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02 junio, 2016

En los huesos...

No hace muchas fechas, realizamos interesante periplo por tierras portuguesas, en concreto allá donde desemboca el caudaloso Tajo, en la insigne Lisboa, ciudad sin duda preclara y merecedora de alabanzas por lo benigno de su clima, sus gentes y monumentos, aunque, a fuer de ser sinceros, no hallamos ni chicharrones ni observan la costumbre de servir altramuces a la hora de beber vinos o derivados de la malta y la cebada.


En ella, descubrimos interesante fundación carmelitana, mas al entrar en ella nuestra devoción e interés trocáronse en extrañeza y hasta desasosiego.


Fue al parecer el noble Nuno Álvares Pereira (canonizado al andar de los años por Su Santidad Bendicto XVI) quien en el año del Señor de 1389 realizó piadosa fundación de un monasterio advocado del Carmen en la capital portuguesa, mas sin duda tratóse de convento con regular fortuna, perteneciente a la orden dominica, ya que en el nefasto terremoto del 1 de noviembre de 1755, funesto para Lisboa y que provocó no pocos destrozos y víctimas, quedó derruido y desolado de modo espantoso, sin que hubiera mecenas o patronos dispuestos a reconstruirlo.


 Y todo ello pese a fortaleza de sus muros, como bien puede apreciarse, ya que sobrevivieron al seismo, quedando en pie como pétreas osamentas de descarnado edificio (casi poéticas palabras nos han salido, vive Dios...). 


Convertido en museo arqueológico, su iglesia se nos aparece desnuda de ornamentos y hasta de techumbre, con el cielo lisboeta como única bóveda, lo cual no deja de tener su encanto cierto.




13 octubre, 2013

En el aire.-


Paseábamos plácidamente y en inmejorable compañía por paraje próximo a Prado de San Sebastián cuando, de súbito, divisamos cómo en lontananza un extraño objeto pugnaba por desafiar a los vientos y a la poderosa atracción gravitatoria de nuestro planeta.


 
Tras acercarnos a su proximidad, (con suma cautela, todo hay que decirlo, no fuera a ser cosa del Maligno), comprobamos con gran pasmo que aquel objeto de llamativo color y enorme tamaño, se elevaba con individuos a bordo suya, pues poseía barquilla en la que los pasajeros subían y bajaban sin que por ello sufrieran mareos o desmayos. 

 Como quiera que se hubiera formado cierta fila para poder acceder a dicho artilugio, decidimos colocarnos en ella y aguardar nuestro turno, llegando el momento de poner nuestros pies en su interior y disponernos a subir a los cielos (valga la expresión sin ánimo jocoso, Dios nos libre). 

 
Durante la ascensión el mozo que manejaba los resortes de aquel armatoste nos explicó que aquel “Globo” (pues tal era el nombre del ingenio) podía alzarse merced al calentamiento del aire que se situaba en el interior de su forma, y que por ello, gracias a leyes de la Física nosotros podíamos alcanzar respetable altura y aún más, de no ser por oportunas sogas que impedían tal cosa. 

 
 
Descendimos de modo suave y lento, gratamente sorprendidos por la experiencia, y un poco temerosos porque el Santo Oficio viera en este vuelo asunto de nigromantes o brujas, más nos afirmaron que tal levitación era asunto legal y hasta muy usado para variados menesteres, sin que por ello se fuera en contra de lo establecido.
 
Más globos en Hispalensia, aquí.