Dictamos estas letras aún impactados por la belleza de una mañana nublada en plena marisma.
Madrugamos no poco, y merced a amistosa y nunca bien agradecida invitación, pudimos en la jornada que hoy culmina, acudir a venerar a Santa María del Rocío en su anual procesión de Pentecostés.
Pocas palabras bastan para alabar su devoción e implorar su favor, mas como de gente bien nacida es ser agradecida, sirvan estas pobre imágenes como testimonio de un día iluminado por su enigmática sonrisa.
Sólo nos queda rogar a tan celestial Señora nos de venideras ocasiones para postrarnos a sus plantas como hoy hemos hecho y que, además, cubra con su manto inefable a todos a quienes queremos y apreciamos, en especial a los lectores de estas líneas y para que nuestro rumbo, bajo el timón del tierno Infante que tan preclara y bendita Dama porta en su regazo, alcance buen puerto en todo lo que hemos emprendido.
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