13 enero, 2025

La calle Carballo, donde la señora Marcela.

Arrancando año como suele decirse, en esta ocasión, abrigándonos mucho, eso sí, nos vamos a marchar muy cerquita de donde se encuentra la venerada imagen de Jesús Cautivo de San Ildefonso, para dar detalles de una calle que ostentó varios nombres hasta el actual y fue residencia de un personaje fruto de una época concreta. Pero para variar, vamos a lo que vamos. 

Foto Reyes Escalona. 

Estrecha y peatonal (aún subsiste un solitario marmolillo de los antiguos de metal fundido), entre Boteros-San Ildefonso y Vírgenes-Águilas, la actual calle Deán López Cepero pasaría desapercibida de no ser por haber sido llamada de diferentes maneras a lo largo de su dilatada historia; se sabe que desde 1438, como mínimo, se llamó Alcoba del Baño y ya en el XVI Alcabala del Baño, nombres debidos a la presencia de unos baños en la esquina con San Ildefonso. En 1584 se llamaba calle Barba, sin que sepamos si hubo por allí barbería o gentes con aquel apellido y desde mediados del siglo XVII y hasta 1893 tomó el nombre Caraballo o Carballo, puede que por haber contado entre sus vecinos con algún personaje llamado así. 

Foto Reyes Escalona. 

Como decíamos, en ese 1893 el ayuntamiento le otorgó el apelativo de Deán López Cepero, en honor a Manuel López Cepero, sacerdote y político nacido en Jerez de la Frontera en 1778 y que estuvo siempre de parte de las ideas liberales y constitucionalistas a lo largo del turbulento siglo XIX español, pasando de capellán castrense con el general Castaños (el vencedor de Bailén frente a los invasores franceses) a diputado en Cortes durante el llamado Trienio Liberal, lo que, al regreso del absolutismo de Fernando VII le supondrá pena de prisión por sus ideas en los recintos cartujanos de Sevilla y Cazalla de la Sierra. Senador vitalicio, catedrático y decano de la Facultad de Teología, párroco del Sagrario, atesorará una interesante colección de obras de arte, fruto de las desamortizaciones, con más de ochocientas piezas, que sus herederos sacarán a subasta tras su muerte en 1858, considerándosele uno de los promotores del actual Museo de Bellas Artes de Sevilla.

José Gutiérrez de la Vega: Manuel López Cepero, 1817. Museo de Pontevedra.

Como calle cercana a la fábrica de tabacos de la actual plaza del Cristo de Burgos, en San Pedro y a la zona de Odreros y Boteros, donde estaba la calle de Vinaterías (Sales y Ferré), llena de mesones y tabernas, a buen seguro por ese motivo estuvo en esta calle que comentamos el conocido como Mesón de la Cruz.

Sin embargo, una de las moradoras más peculiares de esta antigua calle, despertó la curiosidad de los sevillanos, siempre deseosos de novedades y escándalos allá por el siglo XVII. La llamaban la señora Marcela y vivía de modo modesto y recatado, sin lujos y dispendios; poco sabían sus vecinos sobre ella, salvo que era de condición humilde y carácter reservado, que era respetada por todos y que apenas abandonaba su morada para acudir a misa al cercano convento de San Leandro y regresar con su talega con provisiones para su sustento diario. Hasta ahí todo, aparentemente, normal. Una vecina más. 

Sin embargo, la tranquilidad de la zona quedó rota cierto día para consternación de sus moradores. Alguaciles de la justicia aporrearon la puerta de la casa de la anciana y de modo violento procedieron a su detención siguiendo la denuncia del joven conde de Arenales, quien había decido "tirar de la manta" y sacar a la luz el verdadero y rentable oficio al que se dedicaba Marcela, pues andando en amoríos con cierta doncella, supo el noble de oídas que dicha señora podía hacer de "Celestina" o trotaconventos para lograr sus propósitos amorosos, mas, decepcionado al fin por no conseguir el ansiado tesoro, el joven aristócrata optó, como narrábamos, por denunciar a quien le había prometido todo con buenas palabras y frases esperanzadoras, previo pago de unas buenas monedas, eso sí, para luego, a la postre, quedarse "con el santo y la limosna". 

Gerard van Honthorst: La alcahueta. 1652.

Condenada de manera fulminante por ejercer como alcahueta (término que procede del árabe Al-qawwád, que significa ejercer de mensajero) delito muy mal visto ya en tiempos de Alfonso X en que era considerada conducta "ilícita e infame" aunque era moneda corriente, la señora Marcela fue sentenciada a salir a las calles de Sevilla "emplumada" en pública vergüenza y escarnio, pero ¿Cómo se desarrollaba la ejecución de tal sentencia? Será mejor que nos lo cuente nuestro buen cronista Álvarez Benavides: 

"A las once de la mañana el verdugo iba junto a la condenada y, ayudado de sus criados, la desnudaban enteramente de cintura para arriba. Luego untaba el cuerpo con una espesa capa de miel. Hecho esto le ponía una coroza o gorro de cartón rematado en punta. Así disfrazada, la paciente era puesta en un asno se la ataba al cuello una especie de argolla fija a una barra de hierro cuyo extremo inferior se apoyaba sobre la albarda, después la paseaban muy despacio por medio de dos filas de soldados y alguaciles y seguida por una multitud del pueblo. La cabalgata hacía alto en las principales calles de la ciudad, y a cada alto el pregonero leía en voz alta la sentencia que condenaba a la paciente a ser emplumada diciendo por qué; el pregonero acababa siempre con esta fórmula: quien tal hizo que tal pague. 

Pronunciadas estas palabras el verdugo tomaba dos puñados de plumas y las arrojaba sobre la miel de que el cuerpo estaba lleno: las plumas quedaban pegadas, lo que al cabo de algún tiempo le daba un aspecto a la vez horrible y grosero que hacía reír a la muchedumbre".

Las calles por las que pasaba tan insólito cortejo eran normalmente las mismas que las de las procesión del Corpus, saliendo de la Cárcel Real hacia la catedral por Sierpes, San Francisco y Génova (actual Avenida) para regresar por Alemanes, Francos, Culebras (ahora, Villegas), Salvador, Cuna, Cerrajería y de nuevo a Sierpes para finalizar de nuevo en la Cárcel Real. Ni que decir tiene que ejecuciones de sentencias como ésta abarrotaban las calles y buscaban servir de cruel escarmiento, algo que a doña Marcela, aquella discreta señora de la calle Carballo nunca olvidaría, sin que sepamos si fue también azotada, si quedó recluida en la cárcel o si enviada al destierro, castigo final aplicado en estos casos por aquellos años. Por cierto, quede constancia de que aún en el siglo XIX seguía realizándose esta vergonzosa práctica de emplumar a mujeres, pero esa, esa es harina de otro costal.

30 diciembre, 2024

Noches Viejas y de Reyes.

Cerramos el año y para la ocasión, vamos a intentar dar a conocer algunas curiosas diversiones que tenían lugar en nuestra ciudad coincidiendo con la Nochevieja y Epifanía; así que, para variar, vamos a lo que vamos. 

