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30 enero, 2023

En pie de guerra.

La pasada semana comentábamos lo accidentado de aquel invierno de 1884-85, y aludíamos a que durante aquel año 85 incluso la ciudad contemplaría estupefacta hasta una sublevación laboral femenina, protagonizada por un "gremio" que da nombre a una conocida cofradía y que fue inmortalizado en la literatura, el cine y, como no, la ópera. Pero como siempre, vayamos por partes. 

La Real Fábrica de Tabacos había comenzado su producción en torno a 1610, y constó en principio de un único caserón frente a la parroquia de San Pedro; entre 1669 y 1670 se construyó una nueva nave para albergar cinco nuevos molinos, estancias y demás dependencias, lo que supuso que casi a finales del XVII la primitiva y modesta fábrica fuera ya un desordenado conglomerado de construcciones diversas en un laberinto de pasillos o callejas al aire libre. No iban mal las cosas, pues, prueba de la calidad de la producción fue que prácticamente, en unión de Gijón o Cádiz, obtuviera la primacía en cuanto a la venta casi en monopolio por parte de la Corona, quien además obtenía no poco beneficio con los impuestos y tasas que cobraba por el tabaco (más o menos como en nuestros días). 


 Tras no pocas peripecias, en 1757 se inauguró el nuevo y flamante edificio de la Fábrica de Tabacos en la actual calle San Fernando, denominado por el viajero Richard Ford como "Escorial del Tabaco" y en él prosiguió la producción de diversas elaboraciones tabaqueras. Por supuesto, en todo momento la mano de obra fue masculina, aunque a finales del XVIII y comienzos del XIX concurrirán dos factores que harán desaparecer esta exclusividad: por un lado, las quejas sobre el descenso de la calidad de las labores sevillanas y la penuria económica provocada por la Guerra de Independencia, que incluso provocó la expulsión de más de setecientos cigarreros, como indicó el profesor Pozo Ruiz. 

Por tanto, en febrero de 1813 quedaba constituido el llamado "Establecimiento de Mujeres", formado por aprendizas sevillanas y veteranas cigarreras gaditanas venidas de la fábrica de allá; poco a poco, los hombres quedarán relegados a la producción de tabaco en polvo y rapé, que necesitaba de menos destreza y mayor esfuerzo físico y que, dicho sea de paso, se hallaba en retroceso ante el crecimiento del consumo del cigarrillo de papel. 

 El esquema de las cigarreras sevillanas (con emolumentos mucho más bajos que los hombres, hay que destacarlo) recordaba no poco el de cualquier estructura gremial, con capatazas, maestras, pureras, cigarreras y aprendizas, y detalles como el de que la maestra que enseñaba a una aprendiza obtenía un tercio del jornal de ésta hasta que lograba el rango de "purera" o lo que es lo mismo, de experta capaz de liar las hojas de tabaco con habilidad y maestría, proceso llamado coloquialmente "hacer el niño" en alusión a lo que era saber envolver en pañales a un bebé, sin excesiva presión, pero también sin holguras (como se ve, todo un arte). Es fácil pensar que las condiciones laborales no eran fáciles, las cigarreras, como bien reflejó Gonzalo Bilbao en su genial aproximación pictórica al tema, se agrupaban, en condiciones de frío de espanto en invierno y sofocante calor en verano, en los denominados "ranchos" con media docena de empleadas bajo la supervisión de la "ama de rancho", encargada del perfecto cumplimiento de la tarea asignada y de la entrega y recogida de los materiales, todo ello debidamente reglamentado.


 En 1869 el periodista y dramaturgo francés Jules Claretie las describía así, con cierta idealización,  dentro del ambiente de las naves de la fábrica:

"Tienen la misma gracia sana y apetitosa. Estos millares de cabezas morenas donde, aquí y allá, amarillean algunas cabelleras de oro; estas cabezas vivas agitadas, todas adornadas de flores rojas; estas blusas entreabiertas, estas faldas claras, estos niños en las cunas, situados al lado de sus madres y que ellas mecen mientras trabajan; estos vestidos colgados en la pared, como los cachivaches en la casa del revendedor; este sol andaluz jugando sobre estos brazos redondos, sobre estos cuellos elegantes, sobre estas manos que lían alegremente..."

