Es una calle poco frecuentada, sin tráfico rodado (con permiso de los patinetes, ya se sabe), de las que se usan para "cortar" entre vías importantes, por ejemplo, en fechas semanasanteras, de las que apenas aparecen en las guías y planos turísticos de la ciudad y que, para colmo, presenta un peculiar error a la hora de nombrarla. Pero como siempre, vamos a lo que vamos.
Desde Lineros y Puente y Pellón hasta la calle Cuna, la calle Lagar se extiende estrecha y sin pretensiones. Un azulejo en el número 2, no lejos de donde estuvo la juguetería del "0,95", sirve para rotular la calle, con la particularidad de que cada una de sus cinco letras presenta decoración en las que las hojas de parra o vid o sus racimos relacionan el nombre de la calle con, según la Real Academia de la Lengua, el "Recipiente donde se pisa la uva para obtener el mosto", pero, conviene aclararlo, nada más lejos de la realidad, pues desde el siglo XVIII era conocida como Lagar de la Cera, por hallarse en ella un taller que servía para el blanqueo de la cera, aunque en 1845 se acortó su nombre para quedarse como está hoy día, de ahí la confusión en el tipo de "Lagar". El lagar de cera era una especie de prensa de tornillo que servía para extraer la cera de los panales de abejas por el sistema de presión.

Llegó a poseer sendos corrales de vecinos, hoy ambos desaparecidos, uno de ellos en el actual número 5, e incluso el cronista Álvarez Benavides la calificó como "vía de primer orden" en virtud a su ubicación, y porque en ella se localizaban negocios tan variopintos como la imprenta de Gironés y Orduña y el colegio de primera y superior enseñanza del Salvador; en el número 11 tuvo su depósito una fábrica de hielo allá por 1876 (razón social "La Quinta de la Florida"). Quizá por su céntrica ubicación, en 1899, como ha estudiado Carlos A. Font, el ingeniero alemán Otto Engelhardt, director de la Compañía Sevillana de Electricidad, fundada en 1894, promovió la construcción en esta calle de lo que sería una de las primeras estaciones de acumuladores eléctricos de la ciudad, constando de una batería con capacidad de 4.000 amperios/hora. A esta estación siguió en 1905 la de la calle Feria, en el número 154, edificio aún conservado por fortuna, obra de Aníbal González.
Pese a esta rica actividad comercial, la calle atravesó malos momentos, prueba de ello es que en su edición del miércoles 7 de abril de 1897 el diario El Baluarte se quejara abiertamente:
"Y... La calle Lagar de la Cera sigue tan sucia y en el mismo estado de abandono de antes. Mientras tanto el Municipio dicta medidas de buena policía, recomendando a los particulares cuiden del aseo de sus fincas, blanqueen fachadas y pinten balcones y puertas para la venidera Semana Santa, la Alcaldía se cruza de brazos, haciendo caso omiso de la recomposición o limpieza de algunas calles. ¡Pero qué cosas se ven en Sevilla!".
![]() |
Corral de Vecinos en la calle Lagar. Años 70. |
En nuestros días, por desgracia, poco queda de todo lo mencionado. Salvo alguna excepción, modernas casas de pisos se han adueñado de la calle Lagar, aunque como símbolo moderno figure desde 2008 la peculiar escultura del caracol que trepa por la fachada del edificio que hace esquina con Lineros y el número 1 de nuestra calle (de cuya puerta echamos en falta un precioso azulejo de San José), una interesante muestra de arte urbano obra del escultor nacido en Olivares Chiqui Díaz; por cierto, el caracol tiene un "hermano" de siete metros de altura, instalado en la localidad onubense de Palos de la Frontera.
Enfrente, en el número 2, en lo que es ahora un moderno hotel, tuvo su sede uno de los primeros establecimientos considerado como Grandes Almacenes, promovidos por una familia oriunda de Almería, los Lirola, que usó para darle nombre las primeras sílabas del nombre y apellidos de una de las hijas de su promotor, Victoria Lirola Martínez, para crear un nombre comercial que pasó a la pequeña historia del comercio sevillano: Vilima, famoso por sus "Zafarranchos" y cuya inauguración, en la tarde del 31 de marzo de 1963, fue resaltada por la prensa local con reseñas llenas de alabanzas en el estilo de aquellos años:
"Sin temor a incurrir en hipérbole, puede calificarse de verdadero acontecimiento en la vida comercial de Sevilla la solemne bendición de la primera fase de los suntuosos establecimientos VILIMA, efectuada en las últimas horas de la tarde de ayer domingo, en vía tan céntrica de nuestra ciudad como la calle Lagar, en el lugar en que confluyen las de Lineros y Puente y Pellón.Con semejante acontecimiento, Sevilla ha enriquecido de manera considerable su acervo de moderna urbe comercial. Cuanto sé diga para enaltecer la elegante y sugestiva instalación que motiva las presentes líneas, resultará pálido ante la realidad. Una superficie de seiscientos metros cuadrados, magníficamente ocupada por vitrinas y finos mostradores, en los que se admiran atrayentes colecciones de bolsos, prendas infantiles, sutiles ropas femeninas, que parecen tejidas por manos de hadas; preciosos artículos de viaje, abanicos, mantillas y multitud de artículos más gratos a las mujer, forman un conjunto de ensueño, enmarcado por una decoración y un sistema adecuado de alumbrado, que comunican al local una magnifica entonación, que hace juego maravillosamente con infinitos detalles de un gusto irreprochable."
En el verano de 1968 un desgraciado y fortuito incendio declarado en el establecimiento se llevó las vidas de dos bomberos que intentaban sofocarlo, dañando gravemente el interior de la tienda, por lo que hubo que buscar unas instalaciones provisionales en la calle Francos número 34; al fin, el 1 de diciembre de 1969 se procedía a la reapertura de los remozados Almacenes.
Casi en la desembocadura con la calle Cuna, y con fecha de fundación en 1913, se asienta en la calle Lagar una de las dos sedes de Cuadros Venecia, especializados en láminas y enmarcaciones y cuya trayectoria ha sido reconocida por el Ayuntamiento en unos tiempos en los que el comercio tradicional atraviesa su peor momento, pero esa, esa ya es harina de otro costal.