La costumbre de celebrar la Nochevieja, sostienen algunos, arranca con la implantación del calendario gregoriano allá por 1582; en Sevilla no es tan antigua como pudiera parecer, aunque en la prensa local de finales del siglo XIX y comienzos del XX hay alusiones a fiestas organizadas por casinos, entidades y asociaciones, que adornaban sus salones para costeados banquetes que solían finalizar con bailes de gala en los que no faltaba el consumo de alcohol, las bromas o incluso los disfraces. En 1931, por poner un ejemplo, organizaron Bailes de Fin de Año el Centro Cultural del Ejército, el Círculo Cultural de Izquierda Republicana y la Unión Comercial; en el primero tenían prometida su asistencia "distinguidas familias", en el segundo habría "un exorno artístico del amplio local" y en el tercero la celebración, para que sirva como referencia, comenzaría a las diez de la noche.

 Por aquel entonces ya se consideraba una tradición el "comer las uvas", aunque hay que decir que su consumo era tradicional en las mesas sevillanas hasta que quedó casi "institucionalizado" que se tomasen doce uvas acompañando las doce campanadas de la medianoche que daba paso al Año Nuevo como gesto de buena suerte ante los doce meses venideros. El origen no está del todo claro, incluso hay quien alude a un excedente de cosecha de uva de mesa en la zona alicantina del Vinalopó y otros, simplemente, hablan de la exportación de una costumbre originaria de Francia en torno a 1894. 

En cualquier caso, en 1911 la prensa hacía alusión a un gesto que esta popularizándose cada vez más, sobre todo en la capital de España y ante el reloj de la Puerta del Sol, lo que, como puede apreciarse, no ha cambiado con el paso de los años. Del año siguiente hemos recogido una curiosa reseña teatral sobre las funciones que tuvieron lugar en la noche del 31 de diciembre en el Teatro del Duque: 

"Por la tarde y noche se vio muy concurrido este teatro, donde fueron las obras puestas en escena muy aplaudidas, particulamente Lucha de amores y La niña de los besos, donde, como siempre, fue repetida la Cachimba zampaguita.

En el último cuadro de la obra dieron las doce, y como no era cosa de dejar de comer las uvas, los artistas encontraron discreto medio para no olvidar esta preocupación, que ya es cosa sancionada en esta tierra."

Un inciso, la "cachimba zampaguita" alude a un pícaro baile con abundancia de dobles sentidos que tenía lugar con música del maestro Manuel Penella y letra de Miguel Mihura y Ricardo González y que era esperado por el "respetable" con auténtica pasión. 

Por cierto, como siempre ocurre en estos casos, siempre hubo quien aprovechaba las nuevas modas, allá por 1923 para hacer publicidad de su negocio, con un anuncio cuyo texto no podemos resistir el transcribir: 

"Las 12 Uvas. Siguiendo la Tradición. 

La tradición se impone, y hay que vivir con ella. ¿Quién dejará de comerse el día 31, a las doce de la noche, las doce uvas de la suerte? Unos en casa, otros en la calle, por si o por no, todos las tomamos. ¡Imposible sustraerse a la superstición! En teatros, Círculos y cafés no se deja de cumplir con el imperativo de la costumbre, y rindiéndose a ésta, el dueño del Bar Jerezano, Fernández y González 14 (en la misma Plaza de San Francisco), tendrá a disposición de sus clientes las doce clásicas uvas, para celebrar la entrada de año. Pero como no sólo de uvas se vive, el oloroso Corregidor -el vino más jerezano que se bebe- hará su agosto. Por 0,50 un chato, no hay quien paledee mejor caldo de Jerez. La manzanilla fina Delgado Zuleta -0,40 el chato- es otra especialidad de la casa, y por ese orden los demás licores y vinos de todas las marcas. 

Nota importante: se comprometen a no servirles ninguna tapa repetida. ¿Hay quien ofrezca más? Igual ocurre con los fiambres, desayunos y bocadillos. El día 31 será con nosotros, en el Bar Jerezano, Fernández y González, 14." 

Saltamos fechas impacientes en el almanaque. Dejamos atrás cotillones, matasuegras y serpentinas. El 5 de enero, cuando aún no se celebraban Cabalgatas, eran muchos los jóvenes, y no tan jóvenes, que salían a las calles o al campo a cumplir el rito de "Esperar a los Reyes Magos de Oriente", costumbre ésta que documentó en 1883 el historiador e investigador del folklore Luis Montoto, importante figura de su época que heredó el nombre de la calle Oriente, ni más ni menos. ¿Qué era eso de esperar a los Reyes la noche de la víspera de Epifanía? 

"Para recibir a los ilustres huéspedes reúnense diversas comparsas;  y unos llevan hachas de viento, otros cencerros y campanillas, y los más forzudos escaleras de mano. Desde primeras horas de la noche, corren por las calles y plazas como alma que lleva el demonio, ensordeciendo al vecindario con su ruido. Porque es de saber que a los cencerros y campanillas añaden los muchachos caracoles, que hacen las veces de trompas, y piedras y latas y pitos, y cuanto puede producir estrépito."

Por cierto, las hachas de viento contaban, según el Diccionario de la Lengua, de una mecha de esparto y alquitrán, y a veces, cera, para que de esta manera al encenderse resistieran las ráfagas de aire y no se apagasen. 

Manuel Álvarez-Benavides (1820-1889), completa la descripción de esta curiosa y desaparecida celebración con la alusión a que estos grupos organizados tenían como objetivo llamar la atención de los Reyes para que acudieran a Sevilla y, de camino, tomarle el pelo a algún que otro "inocente" cuya participación voluntaria se prolongaba hasta altas hora de la madrugada, como veremos: 

"Nadie ignora que tales excursiones son una pura broma, que siempre da por resultado engañar a no pocos forasteros, especialmente a jóvenes asturianos, montañeses o gallegos, a los cuales después de hacerlos cargar con la escalera y, si se prestan, hasta con un adoquín, y estropearlos corriendo, terminan con dejarlos a guisa de vigías cabalgando sobre alguna tapia o lienzo de muralla, donde después de arrecidos de frío y desengañados, llevan por añadidura una silba monumental".

Era entonces habitual decir de aquel que todo se lo creía o era un bendito o un bobalicón o que había ido a esperar a los Reyes. En cualquier caso, la noche de Reyes era (y es) noche de nervios e ilusión para los más pequeños y, por qué no, para los mayores; dicen que la verdadera patria de cada cual es la Infancia, de manera que disfrutemos tanto de las celebraciones de Nochevieja y Año Nuevo como de la fiesta de la Epifanía, con el deseo por nuestra parte de que el venidero año 2025 esté lleno de venturas para todos los seguidores de "Hispalensia" y que Sus Majestades Melchor, Gaspar y Baltasar se porten bien con todos nosotros. Como siempre, mil gracias por estar ahí.

El sueño de la noche de Reyes, por Adriano Marie. 1890.

 

 


23 diciembre, 2024

Navidades de otro tiempo.

