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27 mayo, 2024

Venga de frente: Jueves de Corpus.

Lenta y solemnemente, se prepara la procesión. La ciudad se vuelca en las calles para presenciarla como cada año. El agudo piar de los vencejos acompaña tempranamente al tañir de campanas y campanillas. Huele a hierbas aromáticas esparcidas en las calles del recorrido habitual. Todas las instituciones, todos los gremios, todas las cofradías, todas las órdenes religiosas, todas las parroquias, han acudido a la llamada para acompañar a Jesús Sacramentado por las calles de Sevilla en aquel año de 1631, incluidos unos hombres humildes que pasaban inadvertidos pese a lo necesario de su labor; esta semana, como no podía ser menos, en Hispalensia nos vamos de Corpus y a conocer el papel de "la gente de abajo" hasta con una controversia en torno a él; pero como siempre, vayamos por partes. 

Que la anual procesión del Corpus Christi organizada por el Cabildo de la Catedral de Sevilla era considerada la más importante del año, Fiesta Mayor y motivo de regocijo y devoción para todos es cosa sabida desde siempre, prueba de ello es la presencia de la famosa Tarasca o de los Gigantes, Cabezudos y Mojarrillas, que marchaban al comienzo para animar a los fieles, sin olvidar la conocida como Roca, de la que ya hablamos en alguna ocasión no lejana o las danzas (alguna no exenta de polémica, como la Zarabanda) que al son del tamboril daban plasticidad y movimiento al cortejo.


Cronistas de diversas épocas han hecho coloristas descripciones de un cortejo que estaba diseñado para que en él se lucieran las mejores galas, desde estandartes a ornamentos, desde pasos con santos y reliquias hasta, como colofón, la magnífica Custodia de Arfe, terminada en 1587, con sus casi cuatro metros de altura ("y veintinueve arrobas de peso"), portando el Ostensorio y Viril con la Sagrada Forma Consagrada, en torno a la cual giraba todo el ceremonial litúrgico, equiparable, según algunos al del mismísimo Vaticano: racioneros, capellanes reales, canónigos, arcedianos, dignidades y el propio Ordinario del lugar, el Arzobispo, cerraban la augusta procesión, a la que invitaban, no sin a veces ciertos conflictos protocolarios, al Cabildo de la Ciudad, a la Real Audiencia y al Tribunal del Santo Oficio. 

Protagonista final, digno colofón al cortejo, la Custodia de Arfe, como decíamos, desde tiempo inmemorial se sabe que era portada en una parihuela, aparentemente rodeada por veinticuatro clérigos con revestidos con casullas de gran solemnidad a manera de "manigueteros", aunque en realidad el pesado cometido de llevar dichas andas recaía en un grupo de "mozos", descritos por el Abad Gordillo de este modo: 

"Debido a quien asisten que por su gran peso no la pueden llevar en hombros y así para ayudar a esta carga, están señalados veinticuatro hombres seglares de buenas fuerzas, escogidos entre los de la Gran Compañía que asiste en el río, que vestidos con unas ropas de lienzo colorado van debajo de las andas, y a ciertos puestos se mudan, con que va la Custodia con la decencia debida".


¿Costaleros del puerto o del muelle en pleno siglo XVII? Así lo parece, aunque no es menos cierto que su comportamiento, al parecer, dejaba mucho que desear según algunos, pues un anónimo memorial indica que, contemplando el paso de la Custodia por la actual calle Cuna en aquel jueves de Corpus de 1631: 

"Llegando, pues, el Santísimo Sacramento a la Carpintería, donde le adoré, vi era llevado en hombros de sacerdotes (indecencia notable) y que salieron hombres debajo de la Custodia a tomar en una calleja calor por la boca que a veces sube a la cabeza dando causa que pudiese ser blasfemasen de lo que a cuestas llevaban o jurándole por lo menos y el Santísimo parado aguardándoles, cosa que aun a los reyes humanos no se les permite pasar por respeto alguno, grave tolerancia y digna que se repare en los daños que de ella resultan". 

Este "indignado" espectador, habría manifestado su disgusto por todo lo que narra al propio Arzobispo, pero su queja no tuvo repercusión alguna, por lo que optó por divulgar su escrito por la ciudad y causar cierto revuelo con ello, basándose sesudamente en toda una serie de citas bíblicas del Antiguo Testamento en las que menciona la reverencia con que el Arca de la Alianza era apenas tocada por los hombres dado su poder y que, por tanto, la Custodia, no podía ser llevada por hombres de condición humilde carentes de toda espiritualidad. De hecho, el anónimo (y un tanto presuntuoso, todo hay que decirlo) escritor opina que no es lícito este modo de portar al Santísimo y que la Diócesis debería tomar cartas en el asunto. 

