Créanme quienes siguen aquestos pliegos que si ya en anteriores peripecias sufrimos feroces terrores, como cuando descubrimos escaleras que subían y bajaban por sí solas o cuando dimos cuenta de cómo es agora necesario hablarle a paredes para franquear puertas, en aquesta ocasión, por tratarse de aventura digna de ser narrada por célebre Manco de Lepanto, autor del Ingenioso Hidalgo, comprenderán que nuestros pavores hayan alcanzado cotas inimaginables. Mas vayamos por partes.
Conocimos no ha mucho competente maestro relojero en la collación de Santa Catalina, que frente a su templo parroquial (que dicho sea de paso, prosigue infelizmenete clausurado), asentaba sus reales y ejercía su noble oficio entre péndulos, manecillas y ruedas dentadas. Exigua tiendecilla, acceder a ella suponía escuchar una perpetua melodía de tic-tacs que agradaba no poco a parroquianos.
Desapareció relojería sin saber motivos, y bien que lo lamentamos cuando no ha mucho acudimos a ella y encontramos en su lugar extraño cubículo vivamente iluminado y repleto de curiosos anaqueles o estanterías tras cuyos cristales, protegidos de manos codiciosas, exponíanse no pocos alimentos y bebidas.
Apenas entrados en tal sitio, apreciamos total ausencia de tendero o mozo que atendiera clientela, sin que existiera mesa o banco en que poner mercancías y menos aún puerta a almacén o cosa similar. Si todo ello nos resultó cuanto menos sorprendente, más aún fue, rayano en paroxismo, escuchar como una voz, femenina sin duda y no exenta de aterciopelado eco, nos daba bienvenida a aquel lugar; y vive Dios que intentamos sin éxito trabar conversación con dicha fémina, que sin embargo sólo repetía, incesante, misma frase y tono, ignorando de dónde procedía.
Resignados a nuestra suerte, procuramos adquirir algunos de los bocados que aparecían dibujados con vivos colores en las antedichas repisas, incluyendo extraños panes y no menos curiosas tortas que nos dicen proceder de Italia y se prodigan muchos en estas calendas, hasta que finalmente colegimos que era menester introducir algunos maravedís en dichos artilugios y aguardar a que brotasen, como por ensalmo, de ciertos orificios practicados en ellas.
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Quede para otra ocasión relatar otro tipo de curiosísimos aparejos y enseres que también exponíanse, pues por apariencia y aspecto no dudamos que han de procurarse para ocasiones ciertamente de alcoba, mas como dicen gentes de farándula, mejor hagamos "mutis por el foro" en este tenor, que no es aqueste lugar para disquisiciones sobre tales aperos.