29 marzo, 2021

Para más Inri

 

En estos días de Semana Santa, en los que entrar a los templos para venerar a los Titulares de las Hermandades se convierte en algo más que una simple visita, serán muchos, muchos los detalles que llamarán a la atención a cualquier persona curiosa o interesada en la multitud de aspectos históricos o artísticos que rodean a las hermandades. 


Un detalle, no por menos sabido, menos conocido, es el conocido y famoso letrero que corona la cruz de Cristo, el llamado "INRI" y que, como veremos en principio, no es más que una cartela con unas siglas. Pero, como siempre, vayamos por partes. 

En tiempos del Imperio Romano, una de las peores condenas que uno podía recibir era la de ser sentenciado a la muerte de cruz, suplicio cruel y hasta casi "refinado", ideado sin duda por una mente nada benévola y que habitualmente se reservaba para los esclavos o para aquellos que habían cometido terribles delitos, como el de la traición. Baste como ejemplo, el de los 6.000 partidarios del temido y famoso esclavo Espartaco, crucificados tras su derrota en el año 71 a.C. y colocados en una escalofriante y macabra fila a lo largo de la Vía Apia, entre Capua y Roma.

 La cruz como tal, realizada en madera resistente, se componía de dos piezas, la vertical o "patibulum" y la horizontal o "stipes", y eran elementos independientes, de modo que es casi seguro que Jesús cargó con el "stipes" por las calles de Jerusalén, mientras el "patibulum" aguardaba ya clavado quizá en el propio Monte Calvario

El martirio comenzaba incluso antes, cuando el reo, entregado por las autoridades a manos de sus verdugos, era azotado, flagelado, y sometido a todo tipo de humillaciones. Tras el recorrido oficial por las calles, llegados al punto de la crucifixión, el condenado era fijado al madero inicialmente con sogas, que luego eran dolorosamente sustituidas por clavos de forja que de este modo provocaban un dolor insoportable. 

Izado, el condenado debía luchar entre ese dolor y la angustia por morir asfixiado por la caída de su propio peso, de modo que la ejecución podía durar desde horas hasta días, acentuando el sufrimiento la sed o las picaduras de insectos u otros animales, ya que, como podemos imaginar, el cuerpo del inculpado quedaba completamente desnudo a la intemperie. 

Sobre el "patibulum", se clavaba el "titulus", en el que se escribía la sentencia condenatoria. Se trataba de una tablilla cubierta con cal y sobre la que se escribía, en tinta negra o roja, un texto breve, conciso, tampoco era mucho el espacio para escribir, con la causa de la ejecución; según la tradición, en el caso de Jesús, fue escrito en los tres idiomas habituales en aquel momento, griego (la lengua universal entonces), latín (la lengua de los invasores) y arameo (la lengua de los invadidos). "Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum", o lo que es lo mismo "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos". En ocasiones la tablilla o "titulus" era colgada del cuello del condenado durante el camino al patíbulo.

En el Evangelio de San Juan quedó así reflejado el pasaje: 

“Pilato también escribió un letrero y lo puso sobre la cruz. Y estaba escrito: ‘Jesús Nazareno, Rey de los Judíos’. Entonces muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, en latín y en griego. Por eso los principales sacerdotes de los judíos decían a Pilato: No escribas, ‘el Rey de los judíos’; sino que él dijo: ‘Yo soy Rey de los judíos’. Pilato respondió: ‘Lo que he escrito, he escrito’. (Jn 19,19-22)

Tras la Pasión, se le perdió la pista al "INRI", quizá alguien lo conservó, quizá acompañó al cuerpo de Jesús a su sepulcro; lo que parece claro es que en el siglo IV se veneraba uno en Jerusalén y así lo narraron peregrinos de aquel entonces como la monja Egeria en el año 383 o más adelante Antonio de Piacenza en el 570; ambos coinciden en la descripción del texto escrito en lo que reseñan como una tabla de madera de nogal. La reliquia habría pasado a recibir culto en Roma, quizá por la piadosa y "arqueológica" intervención de Santa Elena o quizá por San Gregorio Magno, en cualquier caso, fue ocultada y redescubierta en la romana de la Basílica de la Santa Cruz el 1 de febrero de 1492 durante unas obras de restauración auspiciadas por el Cardenal Mendoza. 


Allí prosigue, siendo venerada en el interior de un valioso relicario en unión de otros objetos relacionados con la Pasión de Cristo, como tres fragmentos del Lignum Crucis, un clavo, dos espinas y hasta parte de la cruz del Buen Ladrón. Como reliquia de indudable interés, en 2002 fue sometida a un análisis con Carbono 14, dando como resultado que podría fecharse entre los siglos X y XI, ¿se trataría de una falsa reliquia? ¿una copia de una más antigua, desaparecida? En cualquier caso, la teóloga y biblista Maria Luisa Rigato, especialista en el tema afirmó:

“Estoy convencida de que es la tabla de Pilato. Mientras no se demuestre que la Sábana Santa es falsa, para mí el Título será absolutamente auténtico. Pienso que el Título estaba junto al cuerpo porque habría sido absurdo dejarlo en el Calvario ya que era la causa de condena. Lo pusieron junto al sepulcro y sigue el mismo destino que la Sábana santa. Insisto, su escritura está hecha conforme a la original de los Evangelios.”

Como dato curioso, veremos el INRI representado en no pocos crucificados de la Semana Santa de Sevilla, incluso con el texto completo en las tres lenguas antes aludidas, pero si nos atenemos a la reliquia romana, el texto se encuentra escrito de derecha a izquierda según la tradición semítica, algo que evidentemente no se cumple en las barrocas representaciones. 


 


22 marzo, 2021

En vela.

 

A fuer de ser sinceros, no cabe duda de que la Cuaresma y la Semana Santa serían inexplicables sin la colaboración necesaria de la cera encendida para iluminar cultos y estaciones de penitencia. Codales, hachones, velas de a libra o de dos libras, velitas para nazarenitos, candelabros o blandones, lamparillas, todas ellas contribuyen con su iluminación a socavar el moderno protagonismo de la luz eléctrica en las cofradías (apenas utilizada salvo en el conocido caso del Nazareno de la Hermandad de la Candelaria durante muchos años hasta 1960). 


