25 noviembre, 2024

El hereje de San Diego.

Hace pocas fechas, hacíamos mención de un desaparecido convento, perteneciente a la orden franciscana y cómo su ubicación, próxima al Guadalquivir, provocó no pocos problemas por las frecuentes crecidas del río; en esta ocasión, no sólo aludiremos a algunos interesantes pormenores sobre dicho convento, sino que nos centraremos en la no menos intrigante historia de uno de sus frailes, aquejado de "Molinismo", mal llamado entonces así allá por el siglo XVII; pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

El Convento de San Diego fue creado en torno al año 1589, pese a que la presencia de los franciscanos descalzos se ha documentado ya desde la conquista de Sevilla por San Fernando en 1248; aunque primeramente se habían establecido en las proximidades de la Macarena, finalmente el cabildo de la ciudad les otorgó una porción de tierras cercanas a la Puerta de Jerez, no lejos del Prado de San Sebastián, así como una limosna de 3.000 ducados a pagar en tres plazos anuales con la que iniciar el proceso de construcción del nuevo convento, cuya iglesia fue solemnemente bendecida por el Cardenal Rodrigo de Castro en 1592, contando con un retablo mayor (cuyo paradero se desconoce) en el que participaron Gaspar Núñez Delgado y Diego López Bueno más Juan Martínez Montañés, autor al que se atribuye la escultura de San Diego de Alcalá que hoy día se conserva en la iglesia conventual franciscana de San Buenaventura.

La riada de 1783 provocó la mudanza de los frailes al entonces vacío noviciado jesuita de San Luis de los Franceses, donde permanecerían hasta la llegada de las tropas napoleónicas y regresarían tras el fin de la Guerra de Independencia, pero, a la postre, el retorno de los propios jesuitas hará que los franciscanos hayan de buscar nueva sede, toda vez que el primitivo convento había sido convertido en industria de pieles bajo la dirección del británico Nathan Wetherell. Tras el preceptivo pleito con el súbdito de su Graciosa Majestad, éste se avino a compensar a los frailes con cuatro casas y un solar que habían formado parte del llamado hospital de San Antón en la calle de las Armas, actual de Alfonso XII, lo que explica que en el ático de la portada de acceso a dicho recinto se halle una pintura mural de San Diego de Alcalá como recuerdo de la presencia franciscana en aquel lugar y que en el interior del templo se venere a la imagen de la Inmaculada Concepción, Virgen del Alma Mía, procedente de San Diego.

Foto Reyes de Escalona.

Pasados los años, tras transformar los Duques de Montpensier el palacio de San Telmo como residencia, el antiguo convento de San Diego fue convertido en alojamiento para el personal de servicio de los duques, que usó la iglesia como capilla propia, hasta su posterior derribo en el año 1892 dentro de los planes de creación del actual Parque de María Luisa. En aquel lugar, ahora, se alzan el Casino de la Exposición y el Teatro Lope de Vega, ambos procedentes de la Exposición Iberoamericana de 1929.

Hasta aquí, someramente, la pequeña historia de este convento, por el que dejaron huella un sinfín de monjes (llegó a tener 45 en 1648) y en el que ejerció como Padre Guardián el Beato Fray Juan de San Buenaventura, que alcanzó dicha beatificación en 1728 tras morir como un mártir en Marruecos en 1631. Sin embargo, merece también un espacio otro fraile, pero por otras circunstancia, pues fue condenado por el Santo Oficio, ¿Su nombre? En el mundo, Pedro José Romero, nacido en Villamanrique, en la religión fray Pedro de San José, allá por las postrimerías del siglo XVII.

Chaves y Rey cuenta que Fray Pedro cayó en el error de seguir las enseñanzas del místico aragonés Miguel de Molinos, impulsor del denominado Quietismo, que abogaba por la vida contemplativa llevada al extremo de la pasividad espiritual. Condenadas por heréticas dichas ideas por el Papado, la Inquisición comenzó a sospechar e investigar a nuestro fraile, hasta que finalmente fue apresado y llevado al Castillo de San Jorge, en Triana, para ser sometido a interrogatorios e investigaciones por espacio de tres años. 

