28 abril, 2025

La calle con una sola acera.

Atravesó el Postigo del Aceite con paso apresurado, bamboleando su capa negra y ensimismado en sus pensamientos. A su paso, tras reconocerle por su cruz de caballero de Calatrava, muchos inclinaban brevemente la cabeza en señal de reconocimiento. Sorteando carros de mano y algún que otro charco maloliente, a su izquierda, divisó la modesta cruz que sobre un humilde templete de mampostería acogía, cada día al atardecer, el devoto rezo del rosario por parte de un grupo de devotos.

La Resolana, en el Arenal, con sus chozas y casuchas, ruidosa y repleta de gente de lo más variopinta, se extendía desde las antiguas naves de las Atarazanas hasta las orillas del río, donde cabeceaban los mástiles de los galeones atracados, podía verse el trajín de lanchones y gabarras y el lugar por el que siempre entró y salió lo mejor y lo peor de la ciudad. En la zona más elevada, se atisbaban los rudimentarios andamios que servían para la construcción de la nueva iglesia del Señor San Jorge, propiedad de la Hermandad de la Santa Caridad, mientras que, a ambos lados, se levantaban, orgullosos, los almacenes en los que se podía encontrar mercancías y bagajes de todo tipo, férreamente fiscalizados, eso sí, desde la cercana Aduana, casi pegada al Postigo del Carbón. Se encogió de hombros y accedió al interior del Hospital de la Caridad, saludado fervorosamente por un enjuto portero que se había destocado rápidamente y cuyas ropas habían visto tiempos mejores.


Como habrá comprobado el lector, la Resolana que ha recorrido con paso apresurado nuestro caballero, que atiende, ya lo habrá adivinado, al nombre de Miguel de Mañara, poco tiene que ver con la actual Resolana que arranca junto a la Macarena y finaliza junto a la Barqueta, un poco después de la Torre de los Perdigones, sino con otra, a orilla del Guadalquivir. Para variar, vamos a lo que vamos.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua cuando alude al término Resolana, lo hace en relación a un lugar donde se puede tomar el sol al abrigo del viento; desde luego, la ubicación en el Arenal responde a un espacio soleado, pero destaquemos como curiosidad que esta calle, ahora llamada Temprado sólo tuvo durante años edificios en una de sus aceras, la de los impares en concreto. Esta gran extensión de terreno acogió a toneleros y carreteros, madereros e incluso panaderos, con la excepción de la pequeña capilla del Rosario, levantada en 1699 a partir de aquella modesta cruz sobre peana de mampostería, que Don Miguel de Mañara, fallecido antes, no llegará a ver y que desde 1977 es sede de la Hermandad de las Aguas.


De izquierda a derecha, en la esquina  con Dos de Mayo, donde ahora se construye el proyecto Caixaforum Atarazanas, las primitivas Atarazanas, destinadas a surtir de buques de guerra a la Armada Castellana, se vieron acompañada, en el siglo XIV, de la Maestranza de Artillería, o lo que es lo mismo, un espacio de fabricación y almacenaje de piezas artilleras para navíos, sin olvidar ser depósito de armas con todo lo ello conllevaba. En 1970 cambió de función para ser sede del Centro de Reclutamiento, hasta que en 1993 la Junta de Andalucía adquiere lo que queda de las Atarazanas para convertirla en centro cultural, sin que, hasta ahora, se haya producido la inauguración de dicho espacio, no exento de polémicas por su diseño, salido del estudio del arquitecto Guillermo Vázquez Consuegra y que está pensado para los 6.700 metros cuadrados que ocupa la parcela. 

A la derecha, el Hospital de la Caridad, cuya iglesia se encuentra cerrada ahora debido precisamente al mal estado de su estructuras por las obras adyacentes; lo que en principio fue una ermita dedicada a San Jorge para dar sepultura a los ahogados en el río cambia por completo a partir del ingreso como hermano de Miguel de Mañara en 1662, quien dedicará parte de su fortuna a mejorar el edificio y convertirlo en casa de acogida para desfavorecidos, "nuestros amos y señores, los pobres". Dormitorios, cocina, enfermería, todo se irá añadiendo hasta conformar un espacio asistencial de primer orden, destacando el cuidadoso programa iconográfico de la iglesia, basado en las siete Obras de Misericordia y que Mañara establecerá con la ayuda de artistas como Murillo, Roldán o Valdés Leal. Ya se sabe, se buscaba la curación de cuerpo, pero también la del alma. 

