Han
pasado las Navidades y sin más, por así decirlo, ya estamos de
nuevo metidos en el ciclo de cultos que las hermandades sevillanas
dedican a sus titulares y que tendrá su máxima importancia cuando
lleguemos a la cuaresma. Ya se ha celebrado el Quinario a Jesús del
Gran Poder o el Tríduo, por ejemplo, a Nuestro P. Jesús Descendido
de la Cruz, de la hermandad de la Sagrada Mortaja y en estos días
fríos de enero son muchos los fieles y devotos que acuden a la
Iglesia Colegial del Divino Salvador para venerar a Jesús de la
Pasión durante la anual y solemne Novena que le dedica su Hermandad
en cumplimiento de sus Reglas.
Ya
que hablamos de Pasión, como saben quienes leen estos pliego, se trata de una
portentosa talla salida de las manos del insigne escultor Martínez
Montañés, quien la realizó entre 1610 y 1615, ya que no se ha
encontrado documento alguno al respecto, pero bastan las palabras de
un fraile mercedario, contemporáneo del escultor, que dejó por
escrito que el Nazareno de Pasión «…es obra de aquel insigne
maestro Juan Martínez Montañés, asombro de los siglos presentes y
admiración de los por venir…». Por su parte, el pintor y
tratadista Antonio Palomino, engrandeció aún más la atribución a
Montañés añadiendo según la leyenda que «…el mismo
artífice, cuando sacaban esta sagrada imagen en la Semana Santa,
salía a encontrarla por diferentes calles, diciendo que era
imposible que él hubiese ejecutado tal portento»
Muchos
han sido los adjetivos y alabanzas dedicadas a esta portentosa talla
barroca, llena de unción sagrada y de belleza difícil de superar.
Hace poco la visitábamos en su capilla durante su Besapiés y
quedamos sobrecogidos por la serena mansedumbre de su rostro y la
magnífica talla de manos y pies, por no hablar de la elección de
una túnica bordada, de las que somos partidarios, que dotaban a la
imagen de un halo de majestuosidad impresionante.
Se
cuenta, como anécdota que en cierta ocasión acudió a orar ente el
Señor de Pasión D. Antonio Despuig y Dameto quien ostentó el
Arzobispado de Sevilla de Sevilla entre 1795 y 1799. Tras estar
durante bastante tiempo rezando devotamente ante la Imagen, hizo el
siguiente comentario para sorpresa de quienes le acompañaban: «Le
noto un defecto…»; a lo que
concluyó rotundo: «…le falta respirar».
Tampoco
podemos olvidar un apellido, vinculado a la Hermandad de Pasión, el
de la familia Turina. El más famoso, lógicamente, es Joaquín
Turina Pérez, músico y compositor, autor de obras tan destacables
dentro del llamado nacionalismo musical como:
La procesión
del Rocío (1913),
Danzas
fantásticas (1919),
Sinfonía
sevillana (1920),
Canto a
Sevilla (1925) o
La oración del torero (1926).
Nos interesa destacar en este caso, ya que
hablamos del Señor de Pasión, que Joaquín Turina fue hermano
activo de la Hermandad y que le dedicó una Misa para Orquesta, una
Marcha Fúnebre, innumerables coplas para los cultos y hasta un
movimiento de su suite para piano “Por las calles de Sevilla” se
titula “ante la Virgen de la Merced”.
Pero en esta ocasión nos vamos a centrar en el “culpable”
de esta predilección del músico hacia su Hermandad, nos referimos a
su propio padre, Joaquín Turina y Areal.
De ascendencia italiana, pasó a la historia de la
pintura sevillana como uno de los últimos continuadores
decimonónicos de las escenas costumbristas, sin que se conozca de
manera precisa ni la mayor parte de su producción ni muchos
pormenores de su biografía, debido a la escasa repercusión de su
obra. Nacido en 1843, en 1882 contraerá matrimonio con Concepción
Pérez, natural de Cantillana (Sevilla), viviendo ya entonces en la
casa familiar de la entonces calle Ballestilla, actual Buiza y
Mensaque, donde en el actual número 8 figuera una placa recordado
que el 9 de diciembre de 1882 sucedió lo que más fama dio al pintor
en toda su vida: el nacimiento de su hijo Joaquín, uno de los
músicos españoles de mayor celebridad de su tiempo.
Alumno, al parecer desde los nueve años, de la
Escuela de Bellas Artes hispalense, De su producción más temprana
se sabe que pintó obras devocionales y también pinturas de frutas y
de flores.
