Mostrando entradas con la etiqueta Calles. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Calles. Mostrar todas las entradas

22 septiembre, 2025

El pintor liberado.

Había nacido en Sevilla, alrededor de 1590. Su padre ejercía el oficio de grabador en cobre y pintor iluminador, de modo que no es de extrañar que sus hijos Francisco y Juan entraran en el taller familiar a edad temprana. Debió tener buena mano ante el caballete desde jovencito, pues en 1616 el gremio de pintores entablará pleito con él por haber aceptado un encargo del convento Casa Grande de San Francisco sin siquiera haberse aún examinado para ingresar en dicha corporación; dicen que se le agrió el carácter tras este encontronazo inicial e inesperado con sus "colegas" de profesión y que aquél empeoró tras nuevas querellas y litigios. Nada se sabe con certeza, pero no es menos interesante mencionar de Francisco de Herrera el Viejo que destacase tanto como para ser elogiado, asumiendo destacados encargos, como criticado por su áspera forma de ser; curiosamente, la calle que lleva su nombre queda muy cerca del Museo de Bellas Artes de Sevilla, de modo que, para variar, vamos a lo que vamos. 

Foto Reyes de Escalona.

Entre las calles Monsalves y San Roque, no lejos del Museo, como decíamos, la calle de Herrera el Viejo pasó a denominarse de este modo en 1875, en sustitución del anterior "Herrera" a secas, puesto en honor al poeta Fernando de Herrera (1534-1597) pero que en aquel referido año recibió una nueva calle en la zona de San Andrés, de ahí la modificación. Estrecha y con no mucho trayecto, fue conocida como "callejón de San Roque" o como una bocacalle que llegaba hasta la llamada Cruz de la Parra (parra que dio nombre tanto a un corral de vecinos como a un horno, muy conocido por la calidad de sus productos panaderos). Se tienen noticias del empedrado de la calle allá por 1619 y de su adoquinado en 1919, siendo primordial el uso residencial de la mayoría de los edificios, aunque no siempre fue así.

Volvamos a Herrera el Viejo. Pintor barroco, destacado grabador, autor de un extenso catálogo de obras de temática religiosa y profana, tuvo en su contra, como decíamos, un "mal pronto" del que fue víctima incluso un joven Diego Velázquez, aprendiz suyo, que pronto preferirá cambiar de maestro y continuar su formación con quien a la postre será su suegro: Francisco Pacheco, con taller en la calle del Puerco, ahora Trajano. En los muros del Museo sevillano cuelga la increíble Apoteosis de San Hermegildo, una creación llena de colorido, movimiento y energía, rompimiento de gloria incluido con la presencia de los grandes personajes de la Sevilla visigoda: San Isidoro, San Leandro, Recaredo y Leovigildo. La pintura fue realizada para el retablo mayor del jesuita colegio de San Hermenegildo, ahora en restauración, junto a la Plaza del Duque, y dio lugar a un singular episodio.

Apoteosis de San Hermenegildo, sobre 1620-1624. Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Sobre 1619, lo cuenta Chaves Rey, el maestro Herrera fue incriminado judicialmente, acusado de fabricación de moneda falsa, lo que podía llevar a severa condena; temeroso de ser apresado y llevado a la Cárcel Real, se acogió a sagrado en el convento de San Hermenegildo, donde pintó el antes referido cuadro. Durante la estancia de la corte del rey Felipe IV en Sevilla en 1624, éste visitó el colegio jesuita y quedó profundamente conmovido por la belleza de la Apoteosis de San Hermenegildo; su majestad, interesada, preguntó por el autor del lienzo, siendo llevado a su presencia el propio Herrera el Viejo, quien humildemente explicó al monarca los pormenores y composición del cuadro, además de su situación de prófugo ante los tribunales. Se dice que Felipe IV, admirado, ordenó sin demora archivar la causa contra el pintor y que quedase libre de toda acusación, ya que, afirmó solemnemente, "quien sabía ejecutar obras como ésa no había menester el oro ni la plata". 

San Buenaventura recibe el hábito de San Francisco. 1628. Museo del Prado.

Fallecida su mujer durante la terrible epidemia de Peste de 1649, trasladado su hijo Herrera el Mozo a Italia (incluso algunos sostienen que huyó de la casa familiar llevándose una elevada suma de dinero), Herrera el Viejo prosiguió con su labor entre colores, lienzos y pinceles, siempre, eso sí, con el sambenito su mal temperamento, de modo que, viudo ya, hasta una hermana suya con quien compartía vivienda prefirió ingresar en un convento antes que continuar conviviendo con él. Trabajó para los franciscanos del colegio de San Buenaventura, entre otros, y se dejó influir por el estilo de Juan de Roelas, siendo considerado uno de los introductores del llamado naturalismo en la pintura hispalense. Desencantado quizá con la ciudad, mudóse a la capital del reino con avanzada edad, y en Madrid, villa y corte, concluirá su vida en la más absoluta pobreza en el año 1654.

Regresamos a la calle que recibió el nombre de nuestro maestro pintor. Álvarez Benavides, en 1871, daba detalles sobre cómo en el número 13 radicaba el Colegio de Nuestra Señora del Amparo:
"Colegio de instrucción primaria para señoritas, bajo la dirección de doña Dolores de los Ríos. En él se inculcan a las alumnas los más rectos principios religiosos y sociales y una esmerada instrucción en lectura, escritura, labores, etc."
Foto Reyes de Escalona.

Pese a esto, dada su condición recoleta y relativamente alejada del bullicio, fue sede de establecimientos relacionados con la prostitución y ello, como es habitual en estos casos, constituyó fuente de problemas de orden público con cierta frecuencia, tal como recogió el diario La Andalucía allá por junio de 1897 en un artículo con la peculiar prosa de aquellas calendas:
"En la calle Herrera el Viejo hubo ayer por la mañana un escándalo terrible. Parece que una "paloma" cambió de nido y las dueñas del palomar que echaron de menos el ave salieron a la calle y armaron tal marimorena que el público que pasaba estuvo entretenido durante dos horas largas.
 
Las frases más obscenas y más asquerosas salieron a relucir y hubo aquello de querer entrar en la casa derribando la cancela y otros excesos. Durante todo el tiempo de la repugnante escena no acertó a pasar por allí ningún guardia, a pesar de estar dicha calle al lado del Museo, sitio donde creemos que hay pareja. 
 
Mentira parece que en una población culta suceda esto. De seguir esta lenidad y este abandono respecto a ciertas industrias que debieran estar relegadas a determinados sitios, las personas honradas tendrán que formar fuerte liga y elegir sus viviendas en las afueras de la capital, toda vez que en la mayoría de las calles del centro hay infinidad de "nidos", cuyas "palomas" no pueden rozarse con las personas decentes".

Se nos quedaba en el tintero; indicando que vivía en la madrileña plazuela de los Herradores, la partida de defunción del maestro Herrera el Viejo se conserva en la parroquia de San Ginés, precisamente el mismo templo en el que contrajo matrimonio Lope de Vega en 1588 o en la que fue enterrado el músico Tomás Luis de Victoria en 1611, pero esa, esa ya es harina de otro costal...

