888 en la más absoluta miseria. Quizá como recompensa, el Ayuntamiento decidirá que sus dos apellidos sustituyan al nombre de Vizcaínos de esta calle, ahora sede de la Casa de Extremadura, institución fundada en 1925 nada menos, pero eso, eso ya es harina de otro costal.
Manolo como siempre un artículo muy ilustrador y con una prosa extraordinaria. Felicidades
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Paco. Un cordial saludo.
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