De ese proceso se pudo saber que Fray Pedro aprovechaba las confesiones para indicar a las mujeres a las que dirigía espiritualmente que no era necesaria la confesión sino "meterse en un rincón y estarse allí en oración, y que esto era bastante para ponerse en gracia de Dios", que el propio Jesucristo le había nombrado su profeta ante el inminente fin del mundo y que por tanto tenía carta blanca para cualquier cosa, sin que pudiera considerarse pecaminosa;  además, no sólo sería profeta, sino Pontífice de una nueva iglesia en la que él nombraría "apóstolas" a sus seguidoras, aunque para ello, decía, sería crucificado en la Cruz del Campo, enterrado en Tablada y resucitaría al tercer día para combatir al Anticristo, que según el monje ya había nacido en Babilonia. 

Aparte de todo esto, fue acusado de "Solicitación", o lo que es lo mismo, de requerir favores sexuales o solicitar actos deshonestos a sus confesantes femeninas, algo que la Iglesia estaba intentando combatir desde el Concilio de Trento (1545-1563) con la obligatoriedad del uso del confesionario como "barrera" entre el confesor y el penitente. Por ello, la Solicitación era considerada una burla del sacramento de la penitencia y un atentado contra la fe, de ahí que se catalogase como una práctica herética.

No es de extrañar, por tanto y  como recogió oportunamente Montero de Espinosa, que el tribunal del Santo Oficio dictaminase en contra del fraile "solicitante" o "solicitador": 

"Fallamos que, atento al proceso fulminado  contra fray Pedro de san José, que presente está, que le debemos declarar y declaramos por hereje, hipócrita, iluso, infestado del error de los alumbrados y profeta falso y por haberlo sido, mandamos sea sacado de la sala de este Santo Tribunal con sambenito de dos aspas, estando en pie dicho reo siempre, y absuelto, se le quite; y al día siguiente sea llevado a su convento con ministros y secretario de esta causa, y en presencia de toda comunidad, excepto los novicios, se lea todo el dicho proceso y sentencia y que allí se le dé una disciplina circular, y le privamos para siempre de confesar y predicar y que no tenga voto activo ni pasivo, y que salga desterrado por diez años de Sevilla, Jerez y Villamanrique y Madrid y los lugares a éstos ocho leguas en contorno, y que las primeros seis años esté recluso en el convento que le fuese señalado y que allí sea enseñado del confesor que le dieren por director de su conciencia, enseñándole la doctrina cristiana; y que todo el dicho tiempo en los actos de comunidad tenga el último lugar de todos, y por esta nuestra definitiva (sentencia), juzgando benignamente, así lo pronunciamos y mandamos".

Todo ello quedó plasmado en el Auto de Fe celebrado el 10 de julio de 1689; Fray Pedro de San José, días antes, había abjurado de todos sus errores y pedido misericordia, lo que puede que le librase de una muerte cierta, pero no de los azotes sobre su espalda desnuda, proporcionados por todos los hermanos de su comunidad por turnos con la excepción de los novicios (la "disciplina circular" que menciona la sentencia); en cualquier caso, tras la ejecución de su sentencia debió marchar para ser confinado en un monasterio designado al efecto y, como sostienen algunos autores, el monje manriqueño pasó su vida entre grandes muestras de arrepentimiento y dolor; por cierto, la llamada Glorieta de San Diego aún permanece en pie como acceso a la Plaza de España, pero esa, esa ya es harina de otro costal.


18 noviembre, 2024

Por el Prado.

Uno de los espacios más amplios de la ciudad, y de los que más variedad de usos ha tenido, es aquel que sirvió desde necrópolis-cementerio hasta campo de fútbol, pasando por cine de verano, lugar de ejecuciones inquisitoriales o real de feria de ganados. El lector avispado ya sabrá de por dónde "van los tiros", así que, para variar, vamos a lo que vamos.

La fundación de Sevilla, allá por el siglo VIII a. C., tuvo lugar con toda seguridad en la zona más elevada, una suave colina cuya cima ahora estaría conformada por los barrios de la Alfalfa y Santa Cruz, y con posterioridad, se extendería enmarcada en los cauces del Guadalquivir, el Tamarguillo y el Tagarete. Al sur, ocupando una extensa llanura, se situaría una enorme franja de tierra llana que con el tiempo, donada a la ciudad por Alfonso X en el siglo XIII, fue dedicada a pastos para el ganado del pueblo, y que con el tiempo, allá por el siglo XV, recibió el nombre de Prado de San Sebastián por la existencia de una ermita dedicada a dicho santo, ahora convertida en parroquia y sede de la Hermandad de la Paz, donde aún recibe culto una imagen de Nuestra Señora del Prado, realizada en madera tallada y policromada en el último cuarto del siglo XVI.

