Tras un breve paréntesis navideño, regresamos con nuevas ganas y, para quienes nos escuchen, estrenando hasta micro que nos han dejado Sus Majestades los Reyes de Oriente. En esta ocasión recorreremos una calle poco transitada, apartada y estrecha, que vió nacer a todo un Santo (y "Seise") de la iglesia, que albergó un taller escultórico, y que fue testigo de un peculiar crimen allá por 1915; pero como siempre, vayamos por partes.
Entre la calle San Esteban y la Plaza de las Mercedarias, la calle Vidrio constituye un muy buen ejemplo de suma de elementos de diferentes etapas históricas ya que, como veremos, en ella aparecen edificaciones e historias que sirven para darle una impronta especial pese a no hallarse en ella edificios o monumentos de especial interés, aunque quizá sea una de las pocas vías que conserva su nombre, sin modificaciones, desde al menos el año 1483, originado al parecer por un horno de vidrio existente allí. La presencia de este tipo de instalaciones fabriles se constata incluso en 1740, lo cual acentuaría el nombre de la calle. Empedrada ya en 1611, será adoquinada en 1898.
En el siglo XIX se conoce la existencia de un horno de yeso, confirmada además por una excavación arqueológica efectuada en 2005 en el número 16 y que dio como resultado el hallazgo de los restos de una serie de piletas, revocadas con abundante (y aislante) mortero de cal en las que se habría depositado el yeso una vez molido y evitado que sufriera los efectos de la humedad o la lluvia. No es de extrañar todo ello, ya que en la collación o feligresía de San Bartolomé perviven calles con nombres claramente relacionados con gremios o industrias: Tintes, Zurradores o Curtidores, oficios que además solían hallarse alejados del meollo de la ciudad por los malos olores y desechos que generaban.
Por otra parte, merece la pena destacarse que en el número 11 de la calle tuvo su taller el escultor e imaginero Antonio Bidón Villar, aunque en origen su apellido paterno fuera Bidou y como tal lo usó su sobrino el escritor Luis Cernuda; Bidón fue autor de las antiguas imágenes del apostolado del Paso de la Sagrada Cena, ahora en Puente Genil, de la Virgen de la Concepción de la Hermandad de la Trinidad y de una dolorosa (finalmente sustituida por la actual, atribuida a Juan de Astorga) para la Hermandad de los Estudiantes, corporación para la que realizó los cuatro evangelistas de las esquinas del Paso del Cristo de la Buena Muerte. Aparte de otras obras de temática religiosa para la provincia de Huelva, hay que reseñar su importante colaboración artística en diversos edificios de la Exposición Iberoamericana de 1929, como el Pabellón Real, donde trabajó con el arquitecto Aníbal González o el pintor Gustavo Bacarisas. En marzo de 1962 fallecerá en su domicilio de la calle Castelar.
Bendición de la Virgen de la Angustia. Marzo de 1931. |
La calle, como tantas otras, ha sido testigo de multitud de pequeños acontecimientos y detalles cotidianos, como el albergar un colegio de graduados sociales, sedes sindicales en tiempos franquistas, establecimientos hoteleros (ahora apartamentos turísticos) o de hostelería, una de las primeras sedes de la Presidencia de la Junta de Andalucía o del Partido Andalucista, también especial escenario del paso de procesiones de barrio como las de la Virgen de la Alegría o de la Luz, o quejas del vecindario, como la recogida en la prensa local allá por junio de 1910:
"En la calle Vidrio, y frente a los números 18 y 20, se encuentra situada una boca de pozo negro que despide una pestilencia tal que se hace imposible resistir tan malos olores a los que tienen la desgracia de vivir próximo a dicho sitio, pues con la calor propia del mes que ocurre, las materias fecales están fermentando, constituyendo un verdadero foco de infección. Llamanos la atención del teniente de alcalde del distrito sobre este punto, a fin de que, atendiendo a la higiene y a la justa petición de los vecinos, haga que desaparezca foco tan nocivo a la salud pública".
