08 julio, 2024

La calle del Clavel.

Aunque ya en otras ocasiones mencionamos calles con nombres de flores, esta vez vamos a poner el foco en una con una historia especial por haber tenido importantes moradores a lo largo de su historia, uno de ellos, descubridor de un elemento químico y el otro víctima de un atentado a las puertas de su casa en esta misma calle; pero como siempre, vayamos por partes. 

Entre las calles Alfonso XII y Monsalves, muy cerquita de la frondosa Plaza del Museo, la calle de la que hablamos se llamó, al menos desde el siglo XVIII del Clavel, llamada así, según González de León porque:

"En su acera derecha, entrando en el extremo que desemboca en Armas, había en remota fecha pintada una mano que parecía mostrar un clavel de grandes dimensiones, y se ignora si este capricho dio nombre a la vía, o ya teniéndolo esta originó la tosca pintura al fresco que dejamos mencionada. Sea como quiera, ello es lo cierto, que el nombre de Clavel a nuestro juicio, no tenía ningún origen que mereciera los honores de ser perpetuado". 

Finalmente, en 1848 la calle se rotulará con el nombre de un ilustre marino nacido en ella en 1716: Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral, quien no sólo navegó por todo el mundo al servicio de la corona española, sino que mantuvo una más que interesante faceta como explorador y naturalista. Procedente de una familia de cierto abolengo, de origen zamorano, antepasados suyos habían sentado plaza como caballeros veinticuatro en el cabildo de la ciudad, mientras el padre de nuestro marino administró las fábricas de jabón que eran propiedad del ducado de Medinaceli. 

Retrato del Almirante Ulloa. Archivo de Indias.

Ulloa embarcó siendo prácticamente un chiquillo, a la edad de catorce años y como "aventurero" (tripulante sin derecho a sueldo) en el galeón San Luis, de la Flota de Tierra Firme, siendo discípulo del también sevillano teniente general Manuel López Pintado (que tuvo plaza junto a la parroquia de Santiago hasta no hace mucho), accediendo finalmente a los estudios que se impartían en la Academia de Guardamarinas.


Giro fundamental en su vida fue el tener la fortuna de participar en la expedición geodésica promovida por científicos franceses para la medición del meridiano terrestre y auspiciada por la corona española, quien concedió permiso para ello, con la condición de la presencia de dos guardamarinas que actuarían como colaboradores y cartógrafos y que serían ascendidos al grado de teniente de navío: Jorge Juan y Antonio de Ulloa. El viaje abarcó diversas latitudes y supuso para Ulloa el descubrimiento del Platino, metal al que en principio llamo "Platina". Fruto de aquellas travesías fue su impagable obra, a la limón con Jorge Juan, con un título un tanto largo, pero fundamental para entender el cometido de su labor: 

"Relación histórica del viaje a la América Meridional, hecho en orden de Su Majestad, para medir algunos grados del meridiano terrestre y venir por ellos en consecuencia con la verdadera figura y magnitud de la tierra con otras varias observaciones astronómicas y físicas, por Don Jorge Juan, Comendador de Aliaga en el Orden de San Juan, socio correspondiente de la Real Academia de las Ciencias de París, y D. Antonio de Ulloa, de la Real Sociedad de Londres. Ambos capitanes de fragata de la Real Armada. Impresa por orden del Rey Nuestro Señor, en Madrid por Antonio Marín, año de 1748"

A su regreso, el marino sevillano estuvo al frente de diversos mandos militares y misiones diplomáticas, fue hecho prisionero y liberado con honor por los ingleses aunque sin dejar de lado su curiosidad por todo y el deseo permanente de formarse, desde en cuestiones hidráulicas o mineras (administró las minas de Huancavelica en Perú) hasta científicas o geográficas, ostentando también el cargo de gobernador de Luisiana. Morirá de pulmonía en julio de 1795, siendo enterrado en San Fernando (Cádiz), donde una placa le recuerda en el Panteón de Marinos Ilustres.

No descuidó a su ciudad natal, ya que el compromiso con Sevilla quedó plasmado en 1752 mediante la elaboración de un proyecto de malecones para la Puerta de la Barqueta, con el que se pretendía encauzar las aguas del Guadalquivir en tiempo de riadas y evitar, así, las constantes inundaciones que tenían lugar en esta zona de la ciudad cuando el río se desbordaba. 

Cambiamos de época, pero no abandonamos la calle Almirante Ulloa.

Es un gélido sábado de enero de 1920, a eso de las ocho de la noche. De regreso a casa, un vecino de esta calle, arrebujado en su gabán y calado el sombrero por el frío reinante, nota la presencia de varios individuos. Unos parecen esperar algo o a alguien, apostadps en las esquinas, mientras otros parece le están aguardando ante la cancela de acceso a su domicilio. No tiene tiempo material para reaccionar. Dos (o quizá tres) fogonazos y detonaciones rompen la noche, mientras puede oír el silbido de los proyectiles rozando su cuerpo e incluso, una de las balas casi da en el blanco, atravesando de parte a parte una de las mangas de su gabán. Ileso, milagrosamente ileso. Precipitadamente, los agresores (que luego las criadas de la víctima afirmarán haber visto merodear la calle durante toda la jornada) se dan a la fuga y en su huida se enfrentan a tiros con un comandante de Infantería que acierta a pasar por allí, de nombre Pedro Gómez Loigómar, y que usa su arma reglamentaria, sin que se produzcan heridos. Imposible capturarles. Los vecinos, alertados por los disparos, se asoman a ventanas y balcones e incluso algún viandante corre hacia la víctima, que milagrosamente ha salido ilesa del atentado. 

El superviviente es, ni más ni menos, que el arquitecto Aníbal González, figura clave para entender todo el ciclo histórico de la Exposición Iberoamericana de 1929, de la que fue diseñador y a la que se entregó en cuerpo y alma. Una huelga obrera, un clima social enardecido por las malas condiciones laborales y la propia popularidad del arquitecto, que él siempre ha rehuido, han sido caldo de cultivo para este intento de homicidio que a la mañana siguiente impresionará vivamente a toda la ciudad, tanto, que hasta se convocará una concentración ciudadana de repulsa a las puertas del Gobierno Civil, entonces situado a espaldas de la Plaza Nueva, en la calle Madrid. Como testimonio de la tentativa de asesinato, en la pared de la calle Almirante Ulloa aparecieron unas extrañas marcas, una media luna con tres cruces, quizá especie de código para que los pistoleros reconociesen la vivienda del arquitecto y que la prensa madrileña comparó con otras similares registradas en Barcelona, dándole significación "cabalística". 

Repuesto del susto, el arquitecto proseguirá con su infatigable labor, mientras la policía comenzará sus pesquisas, dando como resultado la detención de varios sospechosos, pertenecientes al sindicato de albañiles, entonces radicado en la calle Peral; se trataba de Manuel Carreras de la Osa, presidente de dicho sindicato y tres obreros afiliados al mismo: Juan Negroles,  Fernando Carmona y Miguel Cala, siendo el primero de estos tres identificado como autor de los disparos; todos habían puesto tierra de por medio fuera de Sevilla tras el suceso pero, como decíamos, puestos finalmente a disposición judicial.


Por cierto, en esta misma calle ya existía un edificio de estilo modernista, gemelo a otro en Alfonso XII, diseñado por el propio Aníbal González, construido entre 1905 y 1906 para Laureano Montoto con gran despliegue de materiales como el ladrillo rojo, la forja y la cerámica, sin olvidar cierto historicismo decorativo, valga como ejemplo la serie de dragones que sostienen los balcones, pero esa, esa ya es otra historia.




01 julio, 2024

Leones hispalenses.