Richard Ford: Cementerio de San Sebastián. 1832.

 Lo que en principio era un apacible e inundable terreno, sometido a las crecidas del río y a las caprichosas riadas del Tagarete, ahora canalizado bajo tierra, poco a poco fue perdiendo terreno por la cesión su uso. Así, sin olvidar su empleo como cementerio en tiempos de epidemias, el llamado Prado de San Sebastián vio mermado su espacio primeramente a finales del siglo XVI con el establecimiento del convento franciscano de San Diego, que ahora estaría ubicado sobre los terrenos que ocupa el Casino de la Exposición; más adelante, nos situamos ya en el XVII, la ciudad concedió suelo para la construcción de la Escuela Naútica de San Telmo, cuyo edificio (posterior, del XVIII) fue residencia de los Duques de Montpensier, Seminario Diocesano y ahora, sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía. 

El Prado en el Plano de Olavide (1771), el número 175 corresponde al Quemadero de la Inquisición.

Uno de los elementos más interesantes (y menos agradables) que conformaban aquel primitivo Prado de San Sebastián fue el denominado Quemadero de la Inquisición, y que el antes mencionado profesor Aguilar sitúa en la zona en la que actualmente se halla el monumento ecuestre del Cid Campeador (El Caballo, para entendernos, configurado entre 1927 y 1929). Utilizado por la Inquisición para ejecutar sentencias, constaba al parecer de un tablado de treinta varas de anchura por dos de altura, con un hueco central para encender la hoguera, sostenido por cuatro columnas empotradas en postes de ladrillo y campeando sobre ellas cuatro estatuas de barro cocido; ironías del Destino, según el poeta sevillano del XVI Alonso de Fuentes, el artífice que lo construyó fue el primero que en él se quemó, por descubrirse sus ocultas creencias judías.  

Monumento a El Cid, Casino de la Exposición y, al fondo Pabellón de Chile.

Aunque no es menos cierto que aquel espacio fue durante años zona de asueto y jolgorio para el pueblo, el hecho de que allí culminasen los autos de fe del Santo Oficio, como el celebrado el 13 de abril de 1660, en el que fueron quemadas vivas siete personas, confería a aquella zona un aire ciertamente amenazador; la multitud congregada para la macabra ceremonia que comentábamos fue tan numerosa en aquella ocasión que, como cuenta el ineludible Antonio Domínguez Ortiz, las autoridades hubieron de indemnizar a un labrador por haber pisoteado sus sembrados y cerrar las puertas de la ciudad para mantener el orden ante la enorme afluencia de gente, ordenándose incluso a los vecinos encender luces en balcones y ventanas por aquello de la "seguridad ciudadana".

Richard Ford: Prado de Sebastián. Detalle. 1832.

Sin uso ya a finales del XVIII, pues a la Beata Dolores le cabe el triste honor de ser la última en ser pasto de las llamas tras morir ahorcada en agosto de 1781, todavía el 26 de abril de 1814 fue empleado, quizá por última vez, para quemar un pelele que representaba a Napoleón Bonaparte, burla ejecutada por vecinos de la calle Tintores. Ataviado con tricornio y banda plateada, el monigote llegó al lugar llevado sobre un asno tras pasear por las calles principales de la ciudad y recibir todo tipo de improperios. Una vez allí, fue tiroteado quemado y sus "restos mortales" arrojados al Tagarete, entre "Mueras" a Napoleón y gritos de júbilo.