Siguiendo a Carlos G. Navarro, Técnico de
Conservación de Pintura del Siglo XIX, Museo del Prado, Turina Padre
participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881 con Los
dos extremos, y acudió también a la Exposición de Chicago de 1893
con Desembarco de Colón en Palos a su regreso de América.
Su labor fundamental consistió, durante toda su
vida, en la producción de escenas de carácter costumbrista, tan
arraigadas en Sevilla desde el romanticismo, con fines puramente
comerciales e intenciones meramente decorativas. Se conocen también
algunas otras pinturas teñidas de cierto carácter histórico –La
ronda nocturna encontrando el cadáver de Escobedo o Un episodio de
la sublevación cantonal en 1873– pero sobre todo centradas en
aspectos anecdóticos y superficiales del pasado sevillano, como
Martínez Montañés viendo salir la procesión de Jesús de Pasión
(Sevilla, Hermandad de Pasión).
La pintura, realizada en 1890, está depositada en
la propia Hermandad de Pasión y dedicada por su autor en uno de sus
extremos inferiores. Hay dos claros protagonistas en la escena, la
obra y su autor. Y rodeando a ambos, toda una atmósfera
costumbrista, reflejo de lo que el Abad Gordillo contaba sobre la
cofradía en la calle cuando allá por el siglo XVII salía de la
iglesia del convento casa grande de la Merced:
«salen muy bien compuestos y en mucho número los
hermanos y cofrades de ella, y llevan primero su estandarte blanco
con cruz carmesí y muy bien acompañados de luces. Va siguiendo la
cruz de la parroquia y luego van todos los de la disciplina, seguidos
unos de otros. Y en lo último de ella Nuestro Señor en andas sobre
hombros de cofrades y hermanos de la cofradía con la Santa Cruz
sobre sus hombros y Simón Cirineo que le ayuda.
Son ambas figuras muy proporcionadas a lo que
representan y mueven mucho a devoción. Luego siguen los religiosos
del Monasterio con sus candelas en las manos, y entre ellos, con la
general inadvertencia, unos músicos de canto de órgano, cantando a
voz en cuello las letanías… Luego vienen las santas imágenes de
María Santísima y San Juan Evangelista que la acompaña, con muchas
luces y hachas que llevan los cofrades y hermanos; y después los
clérigos parroquiales por orden y mandado del Pontífice Romano…
Es una de las procesiones lucidas, quietas y
pacíficas, porque como una de las primitivas y antiguas de la
ciudad, no se gobierna del modo que las modernas o nuevas, que hay
más regidores que cofrades, sino sólo con dos alcaldes, uno al
principio de la procesión y otro al fin de ella, con que van
bastantemente gobernados y regidos».
Pero, ¿De qué iglesia sale la cofradía? En 1890 la
Hermandad de Pasión ya radicaba en el Salvador tras un periplo por
varios templos, ¿Es San Miguel, iglesia Mudejar derribada en 1868?
¿O pretende representar la Merced dándole esa apariencia falsamente
mudéjar? Anacrónicamente, Joaquín turina situa como cirineo al
popular “Mirabalcones” que la cofradía poseía desde “sólo”
1841 (vendido en 1951 a la Hermandad de Jesús Nazareno de Aguilar de
la Frontera) al igual que parece reflejar las andas de carey y plata
que se perdieron durante la invasión francesa y que algunos
sostienen que están en el Louvre parisino. Llama la atención el
escaso exorno floral y la exigua iluminación, cuatro faroles,
reflejo quizá de cómo se disponían las andas procesionales en
tiempos de Turina.
Sigue al paso, portado a hombros por cofrades de
penitente con antifaces morados, la comunidad de la Merced, con sus
hábitos blancos, conservados como recuerdo ahora en los manigueteros
del paso de la Virgen de la Merced, comunidad monacal que acompañaba,
por un concierto con la hermandad de 1579, su estación penitencial,
que por aquellas fechas tenía lugar en la madrugada del Viernes
Santo o en la noche del Jueves Santo.
El escultor, ya anciano, es representado sentado
en un sillón frailuno, con las manos entrelazadas en actitud orante,
con la mirada fija en el Nazareno de Pasión, está flanqueado por
un grupo de personajes que abarcan desde la joven doncella acompañada
de su ama hasta un grupo de fieros caballeros de poblados bigotes con
espadas al cinto, golillas y botas altas, descubiertos los sombreros
al paso de la procesión aunque con rostros devotos, quizá
impresionados por el sonido de los latigazos de los flagelantes
descalzos, con sus espaldas ensangrentadas.