08 septiembre, 2025

La calle de la Sopa.

Finiquitados los descansos estivales, en esta ocasión Hispalensia dirige su mirada hacia la zona de la Anunciación, para intentar dar una visión sobre una calle de las que gustan, estrecha, adoquinada, poco transitada, usada en fechas semanasanteras para acortar recorridos en busca de cofradías y, sobre todo, con su poquito de historia. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Plano de Olavide. 1771. La calle de la Sopa, entre la Casa Profesa de los Jesuitas y la Casa Cuna.

Como decíamos, entre las calles Cuna y Puente y Pellón se encuentra una vía que posee la particularidad carecer prácticamente de circulación rodada. Poseyó varios  nombres a lo largo de los siglos, el mas antiguo el de Tajador, para luego ser llamada Mal Lavado, Almona del Jabón y más adelante, ya en el XVI, de la Sopa, ya que al estar en la parte trasera de la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús (iglesia de la Anunciación incluida) por esa zona precisamente se distribuía tal alimento entre los desfavorecidos del momento, también José Gestoso localizó en esta calle el taller del "Maestro de hacer coches" Francisco Bruno, funcionando allá por 1714; fruto de la presencia jesuita en este sector es la calle Compañía, cercana a ésta que comentamos. Con este peculiar apelativo de La Sopa se mantendrá hasta el año 1864, cuando el consistorio de la ciudad decida darle un nombre tan peculiar que hasta el célebre escritor Antonio Gala, recordando sus años mozos como estudiante recién llegado a Sevilla desde Córdoba, allá por 1950, la recordó en su Cuaderno de la Dama de Otoño:

"Al mercado de la Encarnación, en Sevilla, iba, entre clase y clase de la antigua universidad, a ver las flores. A veces me comía una clase y me alargaba hasta El Jueves. Con un dinero ahorrado me compré una mañana un crucifijo viejo, de ébano y plata. (Lo perdí no sé dónde. Sí sé dónde, pero no te lo digo...) A ver las flores iba. En primavera, toda Sevilla flores. Y un olor a café, que salía del tostadero de la antigua calle Goyeneta. (Nunca supe por qué ese extraño nombre...)".

Para sacar de dudas al gran escritor, indicar que Goyeneta hace alusión a Manuel de Goyeneta, vecino de esta misma calle y fallecido en 1864, año en el que el consistorio hispalense acordó rotular la calle de la Sopa con el apellido de este señor por "consagrar sus días de ejercicio de la piedad más ferviente y de las prácticas más cristianas, como también los relevantes servicios que en circunstancias dificilísimas prestó a este pueblo su no menos esclarecido padre". En honor a la verdad, apenas se conocen pormenores sobre su biografía, salvo que fue hijo del Procurador Mayor de la Ciudad Joaquín de Goyeneta, conocido por su papel durante la invasión napoleónica en Sevilla, sobre todo por la legendaria anécdota con el mariscal Soult tras entrar en Sevilla con sus tropas y solicitar unas exageradas exigencias económicas para sus soldados, alegando tener a sus favor "veinticinco mil bayonetas" a lo que Goyeneta respondió "pues yo tengo veinticinco campanas", en relación a las de la Giralda y su capacidad de convocar a todo el pueblo sevillano contra el invasor con sus repiques; además, Joaquín de Goyeneta ostentó el cargo de Hermano Mayor en la del Gran Poder y mantuvo estrechos vínculos con la cercana ciudad de Dos Hermanas, donde curiosamente existe otra calle con el mismo nombre en honor a esta familia. Perteneciente al estamento militar, sabemos que Manuel de Goyeneta y Clarebout alcanzó el grado de coronel, sirviendo en diversos destinos y regimientos. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Como detalló Álvarez Benavides en 1874, en la calle Goyeneta tuvo lugar un sangriento suceso acaecido en 1867, cuando un agente de la ley solicitó la documentación a un sospechoso:

"El interpelado hace ademán de sacar del bolsillo la cédula de vecindad que le fue exigida por el dicho agente, y con la rapidez del rayo desenvaina un cuchillo y lanza una terrible puñalada a su interlocutor, que se hallaba muy lejos de saber la clase de criminal con el que se trataba. Sin embargo de lo solitario del sitio, una casualidad hizo que fuese perseguido el asesino, debiéndose sin duda su captura a que en la precipitación de su carrera, al intentarse por la calle de la Ballestilla tropezó con un poste, y gravemente contuso y maltratado no tuvo fuerzas para proseguir y se ocultó en un zaguán en el cual fue reducido a prisión.

Identificada la persona resultó ser el célebre ladrón y asesino conocido por el apodo de "Sisí", hombre que por sus crímenes, astucia y audacia se distinguía entre los más perversos de su clase. "Sisí" había recorrido todos los presidios y de todos ellos había encontrado medios de fugarse; su historia es una serie no interrumpida de maldades. El agente falleció en breves momentos a consecuencia de la herida, dejando en la orfandad a su desventurada familia. A las once de la mañana del sábado 31 de agosto de mismo citado año 1867 y a los pocos días de perpetrado este vil asesinato, "Sisí" expiaba sus crímenes sobre un patíbulo levantado en la Plaza de Arjona" (actual Puerta Real).

 Durante muchos años, fue puerta trasera del edificio de la Universidad (ahora Facultad de Bellas Artes) y por ella se accedía a su Biblioteca; además fue escenario de violentos enfrentamientos estudiantiles durante la II República, como los acontecidos durante una huelga general convocada en marzo de 1933, tal como recogió la crónica del diario El Liberal: 

"Los ánimos se fueron caldeando y pronto surgieron los primeros incidentes, que en los primeros momentos no revistieron importancia, debido al corto número de estudiantes que se hallaba en la Universidad. 

Cuando esto ocurría, una de las puertas que da a la calle Goyeneta fue violentamente abierta, irrumpiendo en el edificio un buen número de elementos extraños, armados de palos y porras, que se dirigieron al patio repartiendo palos, que fueron contestados por los huelguistas y entablándose entonces una verdadera batalla, a consecuencia de la cual resultaron no pocos estudiantes contusos (...) a los pocos momentos de esta lucha, por la puerta de la calle Laraña entraron otros individuos. Entonces sonó un disparo, cundiendo de nuevo la alarma. Sonaron más disparos -doce o catorce, según algunos estudiantes- y ya nadie puede dar detalles de nada. El pánico y la confusión fueron enormes. En el zaguán de la calle Goyeneta y en los corredores del patio pequeño se ven manchas y pequeños regueros de sangre". 

Foto Reyes de Escalona.

Frente a este clima de hostilidad, debido precisamente a la proximidad con la Universidad, la calle Goyeneta fue durante años lugar de jolgorio y juerga, con hostales, pensiones y alguna que otra casa "de mala nota", como se decía entonces, lo cual era fuente constante de conflictos con los vecinos por los altercados a altas horas de la noche, sin que deba quedarse en el tintero la escasez de higiene de la zona por la acumulación de basuras, tal como afirmaba la prensa local hace ahora casi un siglo:

"Se han acercado a nuestra redacción varios vecinos de la calle Cuna, manifestándonos que el abandono en que se encuentra la calle Goyeneta respecto a la limpieza pública, hace que los malos olores que las basuras constantemente depositadas exhalan, les produzcan muchas molestias. Dichos señores nos ruegan llamemos la atención del teniente de alcalde del distrito para que ordene que la limpieza se haga más a menudo y con más escrupulosidad".