No podemos olvidar tampoco que el Prado (a secas, como lo llamamos los sevillanos) era encrucijada de caminos: los que partían desde Sevilla hacia San Bernardo, Utrera y Dos Hermanas, incluso en 1775 se abrió una ancha calzada que conectaba el Prado con la Fundición de Artillería y San Juan de los Teatinos, a orillas del Guadaira. Por aquel entonces, lo afirma el catedrático Aguilar Piñal, el Prado ocupaba cincuenta fanegas, o lo que es lo mismo, unas treinta y cuatro hectáreas (ahora serían siete) y prosiguió modificando su aspecto; uno de los más significativos edificios será la Fábrica de Tabacos, cuyos cimientos comenzaron a colocarse en 1728 y su inauguración en 1757 interpuso el soberbio edificio entre San Diego y el Tagarete, pero en el siglo XIX un suceso cambiará para siempre el uso del Prado: la creación de la Feria de Ganados, germen de la Feria de abril.

Efectivamente, la iniciativa de los industriales Bonaplata e Ibarra de 1847, aprobada por el Ayuntamiento, culminará con la transformación de buena parte del espacio para la colocación de casetas, quioscos y atracciones de feria, sin olvidar detalles como la iluminación o la instalación de la famosa Pasarela, de la que hablamos en otro momento. Curiosamente, la caseta del Círculo Mercantil, una estructura metálica de carácter permanente que aún se conserva en una Bodega en las afueras de Bollullos Par del Condado, servirá de vestuarios a los jugadores del Sevilla F. C. cuando el club celebre allí sus encuentros futbolísticos entre 1913 y 1918. A todo ello habrá que añadir y destacar, sin duda, la aparición del ferrocarril en Sevilla con construcción de la cercana Estación de Cádiz o San Bernardo en 1902, la Exposición Iberoamericana de 1929, que configurará uno de los extremos de Prado con la Plaza de España y el propio pabellón de Portugal, o la ejecución de una serie de viviendas de carácter municipal entre 1938-1944 que vendrá unida a la nueva Estación de Autobuses, según planos del arquitecto Rodrigo Medina Benjumea. 

Cuando en 1971 se inaugure el conjunto de edificios de los Juzgados poco quedará de aquel extenso Prado lleno de vegetación en tiempos medievales, de hecho, dos años después, la Feria se trasladará a Los Remedios y todo ese amplio espacio tendrá uso de lo más dispar, desde cines de verano hasta parques de atracciones (noria gigante incluida), pasando por efímero escenario de espectáculos musicales (aquellos "Cita en Sevilla" de los ochenta) o los actuales jardines, inaugurados en 1997, por no mencionar el casi "tradicional" Festival de las Naciones o, nos lo dejábamos en el tintero, que en aquel lugar, en 1916, intentó construirse un rascacielos.

Como el pasado siempre está presente, merece la pena destacarse el hecho, investigado por Laura Victoria Mercado Hervás en su tesis doctoral de 2020, de que durante la construcción de la estación de Metro del Prado y durante la preceptiva excavación arqueológica en 2004 aparecieron los restos de una necrópolis de entre mediados del siglos I a. C. hasta el siglo II d. C. con 196 enterramientos en cinco niveles que se ven interrumpidos por una inundación del Tagarete, lo que viene a demostrar la influencia de esta zona en la Hispalis romana, pero esa, esa ya es harina de otro costal. 








11 noviembre, 2024

Bailén.

Transitada según en qué tramos, en esta ocasión nos vamos a recorrer una calle que en su tiempo pasaba por dos conventos, que fue escenario de robos y riñas a espadas, recibió varios nombres a lo largo de la historia e incluso a ella, cuando le dejaban, se asomaba cierto príncipe, viejo conocido de estas páginas, pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Desde San Pablo hasta casi la Puerta Real, la calle Bailén serpentea entre la Magdalena y el Museo; no deja de ser curiosa la serie de nombres que recibió en siglos pasados, pues el primer tramo, que coincide con la cabecera de la actual parroquia de la Magdalena (antiguo convento dominico de San Pablo) se llamó durante desde la primera mitad del siglo XV Dormitorio de San Pablo y también Pergaminería Vieja, mientras que el otro tramo, el que finaliza en Alfonso XII tras pasar por la cabecera de la iglesia de la antigua Casa Grande de la Merced, se llamó calle del Abc, sin que por supuesto tal denominación tuviera algo que ver con cierto periódico local, antes bien, historiadores locales como González de León lo atribuyeron a la presencia en esta vía de unas escuelas para niños en tiempos del rey Pedro I. 