En principio, las velas se realizaban con una base de sebo (grasa animal) y ya eran utilizadas por los romanos en torno al siglo V antes de Cristo, incluso era tradición regalar este tipo de elementos en las fiestas llamadas Saturnalias, de las que ya hablamos en una ocasión; sin embargo, hay que destacar que las civilizaciones mediterráneas basaron el lograr luz gracias al uso del aceite de oliva impregnando una mecha (recordemos el pasaje evangélico de las Vírgenes prudentes), mientras que ya en los primeros tiempos del Cristianismo comenzar,on a emplearse velas en la liturgia, incluso con alguna que otra controversia teológica con San Jerónimo como protagonista, al afirmar que era lícito encederlas a plena luz del día frente a otros teólogos que hablaban de la inutilidad de tal acción. 

Se sabe que poco a poco se extendió la costumbre de usar la cera de los panales de las abejas como elemento combustible para cirios y velas, aunque hay que resaltar lo caro del proceso y del resultado final, de modo que sólo los nobles y clérigos podían iluminar sus palacios y templos con ellas. 

 

Andando los siglos, se constituyeron los Gremios de Candeleros, que aglutinaban a los fabricantes de velas, cirios o bujías (también llamadas de este modo). En Sevilla, el gremio se aglutinaba en una zona concreta de la ciudad, en la desembocadura de la calle Villegas con el Salvador y poseía sus propias Ordenanzas, en las que se estipulaba la correcta y poco fraudulenta fabricación de las velas (de cera o sebo), supervisada por dos Veedores, elegidos entre los miembros de la corporación, quienes tenían autoridad para visitar y revisar la producción de los talleres, bien en cualquier momento, bien en fechas concretas como la Cuaresma o el Corpus; como curiosidad, ambos Veedores había de prestar juramento de no decir a nadie, ni siquiera a sus familias, cuándo y qué cererías visitarían, a fin de pillar “in fraganti” a posibles adulteradores o estafadores.



Agrupados en torno a la Hermandad de la Coronación de Espinas, fundada en la Parroquia de San Martín en 1540 para dar culto a una reliquia de la Santa Espina de Jesús, los cereros tomarán carta de naturaleza como cofradía, fusionándose con la Hermandad de la Santa Faz y Nuestra Señora del Valle y dando lugar a la actual Hermandad radicada en la céntrica iglesia de la Anunciación, antigua casa profesa de los jesuitas. 

 

Reseñar también que, en aquellos tiempos, los cirios podían ser amarillos o blancos, siendo los primeros de inferior calidad a los segundos, ya que éstos eran blanqueado al sol tras un segundo proceso de cocción y filitrado que eliminaba impurezas, de modo que eran destinados al culto divino como en la actualidad, por ejemplo, la característica cera blanca desprende un olor agradable y dulzón, inolvidable para quien se ha puesto en la delantera de un paso de palio, ¿Verdad?. Además, se obligaba a los cereros a poner un sello propio en sus velas, a fin de que se reconociera su quehacer, costumbre comercial que mantienen las actuales cererías. 

 

También merece la pena destacar el protagonismo de la cera en las ceremonias litúrgicas de la Catedral hispalense, como la jornada del Viernes Santo, al formar parte del llamado Tenebrario, especie de gran candelero con forma triangular en el que se colocaban quince cubillos para otras tantos cirios encendidos, que eran apagados a medida que concluía el rezo de cada salmo del Oficio de Tinieblas, para quedar a oscuras el templo tras finalizar la salmodia o como el Domingo de Resurreción, con el impresionante cirio pascual que alcanzaba una altura impensable en nuestros días. 


Mientras que las velas de sebo o grasa resultaban asequibles junto con las ya aludidas lámparillas de aceite, la cera de abeja siguió siendo un objeto caro a lo largo de los años, prueba de ello es que en las Reglas de algunas hermandades las multas por mal comportamiento o falta de asistencia a actos y cultos se cobraban en cera, en algunos casos se llegaba a castigar con la cantidad de cuatro libras. Teniendo en cuenta que una libra castellana de entonces era casi medio kilo, imaginamos que abonar una multa así debía ser un quebradero de cabeza para el infractor. 

 

 En el siglo XIX, suprimidos los gremios, la elaboración de cera, que seguía siendo necesaria pese a los avances tecnológicos, comenzó a realizarse de modo menos artesanal, adaptándose a modos casi industriales pero procurando no perder su esencia, recordemos por ejemplo que en 1850 se funda en Sevilla la conocida Cerería del Salvador, que en la actualidad surte a un amplio número de hermandades de la capital, la provincia y la región. 

Por fortuna, las hermandades siguen manteniendo la costumbre de utilizar la cera para sus cultos, con el ritual de su fundición para conformar el bosque luminoso de las candelerías de los palio o para conformar los tramos de nazarenos, además, ¿Quién no ha hecho alguna vez una bola de cera multicolor? 









15 marzo, 2021

Días de reparto.

 

 No cabe duda de que uno de los documentos que más anhela, o anhelaba, adquirir cualquier cofrade en estas fechas es la Papeleta de Sitio, o lo que es lo mismo, el impreso que refleja que el hermano ha abonado la llamada Limosna de Salida o la cuota anual según el caso y que por tanto tiene derecho a acompañar a los Titulares de su Hermandad durante la Estación de Penitencia. La Papeleta, ni que decir tiene, se decora como no podía ser menos con una orla precisa y preciosamente dibujada, imágenes del Cristo o la Virgen de la corporación, el escudo y, por supuesto, tanto el número de antigüedad como hermano como el puesto que ocupará durante el recorrido (cirio, cruz, acólito, insignia, costalero...); incluso no faltan aquellas que vienen acompañadas de un sobre destinado a algún donativo para la Diputación de Caridad o incluso el ruego inevitable de los mayordomos: "¿Va a dejar algo para las flores del Paso?".


 Importante, al dorso de la Papeleta, algo que casi nadie lee: las normas de comportamiento para el hermano nazareno, acólito o costalero, con especial hincapié en la uniformidad del hábito penitencial en cuanto a colores, tamaño del antifaz, colocación de cíngulos o escudos, hebillas o guantes, amén de lo que vendría a ser una especie de "guía" para el buen comportamiento, ya que tampoco quedan en el tintero cuestiones como las prohibiciones de levantarse el antifaz, vagar por las calles antes o después de la cofradía o simplemente realizar actos que desdigan el espíritu penitencial de la misma, por no hablar de la mala imagen que supone para la Hermandad.

