02 junio, 2025

De cordeles rocieros.

Cercanos ya como estamos a la Romería del Rocío, a celebrar en el próximo Pentecostés, en esta ocasión nos vamos a centrar en cómo y de qué curiosa manera se difundía la devoción a la Virgen en los albores del siglo XIX; pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

El antropólogo, historiador e investigador Julio Caro Baroja (1914-1995) uno de los mayores expertos en cuestiones relacionadas con el folklore y las costumbres populares, además de minucioso recopilador de aspectos alusivos a fiestas o rituales, utilizó el término "Literatura de Cordel", para definir un tipo de textos impresos para el consumo del pueblo, que o bien eran leídos de viva voz o recitados por ciegos, sus principales difusores. Este género, de enorme repercusión cultural, abarcaba desde relatos sobre milagros, crímenes o hazañas heroicas hasta cartas de amor, chascarrillos o sucesos extraños, pasando por las consabidas hojillas dedicadas a comedias, almanaques o novenas (sin olvidar bandidos y bandoleros) y es sabida su gran circulación, tanto en ámbitos urbanos como rurales. Muy en relación con estos textos, sobre todo los de carácter religiosos, estarían los "Exvotos", de los que ya hablamos en otra ocasión en fechas rocieras. 

El nombre de "cordel" alude a que estos textos, apenas unos breves pliegos mal impresos y con erratas que pasaban de mano en mano, se doblaban o incluso se destinaban finalmente a envolver alimentos, podían adquirirse por unas pocas monedas en las calles de manos de buhoneros, voceros y especialmente los llamados "ciegos papelistas", quienes los colgaban sujetos con pinzas en cuerdas o cordeles que colocaban, por ejemplo, de ventana a ventana de un edificio, a manera de escaparate. Serán los famosos Romanceros, acompañados muchas veces del consiguiente cartelón con dibujos que ilustraban las historas y que todavía, en el Carnaval de Cádiz, perviven como una modalidad de concurso, llena ahora de ironía, crítica y buen humor. 

Al hilo de todo esto, Joaquín Hazañas y La Rúa (1862-1934), catedrático e historiador sevillano que llegó a ser presidente del Ateneo de nuestra ciudad, consiguió recopilar una curiosísima serie de este tipo de pliegos de cordel, con una temática de lo más variado, como decíamos. Baste reseñar títulos tan peculiares (y anónimos) como: "Nueva y lastimosa relación: del horroroso castigo que ha sufrido un joven por haber intentado seducir a una virtuosa doncella", "Relación de el que metió la cabeza por una reja" o "Reflexión mística hecha a los padres y madres de familia, sobre la mala educación de sus hijos" o "Sucesos ocurridos a un ciego tocador de guitarra con un borracho y un tabernero loco", éste último de comienzos del XVIII y sin pie de imprenta, o lo que es lo mismo, editado sin autorización, algo que, por otra parte, las autoridades persiguieron con denuedo. 

De este tipo de literatura, enfocado a gentes humildes en su mayoría y que carecían de nivel para acceder a la educación y, por tanto, a la lectura y escritura, destacaron también las llamadas "cartas de soldados", misivas supuestamente redactadas por militares a sus familiares durante su instrucción castrense o en el propio campo de batalla; en ellas, con el consabido tono heroico, el supuesto soldado narra sus peripecias, penurias y hazañas, con continuas alabanzas a sus mandos, a la patria y a la corona;  puede que con estos textos se buscara, por qué no, fomentar el alistamiento de los jóvenes que escucharan tales relatos llenos de marcialidad y heroísmo. 

Dentro de esta interesante serie, custodiada por la Biblioteca Universitaria de Sevilla, destacaremos el pliego, de 1801 y reimpreso por la Imprenta de José María Moreno, en la ciudad de Carmona, titulado "Carta que le manda un soldado a su madre desde el campo del moro y contestación de la madre, naturales de Cádiar de la Alpujarra". 

Aunque hablamos de 1801, de ser cierta la carta, suponemos habría sido transcrita de la de un soldado combatiente en el llamado Sitio de Ceuta (1790-1791), episodio durante el cuál la ciudad fue sitiada y bombardeada por tropas marroquíes del hijo del rey Muhamad III, llamado Al Yazid; tras varias treguas y escaramuzas el 25 de agosto tropas españolas, procedentes de regimientos de Sevilla y Valencia, abandonaron Ceuta para atacar la baterías marroquíes con apoyo naval artillero, acción que fue respondida por una contraofensiva marroquí que fracasó pese a emplear más de 8000  hombres. Desmoralizadas, finalmente las tropas alauitas abandonaron el frente, permaneciendo Ceuta en manos españolas. La paz entre ambas naciones se firmaría, al fin, en 1799.