Por cierto, a la entrada de la puerta principal, abajo a la izquierda, se conserva una curiosa hendidura entre el suelo y el dintel izquierdo, constituyendo uno de los primeros bebederos para perros de Europa y que, según la tradición, fue ordenado colocar por el propio Don Miguel, afligido por la sed que pasaban estos animales en los tórridos veranos sevillanos. Pese a sus buenas obras, a sus rosales nunca marchitos, pese a ordenar ser enterrado a la  entrada de la iglesia de la Caridad para sufrir la humillación de que todos pisaran su tumba, por el momento Mañara no ha pasado, dentro del escalafón de la iglesia católica, de ser Venerable (como hace poco le ha sucedido al arquitecto Antonio Gaudí), pues su proceso de beatificación quedó varado hace años, quizá debido, dicen, a la confusión del propio Don Miguel con el personaje de Don Juan Tenorio, aunque cuando Tirso de Molina publica El Burlador de Sevilla Mañara apenas cuenta con cuatro años de edad, todo hay que decirlo. 

Pero la calle Temprado, por cierto llamada así en honor al capitán de artillería Claudio Temprado Pérez (1838-1874), héroe de las Guerras Carlistas, no es sólo la Santa Caridad; en otros tiempos, el edificio de la Aduana daba en unas de sus fachadas a esta calle, remarcando su presencia y su cercanía al río y marcando frontera con el llamado Postigo del Carbón, hoy desaparecido, en la confluencia de Temprado y  Santander, no lejos de la Torre de la Plata. Será en el siglo XIX cuando la acera de los pares se urbanice, adquiriendo la Santa Caridad en una parcela para levantar unos jardines presididos por una magnífica estatua de Mañara realizada por Antonio Susillo, mientras que el Cuerpo de Artillería ocupará una enorme manzana para conectar su Maestranza con un nuevo acuartelamiento.

Derribadas las dependencias militares que daban al Paseo de Colón, en  1987 comenzarán las obras del actual Teatro de la Maestranza, con planos de los arquitectos Aurelio del Pozo y Luis Marín, que incorporaban la fachada de la antigua maestranza artillera, un aforo concebido para mil ochocientos espectadores y un volumen aproximado de unos 20.000 m3. Inaugurado en 1991, ha sido escenario para la ópera, la música clásica y la danza, siendo pieza clave en el ámbito de la cultura sevillana desde entonces, pero esa, esa ya es harina de otro costal. 

07 abril, 2025

Un poco sobre los "De abajo".

Dado que seguimos en Cuaresma y a pocos días de la Semana Santa, en esta ocasión, aprovecharemos para dar varias "chicotás" en honor a un personaje denostado y admirado según las épocas, figura indispensable por su papel en las cofradías y labor siempre digna de estudio; pero como siempre, vamos a lo que vamos. 

El término "costalero" aludía históricamente a los llamados "mozos de cuerda", mozos que, usando sogas o costales de arpillera, se empleaban para transportar cargas pesadas como fardos, sacos o equipajes; los pícaros por antonomasia, Rinconete y Cortadillo, ingresarán en este oficio adquiriendo sendos costales ("pequeños, limpios o nuevos") con los que ejercerlo, comenzando sus peripecias hispalenses en la Plaza del Pan, por poner un ejemplo. Con el tiempo, serán llamados "Gallegos" por ser la mayoría de aquellas tierras e incluso existirá un corral con su nombre en la calle Oropesa, junto a Cuna y serán contratados para portar los Pasos en Semana Santa, gozando de no muy buena fama enter algunos sectores de la sociedad sevillana por su rudeza y comportamiento. 

