30 diciembre, 2024

Noches Viejas y de Reyes.

Cerramos el año y para la ocasión, vamos a intentar dar a conocer algunas curiosas diversiones que tenían lugar en nuestra ciudad coincidiendo con la Nochevieja y Epifanía; así que, para variar, vamos a lo que vamos. 

La costumbre de celebrar la Nochevieja, sostienen algunos, arranca con la implantación del calendario gregoriano allá por 1582; en Sevilla no es tan antigua como pudiera parecer, aunque en la prensa local de finales del siglo XIX y comienzos del XX hay alusiones a fiestas organizadas por casinos, entidades y asociaciones, que adornaban sus salones para costeados banquetes que solían finalizar con bailes de gala en los que no faltaba el consumo de alcohol, las bromas o incluso los disfraces. En 1931, por poner un ejemplo, organizaron Bailes de Fin de Año el Centro Cultural del Ejército, el Círculo Cultural de Izquierda Republicana y la Unión Comercial; en el primero tenían prometida su asistencia "distinguidas familias", en el segundo habría "un exorno artístico del amplio local" y en el tercero la celebración, para que sirva como referencia, comenzaría a las diez de la noche.

 Por aquel entonces ya se consideraba una tradición el "comer las uvas", aunque hay que decir que su consumo era tradicional en las mesas sevillanas hasta que quedó casi "institucionalizado" que se tomasen doce uvas acompañando las doce campanadas de la medianoche que daba paso al Año Nuevo como gesto de buena suerte ante los doce meses venideros. El origen no está del todo claro, incluso hay quien alude a un excedente de cosecha de uva de mesa en la zona alicantina del Vinalopó y otros, simplemente, hablan de la exportación de una costumbre originaria de Francia en torno a 1894. 

En cualquier caso, en 1911 la prensa hacía alusión a un gesto que esta popularizándose cada vez más, sobre todo en la capital de España y ante el reloj de la Puerta del Sol, lo que, como puede apreciarse, no ha cambiado con el paso de los años. Del año siguiente hemos recogido una curiosa reseña teatral sobre las funciones que tuvieron lugar en la noche del 31 de diciembre en el Teatro del Duque: 

"Por la tarde y noche se vio muy concurrido este teatro, donde fueron las obras puestas en escena muy aplaudidas, particulamente Lucha de amores y La niña de los besos, donde, como siempre, fue repetida la Cachimba zampaguita.

En el último cuadro de la obra dieron las doce, y como no era cosa de dejar de comer las uvas, los artistas encontraron discreto medio para no olvidar esta preocupación, que ya es cosa sancionada en esta tierra."

Un inciso, la "cachimba zampaguita" alude a un pícaro baile con abundancia de dobles sentidos que tenía lugar con música del maestro Manuel Penella y letra de Miguel Mihura y Ricardo González y que era esperado por el "respetable" con auténtica pasión. 

Por cierto, como siempre ocurre en estos casos, siempre hubo quien aprovechaba las nuevas modas, allá por 1923 para hacer publicidad de su negocio, con un anuncio cuyo texto no podemos resistir el transcribir: 

"Las 12 Uvas. Siguiendo la Tradición. 

La tradición se impone, y hay que vivir con ella. ¿Quién dejará de comerse el día 31, a las doce de la noche, las doce uvas de la suerte? Unos en casa, otros en la calle, por si o por no, todos las tomamos. ¡Imposible sustraerse a la superstición! En teatros, Círculos y cafés no se deja de cumplir con el imperativo de la costumbre, y rindiéndose a ésta, el dueño del Bar Jerezano, Fernández y González 14 (en la misma Plaza de San Francisco), tendrá a disposición de sus clientes las doce clásicas uvas, para celebrar la entrada de año. Pero como no sólo de uvas se vive, el oloroso Corregidor -el vino más jerezano que se bebe- hará su agosto. Por 0,50 un chato, no hay quien paledee mejor caldo de Jerez. La manzanilla fina Delgado Zuleta -0,40 el chato- es otra especialidad de la casa, y por ese orden los demás licores y vinos de todas las marcas. 