Las firmas del Hermano Mayor o del Mayordomo y Secretario, junto con el sello corporativo, darán la pertinente autencidad al documento, que quedará guardado como oro en paño en casa de nuestro cofrade hasta el día de la salida de la cofradía, cuando sea necesario portarlo para acreditar el derecho a participar en la procesión. Muchos guardan como estimados tesoros las papeletas de sitio de la infancia, otros, las archivan por años, hay quienes, en fin, las conservan a modo de testimonio escrito tras cada Semana Santa.

Ni que decir tiene que las Papeletas de Sitio, junto con la subvención del Consejo de Cofradías, obtenida de la gestión de las sillas de la Carrera Oficial, constituyen una más que importante fuente de ingresos para las hermandades, aunque muchas ya hayan preferido optar por unificar cuota de hermano y papeleta para así garantizar unos ingresos mínimos.  

Pero, ¿Desde cuándo se emplean las papeletas de sitio? A lo largo de la historia de las hermandades, sus escribanos o secretarios procuraban dejar constancia escrita de todo lo que acontecía en su seno, mediante libros de acuerdos o de actas, libros de asientos de hermanos o listas de cofrades que participaban en la anual Estación de Penitencia, listas que servían casi como control de acceso y para evitar, por qué no, la entrada o participación de personas ajenas a la Hermandad el día de la salida procesional, y listas, además, que eran (y son en muchos casos) leídas aún de viva voz por los secretarios en no pocas hermandades minutos antes de que se abran las puertas del templo y salga la Cruz de Guía. La Papeleta de Sitio venía a ser el "salvoconducto" que permitía al hermano integrarse en la cofradía.

Por tanto, aunque hablamos de un documento casi meramente administrativo, posee no poca importancia, por lo que representa a la hora de acreditar no sólo la pertenencia al cortejo penitencial, sino también la antiguedad del hermano a la hora de figurar más próximo al Paso o el derecho a portar tal o cual insignia, de ahí que en nuestros tiempos incluso en muchas papeletas de sitio incluso aparezcan la fotografía del hermano y su número de carnet de identidad a fin de evitar suplantaciones. La Lista de la Cofradía, redactada por el Diputado Mayor, y colgada en un tablón en la Casa Hermandad o en el Templo residencia de la Hermandad, será el resultado final de esos días de reparto de Papeleras de Sitio, casi como un listado de participantes en el que cada año muchos verán como se separan de la Cruz de Guía y se acercan tramo a tramo al Paso.

Pertenecientes al siglo XVIII la Hermandad del Silencio conserva aún añejas papeletas de sitio encabezadas por la Cruz de Jerusalén, en las que se indica que "Nuestro hermano acompaña a Jesús Nazareno en su estación con (y aquí un espacio para indicar si es cirio, insignia o cruz) más la fecha y el nombre del hermano con esmerada caligrafía. Sabemos también, gracias al profesor López Bravo, que en 1850 la Hermandad de Montserrat poseía ya todo un Reglamento para ordenar la Estación de Penitencia, y que en el mismo se ordenaba a los hermanos abonar sus cuotas con antelación al Viernes Santo para así poder obtener la pertinente Papeleta de Sitio; como curiosidad, la cuota en aquel entonces estaba establecida en quince reales de vellón. 

Esta año, las papeletas de sitio ("controles de salida", se llaman en Cádiz) se han vuelto simbólicas, y en muchas hermandades, en un gesto que aplaudimos, su importe servirá para paliar las carencias de las siempre necesitadas Bolsa de Caridad u Obras Asistenciales; esperemos que la próxima Cuaresma, si Dios quiere, volvamos a ver esas largas colas de hermanos aguardando a que mayordomos y secretarios emitan, cuantas más, mejor.




08 marzo, 2021

Sermoneando.

 

En estos días cuaresmales, en los que las convocatorias de cultos de las hermandades, con sus orlas y títulos, con sus escudos y tipografías de gran tamaño, cumplen como cada año con el papel de anunciar Quinarios, Septenarios o Novenas, no falta quien, al darles lectura, examine el nombre del predicador de turno con aire casi inquisitorial, más o menos para darle el visto bueno.

Aunque los sermones, de otro tipo eso sí, tuvieron su hueco en este blog en su momento, merece la pena comentar que durante siglos, fueron seguidos con tremenda atención, especialmente los cuaresmales, no en vano, el clero buscaba enseñar (“docere”), deleitar (“delectare”) y conmover (“movere”) a los fieles con sus palabras, adoctrinando sus almas en un momento en el que, tras el Concilio de Trento, la Iglesia había comprobado que la fe de muchos era simple práctica de ritos sin apenas formación. Eso sí, los predicadores basaban sus pláticas en la necesidad de conversión frente a los vicios mundanos, atacando prácticamente desde la moda de la época hasta determinadas costumbres, pasando por los Siete Pecados Capitales, con el telón de fondo de la constante amenaza con las penas del infierno y la condenación eterna.

Para la prédica, el sacerdote debía prepararse adecuadamente, redactando un esquema o quizá un texto completo, pero no quedaba ahí la cosa, pues existía una auténtica escuela de aprendizaje en la que se enseñaba lo relativo a cómo transmitir el mensaje a los oyentes, con especial hincapié en la gesticulación o en la forma de dirigirse a los fieles, a veces teatral y a veces serena, con giros de voz inesperados o cambios en el registro para atraer la atención en momentos concretos.

Dentro de la Liturgia de las cofradías, aparte del rezo del Rosario, la exposición del Santísimo Sacramento o la Liturgia de la Palabra, sin olvidar los hermosos textos de novenas, quinarios o septenarios, juega un papel fundamental la presencia del sacerdote que cada noche preside la eucaristía y que, una vez proclamado el Evangelio, y tras saludar a los participantes con la lectura del Título completo de la Hermandad (algo que, no sabemos por qué, gusta sobremanera a los hermanos) comenzará la plática, la predicación o, como decían los antiguos, la homilía.

Jesuitas, agustinos, franciscanos o dominicos (llamada Orden de Predicadores, queda todo dicho), expertos en oratoria, retórica o elocuencia, eran requeridos por las hermandades para los sermones cuaresmales, en los que los cofrades, congregados en torno a sus veneradas imágenes titulares expuestas en altares de culto montados expresamente para la ocasión, con un ceremonial litúrgico de ciriales, sacristanes, incesarios y dalmáticas se predisponían y se predisponen espiritualmente a celebrar los Días Santos.