Animal de noble belleza, temido y admirado, Rey del Mundo Animal y especie ahora protegida, en esta ocasión vamos a centrarnos en un hermoso felino y su presencia, nada menos que en Sevilla, porque ¿Hubo leones en nuestra ciudad? Como siempre, vayamos por partes. 

 

Dejando a un lado su nombre científico, "Panthera Leo", nos referimos concretamente a un mamífero carnívoro de las familia de los félidos, una especie que hace miles de años pobló gran parte del planeta, y que era la segunda más numerosa, con permiso de la especie humana. Animal sociable, vive en manadas, en las que las hembras, que  pueden llegar a vivir hasta catorce años, mantienen una relación familiar con sus crías y un grupo reducido de machos. Como buen depredador, el león es cazador por naturaleza, capturando sus presas mediante trabajo coordinado de varios miembros de la manada, dedicando la mayor parte del día al descanso.

San Jerónimo en su gabinete. Alberto Durero. 1471-1528.

Históricamente, depositario de fuerza y fiereza, ha servido como símbolo y encarnación de dioses diversos en muchas civilizaciones, siendo considerado animal sagrado para griegos y romanos, quienes honran en sus textos míticos al León de Nemea, derrotado por el semidiós Hércules (el de nuestra Alameda, donde en dos columnas aparecen sendos leones también) quien se quedará con la piel de dicho animal como trofeo. En el Antiguo Testamento, personajes bíblicos como Sansón, David o Daniel habrán de vérselas con leones, mientras que en el Cristianismo, Jesucristo será considerado "León de la tribu de Judá", por no hablar que se convertirá en el símbolo de uno de los cuatro evangelistas: San Marcos, emblema también de la ciudad de Venecia, y en compañero inseparable de San Jerónimo en su conocido episodio del desierto. 


Como detalle curioso, en aquellos rudimentarios y primeros mapas realizados por cartógrafos en la Europa medieval aparecía la expresión "Hic sunt leones" ("Aquí hay leones") para referirse a las vastas e inexploradas extensiones de África y como advertencia a futuros viajeros que pretendiesen aventurarse por aquellas tierras vírgenes.

Alejados de la Sabana Africana como estamos, aunque no en lo referente a temperaturas, no obstante, hemos tenido presencia de leones por estas nuestras tierras sevillanas, tal como descubrió José Gestoso; en concreto, durante los años de estancia de los Reyes Católicos en Sevilla, durante los cuales nació el Príncipe Juan en 1478, los monarcas crearon unas "leoneras" en los Reales Alcázares, lugar donde alojar a estos espléndidos felinos. Sin embargo, un año después, y tras la marcha de los reyes de la ciudad, los animales quedaron depositados en el trianero castillo de San Jorge, como prueba un documento reseñado por el mismo Gestoso, dirigido por el preocupado alcaide de dicho castillo al cabildo de la Ciudad allá por marzo de 1479: 

"Muy honorables señores: 

Juan de Merlo, alcaide del castillo de Triana me encomiendo en vuestra merced a la cual gustará saber: quiero que sepan que la Aljama de los Judíos de esta ciudad "acostumbraron siempre" dar para mantenimiento de los leones que los Reyes, nuestros señores, en esta ciudad tenían 5.000 maravedíes cada año. Y porque ahora el Rey y Reina nuestros señores tienen y dejaron en el dicho castillo dos leones que ha de menester los dichos cinco mil maravedíes y mucho más para que sean mantenidos, suplico a vuestra merced mande que los dichos judíos me den y paguen  los dichos cinco mil maravedíes de cada año para ayuda al mantenimiento de los dichos leones en lo cual al Rey y Reina nuestros señores haréis servicio y a mí haréis merced".

Los señores regidores de la ciudad debatieron sobre el asunto y acordaron investigar sobre los pormenores de Juan de Merlo, sin que sepamos por documentos qué ocurrió finalmente, si los "leones reales" fueron alimentados o si, a la postre, perecieron de inanición entre los húmedos muros del castillo de San Jorge, luego sede de la Inquisición. 

Fray Diego de Deza, por Zurbarán.

Años después, fue popular en Sevilla un león "de misa diaria"; durante el mandato del arzobispo e inquisidor Fray Diego de Deza, dominico y preceptor precisamente del príncipe Juan, quien morirá en sus brazos en Salamanca en 1497. El aludido prelado, que pasará a la historia por su seriedad, su carácter caritativo, su interés en engrandecer la Diócesis Hispalense y por favorecer a Cristóbal Colón durante sus viajes a Indias. Sufrirá desde joven de los achaques de la enfermedad de la Gota, para la que, tradicionalmente existía la cura de colocar una piel de león a los pies del enfermo, de ahí que el hidalgo, militar  y escritor Gonzalo Fernández de Oviedo, fuera testigo de cómo el Arzobispo Deza poseyó su "remedio" propio para dicha dolencia:

"Un león le dieron, muy pequeño, e hízole quitar e arrancar las uñas y los dientes y colmillos y caparlo y desarmarlo como habéis oído, para que no pudiese hacer mal a nadie, y criólo y holgábase de darle de comer en su mano; y lo que comía era cocido y no asado, porque no fuese tan recio y furioso como le tornara la carne asada y cruda. Pero se hízose tan grande y poderoso que, no obstante su mansedumbre, era espantable en su vista y aspecto. Y como el Arzobispo salía a misa a la iglesia mayor, íbase el león a la par con él, como se dice que hacía aquel de San Jerónimo, y echábase a los pies de su silla sin ofender a nadie".

Pese a todo, la corpulencia y fuerza del propio felino, provocó que matase a una mula llevada al Palacio Arzobispal como cabalgadura del Duque de Arcos durante una visita de cortesía o que atacase en cierta ocasión a un mozo del servicio, que hubo de huir con las ropas rasgadas. Fallecido el arzobispo, en su tumba de alabastro, ubicada en la capilla de San Pedro de la Catedral tras ser llevada allí desde el desaparecido Colegio de Santo Tomás, puede contemplarse un león echado a los pies del prelado, quizá como recuerdo de aquel noble animal que le acompañó durante tanto tiempo. 

Para terminar, hubo otros leones, pero éstos, más recientes. Por un lado, el que aparece en el azulejo sobre la llamada antigua Puerta de la Montería, ahora del León, de los Reales Alcázares, pieza bastante conocida y no tan antigua como parece, pues fue realizada en 1892 en los talleres cerámicos de Mensaque bajo diseño de José Gestoso, destacando la presencia del lema "Ad Utrumque Paratus", o lo que es lo mismo "Preparado para cualquier cosa". Por cierto, este león cobra vida cada Sábado Santo, pues es protagonista del llamador o "martillo" del Paso de la Urna de la Hermandad del Santo Entierro, estrenado en 1997.  

Foto Reyes de Escalona.

 Por otro lado, no podemos dejarnos en el tintero el hecho de que los famosos Leones que custodian el madrileño edificio del Congreso de los Diputados (apodados "Daoiz" y "Velarde"), son del sevillano barrio de San Bernardo, ya que fueron fundidos con el bronce procedente de cañones tomados al enemigo en 1872 en los hornos de la Real Fundición de Artillería de Sevilla, conservándose aún sendas esculturas en yeso pintado en el edificio de la Capitanía General en la Plaza de España, esculturas que sirvieron como modelo para los de bronce de la Carrera de San Jerónimo. 

Fotos Reyes de Escalona.

Para finalizar, sendos leones de piedra custodian, medio agazapados, el frontispicio de la portada de la Iglesia de San Luis de los Franceses, según diseño de Leonardo de Figueroa allá por el siglo XVIII, colocados casi como cancerberos del antiguo noviciado jesuita, pero esa, esa ya es otra historia. 





