02 diciembre, 2024

Lirio y Barrio.

Poco transitada, pero muy cerca de un santo que genera gran devoción popular, estrecha y silenciosa, la calle que en esta ocasión transitaremos tiene en su haber poseer un edificio en el que vivió un Presidente y que albergó un Templo; pero como siempre, vamos a lo que vamos.

Desde la calle Águilas, poco antes de la estrechez una vez pasado el convento de Santa María de Jesús, a mano izquierda si venimos desde la Plaza de Pilatos, existe una calle cuyo final alcanza a Conde de Ibarra y que, aún a comienzos del siglo XVII carecía de nombre propio, algo bastante frecuente por aquellas lejanas fechas. En 1713 se llamaba Horno de Santa María de Jesús, quizá por uno que se encontraría allí perteneciente a las religiosas de dicho convento y en el plano de Olavide de 1771, tantas veces reseñado en estas páginas, se denominaba ya simplemente Horno de Santa María, aunque compartió nombre con Cristo, a secas, parece ser que debido a un pequeño retablo callejero a mitad de la vía. Que esta zona ya estaba poblada en el siglo I d. C. lo probó una excavación arqueológica realizada en 1986 en el número 12-14-16 esquina con Conde de Ibarra, en cuyo estrato más bajo, a casi tres metros de profundidad, aparecieron restos de un muro que combinaba ladrillo y piedra que los arqueólogos dataron como de la época julio-claudia.

                          

En 1845 recibirá el apelativo de Lirio, que ha llegado hasta nuestros días, salvo el periodo entre 1921 y 1938 en el que se llamará calle de Roque Barcia, en honor al político y periodista liberal. Curiosamente, una pequeña barreduela en la acera de los impares fue conocida hasta 1845 como Plaza de los Mulatos, cuando quedó integrada en Lirio; parece que tal nombre sea coincidencia con la cercana presencia, en la parroquia de San Ildefonso de la Hermandad del Calvario, fundada precisamente por mulatos en el siglo XVI en el Hospital de Belén pero posteriormente trasladada a dicho templo parroquial, extinguida a comienzos del XIX y reorganizada en 1886. No lejos de allí, en la actual calle Rodríguez Marín, junto a la antes mencionada iglesia ("La del Cautivo", para muchos), llamada Calle de los Mulatos durante trescientos años, tiene solicitado la Hermandad, ahora radicada en la Magdalena, el colocar una placa o lápida que recuerde ese capítulo de su pasado en la zona. 

 Sin embargo, por esa calle Lirio, estrecha y silenciosa, aunque llegó a tener tráfico rodado, suprimido por dañar las fachadas, transcurrió uno de los capítulos menos conocidos y más interesantes del siglo XX en Sevilla, protagonizado por un tipógrafo nacido en 1883 en la Plaza de la Encarnación que a la postre alcanzó más que importantes cargos en el gobierno español durante la II República: Diego Martínez Barrio. 

                           

Efectivamente, una placa colocada en el año 2000 recuerda que en el número 9 de la entonces calle de Roque Barcia tuvo su casa, taller y templo este profundo amante de su ciudad que aunque comenzó profesando ideas anarquistas finalmente hizo suyos los preceptos republicanos; de familia humilde, hijo de padre utrerano y madre natural de Bornos, vendedora en la "Plaza" de la Encarnación, sus escasos estudios en el colegio de San Ramón le sirvieron para conocer a uno de sus más íntimos amigos, Manuel Blasco Garzón (ministro de la República y presidente del Sevilla F. C. y del Ateneo) y siendo aún un chiquillo, lector autodidacta, entró a trabajar como aprendiz en una panadería, aunque con posterioridad aprendió el oficio de tipógrafo e impresor y sentó plaza como escribiente en el Matadero de Sevilla. 

En 1906 ya es concejal del Ayuntamiento y en 1908 ingresa en la Logia Fe de Sevilla, tal como ha constatado su biógrafo el profesor Leandro Álvarez Rey, quien defiende que su ingreso en la masonería supuso la oportunidad de incrementar la difusión de las ideas republicanas, logrando incluso, sobre 1915 unificar los diferentes Talleres en una única logia, llamada "Isis y Osiris", que estuvo funcionando a pleno rendimiento hasta julio de 1936.

                                 

A comienzos de los años veinte se muda a la calle Lirio y allí, con la ayuda de algunos compañeros y amigos masones fundará la imprenta Tipografía Minerva lo que le permitirá vivir sin apreturas, dándose la circunstancia de que guillotinas, máquinas tipográficas, tintas y papeles, quedarán al lado, en la misma planta baja, que la sala secreta, solo para los iniciados del Templo Masónico, con su simbología basada en la escuadra y el compás o las características columnas alusivas la belleza, la sabiduría y la fuerza. 

Diego Martínez Barrio (Sevilla, 1883 - París, 1962)

Martínez Barrio, o "Barrio" a secas, como él prefería que le llamasen, se convirtió durante unos años en el único bastión de los republicanos en Sevilla, siendo perseguido por ello durante la Dictadura de Primo de Rivera, en la que perdería su puesto como concejal electo en el consistorio y, tras acumular más de treinta procesos penales por sus actividades políticas, hubo de exiliarse a Francia; la llegada de la II República, supondrá su nombramiento como Ministro de Comunicaciones en el primer Gobierno Provisional, siendo recibido en Sevilla con grandes muestras de admiración, nombrado Hijo Predilecto por el Ayuntamiento (con el voto favorable de los monárquicos) y visitado en su casa de la calle Lirio por el propio cardenal Illundain, todo un gesto de deferencia. 

Desde ahí, desarrollará toda una trayectoria política bajo el signo de la moderación demócrata, en el centro, alejado de extremismos. Ministro en varias carteras en diversos gobiernos, el estallido de la Guerra Civil le sorprenderá como Presidente de las Cortes, de modo que, al marchar al exilio en 1939, quedará como depositario simbólico de la legitimidad del gobierno republicano. Tras un periplo por varios países, como Cuba, México o Francia, vivirá siempre de modo humilde y en sus últimos años la añoranza y la nostalgia por Sevilla ("los días felices de nuestra Sevilla, perdida y amada...", escribirá), estará tan presente que expresará como última voluntad su deseo de ser enterrado en el cementerio de San Fernando, algo que, finalmente, ocurrirá en día frío y nublado de enero del año 2000, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

25 noviembre, 2024

El hereje de San Diego.

Hace pocas fechas, hacíamos mención de un desaparecido convento, perteneciente a la orden franciscana y cómo su ubicación, próxima al Guadalquivir, provocó no pocos problemas por las frecuentes crecidas del río; en esta ocasión, no sólo aludiremos a algunos interesantes pormenores sobre dicho convento, sino que nos centraremos en la no menos intrigante historia de uno de sus frailes, aquejado de "Molinismo", mal llamado entonces así allá por el siglo XVII; pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

El Convento de San Diego fue creado en torno al año 1589, pese a que la presencia de los franciscanos descalzos se ha documentado ya desde la conquista de Sevilla por San Fernando en 1248; aunque primeramente se habían establecido en las proximidades de la Macarena, finalmente el cabildo de la ciudad les otorgó una porción de tierras cercanas a la Puerta de Jerez, no lejos del Prado de San Sebastián, así como una limosna de 3.000 ducados a pagar en tres plazos anuales con la que iniciar el proceso de construcción del nuevo convento, cuya iglesia fue solemnemente bendecida por el Cardenal Rodrigo de Castro en 1592, contando con un retablo mayor (cuyo paradero se desconoce) en el que participaron Gaspar Núñez Delgado y Diego López Bueno más Juan Martínez Montañés, autor al que se atribuye la escultura de San Diego de Alcalá que hoy día se conserva en la iglesia conventual franciscana de San Buenaventura.