Pueden destacarse varios edificios importantes en la calle, el primero, en el número 2, esquina con Puente y Pellón y que junto con el número 17 fueron diseñados por el conocido arquitecto Aníbal González, uno dentro de la pautas del llamado estilo regionalista y otro con un perfil mucho más funcional, alejado de aquella estética. Además, merece la pena reseñar un palacio fechable como del siglo XVIII que ocupa el número 15, que algunos afirman fue residencia de los antedichos Goyeneta, dedicado ahora, signo de los tiempos, a alojamientos turísticos y, por último, el número 11, esquina con la calle Buiza y Mensaque, construido en 1920 para albergar la sede de la conocida marca de cafés Saimaza, fundada por el cántabro Joaquín Sainz de la Maza en 1908. 

Probablemente, el olor del café tostado que tanto atrajo a Antonio Gala en su juventud proviniera de este edificio, bellamente decorado con una serie de azulejos trianeros realizada en los talleres de Mensaque y Rodríguez a finales de la década de los veinte del pasado siglo XX y que afortunadamente quedaron restaurados en 2020 cuando el edificio fue profundamente reformado para albergar, qué remedio, un nuevo establecimiento hostelero, en cuyo interior un azulejo con Nuestra Señora de Valvanuz, patrona del valle pasiego de Carriedo recuerda la procedencia cántabra de los Sainz de la Maza. Por desgracia, nada queda de la trayectoria de esta firma sevillana y cafetera ya que cerró su fábrica de Dos Hermanas en 2014, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

Anuncio en prensa. Año 1929.




19 mayo, 2025

Antes, Burro.

Quizá algún lector, visto el título, ya sepa por dónde nos vamos a mover en esta ocasión, lo que quizá desconozca es que fue lugar frecuentado por guerrilleros y carromatos; pero para variar, vamos a lo que vamos. 

Entre las calles Puente y Pellón y Pérez Galdós, a medio camino entre la Encarnación y la Alfalfa, la calle Alonso el Sabio (con el "Don" por delante), ha sido tradicionalmente calle para chanzas y chascarrillos, no en vano, ya en el siglo XVI, sin que se sepa muy bien por qué, se llamó calle del Burro, y así lo comprobó José Gestoso cuando localizó viviendo allí a la maestra bordadora Antonia Bazo, perviviendo tan peculiar apelativo durante el siglo XVIII, como consta en padrones y documentos varios de 1713 o 1742; sin embargo, visto lo raro que quedaba escribir en las direcciones de las cartas aquello de "Don Fulano de tal, Burro número 5", el Consistorio acordó en 1845 otorgarle un nombre más preclaro, el del hijo primogénito de Fernando III de Castilla, o lo que es lo mismo, Alfonso X, apodado El Sabio, por su labor en pro de la cultura y las letras en aquellos tiempos medievales. No obstante, en el lenguaje popular quedó para siempre la broma, recogida por el escritor José María Izquierdo en su obra Divagando por la Ciudad de la Gracia (1923):

"La calle que la fidelísima y nobilísima ciudad del NO8DO rotuló con el nombre del hijo de su santo reconquistador, tenía antes una denominación que hacía pensar en la de una comedia de Plauto: la Asinaria... Durante cierto tiempo en las guías, en los anuncios y en los membretes se leía: Calle Alonso el Sabio, antes Burro..."

 

A medio camino, como decíamos, de la zona de las Carnicerías de la Alfalfa, de las Vinaterías o ya en el XIX del cercano Mercado de Abastos de la Encarnación, la calle, peatonal casi siempre, tuvo un marcado carácter comercial o de servicios. Álvarez Benavides en 1874 alude especialmente a los números 7 y 9, que en aquellos tiempos eran propiedad de Manuel de la Puente y Pellón, alcalde de Sevilla de quién hablamos en su momento al tratar la vía que lleva su nombre. Estas casas, ahora convertidas, para variar, en apartahotel de lujo, fueron terminadas en 1868 bajo la dirección del arquitecto José de la Vega y Alcalá, y se sitúan en lo que fue la famosa Posada de la Castaña.

De las más conocidas de la ciudad, la de la Castaña servía tanto como posada como mesón y en ella se hospedaron gentes de toda condición, desde Ignacio Cepeda, el amor imposible de la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda allá por 1839 (vecina entonces de la calle Cantarranas y autora de la primera novela anti esclavista, mucho antes de la conocida Cabaña del Tío Tom) hasta, unos años antes, en tiempos bélicos de lucha contra los franceses, el hermano Fray Demetrio, monje del Convento de Los Terceros que abandonó la celda y el rezo para empuñar un trabuco para encabezar la llamada Partida del Fraile, que encuadrada en la división del general Ballesteros dio no pocos quebraderos de cabeza a las tropas galas que estaban acuarteladas en el sur español. Por cierto, al finalizar la contienda, se cuenta que el monje regresó, a sus quehaceres monásticos como si nada hubiera pasado, con una conducta ejemplar, nada que ver precisamente con su "colega" de convento del que dimos cuenta oportunamente no hace mucho: Fray Ignacio o Antonio de Lagama. Ya que hablamos de conflictos bélicos, la calle de la que hablamos fue víctima en 1843 del llamado Bombardeo de Van Halen, general a la órdenes del Regente Espartero, cayendo en la misma un proyectil procedente de las baterías de artillería que asediaron, sin éxito, la ciudad.

Del Callejero de Sevilla. 1845.

La Posada de la Castaña, además, con su ambiente bullicioso y jaranero, con su ir y venir de huéspedes, era punto de partida para diligencias y postas que partían a diario hacia la cercana Carmona o, dos veces en semana, martes y jueves, propiedad de un tal Juan Amador, hacia el malagueño Balneario de Carratraca, célebre por sus aguas y al que a mediados del XIX comienza a acudir parte de la burguesía andaluza. Con el tiempo, cambió su nombre, pasando a llamarse Fonda Española desde 1868, que además de proporcionar hospedaje, poseyó salones para banquetes, en los que solía reunirse la clase política de tiempos de Alfonso XII.

 
Además, hay que destacar que la calle fue sede también de otros establecimientos, como la llamada Fonda de Malta, en el número 20 desde el año 1833 y que en 1874 estaba gestionada por el empresario Pedro Aragonés; aparte, albergó confiterías, tiendas de tejidos, tintorerías (donde en su momento estuvo el corral de vecinos llamado de Las Gallinas) o droguerías, destacando como curiosidad una fábrica de papel de fumar, dirigida por Salvador Pérez y Gisbert (que también tenía tuvo una fábrica de fósforos en la desacralizada iglesia de Santa Lucía) y que se nutría de papel procedente de Alcoy. En 1951 residía en esta calle el Colegio Andaluz de Árbitros de Fútbol, trasladado luego a O´Donnell y entrando en cuestiones cofradieras, en el número 7 ha venido funcionando desde hace bastantes años el taller de bordado en oro Santa Bárbara, que tantas y tan buenas obras ha legado para la Semana Santa y El Rocío. 