Nota importante: se comprometen a no servirles ninguna tapa repetida. ¿Hay quien ofrezca más? Igual ocurre con los fiambres, desayunos y bocadillos. El día 31 será con nosotros, en el Bar Jerezano, Fernández y González, 14." 

Saltamos fechas impacientes en el almanaque. Dejamos atrás cotillones, matasuegras y serpentinas. El 5 de enero, cuando aún no se celebraban Cabalgatas, eran muchos los jóvenes, y no tan jóvenes, que salían a las calles o al campo a cumplir el rito de "Esperar a los Reyes Magos de Oriente", costumbre ésta que documentó en 1883 el historiador e investigador del folklore Luis Montoto, importante figura de su época que heredó el nombre de la calle Oriente, ni más ni menos. ¿Qué era eso de esperar a los Reyes la noche de la víspera de Epifanía? 

"Para recibir a los ilustres huéspedes reúnense diversas comparsas;  y unos llevan hachas de viento, otros cencerros y campanillas, y los más forzudos escaleras de mano. Desde primeras horas de la noche, corren por las calles y plazas como alma que lleva el demonio, ensordeciendo al vecindario con su ruido. Porque es de saber que a los cencerros y campanillas añaden los muchachos caracoles, que hacen las veces de trompas, y piedras y latas y pitos, y cuanto puede producir estrépito."

Por cierto, las hachas de viento contaban, según el Diccionario de la Lengua, de una mecha de esparto y alquitrán, y a veces, cera, para que de esta manera al encenderse resistieran las ráfagas de aire y no se apagasen. 

Manuel Álvarez-Benavides (1820-1889), completa la descripción de esta curiosa y desaparecida celebración con la alusión a que estos grupos organizados tenían como objetivo llamar la atención de los Reyes para que acudieran a Sevilla y, de camino, tomarle el pelo a algún que otro "inocente" cuya participación voluntaria se prolongaba hasta altas hora de la madrugada, como veremos: 

"Nadie ignora que tales excursiones son una pura broma, que siempre da por resultado engañar a no pocos forasteros, especialmente a jóvenes asturianos, montañeses o gallegos, a los cuales después de hacerlos cargar con la escalera y, si se prestan, hasta con un adoquín, y estropearlos corriendo, terminan con dejarlos a guisa de vigías cabalgando sobre alguna tapia o lienzo de muralla, donde después de arrecidos de frío y desengañados, llevan por añadidura una silba monumental".

Era entonces habitual decir de aquel que todo se lo creía o era un bendito o un bobalicón o que había ido a esperar a los Reyes. En cualquier caso, la noche de Reyes era (y es) noche de nervios e ilusión para los más pequeños y, por qué no, para los mayores; dicen que la verdadera patria de cada cual es la Infancia, de manera que disfrutemos tanto de las celebraciones de Nochevieja y Año Nuevo como de la fiesta de la Epifanía, con el deseo por nuestra parte de que el venidero año 2025 esté lleno de venturas para todos los seguidores de "Hispalensia" y que Sus Majestades Melchor, Gaspar y Baltasar se porten bien con todos nosotros. Como siempre, mil gracias por estar ahí.

El sueño de la noche de Reyes, por Adriano Marie. 1890.

 

 


23 diciembre, 2024

Navidades de otro tiempo.

En esta ocasión, estando en las fechas en las que estamos, sería imperdonable no dedicar estas páginas a la celebración de la Navidad en Sevilla, una festividad religiosa que cada vez más se nos aparece revestida de su correspondiente carga de luces, fiestas, calles atestadas y, en algunos casos, consumo desaforado. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Cerrando ya casi el año, traemos a la sazón cuatro interesantes textos sobre cómo eran las Pascuas de Navidad en nuestra ciudad hace cien o ciento cincuenta años y, además, recoger detalles sobre costumbres, añadir datos sobre celebraciones o, incluso, apreciar tópicos típicos de nuestra tierra tamizados por el filtro del narrador local.  

