Aquejados por molestias estomacales y flatulencias varias, acudimos no ha mucho buscando remedio para nuestros males; mas poco provecho sacamos de nuestra indagación en pro de herboristería o curandero que los sanase, bien con cocimientos o aromáticas tisanas, pero apreciamos suma escasez de este tipo de comercios hogaño, bien por falta de vocaciones o por haber sido diezmados por Santo Oficio.
Concurrimos, empero, recabando servicio de barbero, pues público y notorio resultaba en mis tiempos que eran duchos tales individuos en practicar sangrías y demás tratamientos de cirugía, recomponiendo huesos o sanando, mal que bien, llagas o magulladuras, mas no sin cierta sorpresa descubrimos que tal oficio de barbería cíñese ahora a mero corte de pelo y componer cabelleras y peinados a la moda, dado lo cual resolvimos abandonar tal recurso habida cuenta escasez de pelambre que padecemos.
Acercámonos, pues, ciertamente remisos, a botica, y aunque algo hipocondríacos y afligidos, pues desconfiábamos de seguidores de Dioscórides o Vesalio, inquirimos cura para nuestros males bien fuera cocimiento, tintura o jarabe, sin desdeñar gargarismos o emplastes y evitando, la duda ofende, lavativas.
Nos proveyó solícito boticario, previo pago de unos maravedís, de curiosa vasija ornada con multitud de colores, y en su interior especie de tableta con píldoras de agradable y sugestivo sabor que devoramos con presteza. Como por ensalmo, en cuestión de minutos, por no decir segundos, dichas grageas aliviaron nuestro mal trance, quedando maravillados por prontitud de remedio, sin que sepamos, una vez leída cedulilla impresa que contenía tal preparado qué ingrediente tenía en su haber, pues eran términos tan extraños como desconocidos para profanos como nos, por lo que resolvimos indagar mínimamente y agradecer infalible remedio para nuestros achaques.