En esta ocasión, estando en las fechas en las que estamos, sería imperdonable no dedicar estas páginas a la celebración de la Navidad en Sevilla, una festividad religiosa que cada vez más se nos aparece revestida de su correspondiente carga de luces, fiestas, calles atestadas y, en algunos casos, consumo desaforado. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Cerrando ya casi el año, traemos a la sazón cuatro interesantes textos sobre cómo eran las Pascuas de Navidad en nuestra ciudad hace cien o ciento cincuenta años y, además, recoger detalles sobre costumbres, añadir datos sobre celebraciones o, incluso, apreciar tópicos típicos de nuestra tierra tamizados por el filtro del narrador local.  

En diciembre de 1913, en el diario sevillano El Liberal, Pedro Antonio de Alarcón apuntaba en una crónica cómo se disponía la ciudad a vivir las vísperas navideñas, en un texto repleto de detalles costumbristas, algunos de ellos desaparecidos: 

"En vísperas de Pascuas. Anoche presentaba Sevilla un aspecto animadísimo. Desde las nueve comenzó el público a desfilar por las distintas calles del centro de la población, viéndose muy concurridos los establecimientos de comestibles y confiterías, que hicieron una gran venta de artículos diversos. La plaza de la Encarnación, como es tradicional, estuvo abierta hasta la doce, y el público desfiló por ella en gran número, haciendo las compras precisas de frutas y otras golosinas. Los puestos de trastos escandalosos han superado este año a los anteriores, viéndose a los consabidos amantes de la Nochebuena hacer un regular consumo de zambombas y panderetas. Organizados después en comparsas recorrieron las calles haciendo un derroche de armonía verdaderamente encantador. En algunas figuraban bandurrias, guitarras y panderetas. Han sido numerosísimas las casas que han organizado fiestas íntimas en honor del Niño de Dios, bailándose y cantándose mucho por los concurrentes. El barrio de Triana ha dado su nota de alegría característica, siendo también no pocas las casas de vecinos que tenían instalados Nacimientos, ante los cuales hubo derroche de buen humor.

En la Catedral. En nuestra grandiosa basílica resultó la fiesta de Navidad con el esplendor de otros años. Las hermosas naves del templo hallábanse profusamente iluminadas. A las nueve y media comenzaron los repiques de la Giralda anunciando la festividad, y a las diez empezó el coro, cantándose los benites, y a continuación los maitines y laudes. Después del Te-Deum subió las gradas del altar mayor el deán, don Luciano Rivas, acompañado del diácono y subdiácono, dando principio la misa a las doce y ejecutando el órgano preciosos villancicos. Al ofertorio subieron al presbiterio el Cabildo y los beneficiados, depositando en las bandejas las sagradas ofrendas. El público fue muy numeroso."

Cambiamos de época. Nos marchamos a la Sevilla de 1874, en la que un viejo conocido de estas páginas, Manuel Álvarez Benavides aporta una visión irónica, o crítica, sobre la castiza forma de celebrar la Navidad en la ciudad, incluso con problemas de orden público: 

"Dos días después llega la Nochebuena, y según uso y costumbre de la gente de esta tierra, conocida por de "María Zantízima", es celebrada con la bulliciosa pandereta, con la sonora zambomba y los alegres palillos, sin que olviden ni músicos ni danzantes la gruesa botija verde llena hasta el mismo gollete del abocado vino peleón, bien sea blanco, de Valdepeñas o tinto. A dicha botija es de ordenanza añadir otra repleta de aguardiente, que al segundo vaso se pone el que lo bebe en disposición de reñir hasta con su misma sombra. A tan confortables líquidos se agrega un almud por lo menos de castañas tostadas y algunas libras de peros. Con estas provisiones y una petaca llena de pitillos, tiene un sevillano de cierta clase lo muy bastante para llevarse cantando, más que un grillo harto de tomates en la noche más calurosa del estío. 

Inútil es decir, que en la noche del 24 de diciembre se arma todos los años en Sevilla cada bronca que canta el misterio, según aquí se dice, por cuya razón cirujanos y practicantes de guardia del Hospital Central y Casas de Socorro, la consideran como una noche Toledana, y así mismo los agentes de policía."

Cartelera. Navidad 1915.

Por cierto, un almud es una medida de cantidad que oscilaba entre los 3 y 4,5 kilos y el significado de la expresión "Noche Toledana" tiene varias teorías históricas sobre sucesos acaecidos en la ciudad castellana, pero en todas ellas se destaca el hecho de pasar la noche en vela, sin dormir y llena de preocupaciones. Tampoco debe extrañar la alusión al jolgorio, la juerga y la jarana, pues ya en 1587, en las denominadas Constituciones Sinodales dictadas siendo arzobispo de Sevilla don Rodrigo de Castro ya se intentaron regular abusos y otras "circunstancias" que ocurrían en los templos hispalenses cuando llegaban los días navideños; de esto modo, en el capítulo 13 de esas Constituciones puede leerse: 

"Por obviar los abusos e inconvenientes que hay en el decir de las misas que llaman de Aguinaldo que se dicen algunos días entes de Navidad; mandamos que de aquí en adelante no se digan las dichas misas antes que sea de día claro, ni se abran las puertas de las iglesias en aquellos días hasta entonces, so pena de quinientos maravedís al que dijere misa y otros quinientos a la persona a cuyo cargo es abrir y cerrar las dichas puertas por cada vez que contravinieren, y lo mismo mandamos se guarde en todos los monasterios. 

Y porque hemos sabido que en muchas iglesias de nuestro Arzobispado, la noche de Navidad entretanto se dicen los divinos oficios muchas personas se juntan en ellas y cantan cantares profanos y hacen otras cosas de irreverencia; prohibimos de aquí adelante no se haga lo susodicho, y mandamos a los Curas procuren evitarlo y avisen a los Vicarios de los excesos que hubiere para que se corrijan y castiguen."

No podía faltar la certera y breve crónica periodística, en este caso a cargo de un anónimo plumilla del diario local de diciembre de 1925; con la ciudad y sus aledaños amenazados por una amenazante crecida e inundación del Guadalquivir, con la consiguiente incertidumbre, aquellas frías Navidades quedaron descritas así:

"LA NOCHEBUENA.

Pasó la Nochebuena. Por las calles circularon algunos grupos de gente alegre y bullanguera que tocaban guitarras y panderetas y cantaban villancicos. También escuchamos un coro de campanilleros. A las doce se dijo en algunas parroquias la tradicional "misa del Gallo". Pasada la hora de la misa, las calles quedaron desiertas. La Nochebuena en Sevilla es noche familiar. 

Ayer, primer día de Pascua, con el tiempo bastante mejorado, aunque no seguro, se lanzó el público a las afueras a contemplar los efectos de la riada. Los venteros de las afueras están pensando en el suicidio. No les ha hecho ni un domingo de invierno bueno. Veremos el próximo si empiezan a desquitarse. El Parque y el paseo de la orilla se vieron concurridísimos. Los teatros también estuvieron muy animados; pero se nota en todo que la riada ha perjudicado mucho, pues durante los días que el agua ha estado encima del muelle se han dejado de ganar muchos jornales. Se quejan todos los que venden y todos los que alquilan. Las paradas de automóviles empezaron a moverse algo ayer.