 Existía por tanto una fuerza de trabajo muy jerarquizada, que se nutría de auténticas sagas familiares, y que necesitaba de cierto control, pues eran frecuentes las reyertas, los tumultos (como el de mayo de 1842 por la baja calidad de la producción) y los intentos de robo de material ya terminado para ser vendido en el exterior de manera ilegal, de ahí que el amenazante edificio de la Cárcel (ahora Departamento de Historia Moderna) fuera una presencia más que necesaria en unos tiempos, mediados ya del siglo XIX en que los viajeros románticos van a caer rendidos ante el tópico y la presencia de la cigarrera sevillana, atrevida, desenvuelta y nada sujeta a convencionalismos sociales: la figura de Carmen la Cigarrera nace de la mano del escritor francés Próspero Merimeé (1847) y será perpetuada musicalmente por George Bizet en 1875. Precisamente Don Próspero alimentaba, y de qué manera,  tópico al describir el ambiente que rodeaba a Carmen: 

«Sabrá, señor, que hay de cuatrocientas a quinientas mujeres empleadas en la fábrica. Son las que lían los cigarros en una gran sala, donde los hombres no entran sin un permiso del Veinticuatro, porque cuando hace calor, se aligeran de ropa, sobre todo las jóvenes. A la hora en que las obreras vuelven después de comer, muchos jóvenes van a verlas pasar y se las dicen de todos los colores. Pocas de ellas rehúsan una mantilla de glasé, y los aficionados a esa pesca no tienen más que agacharse para coger el pez».
Monumento a Carmen la Cigarrera, por Sebastián Santos. 1973.
Foto: Reyes de Escalona

Precisamente diez años después del estreno de la "Carmen" de Bizet, en marzo de 1885, se desembarcaba en el puerto de la ciudad el cargamento de un navío, consistente, entre otros elementos, en una flamante máquina trilladora último modelo que, según el historiador Joaquín Guichot, había sido traída a Sevilla para su exhibición durante la próxima Feria de Abril. Sin embargo, un bromista no tuvo otra ocurrencia que colocar sobre el embalaje de la máquina un letrero que ponía en gran tamaño "Máquina para hacer pitillos". El cartelón y su contenido pronto corrieron como la pólvora por toda la ciudad.

Aquel 23 de marzo una pesada niebla envolvía las inmediaciones de la Fábrica de Tabacos. Arrebujadas en sus mantones oscuros, sorteando charcos, las cigarerras van llegando en grupos a sus quehaceres, unas desde Triana, otras desde San Bernardo, otras desde otros barrios; al llegar, todas se encuentran de sopetón con la noticia del desembarco y posible instalación de la "famosa" máquina para fabricar cigarrillos: el rumor tomaba cuerpo de realidad. Hay corrillos, conversaciones. Peligran sus empleos, hay que hacer algo. Desde las ventanas superiores, los empleados, los oficinistas, algún directivo, contemplan en silencio la concentración. Inquietas, las más enardecidas comienzan a protestar a gritos ante la soberbia portada de piedra de Cayetano de Acosta, invitando a sus compañeras a no entrar a trabajar y a unirse a la incipiente movilización. Tienen éxito. Los ánimos se caldean. Las cigarreras están en pié de guerra.

La protesta y el griterío dan paso a la acción descontrolada y a la violencia. De entre un grupo de cigarreras alguien lanza una piedra contra un ventanal, cuyos cristales saltan en pedazos con estrépito. Durante el intenso apedreamiento de la fábrica, no queda cristal o farola íntegro de la planta baja, por no hablar de la invasión y destrucción del mobiliario de los despachos del Administrador y del Contador, con cientos de documentos volando por los aires, tinteros desparramados y sillas y mesas hechas astillas. Exaltados los ánimos, una multitud furiosa arrasa todo lo que encuentra a su paso cruzando pasillos, galerías y patios. 

A la mañana siguiente, tras una tumultuosa reunión asamblearia a las puertas del edificio de la calle San Fernando, las cigarreras deciden entrar de nuevo en la fábrica sorteando el piquete de carabineros y proseguir con las protestas, pero las proclamas y consignas se ven interrumpidas bruscamente: un secretario de fino bigotillo y lentes sobre su nariz anuncia pomposamente que viene el señor de Leguina, el Gobernador Civil. Levita, bastón y bombín, sus palabras bienintencionadas y sus intentos apaciguadores al proclamar que no habría despidos y que lo de la máquina es un bulo no evitan que apresuradamente haya de poner pies en polvorosa ante una auténtica lluvia de piedras y palos que le hace incluso perder su sombrero, mientras la Guardia Civil a caballo obedece la orden de cargar contra las amotinadas para reprimirlas.