Foto Reyes de Escalona. 

En cuanto a edificios, merece la pena destacar el número 8, esquina con la calle Siete Revueltas, realizado por Aníbal González para Dolores Miravent y que es toda una declaración de intenciones en lo referente al llamado "estilo regionalista" en arquitectura, combinando elementos mudéjares y barrocos con materiales tan diversos como el azulejo, el cristal, el hierro forjado o las yeserías, sin olvidar el ladrillo tallado. Del mismo modo, llama la atención el número 12, de estilo "neoplateresco" y del que se tienen noticias a comienzos del siglo XX, aunque fue reformado en 1945, pero esa, esa ya es harina de otro costal.


07 abril, 2025

Un poco sobre los "De abajo".

Dado que seguimos en Cuaresma y a pocos días de la Semana Santa, en esta ocasión, aprovecharemos para dar varias "chicotás" en honor a un personaje denostado y admirado según las épocas, figura indispensable por su papel en las cofradías y labor siempre digna de estudio; pero como siempre, vamos a lo que vamos. 

El término "costalero" aludía históricamente a los llamados "mozos de cuerda", mozos que, usando sogas o costales de arpillera, se empleaban para transportar cargas pesadas como fardos, sacos o equipajes; los pícaros por antonomasia, Rinconete y Cortadillo, ingresarán en este oficio adquiriendo sendos costales ("pequeños, limpios o nuevos") con los que ejercerlo, comenzando sus peripecias hispalenses en la Plaza del Pan, por poner un ejemplo. Con el tiempo, serán llamados "Gallegos" por ser la mayoría de aquellas tierras e incluso existirá un corral con su nombre en la calle Oropesa, junto a Cuna y serán contratados para portar los Pasos en Semana Santa, gozando de no muy buena fama enter algunos sectores de la sociedad sevillana por su rudeza y comportamiento. 

Novelistas, escritores y poetas han intentado dejar por escrito sus particulares visiones sobre este trabajo anónimo y callado, ya desde finales del siglo XX en manos de hermanos o voluntarios que sustituyeron a los "profesionales", trabajadores experimentados en el Muelle o en Mercasevilla al mando de dinastías de capataces que gozarán de justa fama: Franco, Ariza, Bejarano o Borrero, por citar algunas.

En una primera "chicotá", hemos extraído la perspectiva de un escritor nacido en Camas en 1876 y fallecido en Sevilla en 1954, José Muñoz San Román, autor de El Encanto de Sevilla (1921), en uno de cuyos pasajes se refleja el trabajo del capataz y su cuadrilla durante una procesión, en el que podemos apreciar incluso las voces de mando o la manera de recompensar a "los de abajo":

"Los pasos son llevados en alto por unos hombres fuertes, conocidos por los costaleros. Van en cuádruples hileras debajo de las andas, soportando la enorme y pesada carga sobre los cuellos robustos. Los riquísimos faldones de terciopelo y oro ocultan a la vista del público los fatigados cuerpos de esos hombres infelices que, en fuerza de trabajo y fatiga, nunca llegan a rendirse.

Sólo se les ven los pies andando a compás y produciendo un sordo y crudo rumor. En los descansos suelen echarse a tierra, asomándose bajo las suntuosas telas para pedir un cigarrillo o agua. Cuando paran ante determinadas tabernas se les reparan un tanto las fuerzas con vino del de la hoja, por cuenta de la Hermandad. Y es de ver aquellos rostros renegridos, sudorosos y tristes, cómo se animan con el engañoso vigor que les da la bebida.

El capataz, que va delante y fuera del paso, los guía y es un primor su destreza. Cuando el paso descansa en tierra y hay que ponerlo en marcha, el capataz da un golpe con el llamador y les avisa:

"Muchachos, que voy a llama... Una subiita suave y... a esta é...". Da nuevamente un golpe con el llamador, y los costaleros, a un solo tiempo, elevan el paso en alto y comienzan a andar. Durante el trayecto no cesa de gritar el que guía:

"Esa derecha atrá..." "Esa izquierda alante...", según la dirección que deberán tomar los que pierden la linea debida. Y cuando han de parar les dice: "Muchachos, una agachaita por iguá y quearse paraos... ¡a esta é! Y da un fuerte golpe con el aldabón.

La marcha de los gigantescos pasos por las estrechas calles sevillanas ofrece grandes dificultades, y para el que guía constituye toda una ciencia su servicio. Por eso son, en fin, contados los buenos capataces, y se les busca y contrata en las mejores condiciones. Las fatigas y trabajos de los pobres costaleros debieran inspirar al corazón del público que ve pasar las Cofradías las más tiernas conmiseraciones. Porque son ellos los verdaderos y obscuros penitentes."

Damos un salto temporal y nos plantamos en el año 1964, fecha en la que se publica en México la novela El Capirote, de la que es autor el escritor sevillano Alfonso Grosso (1928-1995). Con una prosa  áspera y social describe las última semanas de vida de un jornalero gravemente enfermo de tuberculosis que se alista en la cuadrilla de un capataz apodado "Trinidad" para sacar cofradías en Semana Santa; Grosso, autor maldito en su época para algunos, demuestra en su novela El Capirote (publicada en México debido a la censura) que conoce a la perfección los usos y códigos del mundillo de capataces y costaleros asalariados, desde la terminología hasta los usos y formas de comportamiento: 

 "Los costaleros iniciaban ya el rito de la colocación del costal sobre la cabeza. Se ayudaban unos a otros para ajustar el saco plegado que les almohadillaría los hombros y la nuca. Algunos, apretaban una vuelta más sobre la cintura la negra faja que les mantendría erguidos, o se agachaban para amarrar con destreza las cintas de sus alpargatas. 

Trinidad los fue distribuyendo por estatura. La falda de raso del paso de palio permanecía aún levantada. Los hombre, en fila india, iban ya entrando para ocupar su lugar bajo las trabajaderas." 

El comienzo de la maniobra de la salida del paso de la iglesia queda plasmada con rapidez, frases cortas y casi ausencia de adjetivos:

"El llamador duplicaba su golpe dentro del paso. La lamparilla de aceite procesionaba la sombra de los cuellos y de los brazos, de las manos apoyadas sobre las trabajaderas delanteras. Le sudor resbalaba sucio y salobre por los pechos y las espaldas. Era un leve murmullo el caminar, como un silbido, cuando las alpargatas de cáñamo se arrastraban por el suelo. Al llegar a la puerta de la iglesia, el capataz, a través de los respiraderos, ordenó "rodilla en tierra". Los cuarenta hombres se dejaron resbalar lentamente hasta que el palio de la Dolorosa bajó tres palmos en el arco de medio punto del portal. Los laterales quedaban separados apenas unos milímetros de los dos quicios. Las rodillas empezaron entonces a moverse lentamente, de manera imperceptible. Por unos instantes, parecieron las andas quietas, estáticas, milagrosamente justas a los bordes de la portada de piedra y no parecía que pudieran adelantar ya ni un solo centímetro."