De la Comisaria nos dicen que no hay novedad mayor, salvo el desgraciado caso de Triana. Tres ó cuatro «tajadas pascuales» seguidas de escándalo y nada más.

Y otra Nochebuena doblada en el libro de la vida. El repórter de El Liberal felicita a sus lectores en las presentes Pascuas... sin enviar tarjeta."

Terminamos. Como siempre, aprovechamos para desear a los oyentes y lectores de Hispalensia unas Felices Pascuas y que el Niño que ahora nace haga propicio el venidero año MMXXV. 

Gracias a todos por estar ahí y, como decía aquel: "sean moderadamente felices".


09 diciembre, 2024

Santas Patronas.

Paralela a la muralla, entre el Arenal y la Magdalena, hoy nos centraremos en una calle en la que incluso nació un cantante admirado y famoso y desconocido por muchos. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Ubicada entre Reyes Católicos y López de Arenas, en el antiguo barrio de la Cestería, inicialmente se llamó de las Vírgenes, en honor al Hospital de las Vírgenes Santa Justa y Rufina, alfareras que murieron como mártires en el año 287 y son patronas de nuestra ciudad. Del referido Hospital subsiste, en el número 48 de la calle un antiguo azulejo del siglo XVIII representando a las Santas Patronas, ya que la tradición popular siempre apuntó a que ambas hermanas habrían vivido en esta zona próxima al río; dicho establecimiento benéfico, además, poseyó hermandad propia, perteneciente al gremio de olleros de Triana. En 1859, para evitar confusiones con el nombre de otra calle, la de Vírgenes junto a San Nicolás, el Cabildo de la Ciudad decidió emplear el de Santas Patronas, que es el que permanece en la actualidad. 

Ese tramo concreto se formó al correr en paralelo al lienzo de muralla que unía las puertas del Arenal y la de Triana, y, de hecho, en algunas de las viviendas de la calle, en la acera de los impares, se conservan no pocos vestigios de esa cerca de origen almohade; poco a poco, a lo largo del siglo XV se fueron adosando casas a dicha muralla y ya en el siglo XVII se constata la presencia de una veintena de ellas, siendo zona un tanto deprimida por su cercanía con la Mancebía (actual zona de Molviedro). Dada su proximidad al puerto, existieron en ella almacenes para diversas mercancías, como cereales y en la parte más próxima al Arenal subsisten algunos modelos de vivienda de cierta antigüedad, aunque la mayoría del caserío es en mayor medida del siglo XIX y del XX.  

Merece la pena reseñar que, como decíamos, en varias viviendas de la calle la muralla, que hace de medianera con la paralela calle Castelar, ha quedado integrada, tal es el caso del número 55 o del número 9, edificio diseñado por Aníbal González entre 1914 y 1915 y que ahora está convertido en alquiler turístico; curiosamente, en las fotos que aparecen en la web de alquiler pueden apreciarse precisamente el detalle del muro visto formando parte de la diferentes habitaciones. 

Aparte del antes aludido hospital benéfico de Santa Justa y Rufina, germen del nombre de la calle, se sabe que desde el siglo XIX y hasta no hace muchos años pervivió una pequeña capilla oratorio dedicada a la Virgen del Rosario, que incluso llegó a poseer su propia asociación para darle culto y un retablo procedente del desaparecido convento de Consolación de la calle Rioja, desaparecido en 1868. La imagen procesionó por última vez en 2009, que sepamos, mientras que un pequeño azulejo, en el número 15 de la calle, la recuerda como devoción en la misma.

Sin embargo, quizá el personaje vinculado a la calle Santas Patronas que más merezca la pena sea uno nacido precisamente en esta calle allá por enero de 1775 y que fue bautizado en la parroquia de la Magdalena como Manuel del Pópulo Rodríguez Aguilar, aunque con posterioridad cambió sus apellidos, pasando a la posteridad como Manuel del Pópulo Vicente García; el llamarse de "El Pópulo" tuvo que ver, sin duda, con la proximidad del convento del mismo nombre, del cual hablamos en otra ocasión. 

A los seis años, Manuel ingresará en el coro de la Catedral de Sevilla, recibiendo allí su primera formación musical; se sabe que hasta los catorce años vivirá en el hogar familiar junto a sus hermanas Rita y María. Eran malos tiempos para la el Teatro y la Ópera en Sevilla debido a constantes prohibiciones de las autoridades civiles y eclesiales, quienes veían en estas diversiones ocasión para que hombres y mujeres compartieran espacio, lo que iba en contra de las normas de decencia y recato de entonces. Sabedor de que en Cádiz las normas eran más relajadas, Manuel marchará allí y debutará en 1792, contrayendo matrimonio en esta ciudad en 1797 con la también cantante Manuela Morales. 

El éxito como cantante le acompañará en Madrid, Málaga y más adelante por toda Europa, que lo aclamará como uno de los mejores intérpretes del denominado Bel Canto; consagrado como tenor y compositor, entre 1811 y 1816 vivirá en Italia, donde completará sus estudios musicales y estrenará su primera ópera: El Califa de Bagdad,  con la que cosechará un sonado triunfo. Así, un sevillano interpretará a un sevillano, ya que será el encargado de poner voz al conde de Almaviva, uno de los protagonistas de El Barbero de Sevilla, la ópera de Rossini estrenada en 1818 y que, en principio, supuso un sonoro fracaso.

Aquel chiquillo del barrio de la Cestería podrá presumir de ser el introductor de las óperas de Mozart e italianas en los Estados Unidos y de ser el padre de varios hijos, entre ellos la también célebre cantante  María García "La Malibrán" (1808-1836) o el inventor del laringoscopio, su hijo Manuel (1805-1906). Fallecido en París en 1832, será sepultado en aquella ciudad sin que Sevilla le haya rendido homenaje por una soberbia trayectoria musical en la que incluso incluir la composición de más de cien boleras para guitarra, instrumento del que fue maestro y compositor también.

Dejando a un lado cuestiones musicales y entrando otras, no podríamos dejar de mencionar que en la calle Santa Patronas tienen su estudio los reconocidos arquitectos Cruz y Ortiz ("Los Antonios", en el gremio) autores de proyectos tan importantes como la sevillana estación de trenes de Santa Justa, el estadio Wanda Metropolitano de Madrid o la Facultad de Ciencias de la Educación de la Hispalense; ya que estamos con vecinos de la calle, tan justo es citar el conocido bar Casa Alfonso, fundado en 1971 por Alfonso Pérez y hoy regentado por su hijo Manuel, establecimiento especializado en caracoles "en temporada", como aludir a los talleres de Gráficas San Antonio, imprenta especializada desde hace más de cincuenta años en diseño gráfico e impresión personalizada, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

02 diciembre, 2024

Lirio y Barrio.

