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19 septiembre, 2024

Correa.-

"La música compone los ánimos descompuestos
y alivia los trabajos que nacen del espíritu. "
Miguel de Cervantes Saavedra.
 

Perfeccionista e inquieto, irascible y virtuoso del órgano, fue considerado una eminencia en su oficio y arte, y como tal, valorado en todas partes, menos en su ciudad natal, cosa nada infrecuente, por otra parte. Respondió al nombre de Francisco Correa de Arauxo y en esta ocasión desmenuzaremos, brevemente, cómo fue su trayectoria; pero, para variar, vamos a lo que vamos.
 
En septiembre de 1584 es bautizado en la parroquial de San Vicente el hijo de Simón Correa e Isabel de San Juan, al que se le pone por nombre Francisco. El nacimiento se había producido en el conocido como barrio del Bajondillo, la que sería ahora calle de Juan Rabadán, no lejos de San Lorenzo. Maestro botijero, el padre de nuestro protagonista a buen seguro era especialista en tinajas y orzas, con especial mención a las denominadas ollas peruleras, realizadas como envases para el aceite y el vino que se exportaba a América en aquellos años. 
 
Apenas ordenado clérigo, con solo quince años será instituido como organista titular del segundo templo en primacía de la ciudad, la Colegial del Divino Salvador, dónde destacó tanto por su esclarecido talento como por sus arrebatos de ira, pecado harto frecuente entre genios y virtuosos seguidores de la Musa Euterpe (la de la Música, para entendernos).


Sus comienzos quizá fueron un reflejo de lo que sería su trayectoria profesional, pues uno de los candidatos rechazados, un inglés de apellido Picaforte, pleiteó durante cinco años contra el nombramiento. A partir de ahí, los litigios serían su habitual compañero de viaje. Experto compositor, supo como pocos aunar bajoncillos, registros, clarines y tientos de tonos diversos, conjugando todo su saber en sesudo volumen titulado “Facultad Orgánica” que publicó en 1626, considerándose por ello diestro intérprete y lúcido instrumentista, lo que valióle halagos y alabanzas de quienes tuvieron ocasión de acceder a dicho volumen, tanto, que a la postre, años después fue considerado "El Bach español".


Mas como del dicho al hecho dista no poco trecho, quiso la Providencia que cada vez que hubiera vacante de organista en la ciudad o en otro lugar, como las catedrales hispalenses, toledana o malagueña, por citar algunas a las que opositó, nunca pudiera gozar de ellas, continuando en la Colegial del Salvador por espacio de veinticinco años, con enorme fidelidad y por ello logrando la recompensa de que se le premiara con un aumento de 2.500 maravedís y 6 fanegas de trigo.  Las decepciones y la frustración harán que se enfrente al cabildo del Salvador con desavenencia en diversos momentos, uno de ellos al negársele a ejercer como capellán, otro contra la Hermandad Sacramental a cuenta de unos carpinteros y otro, en  fin, por defender a su discípulo y sobrino Juan Arias Macías a quien habían despojado, arbitrariamente según él, de su plaza de cantor; cuentan las crónicas que por este motivo, y otros, la situación se fue agriando paulatinamente, de tal manera que, como cuenta el organista Andrés Cea, el 8 de septiembre de 1630 se produjo un tremendo escándalo en el Salvador, pues Correa planteó una serie de reivindicaciones que incluso acompañó con el lanzamiento de octavillas de protesta (algo en lo que, como se ve, se adelantó a los actuales sindicatos), realizadas de su puño y letra: 
“Se puso de pechos en la tribuna del órgano que cae sobre el coro y en voz alta dijo que le fuesen testigos los presentes como subía a tañer aquella fiesta compulso y apremiado y contra toda su voluntad. Y que, en señal de que así lo hacía, lo manifestaba en un papel que escritas las mismas razones arrojó dentro del coro. Y fue tanto el escándalo que el susodicho causó y lo que el pueblo alborotóse y escandalizase que en gran rato de tiempo no se pudo proseguir con los oficios divinos”.
Foto: Reyes de Escalona. 