Así lo contaba la prensa de aquellos días: 

"A las doce empezaron a salir de la Fábrica las insurrectas, en número de trescientas, yendo casi todas provistas de grandes palos en cuyos extremos llevaban sujetos los pañuelos de la cabeza y prorrumpiendo en gritos de ¡Al gobierno civil! ¡No admitimos "coba"! ¡Abajo las máquinas!. Se dirigieron por las calles San Fernando, Maese Rodrigo, Santo Tomás, Gradas de la Catedral, Génova y Plaza de la Constitución; frente a las Casas Consistoriales redoblaron las amenazas, profiriendo muchas en términos poco decorosos, y no contentas con esto, arrojaron una verdadera granizada de piedras a la fachada del palacio del Municipio, rompiendo todos los cristales de las ventanas bajas."

Tras un recorrido por diversas sedes gubernamentales las cigarreras regresan a la Fábrica de Tabacos, seguidas por una multitud que las acompaña y anima; las tropas allí dispuestas logran disolver la manifestación con cierto número de heridos y contusionados, que son atendidos allí mismo. De todos modos, nada parece calmar la ira de las cigarreras, atemorizadas porque desaparezcan sus puestos de trabajo con la llegada de la tan temida mecanización, una reacción paralela a todo el desarrollo industrial europeo, por otra parte. 


Finalmente, con el fin de calmar los ánimos y temeroso de que la situación se le vaya aún más de las manos, el Gobernador Civil promulga un edicto que es distribuido en los puntos más importantes de la ciudad, con estos términos: 
"SEVILLANOS: con el falso pretexto de la instalación de una máquina, se han promovido ayer y hoy graves desórdenes en la Fábrica de Tabacos. Garantizo que nadie ha pensado en máquina semejante, y por lo tanto cumplo con el deber de advertir que estoy dispuesto a reprimir cualquier desorden, confiando en que la reconocida prudencia de este pueblo hará inútil toda medida de rigor.- Sevilla 24 de marzo de 1885.- El gobernador civil, Enrique de Lequina".

Todo parece indicar que el comunicado gubernamental surtió el efecto deseado, pues las cigarreras quedaron convencidas de la continuidad de sus labores tabaqueras y el motín quedó diluido como por ensalmo, con la misma celeridad que la que tuvo para organizarse, dejando un rastro de destrozos materiales y bastantes contusiones. A lo largo de los años siguientes, y siempre reivindicando mejoras laborales, las cigarreras siguieron manifestándose y movilizándose, pero esa, esa ya es otra historia...

21 febrero, 2022

Entre Cruces.

 

Al entrar en la Parroquia de Omnium Sanctorum, sita en la popular calle Feria, llaman la atención varias cruces de cerrajería, de gran tamaño, situadas, una en su fachada principal y otras dos en el lateral interior de su puerta principal, recuerdo de tiempos pasados, en los que, como hemos comentado en ocasiones anteriores, la colocación del símbolo cristiano por excelencia en plazas y calles era tan frecuente que raro era el espacio urbano hispalense que careciese de este tipo de elementos; por un lado, sacralizaban el entorno y por otro, evitaban que a su alrededor se arrojasen basuras o inmundicias. En el siglo XIX el Consistorio decidió retirar la mayoría de estas cruces, entre ellas la famosa de la Cerrajería, perdiéndose muchas y conservándose no pocas, como en el caso que nos ocupa. Pero como siempre, vayamos por partes.


La primera de ellas es la llamada Cruz de Caravaca; recuerda a la cruz venerada en Caravaca de la Cruz (Murcia) y que según la tradición apareció  portada por los aires por sendos ángeles en el transcurso de una Eucaristía, tras carecer de ella el sacerdote que la oficiaba, prisionero de los musulmanes allá por el siglo XIII. 