Queda, del mismo modo, la visión idealizada, nostálgica de Luis Cernuda (1902-1963) cuando, en el capítulo de su libro Ocnos (1942) titulado Las Tiendas menciona de pasada a los costaleros cuando escudriña en las covachas de la Plaza del Pan, como buen conocedor de aquella zona al haber sido vecino cercano de la calle Acetres:

"Estaban aquellas tiendecillas en la Plaza del Pan, a espaldas de la Iglesia del Salvador, sobre cuya acera estacionaban los gallegos, sentados en el suelo o recostados contra la pared, su costal vacío al hombro y el manojo de sogas en la mano, esperando baúl o mueble que transportar. (...) En la plaza, los gallegos (denominación gremial y no geográfica, porque algunos eran santanderinos o leoneses) se encorvaban soñolientos y fofos, más al peso de los años que al de las cargas ingratas que su oficio les condenaba. Eran ellos quienes en Semana Santa, durante los altos de las cofradías, asomaban tras las andas de terciopelo sus caras congestionadas, bajo la masa dorada de esculturas, candelabros y ramilletes, alineados tal esclavos en los bancos de una galera."

Terminamos. Dejamos para el final una visión relativamente reciente, la del historiador, novelista y académico de la Lengua el hondureño Marcos Carías Zapata (1938-2018), de quien destacamos este escueto texto perteneciente a su obra Vara de Medir (1999) y que aporta la visión peculiar del foráneo, no por externa menos interesante, finalizando con una frase que nos ha llamado mucho la atención:

"Tarjeta postal: Los costaleros van en la penumbra. Cuando se detienen acuden los aguadores, sus cirineos. La aparición del aguador tiene que ser exacta al paso del desfile del paquidérmico tablao. Usted no ve la operación, ni a los costaleros ni a los aguadores, ocupado como está comprando souvenires y sin terminar de decidir su fidelidad entre los souvenires o el desfile de carrozas con sus divinos trabajos de imaginería barroca (y los imagineros que todavía siguen produciendo), sus celestiales objetos de orfebrería barroca (y los orfebres que siguen produciendo), hasta las hermanitas de clausura abonan para que abunde la oferta vendiendo por única vez en el año confituras y bollos de monja (la cofradía de los Servitas estrena dos farolas para acompañar, la de la O ha restaurado el manto de la virgen, la de los Gitanos le ha puesto faldones nuevos al paso del palio, la de Montesión estrena el mantolín y el cíngulo del Señor, la de los Estudiantes la insignia del Senatus). En las cofradías se agrupan creyentes y no creyentes. No se necesita creer para andar en la procesión, basta con creer en la procesión."

Sin duda, la figura del costalero ha sido, es y será objetivo de literatos y poetas cuando se trate de plasmar lo que de divino y humano tiene nuestra Semana Santa. Ojalá se nos brinde un descanso entre borrascas y podamos disfrutarla, pero esa, nunca mejor dicho, esa ya es harina de otro costal. 

 

16 marzo, 2025

Triperas o Triperos.

En esta ocasión, daremos detalles sobre una calle que ha quedado desgraciadamente "absorbida" por otra y que, por ello, es apenas mencionada en las idas y venidas por la ciudad, salvo en los itinerarios cofradieros, eso sí. Sede de instituciones culturales, cafés y tertulias literarias, acogió incluso el domicilio de la primera novia de un conocido poeta sevillano. Pero para variar, vamos a lo que vamos.

Foto Reyes de Escalona.

Entre la confluencia de O´Donnell y hasta Tetuán, se extiende una vía cuyo nombre peculiar era ya conocido en 1485: Triperos, o también, Triperas. Se desconoce exactamente el motivo de tal denominación, debida quizá a la existencia de puestos de venta de casquería, lo cierto es que con tal apelativo aparece en el plano de Olavide de 1771, tras superar una etapa en la que se llamó de San Gregorio, aunque en 1845, buscando quizá un registro más culto, será sustituido por el de un pintor sevillano universalmente conocido: Velázquez. La ubicación de esta calle, a medio camino entre  Tetuán y O`Donnell, hará que pocos la mencionen, peculiaridad ésta que los comercios supieron aprovechar a la hora de hacer publicidad: 

Anuncio en prensa local. 1895.

Medianamente angosta y corta en su trayectoria, hasta fines del XIX se caracterizó por su estrechez, pese a que a lo largo del XVI y XVII fueron frecuentes los derribos y alineamientos de edificios, como el que promovió el Asistente Martín Hernández de Cerón en 1588 para cerrar un rincón casi esquina con la antigua calle de la Muela (ahora, O´Donnell) ya que en él se depositaba gran cantidad de basuras ("ynmundicia"). Enladrillada en 1522, en 1612 fue empedrada, mientras que a mediados del XIX se sabe que estaba pavimentada y en 1889, asfaltada. Casi todos sus edificios mantienen la misma escala y número de pisos, destacando el del número 9 por su estilo modernista y el 11, antigua casa señorial decimonónica con patio interior aunque muy transformada.

Uno de los elementos más significativos de esta calle Triperas fue que a ella daba una de las puertas de acceso a la primera Biblioteca Pública que tuvo Sevilla, en concreto, enclavada en locales anejos al desaparecido Convento de San Acasio perteneciente a la orden de San Agustín, ahora espacio perteneciente al Círculo de Labradores desde 1950 y anterior sede de la Hermandad del Gran Poder. Inaugurada el 6 de octubre de 1749, su horario de apertura dependía de la época del año, por las mañanas permanecía abierta de siete a once de la mañana y de cuatro de la tarde al toque de Avemaría de mayo a septiembre, mientras que de octubre a abril lo hacía de ocho a once de la mañana y de tres de la tarde al toque de Avemaría, al atardecer de la jornada. El Cabildo de la Ciudad fijó una subvención anual a razón de 150 ducados, destinados a la conservación de los fondos, dotación de mobiliario y materiales y el salario del bibliotecario, siempre vinculado a la orden agustina, destacando la figura del Padre Garrido, principal valedor de la institución e incluso responsable del constante trabajo de clasificación y ordenación hasta su muerte en 1793.

Foto Reyes de Escalona.

A todo esto, habría que sumar el hecho de que la calle Velázquez acogió una serie de establecimientos de hostelería que servían tanto para consumir bebidas como para convertirse en espacios para confraternizar, charlar y discutir: los Cafés. Así, uno de los más famosos fue el llamado Café Central, que junto con el América, sirvieron para tertulias literarias o el Nacional, frecuentado por gente del mundo de los negocios. Por citar un ejemplo, el América fue punto de encuentro de miembros de la llamada Generación del 27, participantes en la Revista Mediodía, publicada por estos amantes de la lírica más contemporánea. Joaquín Romero Murube escribía sobre estas reuniones "cafeteras" en su obra "Sevilla en los labios":

"En aquella tertulia, reuníanse además elementos ajenos a la literatura, tipos pintorescos de la madrugada y el trasmundo del orden, que unas veces traídos por el inquieto Sánchez Mejías, otras por el sorprendente Villalón, llenaban de incidencias raras e insospechadas las alegres reuniones de nuestro cenáculo literario. No faltaron, como es natural, princesas orientales, espiritistas, rancios académicos de Buenas Letras, deportados portugueses, eruditos cavernosos, lánguidos poetas de la meliflua Suramérica, pollos modernistas, esperpentos, pamplinosos del surrealismo, niños impertinentes, sabios hueros, sablistas y charlatanes, si que también algunas poetisas de inspiración y hechos más o menos amables".