El resultado final fue que el iracundo organista terminó dando con sus huesos en la llamada cárcel arzobispal, comenzando nuevo pleito, otro más, por la posesión de las llaves del órgano colegial (se negó a devolverlas) que no haría otra cosa sino precipitar que el cabildo del Salvador removiera cielos y tierra para lograr su propósito de despedir al organista. No hizo falta. El destino o la providencia divina hicieron que finalmente Correa de Arauxo aceptase el nombramiento de organista de la catedral de Jaén, donde durante cinco años, hasta 1640, ejercerá su magisterio, para finalmente lograr ese mismo año la plaza de organista titular de la catedral de Segovia. Allí se asentó de manera definitiva, pese a que le llegaron tentadoras ofertas, al fin, de la anhelada Hispalense, no volvió a cambiar de teclados. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Estimado lector, cuando entres en la iglesia del Salvador comprobarás que sobre airosa tribuna, a los pies del restaurado templo, hállase potente órgano, mas desdichadamente, por el momento sigue sin vida a la espera de una merecida y pronta restauración; no se trata, como algunos piensan del órgano del que tantos años salieron maravillosos registros y melodías compuestos por Correa de Araujo; si todavía pretendes hallar algunos restos de aquel órgano primitivo, tendrás que encaminarte a la cercana iglesia de la Anunciación, en cuyo coro alto, aunque con maquinaria moderna, se conserva, esta vez sí, el órgano que sirvió de piedra angular sobre la que se labró el  prestigio y  la fama de “El Bach español” y que pasó a mejor vida en 1654 en la ciudad de Segovia ocupando, como decíamos, plaza de organista en su Catedral, muriendo en la más absoluta pobreza, tanta, que el propio cabildo de la catedral segoviana asumirá los gastos de su entierro en la propia seo, pero eso, eso es ya harina de otro costal. 

16 agosto, 2021

La escritora de la calle Francos.

 Probablemente, una de las calles más transitadas del entorno de la Plaza del Salvador sea la que arranca (o finaliza) en la calle Francos y concluye en la propia plaza, casi frente por frente a Álvarez Quintero, justo donde estuvo durante años un establecimiento comercial bastante conocido y dedicado a la confección infantil, sobre todo para Primeras Comuniones: "El Paraíso". 

La calle, ya lo habrán adivinado, es la dedicada a la escritora sevillana Blanca de los Ríos, aunque a lo largo de su extensa historia recibió nombres de lo más variado, desde Cordoneros (allá por 1408) hasta Agujas o Agujeros, que derivó en "Abujeros", tal como recogió Santiago Montoto. Como detalle curioso, también se le llamó calle de Martín Morales, quizá en alusión a algún vecino destacado.


En 1880 y 1920 la calle sufrió sendas reformas en el tramo del Salvador, donde se derribó parte de la acera de los pares para ampliar la plaza, con lo cual quedó un espacio mayor que hasta permitió ubicar un quiosco que ha llegado hasta nuestros días (el de "Carmelita", para los niños del Salvador de los años 70 y 80 del pasado siglo). Se sabe que en pleno XVII ya estaba empedrada, lo que da, como siempre, idea de su importancia. En la esquina de calle Villegas destaca un importante edificio regionalista de Juan Talavera, la llamada "Casa Pérez Salvador" (1920-1923), en uno de cuyos bajos muchos aún quizá recuerden la desaparecida Librería Internacional de Lorenzo Blanco, fundada en 1923.

En cuanto a su función, a lo largo de la historia fue eminentemente comercial, como lo atestiguan la presencia de tiendas de paños en el siglo XIV, la de cordoneros o la de fabricantes de agujas, todo ello en relación con los nombres antes aludidos para la calle. Gozó siempre de gran prestigio como lugar, prueba de ellos es que en el siglo XVIII formó parte del recorrido en varias procesiones extraordinarias de la Virgen de los Reyes. 

En la actualidad sigue siendo calle de tiendas y comercios, de trajín para compras en mayo o en Navidad, aunque cerrara sus puertas la clásica tienda infantil "Jardilín" sustituida por un negocio de hostelería en la misma esquina con el Salvador. 

Un hermoso azulejo pintado por Gustavo Bacarisas, recuerda el nombre de Blanca de los Ríos, a quien se puede considerar como una escritora perteneciente a la Generación del 98. Había nacido el 15 de agosto de 1859 en el número 15 de la cercana calle Francos, y era hija de Demetrio de los Ríos, afamado arquitecto, director de las excavaciones de Itálica, autor del monumento a Murillo de la Plaza del Museo y defensor a ultranza de la conservación de varias parroquias sevillanas durante el periodo revolucionario de 1868, consiguendo evitar el derribo de San Marcos o Santa Catalina. La madre de Blanca, María Teresa Nostench, habría destacado en la faceta pictórica, llegando a ganar varios premios por su obra, sin olvidar a otro familiar muy destacado, también con calle en Sevilla: José Amador de los Ríos, tío de Blanca y eminente arqueólogo e historiador. 