Nuestro buen Abad Gordillo no tardó en ponerse manos a la obra y tomar papel y pluma para dar la debida contestación al mencionado polemista, rebatiendo de manera modélica y teológica todos y cada uno de sus argumentos en otro memorial que insertó en su conocida obra "Religiosas Estaciones que frecuenta la religiosidad sevillana", donde destaca por ser un profundo conocedor tanto de las cuestiones teológicas y bíblicas como de las interioridades de la procesión del Corpus, ya que, en relación al mal comportamiento de los mozos, afirmó:

"Funda su discurso el dueño del papel en una relación que no es cierta, como decir que los hombres que van debajo del paramento en que va la Santa Custodia salen de allí a beber y tomar calor por la boca y que se les sube a la cabeza de que se ocasionan juramentos y blasfemias, lo cual dejando aparte el lenguaje, no es así, que  los que salen en el lugar de la calle Carpintería que señala, no vuelven a entrar ni se corre con ello el peligro que manifiesta y son otros diferentes que vestidos con hábito decente de unas túnicas de lienzo rojo ceñidas al cuerpo, como los primeros, están esperando allí y se remudan haciendo con mucha modestia y reverencia y así no tiene el acto cosa alguna de que pueda reprenderse. También pasa en silencio, como por toda la distancia de la procesión y en esta se remuda, asisten siempre veinticuatro sacerdotes que se han dicho que la acompañan y hacen demostración que la llevan, asidos a los brazos de sus andas o litera en que va la Custodia".

O sea, que había relevos, que éstos se hacían en calles concretas y que la cuadrilla de costaleros guardaba siempre, al decir del Abad Gordillo, un respetuoso mutismo hasta que dicho relevo se efectuaba. De 1683 y en el archivo catedralicio se conserva un interesante dibujo dado a conocer por el profesor Teodoro Falcón en el que aparecen descritos en italiano los "Faccini che conducono la Custodia col Santísimo Sacramento nella procesione si fà in Siviglia il giorno del Corpus Domini", o lo que es lo mismo "Cargadores que conducen la Custodia con el Santísimo Sacramento en la Procesión que se hace en Sevilla el día del Cuerpo del Señor". El también profesor José Roda Peña analizó el dibujo, probablemente obra Lucas Valdés (hijo de Valdés Leal) y apuntó el uso de pantalones bombachos, calzado con cordones y costales o "ropas" muy anchas, probablemente realizadas con arpillera; además, esta cuadrilla tenía privilegio de poder enterrar a sus miembros en la Catedral, ya que todos pertenecían a la Hermandad de Nuestra Señora de la Granada, con capilla en el Patio de los Naranjos de dicho templo, lo que da idea de cierta capacidad asociativa o gremial. 

Curiosamente, no hay alusiones al encargado de gobernar las andas o las voces de mando que emplearía, pero por grabados y pinturas posteriores sabemos que actuaba como capataz y vestía con prendas acordes a la solemnidad de la procesión, como puede apreciarse en dos ejemplos, primero, en un grabado de 1747 en el que el capataz va mandando el Paso de la Virgen de los Reyes del gremio de Maestros Sastres y figura ataviado con casaca, espada al cinto, calzas y peluca al más puro estilo de aquel tiempo y también en una pintura posterior conservada en el Museo del Prado, obra de Manuel Cabral y Aguado Bejarano, que data de 1857 y donde podemos apreciar a otro capataz, esta vez con calzas, medias y levita con pajarita, posando la mano sobre la visera del Paso de la Custodia en actitud de "tocar el martillo" para iniciar una "chicotá". 


Superada la controversia entre el Abad Gordillo y el anónimo "discutidor", que no pasó meramente del ámbito dialéctico, por decirlo de algún modo, la tradición de que los pasos del Corpus fuesen llevados por costaleros prosiguió con normalidad, conservándose fotografías en las que aparecen conocidos capataces al mando de pasos de hermandades de gloria que acudían a la catedral para participar en la procesión eucarística; uno de los mejores conocedores de la Historia de las hermandades de Gloria sevillana, el recordado historiador Juan Martínez Alcalde destacó que en 1913 participó en la procesión la imagen de Madre de Dios del Rosario, cruzando el puente de Triana en su Paso, mandado por el capataz Francisco Palacios y se conoce también el caso de otro capataz de quien hablábamos nos hace mucho por aquí, Rafael Franco Luque, con la Virgen del Rosario de la Hermandad de la Macarena en 1923.