En diciembre de 1913, en el diario sevillano El Liberal, Pedro Antonio de Alarcón apuntaba en una crónica cómo se disponía la ciudad a vivir las vísperas navideñas, en un texto repleto de detalles costumbristas, algunos de ellos desaparecidos: 

"En vísperas de Pascuas. Anoche presentaba Sevilla un aspecto animadísimo. Desde las nueve comenzó el público a desfilar por las distintas calles del centro de la población, viéndose muy concurridos los establecimientos de comestibles y confiterías, que hicieron una gran venta de artículos diversos. La plaza de la Encarnación, como es tradicional, estuvo abierta hasta la doce, y el público desfiló por ella en gran número, haciendo las compras precisas de frutas y otras golosinas. Los puestos de trastos escandalosos han superado este año a los anteriores, viéndose a los consabidos amantes de la Nochebuena hacer un regular consumo de zambombas y panderetas. Organizados después en comparsas recorrieron las calles haciendo un derroche de armonía verdaderamente encantador. En algunas figuraban bandurrias, guitarras y panderetas. Han sido numerosísimas las casas que han organizado fiestas íntimas en honor del Niño de Dios, bailándose y cantándose mucho por los concurrentes. El barrio de Triana ha dado su nota de alegría característica, siendo también no pocas las casas de vecinos que tenían instalados Nacimientos, ante los cuales hubo derroche de buen humor.

En la Catedral. En nuestra grandiosa basílica resultó la fiesta de Navidad con el esplendor de otros años. Las hermosas naves del templo hallábanse profusamente iluminadas. A las nueve y media comenzaron los repiques de la Giralda anunciando la festividad, y a las diez empezó el coro, cantándose los benites, y a continuación los maitines y laudes. Después del Te-Deum subió las gradas del altar mayor el deán, don Luciano Rivas, acompañado del diácono y subdiácono, dando principio la misa a las doce y ejecutando el órgano preciosos villancicos. Al ofertorio subieron al presbiterio el Cabildo y los beneficiados, depositando en las bandejas las sagradas ofrendas. El público fue muy numeroso."

Cambiamos de época. Nos marchamos a la Sevilla de 1874, en la que un viejo conocido de estas páginas, Manuel Álvarez Benavides aporta una visión irónica, o crítica, sobre la castiza forma de celebrar la Navidad en la ciudad, incluso con problemas de orden público: 

"Dos días después llega la Nochebuena, y según uso y costumbre de la gente de esta tierra, conocida por de "María Zantízima", es celebrada con la bulliciosa pandereta, con la sonora zambomba y los alegres palillos, sin que olviden ni músicos ni danzantes la gruesa botija verde llena hasta el mismo gollete del abocado vino peleón, bien sea blanco, de Valdepeñas o tinto. A dicha botija es de ordenanza añadir otra repleta de aguardiente, que al segundo vaso se pone el que lo bebe en disposición de reñir hasta con su misma sombra. A tan confortables líquidos se agrega un almud por lo menos de castañas tostadas y algunas libras de peros. Con estas provisiones y una petaca llena de pitillos, tiene un sevillano de cierta clase lo muy bastante para llevarse cantando, más que un grillo harto de tomates en la noche más calurosa del estío. 

Inútil es decir, que en la noche del 24 de diciembre se arma todos los años en Sevilla cada bronca que canta el misterio, según aquí se dice, por cuya razón cirujanos y practicantes de guardia del Hospital Central y Casas de Socorro, la consideran como una noche Toledana, y así mismo los agentes de policía."

Cartelera. Navidad 1915.