Con este ambiente intelectual en la familia, no es de extrañar, por tanto, que la enfermiza Blanca de los Ríos se dedicara a la literatura desde su infancia, siendo apodada como "La Escritora" en los colegios de monjas por los que pasó. Con apenas siete años dictaba a su hermano José los párrafos de una novela que tituló "La Estrella de Sevilla", aunque contaba que la destruyó al enterarse por su madre de que Lope de Vega se le había adelantado en título y argumento siglos antes. No cejó en su empeño, y en 1878 publicó, esta vez sí, su primera novela: "Margarita". 

A partir de ahí, nunca cesaría de escribir, de estudiar, de indagar, de publicar, tanto en el terreno lírico (usaba como seudónimo "Carolina del Boss") como en el novelístico o ensayístico, ganando justa fama como conferenciante por toda España, ocupando también lugar preferente sus investigaciones sobre Tirso de Molina o Teresa de Ávila. 

Mario Méndez Bejarano la calificó en 1925 de "Niña precoz, mujer de alto pensar y admirable decir, poetisa, novelista, investigadora, dio en su juventud flores de poesía y en su madurez óptimos frutos. La cultura española agradecerá más los últimos; nosotros, estimándolos mucho, seguimos enamorados de las primeras", mientras que su amiga Emilia Pardo Bazán la describió como: “sencilla, tímida, de endeble salud, de vasta y bien guiada instrucción, de carácter plácido que oculta una tenacidad sorprendente”

En un mundo intelectual copado por hombres, Blanca de los Ríos supo hacerse un importante hueco dentro del panorama posterior a la crisis de 1898; en 1918 funda la revista "Raza Española", al hilo del hispanismo tan en boga en aquellos momentos que impulsaba, por ejemplo, la sevillana Exposición Iberoamericana que se inauguraría, tras no pocos retrasos, en 1929.

Durante su vida, viajará con frecuencia a París y Madrid, donde se establecerá definitivamente tras contraer matrimonio con el arquitecto Vicente Lampérez; allí proseguirá colaborando en diversas revistas de la época, preocupada por la situación nacional, será discípula de Menéndez Pidal y mantendrá una estrecha amistad, como hemos mencionado, con la gran Emilia Pardo Bazán, a quien seguirá como segunda socia femenina del Ateneo de Madrid, aunque lamentablemente, al igual que Concha Espina, Carmen de Burgos o la propia Pardo Bazán, viera rechazada su candidatura (apadrinada por los hermanos Álvarez Quintero) para ingresar en la Real Academia de la Lengua. Cosas de otros tiempos.

En 1922, entrevistada por el periodista González Fiol sobre si era feminista, contestó: 

“Sí, señor. La mujer es tan apta para toda clase de disciplinas como el hombre. Lo prueba la Historia, que si en número ofrece menos reinas que reyes, en grandeza muestra más, [...] Eso no quita para que yo crea que la mujer tiene su misión peculiar. A mí no me gusta en este problema del feminismo sacar las cosas de quicio. Con todos sus derechos, me gusta que el hombre sea muy hombre; pero con los mismos derechos, la mujer, muy mujer”
 
Entre 1927 y 1929 se hará presente en la política española, ostentando el reseñable puesto de Diputada en la Asamblea Nacional del General Primo de Rivera, y también recibirá importantes condecoraciones y premios a lo largo de su extensa y dilatada trayectoria, como la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio o la Medalla al Trabajo, continuando con una ingente labor como crítica literaria y publicando y editando tras la Guerra Civil gran parte de la obra de su admirado Tirso de Molina, con tiempo incluso para divulgar aspectos poco conocidos sobre Cervantes y el Quijote o de nuevo Santa Teresa.

Hija Predilecta de Sevilla desde 1916, año en que la calle recibirá su nombre, fallecerá en la capital de España en 1956, siendo la única mujer sepultada en el Panteón de Hombres Ilustres que posee la madrileña Asociación de Escritores en la Sacramental de San Justo de Madrid. Aunque lejos de su ciudad, el nombre de Blanca de los Ríos siempre formará parte, no solo del callejero hispalense, sino de su historia literaria.