El historiador y cronista sevillano Luis Montoto (1851-1929) obtuvo datos muy interesantes sobre la de Omnium Sanctorum, como que por ejemplo que ya en el siglo XVII se encontraba ya erigida, pues allá por agosto de 1616, como se denunció entonces, junto a ella se acumulaban las maderas y tablones de un grupo de miembros del gremio de carpinteros, provocando con ello molestias para el vecindario, que veía impedido el paso. Al decir de la resolución municipal de la época: "acordóse de conformidad que se le notifique a las personas afectadas en esta causa que dejen el paso libre de la calle de manera que se pueda pasar por ella sin estorbo y no se proceda contra ninguno de ellos"

Por otra parte, durante la sublevación popular del barrio de la Feria de 1652, el llamado "Motín del Pendón Verde" en contra de los elevados precios y de la falta de pan, se dio el caso de que uno de sus cabecillas, Francisco Portillo de nombre y batidor de oro de oficio, desarticulada la revuelta, según cuenta Álvarez Benavides: 

"Túvose noticia que estaba en su casa, de donde lo sacaron y junto a la Cruz de Caravaca lo confesaron y arcabucearon, colgándolo con los otros dos de diferentes rejas; y sucedió que estando Francisco Portillo cercado del escuadrón, llegó su mujer dando gritos, quiso romper el cerco y llegar, más los soldados no lo consintieron y presenció la infeliz la muerte de su marido."

Los otros dos cabecillas aludidos en el texto fueron apresados tras dar con ellos escondidos tras un altar en la parroquia de Omnium Sanctorum, siendo ejecutados en las inmediaciones de la actual Plaza de Calderón de la Barca y sus cadáveres expuestos públicamente para escarnio y advertencia en otra de las cruces de la collación: la Cruz Verde.

En torno a esta cruz de Caravaca se fundó una Hermandad para rendirle culto, que incluso contó con Reglas aprobadas por el Arzobispado y que llegado el mes de mayo, solicitaba permiso para colocar toldos con los que cubrir la zona a la hora de celebrar la fiesta de la Cruz, siendo restaurada dicho emblema en 1804 con una solemne función en su honor con luces y música y colocándosele una reja para protegerla en 1839. Como puede apreciarse, no era una cruz carente de oraciones y devoción.

En junio de 1840 el carácter reinvindicativo de los vecinos de la collación saldrá de nuevo a relucir, en este caso tras la retirada de la Cruz de Caravaca de su peana, hecho que acaeció de madrugada obedeciendo ello a órdenes dictadas por el Ayuntamiento, órdenes que buscaban al parecer el despejar las calles y plazas de este tipo de elementos, porque, se decía, entorpecían el transitar de viandantes y carruajes. El problema radicó en que la cruz fue entregada, mejor dicho, vendida por "cuarenta y pico reales", para sorpresa de vecinos y devotos, al cura de la "lejana" parroquia de San Marcos, sin que se sepa muy bien por qué, y ello ocasionó toda una tempestuosa oleada de quejas y protestas que culminó con la presentación de un escrito firmado por casi cincuenta vecinos de la Feria en el que afirmaban desear seguir dando culto a la Santa Cruz y que por tanto rogaban mandar que se les entregase.

El Ayuntamiento cedió y finalmente la cruz fue repuesta, aunque por poco tiempo, ya que de modo irrevocable se ordenará su supresión de la calle, ya en el año 1855. Un vecino narró cómo pudo trasladarse la cruz al interior de Omnium Sanctorum: 

"De la dicha parroquia salió un sacerdote revestido de alba, estola y manípulo, acompañado del clero de la misma iglesia parroquial, y al llegar al sitio donde estaba la cruz, que era inmediato a la Correduría, la quitaron de la peana donde estaba colocada, y formada procesión, la condujo dicho sacerdote sobre los hombros, sin embargo de ser tan pesada, ayudándole como cirineo uno de los clérigos que le acompañaban, llevándola así en esta forma hasta dicha iglesia, donde fue decentemente colocada y aún existe.

Esta cruz es de hierro y está pintada de amarillo, y tiene dos ángeles a los lados, también de hierro, que forman parte de su adorno." 