Por cierto, un almud es una medida de cantidad que oscilaba entre los 3 y 4,5 kilos y el significado de la expresión "Noche Toledana" tiene varias teorías históricas sobre sucesos acaecidos en la ciudad castellana, pero en todas ellas se destaca el hecho de pasar la noche en vela, sin dormir y llena de preocupaciones. Tampoco debe extrañar la alusión al jolgorio, la juerga y la jarana, pues ya en 1587, en las denominadas Constituciones Sinodales dictadas siendo arzobispo de Sevilla don Rodrigo de Castro ya se intentaron regular abusos y otras "circunstancias" que ocurrían en los templos hispalenses cuando llegaban los días navideños; de esto modo, en el capítulo 13 de esas Constituciones puede leerse: 

"Por obviar los abusos e inconvenientes que hay en el decir de las misas que llaman de Aguinaldo que se dicen algunos días entes de Navidad; mandamos que de aquí en adelante no se digan las dichas misas antes que sea de día claro, ni se abran las puertas de las iglesias en aquellos días hasta entonces, so pena de quinientos maravedís al que dijere misa y otros quinientos a la persona a cuyo cargo es abrir y cerrar las dichas puertas por cada vez que contravinieren, y lo mismo mandamos se guarde en todos los monasterios. 

Y porque hemos sabido que en muchas iglesias de nuestro Arzobispado, la noche de Navidad entretanto se dicen los divinos oficios muchas personas se juntan en ellas y cantan cantares profanos y hacen otras cosas de irreverencia; prohibimos de aquí adelante no se haga lo susodicho, y mandamos a los Curas procuren evitarlo y avisen a los Vicarios de los excesos que hubiere para que se corrijan y castiguen."

No podía faltar la certera y breve crónica periodística, en este caso a cargo de un anónimo plumilla del diario local de diciembre de 1925; con la ciudad y sus aledaños amenazados por una amenazante crecida e inundación del Guadalquivir, con la consiguiente incertidumbre, aquellas frías Navidades quedaron descritas así:

"LA NOCHEBUENA.

Pasó la Nochebuena. Por las calles circularon algunos grupos de gente alegre y bullanguera que tocaban guitarras y panderetas y cantaban villancicos. También escuchamos un coro de campanilleros. A las doce se dijo en algunas parroquias la tradicional "misa del Gallo". Pasada la hora de la misa, las calles quedaron desiertas. La Nochebuena en Sevilla es noche familiar. 

Ayer, primer día de Pascua, con el tiempo bastante mejorado, aunque no seguro, se lanzó el público a las afueras a contemplar los efectos de la riada. Los venteros de las afueras están pensando en el suicidio. No les ha hecho ni un domingo de invierno bueno. Veremos el próximo si empiezan a desquitarse. El Parque y el paseo de la orilla se vieron concurridísimos. Los teatros también estuvieron muy animados; pero se nota en todo que la riada ha perjudicado mucho, pues durante los días que el agua ha estado encima del muelle se han dejado de ganar muchos jornales. Se quejan todos los que venden y todos los que alquilan. Las paradas de automóviles empezaron a moverse algo ayer.

De la Comisaria nos dicen que no hay novedad mayor, salvo el desgraciado caso de Triana. Tres ó cuatro «tajadas pascuales» seguidas de escándalo y nada más.

Y otra Nochebuena doblada en el libro de la vida. El repórter de El Liberal felicita a sus lectores en las presentes Pascuas... sin enviar tarjeta."

Terminamos. Como siempre, aprovechamos para desear a los oyentes y lectores de Hispalensia unas Felices Pascuas y que el Niño que ahora nace haga propicio el venidero año MMXXV. 

Gracias a todos por estar ahí y, como decía aquel: "sean moderadamente felices".


09 diciembre, 2024

Santas Patronas.

Paralela a la muralla, entre el Arenal y la Magdalena, hoy nos centraremos en una calle en la que incluso nació un cantante admirado y famoso y desconocido por muchos. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Ubicada entre Reyes Católicos y López de Arenas, en el antiguo barrio de la Cestería, inicialmente se llamó de las Vírgenes, en honor al Hospital de las Vírgenes Santa Justa y Rufina, alfareras que murieron como mártires en el año 287 y son patronas de nuestra ciudad. Del referido Hospital subsiste, en el número 48 de la calle un antiguo azulejo del siglo XVIII representando a las Santas Patronas, ya que la tradición popular siempre apuntó a que ambas hermanas habrían vivido en esta zona próxima al río; dicho establecimiento benéfico, además, poseyó hermandad propia, perteneciente al gremio de olleros de Triana. En 1859, para evitar confusiones con el nombre de otra calle, la de Vírgenes junto a San Nicolás, el Cabildo de la Ciudad decidió emplear el de Santas Patronas, que es el que permanece en la actualidad. 