30 septiembre, 2019

Aquel gigante de madera


Ya saben los lectores de aquestos pliegos sobre mis idas y venidas, sobre mis lances y cuitas por nuestra amada ciudad y cómo en no pocas ocasiones nos hemos visto envueltos en venturosos sucesos.

En esta ocasión, aquello acaeció antes del Corpus de 1598, una luminosa mañana de primavera. Bajábamos por la calle de Gallegos y dimos de bruces con peculiar traslado o conducción, aunque parecía que llevar, llevaban a un auténtico atlante, o al menos eso se adivinaba por las trazas de la figura que, envuelta cuidadosamente en telas, portaban unos esforzados mozos con gran denuedo. 

Atizada nuestra curiosidad, la fortuna acudió en pos de nosotros, ya que junto a aquel sudoroso (y maloliente, pardiez) grupo, dirigiendo maniobras cual capataz semanasantero deambulaba afanoso nuestro compadre Lucas Chamorro, maestro guantero de la calle de Francos, al que interpelamos sobre tan peculiar cortejo, diciéndonos que de esta guisa provenían ni más ni menos que desde la collación de la Magdalena:

- Sepa que trasladamos para su bendición en la Colegial del Salvador la novísima escultura de nuestro patrón San Cristóbal, ejecutada por la mano maestra del insigne Juan Martínez Montañés.

- Pues a fe que por su porte y estatura bien que reflejará el gigantesco carácter de tal santo, famoso por su corpulencia y vigor, aunque de poco le sirviera a la hora de portar sobre sus hombros al Divino Infante. 

- No lo dude, Don Alonso, que nuestros buenos ciento diez ducados nos ha costado tamaña efigie, mas el Cabildo de la Ciudad nos adeuda treinta con los que costear parte de la talla. Buena madera, pino de Segura, y nueve palmos de vara de altura que no es moco de pavo. Mas no tema vuesa merced -dijo ante nuestro rostro de incredulidad- que hemos medido dinteles y habrá de caber por las puertas de la Colegial. 

- Que sea enhorabuena, compadre, y que bendiga a vuesas mercedes y su gremio con todo tipo de venturas y mercedes.



Y, renqueantes los mozos, resoplando y maldiciendo entre dientes, que todo hay que decirlo, dejamos partir la fantasmal efigie camino del Salvador.

Bendecida y entronizada en la vieja Colegial, fue por todos alabada por su donosura y belleza, por el porte varonil del santo y la tierna compostura del Niño Dios, por no hablar del prodigioso trato dado a la madera por Montañes en lo concerniente a anatomía y vestimenta. 



Por todo ello, ha sido alabada y admirada desde aquel lejano siglo hasta nuestros días, en que en breve, nos dicen, será de nuevo trasladada a la collación que la vio nacer, mas en esta oportunidad será expuesta en la antigua Casa Grande de la Merced, ahora Museo de Bellas Artes con motivo de fausto certamen en honor a su autor...

19 marzo, 2013

En posición.-




Si pasan por esta plaza, no lo duden, disipen temores y remonten la rampa (aunque preferimos el término “tablao” con que la denominan los Mendoza, sus montadores y custodios), escálenla y contemplen, como no hace mucho hicimos en inmejorable compañía, la visión de la Plaza desde ese privilegiado otero de madera.

 Desciéndanla despacio, sin premuras, ojo avizor con inoportunos resbalones, saboreando cada zancada como hacen quienes la pasan Domingo de Ramos y Jueves Santo, asumiendo que esa bajada es desnivel o declive que conduce a inicio de recorrido ansiado durante semanas, y que cuando se alcanzan los adoquines de la plaza parece como si cada nazareno o penitente se sumergiera en mar de multitudes.

 Muchos aqueste año cruzaránla por vez primera, va para ellos nuestro recuerdo y para quienes inculcan amores y cariños a devotos Titulares a los que orar en toda ocasión. 


Elevamos súplicas a la Virgen de las Aguas que recibe culto en la Colegial del Salvador para que aplaque nubes y merme temporales, pues es cosa sabida lo poco lucidos que resultan estos días que se avecinan empapados en lluvias. Disfrútenlos hasta el hartazgo, que por ello es llamada Semana Mayor la que nos disponemos a vivir con gozo. 