24 junio, 2024

Procrastinadores por San Lorenzo.

En esta ocasión, aprovechando el letargo provocado por estos días ya veraniegos, en los que todo invita al descanso y la siesta, vamos a centrarnos en una curiosa y excéntrica asociación que existió en Sevilla a comienzos del siglo XIX y que tuvo su sede, al parecer, no lejos de la parroquia de San Lorenzo; pero como siempre, vayamos por partes.

Preguntar ahora en nuestros días por la calle Caldereros nos llevaría de manera inmediata al barrio de Bellavista, a una vía rotulada en 1950 con este nombre y que anteriormente recibió (sin que se sepa por qué) el de Cañavate; sin embargo, en la Sevilla del siglo XVIII tal apelativo correspondería a la actual de Juan Rabadán, llamada así desde 1913 en honor a un condecorado teniente sevillano muerto en la Guerra de África, en concreto en Melilla, el año anterior de 1912. 

Foto Reyes de Escalona.

Lo de Caldereros, como imaginará quien lea estas líneas, tiene que ver con la presencia de dicho oficio y gremio en esta zona concreta de la ciudad, con el detalle de que la cercana y actual de Teodosio era conocida como Calderería, mientras que Caldereros transcurría (y sigue transcurriendo) desde la propia Plaza de San Lorenzo hasta la calle Torneo, aunque no fue éste el único nombre que recibió la calle, antes bien, fue llamada también de la Cabra (debido a un célebre corral de vecinos que llevaba tal nombre). El final de la calle, ya en Torneo, se llamó Bajondillo, nombre que perduró hasta mediados del siglo XIX debido a la existencia de una especie de hueco u hondonada creada en esa zona para la extracción de barro destinado a los alfares que existían en ese sector, destinados a la fabricación y cocción de ladrillos, vasijas o tejas. Todo ello, unido además a su cercanía al río, habría convertido el extremo de la calle en un apartado poco limpio y  maloliente, tal como reflejaba con frecuencia la prensa de la época.

Para la pequeña historia de la calle Caldereros o de Juan Rabadán, destacar que fue sede, concretamente su número 36, de la autodenominada Sociedad de la Posma, que nuestro habitual cronista Álvarez-Benavides supo retratar en cuando a fines y actividades. Antes que nada, conviene referir que la palabra "posma" hace alusión a pesadez, flema, lentitud o pachorra, de manera que una persona "posma" sería entonces alguien flemático, parsimonioso o, como se dice ahora, procrastinador. Luis Montoto, allá por 1888 escribía:

 "Dícese de la persona lenta y pesada en su modo de obrar, si nos atenemos al significado que de la voz posma da la Academia; pero en la persona que es un posma hay algo más que pesadez y lentitud. El posma enoja por su tenacidad, o, como los andaluces decimos, por su chinchorrería. Equivale a ser un pelma o pelmazo."

Tras todo esto, ¿Qué requisitos eran necesarios para ser recibido en  dicha Sociedad como miembro de pleno derecho?

"Para ser individuo de esta corporación, era preciso dirigir una solicitud a la presidencia y someterse luego a infinidad de pruebas marcadas en el reglamento que conformaran los méritos del aspirante, méritos que tenían necesariamente que basarse en la calma, paciencia, pesadez y todas las demás dotes que unidas formaban un "posma" digno, un "posma" reglamentario".

Al modo de club selecto, pertenecía a la Sociedad de la Posma gente de toda condición, y en sus juntas o reuniones se admitían aspirantes, se elegían cargos directivos o se castigaban comportamientos que iban contra la finalidad de la Asociación, o sea, que se penaba el ser demasiado rápido, diligente o expeditivo y se valoraba muy mucho, hasta el extremo, la falta de velocidad o la pereza suprema, por no decir la "sangre gorda". Los primeros años del siglo XIX fueron especialmente fructíferos en ocurrencias y anécdotas protagonizadas por miembros de esta asociación, algunas de ellas probablemente exageradas o inventadas como ésta que no nos resistimos a transcribir, del Noticiero Sevillano del 16 de noviembre de 1898 y recogida por el recordado profesor Alberto Ribelot:

"En una de las tardes del mes de agosto del año 1800, dos sujetos decentemente ataviados y rayando en las 50 navidades, se encontraron en la calle del Barco, vía próxima a la Alameda de Hércules. Después de cambiar un afectuoso saludo, pusiéronse a conversar, dándoles en el rostro los abrasadores rayos del sol del estío.

Transcurrieron horas y horas, llegó la noche, sonaron las doce, tocó el alba y ya el crepúsculo matutino del siguiente día se dibujaba en el horizonte cuando unos de los interlocutores dijo a su amigo:

-Con que, adiós paisano; en otra ocasión hablaremos más despacio. Voy corriendo a ver qué novedad ocurre en casa, pues ayer encontrándome en el despacho de don Cosme, el presidente de la sociedad, recibí un aviso urgentísimo participándome se había declarado un incendio en mi domicilio y aun ignoro las causas del siniestro y el incremento que haya tomado ya a esta hora.

-Vaya, pues que no sea cosa de cuidado-contestó el segundo "posma" alargándole la mano. Yo también voy deprisa, pues salí de casa con el doble objeto de sacarme una muela cuyos dolores me atormentan, y de camino, avisar a la comadre, pues dejé a mi señora en estado de dar a luz el noveno de mis queridos vástagos. 

-Está muy bien, compañero,  celebraré por mi parte que haya ocurrido ninguna novedad contraria al parto y desde luego me ofrezco a ser padrino de la criatura, si ésta, cuando usted llegue  a su casa, no hubiera recibido ya el agua del bautismo.

Y así diciendo, separáronse al fin después de trece horas de conversación."

Caminar lentamente por calles encharcadas hasta calarse los huesos en días lluviosos, sufrir por arrancar hojas del calendario, quizá no dar cuerda a los relojes o leer periódicos hasta que dejasen de tener actualidad por el paso de las semanas, eran señas de identidad de un buen "posma", por no hablar de responder cartas con meses de retraso o felicitar las Pascuas en junio, intentar sacar papeletas de sitio en septiembre o, es un poner, vestirse de gala para el Corpus en noviembre; en definitiva, se trataba de una filosofía que pretendía dejar que la vida pasase lenta y parsimoniosamente, lo que se llamó más tarde "el dolce far niente" o belleza de no hacer nada, algo que incluso ha llegado a la gastronomía con el conocido concepto de "slow food". El "estrés" no iba con los de la Posma, qué duda cabe.

Las noticias sobre la Sociedad de la Posma tienen quizá su primitivo origen en un texto burlesco, obra del gaditano Francisco Miconi y Cifuentes (1735-1811), segundo Marqués de Méritos, apodado "serenísimo y quietísimo señor", quien llegó a cartearse con el compositor Franz Joseph Haydn, texto en el que él mismo se autodenomina coronel del Regimiento de la Posma y  propone cómo realizar el viaje de Cádiz a Sevilla en el "corto" tiempo de "solo" un año. 

Foto Reyes de Escalona.

Por desgracia, a medida que avanza el siglo XIX se van diluyendo las noticias sobre la Posma, ¿Se "dejarían ir" hasta el punto de abandonar su cometido? ¿Llevaría la grandiosa pereza de sus componentes a quedar en estado latente "in saecula saeculorum"? Quien sabe, quizá al modo de alguna sociedades esotéricas o secretas, siguen ocultos aguardando su momento, a lo mejor en la misma calle Juan Rabadán, en su centenaria Bodeguita, fundada en 1864, para retomar su actividad tras décadas de "descanso", aunque ¿No es menos cierto que todos conocemos a algún buen candidato para engrosar las filas de tan preclara asociación?; pero esa, esa ya es otra historia...

