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04 diciembre, 2023

El Arzobispo y los Seises.

Ahora que se acercan las fechas de celebración de la solemnidad de la Inmaculada, con el tradicional baile de los Seises en su Octava de la Catedral, no estaría de más comentar cómo debido al poderoso influjo de un arzobispo estos niños y sus danzas estuvieron a punto de desaparecer en el siglo XVIII; pero como siempre, vayamos por partes. 

Simón de la Rosa y López, allá por 1904, publicó un interesante y extenso volumen sobre la historia de los Seises y en un ejercicio de sinceridad, destacó que no era empresa fácil descubrir el origen de esta danza, pues se consideraba que los Seises bailaban desde tiempos inmemoriales. Las primera noticias documentales sobre ellos datan de 1508, aunque su origen podría ser de mucha mayor antigüedad, pese a que este autor sostiene que sus comienzos no deberían estar en danzas profanas, sino en otras de carácter religioso. Vinculados al colegio de San Miguel, situado en la actual Avenida de la Constitución, todavía existe una puerta catedralicia que conserva ese nombre en recuerdo al centro educativo en el que durante siglos los mozos de coro recibían formación. 

Desde sus comienzos, bailan sin el clásico tamboril, señal de no proceder de bailes populares, y además, no había participación femenina, algo que por entonces era frecuente en danzas populares hasta que en 1699 se prohibe la presencia de mujeres en los bailes. Al principio vestirían como ángeles y danzarían ya delante del Santísimo durante la procesión del Corpus Christi, llevando zaragüelles, sayo sin mangas y jubón con alas doradas, más borceguíes con polainas. No llevaban máscara y la cabeza iba coronada con una guirnalda de flores contrahechas. 

En el Corpus de 1564 se suprimen las guirnaldas; los niños aparecieron llevando lujosas gorras de damasco o sombreros de raso carmesí con vistosas plumas y lujosos caireles dorados. Por cierto, las castañuelas características aún no habían hecho acto de presencia en las manos de los Seises, será más adelante cuando pasen a formar parte del sonido peculiar de estas danzas. 

La leyenda popular siempre ha considerado que el Santo Padre concedió a la iglesia sevillana el privilegio del uso de esos sombreros (llamados entonces "capeletes" por ser de copa alta) y que los seises bailasen cubiertos con ellos ante el Santísimo con la condición de que ese permiso especial duraría lo que durasen los trajes de entonces, por lo que se tuvo la astuta idea de ir renovándolos por piezas cada año y así no dar fin al privilegio papal. 

A fines del siglo XVII, era Arzobispo de Sevilla el aragonés Jaime de Palafox y Cardona, hombre recio y de gran carácter según los cronistas de la época, quien impulsó las obras del Hospital de Venerables Sacerdotes, realizó importantes mejoras en el palacio arzobispal y difundió la devoción a Santa Rosalía, promoviendo la fundación del convento del mismo nombre y donando un hermoso busto de plata de dicha santa que se conserva en la catedral. Además, y esto es lo que nos interesa, emprendió una feroz campaña para eliminar las danzas del el Corpus, buscando una mayor severidad en el cortejo, por considerar que era blasfemo bailar en presencia de Jesús Sacramentado. 

El suceso, muy sonado y que tuvo su punto álgido en la procesión del Corpus de 1690, de la que hablamos en otra ocasión, trajo consigo la pugna, en forma de pleitos, entre Palafox y los defensores de las danzas de manera constante, llegando el enfrentamiento a adquirir tintes algo más que preocupantes cuando, la noche del 3 de octubre de 1692, el prelado salvó la vida tras un atentado fallido contra su persona, ya que junto al confesionario que habitualmente usaba en la parroquia del Sagrario fue descubierto:

"un barril relleno de pólvora, cohetes, paños embreados, trozos de tea y otros combustibles puestos en comunicación con la misma puerta por medio de una larga cuerda untada de alquitrán, que salía a la parte exterior por debajo del quicio para servir de mecha".

