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31 enero, 2022

Crimen y castigo.

En esta ocasión vamos a recordar un texto que hace algunos años dimos a conocer: se trata de un pasaje de nuestro querido Don Alonso de Escalona, aquel sevillano del siglo XVI que, por extraño sortilegio, regresó a la vida en el XXI. En él, Escalona refleja una historia poco conocida y alusiva a un pequeño e ignorado monumento funerario situado en la actual Basílica de María Auxiliadora de Sevilla, pero como siempre, vayamos por partes y en este caso, escuchemos, o leamos, el testimonio del señor Don Alonso: 
 
"Sepan vuesas mercedes que como buenos viajeros hispalenses que somos, nacidos antaño pero vivendo en lo actual, permanecemos de manera constante, como dijo aquel, divagando por esta ciudad de la Gracia; por ello, no es de extrañar que de vez en cuando trabemos amistad con gentes de la más variopinta procedencia y época, tal como nos ocurrió con cierto "plumilla" (periodista, para entendernos) del siglo XIX, diestro en gacetas, hebdomadarios y crónicas, redactor a tiempo parcial nos dijo del Diario La Andalucía y del Noticiero Sevillano, y ducho en primicias a poder ser de lo más truculento pero ansiadas, vive Dios, por los lectores.

Acodados en mostrador de taberna (como no podía ser de otro modo) platicábamos con él en cierta ocasión sobre cómo aún en la antigua Iglesia de los Trinitarios, actual Basílica Menor dedicada a María Auxiliadora, consérvase un humilde y marmóreo monumento funerario con genuino texto dedicado a un tierno infante que pereció de manera funesta. Para los curiosos, hállase al final de la nave la Epístola (la diestra, la derecha, para entendernos), casi en la cabecera.


Apurando su frasca de mosto, el gacetillero, que se cubría con bombín, lucía poblado y espeso bigote, dedos manchados de tinta y gabán algo raído, nos contó que todo ocurrió un caluroso 1 de agosto del año de 1868, cuando en plena Plaza de la Infanta Isabel (hoy, Plaza Nueva) fue secuestrado el hijo, a la sazón de sólo cuatro años de edad, del señor Antonio Sánchez Torres, antiguo propietario de la llamada Fonda de Madrid, situada en la calle del Naranjo (ahora de Méndez Núñez). El "reporter" nos relató cómo una cuadrilla de facinerosos, encabezada por un sujeto de siniestro apodo y peor caracter (mejor no indagar sobre el particular) pretendía con tal rapto lograr un jugoso rescate, y que a la postre hubo trágico desenlace, no sabiéndose bien si por negarse el padre a abonar susodicho rescate o porque los delicuentes hicieron gala de tremenda maldad. 


Imaginen vuesas mercedes el dolor de padres y familiares, la indignación popular y la imperiosa necesidad de las autoridades por prender a tamaña caterva de pérfidos desalmados. Pues hete aquí que por vericuetos casi casuales, los alguaciles, contábanos el periodista, lograron prender a un individuo que respondía al alias de "El Rubio" que no era otro sino el que hacía llegar anónimas y perversas misivas al padre de la criatura en las que reclamaban pronto desembolso de caudales bajo sanguinarias amenazas de muerte para el raptado.

Interrogado, "El Rubio" delató sin demora a su cómplice, un malnacido apellidado Morillas y apodado "Trepa-Burras" para a continuación indicar dónde se hallaba el pequeño; cruel tardanza, el caso es que el cadáver del infortunado niño apareció el viernes 7 de agosto de aquel 1868 bajo la bóveda que cubría el arroyo Tagarete, en el punto comprendido entre las huertas de "El Tello" y "La Borbolla", no lejos de la  Estación de Cádiz. Las pesquisas dieron su fruto y el autor del infanticidio fue finalmente apresado y puesto a buen recaudo el día 10 de agosto.

Pasados los meses fue la Plaza de Armas testigo del ajusticiamiento del autor material de tan execrable acto, mientras que su compañero de andanzas fue obligado a presenciar la ejecución, tras la cual fue enviado a cumplir cadena perpetua dictada por la Real Audiencia. 

Dábase así por cerrado el llamado "Crimen del Correo" o "Crimen de la Plaza Nueva" que tanta expectación como congoja despertó en la población, que mantuvo en vilo a no pocos sevillanos y del que ahora queda sencillo mausoleo con los restos de la inocente víctima.  


Apuró el vaso en sorbo rápido nuestro contertulio, soltó un par de monedas que tintinearon sobre el mármol del mostrador y con un "quede usted con Dios" abandonó la tasca, dejándonos sumidos en tristes meditaciones..."

Foto: Reyes de Escalona.