Hasta 1927, el Paso de la Custodia estuvo a cargo del capataz trianero Eduardo Bejarano (apellido y familia que sigue vinculado todavía a la catedral con la Virgen de los Reyes), pero en el Corpus de 1928, presidido por el entonces Cardenal Eustaquio Illundain (1862-1937) se decidió que la Custodia fuera con ruedas, algo que ha llegado hasta nuestros días. Pese a que ya en los años noventa del pasado siglo XX se recuperó el andar costalero para los demás Pasos, (el Niño Jesús de la Sacramental del Sagrario siempre lo mantuvo) la Custodia permanece llevada sobre una especie chasis con ruedas, algo que muchos quisieran ver sustituido, pero esa, esa ya es otra historia. 

26 febrero, 2024

De negro.

Mientras cuadraba cuentas y revisaba unas facturas de cera del año anterior, sentado tras una robusta mesa de madera, José Fijo, alias "El Latero" Mayordomo a la sazón de aquella cofradía, levantó la vista y a través de sus gafas pudo contemplar la figura de un hombre de edad indefinida (aunque, en realidad, cuenta 27 años y hace veinte que llegó a Sevilla desde su Palma del Río natal), aspecto aseado, traje algo desgastado, camisa recién planchada, rostro delgado, algunas entradas en las sienes, bigote escueto y mirada madura. Con gesto amable, lo invitó a que acercara una silla y tomase asiento, mientras no lejos de aquellas dependencias de la hermandad, entre los pilares mudéjares de la nave central de la parroquia, se oían martillazos, voces y gritos de los carpinteros que, apremiados por los priostes, comenzaban con presteza a desmontar el altar del solemne Quinario que había finalizado unos días antes con la consabida Función Principal de Instituto.

Obedientemente, el recién llegado tomó asiento y, casi sin querer, no pudo evitar echar un vistazo a la pequeña estancia, situada junto a la capilla de la hermandad y decorada con antiguos grabados y recientes convocatorias de cultos con orlas barrocas; olía a humedad tras un reciente y frío chaparrón y por un diminuto ventanal abierto al exterior se colaba el bullicio de la calle San Luis. El mayordomo lo miró fijamente mientras cerraba su estilográfica y hacía lo propio con cierta parsimonia con un ajado libro de cuentas, apartaba un manoseado ejemplar de El Liberal de febrero de 1908 y encendía lentamente un cigarrillo.

- Buenas tardes, Rafael, sepa que viene usted muy bien recomendado para el trabajo, aunque, si no me equivoco, mucha experiencia para el mismo no tenemos, ¿Cierto?

El recién llegado de mirada madura no se esperaba comenzar así la entrevista. Aguardaba, quizá, algo de reticencia o desconfianza, pero nunca que se cuestionase su experiencia en el oficio, sobre todo porque con su maestro Francisco Palacios había hecho todo un "noviciado" en materia de mandar, aprendiendo como buen discípulo en el trato serio y respetuoso con los subordinados e igualmente conociendo a fondo las interioridades de un trabajo que en aquellos años tenía la importancia justa, pero necesaria. Hasta su muerte, Palacios había reformado la manera de repartir el dinero de cada jornada, mientras antes los hombres de confianza recibían mejor salario, con él esa práctica se dio por finalizada: todos cobraban lo mismo, sin distinciones. 

Con voz algo baja pero firme, el recién llegado respondió:

- Como sabe, llevo algunos años mandando cofradías como segundo, algo conoceremos sobre este pormenor, de todos modos, son ustedes, quienes me han hecho llamar.

El mayordomo, algo canoso, muy delgado, olvidamos mencionarlo, y que tenía un negocio de hojalatería en la calle Alemanes, de ahí su apodo, rió de buena gana y presintió que aquel hombre, serio y parco en palabras, era aquel que andaban buscando.

- ¿Qué nos puede ofrecer? Mire que esta cofradía es de las que reparten "jabón", que el recorrido es largo, que salimos muy temprano y que la hora de entrada muchas veces depende de cómo venga la cosa, aunque sabrá que no será nunca antes de la medianoche, para disgusto de acólitos y músicos.

- Conozco la cofradía, la he visto algún año por Correduría o de vuelta por el Salvador, la Virgen iba preciosa. (Hombre prudente, se guardó para sí comentar nada sobre el éxodo de nazarenos repartidos por las tabernas ni sobre que el Paso casi iba arrastrando sus zancos).

