Una de las calles más típicas del barrio de Santa Cruz arranca en las cercanías del convento de las Teresas y finaliza en la Plaza de Alfaro, justo al lado del callejón del Agua; actualmente, desde el año 1840, recibe el nombre de Lope de Rueda, en honor al comediógrafo sevillano nacido en 1510 y fallecido en 1565.
Autor teatral, actor y célebre por ser, dicen, el precursor de la comedia del Siglo de Oro español, aunque sus comienzos fueron como batihoja, esto es, como artesano dedicado a la elaboración de láminas o panes de oro para retablos y demás piezas de madera tallada. Lope de Rueda, pues, fue el primer actor profesional en la España de su época, e incluso, se dice, después de fallecido se le negó en principio el entierro en sagrado en Córdoba por su condición de actor y autor teatral.
Pero en esta ocasión no van nuestras pesquisas por el insigne autor, sino por el enigmático nombre que poseyó la calle hasta bien entrado el siglo XIX: de Barrabás.
Ciertamente, el nombre alude al personaje citado en los cuatro Evangelios, en los que se le califica, en resumen, como un famoso salteador o bandido condenado a muerte, quizá el líder de un grupo guerrillero contra los romanos, pero en cualquier caso, el preferido por la multitud cuando Poncio Pilato, Gobernador de Judea con casa en la collación de San Esteban, lo de a elegir frente a Jesús. Figura controvertida por su maldad, pues, el “ser un Barrabás” o hacer una “barrabasada” tienen un marcado significado negativo, y quizá, por ahí vayan los tiros, valga la expresión, en cuanto al nombre de la calle que reseñamos.
Hay, que sepamos a ciencia cierta, dos teorías sobre el nombre de la calle; una, apunta a un morisco que vivió en aquella zona en el siglo XV y que fue liberado un Viernes Santo tras ser acusado del robo de unas colmenas, cosa sin duda hasta peligrosa, porque cultivar abejas en pleno barrio de Santa Cruz debía ser deporte de riesgo; la otra teoría nos proporciona un nombre, el de Fernando de Melgarejo, caballero de alto linaje que habitó en esa calle en pleno siglo XVII.
Chaves Rey, escritor sevillano del XIX, nos da detalles biográficos sobre este personaje linajudo, que ostentó el cargo de Veinticuatro de la Ciudad y pasaría a la historia local no precisamente por sus logros políticos. Casado con la noble dama doña Luisa Maldonado, Malgarejo, aburrido de su esposa, más proclive a rezos y labores hogareñas que a diversiones y jolgorios mundanos, puso sus ojos en una dama hispalense no exenta de belleza y donosura, Doña Dorotea Sandoval, casada con otro caballero, que poco quiso o pudo hacer para evitar la relación prohibida, pues el adulterio era severamente condenado en aquellos tiempos.
El amor, correspondido entre ambos, generó no pocas habladurías en la ciudad, sobre todo cuando ambos amantes no tuvieron tapujos en mostrarse en público, bien en paseos por la Alameda o el Río, bien en celebraciones como Semana Santa o el Corpus, protagonizando escenas poco edificantes en ciertos balcones de la calle de las Sierpes al paso de su procesión. Además, contaban con lujosa casa para sus encuentros, sin que Fernando Melgarejo reparase en gastos, lujos o caprichos para su amada.
La Justicia, enterada de la situación, tomó cartas en el asunto, decretando el destierro de la amante de Melgarejo, pero éste, como buen conocedor de los resortes legales y haciendo uso de su influencia como regidor de la ciudad, logró que regresase, y evitando su entrada en un convento para separarla de su gallardo amado.
¿Por qué, pues, el apodo de “Barrabás”? Al decir de los cronistas, nuestro caballero, dado su carácter violento e irascible, se ganó a pulso tal apelativo tras un suceso que en su momento se relató así:
“En cierta ocasión, como sorprendiera a un mozalbete haciendo desde la ventada de una casa frontera señas a doña Dorotea en punto que ésta también estaba al balcón, cogió a su amante violentamente y allí mismo dióle una monumental paliza, a la vista del honrado marido, que mientras zurraban a su esposa le decía con mucha flema:
- Amiga, ¿cuántas veces te dije que no te asomases a esa ventana; mira que el señor Don Fernando ha de venir a saberlo y ha de costarte muy caro?, -Y dirigiéndose al iracundo veinticuatro, le repetía: -Señor don Fernando, prometo a usted que tiene menos culpa Dorotea de lo que le han encarecido.”
Con tan ruin comportamiento, hoy día condenable, no es de extrañar que lograse tal apodo, y que al poco tiempo, el 16 de junio de 1627, falleciera Dorotea, sin que por ello nuestro Barrabás, afligido, dicen, dejase de costearle docenas de misas por su alma en todos los templos de la ciudad amén de un funeral digno de una princesa por su pompa y solemnidad, asistiendo lo más granado de la aristocracia sevillana.
Algún testigo de lo sucedido proclama que la dama resultó envenenada, pero no por su amante, sino por la esposa de aquel y que ésta moriría dignamente poco después. Para concluir, Fernando Melgarejo, se afirma, morirá en duelo a espada con un desconocido contrincante, dejando como recuerdo un nombre en una calle, sin duda para olvidar…
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