La riada de 1783 provocó la mudanza de los frailes al entonces vacío noviciado jesuita de San Luis de los Franceses, donde permanecerían hasta la llegada de las tropas napoleónicas y regresarían tras el fin de la Guerra de Independencia, pero, a la postre, el retorno de los propios jesuitas hará que los franciscanos hayan de buscar nueva sede, toda vez que el primitivo convento había sido convertido en industria de pieles bajo la dirección del británico Nathan Wetherell. Tras el preceptivo pleito con el súbdito de su Graciosa Majestad, éste se avino a compensar a los frailes con cuatro casas y un solar que habían formado parte del llamado hospital de San Antón en la calle de las Armas, actual de Alfonso XII, lo que explica que en el ático de la portada de acceso a dicho recinto se halle una pintura mural de San Diego de Alcalá como recuerdo de la presencia franciscana en aquel lugar y que en el interior del templo se venere a la imagen de la Inmaculada Concepción, Virgen del Alma Mía, procedente de San Diego.

Foto Reyes de Escalona.

Pasados los años, tras transformar los Duques de Montpensier el palacio de San Telmo como residencia, el antiguo convento de San Diego fue convertido en alojamiento para el personal de servicio de los duques, que usó la iglesia como capilla propia, hasta su posterior derribo en el año 1892 dentro de los planes de creación del actual Parque de María Luisa. En aquel lugar, ahora, se alzan el Casino de la Exposición y el Teatro Lope de Vega, ambos procedentes de la Exposición Iberoamericana de 1929.

Hasta aquí, someramente, la pequeña historia de este convento, por el que dejaron huella un sinfín de monjes (llegó a tener 45 en 1648) y en el que ejerció como Padre Guardián el Beato Fray Juan de San Buenaventura, que alcanzó dicha beatificación en 1728 tras morir como un mártir en Marruecos en 1631. Sin embargo, merece también un espacio otro fraile, pero por otras circunstancia, pues fue condenado por el Santo Oficio, ¿Su nombre? En el mundo, Pedro José Romero, nacido en Villamanrique, en la religión fray Pedro de San José, allá por las postrimerías del siglo XVII.

Chaves y Rey cuenta que Fray Pedro cayó en el error de seguir las enseñanzas del místico aragonés Miguel de Molinos, impulsor del denominado Quietismo, que abogaba por la vida contemplativa llevada al extremo de la pasividad espiritual. Condenadas por heréticas dichas ideas por el Papado, la Inquisición comenzó a sospechar e investigar a nuestro fraile, hasta que finalmente fue apresado y llevado al Castillo de San Jorge, en Triana, para ser sometido a interrogatorios e investigaciones por espacio de tres años. 

De ese proceso se pudo saber que Fray Pedro aprovechaba las confesiones para indicar a las mujeres a las que dirigía espiritualmente que no era necesaria la confesión sino "meterse en un rincón y estarse allí en oración, y que esto era bastante para ponerse en gracia de Dios", que el propio Jesucristo le había nombrado su profeta ante el inminente fin del mundo y que por tanto tenía carta blanca para cualquier cosa, sin que pudiera considerarse pecaminosa;  además, no sólo sería profeta, sino Pontífice de una nueva iglesia en la que él nombraría "apóstolas" a sus seguidoras, aunque para ello, decía, sería crucificado en la Cruz del Campo, enterrado en Tablada y resucitaría al tercer día para combatir al Anticristo, que según el monje ya había nacido en Babilonia. 

Aparte de todo esto, fue acusado de "Solicitación", o lo que es lo mismo, de requerir favores sexuales o solicitar actos deshonestos a sus confesantes femeninas, algo que la Iglesia estaba intentando combatir desde el Concilio de Trento (1545-1563) con la obligatoriedad del uso del confesionario como "barrera" entre el confesor y el penitente. Por ello, la Solicitación era considerada una burla del sacramento de la penitencia y un atentado contra la fe, de ahí que se catalogase como una práctica herética.

No es de extrañar, por tanto y  como recogió oportunamente Montero de Espinosa, que el tribunal del Santo Oficio dictaminase en contra del fraile "solicitante" o "solicitador": 

"Fallamos que, atento al proceso fulminado  contra fray Pedro de san José, que presente está, que le debemos declarar y declaramos por hereje, hipócrita, iluso, infestado del error de los alumbrados y profeta falso y por haberlo sido, mandamos sea sacado de la sala de este Santo Tribunal con sambenito de dos aspas, estando en pie dicho reo siempre, y absuelto, se le quite; y al día siguiente sea llevado a su convento con ministros y secretario de esta causa, y en presencia de toda comunidad, excepto los novicios, se lea todo el dicho proceso y sentencia y que allí se le dé una disciplina circular, y le privamos para siempre de confesar y predicar y que no tenga voto activo ni pasivo, y que salga desterrado por diez años de Sevilla, Jerez y Villamanrique y Madrid y los lugares a éstos ocho leguas en contorno, y que las primeros seis años esté recluso en el convento que le fuese señalado y que allí sea enseñado del confesor que le dieren por director de su conciencia, enseñándole la doctrina cristiana; y que todo el dicho tiempo en los actos de comunidad tenga el último lugar de todos, y por esta nuestra definitiva (sentencia), juzgando benignamente, así lo pronunciamos y mandamos".

Todo ello quedó plasmado en el Auto de Fe celebrado el 10 de julio de 1689; Fray Pedro de San José, días antes, había abjurado de todos sus errores y pedido misericordia, lo que puede que le librase de una muerte cierta, pero no de los azotes sobre su espalda desnuda, proporcionados por todos los hermanos de su comunidad por turnos con la excepción de los novicios (la "disciplina circular" que menciona la sentencia); en cualquier caso, tras la ejecución de su sentencia debió marchar para ser confinado en un monasterio designado al efecto y, como sostienen algunos autores, el monje manriqueño pasó su vida entre grandes muestras de arrepentimiento y dolor; por cierto, la llamada Glorieta de San Diego aún permanece en pie como acceso a la Plaza de España, pero esa, esa ya es harina de otro costal.


18 noviembre, 2024

Por el Prado.

Uno de los espacios más amplios de la ciudad, y de los que más variedad de usos ha tenido, es aquel que sirvió desde necrópolis-cementerio hasta campo de fútbol, pasando por cine de verano, lugar de ejecuciones inquisitoriales o real de feria de ganados. El lector avispado ya sabrá de por dónde "van los tiros", así que, para variar, vamos a lo que vamos.