Ese tramo concreto se formó al correr en paralelo al lienzo de muralla que unía las puertas del Arenal y la de Triana, y, de hecho, en algunas de las viviendas de la calle, en la acera de los impares, se conservan no pocos vestigios de esa cerca de origen almohade; poco a poco, a lo largo del siglo XV se fueron adosando casas a dicha muralla y ya en el siglo XVII se constata la presencia de una veintena de ellas, siendo zona un tanto deprimida por su cercanía con la Mancebía (actual zona de Molviedro). Dada su proximidad al puerto, existieron en ella almacenes para diversas mercancías, como cereales y en la parte más próxima al Arenal subsisten algunos modelos de vivienda de cierta antigüedad, aunque la mayoría del caserío es en mayor medida del siglo XIX y del XX.  

Merece la pena reseñar que, como decíamos, en varias viviendas de la calle la muralla, que hace de medianera con la paralela calle Castelar, ha quedado integrada, tal es el caso del número 55 o del número 9, edificio diseñado por Aníbal González entre 1914 y 1915 y que ahora está convertido en alquiler turístico; curiosamente, en las fotos que aparecen en la web de alquiler pueden apreciarse precisamente el detalle del muro visto formando parte de la diferentes habitaciones. 

Aparte del antes aludido hospital benéfico de Santa Justa y Rufina, germen del nombre de la calle, se sabe que desde el siglo XIX y hasta no hace muchos años pervivió una pequeña capilla oratorio dedicada a la Virgen del Rosario, que incluso llegó a poseer su propia asociación para darle culto y un retablo procedente del desaparecido convento de Consolación de la calle Rioja, desaparecido en 1868. La imagen procesionó por última vez en 2009, que sepamos, mientras que un pequeño azulejo, en el número 15 de la calle, la recuerda como devoción en la misma.

Sin embargo, quizá el personaje vinculado a la calle Santas Patronas que más merezca la pena sea uno nacido precisamente en esta calle allá por enero de 1775 y que fue bautizado en la parroquia de la Magdalena como Manuel del Pópulo Rodríguez Aguilar, aunque con posterioridad cambió sus apellidos, pasando a la posteridad como Manuel del Pópulo Vicente García; el llamarse de "El Pópulo" tuvo que ver, sin duda, con la proximidad del convento del mismo nombre, del cual hablamos en otra ocasión. 

A los seis años, Manuel ingresará en el coro de la Catedral de Sevilla, recibiendo allí su primera formación musical; se sabe que hasta los catorce años vivirá en el hogar familiar junto a sus hermanas Rita y María. Eran malos tiempos para la el Teatro y la Ópera en Sevilla debido a constantes prohibiciones de las autoridades civiles y eclesiales, quienes veían en estas diversiones ocasión para que hombres y mujeres compartieran espacio, lo que iba en contra de las normas de decencia y recato de entonces. Sabedor de que en Cádiz las normas eran más relajadas, Manuel marchará allí y debutará en 1792, contrayendo matrimonio en esta ciudad en 1797 con la también cantante Manuela Morales. 

El éxito como cantante le acompañará en Madrid, Málaga y más adelante por toda Europa, que lo aclamará como uno de los mejores intérpretes del denominado Bel Canto; consagrado como tenor y compositor, entre 1811 y 1816 vivirá en Italia, donde completará sus estudios musicales y estrenará su primera ópera: El Califa de Bagdad,  con la que cosechará un sonado triunfo. Así, un sevillano interpretará a un sevillano, ya que será el encargado de poner voz al conde de Almaviva, uno de los protagonistas de El Barbero de Sevilla, la ópera de Rossini estrenada en 1818 y que, en principio, supuso un sonoro fracaso.