21 diciembre, 2012

La Noche de los Tiempos.-

 Acercábase Fiesta de la Natividad en aquel año de Gracia de 1694 y paseábamos gélida y húmeda mañana como en nos era usual por collación de San Salvador a fin de contemplar avance de obras de edificación de su portentosa Colegial, si bien esta no fuera concluida hasta siglo siguiente como es público y sabido.


 Trabamos animada conversación junto a andamiajes, escombros y tablazones con cierto Licenciado, apellidado Martín Braones, quien andaba por aquellas calendas solicitando dádivas para rematar tan costosa obra, entregando a cambio hermosa recopilación de poemas (Octavas Reales, creemos recordar) que exhortaban a sevillanos y extranjeros a sufragar con sus reales la fábrica de antedicha Colegial.

Tras entregarle unos maravedís, como era nuestra hispalense obligación, resolvimos abandonar lugar por ser poco hospitalario y escudriñar refugio seguro en cierta taberna próxima. Ante jarrillo de aguardiente, que desempolva estómagos y aviva ánimos, sostuvimos animado coloquio sobre lo divino y lo humano y para concluir cháchara nuestro tocayo, pues respondíamos ambos a mismo nombre, escribió con rápida letra y mejor traza este precioso y preciso poema que gentilmente nos brindó como prueba de afecto y que agora ofrezco a nuestros amados lectores como premio a su paciencia con aquestos pliegos y con mis mejores parabienes para esta Pascuas que nos aprestamos a vivir:
  
“Llegó la deseada feliz hora
En que el dichoso vientre de María
Dio la suma riqueza que atesora,
Restituyendo al mundo la alegría.
Virgen después del parto esta Señora
Quedó, que el Sol divino que nacía,
Su intacta candidez dejando entera,
Pasó por la sagrada vidriera.

Llega alma mía, llega sin pereza.
Verás de Dios las altas maravillas,
Su gloria, inmensidad y su grandeza
Reducida a pañales y mantillas.
Llega, llega a adorarle con presteza,
Pues que dejan los ángeles sus sillas
Por poder de más cerca contemplarlo,
Mandando el Padre bajen a adorarlo.

Dadle la feliz nueva a los pastores
De que el eterno Sol ya tiene Oriente.
Que vengan a adorar los resplandores
De aquesta luz que alumbra a toda gente.
Lleguen, pues, y, vencidos los temores,
Al Niño adoren con efecto ardiente,
Pues le gustan, si bien se considera,
Hombre de voluntad pura y sincera.”


25 octubre, 2012

Salvados por la Campana.-



Cuando en pasada Cuaresma oímos al vuelo frase que aludía a que “en breve estaría primera en la Campana” sentimos profundo desasosiego, por no decir pavor, pues por lapso de tiempos temimos tratábase de catastrófico suceso.

Recobramos resuello y color al saber que referido dicho aludía a cosa de cofradías, y no a amenaza de fuego o incendio, pues sepa quien lea aquestos pliegos que por Campana, durante años, se entendió a calles de Confiteros o Pasteleros.


Como dicen cronistas, y dello damos fe, desde muy antiguo estaba en este sitio el almacén donde custodiábanse pertrechos y útiles para apagar y sofocar incendios públicos, en cuyo almacén estaba colgada broncínea campana que tocábase en esos casos para convocar a pueblo y operarios (émulos de aquellos primero vigilles creados por Cesar Augusto) para dar pronto auxilio, y de esta campana tomó nombre la vía.


Pasados los años, almacén y campana mudaron de sitio, estando esta última en torre de la Colegial del Salvador, en que siguió sonando a fuego cada ocasión en que era menester, de manera que quedó con nombre campanero la plaza y hasta buena y golosa tienda de confites, sin que por mencionarla (quede constancia para mentes aviesas) hayamos percibido estipendio o beneficio en forma de huesos de santo, piononos o merengue.


18 diciembre, 2011

Sin Norte.

Erróneamente, elucubramos era trasunto de la Fiesta del Obispillo, que celebrábase en calendas de diciembre cada año, por la conmemoración de San Nicolás. Consistía en nombrar con tal rango a mozo de coro catedralicio (dispuesto a mofa y burla), pues durante una jornada completa gozaba de mismo poder que el Prelado, ataviado con sus insignias episcopales y acompañado de sus simulados fámulos, deanes, racioneros y canónigos, usurpando todos a dignidades de la sede catedralicia y procurando hacer su santa voluntad durante aquel día. Y lo que principió ceremonia burlesca concluyó, con el paso de los años, carnavalada,  origen de no pocos desmanes, cuando no excusa manifiesta para desórdenes e infortunios.