La fundación de Sevilla, allá por el siglo VIII a. C., tuvo lugar con toda seguridad en la zona más elevada, una suave colina cuya cima ahora estaría conformada por los barrios de la Alfalfa y Santa Cruz, y con posterioridad, se extendería enmarcada en los cauces del Guadalquivir, el Tamarguillo y el Tagarete. Al sur, ocupando una extensa llanura, se situaría una enorme franja de tierra llana que con el tiempo, donada a la ciudad por Alfonso X en el siglo XIII, fue dedicada a pastos para el ganado del pueblo, y que con el tiempo, allá por el siglo XV, recibió el nombre de Prado de San Sebastián por la existencia de una ermita dedicada a dicho santo, ahora convertida en parroquia y sede de la Hermandad de la Paz, donde aún recibe culto una imagen de Nuestra Señora del Prado, realizada en madera tallada y policromada en el último cuarto del siglo XVI.

Richard Ford: Cementerio de San Sebastián. 1832.

 Lo que en principio era un apacible e inundable terreno, sometido a las crecidas del río y a las caprichosas riadas del Tagarete, ahora canalizado bajo tierra, poco a poco fue perdiendo terreno por la cesión su uso. Así, sin olvidar su empleo como cementerio en tiempos de epidemias, el llamado Prado de San Sebastián vio mermado su espacio primeramente a finales del siglo XVI con el establecimiento del convento franciscano de San Diego, que ahora estaría ubicado sobre los terrenos que ocupa el Casino de la Exposición; más adelante, nos situamos ya en el XVII, la ciudad concedió suelo para la construcción de la Escuela Naútica de San Telmo, cuyo edificio (posterior, del XVIII) fue residencia de los Duques de Montpensier, Seminario Diocesano y ahora, sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía. 

El Prado en el Plano de Olavide (1771), el número 175 corresponde al Quemadero de la Inquisición.

Uno de los elementos más interesantes (y menos agradables) que conformaban aquel primitivo Prado de San Sebastián fue el denominado Quemadero de la Inquisición, y que el antes mencionado profesor Aguilar sitúa en la zona en la que actualmente se halla el monumento ecuestre del Cid Campeador (El Caballo, para entendernos, configurado entre 1927 y 1929). Utilizado por la Inquisición para ejecutar sentencias, constaba al parecer de un tablado de treinta varas de anchura por dos de altura, con un hueco central para encender la hoguera, sostenido por cuatro columnas empotradas en postes de ladrillo y campeando sobre ellas cuatro estatuas de barro cocido; ironías del Destino, según el poeta sevillano del XVI Alonso de Fuentes, el artífice que lo construyó fue el primero que en él se quemó, por descubrirse sus ocultas creencias judías.  

Monumento a El Cid, Casino de la Exposición y, al fondo Pabellón de Chile.

Aunque no es menos cierto que aquel espacio fue durante años zona de asueto y jolgorio para el pueblo, el hecho de que allí culminasen los autos de fe del Santo Oficio, como el celebrado el 13 de abril de 1660, en el que fueron quemadas vivas siete personas, confería a aquella zona un aire ciertamente amenazador; la multitud congregada para la macabra ceremonia que comentábamos fue tan numerosa en aquella ocasión que, como cuenta el ineludible Antonio Domínguez Ortiz, las autoridades hubieron de indemnizar a un labrador por haber pisoteado sus sembrados y cerrar las puertas de la ciudad para mantener el orden ante la enorme afluencia de gente, ordenándose incluso a los vecinos encender luces en balcones y ventanas por aquello de la "seguridad ciudadana".

Richard Ford: Prado de Sebastián. Detalle. 1832.

Sin uso ya a finales del XVIII, pues a la Beata Dolores le cabe el triste honor de ser la última en ser pasto de las llamas tras morir ahorcada en agosto de 1781, todavía el 26 de abril de 1814 fue empleado, quizá por última vez, para quemar un pelele que representaba a Napoleón Bonaparte, burla ejecutada por vecinos de la calle Tintores. Ataviado con tricornio y banda plateada, el monigote llegó al lugar llevado sobre un asno tras pasear por las calles principales de la ciudad y recibir todo tipo de improperios. Una vez allí, fue tiroteado quemado y sus "restos mortales" arrojados al Tagarete, entre "Mueras" a Napoleón y gritos de júbilo.

No podemos olvidar tampoco que el Prado (a secas, como lo llamamos los sevillanos) era encrucijada de caminos: los que partían desde Sevilla hacia San Bernardo, Utrera y Dos Hermanas, incluso en 1775 se abrió una ancha calzada que conectaba el Prado con la Fundición de Artillería y San Juan de los Teatinos, a orillas del Guadaira. Por aquel entonces, lo afirma el catedrático Aguilar Piñal, el Prado ocupaba cincuenta fanegas, o lo que es lo mismo, unas treinta y cuatro hectáreas (ahora serían siete) y prosiguió modificando su aspecto; uno de los más significativos edificios será la Fábrica de Tabacos, cuyos cimientos comenzaron a colocarse en 1728 y su inauguración en 1757 interpuso el soberbio edificio entre San Diego y el Tagarete, pero en el siglo XIX un suceso cambiará para siempre el uso del Prado: la creación de la Feria de Ganados, germen de la Feria de abril.

Efectivamente, la iniciativa de los industriales Bonaplata e Ibarra de 1847, aprobada por el Ayuntamiento, culminará con la transformación de buena parte del espacio para la colocación de casetas, quioscos y atracciones de feria, sin olvidar detalles como la iluminación o la instalación de la famosa Pasarela, de la que hablamos en otro momento. Curiosamente, la caseta del Círculo Mercantil, una estructura metálica de carácter permanente que aún se conserva en una Bodega en las afueras de Bollullos Par del Condado, servirá de vestuarios a los jugadores del Sevilla F. C. cuando el club celebre allí sus encuentros futbolísticos entre 1913 y 1918. A todo ello habrá que añadir y destacar, sin duda, la aparición del ferrocarril en Sevilla con construcción de la cercana Estación de Cádiz o San Bernardo en 1902, la Exposición Iberoamericana de 1929, que configurará uno de los extremos de Prado con la Plaza de España y el propio pabellón de Portugal, o la ejecución de una serie de viviendas de carácter municipal entre 1938-1944 que vendrá unida a la nueva Estación de Autobuses, según planos del arquitecto Rodrigo Medina Benjumea. 

Cuando en 1971 se inaugure el conjunto de edificios de los Juzgados poco quedará de aquel extenso Prado lleno de vegetación en tiempos medievales, de hecho, dos años después, la Feria se trasladará a Los Remedios y todo ese amplio espacio tendrá uso de lo más dispar, desde cines de verano hasta parques de atracciones (noria gigante incluida), pasando por efímero escenario de espectáculos musicales (aquellos "Cita en Sevilla" de los ochenta) o los actuales jardines, inaugurados en 1997, por no mencionar el casi "tradicional" Festival de las Naciones o, nos lo dejábamos en el tintero, que en aquel lugar, en 1916, intentó construirse un rascacielos.

Como el pasado siempre está presente, merece la pena destacarse el hecho, investigado por Laura Victoria Mercado Hervás en su tesis doctoral de 2020, de que durante la construcción de la estación de Metro del Prado y durante la preceptiva excavación arqueológica en 2004 aparecieron los restos de una necrópolis de entre mediados del siglos I a. C. hasta el siglo II d. C. con 196 enterramientos en cinco niveles que se ven interrumpidos por una inundación del Tagarete, lo que viene a demostrar la influencia de esta zona en la Hispalis romana, pero esa, esa ya es harina de otro costal. 








