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16 octubre, 2023

Plaza de los Carros.

Cementerio, mercado, escenario al paso de cofradías, hoy, en Hispalensia nos vamos a conocer una Plaza muy especial; pero como siempre, vayamos por partes.


En 1304 la plaza de Monte Sión, que éste es su actual apelativo, se llamaba del Caño Quebrado, en alusión a que bajo ella pasaba una de las tuberías que desaguaban en la zona de la Alameda, entonces insalubre laguna; el nombre abarcará, con el tiempo, no sólo a la plaza, sino a calles adyacentes o incluso al barrio, hasta que en 1845 con la reforma municipal de calles y plazas, se decidió rotularla con el de Plaza de los Maldonados, fruto de la presencia en ella de las casas de este linaje sevillano, propietario del Condado del Águila. El palacio, que contaba con vistoso mirador,  fue derribado hace ya algunos años, siendo construido en su lugar un edificio de viviendas denominado "Núcleo Montesión", que ahora acoge en sus bajos un supermercado y las inevitables viviendas turísticas. En 1960 fue llamada Plaza de Monte Sión en honor a la Hermandad del mismo nombre cuya capilla preside la plaza, aunque una parte más alejada mantendrá el de Maldonados. Por cierto, pese a tanto nombre siempre será para muchos la Plaza de los Carros, en recuerdo a una parada de estos vehículos existente en la plaza antiguamente.

"Sevilla", Diario de la Tarde, 17 de octubre de 1961.

El área de la plaza en cuestión ha sido modificada con el paso de los siglos, pues todavía en el siglo XIX presentaba un saliente a la altura de la antigua calle Bancaleros, ahora González Cuadrado, e incluso hay constancia en el siglo XV de que poseyó todo un anillo de soportales rodeándola, lo que ocasionó constantes y molestos pleitos entre los propietarios de esos edificios y la autoridad municipal, hasta que finalmente desaparecieron en el siglo XIX. Quizá esos pintorescos soportales (que eran muy frecuentes en la época en otros lugares como la calle San Jacinto, la Plaza de los Terceros o la propia de San Francisco) servían como refugio para vendedores y tenderos, por lo que no es de extrañar que la Plaza se llamase también en otras etapas también de los Trapos, ¿Por la presencia de ropavejeros?

En época medieval hubo allí importante carnicería con cuatro puestos de venta allá por 1505, que estuvieron funcionando hasta bien entrado el siglo XIX; además un documento datado en 1454 indicaba que era lugar para que en él se colocasen mujeres para vender todo tipo de productos al por menor, las llamadas también "regatonas". Los fabricantes de sayal, tela basta de lana muy empleada en hábitos religiosos, vivían también en la zona, pues en 1714 veintidós de ellos, pertenecientes al gremio, vivían en el Caño Quebrado, al igual que algunos carpinteros. Contó también con botica y barbería, de modo y manera que vino a ser, salvando las distancias, todo un "Centro Comercial" al aire libre.

Empedrada primitivamente, en 1906 fue adoquinada, en torno a 1970 fue asfaltada y hace escasos meses fue reurbanizada de nuevo con bancos, adoquines y árboles, aunque según los vecinos no los suficientes, además de parcialmente peatonalizada, para contento de los establecimientos de hostelería allí enclavados. 


Porque lo que de verdad hace revivir a esta plaza (con permiso de la imprescindible y clásica Taberna Vizcaíno, fundada en 1929), aparte de la tarde del Jueves Santo y la mañana del Viernes, es el popular y conocido mercadillo de El Jueves, que asienta sus reales en ella cada semana y sigue siendo considerado como uno de los mercados callejeros más antiguos de Europa, por lo que no debe extrañar que durante siglos, como hemos comentado, existieran tiendas de objetos antiguos o de segunda mano, así como libros o ropa. El Jueves es día y lugar de tratos, de regateos, de rebuscar, para coleccionistas, curiosos o simples paseantes. Tampoco podemos olvidar la "vida nocturna" que mantuvo la plaza, personalizada en el local Viña Blanca, que pasó de ser bar o taberna a convertirse en cabaret y se mantuvo abierto con actuaciones en directo, bailes y demás hasta finales de los años ochenta.

Anuncio en Prensa. Año 1961.

Algo que durante siglos estuvo más que presente fue el antes aludido colector de aguas que se dirigía a la Alameda, por lo que son más que habituales las quejas del vecindario por los malos olores y por la frecuentes roturas que experimentaba, de ahí lo de Caño Quebrado, encharcando la plaza de aguas nauseabundas que a buen seguro serían foco de infecciones. En 1784, Cándido María Trigueros, autor del libro La Riada escribía así de este sector:

"Una de las más perniciosas resultas de la inundación es el rebosar de los pozos y llenarse la Ciudad de agua filtrada por otros conductos, lo cual no puede dejar de causar los mayores perjuicios en las casas, cuyos cimientos se reblandecen; ya se han resentido muchas sin haber sido inundadas, por la flaqueza que ha causado en éstos la filtración inferior. En algunos barrios, especialmente en la Feria y Caño Quebrado, mana continuamente tanta agua, que puede junta formar un riachuelo."