Novelistas, escritores y poetas han intentado dejar por escrito sus particulares visiones sobre este trabajo anónimo y callado, ya desde finales del siglo XX en manos de hermanos o voluntarios que sustituyeron a los "profesionales", trabajadores experimentados en el Muelle o en Mercasevilla al mando de dinastías de capataces que gozarán de justa fama: Franco, Ariza, Bejarano o Borrero, por citar algunas.

En una primera "chicotá", hemos extraído la perspectiva de un escritor nacido en Camas en 1876 y fallecido en Sevilla en 1954, José Muñoz San Román, autor de El Encanto de Sevilla (1921), en uno de cuyos pasajes se refleja el trabajo del capataz y su cuadrilla durante una procesión, en el que podemos apreciar incluso las voces de mando o la manera de recompensar a "los de abajo":

"Los pasos son llevados en alto por unos hombres fuertes, conocidos por los costaleros. Van en cuádruples hileras debajo de las andas, soportando la enorme y pesada carga sobre los cuellos robustos. Los riquísimos faldones de terciopelo y oro ocultan a la vista del público los fatigados cuerpos de esos hombres infelices que, en fuerza de trabajo y fatiga, nunca llegan a rendirse.

Sólo se les ven los pies andando a compás y produciendo un sordo y crudo rumor. En los descansos suelen echarse a tierra, asomándose bajo las suntuosas telas para pedir un cigarrillo o agua. Cuando paran ante determinadas tabernas se les reparan un tanto las fuerzas con vino del de la hoja, por cuenta de la Hermandad. Y es de ver aquellos rostros renegridos, sudorosos y tristes, cómo se animan con el engañoso vigor que les da la bebida.

El capataz, que va delante y fuera del paso, los guía y es un primor su destreza. Cuando el paso descansa en tierra y hay que ponerlo en marcha, el capataz da un golpe con el llamador y les avisa:

"Muchachos, que voy a llama... Una subiita suave y... a esta é...". Da nuevamente un golpe con el llamador, y los costaleros, a un solo tiempo, elevan el paso en alto y comienzan a andar. Durante el trayecto no cesa de gritar el que guía:

"Esa derecha atrá..." "Esa izquierda alante...", según la dirección que deberán tomar los que pierden la linea debida. Y cuando han de parar les dice: "Muchachos, una agachaita por iguá y quearse paraos... ¡a esta é! Y da un fuerte golpe con el aldabón.

La marcha de los gigantescos pasos por las estrechas calles sevillanas ofrece grandes dificultades, y para el que guía constituye toda una ciencia su servicio. Por eso son, en fin, contados los buenos capataces, y se les busca y contrata en las mejores condiciones. Las fatigas y trabajos de los pobres costaleros debieran inspirar al corazón del público que ve pasar las Cofradías las más tiernas conmiseraciones. Porque son ellos los verdaderos y obscuros penitentes."

Damos un salto temporal y nos plantamos en el año 1964, fecha en la que se publica en México la novela El Capirote, de la que es autor el escritor sevillano Alfonso Grosso (1928-1995). Con una prosa  áspera y social describe las última semanas de vida de un jornalero gravemente enfermo de tuberculosis que se alista en la cuadrilla de un capataz apodado "Trinidad" para sacar cofradías en Semana Santa; Grosso, autor maldito en su época para algunos, demuestra en su novela El Capirote (publicada en México debido a la censura) que conoce a la perfección los usos y códigos del mundillo de capataces y costaleros asalariados, desde la terminología hasta los usos y formas de comportamiento: 

 "Los costaleros iniciaban ya el rito de la colocación del costal sobre la cabeza. Se ayudaban unos a otros para ajustar el saco plegado que les almohadillaría los hombros y la nuca. Algunos, apretaban una vuelta más sobre la cintura la negra faja que les mantendría erguidos, o se agachaban para amarrar con destreza las cintas de sus alpargatas. 

Trinidad los fue distribuyendo por estatura. La falda de raso del paso de palio permanecía aún levantada. Los hombre, en fila india, iban ya entrando para ocupar su lugar bajo las trabajaderas." 