La narración, en versos de entre siete y diez sílabas con rima asonante y con un lenguaje llano e ingenuo, comienza con una especie de saludo y un conciso relato de cómo se encuentra Manuel, que así se llama el soldado:

Dos años ha que salí
pues la suerte me tocó, 
y no he podido escribir
pues que con mi batallón
a la guerra de los moros
salimos de espedición, 
a defender los derechos 
de la patria y religión
y hemos tenido un encuentro, 
mas la Virgen me libró. 

Junto con el "ardor guerrero" viene de la mano el temor, pues el protagonista no duda en expresar su pánico a ser capturado por el enemigo y torturado hasta la muerte por el mismo y, también, su nostalgia por la familia, por padres y hermanos. La misiva se despide con un ruego lleno de imágenes terribles a sus familiares: 

Pedir a la Virgen pura
que me libre del rigor,
de los infernales moros
que tienen el corazón
de víboras ponzoñosos
o de un tigre feroz,
de una serpiente maligna
o de un sangriento león.

El escrito prosigue con la, se supone, contestación de la madre del soldado, llena también de preocupación y temor, pues afirma haber vertido "lágrimas mil" al leer la misiva de su hijo. Aparte de enviarle cien reales, le informa dolorida que su padre está enfermo y su otro hermano también en la milicia, de manera que el cuadro alcanza cotas casi melodramáticas, aunque como esperanza, ruega a dos de sus más fervientes devociones que saquen del trance a su hijo sin un rasguño; una es San Antonio bendito, mientras que la otra:

El Señor te traiga pronto
que yo te vea, hijo mío,
antes que llegue la muerte
porque morir es presiso,
pero le pido a la Virgen, 
a la Virgen del Rocío,
que es la patrona de Almonte
le de a tus penas alivio
y le de salud a tu padre
para que vea a su hijo.

La madre, aparte de suplicar a su hijo que no deje de escribir a su casa, no deja de alabar a la Virgen del Rocío, exaltando sus milagros y el ser abogada para cualquier mal trance como epidemias, quizá en alusión a la de Fiebre Amarilla que afectó a Andalucía en el año 1800 y que motivó el traslado de la Virgen  a Almonte en rogativas por dicha enfermedad:

Bien sabes que esto es verdad
y que lo dicen los libros,
y que es madre milagrosa
según cuentan los antiguos,
y que libra en los contagios
al pueblo que está afligido,
y en tempestades de mar
también libra a los marinos
en la sierra a los mineros 
cuando se ven afligidos.
 
Adiós querido Manuel,
adiós mi querido hijo,
San Antonio te acompañe
y la Virgen del Rocío
ella te traiga con bien
después de haber defendido
los derechos de la reina
y la religión de Cristo,
que así que vengas, Manuel,
todos sabrán tu apellido. 
 
Literatura popular o correspondencia real entre un hijo y su madre, de lo que no cabe duda es de que con pliegos como éste se buscaba ensalzar el papel militar español, divulgar el miedo al enemigo marroquí y ensalzar la devoción a San Antonio y a la Virgen del Rocío, pues llama la atención que en 1801 su nombre se hubiera extendido hasta tierras alpujarreñas a más de cuatrocientos kilómetros de distancia de la aldea almonteña, aunque hay que decir que ya por aquellas calendas existían acudían a la romería hermandades desde Villamanrrique, Pilas, La Palma del Condado, Moguer y Sanlúcar de Barrameda, sin olvidar las luego extinguidas pero históricas de El Puerto de Santa María y Rota. El siglo XIX será importante para El Rocío, por los sucesos acaecidos durante la invasión francesa y que darán lugar al llamado Voto del Rocío Chico y por la fundación de tres nuevas hermandades, Umbrete, Coria del Río y Huelva, sin olvidar el apoyo e influencia de los Duques de Montpensier  y la creación del llamado Rosario del Domingo, a instancias de la hermandad de Villamanrique. 

Lo olvidábamos, como ya habrá comprobado el amable lector de estas líneas, el pliego con la Carta del soldado está encabezado por sendos grabados que representan por un lado a San Antonio con el Niño Jesús en su brazo izquierdo y a la propia Virgen del Rocío, representada de manera idealizada en su ermita y en el camarín de su retablo barroco, obra de Cayetano de Acosta (1764-1765) con una iconografía bastante simple, ataviada con ropajes bordados, rostrillo, corona en sus sienes y media luna a sus pies, pero sin la característica ráfaga de metal, pero esa, esa ya esa harina de otro costal.


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