Como curiosidad, el conocido poeta y cantor de la Inmaculada Miguel Cid, vivió en este Caño Quebrado antes de mudarse a la collación del Salvador e incluso lo hizo presente en alguna de sus composiciones, como ésta en la que alaba el paso de la procesión del Corpus por su casa: 

"Arroyo que habéis manado
de allá de la eterna fuente,
¿Cómo hoy vuestra corriente
Pasa por Caño Quebrado?
Un caño nos quebró Adán
Por do la gracia corrió;
Mas Dios el caño soldó
con un bocado de pan.
Corre el arroyo sagrado
hoy por el caño del suelo
y hoy toda la corte y cielo
está en el Caño Quebrado."

 La Plaza de los Carros quedó retratada en la en su tiempo controvertida novela de Alfonso Grosso El Capirote (1964), ejemplo de texto con denuncia social en pro de los trabajadores que narra la dureza de la vida y las penurias de un jornalero enfermo de tuberculosis que terminará sus días como costalero asalariado:

"Sólo le preocupada ahora su gesto cansino, el sonido de su tos, su voz que había cambiado, y su acento y su trabajo eventual de una semana en las regolas y la tercera en la carga y descarga del muelle, o, peor aún, en nada que consumiera su jornada, sino al quiebro de los chapuces, esperando en la Plaza de los Carros o en la del Pumarejo el cuarto de jornal por ayudar a descargar un motocarro, o desmontar un camión de harina, o arrastrar en el matadero las pieles de las reses y amontonarlas y pesarlas para los contratadores, o auxiliar en el Mercado Central o en la Lonja del Pescado a los subastadores."

La gran epidemia de Peste que asoló Sevilla en el inverno y primavera de 1649 ocasionó que, llenas las iglesias de cadáveres, hubiera de recurrirse a las plaza públicas como improvisados cementerios; tal fue el caso del sector de la Plaza de los Carros más cercano a la calle Laurel, donde se colocó como recuerdo una humilde cruz de madera. No tardó en congregarse en torno a ella un grupo de fieles, fundándose una Hermandad para rendirle culto en 1656, quienes costearon una nueva cruz de forja en la que aparecía, y aparece porque se conserva, la inscripción: "IMPLENTA SVNT QUARE CONCINIT FIDELIS CARMINE DICENS, IN NATIONIBUS REGNA VITA A LIGNO DEUS", o lo que es lo mismo: "Se ha cumplido lo que David cantó en verso fiel diciendo, Dios reinó desde la cruz en todas las naciones". Un azulejo, colocado en 2006, recuerda que esta cruz fue, andando los años, el germen de la actual Hermandad de la Soledad de San Buenaventura, y una copia de este emblema, convertido en Cruz de Guía, encabeza a la cofradía cada tarde de Viernes Santo, pero esa, esa ya es otra historia.

Foto: Reyes de Escalona

06 septiembre, 2021

Los Terceros y aquellos "Ojos Verdes".

Una de las Plazas más conocidas y con más sabor de nuestra ciudad podría ser, sin duda, la antigua Plaza de los Terceros, en pleno corazón de Sevilla y en la collación de Santa Catalina. 

Foto: Reyes de Escalona

Conocida desde el siglo XV como Plaza de las Tablas, de las Carnicerías o de las Freideras, debido a la existencia en la misma de puestos para la venta de carnes, pan o de pescado frito, la proximidad con la conocida Alhóndiga en la calle de su nombre o el hecho de que fuera lugar de mercado prácticamente durante toda la semana, hicieron de este enclave un punto comercial de primer orden en la Sevilla de la Edad Moderna. Pese a todo, la denominación más habitual fue la de Plaza de Santa Catalina, así como la de Los Terceros, en alusión al convento de la calle Sol, sede actual de la Hermandad de la Cena. 


Sin embargo, a mediados del siglo XIX es ésta última denominación la que se lleva el gato al agua, manteniéndose hasta nuestros días. 

En 1485 ya se había autorizado la venta en la plaza de "viandas de carne de puerco y cabrón y oveja, y pescado secial y sardinas frescas", aclarando que el pescado cecial era pescado sometido al proceso de salazón para que así se conservase mas tiempo. Prueba de ello es que Alonso Morgado en el siglo XVII afirmaba que en la plaza se hacía "una feria todos los lunes, jueves y sábados todas las semanas del año de sus muros adentro y de todas las cabalgaduras a la plaza de Santa Catalina". En el siglo XIX pervivía la faceta comercial y alimenticia, con puestos de patatas y huevos, sin olvidar que indudablemente existirían también tabernas que aglutinarían a la gente del barrio, aspecto que pervive en la actualidad, como sabemos de sobra. 