17 junio, 2024

La calle del Chorro.

Aprovechando la sombra que proporciona sus estrecheces y a una hora en la que no esté masificado por los turistas, en esta ocasión nos desplazamos al barrio de Santa Cruz para indagar sobre el pasado de una calle con nombre peculiar en lo antiguo, ahora dedicada a un íntimo amigo del pintor Murillo y que incluso, se dice, fue testigo algún que otro suceso paranormal; pero como siempre, vayamos por partes. 

Foto: Reyes de Escalona

Entre la plaza de los Venerables y el callejón del Agua, en paralelo a la calle de la Pimienta, la de Justino de Neve toma su nombre del canónigo de la catedral nacido en 1625 y fallecido en 1685; de familia de comerciantes, se caracterizó por ser uno de los grandes mecenas artísticos de su tiempo, prueba de ello es el retrato que le realiza Bartolomé Esteban Murillo en 1665 y que se conserva en tierras británicas, como no podía ser menos. En dicho retrato, podemos contemplarlo con gesto serio y mirada penetrante, sentado en un sillón frailero portando en su mano izquierda un breviario y ante una mesa con tapete verde sobre la que descansan un reloj, una campanilla y un libro, símbolos de su status social. El detalle simpático lo constituye la perrita francesa con lazo rojo, prueba de la fidelidad, cerrando el ángulo inferior derecho de una composición sobria pero llena de vitalidad.

Entre otras obras pías, Justino de Neve, además, fundó el cercano Hospital de Venerables Sacerdotes en 1678 para acoger a presbíteros de edad avanzada y fue uno de los principales impulsores de las obras de mejora y enriquecimiento de la cercana parroquia de Santa María la Blanca, en la que contará de nuevo con la colaboración el aspecto pictórico de Murillo, de quien será vecino (en la actual calle Virgen de la Alegría) y finalmente albacea testamentario, lo que prueba el grado de amistad existente entre ambos.

Foto: Reyes de Escalona

La calle que mencionamos lleva el nombre de Justino de Neve desde 1895, momento en el que pierde su nombre tradicional, el de Calle del Chorro; ¿Por qué este nombre tan peculiar? En 1874, Álvarez Benavides, siguiendo la opinión de un "colega" en estas lides, se pronunciaba en estos términos: 

"Como dejamos indicado, esta calle perteneció a la aljama o barrio de los judíos, y según el señor González de León, su nombre de Chorro se origina por la circunstancia de algún derrame de agua que tuvo procedente de las cañerías que pasando por cerca de este punto se dirigen al Alcázar. No censuramos a los que dieron a esta vía semejante nombre por tan insignificante causa, pero sí a los que han permitido y permiten que continúe, sin embargo de tanto arreglo de nomenclatura".

Corta y estrecha, pavimentada con el característico ladrillo de canto en forma de espiga, alberga viviendas y establecimientos de hostelería, una de las viviendas de esta calle fue conocida durante algún tiempo como "la de Martinito", nombre con el que se llamó a cierto duende que todas las noches vagaba por la calle creando la alarma entre los vecinos por sus trastadas y travesuras. No deja de ser interesante tal asunto, pues, como recordarán los lectores, en la zona de la parroquia de San Andrés hubo otro "Martinito", tal como reflejamos cuando dimos detalles sobre la calle Angostillo; en aquel caso, el legendario geniecillo, según contaban los viejos del lugar, se dedicaba a secuestrar doncellas con la aviesa intención de mantenerlas cautivas en un subterráneo a la espera de que algún caballero quisiera disfrutar de ellas, previo pago al duende, por supuesto. El tema del duende Martín o Martinico aparece con cierta frecuencia dentro del folklore popular español con referencias en zonas castellanas como Mondéjar o Villaluenga de la Sagra o andaluzas, como en las jiennenses localidades de Arjonilla, Porcuna o Quesada, en la granadina de Baza o también en nuestras más cercanas Dos Hermanas o Los Palacios. 

Foto: Reyes de Escalona

Sin embargo, en este caso, los días del duendecillo de la calle del Chorro estaban contados; una noche de allá el año de 1803 un curioso vecino de la calle, harto de habladurías y supersticiones, decidió comprobar por sí mismo la naturaleza de dichas apariciones, de modo que, convenientemente armado con la consabida estaca de acebuche, montó paciente guardia hasta que dio con el presunto duende, al que derribó de un fuerte golpe tras arriesgada persecución por los tejados del barrio, descubriéndose que el tal Martinito no era sino un joven galán desenmascarado que, como en otras ocasiones, aprovechaba esa apariencia para sus citas amorosas. Este final inesperado, el del ente paranormal que es en realidad un mortal que usa su apariencia para cometer ilegalidades de forma anónima, aparece reflejado en el teatro del Siglo de Oro en obras de Calderón de la Barca, siempre atento a recalcar lo racional, como La Dama Duende (1629) o El Galán Fantasma (1637).

Por último, un azulejo recuerda a la entrada de la calle que en esta vía pudo haber nacido otro galán, en este caso, Don Juan Tenorio, glosado por Tirso de Molina y Zorrilla y no lejos de uno de los escenarios de tan famosa obra, la Hostería del Laurel, pero esa, esa ya es otra historia. 

Foto: Reyes de Escalona.

10 junio, 2024

Diplomacia a la sevillana.

En esta ocasión, vamos a viajar en el tiempo y nos vamos a situar en unos días concretos del año 1631, en los que las autoridades de la ciudad de Sevilla tuvieron que asumir el agasajo y hospedaje de un personaje de relumbrón, británico por más señas, que no les era del todo desconocido y al que atendieron "a cuerpo de rey", valga la expresión; pero como siempre, vayamos por partes. 

Las condiciones impuestas por la monarquía española de Felipe IV y su valido el Conde Duque de Olivares al Duque de Buckingham para contraer matrimonio con la infanta María Ana de Austria, que le obligaban a convertirse al catolicismo, provocaron la declaración de guerra por parte de Inglaterra a España en marzo de 1624. La guerra, que dejó episodios dignos de destacar como la Rendición de Breda o el intento de asalto de Cádiz por los ingleses, finalizó con el llamado Tratado de Madrid de 1630, en el que quedó claro que los británicos no salían bien parados militar y políticamente del complicado tablero de ajedrez que era la Europa de la Guerra de los Treinta Años. 

A la hora de resolver el enfrentamiento entre ambas naciones por vía diplomática, la corona inglesa designó un embajador especial para negociar y firmar el antedicho Tratado, recayendo el encargo en un viejo conocido en la cancillería española, Francis Cottington, que con anterioridad había desempeñado el cargo de responsable del Consulado inglés con sede en Sevilla, y no había sido precisamente bien recibido en aquel entonces por su condición religiosa de protestante. Sin embargo, en esta ocasión y como veremos, las tornas habían cambiado ostensiblemente y el propio Cabildo de la Ciudad, siguiendo al dictado las órdenes del poderoso Conde Duque llegadas de la corte, supo estar a la altura de las circunstancias a la hora de dar hospitalidad y agasajo al plenipotenciario inglés.

Sir Francis Cottington, embajador inglés en España en 1630-1631.

El historiador y cronista José Gestoso, siempre puntilloso con los detalles, da buena cuenta de cómo fue se preparó la estancia de este embajador en los Reales Alcázares, comenzando por la retirada previa de basura y malas hierbas del Patio de la Montería, a la que siguió la decoración de las estancias que ocuparía Cottington con tapices y cuadros (algunos, alquilados), y el correspondiente mobiliario: siete bufetes, un escritorio, doce sillas de terciopelo bordadas, seis taburetes, dos alfombras. La cama, colgada y bordada con flecos de oro, contaba con almohadas de tafetán verde, sin que faltase el ineludible "vaso de noche", (no hace falta mencionar su utilidad) dentro de una caja profusamente decorada. Por cierto, se compró una baraja de naipes "para su entretenimiento" por 68 maravedís y también perfumes y cosméticos. Extrañamente, no hay mención al uso de braseros con que calentar las estancias en el frío mes de febrero, no sabemos si por olvido o por otras circunstancias.