Plano de Olavide. 1771.

Con un marcado carácter residencial, la calle albergó las sedes de importantes instituciones en su tiempo, como el Gobierno Civil, el llamado colegio de San Ramón (donde estudió el poeta Luis Cernuda entre 1913 y 1915) o una Casa Cuartel de la Benemérita, así como una Droguería o la afamada Botica de San Pablo, ésta casi en el comienzo de la calle que da a Murillo y San Pablo. Por cierto, el hecho de que los dormitorios dominicos dieran a ella sirvió para que a través de sus ventanales lanzara monedas de plata a los sevillanos el famoso (y falso) Príncipe de Módena durante su reclusión en el mencionado convento allá por 1748.

Plano de Olavide. 1771.

Sin embargo, dos sucesos destacan en esta calle, relatados por eruditos y cronistas:

El primero hace alusión a una revuelta popular, el denominado Motín de la Feria, acaecido en 1652 tras varios años de epidemias, malas cosechas y carestías. Levantada en armas parte de la población, cuenta Álvarez Benavides, siguiendo una relación anónima, que un grupo de sombrereros marchaba armado gritando aquello de "Viva el Rey, muera el mal gobierno", cuando uno de los sublevados, ya bajo los efectos del alcohol en abundancia osó gritar "Muera el Rey"; su muerte (la del sublevado ebrio) habría sido segura de no mediar por él, espada en mano, el alguacil Gonzalo de Córdoba, quien en medio de la tumultuosa refriega, mató de una certera estocada a un mozo, de Triana por más señas. La ira popular provocó que el infortunado alguacil pusiera pies en polvorosa para salvar su vida in extremis, refugiándose en el convento de San Buenaventura. 

Sin embargo, la multitud, deseosa de venganza, saqueó su casa de la calle Catalanes (ahora Albareda) y mató de forma brutal su caballo, "con tanta crueldad, que lo hacían pedazos como si lo hubieran de pesar a libras". Sin embargo, los rumores de que Gonzalo de Córdoba no estaba en la calle Carlos Cañal sino en el cercano convento de San Pablo, provocaron que la multitud sitiara el lugar, rodeando las calles Cantarranas, San Pedro Mártir y ésta que relatamos y exigiendo la salida del estoqueador. Pese a los ruegos de las autoridades, la gente no consintió en marchar hasta que los dominicos franquearon las puertas y la masa entró y registró palmo a palmo el convento, desde desvanes a bóvedas pasando por la propia celda del prior, con graves daños y sin conseguir capturar al alguacil, cuyo rastro finalmente se dio por perdido.

Foto: Reyes de Escalona. 

 El otro suceso, también recogido por Álvarez Benavides, tuvo lugar en 1849. Poco podían sospechar los vecinos de la calle que los pacíficos arrendatarios de la casa número 16 eran en realidad auténticos expertos excavaciones, y no arqueológicas, precisamente, sino en túneles y que con sus amplios conocimientos estaban construyendo un eficaz pasadizo subterráneo con todos sus aditamentos, un metro de ancho, metro y medio de altura y que era capaz de soportar el tránsito de carruajes por encima. ¿Cuáles eran sus intenciones delictivas? Parece ser que el túnel se dirigía hacia la cercana Tesorería de San Pablo, pero la casualidad o la mala suerte, hicieron que la obra bajo tierra fuera descubierta y detenidos los cacos "zapadores". Por cierto, al ayuntamiento le costó quinientos reales rellenar la zanja dejada por el túnel y aplanar la zona con total seguridad para viandantes.

Finalmente, a mediados del XIX el consistorio hispalense tomó el acuerdo de rotular Dormitorio de San Pablo con su actual apelativo, Bailén, que homenajea la victoria española contra las tropas napoleónicas en la batalla acontecida en 1808 y de la que salió consagrado como héroe nacional el general Castaños y en 1868 el nombre de dicha batalla pasó a figurar en todo el tramo, desapareciendo el simpático nombre de "Abc".                                            