Post Scriptum: Para quienes deseen mayores detalles sobre antedicho secuestro e infanticidio, Maese Álvarez-Benavides lo relata en sus "Curiosidades Sevillanas", publicadas entre 1898 y 1899 y reeditadas con prólogo del inolvidable Alberto Ribelot allá por 2005.

12 octubre, 2020

Pregonando.

  

 

En estos tiempos actuales, en los que los medios de comunicación o las redes sociales auspiciadas por Internet han acortado las distancias y es posible saber todo de todos, quien desee realizar alguna compraventa, solicitar empleo, declarar un objeto como perdido, reclamar una deuda o cobrarla, solo tiene que recurrir al mundo digital para conseguir sus propósitos. Además, desde casi sus orígenes, la prensa escrita ha dedicado parte de sus páginas a la inserción, gratuita o pagando, de anuncios de todo tipo, por no hablar de publicaciones específicas de estas características.


Pero, ¿Cómo era en el siglo XVI o XVII? ¿De qué manera podían proclamarse edictos judiciales, sentencias varias, embargos y resoluciones civiles o penales de todo tipo?



Para eso se contaba nada más y nada menos que con todo un gremio perfectamente organizado con sus propios estatutos y cargos, amén de su correspondiente sede social u hospital, un gremio con un nombre que quizá ahora nos suene más a atril, a poemas y a prosa evocadora: el gremio de los pregoneros.


Su origen se pierde en la noche de los tiempos, sabido es que en la antigua Roma existieron los llamados “Praecones”, quienes a modo de heraldos proclamaban de viva voz las sentencias de los juzgados, convocaban a los ciudadanos a las asambleas y comicios donde se celebraban elecciones o también anunciaban embargos, subastas o todos tipo de actos judiciales, sin olvidar el proclamar a los vencedores de los juegos públicos y otorgarles la corona de triunfo.


Pasados los siglos, se sabe que en Sevilla se conoció como Calle de los Pregoneros a la actual de Ximénez Enciso, en el barrio de Santa Cruz, que arranca en Jamerdana y finaliza en Santa María la Blanca, pues en ella, comenta Santiago Montoto, tuvieron su sede como corporación, sin que sepamos a ciencia cierta dónde se encontraría dicha casa con exactitud.


Las Ordenanzas de la Ciudad de Sevilla, impresas en 1527 y que hemos consultado, dedicaron un amplio espacio en regular el trabajo y misión de estos funcionarios adscritos a la Justicia, aunque hay que decir también que podían ser contratados por el público en general a fin de proclamar o anunciar negocios o asuntos particulares.


En esas Ordenanzas, promulgadas por la Corona, se constaba ya que el uso de esta figura “pregoneril” era bastante antiguo y que estaban establecidas las tarifas, e incluso la cantidad, y la existencia de dos Pregonero Mayores cuyo oficio era provisto por el Cabildo de la Ciudad, siendo vitalicio, junto con otros doce pregoneros “menores”, cifra interesante si contamos con que en París en sus mejores tiempos llegó a haber veinticuatro. Como condiciones para ingresar en el gremio se les pedía que tanto los mayores, como los menores fuesen:


Hombres buenos, y de buena vida y fama, y no viles personas, ni mal infamados, hábiles y pertenecientes para usar de dicho oficio, que tengan voces altas y claras y elegibles a vista y examinación de los mayores”.


Igualmente, y dado que al parecer eran depositarios de no pocos bienes de valor que a la postre salían a pública subasta, y para evitar “tentaciones”, se les obligaba a entregar la cantidad nada desdeñable entonces de cien mil maravedís como fianza o depósito de garantía; además, se prohibía que los pregoneros se asociasen para hacer negocios, bajo pena de mil maravedíes y hasta la pérdida del empleo.


Bien organizados, en la Ordenanzas se obliga a los dos Pregonero Mayores a que establezcan un cuadrante semanal, donde se establecía que hubiera siempre dos pregoneros disponibles al servicio de la Justicia y de la Alcaldía y también que esos pregoneros habrían de realizar la labor, especialmente en lo tocante al anuncio de la limpieza y barrido de las calles, de manera que sus vecinos estuviesen avisados cada quince días, lo que da idea de la higiene, o mejor dicho, de la falta de higiene que dominaba las calles hispalenses en aquella época.


Interesante también un detalle para los “novatos”: cuando un nuevo pregonero ingresaba en el gremio: Por honra de él, haya de dar y de un yantar a los otros pregoneros, mayores y menores, ayuntados en el lugar que ellos acordaren, antes que use del dicho oficio y que sea obligado a dárselo en dineros o en viandas, cual escogieren o más quisieren los otros pregoneros, o la mayor parte de ellos, con tanto que ahora se de en vianda o en dineros, no se gaste en ellos más de quinientos maravedís”


En resumidas cuentas, el nuevo debía o bien pagar una “convidá” por su ingreso en el Gremio o bien entregar al mismo el importe que pensase gastarse en la comida y bebida.


