Las palabras son como monedas, que una vale por muchas
como muchas no valen por una. (Francisco de Quevedo, 1580-1645)
Cosa inevitable ha sido, desde que el Creador decidió que retornásemos a esta tierra, procurarnos sustento con el que vestirnos y alimentarnos, y para ello, merced a escueta herencia, contamos con las rentas de ciertas casas en la collación de San Salvador así como nuestro modesto salario de escribiente. Percibir las dichas rentas háse convertido en diaria preocupación y hemos de reconocer lo mucho que ha cambiado el cobro de tales recibos.
Poco queda de los doblones y cuartos recién salidos de la Casa de la Moneda, acuñados en dicha Ceca con el oro y la plata que provenían de Indias, que si ya cuando andábamos por este mundo hace siglos aquestos preciosos metales habían sido truncados por cobre o vellón, devaluados por la subida de precios, los maravedís de hogaño no valen un ardite, cuando no se han convertido en coloreados documentos en los que aparecen impresas cantidades de dinero que todos aceptan aunque ni el papel ni la tinta lo valgan.
Importante en grado sumo era tener a buen recaudo la bolsa o faltriquera para evitar la acción de malhechores, y si se salía a la calle era de obligado cumplimiento, por prudencia, anudar con fuerza la bolsa o faltriquera, que abundaban pícaros y manilargos prestos a su robo.
Importante en grado sumo era tener a buen recaudo la bolsa o faltriquera para evitar la acción de malhechores, y si se salía a la calle era de obligado cumplimiento, por prudencia, anudar con fuerza la bolsa o faltriquera, que abundaban pícaros y manilargos prestos a su robo.
Basta agora con encaminarse a insólitos lugares, a manera de eclesiales confesionarios o conventuales tornos, donde se encuentran ciertos artefactos; con complicados botones y palancas, merced a resortes cuya labor no alcanzamos a comprender, expenden cantidades de ese papel moneda prestas a ser dilapidadas en comercios, tiendas o tabernas, siendo cosa admirable que haya alguien, a buen seguro de corta estatura, siempre aguardando, noche y día, en el interior de las dichas máquinas, para proporcionar los tales caudales a quien disponga de cedulilla correspondiente.
Y aunque la banca non gozara de buena fama, por prohibir la Santa Iglesia la usura, y aunque en Sevilla no prosperasen las casas de préstamo pese al empeño de muchos, proliferan ahora en toda la ciudad bancos y montes de piedad, y en ellos depositanse en ellos sus peculios, percibiendo por ello escuálidos réditos, con lo que más de uno piensa ya en retornar a la faltriquera o a guardar sus economías bajo seguro colchón.
Nos cuentan que en calendas como estas escasea el dinero, aunque viaje raudo sin necesidad de letra de cambio, que rentas y salarios peligran y que extranjeras potencias gobiernan las economías patrias; por nuestra parte encenderemos candelas y elevaremos devotas plegarias a San Carlos Borromeo, patrón de los bancarios, cuya fiesta se celebra el 4 de noviembre; quiera el dicho Santo que la situación se enderece…
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