11 noviembre, 2024

Bailén.

Transitada según en qué tramos, en esta ocasión nos vamos a recorrer una calle que en su tiempo pasaba por dos conventos, que fue escenario de robos y riñas a espadas, recibió varios nombres a lo largo de la historia e incluso a ella, cuando le dejaban, se asomaba cierto príncipe, viejo conocido de estas páginas, pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Desde San Pablo hasta casi la Puerta Real, la calle Bailén serpentea entre la Magdalena y el Museo; no deja de ser curiosa la serie de nombres que recibió en siglos pasados, pues el primer tramo, que coincide con la cabecera de la actual parroquia de la Magdalena (antiguo convento dominico de San Pablo) se llamó durante desde la primera mitad del siglo XV Dormitorio de San Pablo y también Pergaminería Vieja, mientras que el otro tramo, el que finaliza en Alfonso XII tras pasar por la cabecera de la iglesia de la antigua Casa Grande de la Merced, se llamó calle del Abc, sin que por supuesto tal denominación tuviera algo que ver con cierto periódico local, antes bien, historiadores locales como González de León lo atribuyeron a la presencia en esta vía de unas escuelas para niños en tiempos del rey Pedro I. 

Plano de Olavide. 1771.

Con un marcado carácter residencial, la calle albergó las sedes de importantes instituciones en su tiempo, como el Gobierno Civil, el llamado colegio de San Ramón (donde estudió el poeta Luis Cernuda entre 1913 y 1915) o una Casa Cuartel de la Benemérita, así como una Droguería o la afamada Botica de San Pablo, ésta casi en el comienzo de la calle que da a Murillo y San Pablo. Por cierto, el hecho de que los dormitorios dominicos dieran a ella sirvió para que a través de sus ventanales lanzara monedas de plata a los sevillanos el famoso (y falso) Príncipe de Módena durante su reclusión en el mencionado convento allá por 1748.

Plano de Olavide. 1771.

Sin embargo, dos sucesos destacan en esta calle, relatados por eruditos y cronistas:

El primero hace alusión a una revuelta popular, el denominado Motín de la Feria, acaecido en 1652 tras varios años de epidemias, malas cosechas y carestías. Levantada en armas parte de la población, cuenta Álvarez Benavides, siguiendo una relación anónima, que un grupo de sombrereros marchaba armado gritando aquello de "Viva el Rey, muera el mal gobierno", cuando uno de los sublevados, ya bajo los efectos del alcohol en abundancia osó gritar "Muera el Rey"; su muerte (la del sublevado ebrio) habría sido segura de no mediar por él, espada en mano, el alguacil Gonzalo de Córdoba, quien en medio de la tumultuosa refriega, mató de una certera estocada a un mozo, de Triana por más señas. La ira popular provocó que el infortunado alguacil pusiera pies en polvorosa para salvar su vida in extremis, refugiándose en el convento de San Buenaventura. 

Sin embargo, la multitud, deseosa de venganza, saqueó su casa de la calle Catalanes (ahora Albareda) y mató de forma brutal su caballo, "con tanta crueldad, que lo hacían pedazos como si lo hubieran de pesar a libras". Sin embargo, los rumores de que Gonzalo de Córdoba no estaba en la calle Carlos Cañal sino en el cercano convento de San Pablo, provocaron que la multitud sitiara el lugar, rodeando las calles Cantarranas, San Pedro Mártir y ésta que relatamos y exigiendo la salida del estoqueador. Pese a los ruegos de las autoridades, la gente no consintió en marchar hasta que los dominicos franquearon las puertas y la masa entró y registró palmo a palmo el convento, desde desvanes a bóvedas pasando por la propia celda del prior, con graves daños y sin conseguir capturar al alguacil, cuyo rastro finalmente se dio por perdido.

Foto: Reyes de Escalona. 

 El otro suceso, también recogido por Álvarez Benavides, tuvo lugar en 1849. Poco podían sospechar los vecinos de la calle que los pacíficos arrendatarios de la casa número 16 eran en realidad auténticos expertos excavaciones, y no arqueológicas, precisamente, sino en túneles y que con sus amplios conocimientos estaban construyendo un eficaz pasadizo subterráneo con todos sus aditamentos, un metro de ancho, metro y medio de altura y que era capaz de soportar el tránsito de carruajes por encima. ¿Cuáles eran sus intenciones delictivas? Parece ser que el túnel se dirigía hacia la cercana Tesorería de San Pablo, pero la casualidad o la mala suerte, hicieron que la obra bajo tierra fuera descubierta y detenidos los cacos "zapadores". Por cierto, al ayuntamiento le costó quinientos reales rellenar la zanja dejada por el túnel y aplanar la zona con total seguridad para viandantes.

Finalmente, a mediados del XIX el consistorio hispalense tomó el acuerdo de rotular Dormitorio de San Pablo con su actual apelativo, Bailén, que homenajea la victoria española contra las tropas napoleónicas en la batalla acontecida en 1808 y de la que salió consagrado como héroe nacional el general Castaños y en 1868 el nombre de dicha batalla pasó a figurar en todo el tramo, desapareciendo el simpático nombre de "Abc".                                            

Coincidiendo casi con esta circunstancia, en 1842 se derribó la primitiva parroquia de la Magdalena, dejando como testigo la plaza del mismo nombre, alojándose la parroquia en el antiguo convento de San Pablo. Como recuerdo, aún quedan en la propia calle Bailén algunas lápidas que sirven como recordatorio para pedir los Santos Sacramentos a deshoras, y ya que estamos con referencia históricas, en el número 38 de la calle se puede apreciar un azulejo que recuerda que en esa casa falleció en 1978 el pintor alicantino afincado en Sevilla Domingo Gimeno Fuster y, una vez pasada la casa hermandad del Museo, en la esquina de la calle con Alfonso XII otro azulejo recuerda, ahora que las tenemos tan desgraciadamente presentes por los sucesos de Valencia, una riada con este texto: 

"A las nueve de la noche del miércoles 28 de diciembre de 1796, siendo Asistente de esta ciudad el Excelentísimo Señor Don Manuel Cándido Moreno, subió el río en los contornos exteriores de ella hasta el nivel correspondiente al pie de este azulejo".

Vaya nuestro recuerdo, pues, para la buena gente de Valencia, para las víctimas de las inundaciones y para todos los voluntarios que están luchando contra la desolación y la desesperanza. Nuestro aplauso para ellos.



04 noviembre, 2024

La calle del Vino.

Elemento indispensable en cualquier acto social, en bares y tabernas, en romerías o festividades religiosas, donde incluso es consagrado como Sangre de Cristo, esta semana nos vamos a buscar, en parte, dónde bebían vino los sevillanos de hace cuatrocientos o quinientos años. Pero para variar, vamos a lo que vamos. 

Hace tres milenios, en tiempos fenicios, se tiene constancia de la existencia de viñas en zonas de Cádiz, mientras que ya en tiempos romanos los vinos andaluces surcaban el Mediterráneo en dirección a la Roma imperial. La dominación musulmana, pese a la prohibición coránica, no ignorará las virtudes del vino, que seguirá consumiéndose y alabándose, como hará el poeta cordobés fallecido en Sevilla Ibn Zaydun allá por el siglo XI: 

Cuántas veces pedí vino a una gacela
y ella me ofrecía vino y rosas,
pues pasaba la noche libando el licor de sus labios
y cogiendo rosas en su mejilla.