Conjeturábamos, por ende, si el tal Obispillo de San Nicolás hubiérase trocado en comediante barbado con notoria barriga, fruto a todas luces de copiosa pitanza, y vestido con colores escarlatas y albos. Parece disfrutar agora del favor de muchos infantes, quienes emplean su tiempo en componerle misivas en que imploran dádivas en fiestas de Pascuas, cuando no malgastándolo, antedicho tiempo, aguardando acceder a su simulada presencia.



De su predicamento en estos tiempos hay buena muestra en las calles hispalenses, pues no hemos hallado comercio, negocio o lonja en que no esté presente consabida y oronda figura del mofletudo personaje cuyo nombre dejaremos en olvido.  

Todo lo cual inquiétanos en grado sumo pues, según nos señalan finalmente, trátase de individuo venido de tierras del Norte, molestándonos en demasía que sin tener privilegio real goce del uso de carruaje y que, en efeto, ostente patente para comercio de juguetes sin haber pasado examen en su gremio. 
Todos estos augurios nos hacen barruntar contienda cierta entre el tal alias de San Nicolás y Sus Regios rivales de Oriente, de cuyas vanguardias atisbánse ya algunos elementos.


Incluso en balaustradas y ventanales no faltan banderolas o gallardetes de un partido u otro.


En cualquier caso, cercanos como estamos a fechas de regocijo cierto por el Nacimiento de Nuestro Señor, haremos caso omiso de tales pendencias, que no seremos nosotros quienes aconseje sobre tales o cuales navideños benefactores, bien vengan del Norte, bien del Oriente.


Lo que sin duda aprovecharemos es para desear a todos cuantos la presente lean unas Felices Pascuas, agradecerles magnanimidad con que nos consta leen aquestos humildes pliegos y, a modo de comedido y respetuoso obsequio, dejar por escrito sonoras rimas de cierto Cancionero que llaman de Upsala:

Dadme albricias, hijos d'Eva
di, ¿de qué dártelas han?
Qu'es nascido el nuevo Adán
O Hi de Dios, y qué nueva.
Dádmelas y habed plazer
Pues esta noche es nasçido,
El Mesías prometido
Dios y Hombre de Mujer.
Y su nascer nos relieva
del pecado y de su afán,
Pues nasçió el nuevo Adán
O Hi de Dios y qué nueva.

Relieve del Nacimiento (Juan de Oviedo, Iglesia Colegial del Salvador)

27 noviembre, 2011

No somos de piedra



Fue suceso memorable en mi tiempo, milagro para unos, maldición para otros.



De todos era conocida obligación de hacer genuflexión al paso del Santísimo Sacramento bajo pena de 600 maravedís, según decreto antiguo de su Majestad Juan II, como pregona oportunamente lápida pétrea situada en los muros de la Colegial del Salvador (templo del que algún día hablaremos largo y tendido por sus avatares y personajes, entre los que nos incluímos) y que advierte, la dicha losa,  de pena que se impondría a blasfemo e irrespetuoso que no venerase a Jesús Sacramentado como conviene la Santa Madre Iglesia.

Sucedió, pues, que en cierta taberna de la collación de San Lorenzo reuníase nutrido grupo de bravos o galanes, a cuál más osado, y todos ellos, movidos sólo por su pereza y holganza no hacían sino menoscabo de sus semejantes, chalaneando a los más, haciendo gala de temeridad e incluso requebrando a damas y doncellas sin importarles intimidaciones o quebrantos. Bebedores en exceso, trasegaban mosto del Aljarafe en demasía, sin hacerles ascos a aguardientes o licores, resultado por tanto mesnada perturbadora y jaranera en demasía.


En cierta ocasión, sonando las campanillas que anunciaban a Su Divina Majestad llevada por algún clérigo en socorro del alma de algún agonizante, los parroquianos de aquella taberna salieron más por miedo que por respeto, más por temor que por devoción, e hincaron fervorosamente sus rodillas en tierra al paso de la comitiva, no así un mozo, tenido por bravucón y pendenciero, que en no pocas ocasiones había denostado tal piadosa costumbre, con muchos aspavientos y afectaciones de no querer someterse al dictado de las leyes y diciendo que todo ello era cosa de mojigatos y beatas, resolviendo en aquella nefasta jornada quedarse en pie.