Sin embargo, uno de los sermones más esperados y conocidos en la Cuaresma sevillana ni tenía lugar en un templo ni era organizado por Hermandad o Cofradía alguna, basta echar un vistazo, por ejemplo, a la escueta reseña aparecida en la prensa local del 6 de abril de 1897:


“Como anualmente sucede, anteayer se predicó en el Patio de los Naranjos el sermón de la Doctrina. En vez del P. Fray Diego de Valencia, que salió para Jerez con objeto de predicar un Tríduo, dirigió su palabra a los fieles el P. Vicario de Capuchinos, Fray Cándido de Monreal.

A la derecha del púlpito había colocado un dosel de terciopelo, bajo el cual hallábase el arzobispo Sr. Spínola. Los niños del Hospicio y del Asilo ocuparon los bancos dispuestos frente al púlpito. La concurrencia fue muy numerosa. La procesión de los niños fue presidida por el capellán del Hospicio y los diputados provinciales Sres. García Galindo y Vidal”.

 


El Sermón de la Doctrina, cuyo origen se pierde siglos atrás y se celebraba bien el Domingo de Pasión, bien el Viernes de Dolores hasta los años 50 del pasado siglo XX, era, como decíamos una ocasión más para aleccionar a grandes y pequeños en plena Cuaresma, y para ello se contaba con un lugar más que apropiado, un escenario casi teatralizado y, lo que es más importante, el peso de la tradición, pues en el púlpito, aún conservado, pueden aún casi escucharse las voces antiguas de predicadores y santos como Vicente Ferrer, Francisco de Borja, Juan de Ávila o el Venerable Padre Contreras, todos ellos seguidos casi como auténticos “influencers” (valga el término actual) por una legión de admiradores que literalmente se bebían sus homilías con auténtico placer. 

 

José Jiménez Aranda (1837 - 1903): Sermón en el Patio de los Naranjos. 1879.

La gran escritora del XIX, Fernán Caballero (seudónimo de Cecilia Böhl de Faber), fallecida en Sevilla en 1877, describió con maestría cómo era aquel Sermón cuaresmal allá por 1863, convirtiendo una celebración litúrgica en un retrato de costumbres y tipos de una época:


Entretanto, la gente se ha ido apiñando alrededor de este púlpito, esclarecido por tantos gloriosos apóstoles; mas sin que vengan los niños del Hospicio, no subirá el orador al púlpito. Fórmanse, mientras, grupos alrededor de la fuente. Cada naranjo se hace el centro de una pequeña tertulia, al propio tiempo que otros pasean solitarios fumando su cigarro. Alguno que otro extranjero va de grupo en grupo mirándolos con extrañeza. Este espectáculo de religión al aire libre, cuando en otros países parece que teme salir de sus templos, les da que pensar. Es cosa aquí tan natural, todos tienen un continente tan sencillo, que no se pensaría que aguardaban una solemnidad, si en las ventanas ogivales de los cuerpos superpuestos de la Giralda, no se viera asomar cabezas que denotan aguardar otra cosa, que no la vista de aquella reunión animada sin bulla, recogida sin afectación.


Pero ya suenan a lo lejos voces infantiles. En el umbral de la puerta del Perdón, aparece una Cruz de plata rodeada de faroles en que arden cirios. «Las gentes abren paso con apresuramiento simpático, y en la estrecha senda que abre se ve entrar de dos en dos a los niños del Hospicio de San Luis, cantando salmos o el Rosario conducidos por sacerdotes, y a las niñas del de Santa Isabel que lo son por Hermanas de la Caridad. Los vestidos de unos y otros son limpios y adecuados, sus semblantes revelan alegría y salud. Estos pobres niños que sólo se encuentran en esta ocasión, se miran con cándida simpatía, pues sienten indefiniblemente que pertenecen a una misma familia, la de los desheredados, recogidos por la caridad.


A medida que se van colocando detrás de las autoridades civiles y eclesiásticas, que son su providencia en este mundo, las gentes enmudecen y se acercan. El cuadro de género (o de costumbres) que antes se presentaba, y que por la originalidad de los trajes, la viveza de los colores, la variedad de actitudes, distraía agradablemente el tiempo de espera, toma al concentrarse otro carácter y se convierte en cuadro religioso, cuya belleza resulta de la unanimidad y de la expresión moral, que es la de una fe serena y segura de sí. Todas las miradas se dirigen al púlpito no se lee sino un solo pensamiento en aquellas descubiertas frentes.


De este modo arrancaba el Sermón de la Doctrina, considerado en aquel entonces como la antesala de una Semana Santa sin besamanos, carteles o pregones...

01 marzo, 2021

Vender humo.

 

Hace apenas una semana, leíamos con satisfacción que finalmente nuestro Ayuntamiento ha concedido la licencia para la venta de incienso a la familia que desde hace años regentaba un puestecillo del mismo en la céntrica calle Córdoba, perfumando con su aroma la calle para satisfacción de muchos, especialmente los cofrades. Vainilla, clavo, romero, resinas, canela, ámbar, ruda, gálbano, estoraque, los ingredientes serían innumerables, pero unidos, conseguirán que, una vez prendido sobre el carbón, desprenda el caraterístico humo y olores tan especiales y que tan buen recuerdo generan.

Pero, ¿Desde cuándo se está utilizando el incienso? ¿Siempre ha sido con fines religiosos? 

Boswellia sacra

 El término en sí mismo procede del latín “incensum”, participio que proviene del verbo “incendere” (casi no hace falta traducirlo); ahora bien, existe también un género de árboles llamado Boswelia cuya resina gomosa, al ser extraída del tronco y secarse se convierte en granos de color amarillento pálido, apenas dos centímetros como mucho de tamaño y forma redondeada; granos que al ser quemados se derriten desprendiendo un olor distintivo. Quizá de esta resina fuera el incienso que ofrecieron los Reyes Magos al Niño Jesús en Belén, símbolo, como ya comentamos en su día, de su identidad divina. Además, la ruta de las caravanas procedente de Oriente sirvió para difundir esta sustancia, a la que muchos atribuyeron propiedades curativas.