Una vez la corona castellana tome posesión de las principales ciudades del sur de España vinos, licores y aguardientes generalizarán aún más su uso. Sin embargo, el descubrimiento de América, abrirá todo un abanico de posibilidades, hará que el vino andaluz de nuevo surque los mares y rinda viaje en las costas recién descubiertas por Colón y los suyos, junto con otros productos de primera necesidad tan importantes como el aceite, del que ya hablamos en otra ocasión. 

Diego Velázquez: Los borrachos o el triunfo de Baco. 1628-1629. Museo del Prado.

Las vides andaluzas alcanzarán justa fama y no es de extrañar que ya entre los siglos XVI y XVIII las bodegas gaditanas (Jerez y Sanlúcar de Barrameda, casi nada), sevillanas, malagueñas y cordobesas logren una pujanza tal que se prolongará en el tiempo, y más con la participación activa de comerciantes e inversores británicos que serán exportadores de vinos generosos hacia Inglaterra, aunque, conviene siempre recordar que ya en pleno XVI el genial William Shakespeare escribió palabras de encomio hacia los frutos de las vides jerezanas por boca del personaje de Falstaff de su obra Enrique IV:

“Un buen jerez produce un doble efecto: se sube a la cabeza y te seca todos los humores estúpidos, torpes y espesos que la ocupan, volviéndola aguda, despierta, inventiva, y llenándola de imágenes vivas, ardientes, deleitosas, que, llevadas a la voz, a la lengua (que les da vida), se vuelven felices ocurrencias. La segunda propiedad de un buen Jerez es que calienta la sangre, la cual, antes fría e inmóvil, dejaba los hígados blancos y pálidos, señal de apocamiento y cobardía. Pero el Jerez la calienta y la hace correr de las entrañas a las extremidades. Ilumina la cara que, como un faro, llama a las armas al resto de este pequeño reino que es el hombre, y entonces los súbditos viles y los pequeños fluidos interiores pasan revista ante su capitán, el corazón, que reforzado y entonado con su séquito, emprende cualquier hazaña."

¿Y en nuestra ciudad? No cabe duda de que establecimientos como El Rinconcillo, fundado en 1670, o Las Escobas, en 1386, que aún perduran por fortuna, demuestran a las claras que los sevillanos eran ya entonces propensos a disfrutar de los placeres de la buena mesa y de, también, como no, del buen vino.

Durante año gozaron de justa fama los vinos de la sierra norte sevillana, procedentes de Cazalla de la Sierra o Guadalcanal, sin olvidar los aún reconocidos mostos del Aljarafe o los procedentes del Condado de Huelva. El consumo de vino, como ahora, poseía un fuerte componente social y servía para confraternizar y celebrar, incluso se utilizaba con fines curativos al usarse hervido para sanar las heridas de los disciplinantes de Semana Santa, como ya mencionamos en otro momento. Mesones, casas de gula y tabernas eran concienzudamente vigiladas por las autoridades para evitar que sirvieran productos adulterados o aguados y su ubicación (como en nuestros días, nada ha cambiado, pues) salpicaba casi toda la ciudad, aunque una zona concreta llegó a llamarse incluso "del Vino" o "Vinatería" por la presencia de proveedores, vendedores al por menor ("regatones", les llamaban) y establecimientos de este de producto, del que, ya se sabe,  siempre se ha dicho: "In Vino, Veritas" ("En el vino está la verdad"). 

Foto Reyes de Escalona.

Ubicada en lo que antiguamente se llamó la Morería (donde la casa natal del pintor Diego Velázquez, antigua calle de la Gorgoja), entre la Alfalfa y la Plaza del Cristo de Burgos, desde 1918 pasó a denominarse calle de Sales y Ferré, en honor a Manuel Sales y Ferré (1843-1910), fundador del Ateneo de Sevilla y catedrático de Historia y Sociología, pero su nombre primitivo, calle del Vino, del que se tienen noticias desde 1592 nos da idea del tipo de actividad que se desarrollaba a lo largo de ella. Para mayor abundamiento, próxima estuvo, por un lado, la primera fábrica de tabacos del mundo y que comenzó a funcionar en 1610, generando a su alrededor todo un submundo de, inevitablemente, tabernas y mesones (como el famoso Mesón del Rey), y por otro lado, la cercanía de las Carnicerías (ahora la Alfalfa) y la calle de la Caza (actual calle Huelva), epicentros ambos también de pícaros y valentones, tanto que Cervantes hará decir a uno de sus personajes que "Oí decir a un hombre discreto que tres cosas tenía el Rey por ganar en Sevilla: la calle de la Caza, la Costanilla y el Matadero».

En torno a 1719 era llamada Vinatería; trasladada la Fábrica de Tabacos a la calle San Fernando en 1758, el espacio fue ocupado por un cuartel y derribado finalmente en 1855, aunque durante todos estos años el ambiente bullicioso, la prostitución y las riñas entre gentes pendencieras, avivadas por el consumo de alcohol no hicieron sino convertir la zona en poco recomendable; la importancia del vino fue tanta en este sector, que otras dos calles aún nos hablan de este trasiego de barriles y barricas: Odreros y Boteros, en alusión a los pellejos de vino y a las botas o barriles, que Toneleros en cambio, quedará en el Arenal. Como curiosidad, un tramo de la vía que estudiamos se llamó Calzones y existió una barreduela, hoy inexistente, llamada Pozo de la Leona.

Muy modificada en cuanto a su traza y edificios, viviendas unifamiliares, pisos modernos o convertidos, como siempre, en apartamentos turísticos, conservamos una foto de un Viernes Santo de los años 70 del pasado siglo en la que puede apreciarse el Paso de Misterio de la Hermandad de la Sagrada Mortaja revirando una noche de Viernes Santo desde Odreros a Sales y Ferré, cera gastada y cruz bajada, antes de sortear las estrecheces que culminan en San Pedro, en una esquina semiderruida, puede distinguirse el rótulo primitivo, "Vinatería", desgraciadamente desaparecido. 

Fotos: Carmelo Martín Cartaya.

Terminamos, pero antes, merece destacarse un ilustre vecino de la calle: en el número 11 y en el año 1900, no lejos de donde vio la luz Velázquez, nació Rafael Laffón, uno de los más importantes poetas de nuestra ciudad, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

21 octubre, 2024

Fray Diego, su mascota y su sepulcro.

Con curiosa forma de "L", y entre las calles Marqués de Paradas y la de Pedro del Toro, vamos a recorrer una vía que pese a carecer de historia como tal, como veremos, recibe el nombre de un importante personaje de la Sevilla del XVI que mantuvo amistad con Cristóbal Colón y poseyó extraños objetos y peculiar mascota; pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Surgida debido a las reformas urbanísticas del siglo XIX acaecidas no lejos del recientemente comentado por nosotros barrio de Los Humeros, la calle Fray Diego de Deza fue creada a espaldas de la llamada Acera del Cuartel de Milicias y es producto de la reordenación de un sector que comenzó a tener cierta pujanza debido a la construcción de la Estación de Ferrocarriles de Plaza de Armas (la estación de Córdoba, para entendernos). Con el tiempo, acogió viviendas de dos y tres plantas, algunas de cierta antigüedad, y sirvió, y sirve, para albergar las salidas de emergencia de una sala cinematográfica que tiene fachada a la anteriormente citada Marqués de Paradas (el Avenida 5 Cines, no es hacer publicidad). 