 

La llegada del embajador, su secretario Arthur Hopton y su comitiva tuvo lugar el 20 de febrero de 1631, siendo recibido primero en la ciudad de Écija y luego agasajado convenientemente en nuestra ciudad. El ilustre huésped tuvo, al parecer, y como ha narrado la profesora y doctora en Historia Moderna Cristina Bravo, una extensa e intensa agenda con audiencias y visitas con los principales estamentos eclesiásticos y aristocráticos y contó incluso con escolta especial y permanente: cuatro alabarderos por cuenta del Consistorio, que montaron guardia día y noche a las puertas de su alcoba, le acompañaron en todo momento y estrenaron, para la ocasión, sombreros y zapatos nuevos.

¿Y a la hora de comer? Por poner un ejemplo de cómo ejercía como anfitriona la ciudad para alguien del nivel como este Lord, para la cena de aquel jueves de febrero y para un séquito de caballeros y criados ingleses formado por unas cien personas se prepararon como menú 24 gallinas, 30 conejos, 6 patos, 13 pichones, 3 jamones, 2 cabritos, 1 carnero, 4 libras de lengua, oreja y codillos, 12 libras de vaca, 34 salchichones sin olvidar limones, miel, piñones, vinagre, huevos, aceite y tocino. Durante los cuatro días que duró la estancia británica en tierras hispalenses se consumieron, "grosso modo", 284 huevos de gallinas, 64 perdices, 9 piernas de cabrito y carnero, 42 arrobas de vino, 332 hogazas de pan, 1.000 nueces, 30 barriles de aceitunas y también hubo sitio para el pescado: 70 besugos, 60 libras de corvina y 10 de jibias, todo él conservado en nieve traída expresamente desde Ronda. Todo ello, ni que decir tiene, elaborado por cuatro cocineros (suponemos que auxiliados por un equipo de mayordomos, despenseros, pinches y demás personal) y que percibieron la cantidad de 6.800 maravedíes.

Francisco Barrera: Febrero. Bodegón de invierno. 1640. Museo del Prado

 Como vemos, la "lista de la compra", con la que agasajar fue de primer nivel para las exhaustas arcas hispalenses, pero también, por añadidura hubo sitio para los postres, con batata, "alfajores de Carmona", confituras y frutas diversas. Y por supuesto, todo ello servido en buena mantelería, vajilla y cubiertos, acompañados de fuentes, tinajas, lebrillos y demás menaje, parte del mismo realizado ex profeso para la ocasión en los conventos de San Leandro y Madre de Dios.

Hay registrados pagos a José de Salazar  y Pedro de Ortegón por organizar la representación de dos comedias, a Luis de Estrada por hacer otro tanto con un Torneo, a lo que hay que sumar, siguiendo instrucciones del Conde Duque de Olivares el "obsequio" final de, tomamos aliento, 4 arrobas de higos de Córdoba, 24 barriles de conservas, 1 docena de barrilillos de aguada de azahar, dos docenas de jamones, 13 arrobas de aceite ecijano, 60 almudes (276 kilos) de aceitunas, 24 barriles de alcaparras y alcaparrones, 7 docenas de chorizos, 12 quesos, 500 limones, 1000 naranjas, 2 jamones y 4 piernas de cordero, entre otras exquisiteces poco accesibles para el sevillano de a pie. 

Alexander Van Adrianssen: Bodegón con pescados y un gato tras la mesa. Siglo XVII. Museo del Prado.

De manera que entre ágapes y representaciones teatrales, nuestro buen embajador debió llevarse no mal recuerdo de su estancia en Sevilla, embarcando en falúas para Sanlúcar de Barrameda con destino a Cádiz y singladura hacia Inglaterra, primeramente el servicio del embajador y a continuación el propio Lord Cottington con sus caballeros, quienes en el trayecto dieron buena cuenta de lampreas y sábalos. En total, el gasto superó con creces el medio millón de maravedís, cifra más que respetable teniendo en cuenta los tiempos de crisis que se vivían, no sólo en la ciudad, sino en toda la nación.

¿Qué sucedió a nuestro buen embajador, aparte de, quizá, haber puesto algún kilo de más? De regreso a su patria, proseguirá su ascendente carrera política, siempre apegado fielmente al gobierno monárquico, incluso durante el turbulento periodo de la Guerra Civil inglesa; será entonces cuando volverá a la corte española para recabar apoyos para el bando realista, sin cosechar nada destacable. Todavía en España, a la postre, cosas del destino, tomará la decisión, junto a su familia, de convertirse al catolicismo y quedará alojado con los jesuitas de Valladolid, donde fallecerá en 1649 y quedará inhumado en el Colegio de los Ingleses; su cuerpo no será trasladado a su patria hasta años después, para ser sepultado definitivamente en 1679 en la Abadía de Westmister, pero esa, esa ya es otra historia.


03 junio, 2024

¿Tarrina o cucurucho?

Con las temperaturas elevadas que están registrando los termómetros locales, y con lo que nos queda sin que el verano meteorológico haya aún comenzado, ¿A quién no le apetece algo frío, dulce y cremoso para refrescar el paladar?; Esta semana, nos vamos a por un helado, no sin antes conocer su pequeña historia y su presencia en nuestra ciudad; pero como siempre, vayamos por partes.

Elaborado con productos lácteos, y enriquecido con azúcar, edulcorantes o miel, puede admitir los más variados sabores, gracias al añadido de chocolates, frutos secos, frutas, galletas y además los consabidos aditivos. Cada día se consumen en el mundo millones de helados en sus más variadas formas: en vasito, en cucurucho, al corte, polos, barquillo, el ineludible "bombón-helado", y de los más variados tipos: artesanos, cremosos, sorbetes, tartas, cremas... pero, ¿Cuál es su origen?

Hay noticias de bebidas o cremas frías elaboradas y enriquecidas a partir de hielo o nieve natural tanto en la China más antigua (con leche de arroz) como en la Persia del 400 antes de Cristo, al igual que es conocido que Alejandro Magno o Nerón tomaban vino o zumos también enfriados con hielo, en el caso del emperador romano, procedente de los cercanos Alpes y mezclado con agua de rosas, miel, frutas y resina. Médicos de aquel tiempo considerarán que el uso del hielo era nocivo para la salud, aunque ello no frenará su difusión. Será finalmente el explorador italiano Marco Polo quien traiga a su tierra varias recetas de helados procedentes del lejano Oriente. De Italia, pasó a Francia, donde comenzó a añadírsele huevo y de ahí, a Inglaterra. El helado comenzó a aparecer en las mesas de la aristocracia como manjar favorito y signo de distinción.

En 1686 un siciliano, Francesco Procopio del Coltelli, que se dedicaba en París a la venta de limonadas y jugos de frutas congelados puso en marcha su propio negocio, el "Café Procope", donde por primera vez se comercializaron helados elaborados en una máquina de su invención que mezclaba leche, crema, mantequilla y huevos, empleando sal para mantener la temperatura de congelación. El resultado final agradó tanto al monarca Luis XIV, que incluso autorizó la fundación del Gremio de Heladeros de París, que pronto contó con más de 200 miembros; dicho café, además, se convirtió en lugar de cita para intelectuales y aristócratas, aún hoy permanece abierto, es considerado el primero de su género y el más antiguo de la ciudad parisina. En 1693, en un recetario publicado en Nápoles por Antonio Latini, apareció por primera vez reseñado el helado de chocolate, antes incluso que otro sabor clásico: el de vainilla.