Por su parte, el Cabildo de la Catedral defendió siempre el uso tradicional de los Seises, llegó hasta Roma e incluso se cuenta que el propio Papa fue testigo de cómo eran los pasos de baile de los niños danzantes al ser llevados hasta Roma, con su maestro de capilla al frente, en un barco fletado por los propios canónigos de la catedral hispalense. El Santo Padre, impresionado por la inocencia y belleza de la danza, mandó sobreseer el caso, declarar que era lícita y que nadie osase a suprimir tan inmemorial costumbre, cuyas raíces se hunden en el ceremonial catedralicio. Como detalle, desde 1655 los Seises actuaban también en la Octava posterior a la festividad de la Inmaculada. 

Sin embargo, pese a todo, a Palafox parece que "le iba la marcha",  pues volvió a la carga, en esta ocasión por con la excusa del uso del color azul en los ornamentos litúrgicos en la festividad de la Inmaculada y alegando que era incorrecto y arbitrario, contrario a la normativa litúrgica romana. Los canónigos de la hispalense, curtidos ya en mil batallas legales y acostumbrados a litigar contra su prelado (a quien apodaron "el arzobispo de los cien pleitos"), mandaron a Roma una muestra del color azul usado en los ternos litúrgicos catedralicios para que la Sagrada Congregación dictaminase su idoneidad, e incluso, como el propio Palafox alegase que esa tela no era auténtica, enviaron una casulla de color azul. Finalmente, tras  muchos dimes y diretes, el pleito quedó fallado en favor de los canónigos sevillanos, declarándose legítimo el uso del color azul el 8 de diciembre, uso que ha pervivido hasta nuestros días.

Gracias a esto, y como muestra de la devoción a María Inmaculada, casullas y dalmáticas pudieron ostentar ese color azul, los Seises ataviarse así, una bandera celeste y blanca ondea desde la Giralda a partir del ocho de diciembre, e incluso podemos contemplar ese color en sayas y mantos con los que se visten muchas imágenes de la Virgen María, para disfrute de sus devotos y, suponemos, disgusto de Palafox; pero esa, esa ya es otra historia.

13 junio, 2022

Corpus: Coros y danzas.


Próximos como estamos a la festividad del Corpus Christi, en esta ocasión desmenuzaremos algunos detalles sobre una faceta poco conocida de la procesión organizada por el Cabildo de la Catedral, una faceta que levantó tantas pasiones en torno a ella que hasta provocó un intento de asesinato; pero como siempre, vayamos por partes.

Destacados profesores como Lleó Cañal, Álvarez Calero o Sanz Mejías han estudiado de manera pormenorizada los orígenes y desarrollo de la que fue fiesta mayor de Sevilla durante la Edad Media y Moderna, mucho más importante, por lo que generaba, que la Semana Santa. Sabemos que fue el Papa Urbano IV (1264) quien creó la festividad litúrgica, para honrar a la Eucaristía y que en 1316 el Santo Padre Juan XXII dio cuerpo a lo que sería la Octava del Corpus, a celebrar a posteriori de la procesión.

En otra ocasión aludimos a cómo la ciudad se transformaba gozosa llegada la fecha con altares, tapices, toldos y cómo la celebración de la fiesta entraba, y de qué manera, por los cinco sentidos, y mencionamos elementos tan interesantes como la Tarasca, las hierbas aromáticas esparcidas por el suelo recién barrido y allanado, la Roca o los Carros, la presencia masiva de cofradías y hermandades o la existencia de un nutrido cortejo de monjes y frailes de todas la órdenes religiosas, sin olvidar el humo oloroso del incienso o el sonido de campanillas, órganos portátiles y hasta juglares; sin embargo, dejamos en el tintero un aspecto polémico y hasta perturbador a juicio de los señores canónigos de la Patriarcal Iglesia Catedral Hispalense: las danzas. 

Como bien afirma la profesora María Jesús Sanz, "hasta el siglo XVIII no se entendía la fiesta del Corpus sin la intervención de las danzas". Para comprendr su papel, tendremos que aunar factores religiosos y profanos, pues con ellas se pretendía y buscaba atraer al pueblo mediante el uso de melodías y danzas realizadas por bailarines profesionales, conocedores de las reglas de las danzas. Eran buenos tiempos, además, para la danza en sí misma desde el punto de vista social, signo de distinción que incluso hizo nacer no pocas academias para aprenderla o perfeccionarla; resulta curioso ver cómo en 1726 la danza era "baile serio en que a compás de instrumentos se mueve el cuerpo", mientras que baile era "hacer mudanzas con el cuerpo y con los pies y con los brazos."