Solitaria e iluminada con energía eléctrica en 1943, sirve de zona de paso a veces para alcanzar la Plaza del Museo desde la antigua estación, y en 1895 fue rotulada con su actual nombre en honor a uno de los más importantes arzobispos de la ciudad a comienzos del siglo XVI. Pero, ¿Quién fue este Fray Diego?

Fray Diego de Deza, por Francisco de Zurbarán. 1631.

Como narra el recordado Carlos Ros, nació en la localidad zamorana de Toro allá por 1443 y procedente de noble familia, ingresó en la orden dominica y tras estudiar Teología en Salamanca se dedicó a la enseñanza en dicha universidad. Su sabiduría le hará ser nombrado tutor del príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, quien fallecerá en sus brazos en 1497. Además, en esa etapa cultivará la amistad de Cristóbal Colón, intercediendo por él ante la corona, prueba de ello es que los dominicos colocaron un cartel en la celda de Fray Diego cuando este marchó: "en esta celda fue descubierto el Nuevo Mundo". En 1504 Colón llegará a escribir que Deza fue el "culpable" de que los Reyes Católicos lograsen las Indias y de que el propio Almirante quedase en Castilla. 

Inquisidor general (sucedió a Tomás de Torquemada en el puesto), capellán real y gran canciller de Castilla, fue designado para ocupar los obispados de Jaén y Palencia, aunque su carrera eclesiástica alcanzará máximo nivel cuando ocupe la sede hispalense allá por 1504, aunque no llegará a nuestra ciudad hasta 1506 tras finalizar su labor como albacea testamentario de la reina Isabel de Castilla. Curiosamente, uno de los primeros actos que presidirá como prelado será la colocación de la última piedra del cimborrio de la catedral, aunque no se atreviese a ascender a esas alturas "por ser mucho viejo".

En Sevilla se caracterizará por ser un férreo defensor de la ortodoxia católica, promoviendo no pocos procesos inquisitoriales contra sospechosos de criptojudaísmo o herejías, llegándose a decir que "apenas bastaban cárceles para tanto número de personas"; entre sus "víctimas" estuvieron Hernando de Talavera, arzobispo de Granada, o el escritor y filólogo Antonio de Nebrija, a quien se le confiscó biblioteca y documentación, dadas sus "presuntas" investigaciones sobre textos bíblicos. En 1512, decidido a reformar malos usos y mejorar la formación de sus fieles, convocó un Concilio Provincial en el que ordenó que los sacerdotes estudiasen latín, abandonasen a sus concubinas y no asistiesen a los bautizos o matrimonios de sus hijos, lo que da una idea de la situación del clero hispalense por aquellos años, e igualmente fomentó la catequesis e instrucción, ordenando que todos aprendieran las oraciones principales. Curiosamente, respetó la Fiesta del Obispillo, a la que cambió la fecha al 28 de diciembre siempre que se celebrase con "mucha honestidad y devoción". 

Tampoco quedó en olvido la situación de los nuevos territorios descubiertos en ultramar, pues en ese mismo año de 1512 se crearon los primeros obispados americanos: San Juan de Puerto Rico, Concepción de la Vega y Santo Domingo, todos ellos dependientes de la sede sevillana. Además, estableció en la Diócesis la obligatoriedad del Estatuto de Limpieza de Sangre, de manera que nadie con antepasados judíos o musulmanes podría ingresar en determinados oficios o puestos civiles o eclesiásticos.

Fundó el Colegio de Santo Tomás, no lejos de la catedral, centro teológico que pronto entró en rivalidad con la propia universidad; en dicho colegio será sepultado tras fallecer el 9 de junio de 1523 cuando regresaba  de Cantillana en el monasterio de San Jerónimo de Buenavista. Su magnífico sepulcro fue profanado por la soldadesca francesa en 1810, pero tras la Desamortización el colegio quedó convertido en acuartelamiento con el pintoresco suceso de que a la esposa de cierto militar de alta graduación, se le antojó dicho sepulcro no por sus valores históricos o artísticos, sino para... usarlo como su bañera particular, siendo salvado de dicha función higiénica por fortuna y trasladado en 1884 a la capilla de San Pedro de la catedral, donde aún permanece con un león colocado a sus pies, debido a cierta anécdota que dejamos para el final. 

Pese a su intolerancia, fue apodado Fray Diego "el bueno", por sus abundantes limosnas a los pobres en tiempos de epidemias y malas cosechas, siempre vistió su hábito blanco y negro de los dominicos, aunque destacó en su pecho, en su cruz episcopal, una piedra del Sol, de virtudes medicinales, decían, y que no era otra cosa que una labradorita, un tipo de feldespato gris y traslúcido que llamaba siempre poderosamente la atención, al igual que uno de sus remedios para la enfermedad de la Gota que padecía, la piel de un león, del que ya hablamos en otra ocasión y que, supuso que le obsequiaran con un felino vivo, de ahí que el hidalgo, militar  y escritor Gonzalo Fernández de Oviedo lo describiera:

"Un león le dieron, muy pequeño, e hízole quitar e arrancar las uñas y los dientes y colmillos y caparlo y desarmarlo como habéis oído, para que no pudiese hacer mal a nadie, y criólo y holgábase de darle de comer en su mano; y lo que comía era cocido y no asado, porque no fuese tan recio y furioso como le tornara la carne asada y cruda. Pero se hízose tan grande y poderoso que, no obstante su mansedumbre, era espantable en su vista y aspecto. Y como el Arzobispo salía a misa a la iglesia mayor, íbase el león a la par con él, como se dice que hacía aquel de San Jerónimo, y echábase a los pies de su silla sin ofender a nadie".

Pese a todo, la corpulencia y fuerza del propio felino, provocó que matase a una mula llevada al Palacio Arzobispal como cabalgadura del Duque de Arcos durante una visita de cortesía o que atacase en cierta ocasión a un mozo del servicio, que hubo de huir con las ropas rasgadas. 

Terminamos. Aprovechamos, antes, para enviar un cariñoso saludo al "profe" Juan Carlos y sus alumnos de 6º B del Colegio María Auxiliadora de la querida localidad de Morón de la Frontera, pues alguien nos ha informado que siguen, leen, escuchan y trabajan con estas humildes páginas, de manera que les agradecemos el gesto y les animamos muy mucho en sus tareas escolares. 

14 octubre, 2024

Por la calle de enmedio.

Cerca del río, en un arrabal alejado del centro histórico, una calle destaca como vertebradora de un barrio con orígenes humildes que ya ha aparecido por estos lares en alguna ocasión. Ya que vamos a recorrerla sin prisa, aprovecharemos para hacer un poco de historia sobre su ubicación. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Foto Reyes de Escalona. 

Aunque siempre se ha pensado que durante siglos la ciudad se concentró tras el perímetro amurallado de origen almohade, no es menos cierto que algunos núcleos poblacionales se crearon de manera improvisada en el exterior de la primitiva cerca; un caso concreto bien podría ser el producido a comienzos del siglo XVI por todo un barrio de pescadores edificado entre muladares y lavaderos de lana, como bien se indica en el conocido Diccionario de las Calles de Sevilla: Los Humeros, nombre ligado ahora muy mucho a una querida hermandad de gloria que da culto a una devota imagen de la Virgen del Rosario con el Niño Jesús en sus brazos. 