Igualmente, se ha constatado la utilización del incienso, tanto en uso profano como religioso, en épocas mucho más antiguas, como testifica el historiador Heródoto en las culturas asirias o babilónicas, con especial mención para el Egipto de los Faraones, ya que en una estela de en torno al 1568 antes de Cristo hallada en la tumba de la reina Hatsesupt se menciona incluso una expedición para buscar árboles de incienso más allá de los confines del Nilo, en el lejano y desconocido País de Punt, al parecer en la actual Somalia, en lo que habría sido una misión comercial de primer orden para traer un elemento tan valorado como caro. Los faraones, en sus desfiles, se hacían acompañar de incensarios para honrar a sus dioses, quienes procesionaban convertidos en estatuas en solemnes y nutridos cortejos. (Nada nuevo, por lo que se ve).

Los Griegos lo tenían presente en espectáculos, Olimpiadas, banquetes y romanos y judíos, éstos últimos en su Templo de Jerusalén donde se encontraba el llamado “altar del incienso”, lo emplearon con mucha frecuencia en sus ofrendas, como símbolo de veneración a la divinidad, e incluso el historiador Ptolomeo, aludía a sus virtudes terapéuticas como tranquilizante, de modo que, como vemos, quemar incienso ha sido históricamente un gesto ligado a la Humanidad desde hace miles de años, sin olvidar su papel en las culturas asiáticas japonesas y chinas o en la religión budista, donde se vincula a la difusión de los buenos pensamientos e intenciones.

 
Como no podía ser menos, la Iglesia Católica tomó el uso de esta resina con fines litúrgicos, aunque se desconoce en qué momento exacto comenzó a emplearse en las diferentes ceremonias. Se poseen datos sobre cómo ya en el siglo IV la peregrina hispana Egeria comprobó su presencia en la Vigilia de los oficios dominicales en Jerusalén y de cómo en el siglo V se incesaba al obispo en la procesión de entrada al altar y en los cultos del Viernes Santo. El Salmo 142 del Antiguo Testamento no podría expresarlo mejor: Suba mi oración delante de ti como el incienso”

En la Edad Media, en torno al siglo XI, aparecerá en Galicia el gran incensario, el famoso Botafumeiro de la Catedral de Santiago de Compostela, aunque en este caso aparte del fin litúrgio también evidentemente se pretendía entonces disipar los malos olores emanados de los desaseados peregrinos que llegaban tras el Camino. Aún hoy pueden contemplarse sus  evoluciones en las misas de los domingos, manejados por los llamados "tiraboleiros".


 Ni que decir tiene que el ritual de la Iglesia Ortodoxa incide en la presencia del incienso a la hora de bendecir sus iconos o en la Católica con el mismo sentido a la Eucaristía, a la cruz, al oficiante del rito y por supuesto a las imágenes sagradas; prueba de la riqueza eclesiástica incluso serán los ricos materiales con los que se realizaran algunos incensarios, como por ejemplo el repujado en oro por el orfebre Antonio Méndez, estrenado en 1791, donado por el comerciante Manuel Paulín de la Barrera y conservado "como oro en paño" (nunca mejor dicho) en la Catedral de Sevilla. 



Por tanto, no es de extrañar la presencia de acólitos turiferarios en los cultos cuaresmales de nuestras hermandades y, por tanto, en las estaciones de penitencia, pensemos que incluso allá por los siglos XVI y XVII, cuando se conforma la Semana Santa Barroca, la escasez de higiene, la suciedad de las calles, la mayoría estrechas y mal pavimentadas, y olores "poco recomendables" serían “conjurados” por el olor del incienso en manos de los consabidos monaguillos. 


 Formando en el cuerpo de ciriales a las órdenes del pertiguero, los incensarios serán pieza clave para la liturgia de la cofradía en la calle, con incluso elementos de gran belleza fruto del esmerado trabajo de diseñadores y orfebres, como es el caso de las navetas para portar el incienso, cuyo nombre deriva de “nave” por ser las primeras realizadas con ese aspecto; de hecho con esa forma es por ejemplo la de la Hermandad de la Sagrada Mortaja, fruto de la imaginación del pintor y catedrático Francisco Maireles y repujada por Juan Fernández en 1960, con incluso el detalle de aparecer el nombre de "Piedad" en el nombre del navíoa sustentado por querubines. También, merece la pena reseñarse la rica y original naveta que acompaña a la Virgen del Valle, de Manuel Varela en 2002 y que emplea como recipiente una gigantesca caracola adornada con pedrería.
 
 
 
A título anecdótico, no pocas hermandades en la actualidad presumen incluso de poseer sus propias “fórmulas secretas” a la hora de mezclar los diferentes ingredientes para elaborar el incienso, logrando personalizar de este modo el aroma que acompaña a sus Titulares en los cultos o en la Estación de Penitencia. 
 


22 febrero, 2021

Don Fadrique y la Cruz del Campo.

 

Hace ahora prácticamente un año, en fechas cuaresmales también, relatábamos en estas páginas el origen y desarollo de la devoción al Via Crucis en la Europa medieval, con especial mención a Sevilla; advertidos por nuestro habitual y laborioso equipo de archiveros, bibliotecarios y documentalistas, nunca suficientemente alabado pr nosotros, se nos indicó que habíamos dejado en el tintero las notas o datos sobre el viaje que supuso la primera página de tal devoción. Pero como siempre, vayamos por partes:

El 24 de noviembre de 1518 cayó en miércoles. A las doce del mediodía la campana de un modesto monasterio jerónimo de Bornos, parecía despedir a un grupo de viajeros, que con hábito de peregrinos, partía desde el castillo de aquella localidad gaditana en dirección al Coronil. Ocho criados, un capellán y un mayordomo, Alonso de Villafranca, acompañan y sirven a su señor. Puede que no lo sepan, pero están iniciando un viaje que les llevará por todo el Mar Mediterráneo hasta Tierra Santa y durante el mismo, el primer Marqués de Tarifa, Fadrique Enríquez de Ribera, tomará apuntes y notas de los lugares, de los monumentos, de las gentes y hasta de los campos para redactar una relación que intentará resumir los más de 14.500 kilómetros recorridos. 

