Común y conocido fue, y hace siglos dello, que higiene y limpieza de las calles constituyeran conceptos desconocidos y que salvo en señaladas jornadas, ejemplificadas en día de Corpus Christi, el Cabildo de la Ciudad apenas malgastara unos maravedís en adecentar algunas vías retirando inmundicias y apartando basuras.
Todo lo cual daba como fruto ambiente maloliente y malsanos aromas a los que, toda vez, los ciudadanos nos habíamos acostumbrado tanto como al repicar de las campanas o al resonar de callejeros pregones, dando la razón a la frase de “cuánto mayor la riqueza, mayor la suciedad”…
En no pocos lugares acumulábanse restos, y muchos individuos tras hacer de aguas (mayores o menores, sin distinción, dicho queda) tenían poco edificante costumbre de lanzarlas por sus ventanas con el consabido grito, lo que era de mucha indecencia e impudicia y motivo de enojo y pendencias, que llegábase a los aceros por cosa más baladí, ocurriendo lances curiosos con algún que otro malherido.
Colocábanse cruces en plazas u otros lugares, creemos que dello ya hicimos mención en otros pliegos de este tenor, mas por evitar que se convirtieran en muladares que por recordar sucesos desgraciados o marcar la existencia de camposanto, empero, era Sevilla, en fin, ciudad llena de suciedad, yendo a la par de otros emporios de la nación española, pagándolo con el alto precio de enfermedades y epidemias favorecidas por todo lo anterior y que diezmaron a su población a lo largo de siglos.
Deambulando en estos otoñales días, hemos percatado la presencia de extraños muebles de hierro, modelados de rara forma, a la manera de buzones pero sin su amarillo color, en los que incluso algún incauto ha llegado a depositar su correspondencia, y que, sin embargo, poseen boca y conducto a semejanza de monstruos, siendo cosa espantable para nos hasta que pudimos comprobar “in situ” que su misión era bien distinta, aunque su colocación cuando menos sea admirable al embellecer no poco la ciudad con su donosura…
Item más, abundan depósitos en los que colocar basuras, ya sean de mucho o poco tamaño, lo cual debería ir en detrimento de la aludida falta de higiene, mas no es así, que la ciudad, o mejor, ciertos habitantes della, parecen carecer de sentido de la limpieza, al menos afuera de sus hogares, y parecen competir en torneo o justa para dirimir quien lanza mayor porquería al suelo.
Queda para otra ocasión aludir a los del gremio de cocheros que con grave perjuicio empéñanse en abonar el suelo con los desechos de sus caballerías, siendo cosa reprochable que en los más monumentales lugares el hedor sea digno de mi época.
Todos se hacen lenguas de los esfuerzos por parte de los municipales regidores, mas nos tememos que, como en otros tantos sucedidos que atañen a esta Hispalis nuestra, sea más cuestión de propio brío que de ajeno empeño.
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