¿Dónde se colocaban los pregoneros a la hora de comunicar anuncios, edictos y demás asuntos? Según el texto que hemos consultado, se mencionan las Gradas de la Catedral, las Plazas del Salvador, la Alfalfa, Santa Catalina y la Feria (hay quienes aluden también al trianero Altozano) como espacios de obligado cumplimiento (quizá los más populosos en aquel tiempo por la existencia de mercados en ellos), cobrando por ello la cantidad fija de cuatro maravedís, aunque también podían pregonar en otros lugares previo pago extra de dos maravedís.

 


 Sabemos que aparte de este salario, los pregoneros podían cobrar algo parecido comisiones por sus servicios, pues las aludidas Ordenanzas establecían lo siguiente: “Otrosí, como quiera que los dichos pregoneros hasta ahora han llevado treinta y tres maravedís y medio de cada millar por su salario de las cosas que vendían, así en las almonedas de los difuntos, como en las Gradas y en las otras plazas públicas de esta ciudad, y porque este salario es muy excesivo, mando que de aquí en adelante los dichos pregoneros lleven por su salario de las cosas que vendieren en las dichas almonedas o fuera de ellas veinte maravedís de cada millar”, lo que en definitiva parece una rebaja de sus comisiones, que habrían pasado del 3,3 por ciento al 2 por ciento. ¡Ignoramos cómo sentaría esta medida en la institución!

http://www.elgranporque.com/wp-content/uploads/2016/05/pregonero.jpg


Como curiosidad, y acerca de la actividad de esta curiosa corporación, un texto de las Ordenanzas que alude a otro gremio, el de fabricantes de colchas, nos da idea de cómo actuaban los pregoneros en ocasiones concretas:


Otrosí, porque por experiencia se ve que los pregoneros venden muchas cosas en almoneda y por evadirse de la dicha pena y engañar a los compradores, al principio que empiezan a pregonar la colcha dicen de lo que es, y después andando en almoneda no lo tornan a reiterar y decir; y porque en la dicha almoneda sobrevienen otras personas que no oyeron al principio si la dicha colcha era de algodón, o de lana, y la pujan y compran creyendo ser de algodón, de que resciben engaño, que los tales pregoneros y otras personas que así vendieren las dichas colchas declaren y digan al principio de la dicha almoneda, y al remate de ella, de lo que es la dicha colcha, so pena que si así no lo hiciere, pierda la dicha colcha o su valía de ellam si fuere suya, y si fuere ajena, que pague seiscientos maravedís y esté diez días en la cárcel, y que no se pueda excusar de la dicha pena, puesto que al principio de la dicha almoneda diga y declara de lo que es la dicha colcha, si no lo dijere, y declare al tiempo del remate”.


Y es que tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden

Otro cometido no menos interesante era el ir delante de los reos proclamando la condena de cada uno, antecediendo al cortejo de alguaciles, jueces y sacerdotes camino del patíbulo o cadalso. Cervantes en su novela picaresca El Licenciado Vidriera hace aparecer al pregonero durante una ejecución en Valladolid y Francisco de Quevedo, por su parte, lo narró en verso de este modo:


Con chilladores delante

y envaramiento detrás,

a espaldas vueltas, les dieron

el usado centenar.


Los “chilladores” serían nuestros pregoneros, mientras que el envaramiento aludiría a las varas de autoridad que portarían los alguaciles; era habitual que la pena de azotes fuera de cien y que con las espaldas vueltas al pueblo los condenados recibieran dicha pena


¿En qué momento desaparece el oficio de pregonero tal como se concebía en aquellos tiempos? Se conservan nombres de pregoneros sevillanos de finales del XVI y del XVII como Martín Macías de Salamanca (que además era librero según relata María del Carmen Álvarez Márquez) o Cristóbal de Zamora de quien se poseen referencias en 1597; incluso se sabe que una Real Cédula firmada en Sevilla en 1732 contiene las Ordenanzas del Gremio de Plateros de Barcelona y en ellas se incluyen términos y alusiones a los pregoneros al igual que en una publicación de práctica forense editada en Barcelona en 1832, donde se les menciona. 

 

Quizá la disminución del analfabetismo, la llegada de la prensa escrita y, más tarde, de la radio o la televisión, terminasen con el oficio, aunque aún pervive la figura del pregonero en no pocos pueblos pequeños de la geografía española, aparte, claro está, de los pregoneros líricos y exaltadores de la Semana Santa, Patronas o fiestas populares, pero esa, esa ya es otra historia…

10 agosto, 2020

A oscuras.