Por cierto, el Café América fue pionero a la hora de paliar las altas temperaturas del verano hispalense; del mes de julio de 1897 es esta curiosa reseña en El Noticiero Sevillano descubierta por nuestro veterano equipo de archiveros, bibliotecarios y documentalistas:

 "A pesar del excesivo calor que se dejó sentir en el día de ayer, pudimos notar que la temperatura en el café América era primaveral, con sus hermosos ventiladores eléctricos, bien repartidos en su extenso local, y al alumbrado que por fin pudo inaugurarse el domingo, ninguno de los numerosos parroquianos que pueden concurrir con frecuencia a dicho establecimiento, tendrá necesidad de sentir los rigores de la canícula que tan molesta es, principalmente en algunos días que no se siente ni la más mínima brisa que refresque nuestros pulmones. Le damos muy de verás al señor Antón la más cumplida enhorabuena por haber sido el primero en implantar en esta localidad los ventiladores eléctricos que tanta ventaja han de reportar a la comodidad y a la higiene."

Se ve que evitar "las calores" era objetivo primordial a toda costa, prueba de ello es que el propio Café que comentamos tuvo ese mismo año un pleito con otro salón cercano, el Piazza, sobre la queja de este último porque el primero echaba sus toldos para mitigar los rayos solares y le perjudicaba al perder luz en su establecimiento; cosas de otros tiempos.

Por cierto, en el número 8, entre 1854 y 1855 como documentó el también poeta Rafael Montesinos vivió Julia, hija de Antonio Cabrera Cortés y Dolores Rodríguez, quien habría sido la primera novia de Gustavo Adolfo Bécquer cuando cuenta apenas dieciocho años, recordada con nostalgia por el poeta en los últimos años de su vida, mientras que esa joven, primer amor del escritor, se mantuvo soltera toda su vida, muriendo en 1918. No lejos, en el mismo edificio compartieron espacio las oficinas de Prensa Española (diario ABC) y La Teatral, fundada en 1939 y especializada en la venta de entradas para espectáculos taurinos y teatrales, mientras que quedan para el recuerdo comercios tradicionales desgraciadamente desaparecidos, como las Perfumerías Recio o Mabigoa, Alfombras Ýñiguez o la Camisería Redondo. 

Terminamos, pero hablar de esta calle y no aludir a cuestiones gastronómicas sería casi un pecado. Aparte de los desaparecidos cafés, habría que mencionar, sin duda, la presencia, hasta los años 90 del pasado siglo, en el número 8, de la cafetería Viana, antecesora de la cadena de hamburgueserías sevillana "Dulio", que dejó paso en 1999 a la actual Casa del Libro, y por otra parte, la olorosa presencia del cercano bar Blanco Cerrillo, fundado en 1926 en la perpendicular calle de José de Velilla y que tiene como especialidad los boquerones en adobo, cuyo aroma perfuma buena parte de la calle Velázquez para deleite de paseantes locales o foráneos, ignorantes quizá de que recorren una zona peatonal desde 1991 y que se considera la décima calle más cara de España en materia de alquileres comerciales, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

03 febrero, 2025

La calle equivocada.

Es una calle poco frecuentada, sin tráfico rodado (con permiso de los patinetes, ya se sabe), de las que se usan para "cortar" entre vías importantes, por ejemplo, en fechas semanasanteras, de las que apenas aparecen en las guías y planos turísticos de la ciudad y que, para colmo, presenta un peculiar error a la hora de nombrarla. Pero como siempre, vamos a lo que vamos. 

Desde Lineros y Puente y Pellón hasta la calle Cuna, la calle Lagar se extiende estrecha y sin pretensiones. Un azulejo en el número 2, no lejos de donde estuvo la juguetería del "0,95", sirve para rotular la calle, con la particularidad de que cada una de sus cinco letras presenta decoración en las que las hojas de parra o vid o sus racimos relacionan el nombre de la calle con, según la Real Academia de la Lengua, el "Recipiente donde se pisa la uva para obtener el mosto", pero, conviene aclararlo, nada más lejos de la realidad, pues desde el siglo XVIII era conocida como Lagar de la Cera, por hallarse en ella un taller que servía para el blanqueo de la cera, aunque en 1845 se acortó su nombre para quedarse como está hoy día, de ahí la confusión en el tipo de "Lagar". El lagar de cera era una especie de prensa de tornillo que servía para extraer la cera de los panales de abejas por el sistema de presión. 


Llegó a poseer sendos corrales de vecinos, hoy ambos desaparecidos, uno de ellos en el actual número 5, e incluso el cronista Álvarez Benavides la calificó como "vía de primer orden" en virtud a su ubicación, y porque en ella se localizaban negocios tan variopintos como la imprenta de Gironés y Orduña y el colegio de primera y superior enseñanza del Salvador; en el número 11 tuvo su depósito una fábrica de hielo allá por 1876 (razón social "La Quinta de la Florida"). Quizá por su céntrica ubicación, en 1899, como ha estudiado Carlos A. Font, el ingeniero alemán Otto Engelhardt, director de la Compañía Sevillana de Electricidad, fundada en 1894, promovió la construcción en esta calle de lo que sería una de las primeras estaciones de acumuladores eléctricos de la ciudad, constando de una batería con capacidad de 4.000 amperios/hora. A esta estación siguió en 1905 la de la calle Feria, en el número 154, edificio aún conservado por fortuna, obra de Aníbal González.

Pese a esta rica actividad comercial, la calle atravesó malos momentos, prueba de ello es que en su edición del miércoles 7 de abril de 1897 el diario El Baluarte se quejara abiertamente:

"Y... La calle Lagar de la Cera sigue tan sucia y en el mismo estado de abandono de antes. Mientras tanto el Municipio dicta medidas de buena policía, recomendando a los particulares cuiden del aseo de sus fincas, blanqueen fachadas y pinten balcones y puertas para la venidera Semana Santa, la Alcaldía se cruza de brazos, haciendo caso omiso de la recomposición o limpieza de algunas calles. ¡Pero qué cosas se ven en Sevilla!".
Corral de Vecinos en la calle Lagar. Años 70.

 En nuestros días, por desgracia, poco queda de todo lo mencionado. Salvo alguna excepción, modernas casas de pisos se han adueñado de la calle Lagar, aunque como símbolo moderno figure desde 2008 la peculiar escultura del caracol que trepa por la fachada del edificio que hace esquina con Lineros y el número 1 de nuestra calle (de cuya puerta echamos en falta un precioso azulejo de San José), una interesante muestra de arte urbano obra del escultor nacido en Olivares Chiqui Díaz; por cierto, el caracol tiene un "hermano" de siete metros de altura,  instalado en la localidad onubense de Palos de la Frontera. 

