Aficionados a Vexilología, o ciencia que estudia banderas y pendones (en buen sentido de palabra), llamónos la atención, apenas retornamos a este Siglo en breve hará un año, cómo de muchas balconadas pendían curiosas enseñas desconocidas para nos. En una dellas reconocimos, expertos peritos como presumimos de ser, armas de Castilla, León y de otros reinos, por que supusimos tratábase de enseña patria, como a posteriori confirmamos y que tratábase de creación novísima de la décimo octava centuria.
Empero, contemplamos cómo en otra enseña, en trío de idénticas franjas en sinople, plata y sinople (o verde, blanco y verde en román paladino), campeaba descollante Hércules Invicto domeñando pareja de felinos leones. Como podrá comprender quien lea estos pliegos, inquirimos sobre tales asuntos y se nos dijo que constituían colores de “Andalucía” y que si la enseña nacional es reciente, novísima puede calificarse aquesta otra, pues es su data de 1918 y resultó creada en tierras rondeñas inspirada por cierto escribano de Casares apellidado Infante y con trágico final.
Recordamos entonces cómo ya en 1641 el Duque de Medina Sidonia pretendió, merced a conjura, coronarse Rey de tal tierra, siendo descubierto por el todopoderoso Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, familiar suyo y Valido de Felipe IV (que Dios guarde); llamado a la Corte, Medina Sidonia logró perdón real, sin olvidar que Olivares (siempre celoso de honra familiar) coméntole que “no es imposible que la reputación de Vuestra Excelencia padezca sin quiebra de la mía”. Peor fortuna corrió otro conjurado, Marqués de Ayamonte a la sazón, quien concluyó sus días recluido y medio loco encerrado en fortaleza.
Desechada, pues, dicha conjura por su sonoro fracaso, dedujimos haciendo gala de suma inocencia, que aquesta autónoma Andalucía de hogaño poco tiene que ver con aquella. De modo que la de agora adórnase con bendiciones y dineros de la Corte y cuéntannos laboran en pro della no pocos gobernantes, escribientes, gestores, consejeros, funcionarios y burócratas. Lujosos palacios y antiguos hospitales remozados acogen sesudos debates, dónde tómanse graves decisiones siempre por el bienestar de los ciudadanos. No hay, nos dicen, por tanto, sitio para cabildeos ni confabulaciones.
Quiera el Creador que aquestos crudos tiempos en que escasean trabajos y optimismos iluminen afanes de políticos sean del jaez que sean, y no hay en ello diferencia, pues probado resulta, afirmaba Diego de Saavedra Fajardo, que todo el estudio de los políticos se emplea en cubrirle el rostro a la mentira para que verdad parezca, disimulando engaño y disfrazando designios.
No quebremos pues andaluza reputación, que quebraremos, por ende, la nuestra.