En estos tiempos que nos ha tocado vivir, nos parece de lo más normal que llegada cierta hora de la tarde, casi como por arte de magia, y de común acuerdo, se enciendan las luces de nuestras calles e iluminen nuestro caminar por plazas y avenidas sin mayor problema. Sin embargo, hace trescientos o cuatrocientos años, salir a la calle de noche, tras el llamado toque de Ánimas o de oraciones, era poco más o menos que cosa de gente brava o valiente, pues por un lado la oscuridad era dueña y señora de Sevilla, excepción hecha de algún farolillo encendido junto a algún retablo o cruz, y por otro eran las nocturnas horas las más apropiadas para fechorías, pendencias y desmanes cometidos por los habituales de la delincuencia, quienes aprovechaban precisamente el cobijo de las sombras para actuar con impunidad habida cuenta la escasa presencia de alguaciles en esas horas. En no pocas ocasiones algún aventurado transeunte que se dirigía a alguna urgencia resultó asaltado o peor aún, herido o acuchillado a manos de maleantes, lo que hizo tomar, al fin, cartas en el asunto a las autoridades locales.


Corría el año 1732 cuando el Asistente Manuel Torres, junto con su sucesor Rodrigo Caballero Illanes, acometieron las primeras intentonas de dotar de alumbrado público a la ciudad; para ello, ordenaron al vecindario que desde las primeras horas de la noche, hasta las doce, colocase faroles encendidos en sus ventanas, a fin de evitar la oscuridad. Aunque bien intencionada, la idea gozó de escasa aceptación, ya que aparte de contar con la oposición de parte de los sevillanos, fueron muy abundantes los casos en los que las gentes de mal vivir, que veían peligrar sus “hazañas”, se dedicaron a apedrear o robar no pocos faroles, con el consiguiente trastorno, o susto, para sus propietarios.


En 1760, otro Asistente, Ramón Larrumbe, intentó de nuevo poner orden, publicando un bando el 27 de octubre en el que básicamente insistía en la obligación de colocar los faroles en ventanas desde media hora después de las oraciones hasta las once de la noche, bajo pena de dos ducados en una primera vez, cuatro ducados por la segunda y ocho por la tercera; además, y esto es interesante, se ordenaba el cierre a las ocho de la tarde de todos los bodegones, botillerías y tabernas, todo ello en favor del sosiego y seguridad de la ciudad. Por último, añadía: “Que desde las once de la noche en adelante, ningún vecino de cualquier calidad y condición que sea, pueda andar sin luz por las calles, llevándola por sí o por sus criados con linterna, farol, hacha o mechón; pena que al que contravenga, siendo persona distinguida, de seis ducados con la referida aplicación: y al que no sea de esta circunstancia se le tendrá por persona sospechosa, y se le tendrá en la cárcel, para que averiguado su modo de vivir, se le de el destino correspondiente”.


Diez años después un político ilustrado y reformador como Olavide, Asistente a la sazón de Sevilla, encarecía a los sevillanos la importancia de la iluminación: “Habiendo acreditado la experiencia no se había podido evitar que en horas extraordinarias transiten personas sospechosas, pues en fraude de ellas se ha verificado encontrarse sujetos de esta claes despúes de las doce de la noche, con la cautela de llevar luz e ir separados para que no se les pudiese retener por las rondas: considerando su señoría que en semejantes horas nadie sin motio urgente debe estar fuera de sus casas y que el mero hecho de carecer de esta legítima causa le constituye en sospecha”. ¿Resultado? Se ordenó la detención de cuantos vecino fuesen encontrados, como medida más que expeditiva, mediante un nuevo Bando publicado el 22 de octubre de 1772 en el que se establecía que toda personas que se hallase fuera de su casa pasadas las doce de la noche hasta el primer toque del alba y no acreditase estar en la calle por una urgencia, fuera dada por presa hasta que no aclarase su situación.

Al fin, en 1791, el Asistente Ábalos tomó una decisión que marcaría un antes y un despúes en esta cuestión, creando un cuerpo de faroleros o “mozos del alumbrado” quienes estarían al cargo del encendido diario de los faroles vecinales, cobrándosele a los sevillanos un canon por este servicio. Como curiosidad, se pide a estos mozos que “cada uno recorrera su partido de continuo para avivar el farol que se amortigue o encender el que se apague con atraso. Estas maniobras las han de hacer con actividad y prontitud: para ello y que no tenga disculpa, han de ser mirados mientras lo ejecuten con la detención y preferencia debida al público, a quien sirven, de deteniéndose con pretexto alguno a que siga su ruta por las personas más privilegiadas”.


Será otro Asistente, de grato recuerdo para Sevilla y de quien hemos hablado por aquí en otras ocasiones el que organice de modo más o menos definitivo la cuestión del alumbrado público. Hacia 1827, José Manuel de Arjona, estableció la colocación de faroles triangulares sobre pescantes de hierro, con notable éxito; posteriormente, ya en 1839, Sevilla contaba con un millar de faroles con un uevo sistema inaugurado el 13 de agosto de 1836 consistente en los llamados “faroles de reverbero” que seguían usando aceite como combustible, pero con mayor eficacia lumínica al colocárseles unos espejos de latón que reflejaban la luz y que causaron la admiración de la población .