Enfrente, en el número 2, en lo que es ahora un moderno hotel, tuvo su sede uno de los primeros establecimientos considerado como Grandes Almacenes, promovidos por una familia oriunda de Almería, los Lirola, que usó para darle nombre las primeras sílabas del nombre y apellidos de una de las hijas de su promotor, Victoria Lirola Martínez, para crear un nombre comercial que pasó a la pequeña historia del comercio sevillano: Vilima, famoso por sus "Zafarranchos" y cuya inauguración, en la tarde del 31 de marzo de 1963, fue resaltada por la prensa local con  reseñas llenas de alabanzas en el estilo de aquellos años:

"Sin temor a incurrir en hipérbole, puede calificarse de verdadero acontecimiento en  la  vida  comercial  de  Sevi­lla la  solemne  bendición  de  la  primera fase  de  los  suntuosos  establecimientos VILIMA,  efectuada  en  las  últimas horas  de  la  tarde  de  ayer  domingo,  en vía  tan  céntrica  de  nuestra  ciudad como  la  calle  Lagar,  en  el  lugar  en que confluyen las de Lineros y  Puente y  Pellón.

Con semejante acontecimiento, Sevilla ha enriquecido de manera considerable su acervo de moderna  urbe comercial.  Cuanto  sé  diga  para  enalte­cer  la  elegante  y  sugestiva  instalación que  motiva  las  presentes  líneas,  resul­tará  pálido  ante  la  realidad.  Una  superficie  de  seiscientos  metros  cuadra­dos,  magníficamente  ocupada  por  vitrinas  y  finos  mostradores,  en  los  que se  admiran  atrayentes  colecciones  de bolsos,  prendas  infantiles,  sutiles  ro­pas  femeninas,  que  parecen  tejidas por manos de hadas; preciosos artículos de viaje, abanicos, mantillas y multitud de artículos  más  gratos  a  las  mujer, forman  un  conjunto  de  ensueño,  en­marcado  por  una  decoración y  un  sistema  adecuado  de  alumbrado,  que comunican al local una magnifica ento­nación,  que  hace  juego  maravillosa­mente con infinitos  detalles  de un  gus­to  irreprochable."

En el verano de 1968 un desgraciado y fortuito incendio declarado en el establecimiento se llevó las vidas de dos bomberos que intentaban sofocarlo, dañando gravemente el interior de la tienda, por lo que hubo que buscar unas instalaciones provisionales en la calle Francos número 34; al fin, el 1 de diciembre de 1969 se procedía a la reapertura de los remozados Almacenes. 


Hasta 2001, Vilima funcionó como emblema del comercio sevillano, generando a su vez una gran influencia en su zona, desde la calle Córdoba hasta la Encarnación, aunque finalmente el negocio se vio obligado a cerrar sus puertas en ese año.

Casi en la desembocadura con la calle Cuna, y con fecha de fundación en 1913, se asienta en la calle Lagar una de las dos sedes de Cuadros Venecia, especializados en láminas y enmarcaciones y cuya trayectoria ha sido reconocida por el Ayuntamiento en unos tiempos en los que el comercio tradicional atraviesa su peor momento, pero esa, esa ya es harina de otro costal. 


26 enero, 2025

Varflora.

Se llamó Fernando Díaz de Valderrama, pero ha pasado a la historia de Sevilla por ser conocido por su seudónimo, con el que firmó obras imprescindibles para conocer la historiografía sevillana del siglo XVIII, y su nombre figuró en una calle del Arenal durante siglo y medio hasta que, cosas de esta ciudad, quedó desposeído del mismo a comienzos del siglo XXI; pero para variar, vamos a lo que vamos. 

Nacido en 1745, unos estiman que ingresó en la orden franciscana, mientras que otros, en la de Santo Domingo. Erudito y escritor, Fernando alcanzó el nombramiento de Revisor y Consultor de la Real Academia de Medicina y Examinador sinodal del arzobispado hispalense. En 1766 publicó el conocido Compendio Histórico-Descriptivo de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Sevilla, obra que fue corregida y aumentada en 1789 sin que en ella apareciera el nombre de su autor, antes bien, éste optó por elegir el de Fermín Arana de Varflora para ocultar el suyo. Además, escribió Hijos de Sevilla ilustres en santidad, armas, letras, artes y dignidades (1791), auténtico catálogo de personalidades al que han recurrido no pocos estudiosos y, como curiosidad, entre otros libros, editó unas Disertaciones sobre la imposibilidad física de celebrar exactamente el santo sacrificio de la Misa en un solo cuarto de hora. 

Falleció el 3 de mayo de 1804, dejando parte de su ingente trabajo sin publicar. El profesor y literato Mario Méndez Bejarano lo calificó así: 

"Era un hombre sencillo, ingenuo y confiado. Trabajó con sincero patriotismo, ajeno a toda sugestión de vanidad, ni menos de lucro. Si su crítica histórica no parece todo lo severa que hoy exige la escrupulosidad científica, no ha de olvidarse que en su tiempo se vivía en épica credulidad y que la crítica en materias históricas no había nacido aún en España".

En 1859 se rotuló como "Varflora" la antigua calle Real de la Carretería, entre la calle Arfe y el Paseo de Colón, en honor a este religioso e historiador. Rectilínea y con predominio de viviendas de dos y tres pisos, su estrechez en algunos tramos es de sobras conocida por los cofrades, que acuden cada tarde de Viernes Santo a contemplar la siempre complicada salida de la Hermandad de la Carretería desde su capilla (propia desde 1753 e inaugurada en 1761 con el gremio de Toneleros), lograda gracias al tremendo esfuerzo de capataces y costaleros, especialmente en el colosal Paso de las Tres Necesidades, acompañado de los característicos y románticos nazarenos de túnicas azules de terciopelo. 

Durante años, la calle albergó almacenes de aceitunas, tal como hemos comprobado en la Guía General de Sevilla y su Provincia, editada en 1860, donde aparecen apellidos como Galeano, Calzadilla o Vinuesa y que tienen que ver con la cercanía del puerto y el transporte de este tipo de mercancías, con mucha demanda (como ahora) en el exterior; en 1910 el diario El Liberal denunciaba precisamente la ocupación de la calle por este tipo actividad, generando molestias entre el vecindario. 

Por cierto, en 1878 todavía se registraba la presencia de toneleros en esta calle, también miembros del oficio de pintores y en los años treinta del siglo XX, en número 40, tuvo su sede la Gimnástica Andaluza, un modesto club de fútbol de categorías inferiores. 


En enero de 1919, un artículo del diario El Sol de Madrid alababa la labor de la empresa J. Bellido y Compañía, fundada dos años antes en el número 48, y cuyas exportaciones, al decir de la crónica:

"Se hacen en cajas y barriles, principalmente en cajas, teniendo un taller de barrilería, en el que se pueden atender rápidamente sus propias necesidades. Los Sres. J. Bellido y C.ª tienen varias marcas de aceites, que se propagan de contínuo por el éxito que las acompaña. Figuran entre ellas las denominadas "Cisne", "Pelayo" y "Gaviota", que son las preferidas de los clientes."