Aquel chiquillo del barrio de la Cestería podrá presumir de ser el introductor de las óperas de Mozart e italianas en los Estados Unidos y de ser el padre de varios hijos, entre ellos la también célebre cantante  María García "La Malibrán" (1808-1836) o el inventor del laringoscopio, su hijo Manuel (1805-1906). Fallecido en París en 1832, será sepultado en aquella ciudad sin que Sevilla le haya rendido homenaje por una soberbia trayectoria musical en la que incluso incluir la composición de más de cien boleras para guitarra, instrumento del que fue maestro y compositor también.

Dejando a un lado cuestiones musicales y entrando otras, no podríamos dejar de mencionar que en la calle Santa Patronas tienen su estudio los reconocidos arquitectos Cruz y Ortiz ("Los Antonios", en el gremio) autores de proyectos tan importantes como la sevillana estación de trenes de Santa Justa, el estadio Wanda Metropolitano de Madrid o la Facultad de Ciencias de la Educación de la Hispalense; ya que estamos con vecinos de la calle, tan justo es citar el conocido bar Casa Alfonso, fundado en 1971 por Alfonso Pérez y hoy regentado por su hijo Manuel, establecimiento especializado en caracoles "en temporada", como aludir a los talleres de Gráficas San Antonio, imprenta especializada desde hace más de cincuenta años en diseño gráfico e impresión personalizada, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

02 diciembre, 2024

Lirio y Barrio.

Poco transitada, pero muy cerca de un santo que genera gran devoción popular, estrecha y silenciosa, la calle que en esta ocasión transitaremos tiene en su haber poseer un edificio en el que vivió un Presidente y que albergó un Templo; pero como siempre, vamos a lo que vamos.

Desde la calle Águilas, poco antes de la estrechez una vez pasado el convento de Santa María de Jesús, a mano izquierda si venimos desde la Plaza de Pilatos, existe una calle cuyo final alcanza a Conde de Ibarra y que, aún a comienzos del siglo XVII carecía de nombre propio, algo bastante frecuente por aquellas lejanas fechas. En 1713 se llamaba Horno de Santa María de Jesús, quizá por uno que se encontraría allí perteneciente a las religiosas de dicho convento y en el plano de Olavide de 1771, tantas veces reseñado en estas páginas, se denominaba ya simplemente Horno de Santa María, aunque compartió nombre con Cristo, a secas, parece ser que debido a un pequeño retablo callejero a mitad de la vía. Que esta zona ya estaba poblada en el siglo I d. C. lo probó una excavación arqueológica realizada en 1986 en el número 12-14-16 esquina con Conde de Ibarra, en cuyo estrato más bajo, a casi tres metros de profundidad, aparecieron restos de un muro que combinaba ladrillo y piedra que los arqueólogos dataron como de la época julio-claudia.

                          

En 1845 recibirá el apelativo de Lirio, que ha llegado hasta nuestros días, salvo el periodo entre 1921 y 1938 en el que se llamará calle de Roque Barcia, en honor al político y periodista liberal. Curiosamente, una pequeña barreduela en la acera de los impares fue conocida hasta 1845 como Plaza de los Mulatos, cuando quedó integrada en Lirio; parece que tal nombre sea coincidencia con la cercana presencia, en la parroquia de San Ildefonso de la Hermandad del Calvario, fundada precisamente por mulatos en el siglo XVI en el Hospital de Belén pero posteriormente trasladada a dicho templo parroquial, extinguida a comienzos del XIX y reorganizada en 1886. No lejos de allí, en la actual calle Rodríguez Marín, junto a la antes mencionada iglesia ("La del Cautivo", para muchos), llamada Calle de los Mulatos durante trescientos años, tiene solicitado la Hermandad, ahora radicada en la Magdalena, el colocar una placa o lápida que recuerde ese capítulo de su pasado en la zona. 