Para concluir, el gran cambio tendrá lugar en torno a 1854, cuando en calles como Armas (actual Alfonso XII), Sierpes o Plazas del Duque o la Campana, se instalen las primeras farolas de gas, que no serán sustituidas por la energía eléctrica hasta 1941. La luz había llegado a las calles de Sevilla, y esta vez para quedarse...


24 febrero, 2020

Mercado, Cárcel, Convento...


  

      En esta ocasión, y como está próximo a celebrarse el via crucis cuaresmal del consejo de cofradías, este año presidido por el Señor de la Salud de la hermandad de los Gitanos, vamos a centrarnos en un convento desaparecido y que albergó a esta corporación durante ochenta años. Poco, muy poco ha llegado hasta nosotros de este convento masculino, pues sus bienes fueron incautados, como veremos, y el edificio en parte derribado y en parte transformado, como veremos también. Sin embargo, si cualquier día accedemos al Museo de Bellas Artes de nuestra ciudad, como por ejemplo, para admirar la gran exposición sobre Martínez Montañés, comprobaremos que en dicho museo se cobijan elementos que provienen de este cenobio masculino, nos referimos, en concreto, a los azulejos que adornan su vestíbulo o algún otro elemento que comentaremos. 

     Algún avispado oyente ya sabrá por dónde van en esta ocasión las pesquisas de nuestro numerosísimo equipo de archiveros, documentalistas y bibliotecarios; efectivamente, se trata del antiguo Convento del Pópulo, fundado en 1625 en pleno barrio del Arenal. Por un momento, viajemos en el tiempo y acerquémonos a aquel lugar, por aquel entonces bastante peligroso y nada recomendable, extramuros, y que al decir de las crónicas estaba necesitado de “saneamiento” en tres órdenes, urbanístico, humano y espiritual, por estar “sujeto a muchas inquietudes, y asistir de ordinario por el comercio del río mucha gente vagabunda y del mal vivir como se ha experimentado”, donde de ordinario se producían “pendencias y no pocas muertes violentas”. 

    Como suponíamos, esta zona de Sevilla, fuera de las murallas, entre las Puertas de Triana y del Arenal, lo que ahora sería más o menos el Paseo de Colón, estaba casi desierta, alejada del bullicio del centro histórico. En este sector, tres padres agustinos recoletos o descalzos serán los fundadores de un convento, en principio modesto y humilde, erigido en honor a Santa Mónica, la madre de San Agustín.

            El nombre del Pópulo será agregado por culpa de un cuadro flotante, una pintura con vocación “marinera”, por así decirlo. No, no te extrañes, Antonio, lo explicamos con más precisión: en una vivienda de la cercana calle Harinas vivía Antonio Pérez, barcelonés de nacimiento por más señas, casado con la sevillana Antonia de Villafañe, ambos fervorosos devotos de la Virgen María en su advocación romana del Pópulo, de ahí que en el portal de su casa estuviera colocado un lienzo con dicha imagen mariana y sus correspondientes candelas que era encendidas puntualmente cada noche para iluminar con fervor dicha pintura y también, por qué no, alumbrar esa zona de la calle.

Cuadro de la Virgen del Pópulo en la Parroquia de la Magdalena y restaurado en 2014
             Justo un año después de la fundación del convento, llegó el llamado “año del diluvio”. Furiosos temporales asolaron la ciudad. Las aguas se desbordaron en el Guadalquivir. Las inundaciones, gravísimas, anegaron todo el Arenal, alcanzando a la propia calle Harinas y amenazando con rebasar el nivel donde estaba la Virgen del Pópulo, cosa que efectivamente sucedió y, oh prodigio, el cuadro se mantuvo flotando sobre las aguas con las dos lamparillas que lo iluminaban encendidas, sin que nunca se agotasen. Así estuvo durante tres días, casi nada, siendo testigos muchos vecinos quienes presenciaron este hecho y lo juzgaron como milagroso. 

            Cuando el peligro pasó y las aguas descendieron, el cuadro fue recogido y se decidió que éste debería estar en una iglesia y no en una casa particular. De este modo, se acordó que la suerte elegiría el lugar sagrado donde debería ubicarse, se prepararon papelitos con nombres de todos los conventos sevillanos y la mano inocente de un niño extrajo tres veces la papeleta con el nombre del convento de los Agustinos Recoletos. Una vez ubicado allí continuaron los milagros que atraerían a muchos devotos al convento y que extenderían su devoción.