Todo ello por no hablar de un sangriento suceso que dio mucho que hablar en su tiempo, el llamado "crimen del Villarillo", acaecido en la calle Vidrio el 25 de agosto de 1914 y en el que se vieron involucrados José Martínez, apodado "Galvana" y Antonio Villarán apodado "Villarillo", quien según la prensa de la época "hacía tiempo que sostenía relaciones amorosas ilícitas con Reyes Díaz Hoyos, viviendo maritalmente en la calle Vidrio número 22 de esta capital". La ruptura de la relación por parte de ésta con aquel supuso su traslado a la vivienda de su madre, cuya pareja era el ya mencionado "Galvana", acudiendo ambos a la calle Vidrio a recoger las pertenencias de ella. A las puertas de la misma vivienda se produjo un fuerte enfrentamiento entre los tres, que fue incrementando su tono hasta que... mejor que lo cuente la crónica de El Liberal, firmada curiosamente por "El Abogado Fantasma":
"Galvana" dirigió frases insultantes al procesado Villarillo, como las de chulo y sinvergüenza, y entrando éste en la casa salió a poco armado con un estoque de matar toros, con el que agredió al Martínez, causándole una herida que, penetrándole por la región pectoral izquierda tuvo orificio de salida por el séptimo espacio intercostal derecho, atravesando el arma los órganos de la cavidad, a consecuencia de cuya lesión murió casi instantáneamente".
Durante el posterior proceso judicial, acaecido en noviembre de 1915, la fiscalía acusó al agresor de homicidio, pidiendo para él la pena de catorce años de prisión, mientras que la acusación particular, promovida por la familia de la víctima, elevaba la acusación a asesinato con agravante de alevosía y exigía la pena de cadena perpetua. El abogado defensor, Antonio Filpo, alegó que el acusado había actuado de manera imprudente, presentando del mismo modo varios testigos que refutaron la versión de la acusación; así pues, terminado el proceso, el jurado declaró culpable de homicidio imprudente a "Villarillo", quien finalmente hubo de pasar un año y ocho meses sentenciado "a la sombra", mucho menos de lo que se esperaba gracias a los buenos oficios de su defensa.
Lo que son las cosas, en esa misma humilde casa número 22, una sencilla lápida de mármol recuerda en nuestros días que allí ocurrió otro suceso diametralmente opuesto: el nacimiento de un Santo, el del niño Manuel González García el 25 de febrero de 1877. Perteneciente a una familia de clase baja, bautizado en la cercana parroquia de San Bartolomé, estudió en el colegio de San Miguel, donde ejerció como niño seise en los solemnes cultos catedralicios en honor a la Eucaristía y María Inmaculada, pasando al Seminario Menor y ordenándose como sacerdote con el entonces Cardenal Spínola en 1901. Un azulejo recuerda sus inicios pastorales en la Parroquia de Palomares del Río, donde ya comenzó a dejar claro su compromiso por lo que el llamaba los "sagrarios abandonados".
Entre sus destinos pastorales destaca su etapa como Arcipreste de Huelva (a partir de 1905), donde llevó a cabo una importante labor en pro de la educación infantil, o en Málaga, donde además de construir un nuevo seminario diocesano o constituir la orden de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret logró que Sor Ángela de la Cruz fundase uno de sus primeros conventos a petición suya en 1924. Por último, en 1935 el Papa Pío XI lo nombrará obispo de Palencia, falleciendo en Madrid en 1940 y recibiendo sepultura en la capilla del Sagrario de la catedral palentina. Su proceso de canonización arrancará en 1952, siendo declarado Venerable por sus virtudes cristianas por Juan Pablo II en 1998, honrado como Beato por el mismo Santo Padre en 2001 y como Santo por el Papa Francisco en 2016. Un 16 de octubre aquel niño seise de la calle Vidrio era solemnemente elevado a los altares, pero esa, esa ya es otra historia...
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