 
Nacido en la entonces calle Real de Sevilla, como afirma el clásico historiador hispalense Joaquín González Moreno, en las casas de su familia, de las que aún se conservan algunos vestigios, pocos, en el actual y siempre recomendable Conjunto Monumental San Luis de los Franceses, Fadrique, Adelantado Mayor de Andalucía y primer Marqués de Tarifa, emprenderá el periplo más importante de su vida a la edad de 42 años y necesitará dos años para terminarlo, siendo costumbre entre quienes podían permitírselo el acudir a Palestina, como narramos en su momento con el músico sevillano Francisco Guerrero en 1588
 
El Año Nuevo 1519 le sorprenderá en las montañas de Montserrat, para luego bordear la costa francesa, alcanzar Italia recorriendo Turín, Milán (encargará allí una impresionante armadura aún conservada por la Diputación Provincial) o Génova (donde se escandalizará de ciertas conductas femeninas: "que van solas y hablan por las calles hasta bien entrada la noche, suben en mulas o en sillas, gastan mucho dinero de los hombres en el vestir y se reúnen en casas para haber plazer") y de ahí a Venecia, para embarcar finalmente hacia Israel en la nao "Coreça" junto con otros 85 peregrinos, desembarcando en Haifa y tras pasar por Jericó o Belén, entrar al fin en Jerusalén, agotado por un largo viaje, un caluroso 4 de agosto de 1519, seis días antes de que, curiosamente, Magallanes zarpase de Sevilla para dar la primera vuelta al mundo. 

Como buen aristócrata, en su reducido séquito hubo espacio para la buena literatura, ya que le acompañó el poeta Juan del Encina, incorporado a la peregrinación en Venecia desde Roma, donde residía, y que narró el periplo de modo lírico en su obra Trivagia o Vía Sagrada a Hierusalem, donde en verso hace primeramente examen de conciencia propio tras vida licenciosa para finalmente redimirse espiritualmente e incluso recibir la ordenación sacerdotal en la mismísima Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, bajo custodia de la Orden Franciscana.

Ataviado con el blanco hábito de caballero de Santiago, Don Fadrique contará los pasos (1.321, al parecer) que diese Cristo en su Pasión desde el Pretorio hasta el Calvario, con entonces siete Estaciones según el diario del propio Adelantado: La Sentencia, Caída en la Calle de la Amargura, el Encuentro con las Santas Mujeres, Crucifixión, Muerte y Sepultura. De todo ello tomará nota, pues una idea bulle en su interior.


Como buen "turista" de su época, y teniendo en cuenta su buena posición social y económica, traerá de regreso diversos regalos para deudos y familiares, tales como medallas, cruces, libros y hasta cien velas, bendecidas especialmente en el propio templo del Santo Sepulcro, por no hablar de comprar propias, como las cerca de treinta alfombras turcas adquiridas en Venecia de vuelta de la peregrinación, la antes aludida armadura milanesa, y, sobre todo, encarga en la Italia renacentista la hechura de los monumentales sepulcros familiares que realizados en mármol y en el mejor estilo clásico todavía pueden contemplarse en la antigua Cartuja de las Cuevas de nuestra ciudad. El regreso se demora aún un poco más, pues Don Fadrique, todavía con ganas de devorar leguas castellanas, decide atravesar España de norte a sur, recorriendo su geografía pero al final, de todo se cansa uno, ya con los indudables deseos de divisar Sevilla tras tan larga ausencia de sus dominios.

Terminada la fructífera peregrinación por los Santos Lugares, el Marqués de Tarifa pondrá en práctica lo ideado, pues establecerá en Sevilla en 1521 el esquema de Via Dolorosa traído de Palestina, en un recorrido que con 977,13 metros de longitud arrancaría en la capilla de su propio palacio y terminará ya en las afueras de Sevilla, señalizando con cruces sobre pedestales la estaciones o marcándolas en los muros de los templos de San Esteban, San Agustín o San Benito. 

 

Prácticamente, el itinerario sacro finalizaba en el llamado Humilladero de la Cruz del Campo, un templete del que ya se tienen noticias en el siglo XIV aunque algunos autores sostienen que el edificio definitivo habría sido construido en 1482 por el Asistente Diego de Merlo (famoso por la leyenda de Susona y el complot judío para reconquistar Sevilla) como afirma una inscripción que se conserva en su interior. La cruz de mármol tallada es atribuida al escultor Juan Bautista Vázquez "El Viejo" y podría datarse en 1571.

Así, todos los viernes de Cuaresma, partiendo del palacio nobiliario, la Casa de Pilatos en la feligresía de San Esteban, se formaba una pequeña comitiva, encabezada por el propio marqués y su capellán mas los criados que le habían acompañado en Jerusalén, aunque al poco se fue añadiendo prácticamente toda su familia, el resto de la servidumbre de la Casa e incluso numerosos devotos y curiosos. Poco podía imaginar el Marqués de Tarifa que aquella modesta práctica religiosa cuaresmal se convertiría en uno de los principales acicates para la constitución de la Semana Santa de Sevilla tal como la conocemos... 

 

15 febrero, 2021

El Santo Cristo de la Caridad.

 Ahora que en pocos días arranca el tiempo de Cuaresma, una Cuaresma especial todo hay que decirlo, nuestro habitual y numerosísimo equipo de archiveros, bibliotecarios y documentalistas, al que nunca agradeceremos lo suficiente su gran labor, nos ha propuesto que cada semana vayamos desgranando detalles, aspectos, historias u obras relacionadas bien con estas fechas, bien con la próxima Semana Santa.

Así, en esta primera ocasión nos encaminaremos al barrio del Arenal, y dentro de él, a la Iglesia del Señor San Jorge, donde recibe culto una imagen impactante de Cristo que curiosamente jamás ha salido a las calles en procesión aunque haya una corporación que la venere. Portentosa talla, es propiedad de la Hermandad de la Santa Caridad, de la que ya se tienen noticias en el siglo XV y que tuvo entre sus fines, desde sus principios, el de dar digna sepultura tanto a los ahogados en el cercano río Guadalquivir como a quienes morían ejecutados por la justicia, propocionándoles consuelo espiritual en sus últimos momentos de vida; todo ello sin olvidar tampoco el enterrar cristianamente a los fallecidos por causa de las frecuentes epidemias, de modo que la Santa Caridad era conocida y reconocida en toda Sevilla por la labor de sus hermanos en pro de los desfavorecidos. 


 El año de 1662 será decisivo para la Hermandad. La ciudad se recuperaba lentamente de la feroz epidemia de Peste de 1649 (que había terminado, por ejemplo, con la vida del escultor Martínez Montañés) y poco a poco se reemprendían iniciativas caritativas o artísticas. Una de estas ideas, pendiente de finalización desde 1644, era la propia Iglesia del Señor San Jorge, cuyas obras cobrarán fuerza hasta su terminación con planos de Leonardo de Figueroa merced al poderoso impulso de un nuevo hermano, que ostentando además el rango de Caballero Veinticuatro será recibido como cofrade en ese mencionado 1662 y al poco ostentará el cargo de Hermano Mayor hasta su muerte en 1679: Miguel de Mañara Vicentelo de Leca. 