Con gran alegría y “gozo espiritual” recibió la comunidad agustiniana la imagen del Pópulo, colocándola en el altar mayor, donde comenzó a ser venerada y a “resplandecer con muchos milagros”. No solo los religiosos sino los devotos de la Virgen María, patrona y protectora del convento y de los sevillanos, plantearon la conveniencia de levantar un nuevo cenobio e iglesia donde pudiese ser venerado el milagroso icono.

En 1637 el cabildo aprobó la ubicación del lugar, frente al río Guadalquivir, en su margen izquierda, y entre la Puerta del Arenal y la de Triana, denominado “de las eneas”, porque allí crecían con abundancia, extramuros de la ciudad, en lugar semidespoblado y vinculado “a gentes de mal vivir”. En torno a la fundación agustina, crecerá, no es de extrañar, el llamado arrabal de la Cestería. 

La construcción no tardó en ponerse en marcha, pues, constando de acceso a través de un porche, con su portería, varios patios o claustros, celdas ubicadas en dos plantas con mayor o menor luminosidad según la zona, enfermería, huerta, en fin, las diferentes dependencias habituales en este tipo de conventos, sin olvidar la amplia sacristía, cocinas, refectorio y demás estancias. De este modo, con el tiempo, el convento del Pópulo llegó a sobresalir por su tamaño entre el caserío de la zona y quedó convertido en noviciado y punto de salida para no pocos misioneros que embarcaban en el cercano puerto rumbo a Indias o el Pacífico, llegando a convivir entre sus muros más de cincuenta religiosos. 

La llegada de la Peste de 1649 afectará profundamente a la comunidad agustina, que se volcará en el socorro espiritual de los contagiados, falleciendo treinta religiosos y cinco sirvientes y dará lugar a un nuevo hecho milagroso, centrado en Fray Luis de San Agustín, natural de Guadalajara, gran devoto de la Virgen del Pópulo y que cuando enfermó dos veces por la epidemia, fue pagado por esta “Divina Señora” con una curación milagrosa, “en premio de su devoción”.

Área ocupada por el Convento del Pópulo según el Plano de Olavide de 1771.
 Construida en ladrillo, la iglesia constaba de planta rectangular, tres naves, crucero con media naranja, techumbre de bovedilla en cuyo encabezado estaba el retablo mayor, y dos capillas laterales. Su piso estaba baldosado de losetas de Génova azules y blancas. Ni que decir tiene que en el altar mayor recibía culto la famosa imagen de la Virgen que daba nombre al convento. La iglesia se dotaba también de una airosa espadaña con campanario. 

Hemos dejado para el final la fachada de la iglesia. ¿recuerdan los oyentes el aspecto de la fachada de la iglesia del Señor San Jorge o, lo que es lo mismo, la Santa Caridad? En efecto, se trata de una fachada decorada con paneles de azulejería y este sería el aspecto que presentaría la del Pópulo, dato contrastado gracias a crónicas de la época y a un grabado de Pedro Tortolero de 1729 que muestra el Arenal durante la triunfal entrada en sevilla del monarca Felipe V.


 La ubicación del convento desde luego no facilitaba las cosas, porque las frecuentes crecidas del río obligaban a realizar constantes obras de reparación, en algunos casos el agua alcanzaba cotas elevadas y la comunidad tenía que tomar la decisión de abandonar momentáneamente los muros del Pópulo, mientras los vecinos acudían a implorar de la Virgen del Pópulo para que las aguas bajasen. 

            La Desamortización de Mendizábal terminó con la vida monástica y con los bienes del Pópulo repartidos por diversas iglesias, como el órgano, que se halla en San Bartolomé o el retablo de Santa Rita o el mismo lienzo de la Virgen del Pópulo, ambos en la parroquial de la Magdalena. El 3 de julio de 1837, 500 presos abandonaban la ruinosa Cárcel Real de la calle Sierpes y eran internados en la nueva Prisión del Pópulo.


En 1843 la iglesia fue derribada, “dejándola hecha solar”, y consultando la necesidad de realizar en despoblado las ejecuciones capitales, se resolvió labrar en el muro zaguero del edificio una espaciosa azotea, en donde se cumplieran las sentencias de muerte en garrote; librando a los reos de ese doloroso tránsito de la cárcel al patíbulo por entre la curiosa multitud, y evitando con esto escenas repugnantes y propias a muchos desórdenes”.

Los paneles de azulejos de la mencionada fachada, por fortuna, han sobrevivido. San Agustín, Santa Clara Montefalco, Santa Mónica o San Gelasio, nos dan la bienvenida al entrar en el Museo de Bellas Artes, ya que terminaron colocados allí tras la Desamortización de Mendizábal, y la Virgen del Pópulo, en azulejos polícromos, preside el llamado patio de los bojes de la mencionada pinacoteca.