Coincidiendo casi con esta circunstancia, en 1842 se derribó la primitiva parroquia de la Magdalena, dejando como testigo la plaza del mismo nombre, alojándose la parroquia en el antiguo convento de San Pablo. Como recuerdo, aún quedan en la propia calle Bailén algunas lápidas que sirven como recordatorio para pedir los Santos Sacramentos a deshoras, y ya que estamos con referencia históricas, en el número 38 de la calle se puede apreciar un azulejo que recuerda que en esa casa falleció en 1978 el pintor alicantino afincado en Sevilla Domingo Gimeno Fuster y, una vez pasada la casa hermandad del Museo, en la esquina de la calle con Alfonso XII otro azulejo recuerda, ahora que las tenemos tan desgraciadamente presentes por los sucesos de Valencia, una riada con este texto: 

"A las nueve de la noche del miércoles 28 de diciembre de 1796, siendo Asistente de esta ciudad el Excelentísimo Señor Don Manuel Cándido Moreno, subió el río en los contornos exteriores de ella hasta el nivel correspondiente al pie de este azulejo".

Vaya nuestro recuerdo, pues, para la buena gente de Valencia, para las víctimas de las inundaciones y para todos los voluntarios que están luchando contra la desolación y la desesperanza. Nuestro aplauso para ellos.



04 noviembre, 2024

La calle del Vino.

Elemento indispensable en cualquier acto social, en bares y tabernas, en romerías o festividades religiosas, donde incluso es consagrado como Sangre de Cristo, esta semana nos vamos a buscar, en parte, dónde bebían vino los sevillanos de hace cuatrocientos o quinientos años. Pero para variar, vamos a lo que vamos. 

Hace tres milenios, en tiempos fenicios, se tiene constancia de la existencia de viñas en zonas de Cádiz, mientras que ya en tiempos romanos los vinos andaluces surcaban el Mediterráneo en dirección a la Roma imperial. La dominación musulmana, pese a la prohibición coránica, no ignorará las virtudes del vino, que seguirá consumiéndose y alabándose, como hará el poeta cordobés fallecido en Sevilla Ibn Zaydun allá por el siglo XI: 

Cuántas veces pedí vino a una gacela
y ella me ofrecía vino y rosas,
pues pasaba la noche libando el licor de sus labios
y cogiendo rosas en su mejilla.

Una vez la corona castellana tome posesión de las principales ciudades del sur de España vinos, licores y aguardientes generalizarán aún más su uso. Sin embargo, el descubrimiento de América, abrirá todo un abanico de posibilidades, hará que el vino andaluz de nuevo surque los mares y rinda viaje en las costas recién descubiertas por Colón y los suyos, junto con otros productos de primera necesidad tan importantes como el aceite, del que ya hablamos en otra ocasión. 

Diego Velázquez: Los borrachos o el triunfo de Baco. 1628-1629. Museo del Prado.

Las vides andaluzas alcanzarán justa fama y no es de extrañar que ya entre los siglos XVI y XVIII las bodegas gaditanas (Jerez y Sanlúcar de Barrameda, casi nada), sevillanas, malagueñas y cordobesas logren una pujanza tal que se prolongará en el tiempo, y más con la participación activa de comerciantes e inversores británicos que serán exportadores de vinos generosos hacia Inglaterra, aunque, conviene siempre recordar que ya en pleno XVI el genial William Shakespeare escribió palabras de encomio hacia los frutos de las vides jerezanas por boca del personaje de Falstaff de su obra Enrique IV:

“Un buen jerez produce un doble efecto: se sube a la cabeza y te seca todos los humores estúpidos, torpes y espesos que la ocupan, volviéndola aguda, despierta, inventiva, y llenándola de imágenes vivas, ardientes, deleitosas, que, llevadas a la voz, a la lengua (que les da vida), se vuelven felices ocurrencias. La segunda propiedad de un buen Jerez es que calienta la sangre, la cual, antes fría e inmóvil, dejaba los hígados blancos y pálidos, señal de apocamiento y cobardía. Pero el Jerez la calienta y la hace correr de las entrañas a las extremidades. Ilumina la cara que, como un faro, llama a las armas al resto de este pequeño reino que es el hombre, y entonces los súbditos viles y los pequeños fluidos interiores pasan revista ante su capitán, el corazón, que reforzado y entonado con su séquito, emprende cualquier hazaña."