Poco transitada, pero muy cerca de un santo que genera gran devoción popular, estrecha y silenciosa, la calle que en esta ocasión transitaremos tiene en su haber poseer un edificio en el que vivió un Presidente y que albergó un Templo; pero como siempre, vamos a lo que vamos.

Desde la calle Águilas, poco antes de la estrechez una vez pasado el convento de Santa María de Jesús, a mano izquierda si venimos desde la Plaza de Pilatos, existe una calle cuyo final alcanza a Conde de Ibarra y que, aún a comienzos del siglo XVII carecía de nombre propio, algo bastante frecuente por aquellas lejanas fechas. En 1713 se llamaba Horno de Santa María de Jesús, quizá por uno que se encontraría allí perteneciente a las religiosas de dicho convento y en el plano de Olavide de 1771, tantas veces reseñado en estas páginas, se denominaba ya simplemente Horno de Santa María, aunque compartió nombre con Cristo, a secas, parece ser que debido a un pequeño retablo callejero a mitad de la vía. Que esta zona ya estaba poblada en el siglo I d. C. lo probó una excavación arqueológica realizada en 1986 en el número 12-14-16 esquina con Conde de Ibarra, en cuyo estrato más bajo, a casi tres metros de profundidad, aparecieron restos de un muro que combinaba ladrillo y piedra que los arqueólogos dataron como de la época julio-claudia.

                          

En 1845 recibirá el apelativo de Lirio, que ha llegado hasta nuestros días, salvo el periodo entre 1921 y 1938 en el que se llamará calle de Roque Barcia, en honor al político y periodista liberal. Curiosamente, una pequeña barreduela en la acera de los impares fue conocida hasta 1845 como Plaza de los Mulatos, cuando quedó integrada en Lirio; parece que tal nombre sea coincidencia con la cercana presencia, en la parroquia de San Ildefonso de la Hermandad del Calvario, fundada precisamente por mulatos en el siglo XVI en el Hospital de Belén pero posteriormente trasladada a dicho templo parroquial, extinguida a comienzos del XIX y reorganizada en 1886. No lejos de allí, en la actual calle Rodríguez Marín, junto a la antes mencionada iglesia ("La del Cautivo", para muchos), llamada Calle de los Mulatos durante trescientos años, tiene solicitado la Hermandad, ahora radicada en la Magdalena, el colocar una placa o lápida que recuerde ese capítulo de su pasado en la zona. 

 Sin embargo, por esa calle Lirio, estrecha y silenciosa, aunque llegó a tener tráfico rodado, suprimido por dañar las fachadas, transcurrió uno de los capítulos menos conocidos y más interesantes del siglo XX en Sevilla, protagonizado por un tipógrafo nacido en 1883 en la Plaza de la Encarnación que a la postre alcanzó más que importantes cargos en el gobierno español durante la II República: Diego Martínez Barrio. 

                           

Efectivamente, una placa colocada en el año 2000 recuerda que en el número 9 de la entonces calle de Roque Barcia tuvo su casa, taller y templo este profundo amante de su ciudad que aunque comenzó profesando ideas anarquistas finalmente hizo suyos los preceptos republicanos; de familia humilde, hijo de padre utrerano y madre natural de Bornos, vendedora en la "Plaza" de la Encarnación, sus escasos estudios en el colegio de San Ramón le sirvieron para conocer a uno de sus más íntimos amigos, Manuel Blasco Garzón (ministro de la República y presidente del Sevilla F. C. y del Ateneo) y siendo aún un chiquillo, lector autodidacta, entró a trabajar como aprendiz en una panadería, aunque con posterioridad aprendió el oficio de tipógrafo e impresor y sentó plaza como escribiente en el Matadero de Sevilla. 

En 1906 ya es concejal del Ayuntamiento y en 1908 ingresa en la Logia Fe de Sevilla, tal como ha constatado su biógrafo el profesor Leandro Álvarez Rey, quien defiende que su ingreso en la masonería supuso la oportunidad de incrementar la difusión de las ideas republicanas, logrando incluso, sobre 1915 unificar los diferentes Talleres en una única logia, llamada "Isis y Osiris", que estuvo funcionando a pleno rendimiento hasta julio de 1936.

                                 

A comienzos de los años veinte se muda a la calle Lirio y allí, con la ayuda de algunos compañeros y amigos masones fundará la imprenta Tipografía Minerva lo que le permitirá vivir sin apreturas, dándose la circunstancia de que guillotinas, máquinas tipográficas, tintas y papeles, quedarán al lado, en la misma planta baja, que la sala secreta, solo para los iniciados del Templo Masónico, con su simbología basada en la escuadra y el compás o las características columnas alusivas la belleza, la sabiduría y la fuerza. 

Diego Martínez Barrio (Sevilla, 1883 - París, 1962)

Martínez Barrio, o "Barrio" a secas, como él prefería que le llamasen, se convirtió durante unos años en el único bastión de los republicanos en Sevilla, siendo perseguido por ello durante la Dictadura de Primo de Rivera, en la que perdería su puesto como concejal electo en el consistorio y, tras acumular más de treinta procesos penales por sus actividades políticas, hubo de exiliarse a Francia; la llegada de la II República, supondrá su nombramiento como Ministro de Comunicaciones en el primer Gobierno Provisional, siendo recibido en Sevilla con grandes muestras de admiración, nombrado Hijo Predilecto por el Ayuntamiento (con el voto favorable de los monárquicos) y visitado en su casa de la calle Lirio por el propio cardenal Illundain, todo un gesto de deferencia. 

Desde ahí, desarrollará toda una trayectoria política bajo el signo de la moderación demócrata, en el centro, alejado de extremismos. Ministro en varias carteras en diversos gobiernos, el estallido de la Guerra Civil le sorprenderá como Presidente de las Cortes, de modo que, al marchar al exilio en 1939, quedará como depositario simbólico de la legitimidad del gobierno republicano. Tras un periplo por varios países, como Cuba, México o Francia, vivirá siempre de modo humilde y en sus últimos años la añoranza y la nostalgia por Sevilla ("los días felices de nuestra Sevilla, perdida y amada...", escribirá), estará tan presente que expresará como última voluntad su deseo de ser enterrado en el cementerio de San Fernando, algo que, finalmente, ocurrirá en día frío y nublado de enero del año 2000, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

25 noviembre, 2024

El hereje de San Diego.

Hace pocas fechas, hacíamos mención de un desaparecido convento, perteneciente a la orden franciscana y cómo su ubicación, próxima al Guadalquivir, provocó no pocos problemas por las frecuentes crecidas del río; en esta ocasión, no sólo aludiremos a algunos interesantes pormenores sobre dicho convento, sino que nos centraremos en la no menos intrigante historia de uno de sus frailes, aquejado de "Molinismo", mal llamado entonces así allá por el siglo XVII; pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

El Convento de San Diego fue creado en torno al año 1589, pese a que la presencia de los franciscanos descalzos se ha documentado ya desde la conquista de Sevilla por San Fernando en 1248; aunque primeramente se habían establecido en las proximidades de la Macarena, finalmente el cabildo de la ciudad les otorgó una porción de tierras cercanas a la Puerta de Jerez, no lejos del Prado de San Sebastián, así como una limosna de 3.000 ducados a pagar en tres plazos anuales con la que iniciar el proceso de construcción del nuevo convento, cuya iglesia fue solemnemente bendecida por el Cardenal Rodrigo de Castro en 1592, contando con un retablo mayor (cuyo paradero se desconoce) en el que participaron Gaspar Núñez Delgado y Diego López Bueno más Juan Martínez Montañés, autor al que se atribuye la escultura de San Diego de Alcalá que hoy día se conserva en la iglesia conventual franciscana de San Buenaventura.