Al participar en el Corpus gentes de toda condición social, abundaron, por tanto, tanto danzas como bailes, enraizados ambos en la sociedad como diversión y como modo de acercar la celebración a todos. En principio eran los omnipresentes gremios quienes costeaban las danzas, aunque con posterioridad será la autoridad municipal la encargada de su organización y mantenimiento, con diversidad de tipos de danzas, como en 1640, cuando se recreó "la mojiganga, bien vestida, conforme al baile de la comedia, con doce figuras y el que tañe el tamboril, y en ella ha de haber una cuadrilla de gitanos, otra de negro, con tamboril, otra de vizcaínos, con espadas como bailen en Vizcaya". Hay que recordar que las mojigangas eran una especie de farsas grotescas o mascaradas, en las que participaban hombres y mujeres con un matiz eminentemente burlesco y que divertían a grandes y pequeños, todo hay que decirlo. Además, existían las "danzas de sarao", en las que hombres y mujeres ejecutaban un baile de carácter cortesano ataviados con lujosos vestidos, máscaras y penachos de plumas en sus cabezas. 

Quizá el baile "maldito" del Corpus (¿Una especie de "Lambada" del siglo XVI?) fue la llamada "Zarabanda", de la que se tienen noticias ya en 1593, y que fue criticada constantemente por los principales estamentos eclesiásticos por su indecencia y descaro; signo de los tiempos, se atribuyó el nombre al de una actriz de costumbres licenciosas, casada con un tal Antón Pintado. Así, el Padre Mariana en 1609 escribía: 

"En otros ha salido estos años un baile o cantar, tan lascivo en las palabras, tan feo en los meneos, que basta para pegar fuego a las personas muy honestas. Llámanle comúnmente Zarabanda, y donde se dan diferentes causas y derivaciones deste nombre, ninguna se tiene por averiguada y cierta. Lo que se sabe es que se ha inventado en España".

Cervantes mencionó el susodicho baile como "el endemoniado son de la zarabanda, nuevo en España", aunque no falten autores que relaten cómo podría ser de origen hispanoamericano, pues ya en 1579 se intepretaba en México. Lo que parece seguro es que desde Sevilla la zarabanda será exportada al resto de Europa y que no tardará en generar polémica en la procesión, tanta que en 1599 el canónigo Francisco Pacheco (tío del pintor del mismo nombre) fue solicitado para que advirtiera al cabildo de la ciudad sobre la indecencia de las danzas de la fiesta del Corpus.

Jaime de Palafox y Cardona (1642-1701), arzobispo de Sevilla y de Palermo.jpg

Inevitablemente, no faltaron en esos años voces austeras que reclamaban mayor compostura y seriedad en el solemne desarrollo del cortejo; por tanto, no es de extrañar que el enemigo más encarnizado del apartado "coreográfico" de la procesión eucarística fuese Jaime de Palafox y Cardona, cardenal y arzobispo de Sevilla, quien en 1690 tomará la decisión de reducir muy mucho el protagonismo de las danzas y bailes, llegando a prohibirlas y usando para ello sus enormes influencias para con el mismísimo Asistente de la ciudad, como cuenta Ortiz de Zúñiga en sus Anales: 

"Llegó el 24 de mayo, víspera de Corpus, en cuyo día el Asistente proveyó un auto, en que mandó pena de cien ducados a la guía del sarao, y de cincuenta ducados y quatro años de presidio a los guiones de las otras danzas que entrasen en la iglesia, o fuesen en los lugares acostumbrados de la procesión, sino que todas fuesen delante de los Gigantes y para que no hubiese lugar de hacer recursos a la Real Audiencia, se le mandó al Escribano que no notificase este auto hasta el mismo día del Corpus por la mañana".

El origen de aquellas prohibiciones radicó al parecer en una moción presentada al Cabildo de la ciudad , allá por febrero y por Andrés de Herrera, Caballero Veinticuatro, alegando la deshonestidad de los bailes y el hecho de que los danzantes llevaran puesto sombrero ante la Custodia; prueba del vehemente interés que despertaba todo lo que rodeaba la celebración del Corpus fue que los demás Veinticuatro, descontentos y extrañados por su postura, rogaron a Herrera que desistiera en su empeño, algo en lo que no solo fracasaron, sino que provocó que el propio autor de la propuesta la publicase y difundiese por la ciudad, siendo objeto de chanzas y burlas por ello; en otras palabras, para la ciudad las danzas eran arte y parte del Corpus y en absoluto nadie deseaba su eliminación salvo una exigua minoría.  

