Arrancando año como suele decirse, en esta ocasión, abrigándonos mucho, eso sí, nos vamos a marchar muy cerquita de donde se encuentra la venerada imagen de Jesús Cautivo de San Ildefonso, para dar detalles de una calle que ostentó varios nombres hasta el actual y fue residencia de un personaje fruto de una época concreta. Pero para variar, vamos a lo que vamos.
Foto Reyes Escalona. |
Estrecha y peatonal (aún subsiste un solitario marmolillo de los antiguos de metal fundido), entre Boteros-San Ildefonso y Vírgenes-Águilas, la actual calle Deán López Cepero pasaría desapercibida de no ser por haber sido llamada de diferentes maneras a lo largo de su dilatada historia; se sabe que desde 1438, como mínimo, se llamó Alcoba del Baño y ya en el XVI Alcabala del Baño, nombres debidos a la presencia de unos baños en la esquina con San Ildefonso. En 1584 se llamaba calle Barba, sin que sepamos si hubo por allí barbería o gentes con aquel apellido y desde mediados del siglo XVII y hasta 1893 tomó el nombre Caraballo o Carballo, puede que por haber contado entre sus vecinos con algún personaje llamado así.
Foto Reyes Escalona. |
Como decíamos, en ese 1893 el ayuntamiento le otorgó el apelativo de Deán López Cepero, en honor a Manuel López Cepero, sacerdote y político nacido en Jerez de la Frontera en 1778 y que estuvo siempre de parte de las ideas liberales y constitucionalistas a lo largo del turbulento siglo XIX español, pasando de capellán castrense con el general Castaños (el vencedor de Bailén frente a los invasores franceses) a diputado en Cortes durante el llamado Trienio Liberal, lo que, al regreso del absolutismo de Fernando VII le supondrá pena de prisión por sus ideas en los recintos cartujanos de Sevilla y Cazalla de la Sierra. Senador vitalicio, catedrático y decano de la Facultad de Teología, párroco del Sagrario, atesorará una interesante colección de obras de arte, fruto de las desamortizaciones, con más de ochocientas piezas, que sus herederos sacarán a subasta tras su muerte en 1858, considerándosele uno de los promotores del actual Museo de Bellas Artes de Sevilla.
José Gutiérrez de la Vega: Manuel López Cepero, 1817. Museo de Pontevedra. |
Como calle cercana a la fábrica de tabacos de la actual plaza del Cristo de Burgos, en San Pedro y a la zona de Odreros y Boteros, donde estaba la calle de Vinaterías (Sales y Ferré), llena de mesones y tabernas, a buen seguro por ese motivo estuvo en esta calle que comentamos el conocido como Mesón de la Cruz.
Sin embargo, una de las moradoras más peculiares de esta antigua calle, despertó la curiosidad de los sevillanos, siempre deseosos de novedades y escándalos allá por el siglo XVII. La llamaban la señora Marcela y vivía de modo modesto y recatado, sin lujos y dispendios; poco sabían sus vecinos sobre ella, salvo que era de condición humilde y carácter reservado, que era respetada por todos y que apenas abandonaba su morada para acudir a misa al cercano convento de San Leandro y regresar con su talega con provisiones para su sustento diario. Hasta ahí todo, aparentemente, normal. Una vecina más.
Sin embargo, la tranquilidad de la zona quedó rota cierto día para consternación de sus moradores. Alguaciles de la justicia aporrearon la puerta de la casa de la anciana y de modo violento procedieron a su detención siguiendo la denuncia del joven conde de Arenales, quien había decido "tirar de la manta" y sacar a la luz el verdadero y rentable oficio al que se dedicaba Marcela, pues andando en amoríos con cierta doncella, supo el noble de oídas que dicha señora podía hacer de "Celestina" o trotaconventos para lograr sus propósitos amorosos, mas, decepcionado al fin por no conseguir el ansiado tesoro, el joven aristócrata optó, como narrábamos, por denunciar a quien le había prometido todo con buenas palabras y frases esperanzadoras, previo pago de unas buenas monedas, eso sí, para luego, a la postre, quedarse "con el santo y la limosna".
Gerard van Honthorst: La alcahueta. 1652. |
Condenada de manera fulminante por ejercer como alcahueta (término que procede del árabe Al-qawwád, que significa ejercer de mensajero) delito muy mal visto ya en tiempos de Alfonso X en que era considerada conducta "ilícita e infame" aunque era moneda corriente, la señora Marcela fue sentenciada a salir a las calles de Sevilla "emplumada" en pública vergüenza y escarnio, pero ¿Cómo se desarrollaba la ejecución de tal sentencia? Será mejor que nos lo cuente nuestro buen cronista Álvarez Benavides:
"A las once de la mañana el verdugo iba junto a la condenada y, ayudado de sus criados, la desnudaban enteramente de cintura para arriba. Luego untaba el cuerpo con una espesa capa de miel. Hecho esto le ponía una coroza o gorro de cartón rematado en punta. Así disfrazada, la paciente era puesta en un asno se la ataba al cuello una especie de argolla fija a una barra de hierro cuyo extremo inferior se apoyaba sobre la albarda, después la paseaban muy despacio por medio de dos filas de soldados y alguaciles y seguida por una multitud del pueblo. La cabalgata hacía alto en las principales calles de la ciudad, y a cada alto el pregonero leía en voz alta la sentencia que condenaba a la paciente a ser emplumada diciendo por qué; el pregonero acababa siempre con esta fórmula: quien tal hizo que tal pague.
Pronunciadas estas palabras el verdugo tomaba dos puñados de plumas y las arrojaba sobre la miel de que el cuerpo estaba lleno: las plumas quedaban pegadas, lo que al cabo de algún tiempo le daba un aspecto a la vez horrible y grosero que hacía reír a la muchedumbre".
Las calles por las que pasaba tan insólito cortejo eran normalmente las mismas que las de las procesión del Corpus, saliendo de la Cárcel Real hacia la catedral por Sierpes, San Francisco y Génova (actual Avenida) para regresar por Alemanes, Francos, Culebras (ahora, Villegas), Salvador, Cuna, Cerrajería y de nuevo a Sierpes para finalizar de nuevo en la Cárcel Real. Ni que decir tiene que ejecuciones de sentencias como ésta abarrotaban las calles y buscaban servir de cruel escarmiento, algo que a doña Marcela, aquella discreta señora de la calle Carballo nunca olvidaría, sin que sepamos si fue también azotada, si quedó recluida en la cárcel o si enviada al destierro, castigo final aplicado en estos casos por aquellos años. Por cierto, quede constancia de que aún en el siglo XIX seguía realizándose esta vergonzosa práctica de emplumar a mujeres, pero esa, esa es harina de otro costal.