¿Y en nuestra ciudad? No cabe duda de que establecimientos como El Rinconcillo, fundado en 1670, o Las Escobas, en 1386, que aún perduran por fortuna, demuestran a las claras que los sevillanos eran ya entonces propensos a disfrutar de los placeres de la buena mesa y de, también, como no, del buen vino.

Durante año gozaron de justa fama los vinos de la sierra norte sevillana, procedentes de Cazalla de la Sierra o Guadalcanal, sin olvidar los aún reconocidos mostos del Aljarafe o los procedentes del Condado de Huelva. El consumo de vino, como ahora, poseía un fuerte componente social y servía para confraternizar y celebrar, incluso se utilizaba con fines curativos al usarse hervido para sanar las heridas de los disciplinantes de Semana Santa, como ya mencionamos en otro momento. Mesones, casas de gula y tabernas eran concienzudamente vigiladas por las autoridades para evitar que sirvieran productos adulterados o aguados y su ubicación (como en nuestros días, nada ha cambiado, pues) salpicaba casi toda la ciudad, aunque una zona concreta llegó a llamarse incluso "del Vino" o "Vinatería" por la presencia de proveedores, vendedores al por menor ("regatones", les llamaban) y establecimientos de este de producto, del que, ya se sabe,  siempre se ha dicho: "In Vino, Veritas" ("En el vino está la verdad"). 

Foto Reyes de Escalona.

Ubicada en lo que antiguamente se llamó la Morería (donde la casa natal del pintor Diego Velázquez, antigua calle de la Gorgoja), entre la Alfalfa y la Plaza del Cristo de Burgos, desde 1918 pasó a denominarse calle de Sales y Ferré, en honor a Manuel Sales y Ferré (1843-1910), fundador del Ateneo de Sevilla y catedrático de Historia y Sociología, pero su nombre primitivo, calle del Vino, del que se tienen noticias desde 1592 nos da idea del tipo de actividad que se desarrollaba a lo largo de ella. Para mayor abundamiento, próxima estuvo, por un lado, la primera fábrica de tabacos del mundo y que comenzó a funcionar en 1610, generando a su alrededor todo un submundo de, inevitablemente, tabernas y mesones (como el famoso Mesón del Rey), y por otro lado, la cercanía de las Carnicerías (ahora la Alfalfa) y la calle de la Caza (actual calle Huelva), epicentros ambos también de pícaros y valentones, tanto que Cervantes hará decir a uno de sus personajes que "Oí decir a un hombre discreto que tres cosas tenía el Rey por ganar en Sevilla: la calle de la Caza, la Costanilla y el Matadero».

En torno a 1719 era llamada Vinatería; trasladada la Fábrica de Tabacos a la calle San Fernando en 1758, el espacio fue ocupado por un cuartel y derribado finalmente en 1855, aunque durante todos estos años el ambiente bullicioso, la prostitución y las riñas entre gentes pendencieras, avivadas por el consumo de alcohol no hicieron sino convertir la zona en poco recomendable; la importancia del vino fue tanta en este sector, que otras dos calles aún nos hablan de este trasiego de barriles y barricas: Odreros y Boteros, en alusión a los pellejos de vino y a las botas o barriles, que Toneleros en cambio, quedará en el Arenal. Como curiosidad, un tramo de la vía que estudiamos se llamó Calzones y existió una barreduela, hoy inexistente, llamada Pozo de la Leona.

Muy modificada en cuanto a su traza y edificios, viviendas unifamiliares, pisos modernos o convertidos, como siempre, en apartamentos turísticos, conservamos una foto de un Viernes Santo de los años 70 del pasado siglo en la que puede apreciarse el Paso de Misterio de la Hermandad de la Sagrada Mortaja revirando una noche de Viernes Santo desde Odreros a Sales y Ferré, cera gastada y cruz bajada, antes de sortear las estrecheces que culminan en San Pedro, en una esquina semiderruida, puede distinguirse el rótulo primitivo, "Vinatería", desgraciadamente desaparecido. 

Fotos: Carmelo Martín Cartaya.

Terminamos, pero antes, merece destacarse un ilustre vecino de la calle: en el número 11 y en el año 1900, no lejos de donde vio la luz Velázquez, nació Rafael Laffón, uno de los más importantes poetas de nuestra ciudad, pero esa, esa ya es harina de otro costal.