La riada de 1783 provocó la mudanza de los frailes al entonces vacío noviciado jesuita de San Luis de los Franceses, donde permanecerían hasta la llegada de las tropas napoleónicas y regresarían tras el fin de la Guerra de Independencia, pero, a la postre, el retorno de los propios jesuitas hará que los franciscanos hayan de buscar nueva sede, toda vez que el primitivo convento había sido convertido en industria de pieles bajo la dirección del británico Nathan Wetherell. Tras el preceptivo pleito con el súbdito de su Graciosa Majestad, éste se avino a compensar a los frailes con cuatro casas y un solar que habían formado parte del llamado hospital de San Antón en la calle de las Armas, actual de Alfonso XII, lo que explica que en el ático de la portada de acceso a dicho recinto se halle una pintura mural de San Diego de Alcalá como recuerdo de la presencia franciscana en aquel lugar y que en el interior del templo se venere a la imagen de la Inmaculada Concepción, Virgen del Alma Mía, procedente de San Diego.

Foto Reyes de Escalona.

Pasados los años, tras transformar los Duques de Montpensier el palacio de San Telmo como residencia, el antiguo convento de San Diego fue convertido en alojamiento para el personal de servicio de los duques, que usó la iglesia como capilla propia, hasta su posterior derribo en el año 1892 dentro de los planes de creación del actual Parque de María Luisa. En aquel lugar, ahora, se alzan el Casino de la Exposición y el Teatro Lope de Vega, ambos procedentes de la Exposición Iberoamericana de 1929.

Hasta aquí, someramente, la pequeña historia de este convento, por el que dejaron huella un sinfín de monjes (llegó a tener 45 en 1648) y en el que ejerció como Padre Guardián el Beato Fray Juan de San Buenaventura, que alcanzó dicha beatificación en 1728 tras morir como un mártir en Marruecos en 1631. Sin embargo, merece también un espacio otro fraile, pero por otras circunstancia, pues fue condenado por el Santo Oficio, ¿Su nombre? En el mundo, Pedro José Romero, nacido en Villamanrique, en la religión fray Pedro de San José, allá por las postrimerías del siglo XVII.

Chaves y Rey cuenta que Fray Pedro cayó en el error de seguir las enseñanzas del místico aragonés Miguel de Molinos, impulsor del denominado Quietismo, que abogaba por la vida contemplativa llevada al extremo de la pasividad espiritual. Condenadas por heréticas dichas ideas por el Papado, la Inquisición comenzó a sospechar e investigar a nuestro fraile, hasta que finalmente fue apresado y llevado al Castillo de San Jorge, en Triana, para ser sometido a interrogatorios e investigaciones por espacio de tres años. 

De ese proceso se pudo saber que Fray Pedro aprovechaba las confesiones para indicar a las mujeres a las que dirigía espiritualmente que no era necesaria la confesión sino "meterse en un rincón y estarse allí en oración, y que esto era bastante para ponerse en gracia de Dios", que el propio Jesucristo le había nombrado su profeta ante el inminente fin del mundo y que por tanto tenía carta blanca para cualquier cosa, sin que pudiera considerarse pecaminosa;  además, no sólo sería profeta, sino Pontífice de una nueva iglesia en la que él nombraría "apóstolas" a sus seguidoras, aunque para ello, decía, sería crucificado en la Cruz del Campo, enterrado en Tablada y resucitaría al tercer día para combatir al Anticristo, que según el monje ya había nacido en Babilonia. 

Aparte de todo esto, fue acusado de "Solicitación", o lo que es lo mismo, de requerir favores sexuales o solicitar actos deshonestos a sus confesantes femeninas, algo que la Iglesia estaba intentando combatir desde el Concilio de Trento (1545-1563) con la obligatoriedad del uso del confesionario como "barrera" entre el confesor y el penitente. Por ello, la Solicitación era considerada una burla del sacramento de la penitencia y un atentado contra la fe, de ahí que se catalogase como una práctica herética.

No es de extrañar, por tanto y  como recogió oportunamente Montero de Espinosa, que el tribunal del Santo Oficio dictaminase en contra del fraile "solicitante" o "solicitador": 

"Fallamos que, atento al proceso fulminado  contra fray Pedro de san José, que presente está, que le debemos declarar y declaramos por hereje, hipócrita, iluso, infestado del error de los alumbrados y profeta falso y por haberlo sido, mandamos sea sacado de la sala de este Santo Tribunal con sambenito de dos aspas, estando en pie dicho reo siempre, y absuelto, se le quite; y al día siguiente sea llevado a su convento con ministros y secretario de esta causa, y en presencia de toda comunidad, excepto los novicios, se lea todo el dicho proceso y sentencia y que allí se le dé una disciplina circular, y le privamos para siempre de confesar y predicar y que no tenga voto activo ni pasivo, y que salga desterrado por diez años de Sevilla, Jerez y Villamanrique y Madrid y los lugares a éstos ocho leguas en contorno, y que las primeros seis años esté recluso en el convento que le fuese señalado y que allí sea enseñado del confesor que le dieren por director de su conciencia, enseñándole la doctrina cristiana; y que todo el dicho tiempo en los actos de comunidad tenga el último lugar de todos, y por esta nuestra definitiva (sentencia), juzgando benignamente, así lo pronunciamos y mandamos".

Todo ello quedó plasmado en el Auto de Fe celebrado el 10 de julio de 1689; Fray Pedro de San José, días antes, había abjurado de todos sus errores y pedido misericordia, lo que puede que le librase de una muerte cierta, pero no de los azotes sobre su espalda desnuda, proporcionados por todos los hermanos de su comunidad por turnos con la excepción de los novicios (la "disciplina circular" que menciona la sentencia); en cualquier caso, tras la ejecución de su sentencia debió marchar para ser confinado en un monasterio designado al efecto y, como sostienen algunos autores, el monje manriqueño pasó su vida entre grandes muestras de arrepentimiento y dolor; por cierto, la llamada Glorieta de San Diego aún permanece en pie como acceso a la Plaza de España, pero esa, esa ya es harina de otro costal.


18 noviembre, 2024

Por el Prado.

Uno de los espacios más amplios de la ciudad, y de los que más variedad de usos ha tenido, es aquel que sirvió desde necrópolis-cementerio hasta campo de fútbol, pasando por cine de verano, lugar de ejecuciones inquisitoriales o real de feria de ganados. El lector avispado ya sabrá de por dónde "van los tiros", así que, para variar, vamos a lo que vamos.