Otra otra cruz "compañera" de puerta es la llamada Cruz del Garfio, que poseyó este curioso nombre, ¿Por qué? el cronista González de León nos lo aclara al referirse a la calle donde estaba enclavada:

"Enmedio había una cruz grande de hierro sobre peana de material, en la cual estaba de firme un garfio o pescante, del que colgaban el peso o romana para pesar el carbón; y de este peso dejaban cierta limosna obligatoria para el culto de la dicha santa cruz, que del garfio que tenía en la peana tomó el nombre, y de ella y del peso lo tomó la calle"

 Efectivamente, sirvió como soporte para colocar en ella una balanza o "romana"; si decimos que la calle donde se ubicaba era la calle del Peso del Carbón (el actual tramo de Peris Mencheta más cercano a Feria) queda todo explicado, aunque hay que destacar que también poseyó hermandad propia, que se financiaba con aquellos donativos dejados tras cada "pesada" de carbón. 


En julio de 1816 se sabe que se estrenó un retablo para darle culto, sito en el muro exterior de Omnium Sanctorum más próximo al Mercado de Abastos, lo que indica que habría sido trasladada desde su ubicación primitiva, y allí convive con su otra "colega", así como con una tercera cruz llamada "de los Linos" (¿O quizá "del Triunfo"?), utilizada para marcar un cementerio de la Peste de 1649, reflejo de un tiempo en el que las cruces callejeras eran parte de la cotidianidad hispalense...

05 marzo, 2012

Indignados



Sucedió que faltaba trabajo, y que sequías llevaban a hambrunas, y hambrunas a epidemias, diezmando a la población (incrementada por plebe forastera) que padecía estos quebrantos y penalidades con un ojo puesto en el Creador y el otro en sus regidores, por aguardar misericordia de Aquel y esperar resoluciones de esotros. Poco restaba de pretéritos tiempos en que oro y plata fluían como ríos, en que prosperidad, bonanza y holgura alcanzaban a casi todos, cuando banca y cambistas hacían disponer de ilimitado crédito.


Descendían salarios, disminuía riqueza, apagábase comercio, cerraban industrias, mermaban ahorros, acrecentábanse miserias y a todo ello sumábase que arbitrios e impuestos ahogaban no poco, mientras que autoridades y poderosos vivían holgadamente desoyendo quejas y súplicas de pueblo llano y haciendo grosera ostentación de lujo y boato excesivo, percibiendo pingües rentas y disfrutando de prebendas y privilegios sin fin.

En olvido tiempos preclaros, en que parecía nadarse en abundancia, la funesta semilla del descontento halló fértil terreno en la aflicción, floreciendo primero insatisfacción frustrada, luego enojo insatisfecho, y más tarde franca irritación, abonada con rumores y comentarios venidos de la Corte en que se decía habría aún más gravámenes, tributos, recortes y ahorros por mor de la maltrecha hacienda estatal.


Sublevóse, pues,  alguna plebe y no tardaron en acrecentar en tropel su número por mor de desocupados, descontentos y algún que otro facineroso, que de todo había en aquella inusitada y confusa algarada, y que partiendo de humilde barrio dispuso encaminarse con ánimo exaltado y haciendo acopio de valor, hasta sede de gobierno donde reclamar sus justas peticiones a próceres hispalenses.
Mas como quiera que el tumulto aumentaba, que la masa enfurecíase cada vez más y que los sediciosos comenzaban a obrar iniquidades por doquier, haciendo mofa y escarnio de gobernantes, franqueando propiedades y allanando viviendas, liberando presos y tomando armerías, sin olvidar destrozos y barbaries en calles y plazas, determinó la Autoridad actuar contundentemente y dar escarmiento a los revoltosos, con grande acopio de caballería y artillería, quienes finalmente, los sediciosos, tras jornadas sangrientas de tumulto y violencia, fueron disueltos por fuerza de las armas, sus cabecillas condenados y arcabuceados por traidores y serenados los ánimos con promesas de mejoría de la situación.


Fue así, “grosso modo”, como discurrió aquel llamado “Motín de la Feria”, por la collación en que principió, aquel lejano año de gracia de 1652 bajo su Cristianísima Majestad Felipe IV (que en Gloria esté). Fuimos testigos y partícipes dello, de cómo prosperó el grito de “Viva el Rey y muera el Mal Gobierno”, mas es harina de otro costal, y nunca, por agora, volvimos a presenciar mayores desórdenes ni anarquías.