Tronó el cielo y un rayo salido de él cayó sobre el imprudente mentecato, aunque en vez de trocarse en carne quemada convirtióse (como si Medusa le hubiera mirado) en sufrida estatua de piedra para escarmiento de muchos, y todavía agora permanece en el mismo sitio en que pasó a mejor vida por su alocada e irreflexiva irreflexión. Y desde entonces llamóse “Del Hombre de Piedra” aquella calle.


Por nuestra parte, hemos comprobado que hogaño el Santísimo sale con asaz frecuencia por las calles y que son muchos los irreverentes que desvergonzadamente no se arrodillan a su paso en principales calles, pues no hallamos otra razón para que hayan quedado convertidos en estatuas, y que las gentes, compadecidas, les echen maravedís y hasta algún ducado a sus pies con vana esperanza de que recobren su primitivo estado, y aunque, somos testigos dello, las más de las veces parecen recobrar aliento, al poco tornan a como estaban, siendo cosa digna de ver cómo el pueblo arremolínase en torno dellos como si de saltimbanquis o polichinelas se tratare aguardando momentáneo milagro y ocasional sobresalto.




Cuéntanos, para sacarnos de nuestra confusión,  que resulta nueva forma de oficio y ciertamente lucrativo pues no requiere sino disfraz adecuado, predisposición a estar inmóvil y soberana paciencia con los viandantes, que no faltan maleducados ni necios y no deja de ser llamativo cómo por no hacer nada puédase ganar el diario pan.

17 octubre, 2011

Turris Horribilis



Retornábamos a la ciudad que nos vio nacer tras breve estancia en la Villa y Corte por razones que al caso no vienen. Cruzando la llanura castellana, la senda nos había traído sinsabores y satisfacciones, mas llegando a su conclusión, en atardecida otoñal, gozamos de la debida recompensa de contemplar el caserío hispalense en lontananza, y recortándose y destacándose sobre él, la torre de la Iglesia Mayor, que aunque su basa sea mahometana el Maestro Hernán Ruiz rematóla con airoso cuerpo de campanas y coronóla con donosa veleta fundida por Morel.


Para el que llegaba a su Hispalis natal tras cierta estancia fuera della, distinguir abigarrado conjunto de torres y espadañas fue gozosa y sosegada experiencia, como regresar de Indias tras penosa travesía.



Rememorábamos aquel viaje cuando no ha mucho pudimos gozar de actual visión de la ciudad desde privilegiado otero. Enterradas entre edificios, sepultadas entre casas de elevada altura, cercadas hasta por cabrestantes de metal, apenas pudimos distinguir más que cuatro o cinco de aquellas torres con sus campanarios y eso aguzando no poco la vista pues no teníamos catalejo ni anteojos. Poco quedaba ya de aquel perfil erizado de espadañas, cúpulas y torres que oportunamente quedó reflejado en grabados y estampas de mi época.







El sonar de sus bronces, que llamaban a oración, doblaban a entierro, repicaban en días de fiesta o alertaban por fuego, queda agora enmudecido por molesto tronar  callejero y ruidoso transitar de carruajes, de tal manera que el oficio de campanero ha prácticamente desaparecido y sido cambiado por máquinas que tañen las dichas campanas, excepción hecha de la Colegial del Salvador donde se mantiene esclarecida familia de campaneros de preclaro apellido desde hace generaciones.





Cuéntannos que no lejos del Monasterio de las Cuevas edifícase en estos tiempos otra torre, y que esta rebasará en muchas varas la altura de la Giralda, que carecerá de campanas, que tendrá extravagante apariencia y que está siendo erigida según planos de un tal Maestre Pelli, sin emplear apenas aparejo de ladrillos o argamasa, sino hierro y vidrio, que aunque será cosa digna de ver, no menos mueve a escándalo lo gravoso de tal obra, los miles de ducados que costará y la función de la misma.




Item más mueve a escándalo que ni regidores de la ciudad ni habitantes de la misma haýanse opuesto a tamaño dislate e insensato despropósito. Cosa sorprendente será el no ver concluida dicha la construcción, y que desde ese momento el viajero que alcance la ciudad la tenga como primera vista en menoscabo y perjuicio de nuestras amadas y antiguas...