Foto: Reyes de Escalona
 
No faltó la presencia de otros oficios en la plaza a lo largo de la historia, como en el caso de Juan de la Barrera, quien en 1547 afirmaba vivir allí y dedicarse a trabajos de guadamecilería, o lo que es lo mismo, a la decoración de láminas de cuero con policromías usando plata como fondo o en el caso de Anselmo Sánchez Matamoros, que en 1797 solicitó alcanzar el rango de maestro herrero con acreditada experiencia. Precisamente a lo largo del XIX se produjeron numerosas quejas vecinales por el ruido y estorbo que provocaba este tipo de oficios, sobre todo porque trabajaban prácticamente "a pie de calle".

Ya en el siglo XX, se constata la existencia de la llamada Taberna "Río de la Plata", que incluso, como recogió el diario El Liberal en noviembre de 1904 fue escenario de un crimen al ser allí apuñalado un sujeto al parecer por un asunto de deudas de juego; además, durante la II República y en el número 17 estuvieron tanto la sede de distrito del Partido Acción Republicana, con su presidente Pedro Díaz Seda y el Sindicato de Mozos y Similares de Comercio, Hoteles e Industrias de Sevilla. 

Muy cambiada su fisonomía en cuanto a edificios, merece la pena destacarse el correspondiente al número 9, de bastante antiguedad y que en los años veinte y treinta albergó el establecimiento de zapatería "La Constancia", propiedad de Manuel Santiago, la Droguería de Teófilo Pérez en el número 2 o el número 13, donde en los años 50 fijó su negocio de pieles Alfonso Daza. 


En el número 14 se encuentra ahora la Librería Anticuaria Los Terceros, en la que vivió un vecino con mucho que contar: Salvador Valverde. 


 Aunque nacido en Argentina en 1895, de padres españoles, con cuatro años volverá a España y, cosas de la vida, al poco quedará huérfano, siendo criado junto con su hermana por su tío José, empleado de banca, que vivía en la calle Feria primero y en la Plaza de los Terceros, después. Salvador crecerá y conocerá a Sevilla y sus tradiciones desde ese escenario y con veintiún años, titulado en Magisterio, poeta precoz y escritor en ciernes, ganará los Juegos Florales de las Fiestas Colombinas de Huelva de 1916, con un poema titulado "Niña", haciéndose eco el diario El Liberal de su triunfo: 

El periódico "La Unión" había ya recurrido a sus servicios, haciendo gala en sus escritos de una profunda preocupación por los temas relacionados con las desigualdades sociales. La vida de Salvador Valverde sufrirá un cambio decisivo al abandonar su casa en la Plaza de los Terceros y marchar a Madrid en 1919, donde se dedicará de nuevo a ejercer como periodista y como secretario de una productora cinematográfica; sin embargo, poco a poco entrará de lleno en el mundillo de los letristas y compositores para cupletistas, coplas o zarzuela, sin cesar de crear letras y composiciones, a veces con la música de su paisano Manuel Font de Anta ("La Cruz de Mayo" o "Sol de España", por poner dos ejemplos) aunque con quien formará un equipo casi perfecto será con el músico Manuel López Quiroga y el también poeta sevillano Rafael de León: Valverde, León y Quiroga.


 Entramos en 1930. Valverde, ya casado y con un hijo, inicia una etapa en la que no deja de "fabricar" éxitos en forma de copla para artistas como Estrellita Castro con "María de la O", Concha Piquer con "Adiós a Romero de Torres" o Imperio Argentina con "Pena Gitana", un sin fin de composiciones que alcanzará su cénit con "Ojos Verdes", compuesta contando con la inspiración inicial de Federico García Lorca, estrenada en 1937 y grabada por Concha Piquer ese mismo año, alcanzando una enorme popularidad, aunque, dato curioso, la canción fue modificada en los años cuarenta por la censura franquista, sustituyendo el verso "apoyá en el quicio de la mancebía" por "apoyá en el quicio de tu casa un día".

Precisamente la Guerra Civil y sus ideas políticas obligarán al exilio a Salvador Valverde, primero a París (donde logrará no ser internado gracias a su doble nacionalidad hispano argentina) y luego al fin a Buenos Aires con su familia donde proseguirá con su tarea creativa, publicando novelas, guiones, comedias y programas de radio (como el famoso "Fiestas Españolas", galardonado con un Premio Ondas) y televisión.

Salvador Valverde y el cantante Miguel de Molina recibiendo en Buenos Aires a la actriz y cantante Carmen Sevilla

Mientras pasan los años, en España su nombre irá cayendo en el olvido e incluso será eliminado del trío antes aludido en favor de Quintero, en 1989 el propio hijo de Valverde reclamará el terminar con la "muerte civil" de su padre tras tanto tiempo de ostracismo.  El 5 de septiembre de 1975 fallecerá en su casa de Buenos Aires, y no será hasta 2007 cuando el Ayuntamiento de Sevilla le erija una placa justo en el bajo de la casa de la Plaza de los Terceros desde la que, a buen seguro, aprendió a amar a la ciudad y sus cosas...


P.d. Quede para otra ocasión dar detalles sobre una taberna de los Terceros que merecería ríos de tinta: Los Claveles.