En el siglo XVIII podemos decir que el helado ya se consumía en casi toda Europa, mientras que la llegada de la industrialización del siglo XIX trajo consigo la aparición de las primeras máquinas para fabricar helados, de patentes estadounidenses y británicas a lo que hay que unir la mejora en las técnicas de conservación frigorífica. Tras la Segunda Guerra Mundial se multiplicó el consumo por el gran público que lo hizo suyo y lo comenzó a adquirir como un alimento más en todo el mundo, producido de manera industrial y también artesana. 


¿Y en nuestra ciudad? Sabemos que en el siglo XIX y coincidiendo con la llegada del verano ya se consumían sorbetes y leches merengadas en muchos cafés, y de agosto de 1858 hemos encontrado un anuncio publicado en el diario La Andalucía que indica: 

"En la Nevería antigua de la Puerta de Triana, establecida en la calle de las Sierpes se sirven sorbetes líquidos fríos y quesitos helados desde las 12 del día".

En julio de 1867 el Café San Fernando, por su parte, anunciaba en las páginas del mismo diario que: 

"El dueño de este establecimiento, a invitación de varios de sus clientes, ha establecido nevería, sirviéndose mantecados y sorbetes bien condimentados, al precio de 2 reales copa con barquillos y 2 reales y medio con bizcochos; horchata y naranja fría, a real y medio".

En otros establecimientos había incluso música en directo. En agosto de 1897, seguimos con el mismo diario sevillano, se menciona la reapertura del Café Nevería, junto al Puente de Triana:

"Desde el sábado 19 quedó nuevamente abierto al público el CAFÉ NEVERÍA, que en años anteriores se ha venido instalando en este mismo sitio con gran aceptación del público, que en esta época del año, gusta de pasar cómodamente las veladas.

El dueño de este local ofrece al público artículos de superior calidad, tanto en café, como en exquisitos helados que ha el público conoce.

La banda del regimiento de Granada amenizará las veladas tocando de ocho a once las más escogidas piezas de su numeroso repertorio."

 Por su parte, en el Noticiero Sevillano del 2 de agosto de 1909 podemos leer el siguiente suelto: 

"En el Prado de San Sebastián, en la sucursal de la Vaquería Bretona, se sirven los mejores mantecados de Sevilla, leche merengada, cremas, leche helada y helados de todas clases, cervezas, refrescos, etc."

Un habitual cronista de la ciudad que acude a estas páginas, Manuel Chaves y Rey, escribía sobre la Plaza del Salvador durante el verano en 1905, y en su colorista descripción encontraremos alusiones al tema que tratamos: 

"Las noches de estío, esas noches de Julio y Agosto en Sevilla, en que el calor es sofocante, acude un público bastante numeroso al paseo del Salvador en busca de alguna agradable brisa; allí se pasa las horas tranquilamente el desocupado, viendo a los corros de niños que juegan, a la gente joven que pasea, a los viejos que dormitan o a los que toman sorbetes y refrescos en los puestos de agua, siendo aquel, campo muy a propósito para conquistas de niñeras y criadas de servicio que incautamente creen en las promesas de chicucos domingueros y militares sin graduación."
 

Mientras, el famoso establecimiento Pasaje de Oriente, en Sierpes 76 y luego en Albareda 22, ofrecía helados durante todo el año allá por 1912, lo que indica que era un producto muy demandado y apreciado por los sevillanos, y no solo en fechas estivales. Por cierto, el "mantecado" era en realidad una especie de natillas heladas que gozaron de gran aceptación en su tiempo.

Detalle interesante, en 1925 existían establecimientos como Casa Pando, en calle Bailén número 5, esquina a San Pablo que se encargaban de proveer a los heladeros de todo tipo suministros: 

Tras la Guerra Civil, surgirán empresas y fábricas dedicadas a la fabricación de helado, (aunque La Ibense databa de 1892 en Sanlúcar de Barrameda) lo que, como decíamos, popularizará aún más su consumo y proliferará toda una serie de marcas, muchas de ellas parte de nuestra cultura. 


En este sentido, hemos hallado un interesante anuncio de julio de 1944 en La Hoja del Lunes de Sevilla, a una sola página de la marca de helados Frigo, fundada en Barcelona en 1927. En Sevilla, y por aquel tiempo, la distribución de estos helados corría por cuenta de la Cruz del Campo y en dicho anuncio aparecen los locales y establecimientos dónde se podían adquirir. Ni que decir tiene que muchos han desaparecido, como Casa Marciano o Casa Calvillo, en calles Lineros o Sierpes, como la Cervecería La Española en calle Tetuán o Los Candiles en Plaza de San Francisco. Del listado de bares y tiendas sólo perviven, con cambios o modificaciones, el Bar San Juan de la Palma, el Plata, frente a la Puerta de la Macarena, Casa Palacios, en el Porvenir, el Bilindo del Parque de María Luisa o Bodega Puente en la zona de la Puerta de la Carne. 
 
Curiosamente, en el extenso listado comercial no se menciona la llamada "Granja Hernal" o "Salones Hernal", situados en la actual Plaza Nueva esquina con Tetuán y que eran propiedad de la misma familia que regentaba (y regenta) la Confitería La Campana; de dicha cafetería o heladería se sabe que reunía, allá por los años 40 del siglo XX a lo más selecto de la sociedad sevillana y que en sus salones tenían lugar exposiciones, conciertos y bailes, dentro de lo que se permitía en aquella época, de hecho, allí expuso el pintor Romero Ressendi y allí también debutó, en 1941, un cantante de origen cubano que en 1943 contraería matrimonio con una sevillana con la iglesia de San Luis de los Franceses como testigo: Antonio Machín; pero esa, esa ya es otra historia.  
 
Publicidad del año 1943.

 

27 mayo, 2024

Venga de frente: Jueves de Corpus.

Lenta y solemnemente, se prepara la procesión. La ciudad se vuelca en las calles para presenciarla como cada año. El agudo piar de los vencejos acompaña tempranamente al tañir de campanas y campanillas. Huele a hierbas aromáticas esparcidas en las calles del recorrido habitual. Todas las instituciones, todos los gremios, todas las cofradías, todas las órdenes religiosas, todas las parroquias, han acudido a la llamada para acompañar a Jesús Sacramentado por las calles de Sevilla en aquel año de 1631, incluidos unos hombres humildes que pasaban inadvertidos pese a lo necesario de su labor; esta semana, como no podía ser menos, en Hispalensia nos vamos de Corpus y a conocer el papel de "la gente de abajo" hasta con una controversia en torno a él; pero como siempre, vayamos por partes. 

Que la anual procesión del Corpus Christi organizada por el Cabildo de la Catedral de Sevilla era considerada la más importante del año, Fiesta Mayor y motivo de regocijo y devoción para todos es cosa sabida desde siempre, prueba de ello es la presencia de la famosa Tarasca o de los Gigantes, Cabezudos y Mojarrillas, que marchaban al comienzo para animar a los fieles, sin olvidar la conocida como Roca, de la que ya hablamos en alguna ocasión no lejana o las danzas (alguna no exenta de polémica, como la Zarabanda) que al son del tamboril daban plasticidad y movimiento al cortejo.