 Figura clave para comprender la religiosidad y el mecenazgo del XVII en Sevilla, aristócrata y caballero de Calatrava nacido en la collación de San Bartolomé, de familia con orígenes en Córcega, Mañara dará un profundo giro a la Hermandad, pues aparte de continuar con los menesteres ya reseñados, emprenderá una auténtica cruzada para rescatar de las calles a los numerosos y harapientos mendigos de todas las edades que vagaban por ellas, aquellos que en invierno morían de frío o de hambre en verano. A tal fin, obtendrá, mediante concesión de la Corona, una de las naves de las cercanas Atarazanas, a la que se sumarán otras más adelante, convirtiéndola en albergue con fuego y comida para los desfavorecidos, e instalando un hospital para enfermos terminales poco tiempo después. En alguna ocasión, ya dimos detalle de cómo realizaba su encomiable labor.

Todo este ingente esfuerzo asistencial se complementará con la pasión con que diseñó el complejo programa iconográfico del templo, en el que todo parece orientarse hacia un único mensaje: la necesidad de hacer obras de caridad para conseguir la salvación junto con la fe. No es de extrañar, pues, que encargase al pintor Murillo las seis pinturas sobre las Obras de Misericordia, dejando la séptima y última (enterrar a la difuntos) para el imponente retablo mayor realizado por Bernardo Simón de Pineda, con esculturas de Pedro Roldán y la policromía de Valdés Leal, casi nada. 

Sin embargo, ante este enorme despliegue artístico pleno de belleza, pasa desapercibida una hermosa escultura ubicada en el testero derecho de la iglesia y que siempre nos ha llamado la atención por su lejano parecido con el impactante y trianero Cristo de la Expiración, "El Cachorro", aunque, todo hay que decirlo, la imagen de Francisco Antonio Gijón sale de su taller en 1682; nos referimos al Santo Cristo de la Caridad, escultura realizada por Pedro Roldán en torno a 1673-1674. El maestro, que ha estado dejando muestras de su estilo en el retablo mayor de la propia Santa Caridad, se encuentra en ese momento en plena madurez artística, lleno de ideas y proyectos, con su taller de la calle Beatos (actual de Duque Cornejo) funcionando a pleno rendimiento y ayudado esporádicamente por su hija Luisa, casada desde 1671 con el también escultor Luis Antonio de los Arcos. 

Quizá uno de los aspectos más interesantes del encargo por parte de Mañara a Roldán sea que el primero "dictó" al segundo sobre cómo debía realizar la representación de Cristo arrodillado y orante, en sus propias palabras, de este modo: “antes de entrar Cristo en la Pasión hizo oración y a mi me vino el pensamiento de que sería ésta la forma como estaba, y así lo mandé hacer porque así lo discurrí”.

Por tanto, nos encontramos con una figura de Cristo devoto, arrodillado, con las manos entrelazadas en actitud implorante, con la mirada, una mirada de súplica, puesta en el Cielo mientras una gruesa soga, para acrecentar el dramatismo, recorre el cuello y el torso hasta atarse en un grueso nudo en las muñecas; el pelo, especial y cuidadosamente gubiado, cae abundante sobre los hombros. 

 

Un escueto sudario anudado con una cuerda rodea la cintura y muslos, sin olvidar el acentuado patetismo de la imagen, con una encarnadura ensangrentada y presentando con detalle las numerosas heridas recibidas con los azotes en el Pretorio o las sufridas en las rodillas y codos fruto de las caídas en la Calle de la Amargura. La espalda, no visible de manera habitual, muestra del mismo modo el tremendo castigo físico, con incontables laceraciones y hematomas. El dramatismo barroco se adueña de modo genuino de esta escultura, llamada a incitar la devoción y, por qué no, al arrepentimiento que empujaría a la ejecución de obras en pro de "nuestros hermanos los pobres", al decir de Mañara.

Intervenida hace unos años por el restaurador Enrique Gutiérrez Carrasquilla, la imagen del Santo Cristo de la Caridad fue venerada por vez primera en devoto besapiés en 2015 a instancias de la Hermandad de la Caridad, culto que ha seguido celebrándose en los años siguientes hasta el pasado 2020, sin que sepamos aún si en esta Cuaresma de 2021 tendrá lugar este acto piadoso que normalmente finalizaba con el rezo del Via Crucis. 

Apenas unos años después de que Pedro Roldán entregase esta efigie, en 1679, Mañara otorgará su propio testamento, en cuyo encabezamiento aparecerá toda una auténtica declaración de intenciones, redactada casi como si contemplase a su Santo Cristo de la Caridad: 

“Yo elijo por mi especial abogada a la misericordia y entrañable caridad de Dios mi Señor: ella me cubra, ella me defienda, ella me ampare delante de su tremendo juicio. Padre mío, padre mío, padre mío, acuérdate de que tienes misericordia; y espero firmísimamente por los méritos de mi Señor Jesucristo, sacrificio nuestro, que en algún tiempo he de ver tu paternal rostro, y con ésta esperanza vivo y muero”.


08 febrero, 2021

El Príncipe Fingido (Punto ¿Y final?)

 Habíamos dejado la pasada semana a nuestro presunto Príncipe de Módena alojado en la Cárcel Real mientras se sucedían los interrogatorios y los intentos de fuga, que todo hay que decirlo, no hacían sino acrecentar los dimes y diretes sobre la situación de nuestro protagonista. 

 Para colmo de males, durante la noche del 11 de marzo de aquel año de 1749 se detuvo a un cuidadano francés que fue llevado a la cárcel de la Santa Hermandad, ya que se sospechaba o tenían indicios que había estado intentando trabar amistad o confianza con el personal que trabajaba en el restaurante desde el que se le servía la comida al ilustre preso, al parecer con la intención de conseguir acceso a los platos antes de ser servidos en la cárcel y así envenenar su contenido. De ser esto cierto, poco más se pudo averiguar, o al menos no ha llegado hasta nosotros si los propósitos del galo eran asesinar al príncipe y, de ser así, si actuaba por cuenta propia o en nombre de terceros. 