El comienzo de la maniobra de la salida del paso de la iglesia queda plasmada con rapidez, frases cortas y casi ausencia de adjetivos:

"El llamador duplicaba su golpe dentro del paso. La lamparilla de aceite procesionaba la sombra de los cuellos y de los brazos, de las manos apoyadas sobre las trabajaderas delanteras. Le sudor resbalaba sucio y salobre por los pechos y las espaldas. Era un leve murmullo el caminar, como un silbido, cuando las alpargatas de cáñamo se arrastraban por el suelo. Al llegar a la puerta de la iglesia, el capataz, a través de los respiraderos, ordenó "rodilla en tierra". Los cuarenta hombres se dejaron resbalar lentamente hasta que el palio de la Dolorosa bajó tres palmos en el arco de medio punto del portal. Los laterales quedaban separados apenas unos milímetros de los dos quicios. Las rodillas empezaron entonces a moverse lentamente, de manera imperceptible. Por unos instantes, parecieron las andas quietas, estáticas, milagrosamente justas a los bordes de la portada de piedra y no parecía que pudieran adelantar ya ni un solo centímetro."

Queda, del mismo modo, la visión idealizada, nostálgica de Luis Cernuda (1902-1963) cuando, en el capítulo de su libro Ocnos (1942) titulado Las Tiendas menciona de pasada a los costaleros cuando escudriña en las covachas de la Plaza del Pan, como buen conocedor de aquella zona al haber sido vecino cercano de la calle Acetres:

"Estaban aquellas tiendecillas en la Plaza del Pan, a espaldas de la Iglesia del Salvador, sobre cuya acera estacionaban los gallegos, sentados en el suelo o recostados contra la pared, su costal vacío al hombro y el manojo de sogas en la mano, esperando baúl o mueble que transportar. (...) En la plaza, los gallegos (denominación gremial y no geográfica, porque algunos eran santanderinos o leoneses) se encorvaban soñolientos y fofos, más al peso de los años que al de las cargas ingratas que su oficio les condenaba. Eran ellos quienes en Semana Santa, durante los altos de las cofradías, asomaban tras las andas de terciopelo sus caras congestionadas, bajo la masa dorada de esculturas, candelabros y ramilletes, alineados tal esclavos en los bancos de una galera."

Terminamos. Dejamos para el final una visión relativamente reciente, la del historiador, novelista y académico de la Lengua el hondureño Marcos Carías Zapata (1938-2018), de quien destacamos este escueto texto perteneciente a su obra Vara de Medir (1999) y que aporta la visión peculiar del foráneo, no por externa menos interesante, finalizando con una frase que nos ha llamado mucho la atención:

"Tarjeta postal: Los costaleros van en la penumbra. Cuando se detienen acuden los aguadores, sus cirineos. La aparición del aguador tiene que ser exacta al paso del desfile del paquidérmico tablao. Usted no ve la operación, ni a los costaleros ni a los aguadores, ocupado como está comprando souvenires y sin terminar de decidir su fidelidad entre los souvenires o el desfile de carrozas con sus divinos trabajos de imaginería barroca (y los imagineros que todavía siguen produciendo), sus celestiales objetos de orfebrería barroca (y los orfebres que siguen produciendo), hasta las hermanitas de clausura abonan para que abunde la oferta vendiendo por única vez en el año confituras y bollos de monja (la cofradía de los Servitas estrena dos farolas para acompañar, la de la O ha restaurado el manto de la virgen, la de los Gitanos le ha puesto faldones nuevos al paso del palio, la de Montesión estrena el mantolín y el cíngulo del Señor, la de los Estudiantes la insignia del Senatus). En las cofradías se agrupan creyentes y no creyentes. No se necesita creer para andar en la procesión, basta con creer en la procesión."

Sin duda, la figura del costalero ha sido, es y será objetivo de literatos y poetas cuando se trate de plasmar lo que de divino y humano tiene nuestra Semana Santa. Ojalá se nos brinde un descanso entre borrascas y podamos disfrutarla, pero esa, nunca mejor dicho, esa ya es harina de otro costal.