 Sin embargo, por esa calle Lirio, estrecha y silenciosa, aunque llegó a tener tráfico rodado, suprimido por dañar las fachadas, transcurrió uno de los capítulos menos conocidos y más interesantes del siglo XX en Sevilla, protagonizado por un tipógrafo nacido en 1883 en la Plaza de la Encarnación que a la postre alcanzó más que importantes cargos en el gobierno español durante la II República: Diego Martínez Barrio. 

                           

Efectivamente, una placa colocada en el año 2000 recuerda que en el número 9 de la entonces calle de Roque Barcia tuvo su casa, taller y templo este profundo amante de su ciudad que aunque comenzó profesando ideas anarquistas finalmente hizo suyos los preceptos republicanos; de familia humilde, hijo de padre utrerano y madre natural de Bornos, vendedora en la "Plaza" de la Encarnación, sus escasos estudios en el colegio de San Ramón le sirvieron para conocer a uno de sus más íntimos amigos, Manuel Blasco Garzón (ministro de la República y presidente del Sevilla F. C. y del Ateneo) y siendo aún un chiquillo, lector autodidacta, entró a trabajar como aprendiz en una panadería, aunque con posterioridad aprendió el oficio de tipógrafo e impresor y sentó plaza como escribiente en el Matadero de Sevilla. 

En 1906 ya es concejal del Ayuntamiento y en 1908 ingresa en la Logia Fe de Sevilla, tal como ha constatado su biógrafo el profesor Leandro Álvarez Rey, quien defiende que su ingreso en la masonería supuso la oportunidad de incrementar la difusión de las ideas republicanas, logrando incluso, sobre 1915 unificar los diferentes Talleres en una única logia, llamada "Isis y Osiris", que estuvo funcionando a pleno rendimiento hasta julio de 1936.

                                 

A comienzos de los años veinte se muda a la calle Lirio y allí, con la ayuda de algunos compañeros y amigos masones fundará la imprenta Tipografía Minerva lo que le permitirá vivir sin apreturas, dándose la circunstancia de que guillotinas, máquinas tipográficas, tintas y papeles, quedarán al lado, en la misma planta baja, que la sala secreta, solo para los iniciados del Templo Masónico, con su simbología basada en la escuadra y el compás o las características columnas alusivas la belleza, la sabiduría y la fuerza. 

Diego Martínez Barrio (Sevilla, 1883 - París, 1962)

Martínez Barrio, o "Barrio" a secas, como él prefería que le llamasen, se convirtió durante unos años en el único bastión de los republicanos en Sevilla, siendo perseguido por ello durante la Dictadura de Primo de Rivera, en la que perdería su puesto como concejal electo en el consistorio y, tras acumular más de treinta procesos penales por sus actividades políticas, hubo de exiliarse a Francia; la llegada de la II República, supondrá su nombramiento como Ministro de Comunicaciones en el primer Gobierno Provisional, siendo recibido en Sevilla con grandes muestras de admiración, nombrado Hijo Predilecto por el Ayuntamiento (con el voto favorable de los monárquicos) y visitado en su casa de la calle Lirio por el propio cardenal Illundain, todo un gesto de deferencia. 

Desde ahí, desarrollará toda una trayectoria política bajo el signo de la moderación demócrata, en el centro, alejado de extremismos. Ministro en varias carteras en diversos gobiernos, el estallido de la Guerra Civil le sorprenderá como Presidente de las Cortes, de modo que, al marchar al exilio en 1939, quedará como depositario simbólico de la legitimidad del gobierno republicano. Tras un periplo por varios países, como Cuba, México o Francia, vivirá siempre de modo humilde y en sus últimos años la añoranza y la nostalgia por Sevilla ("los días felices de nuestra Sevilla, perdida y amada...", escribirá), estará tan presente que expresará como última voluntad su deseo de ser enterrado en el cementerio de San Fernando, algo que, finalmente, ocurrirá en día frío y nublado de enero del año 2000, pero esa, esa ya es harina de otro costal.