La cercanía del puerto, como decíamos, hará que también proliferen en esta zona del Arenal los llamados almacenes de "Efectos Navales", como recuerda un curioso azulejo localizado en la primera planta del edificio número 21 de la calle, recuerdo de un tiempo pasado en el que jarcias, boyas, pasamanos, sogas y cabos de todo tipo surtían a los navíos anclados en las cercanas orillas del río.



Aunque desde 1993 la Hermandad de la Carretería lo venía solicitando al Consistorio, no será hasta el año 2000 cuando el bueno de don Fermín Arana de Varflora quede "compuesto y sin calle" y que ésta pase a recuperar el de toda la vida: Real de la Carretería, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

11 noviembre, 2024

Bailén.

Transitada según en qué tramos, en esta ocasión nos vamos a recorrer una calle que en su tiempo pasaba por dos conventos, que fue escenario de robos y riñas a espadas, recibió varios nombres a lo largo de la historia e incluso a ella, cuando le dejaban, se asomaba cierto príncipe, viejo conocido de estas páginas, pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Desde San Pablo hasta casi la Puerta Real, la calle Bailén serpentea entre la Magdalena y el Museo; no deja de ser curiosa la serie de nombres que recibió en siglos pasados, pues el primer tramo, que coincide con la cabecera de la actual parroquia de la Magdalena (antiguo convento dominico de San Pablo) se llamó durante desde la primera mitad del siglo XV Dormitorio de San Pablo y también Pergaminería Vieja, mientras que el otro tramo, el que finaliza en Alfonso XII tras pasar por la cabecera de la iglesia de la antigua Casa Grande de la Merced, se llamó calle del Abc, sin que por supuesto tal denominación tuviera algo que ver con cierto periódico local, antes bien, historiadores locales como González de León lo atribuyeron a la presencia en esta vía de unas escuelas para niños en tiempos del rey Pedro I. 

Plano de Olavide. 1771.

Con un marcado carácter residencial, la calle albergó las sedes de importantes instituciones en su tiempo, como el Gobierno Civil, el llamado colegio de San Ramón (donde estudió el poeta Luis Cernuda entre 1913 y 1915) o una Casa Cuartel de la Benemérita, así como una Droguería o la afamada Botica de San Pablo, ésta casi en el comienzo de la calle que da a Murillo y San Pablo. Por cierto, el hecho de que los dormitorios dominicos dieran a ella sirvió para que a través de sus ventanales lanzara monedas de plata a los sevillanos el famoso (y falso) Príncipe de Módena durante su reclusión en el mencionado convento allá por 1748.

Plano de Olavide. 1771.

Sin embargo, dos sucesos destacan en esta calle, relatados por eruditos y cronistas:

El primero hace alusión a una revuelta popular, el denominado Motín de la Feria, acaecido en 1652 tras varios años de epidemias, malas cosechas y carestías. Levantada en armas parte de la población, cuenta Álvarez Benavides, siguiendo una relación anónima, que un grupo de sombrereros marchaba armado gritando aquello de "Viva el Rey, muera el mal gobierno", cuando uno de los sublevados, ya bajo los efectos del alcohol en abundancia osó gritar "Muera el Rey"; su muerte (la del sublevado ebrio) habría sido segura de no mediar por él, espada en mano, el alguacil Gonzalo de Córdoba, quien en medio de la tumultuosa refriega, mató de una certera estocada a un mozo, de Triana por más señas. La ira popular provocó que el infortunado alguacil pusiera pies en polvorosa para salvar su vida in extremis, refugiándose en el convento de San Buenaventura. 

Sin embargo, la multitud, deseosa de venganza, saqueó su casa de la calle Catalanes (ahora Albareda) y mató de forma brutal su caballo, "con tanta crueldad, que lo hacían pedazos como si lo hubieran de pesar a libras". Sin embargo, los rumores de que Gonzalo de Córdoba no estaba en la calle Carlos Cañal sino en el cercano convento de San Pablo, provocaron que la multitud sitiara el lugar, rodeando las calles Cantarranas, San Pedro Mártir y ésta que relatamos y exigiendo la salida del estoqueador. Pese a los ruegos de las autoridades, la gente no consintió en marchar hasta que los dominicos franquearon las puertas y la masa entró y registró palmo a palmo el convento, desde desvanes a bóvedas pasando por la propia celda del prior, con graves daños y sin conseguir capturar al alguacil, cuyo rastro finalmente se dio por perdido.

Foto: Reyes de Escalona. 

 El otro suceso, también recogido por Álvarez Benavides, tuvo lugar en 1849. Poco podían sospechar los vecinos de la calle que los pacíficos arrendatarios de la casa número 16 eran en realidad auténticos expertos excavaciones, y no arqueológicas, precisamente, sino en túneles y que con sus amplios conocimientos estaban construyendo un eficaz pasadizo subterráneo con todos sus aditamentos, un metro de ancho, metro y medio de altura y que era capaz de soportar el tránsito de carruajes por encima. ¿Cuáles eran sus intenciones delictivas? Parece ser que el túnel se dirigía hacia la cercana Tesorería de San Pablo, pero la casualidad o la mala suerte, hicieron que la obra bajo tierra fuera descubierta y detenidos los cacos "zapadores". Por cierto, al ayuntamiento le costó quinientos reales rellenar la zanja dejada por el túnel y aplanar la zona con total seguridad para viandantes.

Finalmente, a mediados del XIX el consistorio hispalense tomó el acuerdo de rotular Dormitorio de San Pablo con su actual apelativo, Bailén, que homenajea la victoria española contra las tropas napoleónicas en la batalla acontecida en 1808 y de la que salió consagrado como héroe nacional el general Castaños y en 1868 el nombre de dicha batalla pasó a figurar en todo el tramo, desapareciendo el simpático nombre de "Abc".                                            

Coincidiendo casi con esta circunstancia, en 1842 se derribó la primitiva parroquia de la Magdalena, dejando como testigo la plaza del mismo nombre, alojándose la parroquia en el antiguo convento de San Pablo. Como recuerdo, aún quedan en la propia calle Bailén algunas lápidas que sirven como recordatorio para pedir los Santos Sacramentos a deshoras, y ya que estamos con referencia históricas, en el número 38 de la calle se puede apreciar un azulejo que recuerda que en esa casa falleció en 1978 el pintor alicantino afincado en Sevilla Domingo Gimeno Fuster y, una vez pasada la casa hermandad del Museo, en la esquina de la calle con Alfonso XII otro azulejo recuerda, ahora que las tenemos tan desgraciadamente presentes por los sucesos de Valencia, una riada con este texto: 

"A las nueve de la noche del miércoles 28 de diciembre de 1796, siendo Asistente de esta ciudad el Excelentísimo Señor Don Manuel Cándido Moreno, subió el río en los contornos exteriores de ella hasta el nivel correspondiente al pie de este azulejo".

Vaya nuestro recuerdo, pues, para la buena gente de Valencia, para las víctimas de las inundaciones y para todos los voluntarios que están luchando contra la desolación y la desesperanza. Nuestro aplauso para ellos.