Aconteció una fresca mañana de Corpus de 1578 (el año disculparan no lo tenga seguro), no bien la procesión de la Santa Iglesia Catedral transcurría por la Collación del Salvador. Aprestados en una esquina de la calle de Talabarteros (esa que agora vuesas mercedes llaman de Álvarez Quintero por utreranos escritores de comedias) nos disponíamos a contemplar el cortejo, con su algarabía de Tarasca, Danzas, Cantos y Músicas, con sus carros decorados a cuál más cuidado por sus respectivos Gremios, cada cual con su pendón, con sus Cofradías y sus coloridos estandartes, con sus andas portando santos y reliquias, cuando surgió la pendencia.
Un galán, boquirrubio y , con voz aguda y lleno de cintas y encajes, requirió de malas maneras a cierto caballero que apartara su presencia de él, pues afirmaba no poder ver el discurrir de la procesión, a lo que el caballero, apretando ya mano sobre empuñadura de su toledana, sugirió que buscase otro lugar, pues él llevaba cogiendo sitio desde antes que los mozos del Cabildo esparcieran el romero por las calles y que ni en sueños pensaba en moverse.
El pisaverde, que se hacía acompañar de cierta damisela emperifollada "ad nauseam" para la festividad, no parecía dar su brazo a torcer y de nuevo reclamó, esta vez con peores modos y espantosa urbanidad que el caballero abandonase su sitio, increpándolo de viva voz. Y lo que es peor, criticó con acritud, para regocijo de algunos, los malos los olores que desprendía y que, quien sabe, a buen seguro tuviera sangre judía, lo que explicaría el tamaño de su nariz.
Herido en su honor, antiguo Alférez en Indias, atezado en la espada y sanguíneo de carácter como era, con rutinario movimiento el caballero pensó que hasta aquí se había llegado, sacó a relucir raudo el acero y certero atravesó con él el pecho del petimetre, bisoño en esgrima sin duda, que puede decirse feneció en lo que se tarda en decir "Amén" mientras en ese instante pasaba, creemos recordar, el Niño Jesús de la Cofradía del Sagrario.
Gritos, carreras, algún que otro vaído y sorpresa general, el caballero marchó con pasos apresurados hacia la Plaza del Pan sorteando la multitud y nunca más se supo de él por más que alguaciles y corchetes intentasen prenderlo. Los canónigos, capellanes y racioneros, apesadumbrados por tan inoportuno incidente, apenas dieron los santos óleos al moribundo, acordaron proseguir con la procesión y aplicar la Misa Solemne de Pontifical en sufragio del alma del desdichado galán.
Con el paso del tiempo, acordóse instalar Cruz, de hermosa factura en jaspe, que recordase tan desdichado suceso, Cruz que a la postre llamóse de los Polaineros por ser este el Gremio que cuidase de ella con solícito empeño. Y cuéntase, que allá por 1840 fue retirada de allí y situada en el Patio de los Naranjos del Salvador, dónde aún permanece.