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04 abril, 2022

Una calle con Espíritu.


En esta ocasión, vamos a ocuparnos de una calle especial, estrecha, con poco tráfico, silenciosa, en la que vivieron cofrades y herejes y a la que un convento da nombre. Pero como siempre, vayamos por partes. 
 

Entre Castellar y San Juan de la Palma, con permiso de la calle Dueñas, la calle Espíritu Santo posee, de momento, el encanto de las calles del casco histórico de Sevilla, con edificios de no mucha altura, casas unifamiliares con patio e incluso una característica barreduela dedicada a Enrique “El Cojo”, maestro en el baile de las sevillanas. 

En sus orígenes pudo tener el nombre de Palmas, pero lo cierto es que desde finales del siglo XVI recibió el de Niñas de la Doctrina, debido al colegio femenino que estaba junto al convento de monjas, y también curiosamente, el de Horno de las Tortas (de reciente actualidad tras la ceremonia de entrega de los Oscars, todo hay que decirlo), aunque está documentado que ya en 1665 aparecía como Espíritu Santo, en honor al convento del mismo nombre establecido en esta calle desde 1538 y, como decíamos, dedicado a la formación de niñas dentro de la fe católica. En 1931 se procedió a sustituirlo por el de Francisco Giner de los Ríos, pedagogo y fundador de la Institución Libre de Enseñanza, aunque ya en 1937 volvió a retomar el apelativo que ha llegado hasta nuestros días. 

 

Adoquinada en 1917, sus viviendas suelen ser del XIX o del XX, destacando los números 23 y 25 por ser anteriores, del siglo XVIII. Además, salvo algún pequeño negocio de imprenta desaparecido, se trata de una vía dedicada a uso exclusivamente residencial, aunque al parecer durante finales del XIX y parte del XX, tal como recogen las crónicas locales, quizá debido al carácter recoleto de la calle, existieron varias casas dedicadas al oficio más antiguo del mundo, con "frecuentes escándalos e inmoralidades" e incluso con el episodio recogido por la prensa local, en 1897, del asesinato Herminia Sánchez, "La Granadina", que prestaba sus servicios en una de esas casas, a manos de Manuel Vivar, quien la apuñaló en estado de embriaguez, siendo detenido y conducido a prisión.

Como detalle interesante, vamos a destacar a varios vecinos históricos de la calle, aunque cronológicamente no coincidieran en ella:

El primero sería el famoso Doctor Constantino Ponce de la Fuente, quien, aunque de origen conquense y titulado en Alcalá, desarrolló su misión como predicador en la catedral hispalense desde 1533; en 1548 logró, ni más ni menos, que el puesto de capellán del rey en la corte de Carlos I, acompañándolo por toda Europa. A su regreso a Sevilla, en 1557, será nombrado Canónigo Magistral de la Catedral, pero fue procesado por la Inquisición por sospechas de luteranismo; se le acusará de formar parte de un foco bastante numeroso en el que habría sacerdotes, nobles e incluso frailes pertenecientes al famoso Monasterio de San Isidoro del Campo como Casiodoro de Reina o Cipriano de Valera. 

El propio Felipe II, que admiraba la sabiduría y elocuencia del canónigo afirmó al enterarse: “Si hereje es, gran hereje será”. Fallecerá antes de ser procesado, cuando los inquisidores habían descubierto que estaba en posesión de una importante biblioteca de libros protestantes, quizá traídos a Sevilla por Julián Hernández "Julianillo" ocultos en barriles de cerveza desde el norte de Europa. En 1560, durante un auto de fe en la Plaza de San Francisco, sus restos mortales, sacados de su tumba, serían quemados en público junto con sus libros. 

Como curiosidad, Ponce de la Fuente tuvo que coincidir en la calle Espíritu Santo con otro canónigo de la catedral de Sevilla, Sebastián de Obregón, "hombre en letras muy señalado, varón docto, maestro en teología y de mucha virtud". Obregón, monje benedictino en sus comienzos, fue nombrado arcediano de Carmona y finalmente obispo de Marruecos, aunque renunció finalmente a esa dignidad mitrada y quedó establecido en Sevilla hasta su muerte en 1568.

El segundo vecino (tendría su morada en el número 26 de la calle) sería la antítesis del primero, ya que José Bermejo y Carballo, nacido en 1817 y bautizado en el Salvador, era abogado de prestigio y pronto manifestó un enorme compromiso en pro de las cofradías sevillanas, ya que perteneció a hermandades como la Amargura, Pasión, la Soledad o las Siete Palabras, entre otras. En 1860, encabezando un grupo de cofrades alentado por el Marqués de Rivas, reorganizó la cofradía de la Soledad, en estado de decadencia tras ser expulsada de su capilla propia en el desaparecido convento del Carmen, ostentando los cargos de mayordomo y secretario, sin olvidar su papel como Hermano Mayor (a los 41 años de edad) en las Siete Palabras, corporación a la que pertenecía desde 1850 con la idea de revitalizarla, recuperando las Reglas y parte del archivo. 

Hasta su muerte, en 1888, ejercerá como máximo responsable de la cofradía, aunque pasará a la historia por sus investigaciones históricas sobre las hermandades sevillanas, fruto de las cuales será el libro “Glorias Religiosas de Sevilla”, publicado en 1882 y que durante años fue libro de cabecera de cofrades y capillitas.

Igualmente, merece la pena el destacar al coronel de infantería Francisco Escudero Verdún quien tenía su vivienda en el número 13 allá por los años veinte y treinta del pasado siglo XX; junto con otros cofrades, formó parte del grupo que sacó de su postración a la antigua Hermandad de la Piedad de Santa Marina a partir de 1926. Tras la llegada de la II República, con posterioridad a la Semana Santa de 1932, se decidió ocultar las imágenes titulares del Misterio de la Sagrada Mortaja, siendo trasladadas a la calle Espíritu Santo con el mayor secretismo y quedando bajo la custodia de Escudero, que entonces ocupaba el cargo de mayordomo de la Hermandad. Pasados unos meses, la Virgen de la Piedad y Nuestro Padre Jesús Descendido regresaron a su sede canónica de Santa Marina, de la que saldrían tras el Viernes Santo de 1936 para ser de nuevo escondidas, pero esa, esa ya es otra historia.