Cronistas de diversas épocas han hecho coloristas descripciones de un cortejo que estaba diseñado para que en él se lucieran las mejores galas, desde estandartes a ornamentos, desde pasos con santos y reliquias hasta, como colofón, la magnífica Custodia de Arfe, terminada en 1587, con sus casi cuatro metros de altura ("y veintinueve arrobas de peso"), portando el Ostensorio y Viril con la Sagrada Forma Consagrada, en torno a la cual giraba todo el ceremonial litúrgico, equiparable, según algunos al del mismísimo Vaticano: racioneros, capellanes reales, canónigos, arcedianos, dignidades y el propio Ordinario del lugar, el Arzobispo, cerraban la augusta procesión, a la que invitaban, no sin a veces ciertos conflictos protocolarios, al Cabildo de la Ciudad, a la Real Audiencia y al Tribunal del Santo Oficio. 

Protagonista final, digno colofón al cortejo, la Custodia de Arfe, como decíamos, desde tiempo inmemorial se sabe que era portada en una parihuela, aparentemente rodeada por veinticuatro clérigos con revestidos con casullas de gran solemnidad a manera de "manigueteros", aunque en realidad el pesado cometido de llevar dichas andas recaía en un grupo de "mozos", descritos por el Abad Gordillo de este modo: 

"Debido a quien asisten que por su gran peso no la pueden llevar en hombros y así para ayudar a esta carga, están señalados veinticuatro hombres seglares de buenas fuerzas, escogidos entre los de la Gran Compañía que asiste en el río, que vestidos con unas ropas de lienzo colorado van debajo de las andas, y a ciertos puestos se mudan, con que va la Custodia con la decencia debida".


¿Costaleros del puerto o del muelle en pleno siglo XVII? Así lo parece, aunque no es menos cierto que su comportamiento, al parecer, dejaba mucho que desear según algunos, pues un anónimo memorial indica que, contemplando el paso de la Custodia por la actual calle Cuna en aquel jueves de Corpus de 1631: 

"Llegando, pues, el Santísimo Sacramento a la Carpintería, donde le adoré, vi era llevado en hombros de sacerdotes (indecencia notable) y que salieron hombres debajo de la Custodia a tomar en una calleja calor por la boca que a veces sube a la cabeza dando causa que pudiese ser blasfemasen de lo que a cuestas llevaban o jurándole por lo menos y el Santísimo parado aguardándoles, cosa que aun a los reyes humanos no se les permite pasar por respeto alguno, grave tolerancia y digna que se repare en los daños que de ella resultan". 

Este "indignado" espectador, habría manifestado su disgusto por todo lo que narra al propio Arzobispo, pero su queja no tuvo repercusión alguna, por lo que optó por divulgar su escrito por la ciudad y causar cierto revuelo con ello, basándose sesudamente en toda una serie de citas bíblicas del Antiguo Testamento en las que menciona la reverencia con que el Arca de la Alianza era apenas tocada por los hombres dado su poder y que, por tanto, la Custodia, no podía ser llevada por hombres de condición humilde carentes de toda espiritualidad. De hecho, el anónimo (y un tanto presuntuoso, todo hay que decirlo) escritor opina que no es lícito este modo de portar al Santísimo y que la Diócesis debería tomar cartas en el asunto. 

Nuestro buen Abad Gordillo no tardó en ponerse manos a la obra y tomar papel y pluma para dar la debida contestación al mencionado polemista, rebatiendo de manera modélica y teológica todos y cada uno de sus argumentos en otro memorial que insertó en su conocida obra "Religiosas Estaciones que frecuenta la religiosidad sevillana", donde destaca por ser un profundo conocedor tanto de las cuestiones teológicas y bíblicas como de las interioridades de la procesión del Corpus, ya que, en relación al mal comportamiento de los mozos, afirmó:

"Funda su discurso el dueño del papel en una relación que no es cierta, como decir que los hombres que van debajo del paramento en que va la Santa Custodia salen de allí a beber y tomar calor por la boca y que se les sube a la cabeza de que se ocasionan juramentos y blasfemias, lo cual dejando aparte el lenguaje, no es así, que  los que salen en el lugar de la calle Carpintería que señala, no vuelven a entrar ni se corre con ello el peligro que manifiesta y son otros diferentes que vestidos con hábito decente de unas túnicas de lienzo rojo ceñidas al cuerpo, como los primeros, están esperando allí y se remudan haciendo con mucha modestia y reverencia y así no tiene el acto cosa alguna de que pueda reprenderse. También pasa en silencio, como por toda la distancia de la procesión y en esta se remuda, asisten siempre veinticuatro sacerdotes que se han dicho que la acompañan y hacen demostración que la llevan, asidos a los brazos de sus andas o litera en que va la Custodia".

O sea, que había relevos, que éstos se hacían en calles concretas y que la cuadrilla de costaleros guardaba siempre, al decir del Abad Gordillo, un respetuoso mutismo hasta que dicho relevo se efectuaba. De 1683 y en el archivo catedralicio se conserva un interesante dibujo dado a conocer por el profesor Teodoro Falcón en el que aparecen descritos en italiano los "Faccini che conducono la Custodia col Santísimo Sacramento nella procesione si fà in Siviglia il giorno del Corpus Domini", o lo que es lo mismo "Cargadores que conducen la Custodia con el Santísimo Sacramento en la Procesión que se hace en Sevilla el día del Cuerpo del Señor". El también profesor José Roda Peña analizó el dibujo, probablemente obra Lucas Valdés (hijo de Valdés Leal) y apuntó el uso de pantalones bombachos, calzado con cordones y costales o "ropas" muy anchas, probablemente realizadas con arpillera; además, esta cuadrilla tenía privilegio de poder enterrar a sus miembros en la Catedral, ya que todos pertenecían a la Hermandad de Nuestra Señora de la Granada, con capilla en el Patio de los Naranjos de dicho templo, lo que da idea de cierta capacidad asociativa o gremial. 

Curiosamente, no hay alusiones al encargado de gobernar las andas o las voces de mando que emplearía, pero por grabados y pinturas posteriores sabemos que actuaba como capataz y vestía con prendas acordes a la solemnidad de la procesión, como puede apreciarse en dos ejemplos, primero, en un grabado de 1747 en el que el capataz va mandando el Paso de la Virgen de los Reyes del gremio de Maestros Sastres y figura ataviado con casaca, espada al cinto, calzas y peluca al más puro estilo de aquel tiempo y también en una pintura posterior conservada en el Museo del Prado, obra de Manuel Cabral y Aguado Bejarano, que data de 1857 y donde podemos apreciar a otro capataz, esta vez con calzas, medias y levita con pajarita, posando la mano sobre la visera del Paso de la Custodia en actitud de "tocar el martillo" para iniciar una "chicotá". 


Superada la controversia entre el Abad Gordillo y el anónimo "discutidor", que no pasó meramente del ámbito dialéctico, por decirlo de algún modo, la tradición de que los pasos del Corpus fuesen llevados por costaleros prosiguió con normalidad, conservándose fotografías en las que aparecen conocidos capataces al mando de pasos de hermandades de gloria que acudían a la catedral para participar en la procesión eucarística; uno de los mejores conocedores de la Historia de las hermandades de Gloria sevillana, el recordado historiador Juan Martínez Alcalde destacó que en 1913 participó en la procesión la imagen de Madre de Dios del Rosario, cruzando el puente de Triana en su Paso, mandado por el capataz Francisco Palacios y se conoce también el caso de otro capataz de quien hablábamos nos hace mucho por aquí, Rafael Franco Luque, con la Virgen del Rosario de la Hermandad de la Macarena en 1923.


Hasta 1927, el Paso de la Custodia estuvo a cargo del capataz trianero Eduardo Bejarano (apellido y familia que sigue vinculado todavía a la catedral con la Virgen de los Reyes), pero en el Corpus de 1928, presidido por el entonces Cardenal Eustaquio Illundain (1862-1937) se decidió que la Custodia fuera con ruedas, algo que ha llegado hasta nuestros días. Pese a que ya en los años noventa del pasado siglo XX se recuperó el andar costalero para los demás Pasos, (el Niño Jesús de la Sacramental del Sagrario siempre lo mantuvo) la Custodia permanece llevada sobre una especie chasis con ruedas, algo que muchos quisieran ver sustituido, pero esa, esa ya es otra historia. 