Durante años, los sevillanos recordaron aquel Corpus de 1690, controvertido y accidentado, pues el Cabildo de la Ciudad, enterado de lo sucedido, recurrió a la Real Audiencia, mientras que el otro Cabildo, en la Catedral, aguardó la resolución sin haber comenzado aún la procesión. A las doce del mediodía se produjo la "fumata blanca", la Audiencia desestimaba la decisión del Cardenal, para contento de todos los congregados en las inmediaciones del recorrido, pero éste alegó que ya a esa hora tan tardía la procesión no podía salir, ¡Pero de hecho el cortejo se había puesto en marcha por propia iniciativa tras conocerse la noticia!. Hubo que dar la orden de parada y esperar acontecimientos, como veremos.

Imaginemos la situación: la representaciones de las cofradías dudando en si marcharse o quedarse, los carros y andas detenidos, las danzas y sus componentes presionando para participar, los canónigos titubeantes y muchos protestando apesadumbrados por lo que sucedía, en medio de la confusión general, con el pueblo agolpándose en calles y plazas aguardando expectante cómo se resolvía todo, entre idas y venidas de mensajeros de las partes interesadas; menos mal que en aquellas calendas no existían las redes sociales... Como detalle curioso, hubo que avisar de urgencia al señor Asistente para que se dignara a participar en la procesión, dándose la circunstancia de que se encontraba, al parecer, almorzando y ajeno a todo lo que acontecía a escasos metros de su residencia.


Se produjo un intenso tira y afloja entre el estamento eclesiástico y la Audiencia, saldado con el rechazo final de los recursos interpuestos, de manera que, a la postre, a la una y media de la tarde, la procesión reemprendió la marcha y efectuaba su salida la Custodia de Arfe, acompañada, eso sí, de las danzas y bailes tradicionales, para gozo y contento de los sevillanos que deseaban que su fiesta mayor se celebrase como "toda la vida", aunque con un cortejo algo mermado tras aquella mañana tan agitada; baste añadir que la Custodia quedó recogida de regreso en la catedral a las cuatro de la tarde, una hora impensable en nuestros días y que la celebración litúrgica posterior a la procesión concluyó a las nueve de la noche. No haría falta mucha imaginación para adivinar el mal humor de Palafox tras una jornada en la que su autoridad no salió muy bien parada, y su deseo de revancha, todo hay que decirlo.

Durante los años siguientes la pugna, en forma de pleitos, entre Palafox y los defensores de las danzas fue constante, llegando el enfrentamiento a adquirir tintes algo más que preocupantes cuando, la noche del 3 de octubre de 1692, el prelado salvó la vida tras un atentado fallido contra su persona, ya que junto al confesionario que habitualmente usaba en la parroquia del Sagrario fue descubierto:

"un barril relleno de pólvora, cohetes, paños embreados, trozos de tea y otros combustibles puestos en comunicación con la misma puerta por medio de una larga cuerda untada de alquitrán, que salía a la parte exterior por debajo del quicio para servir de mecha".

Mejor no imaginar las trágicas consecuencias si aquel artefacto explosivo hubiera sido detonado por un anónimo "pro-danzas", en cualquier caso, nos da idea de hasta qué punto se había crispado la controversia en la Sevilla de la época. Pese a todo, aunque siguieron saliendo, se les prohibió a los danzantes actuar dentro de la catedral; "indultadas" de manera temporal, finalmente será el siglo XVIII el de la casi total erradicación de bailes y danzas por parte de la autoridad real aunque, como recordarán los lectores, una sí se mantendrá hasta nuestros días afortunadamente contra viento y marea: la de los Seises, pero esa, esa ya es otra historia...

 

 

Post Data: si alguien desea más información sobre estas danzas en la actualidad, queda aún el caso de la procesión del Corpus de la ciudad de Valencia, más datos,  aquí.