Y, ¿Por qué "Humeros"? Justino Matute, allá por el año 1761 indica que era el barrio de los Humeros de las sardinas, esto es, el lugar donde se ahumaban estos pescados, para así garantizar que fueran comestibles, ya que el humo (en lo que es una técnica de la que se tiene constancia desde el período Neolítico) elimina microbios y retarda el proceso de oxidación de las grasas y la aparición de malos olores, de ahí que las sardinas ahumadas fueran producto de primera necesidad muy demandado. Los primeros permisos concedidos a estos hornos de ahumados datan de fines del siglo XV y en 1504 el cabildo de la ciudad recoge tres peticiones para "levantar casas" de ahumar sardinas, cantidad que se multiplica por dos al año siguiente.

Por supuesto, al sur de las llamadas "Huertas de Colón", como arrabal estaba encorsetado por dos frentes: el río y la muralla, ésta con la Puerta Real como único acceso y con unos horarios que limitaban bastante el tránsito entre el barrio y la ciudad. La zona, con el paso del tiempo quedó muy degradada por la presencia de diversas actividades, unas "legales", como la fabricación de pequeñas embarcaciones y otras no tan "legales" como la concentración de gentes de mal vivir y como amenaza constante las riadas de un Guadalquivir que encontraba en este sector un lugar donde campar a sus anchas cuando se crecía. 

Foto Reyes de Escalona.

Entre 1747 y 1761 y gracias al empeño de su Mayordomo, el maestro botinero Miguel Liñán, se construye (sobre lo había sido el taller de alfarería del genovés de Tomás Pesaro) la antes mencionada capilla dedicada a la Virgen del Rosario, es la época del auge de los rosarios rezados por las calles. El siglo XIX marcará un primer cambio en la omnipresente calle Torneo: la construcción de la estación de Plaza de Armas (que se llevó por delante tres manzanas de calles y algunos corrales de vecinos asentados en ese sector), la llegada de las vías del ferrocarril, que impedirá que el barrio acceda a las orillas del río (era zona de baños en verano), más el derribo de la Puerta Real en 1859, a la que seguirá la progresiva desaparición de la actividad pesquera o "humera" (en relación a los hornos, que conste), dando paso a obreros y trabajadores, muchos de ellos vinculados a la fábrica de cerámica de Pickman en la extinta y cercana Cartuja de las Cuevas. Pese a todo, siguió siendo un barrio popular y lleno de vida, que celebraba Veladas a la Virgen del Rosario y vivía en regulares condiciones de vida, como puede imaginarse. 

Foto Reyes de Escalona.

La Guía de Sevilla y su Provincia de Gómez Zarzuela del año 1865 proporcionaba estos datos sobre el barrio, aparte de nombrar el Estanco de Antonio Caro: 

"Los Humeros. Está situado este barrio junto al sitio donde se alzaba la Puerta Real. En él existía el arsenal de los árabes; tiene dos plazas y cinco calles con 130 edificios. En sus inmediaciones se encuentran la estación de la línea férrea de Córdoba, el campo de Marte, la fábrica de gas y la fundición de los señores Portilla".

De ese callejero en el antiguo arrabal destacan nombres de calles muy vinculados a los oficios de la marinería: Dársena, Barca o la misma Bajeles, ésta última uno de los ejes del barrio. Curiosamente, desde al menos 1665 se ha documentado que se llamaba calle de Enmedio o del Medio, así aparece en el conocido plano del Asistente Olavide de 1771, hasta que en 1859 se le da su nombre actual, en alusión a un tipo de buque o navío con casco de madera y uno o varios palos, relacionado todo ello con la teoría (muy cuestionada) de que en tiempos de la Sevilla musulmana en esta zona habrían estado las atarazanas o astilleros para la fabricación de navíos, algo de lo que no hay constancia documental o arqueológica pero que fue muy del gusto de los cronistas de siglos pasados, como Fermín Arana de Varflora. 

Situada entre la Plaza Blasco de Garay y la calle Locomotora y paralela a la antigua calle de Abajo de los Humeros, actual calle Dársena, la calle Bajeles apenas conserva edificios de cierta antigüedad, sobresaliendo gran parte de viviendas de pisos y alguna que otra casa unifamiliar reformada. 

Foto Reyes de Escalona.

Por cierto, mención especial merece un barrio casi desconocido y casi pegado a los Humeros: el de La Gallega o de Los Gallegos, que habría estado situado entre la desembocadura de la calle San Laureano (extensión de Alfonso XII hacia Torneo) y Marqués de Paradas; como recuerdo, o quizá casualidad, aún pervive en esa esquina un veterano Bar, llamado La Gallega, bastante conocido entre vecinos y punto de reunión para muchos. No lejos de allí, todavía en 1896 se mantenía en pie un enorme árbol de origen americano, un Ombú o Zapote, plantado allí según la tradición por el propio Hernando Colón, recuerdo de tiempos pasados, cuando el hijo del Almirante y Descubridor estableció su residencia en lo que es ahora San Laureano, casi al lado de la Piedra Llorosa. Desgraciadamente, pese a la campaña encabezada por el historiador Joaquín Guichot y otros eruditos, el Zapote u Ombú fue talado en 1902, pero eso, eso ya es harina de otro costal. 

07 octubre, 2024

Para mojar pan.

Olivo solitario,
lejos del olivar, junto a la fuente,
olivo hospitalario
que das tu sombra a un hombre pensativo
y a un agua transparente.
al borde del camino que blanquea,
guarde tus verdes ramas, viejo olivo,
la diosa de ojos glaucos, Atenea

Antonio Machado (1875-1939). Nuevas Canciones.

En la tostada de por la mañana, iluminando iglesias y hogares, ungiendo a reyes y sacerdotes, curando enfermedades, sirviendo para reparaciones mecánicas, usado en freidurías y calenterías, objeto ahora casi de lujo, en esta ocasión, nos vamos a probar un buen aceite de oliva y a descubrir, algunas, solo algunas, de sus utilidades a lo largo de la Historia sin perder de vista sus usos tradicionales. Pero, para variar, vamos a lo que vamos.

Desde el punto de vista de la mitología clásica, el olivo está vinculado a la diosa Atenea o Minerva, quien porta en sus manos una rama de este árbol, ya que, durante una pugna con Poseidón por poner nombre a una nueva ciudad, aquella golpeó una roca con su lanza y brotó un olivo, algo con lo que los habitantes de aquella ciudad podrían alimentarse, poseer iluminación o fabricar perfumes, de ahí que la ciudad en cuestión se llamase, y se llama, Atenas. Símbolo de la paz, aparece en el pico de la Paloma que vuelve al Arca de Noé o en la bandera de las Naciones Unidas. Además, se le relacionó con la victoria y la fecundidad, de hecho los campeones de los Juegos Olímpicos o los esposos romanos, llevaban coronas o guirnaldas de olivo y, por poner un ejemplo, la maza de Hércules estaba fabricada en este material y el olivo silvestre, el acebuche, tenía en el dios Apolo a su protector.

