Elemento indispensable en cualquier acto social, en bares y tabernas, en romerías o festividades religiosas, donde incluso es consagrado como Sangre de Cristo, esta semana nos vamos a buscar, en parte, dónde bebían vino los sevillanos de hace cuatrocientos o quinientos años. Pero para variar, vamos a lo que vamos.
Hace tres milenios, en tiempos fenicios, se tiene constancia de la existencia de viñas en zonas de Cádiz, mientras que ya en tiempos romanos los vinos andaluces surcaban el Mediterráneo en dirección a la Roma imperial. La dominación musulmana, pese a la prohibición coránica, no ignorará las virtudes del vino, que seguirá consumiéndose y alabándose, como hará el poeta cordobés fallecido en Sevilla Ibn Zaydun allá por el siglo XI:
Una vez la corona castellana tome posesión de las principales ciudades del sur de España vinos, licores y aguardientes generalizarán aún más su uso. Sin embargo, el descubrimiento de América, abrirá todo un abanico de posibilidades, hará que el vino andaluz de nuevo surque los mares y rinda viaje en las costas recién descubiertas por Colón y los suyos, junto con otros productos de primera necesidad tan importantes como el aceite, del que ya hablamos en otra ocasión.
Diego Velázquez: Los borrachos o el triunfo de Baco. 1628-1629. Museo del Prado. |
Las vides andaluzas alcanzarán justa fama y no es de extrañar que ya entre los siglos XVI y XVIII las bodegas gaditanas (Jerez y Sanlúcar de Barrameda, casi nada), sevillanas, malagueñas y cordobesas logren una pujanza tal que se prolongará en el tiempo, y más con la participación activa de comerciantes e inversores británicos que serán exportadores de vinos generosos hacia Inglaterra, aunque, conviene siempre recordar que ya en pleno XVI el genial William Shakespeare escribió palabras de encomio hacia los frutos de las vides jerezanas por boca del personaje de Falstaff de su obra Enrique IV:
“Un buen jerez produce un doble efecto: se sube a la cabeza y te seca todos los humores estúpidos, torpes y espesos que la ocupan, volviéndola aguda, despierta, inventiva, y llenándola de imágenes vivas, ardientes, deleitosas, que, llevadas a la voz, a la lengua (que les da vida), se vuelven felices ocurrencias. La segunda propiedad de un buen Jerez es que calienta la sangre, la cual, antes fría e inmóvil, dejaba los hígados blancos y pálidos, señal de apocamiento y cobardía. Pero el Jerez la calienta y la hace correr de las entrañas a las extremidades. Ilumina la cara que, como un faro, llama a las armas al resto de este pequeño reino que es el hombre, y entonces los súbditos viles y los pequeños fluidos interiores pasan revista ante su capitán, el corazón, que reforzado y entonado con su séquito, emprende cualquier hazaña."
¿Y en nuestra ciudad? No cabe duda de que establecimientos como El Rinconcillo, fundado en
1670, o Las Escobas, en 1386, que aún perduran por fortuna, demuestran a las claras que los sevillanos
eran ya entonces propensos a disfrutar de los placeres de la buena mesa
y de, también, como no, del buen vino.
Durante año gozaron de justa fama los vinos de la sierra norte sevillana, procedentes de Cazalla de la Sierra o Guadalcanal, sin olvidar los aún reconocidos mostos del Aljarafe o los procedentes del Condado de Huelva. El consumo de vino, como ahora, poseía un fuerte componente social y servía para confraternizar y celebrar, incluso se utilizaba con fines curativos al usarse hervido para sanar las heridas de los disciplinantes de Semana Santa, como ya mencionamos en otro momento. Mesones, casas de gula y tabernas eran concienzudamente vigiladas por las autoridades para evitar que sirvieran productos adulterados o aguados y su ubicación (como en nuestros días, nada ha cambiado, pues) salpicaba casi toda la ciudad, aunque una zona concreta llegó a llamarse incluso "del Vino" o "Vinatería" por la presencia de proveedores, vendedores al por menor ("regatones", les llamaban) y establecimientos de este de producto, del que, ya se sabe, siempre se ha dicho: "In Vino, Veritas" ("En el vino está la verdad").
Foto Reyes de Escalona. |
Ubicada en lo que antiguamente se llamó la Morería (donde la casa natal del pintor Diego Velázquez, antigua calle de la Gorgoja), entre la Alfalfa y la Plaza del Cristo de Burgos, desde 1918 pasó a denominarse calle de Sales y Ferré, en honor a Manuel Sales y Ferré (1843-1910), fundador del Ateneo de Sevilla y catedrático de Historia y Sociología, pero su nombre primitivo, calle del Vino, del que se tienen noticias desde 1592 nos da idea del tipo de actividad que se desarrollaba a lo largo de ella. Para mayor abundamiento, próxima estuvo, por un lado, la primera fábrica de tabacos del mundo y que comenzó a funcionar en 1610, generando a su alrededor todo un submundo de, inevitablemente, tabernas y mesones (como el famoso Mesón del Rey), y por otro lado, la cercanía de las Carnicerías (ahora la Alfalfa) y la calle de la Caza (actual calle Huelva), epicentros ambos también de pícaros y valentones, tanto que Cervantes hará decir a uno de sus personajes que "Oí decir a un hombre discreto que tres cosas tenía el Rey por ganar en Sevilla: la calle de la Caza, la Costanilla y el Matadero».
En torno a 1719 era llamada Vinatería; trasladada la Fábrica de Tabacos a la calle San Fernando en 1758, el espacio fue ocupado por un cuartel y derribado finalmente en 1855, aunque durante todos estos años el ambiente bullicioso, la prostitución y las riñas entre gentes pendencieras, avivadas por el consumo de alcohol no hicieron sino convertir la zona en poco recomendable; la importancia del vino fue tanta en este sector, que otras dos calles aún nos hablan de este trasiego de barriles y barricas: Odreros y Boteros, en alusión a los pellejos de vino y a las botas o barriles, que Toneleros en cambio, quedará en el Arenal. Como curiosidad, un tramo de la vía que estudiamos se llamó Calzones y existió una barreduela, hoy inexistente, llamada Pozo de la Leona.
Muy modificada en cuanto a su traza y edificios, viviendas unifamiliares, pisos modernos o convertidos, como siempre, en apartamentos turísticos, conservamos una foto de un Viernes Santo de los años 70 del pasado siglo en la que puede apreciarse el Paso de Misterio de la Hermandad de la Sagrada Mortaja revirando una noche de Viernes Santo desde Odreros a Sales y Ferré, cera gastada y cruz bajada, antes de sortear las estrecheces que culminan en San Pedro, en una esquina semiderruida, puede distinguirse el rótulo primitivo, "Vinatería", desgraciadamente desaparecido.
Fotos: Carmelo Martín Cartaya. |
Terminamos, pero antes, merece destacarse un ilustre vecino de la calle: en el número 11 y en el año 1900, no lejos de donde vio la luz Velázquez, nació Rafael Laffón, uno de los más importantes poetas de nuestra ciudad, pero esa, esa ya es harina de otro costal.
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