Al convento, como vemos, le aguardaba un destino como prisión provincial hasta al menos 1933. Tras sus muros los presos aguardaban cada mañana de Viernes Santo el momento del paso de la Esperanza de Triana tras los barrotes, cuando las saetas y las súplicas llenaban el aire e incluso inspiraron una marcha: “Soleá dame la mano”. Finalmente, la Prisión del Pópulo será historia desde el 14 de septiembre de 1935, cuando todo el edificio quede convertido en un solar y posteriormente en Mercado de Entradores. Pero esa, esa, esa ya es otra historia…

09 mayo, 2018

Mañara.-



Pensarán vuesas mercedes que tras tanto tiempo ausente por estos lares quizá andaría remando en galeras del Rey o quizá sepultado en lóbrega cripta parroquial; nada más lejos, sino que negocios familiares nos tienen afortunadamente ocupados en demasía como para perpetrar texto alguno en este ventanal de letras. 

Pero quizá sea ésta fecha indicada para retomar andanzas aprovechando que tal día como hoy entregaba su alma a Dios, en olor de Santidad, el honorable caballero de Calatrava Don Miguel de Mañara, preclaro refugio de los pobres en su celebérrimo Hospital de la Santa Caridad y que aún anda aguardando ser beatificado sin que se sepa a ciencia cierta por qué no ha sido elevado a los altares como merece. 

La leyenda, mala en su caso, quizá le haya seguido como funesta compañera de viaje, más es cierto que gran parte de su vida terrena la pasó haciendo el bien y recabando donativos (dando "sablazos" como agora se dice) para culminar su gran obra. 

 Baste, como prueba, un botón:

Cuentan de él que en cierta ocasión, habiendo recibido generoso donativo (500 reales, nada menos) de un alma caritativa en grado sumo, hallóse en la tesitura de no saber a quién entregarlo; decidido a cumplir su cometido, decidió ponerse en manos de la Divina Providencia y montando en su cabalgadura dejó a ésta a rienda suelta, de modo que se encaminara a donde más le agradase. Y hete aquí que el jamelgo, sin dudarlo, terminó su periplo deteniéndose junto a la muralla, cerca de la Puerta de la Macarena, justo en un concreto lugar, pues de allí no consintió en moverse el animal, donde halló Don Miguel mísera casucha en que malvivía una familia huera de dineros con sus progenitores enfermos y numerosa prole sin apenas ropa con la que vestir y pobreza en grado sumo. Sobra decir que recibieron la limosna con incrédulo agradecimiento y que Mañara marchó por el barrio de la Feria satisfecho por, una vez más, haber cumplido con creces con su caritativo cometido...


01 junio, 2014

San Isidoro del Campo.-

 No hace escasas fechas (mientras la ciudad se sumergía en los grandiosos fastos macarenos a los que acudimos en muy buena compañía, dicho sea de paso) encaminamos nuestros pasos a señalado Monasterio, fundado allá por los años de 1300 a pié de la ruta jacobea llamada de la Plata y que albergó en sus muros a cistercienses, jerónimos, Guzmanes y hasta algún que otro heterodoxo que terminó por ser quemado en efigie por el Santo Oficio o por huir a tierras protestantes. 

Lugar de silencios y monumentalidad preclara, disfrutamos de lo allí conservado, pálido reflejo de un pasado sin duda magnificente.








Disculparán vuesas mercedes la falta de color en las instantáneas, mas por esta ocasión decidimos ejecutarlas de modo diferente al habitual, más acorde a la solemnidad del edificio que recorrimos.

27 marzo, 2014

Navegando.-

 Que aquesta ciudad fue Puerto de Indias es cosa sabida y común; que de ella partieron naos, galeras y galeones surcando mares y océanos, también; que a esta tierra nuestra arribaron tras duras singladuras pilotos, marinos y grumetes trayendo consigo riquezas incontables tras penalidades espantosas es algo que cualquier vecino avezado en Historia sabrá sin que seamos nosotros los que añadamos mucho más.


Poco recuerdo queda, salvo Archivo que llaman de Indias, de aquel glorioso y sufrido pasado, aunque no es menos cierto que esta mañana, como si de restos de un naufragio se tratara, hallamos curiosos aparejos para navegar salidos de Dios sabe qué navío.


Pocos rumbos marcará o pocos nudos establecerán estos elementos, pero si por arte de nigromancia lográsemos hacerlos hablar nos narrarían, a buen seguro, todo tipo de andanzas y peripecias...

NOTA: ha querido la Providencia que este sea el pliego que hace número cien desde que comenzamos a publicarlos. Gracias a los que nos han leído, a los que nos leen, y a los que nos leerán. 