20 mayo, 2024

Becas.

En esta ocasión, nos vamos a descubrir una calle sevillana que albergó escuelas, cines y hasta cruces de mayo en sus buenos tiempos; insertada en el viario próximo a la Alameda, tiene nombre de subvención para realizar investigaciones o estudios, aunque su nombre original tiene que ver con otro detalle del vestuario académico; pero como siempre, vayamos por partes. 


La calle Becas, entre Lumbreras y Jesús del Gran Poder, posee la particularidad de tener forma de "L", y se llamó en el siglo XVII "Callejón de las Becas" en alusión al Colegio de las Becas, fundado en 1598 por Luis García de Bonilla, quien dispuso en sus mandas testamentarias que 207.272 maravedís de su patrimonio se destinasen a apoyar los estudios de jóvenes sin recursos, bajo los auspicios de la Compañía de Jesús. Llamado de San Ambrosio en principio, luego cambió su advocación por el de la Inmaculada Concepción de la Virgen y en el siglo XVII, como ha analizado Antonio Martín Pradas, del Centro de Documentación del IAPH, también se modificó el hábito estudiantil, pasando a ser: "medias lobas de paño morado oscuro y becas de paño encarnado con otras ropas de manga larga, del mismo color de las lobas, para dentro de casa, que fueron todas veinte y las dio liberalmente de sus bienes que hastó más de 500 ducados".
 
 
Hasta 1767, año de la expulsión de los jesuitas, el colegio había seguido funcionando con los lógicos vaivenes; tras aquel fatídico suceso, el edificio (cuya fachada principal da a la antigua calle Palmas, ahora Jesús del Gran Poder) quedó convertido en sede del Tribunal de la Inquisición y posteriormente en acuartelamiento, algo que a la postre provocó la destrucción de parte la estructura al explotar unos barriles de pólvora el 13 de junio de 1823 durante la revuelta popular agitada por los afines al monarca La iglesia permaneció abierta al culto, para cerrarse en 1827, ser derribada y finalmente construirse viviendas en su solar. Hoy la zona está ocupada por la Casa Sacerdotal Santa Clara, gestionada por el Arzobispado, aunque el solar fue durante años, el Cine de Verano Ideal. 

Fundado al parecer en los años Veinte, funcionó hasta 1987 y por su pantalla en "Cinemascope" y por  sus multitudinarias sesiones que comenzaban a las nueve y media de la noche pasaron títulos como "El hombre tranquilo" con John Wayne, "El prisionero de Zenda" con Steward Granger y Deborah Kerr o "La sirena de las aguas verdes", con Jane Rusell, por citar algunos títulos cinematográficos que, por su puesto, iban acompañados con la obligatoria "Selecta Nevería". No sólo de celuloide vivió el Ideal, ya que en verano se celebraban en él veladas de boxeo y lucha libre, entonces muy aclamadas por el respetable.

La zona, pese a todo, volvió a tener utilidad escolar, pues a finales del siglo XIX debió existir algún tipo de Escuela, de la que,  curiosamente, fue alumno el matador de toros Juan Belmonte. Manuel Chaves Nogales, en su soberbia biografía (1935) sobre el apodado "Pasmo de Triana", describe por boca del propio Juan cómo fue su experiencia como escolar entre aquellas paredes:

"Me mandaron a la escuela, como castigo. Era, de verdad, un castigo aquel caserón triste, con aquellas cuadras húmedas y penumbrosas y aquellos maestros malhumorados, en los que no suponíamos ningún humano sentimiento. Se decía que el edificio de la escuela había sido en tiempos una de las prisiones de la Inquisición, y había corrido la voz entre los niños de que en los sótanos se conservaban los aparatos de tortura que usaron los inquisidores. Todo aquello daba a la escuela un aire siniestro. Lo temíamos todo, y cuando traspasábamos aquel portalón sombrío, era como si nos metiésemos en la boca del lobo. Frente al maestro teníamos una actitud hostil y desesperada de alimañas cautivas. El miedo real a la palmeta y un terror difuso a no sé qué terribles torturas inquisitoriales que nos imaginábamos, nos acorralaban ordenadamente en los duros bancos de la escuela. Una vez un maestro se entusiasmó golpeando a un niño. Le tiramos un tintero a la cabeza y nos fuimos.

Yo no fui a la escuela más que desde los cuatro hasta los ocho años. Me enseñaron a leer y escribir dolorosamente, es cierto, pero muy a conciencia. Ésa fue toda mi cultura académica." 

Juan Belmonte nació en 1892, viviendo su infancia entre las calle Feria y Roelas, a espaldas de Hombre de Piedra, de manera que cursó estudios entre 1896 y 1900, lo que haría imposible que lo hiciera en el llamado Grupo Escolar Cervantes, fundado en 1922 aprovechando antiguos dormitorios en  la trasera del Convento de Santa Clara, con un edificio realizado por el arquitecto Juan Talavera que aún permanece en pie tras haber sido sede del CEP o Centro de Formación del Profesorado, Conservatorio Elemental de Música "Macarena" entre 2000 y 2010 y ahora destinado, parece ser, a convertirse en sede un espacio museístico relacionado con la Universidad Hispalense. 

Según la leyenda, en un edificio de esta calle Becas permaneció escondida Doña María Coronel para evitar el acoso del Rey Don Pedro I, antes de finalmente poder ingresar en secreto tras los muros del convento de Santa Clara dentro de las legendarias andanzas de esta dama sevillana que incluso llegó a desfigurarse el rostro con aceite hirviendo y que terminó sus días finalmente en otro convento, el de Santa Inés, fundado por ella misma en 1374, donde está sepultada.  En el número 10, subsiste un edificio de 1910, con fachada en ladrillo visto, obra del conocido arquitecto Aníbal González.

Como toda calle popular que se preciase, llegando mayo, albergó la consabida Cruz de Mayo, aunque algo tardía en cuanto a la fecha de su celebración, al menos eso es lo que hemos constatado y aparece en el diario El Liberal de principios de junio de 1925:

"A beneficio del asilado del Monte Carmelo ha sido instalada esta cruz, en la cual ha puesto toda su buena voluntad el maestro señor Montiel. Sin grandes pretensiones, aquello está bastante bien y seguramente responde a los beneméritos fines para que ha sido instalada. Hay hasta guardarropía. 

A los acordes de una pequeña orquesta de guitarras y bandurrias, el elemento joven baila sin cesar. Sin duda debe asistir allí cierta prevención contra los "castigadores", porque en la pared hay un gran letrero que dice: "Cuidado con las madres". Ya lo sabéis, niños: ¡mucho cuidado!.

Entre las simpáticas cruceras que acuden a calle Becas recordamos a Carolina y Pascuala Segovia, Rosario Rodríguez, Amparo y Carmen López, Pepita Muñoz, Pepita Ramírez, Natividad Pérez, Encarnación López, Enriqueta Jiménez, Rosalía Guerrero, Salud Valencia, Matilde Jiménez, Amparo y Rosario Teniente, Lola Macía, Dolores Muñoz, Pastora Escamilla y otras muchas."


Por supuesto, hay que mencionar que a esta calle Becas da el acceso al Espacio Santa Clara, propiedad del Ayuntamiento y sala de exposiciones, que además incluye el claustro y refectorio del mencionado cenobio, que permaneció abierto hasta 1998, sin olvidar la Torre de Don Fadrique, pero esa, esa ya es otra historia.