La fundación de Sevilla, allá por el siglo VIII a. C., tuvo lugar con toda seguridad en la zona más elevada, una suave colina cuya cima ahora estaría conformada por los barrios de la Alfalfa y Santa Cruz, y con posterioridad, se extendería enmarcada en los cauces del Guadalquivir, el Tamarguillo y el Tagarete. Al sur, ocupando una extensa llanura, se situaría una enorme franja de tierra llana que con el tiempo, donada a la ciudad por Alfonso X en el siglo XIII, fue dedicada a pastos para el ganado del pueblo, y que con el tiempo, allá por el siglo XV, recibió el nombre de Prado de San Sebastián por la existencia de una ermita dedicada a dicho santo, ahora convertida en parroquia y sede de la Hermandad de la Paz, donde aún recibe culto una imagen de Nuestra Señora del Prado, realizada en madera tallada y policromada en el último cuarto del siglo XVI.

Richard Ford: Cementerio de San Sebastián. 1832.

 Lo que en principio era un apacible e inundable terreno, sometido a las crecidas del río y a las caprichosas riadas del Tagarete, ahora canalizado bajo tierra, poco a poco fue perdiendo terreno por la cesión su uso. Así, sin olvidar su empleo como cementerio en tiempos de epidemias, el llamado Prado de San Sebastián vio mermado su espacio primeramente a finales del siglo XVI con el establecimiento del convento franciscano de San Diego, que ahora estaría ubicado sobre los terrenos que ocupa el Casino de la Exposición; más adelante, nos situamos ya en el XVII, la ciudad concedió suelo para la construcción de la Escuela Naútica de San Telmo, cuyo edificio (posterior, del XVIII) fue residencia de los Duques de Montpensier, Seminario Diocesano y ahora, sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía. 

El Prado en el Plano de Olavide (1771), el número 175 corresponde al Quemadero de la Inquisición.

Uno de los elementos más interesantes (y menos agradables) que conformaban aquel primitivo Prado de San Sebastián fue el denominado Quemadero de la Inquisición, y que el antes mencionado profesor Aguilar sitúa en la zona en la que actualmente se halla el monumento ecuestre del Cid Campeador (El Caballo, para entendernos, configurado entre 1927 y 1929). Utilizado por la Inquisición para ejecutar sentencias, constaba al parecer de un tablado de treinta varas de anchura por dos de altura, con un hueco central para encender la hoguera, sostenido por cuatro columnas empotradas en postes de ladrillo y campeando sobre ellas cuatro estatuas de barro cocido; ironías del Destino, según el poeta sevillano del XVI Alonso de Fuentes, el artífice que lo construyó fue el primero que en él se quemó, por descubrirse sus ocultas creencias judías.  

Monumento a El Cid, Casino de la Exposición y, al fondo Pabellón de Chile.

Aunque no es menos cierto que aquel espacio fue durante años zona de asueto y jolgorio para el pueblo, el hecho de que allí culminasen los autos de fe del Santo Oficio, como el celebrado el 13 de abril de 1660, en el que fueron quemadas vivas siete personas, confería a aquella zona un aire ciertamente amenazador; la multitud congregada para la macabra ceremonia que comentábamos fue tan numerosa en aquella ocasión que, como cuenta el ineludible Antonio Domínguez Ortiz, las autoridades hubieron de indemnizar a un labrador por haber pisoteado sus sembrados y cerrar las puertas de la ciudad para mantener el orden ante la enorme afluencia de gente, ordenándose incluso a los vecinos encender luces en balcones y ventanas por aquello de la "seguridad ciudadana".

Richard Ford: Prado de Sebastián. Detalle. 1832.

Sin uso ya a finales del XVIII, pues a la Beata Dolores le cabe el triste honor de ser la última en ser pasto de las llamas tras morir ahorcada en agosto de 1781, todavía el 26 de abril de 1814 fue empleado, quizá por última vez, para quemar un pelele que representaba a Napoleón Bonaparte, burla ejecutada por vecinos de la calle Tintores. Ataviado con tricornio y banda plateada, el monigote llegó al lugar llevado sobre un asno tras pasear por las calles principales de la ciudad y recibir todo tipo de improperios. Una vez allí, fue tiroteado quemado y sus "restos mortales" arrojados al Tagarete, entre "Mueras" a Napoleón y gritos de júbilo.

No podemos olvidar tampoco que el Prado (a secas, como lo llamamos los sevillanos) era encrucijada de caminos: los que partían desde Sevilla hacia San Bernardo, Utrera y Dos Hermanas, incluso en 1775 se abrió una ancha calzada que conectaba el Prado con la Fundición de Artillería y San Juan de los Teatinos, a orillas del Guadaira. Por aquel entonces, lo afirma el catedrático Aguilar Piñal, el Prado ocupaba cincuenta fanegas, o lo que es lo mismo, unas treinta y cuatro hectáreas (ahora serían siete) y prosiguió modificando su aspecto; uno de los más significativos edificios será la Fábrica de Tabacos, cuyos cimientos comenzaron a colocarse en 1728 y su inauguración en 1757 interpuso el soberbio edificio entre San Diego y el Tagarete, pero en el siglo XIX un suceso cambiará para siempre el uso del Prado: la creación de la Feria de Ganados, germen de la Feria de abril.

Efectivamente, la iniciativa de los industriales Bonaplata e Ibarra de 1847, aprobada por el Ayuntamiento, culminará con la transformación de buena parte del espacio para la colocación de casetas, quioscos y atracciones de feria, sin olvidar detalles como la iluminación o la instalación de la famosa Pasarela, de la que hablamos en otro momento. Curiosamente, la caseta del Círculo Mercantil, una estructura metálica de carácter permanente que aún se conserva en una Bodega en las afueras de Bollullos Par del Condado, servirá de vestuarios a los jugadores del Sevilla F. C. cuando el club celebre allí sus encuentros futbolísticos entre 1913 y 1918. A todo ello habrá que añadir y destacar, sin duda, la aparición del ferrocarril en Sevilla con construcción de la cercana Estación de Cádiz o San Bernardo en 1902, la Exposición Iberoamericana de 1929, que configurará uno de los extremos de Prado con la Plaza de España y el propio pabellón de Portugal, o la ejecución de una serie de viviendas de carácter municipal entre 1938-1944 que vendrá unida a la nueva Estación de Autobuses, según planos del arquitecto Rodrigo Medina Benjumea. 

Cuando en 1971 se inaugure el conjunto de edificios de los Juzgados poco quedará de aquel extenso Prado lleno de vegetación en tiempos medievales, de hecho, dos años después, la Feria se trasladará a Los Remedios y todo ese amplio espacio tendrá uso de lo más dispar, desde cines de verano hasta parques de atracciones (noria gigante incluida), pasando por efímero escenario de espectáculos musicales (aquellos "Cita en Sevilla" de los ochenta) o los actuales jardines, inaugurados en 1997, por no mencionar el casi "tradicional" Festival de las Naciones o, nos lo dejábamos en el tintero, que en aquel lugar, en 1916, intentó construirse un rascacielos.