El Viernes de Dolores, 28 de marzo por más señas, a las nueve de la mañana, los curiosos que se arremolinaban a las puertas de la Cárcel Real comprobaron la llegada de una calesa y poco después que nuestro presunto impostor era subido a ella, vestido con casaca militar encarnada y grilletes atados, dicen con cordón de seda. A su lado, de nuevo, se situó el capitán de guardia Antonio Suazo, quien con una escolta de 25 soldados de infantería y otros tantos a caballo cumplía órdenes de vigilar muy de cerca el traslado del preso, sin que faltase en otro carruaje el pertinente escribano de gobierno para que diese fe de lo que acontecía. Al mismo tiempo, fue liberado parte del "séquito" del Príncipe. 

Despertando la lógica expectación a esas horas, la comitiva partió de la Plaza de San Francisco hacia la calle Génova (actual Avenida de la Constitución) para alcanzar la Puerta de Jerez, donde se retiró el contingente de infantería, mientras que el escribano se retiraba también al llegar a la alcantarilla de la llamada venta de Ambrosío. Ya el día 30 se intentó registrar la entrada del prisionero en el gaditano Castillo de Santa Catalina, pero al no quererlo admitir allí su Gobernador, fue llevado a la Cárcel Real y en ella quedó alojado en el mejor de sus aposentos. Dicha prisión se encontraba por aquel entonces en la Plaza de San Juan de Dios de Cádiz y era un conglomerado de viviendas en cuyos bajos se hallaban las celdas.

El 10 de mayo, auxiliado al andar porque parece que no se tenía en pie y encadenado con otros ochenta y nueve presos, fue embarcado en una gabarra con destino al presidio de Ceuta, pero por problemas desconocidos el navío tardó en zarpar, aprovechando la alta sociedad gaditana para visitar al supuesto príncipe y agasajarlo, de modo que llegó a recibir exquisitas viandas, compuestas de hasta dieciocho platos, con carnes y frutas exquisitas, al decir de las crónicas, ¡Se ve que no pasó hambre en su cautiverio provisional!, además dormía en el camarote principal en tanto que el resto, lo hacía en la incómoda cubierta. 

Finalmente, se ordenó la partida del barco. Durante la travesía, nuestro personaje sorprendió a todos por sus conocimientos de náutica y matemáticas y por entretener a la tripulación con composiciones tocadas en un organillo, incluso llegó a comunicarse en su idioma con marinos ingleses que se cruzaron en un navío con el que le llevaba a Ceuta. 

Finalmente, el 16 de mayo se produjo la arribada a Ceuta, siendo llevado al convento de San Francisco, alojado en una celda que le tenían preparada y atendido con todo lujo, mientras recibía de nuevo las visitas de los oficiales y jefes de la guarnición así como gran concurso de gentes, incluso se le permitió conservar parte de su servidumbre. Aparentemente, ahí habría terminado el periplo del presunto aristócrata, con un prolongado cautivero ordenado por la corona como impostor...


 Han pasado dos años apenas cuando de nuevo por los corrillos de Sevilla vuelve a sonar con insistencia el nombre del Príncipe de Módena o de Gales, y no precisamente en relación a su prolongada ausencia, sino todo lo contrario. En el caluroso agosto de 1751, alguaciles de la justicia al mando del Segundo Teniente del Asistente, Don Juan Salanco, se encaminaban a Triana de madrugada con órdenes de prender, por enésima vez, al protagonista de nuestra historia. ¿Cómo había terminado al otro lado del Guadalquivir?

 Ni que decir tiene, que todo arranca con un nuevo intento de fuga, esta vez con éxito, logrado con la ayuda de la dotación de un barco con bandera de Suecia, según cuenta Joaquín Guichot en su Historia de Sevilla. Llegado a costas ceutíes, el navío habría atracado para desembarcar mercancías, barriles y demás elementos, momento en el cual, el príncipe, disfrazado de marinero, logró abandonar la prisión y embarcarse, probablemente con la ayuda de algún miembro de la tripulación. El barco se hizo a la vela y desembarcó a su "polizón" en Gibraltar, desde donde partió hacia Faro en Portugal, localidad en la que parmaneció oculto unos meses. Se ve que los aires lusos no eran de su agrado, porque el 12 de agosto se supo que estaba ya alojado en la casa de un zapatero de Ayamonte y que al poco había viajado a Sevilla, ocultándose en el domicilio, trianero como hemos dicho, de Francisco Muñoz, mantequero por más señas.

De ahí fue sacado por los alguaciles el 24 de agosto y llevado a la bien conocida Cárcel Real, escoltado de cerca por un piquete armado con bayoneta calada, siendo despojado de sus lujosas ropas y "en pechos de camisa" colocado en un lóbrego calabozo con dos grilletes. Inquirido por su nombre, alegó llamarse "Príncipe fingido" y así se registró en el libro correspondiente. Para no alargar en demasía la narración, baste decir que tras declarar ante el Oidor de la Real Audiencia fue encadenado y sacado de la Cárcel Real a las dos de la mañana del 2 de septiembre. Una Real Orden, con la firma además del Marqués de la Ensenada, lo condenaba a la pena de diez años, a cumplir en el presidio de Vélez la Gomera, situado en el Peñón del mismo nombre, en la costa africana entre Ceuta y Melilla; además, se prescribía que no gozase de privilegio alguno y se le mantuviese incomunicado. 

Peñón de Vélez la Gomera. Ceuta.

La estancia en aquel inhóspito lugar sabemos que se prolongó por más tiempo del esperado, durante los que Carlos de Roma (así confesó llamarse una vez allí) se dedicó a intentar el perdón del Cabildo de la Catedral de Sevilla y solicitar una renta con la que, decía, pretendía fundar una orden de caballería destinada a conquistar los Santos Lugares. Finalmente, en 1778, fue decretada su puesta en libertad y también su destierro perpetuo, de modo que es en ese año cuando le perderemos la pista. 

La figura del Príncipe de Módena, de quien nos despedimos, forma parte de una larga lista de impostores, desde el supuesto Ricardo de York en el siglo XVI hasta el falso Cardenal Luis de Borbón en el XIX, pasando por Catalina de Erauso, la famosa "Monja alférez", o la famosa Princesa Caraboo en la inglaterra decimonónica, cuya vida fue llevada al cine incluso. Todos ellos hicieron gala de una extraordinaria capacidad para aparentar lo que no eran, y, lo que es mejor (o peor), para hacerlo creer...