El fruto del olivo, la aceituna, deriva del árbe "Zaitum", y de él se tiene constancia histórica como fruto comestible desde la Edad del Bronce, hace unos cinco o seis mil años, nada menos. Hay referencias arqueológicas en Creta y Egipto, concretamente en la tumba de Ramses III y, por supuesto, en la cultura helénica, como hemos dicho, expandiéndose por todo el Mediterráneo su cultivo con la inestimable colaboración de un pueblo navegante y comerciante: los fenicios. La Provincia Bética (por el Río) se convertirá en uno de los grandes productores de aceite y lo exportará a la metrópoli romana en vasijas y cántaros que incluso, amontonados hasta alcanzar la increíble cifra de 53 millones, conformarán el famoso Monte Testaccio de Roma, en cuyas excavaciones arqueológicas se ha podido comprobar esa procedencia andaluza. Casi se nos olvida, mención especial para las lucernas romanas, pequeños recipientes de barro con imágenes mitológicas, eróticas o decorativas que se llenaban de aceite con una mecha y servían para iluminar y un recuerdo entreñable para las populares y tradicionales "mariposas" de aceite que flotando en este líquido iluminaban a imágenes religiosas en los hogares. 

En el Cristianismo el olivo o el aceite serán sacralizados y honrados de muchas formas,  desde el Monte de los Olivos hasta la unción sagrada ("los Santos Óleos" o "el Santoleo", como decían los antiguos"), pasando por las ramas de olivo del Domingo de Ramos o esos otros olivos que vemos alzarse sobre los grandes Pasos de Misterio en Semana Santa. En relación a la Unción, hay que decir, que en la Antigüedad los guerreros, antes del combate, untaban sus cuerpos con aceite de oliva, a fin de no ponerlo fácil a la hora del "cuerpo a cuerpo" y minimizar los daños por las heridas, de ahí el simbolismo de ungir con aceite sagrado a los monarcas cuando eran coronados, costumbre que ha pervivido entre diversos pueblos como el hebreo o el visigodo y de ahí a las diferentes cortes medievales europeas. Por cierto, la palabra "Cristo" proviene del griego "Christos", que significa "Ungido". En cuanto a las propiedades medicinales del aceite, en la Carta de Santiago se menciona:

"¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la iglesia, que recen por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor".

El paisaje andaluz en general, y el sevillano en particular, no podría entenderse sin ese verde mar de olivos alineados jalonando las tierras de labranza de la provincia, donde las labores del campo, como el "Verdeo" o cosecha de la aceituna, han dado lugar a celebraciones festivas en pueblos como El Arahal, por no hablar de la existencia de olivos o acebuches de gran antigüedad, presentes desde tiempos históricos en muchas zonas, como los conservados en la aldea de El Rocío (el popular "Acebuchal"), o en ermitas como las de la Virgen de la Oliva en Salteras, patrona de los olivareros, o las de Torrijos o Cuatrovitas, ésta vinculada al gremio del verdeo, y ambas con famosas romerías que coinciden con el fin de la cosecha en el olivar. Por cierto, Miguel de Cervantes, durante su oficio como recaudador, anduvo requisando aceites de Paradas y Écija allá por 1588.

Vincent Van Gogh: Olivos. 

Como ha analizado de manera impagable la profesora Isabel Castro Latorre, la importancia del olivo y el aceite en la cultura religiosa es muy grande, destacando su uso como elemento milagrero o milagroso; por citar sólo un ejemplo, es muy conocido el uso dado por aceites provenientes de lámparas votivas que han servido para alumbrar a imágenes religiosas de gran devoción, como por ejemplo, la Virgen de la Caridad, patrona de Sanlúcar de Barrameda; en este caso incluso se cuenta que se produjo un conocido prodigio: cuando tras un olvido no se encendió la lámpara que la iluminaba en su hornacina, ésta comenzó a rebosar un aceite que pronto fue considerado milagroso y reclamado por enfermos y moribundos. Aún hoy, se entrega a los fieles y devotos con este fin, hemos sido testigos de ello. 

Virgen de la Caridad, Patrona de Sanlúcar de Barrameda.

Otro caso, muy sevillano además, es el del aceite de Sor Ángela de la Cruz, que puede solicitarse en la portería de su convento. El "Aceite de Madre" constituye un precioso ejemplo de religiosidad popular que busca en este elemento la curación de diversos males; para ello, ha de extenderse sobre la zona a sanar trazando varias cruces y recitar una oración, bien a la Santísima Trinidad, bien a la propia Sor Ángela de la Cruz, canonizada, como se sabe, por Juan Pablo II en 2003. Ya lo dice el refrán: "aceite de oliva, todo mal quita".

Como situación opuesta, el aceite hirviendo, además de para freír exquisito pescado, llegó incluso llegar a ser último y doloroso recurso para desfigurarse el rostro, si no, que le pregunten a Doña María Coronel, allá por el siglo XIV que de este fatídico modo consiguió librarse del trance del feroz acoso al que la tenía sometida el rey Pedro I de Castilla, apodado el Cruel o el Justiciero, quien tras el suceso hubo de "tomar el olivo", usando un refrán taurino que alude a saltar la barrera. Aterrado, se quitó de enmedio, vamos. 

Foto Reyes de Escalona.

Como somos muy de calles y plazas, no podía faltar mencionar que la actual calle Tomás de Ibarra se llamó del Aceite por la abundancia de almacenes de este género que albergó, muchos de ellos dedicados al comercio con ultramar o que existe la calle Aceituno, de la que hablamos en otra ocasión o incluso la calle Alcuceros (actual Córdoba), donde se vendían estos recipientes para contener aceite, pero sin duda, el lector que haya llegado hasta este punto, ya estará recordando el conocido Arco o Postigo del Aceite, en la calle Almirantazgo y que formó parte de las puerta del recinto almohade amurallado. Llamado así, obviamente, por acoger la entrada y salida de aceite hacia el río y reedificado en 1572 por Benvenuto Tortello a instancias del Conde de Barajas, ostenta en su parte superior, en el lateral que da a Correos, para entendernos, un gran relieve con el escudo de armas de Sevilla, obra de Juan Bautista Vázquez el Viejo. Como curiosidad, conserva aún las ranuras en las que se colocaba la tablazón horizontal para evitar la entrada de agua en tiempo de riadas, y también, por supuesto, la preciosa capilla de la Pura y Limpia del Postigo.

Foto Reyes de Escalona.

Seguro que, a estas alturas,  alguien estará echando en falta una alusión a las tradicionales y exquisitas tortas de aceite, tan reconocidas en Castilleja de la Cuesta, pues bien, allá por 1874 Álvarez Benavides las menciona en relación a un antiguo corral donde luego se ubicó el famoso Café Suizo de la calle Sierpes:

"Dichas casas de vecindad, según nuestros informes, formaron antiguamente un establecimiento de beneficencia, y en el horno citado, se hicieron las primeras tortas de aceite que se confeccionaron en Sevilla. Dichas tortas eran por cierto mucho más pequeñas que las actuales."

Terminamos. Se nos queda en el tintero hablar de gordales, manzanillas, partidas, verdes, negras, deshuesadas, "chupadedos", con anchoas, pero esta vez, en vez de con aquello de "eso ya es harina de otro costal", lo hacemos con dicho popular, ya se sabe, "cada mochuelo, a su olivo".