Como el pasado siempre está presente, merece la pena destacarse el hecho, investigado por Laura Victoria Mercado Hervás en su tesis doctoral de 2020, de que durante la construcción de la estación de Metro del Prado y durante la preceptiva excavación arqueológica en 2004 aparecieron los restos de una necrópolis de entre mediados del siglos I a. C. hasta el siglo II d. C. con 196 enterramientos en cinco niveles que se ven interrumpidos por una inundación del Tagarete, lo que viene a demostrar la influencia de esta zona en la Hispalis romana, pero esa, esa ya es harina de otro costal. 








11 noviembre, 2024

Bailén.

Transitada según en qué tramos, en esta ocasión nos vamos a recorrer una calle que en su tiempo pasaba por dos conventos, que fue escenario de robos y riñas a espadas, recibió varios nombres a lo largo de la historia e incluso a ella, cuando le dejaban, se asomaba cierto príncipe, viejo conocido de estas páginas, pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Desde San Pablo hasta casi la Puerta Real, la calle Bailén serpentea entre la Magdalena y el Museo; no deja de ser curiosa la serie de nombres que recibió en siglos pasados, pues el primer tramo, que coincide con la cabecera de la actual parroquia de la Magdalena (antiguo convento dominico de San Pablo) se llamó durante desde la primera mitad del siglo XV Dormitorio de San Pablo y también Pergaminería Vieja, mientras que el otro tramo, el que finaliza en Alfonso XII tras pasar por la cabecera de la iglesia de la antigua Casa Grande de la Merced, se llamó calle del Abc, sin que por supuesto tal denominación tuviera algo que ver con cierto periódico local, antes bien, historiadores locales como González de León lo atribuyeron a la presencia en esta vía de unas escuelas para niños en tiempos del rey Pedro I. 

Plano de Olavide. 1771.

Con un marcado carácter residencial, la calle albergó las sedes de importantes instituciones en su tiempo, como el Gobierno Civil, el llamado colegio de San Ramón (donde estudió el poeta Luis Cernuda entre 1913 y 1915) o una Casa Cuartel de la Benemérita, así como una Droguería o la afamada Botica de San Pablo, ésta casi en el comienzo de la calle que da a Murillo y San Pablo. Por cierto, el hecho de que los dormitorios dominicos dieran a ella sirvió para que a través de sus ventanales lanzara monedas de plata a los sevillanos el famoso (y falso) Príncipe de Módena durante su reclusión en el mencionado convento allá por 1748.

Plano de Olavide. 1771.

Sin embargo, dos sucesos destacan en esta calle, relatados por eruditos y cronistas:

El primero hace alusión a una revuelta popular, el denominado Motín de la Feria, acaecido en 1652 tras varios años de epidemias, malas cosechas y carestías. Levantada en armas parte de la población, cuenta Álvarez Benavides, siguiendo una relación anónima, que un grupo de sombrereros marchaba armado gritando aquello de "Viva el Rey, muera el mal gobierno", cuando uno de los sublevados, ya bajo los efectos del alcohol en abundancia osó gritar "Muera el Rey"; su muerte (la del sublevado ebrio) habría sido segura de no mediar por él, espada en mano, el alguacil Gonzalo de Córdoba, quien en medio de la tumultuosa refriega, mató de una certera estocada a un mozo, de Triana por más señas. La ira popular provocó que el infortunado alguacil pusiera pies en polvorosa para salvar su vida in extremis, refugiándose en el convento de San Buenaventura. 

Sin embargo, la multitud, deseosa de venganza, saqueó su casa de la calle Catalanes (ahora Albareda) y mató de forma brutal su caballo, "con tanta crueldad, que lo hacían pedazos como si lo hubieran de pesar a libras". Sin embargo, los rumores de que Gonzalo de Córdoba no estaba en la calle Carlos Cañal sino en el cercano convento de San Pablo, provocaron que la multitud sitiara el lugar, rodeando las calles Cantarranas, San Pedro Mártir y ésta que relatamos y exigiendo la salida del estoqueador. Pese a los ruegos de las autoridades, la gente no consintió en marchar hasta que los dominicos franquearon las puertas y la masa entró y registró palmo a palmo el convento, desde desvanes a bóvedas pasando por la propia celda del prior, con graves daños y sin conseguir capturar al alguacil, cuyo rastro finalmente se dio por perdido.

Foto: Reyes de Escalona. 

 El otro suceso, también recogido por Álvarez Benavides, tuvo lugar en 1849. Poco podían sospechar los vecinos de la calle que los pacíficos arrendatarios de la casa número 16 eran en realidad auténticos expertos excavaciones, y no arqueológicas, precisamente, sino en túneles y que con sus amplios conocimientos estaban construyendo un eficaz pasadizo subterráneo con todos sus aditamentos, un metro de ancho, metro y medio de altura y que era capaz de soportar el tránsito de carruajes por encima. ¿Cuáles eran sus intenciones delictivas? Parece ser que el túnel se dirigía hacia la cercana Tesorería de San Pablo, pero la casualidad o la mala suerte, hicieron que la obra bajo tierra fuera descubierta y detenidos los cacos "zapadores". Por cierto, al ayuntamiento le costó quinientos reales rellenar la zanja dejada por el túnel y aplanar la zona con total seguridad para viandantes.

Finalmente, a mediados del XIX el consistorio hispalense tomó el acuerdo de rotular Dormitorio de San Pablo con su actual apelativo, Bailén, que homenajea la victoria española contra las tropas napoleónicas en la batalla acontecida en 1808 y de la que salió consagrado como héroe nacional el general Castaños y en 1868 el nombre de dicha batalla pasó a figurar en todo el tramo, desapareciendo el simpático nombre de "Abc".                                            

Coincidiendo casi con esta circunstancia, en 1842 se derribó la primitiva parroquia de la Magdalena, dejando como testigo la plaza del mismo nombre, alojándose la parroquia en el antiguo convento de San Pablo. Como recuerdo, aún quedan en la propia calle Bailén algunas lápidas que sirven como recordatorio para pedir los Santos Sacramentos a deshoras, y ya que estamos con referencia históricas, en el número 38 de la calle se puede apreciar un azulejo que recuerda que en esa casa falleció en 1978 el pintor alicantino afincado en Sevilla Domingo Gimeno Fuster y, una vez pasada la casa hermandad del Museo, en la esquina de la calle con Alfonso XII otro azulejo recuerda, ahora que las tenemos tan desgraciadamente presentes por los sucesos de Valencia, una riada con este texto: 

"A las nueve de la noche del miércoles 28 de diciembre de 1796, siendo Asistente de esta ciudad el Excelentísimo Señor Don Manuel Cándido Moreno, subió el río en los contornos exteriores de ella hasta el nivel correspondiente al pie de este azulejo".

Vaya nuestro recuerdo, pues, para la buena gente de Valencia, para las víctimas de las inundaciones y para todos los voluntarios que están luchando contra la desolación y la desesperanza. Nuestro aplauso para ellos.