- Entonces sabrá que el esfuerzo para los de abajo es grande y que la economía de la hermandad no anda muy boyante que digamos; este año la subvención municipal apenas alcanza para las bandas de música y la cera, pero, como se dice en esta casa, "hágase lo que se deba, aunque se deba lo que se haga".


El recién llegado del traje algo desgastado y camisa bien planchada se ajustó la corbata en un gesto rutinario. La conversación tomaba el rumbo que esperaba. Suspiró y tras carraspear para aclararse la voz contestó con firmeza casi de oficial del ejército:

- Por mi gente no tiene usted que preocuparse, Don José, son de fiar, endurecida y profesional, no le darán problemas, ya me ocuparé de que trabajen en silencio,  sin escándalos y sin levantar los faldones o molestar al público por los costeros.

- Eso me gusta, que algunos años se han visto cosas por aquí que... Por cierto, Rafael, ¿Es verdad lo que me cuentan?

- Depende, dígame usted.

- Me dicen que en su cuadrilla el "aguaó" sólo lleva agua en su cántaro, nada de vino.

- Es así. Además, el día de la salida no nos verá igualando junto a la iglesia, preferimos hacerlo lejos, apartando miradas curiosas y las molestias de costaleros que acuden a pedir un sitio que no tenemos, porque el cuadrante está ya prácticamente cerrado salvo ausencias imprevistas de última hora.

- Pues me deja agradablemente sorprendido, eso que me cuenta dice mucho de usted y de su idea de llevar una cuadrilla. -Aspiró profundamente y dio una calada al cigarrillo casi consumido- Bien cierto es eso de que el día de la salida se forma una trifulca considerable en este tema y que incluso en ocasiones el griterío se llega a escuchar dentro de la iglesia mientras se da lectura a la lista de la cofradía, ¡Con decirle que el párroco incluso nos ha llamado la atención por ello!

Fuera, en la iglesia, seguían escuchándose órdenes y comentarios de quienes a esta hora vencida de la tarde se ocupaban del desmontaje del Quinario; uno de los priostes interrumpió al mayordomo con no se qué historia de que uno de los mantolines estaba lleno de cera y con que el sacristán se empeñaba en apresurar los trabajos porque tenía que marcharse a casa temprano. 

- Como ve, estas fechas son así, y como además somos a veces "cuatro gatos", todos tenemos que poner de nuestra parte (y hasta de nuestras carteras) para que todo salga adelante y podamos poner la cofradía en la calle el Viernes Santo. 

Tras observar fijamente a su interlocutor, prosiguió, y levantándose de su asiento extendió su mano derecha hacia Rafael, quien no tardó en hacer lo mismo y formalizar el acuerdo con un fuerte apretón.

- No se hable más, será usted el nuevo capataz de la hermandad, deme unos días para redactar el contrato; si le parece bien, incluirá la "armá", la cofradía y la "desarmá", aunque como sabe tenemos el almacén del Paso aquí pegado al otro lado de la iglesia. El importe total se cobrará tras Semana Santa, una vez que el Ayuntamiento nos entregue la subvención anual; propinas aparte y usted deberá traer una cuadrilla completa con contraguías y "aguaor" (sólo agua, ¿Eh?). 

- No veo inconveniente en nada de lo que propone, José, cuente con mi persona y cuadrilla. 

Rafael Franco en 1909, mano derecha en la visera de la delantera de la Piedad de Santa Marina. 

Aquella lejana Semana Santa de 1908, aquel recién llegado, un capataz que atendía al nombre de Rafael Franco Luque acababa de firmar su primera cofradía. Como en otras ocasiones posteriores con otros capataces, la lluvia truncó su debut el Viernes Santo; No sería el último, pues después vendrían otros, en hermandades como la Amargura o la Macarena, por citar dos ejemplos. Por cierto, como contaba su nieto Carmelo Franco del Valle (imprescindible su libro para pergeñar nuestro texto), aquel hombre de mirada profunda y camisa blanca bien planchada implantará y generalizará entre el gremio de capataces el uso del terno negro para mandar delante de los pasos, aunque habrá una excepción: en 1913 vestirá la túnica morada y negra de la Hermandad de Santa Marina y con ella mandará el Paso de la Piedad, como agradecida promesa tras la curación de un familiar, en concreto, su hija; pero esa, esa ya es otra historia. 

Entre guardias civiles de gala, al mando del palio de la Macarena. Sobre 1914.