07 julio, 2013

Calle del Rey



 Aunque hora llamada Betis por símil con el nombre romano del llamado Río Grande por los musulmanes y Guadalquivir por nosotros ahora, no deja de ser llamativo que tal vía, que mide 618 metros, tuviera como nombre, allá por el siglo XV el de “Calle del Rey” y ello se debiera a singular suceso que tomando prestada la crónica de Maese Macías relataremos a continuación:

Corriendo los años de 1359, el monarca castellano Don Pedro I (Cruel o Justiciero, tómese el apodo que más plazca al lector) se había apropiado de ciertas rentas que legítimamente pertenecían a la Iglesia, de modo que el prelado, celoso de sus privilegios, resolvió enviarle al rey el oportuno requerimiento notarial para que restituyera las cantidades de las que se había apropiado.

Conocedor el Notario de cómo se las gastaba Don Pedro, iracundo y de genio vivo como era, resolvió aprovechar que cierto día éste paseaba a caballo por la orilla del río que daba a Sevilla para, desde una embarcación que se había proveído, reclamar de viva voz las antedichas rentas. Mas como el soberano daba la callada por respuesta ignorando la reclamación, envalentonado el Notario, comenzó a lanzarle anatemas e improperios, seguro de que tales agravios no llegarían a los reales oídos. 

 Craso error, pues Don Pedro, montó en cólera (que no era el nombre de su caballo), espoleó a su cabalgadura y lanzóse al Guadalquivir para dar escarmiento al lenguaraz, quien pudo escapar merced a los remos de su barca y a que la rápida corriente fluvial arrastró al rey, y de no ser por su caballo, habría perdido la vida, alcanzando, algo maltrecho, la orilla del río que ahora llamamos Betis. 


12 abril, 2013

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 Como en aquesta bendita tierra trócanse con celeridad túnicas por volantes y capirotes por mantoncillos, no vendría mal recordar a los habituales lectores de estos pliegos cómo transcurrió aquella primera Feria que tuvo lugar allá por 1847. Quizás sepan vuesas mercedes, fue creación de vasco y catalán (curiosa amalgama, vive Dios) pues de tal condición eran José María Ibarra y Narciso Bonaplata quienes lograron del Municipio licencia para solicitar a la Corona una Feria de Ganados pues a su decir esa feria llevaba aparejado doble objetivo: promover mercantiles transacciones y dar aliciente a labradores y criadores de ganado para mejorar sus productos.

 Quedó autorizada, pues, dicha Feria para los días 18, 19 y 20 de abril de aquel año. Aquella Semana Santa habría sido familiar para actuales tiempos, pues no en balde de quince cofradías anunciadas sólo salieron las del Domingo de Ramos y Miércoles Santo, quedándose en sus templos las restantes merced al fuerte temporal de agua y viento que azotó la ciudad.


Fue el llamado Prado de San Sebastián lugar escogido para la Feria, y en ella al decir de las crónicas, se movieron 9.684 ovejas, 4.289 carneros o 4.111 cerdos, y para amantes de cifras, baste decir que el monto de negocio ascendió a nada desdeñable cifra de 316.000 reales. 

Mas no todo fueron cuestiones económicas, que habíase entoldado la calle San Fernando en ella se situaron tiendas de paños, peinetas, joyas e incluso curioso bazar marroquí, por no hablar de cómo en otra zona cercana se colocaron puestos de quincalla, juguetes de barro y latón, abanicos, y desde la Alcantarilla del Tagarete hasta la Enramadilla asentaron sus reales gitanas que freían buñuelos, y feriantes que ofrecían menudo, pescado frito y caracoles regados por vinos de Sanlúcar y el Aljarafe. 


Como no podía ser menos, en el coso de la Maestranza se lidiaron toros para la ocasión, alternando Juan Lucas Blanco, de Sevilla con Manuel Díaz “Lavi”, de Cádiz, lidiando reses de acreditadas ganaderías. 


 Al decir de las crónicas, y echamos mano del erudito hispalense Manuel Chaves Rey, fueron jornadas de gran actividad en el real, huérfano aún de farolillos y gallardetes por ser vez primera, que concluía a las once de la noche según Bando de la Alcaldía, aunque la lluvia hizo acto de presencia y deslució algo la Feria.

Baste, para concluir, cómo el Diario El Independiente resumía esos días: “No nos detendremos en pintar la vida y animación que notamos en ese feliz ensayo de lo que llegará a ser la feria de Sevilla, ni los atractivos que le prestaron la brillantez de la concurrencia que había establecido su paseo en este lado de la capital, porque sería imposible hacerlo comprender para los no hayan tenido el gusto de verlo.”    Tal fue la génesis de los días que nos aprestamos a vivir, y pese a transcurrir malos tiempos no por ello habrá que hacer menoscabo de tal Feria, aunque sea para pisar su albero de modo breve…


P.d. Con singular regocijo nos hacemos eco de cómo ha sido repuesta la palmera de San Juan de la Palma, a la que dedicamos no ha mucho unas palabras. Quede constancia de nuestra alegría por ello.