Habitualmente, las más conocidas son las que se hallan en el extremo sur, el más próximo a las calles Amor de Dios y Trajano, pero hay otra pareja, de no tanta antigüedad, que bien merecería cierto reconocimiento por su presencia. Pero como siempre, vayamos por partes.
Son sobradamente conocidos los esfuerzos realizados por el Asistente de Sevilla el Conde de Barajas por desecar y adecentar un inhóspito paraje, convertido muchas veces en maloliente laguna por los vertidos de aguas fluviales tras las crecidas del Guadalquivir, la llamada Laguna de la Feria; la profunda modificación de este sector en el año 1574 conllevó el drenaje del terreno, la canalización de las aguas, colocación de fuentes y plantación de hileras de arbolado, convirtiéndose este espacio en uno de los primeros jardines públicos de Europa y sirviendo de inspiración para otras "Alamedas" como la de San Pablo en Écija (1578), la de los Descalzos en Lima (1611) o la Central en la Ciudad de México (1592).
Como colofón, Francisco Zapata, conde de Barajas, ordenó instalar sendos fustes de columnas de época romana traídos expresamente desde su primitiva ubicación en la calle Mármoles, colocando sobre sus capiteles dos esculturas, realizadas por Diego de Pesquera, representando al fundador legendario de la ciudad, Hércules, y a Julio César como gobernante ejemplar de Hispalis, aunque con ambos personajes se pretendía también homenajear al emperador Carlos I y a su hijo Felipe II.
En 1764 y tras diversas vicisitudes, la Alameda, se había convertido en el paseo ciudadano de Sevilla por excelencia, siendo costumbre que su actividad comenzase el día del Corpus y finalizase tras el calor del verano, contándose para ello con un servicio de aguadores que se encargaba de regar diariamente aquel espacio, que a la postre necesitó una restauración a fondo, no en vano habían transcurrido ciento noventa años desde su inauguración. Será el entonces Asistente Ramón de Larumbe y Malli el encargado de acometer un ambicioso plan que pretendía la recuperación del esplendor perdido por el inexorable paso de los siglos.
Manuel Chaves, allá por 1914, relataba que Larumbe había accedido al cargo apenas dos años antes y que la reforma de la Alameda consistió sobre todo en la plantación de más de mil seiscientos árboles, el aumento del número de los bancos de piedra, la erradicación de matorrales y la colocación de tres nuevas fuentes, allanando el terreno. Además, como guinda del pastel, pensó en levantar dos nuevas columnas que cerrasen el paseo en el extremo norte, el más cercano a la calle Calatrava.
En junio de 1764 se estaban ya abriendo las zanjas para los basamentos, obra supervisada por el caballero veinticuatro Gregorio de Fuentes, labrando el cantero Diego de Avendaño los fustes y capiteles en piedra, mientras que la ejecución de los dos leones que las rematan corrió por cuenta del escultor Cayetano de Acosta (más que conocido por, por ejemplo, sus dos grandes retablos barrocos de la iglesia del Salvador), leones que, como curiosidad, presentaba coronas y escudos dorados, labor realizada por el maestro José Rodríguez.
Avendaño cobró por su trabajo la cantidad de 17.000 reales, mientras que Acosta recibió 6.000 por las dos esculturas; rodríguez, por su parte, percibió 180. La crónicas recogieron que a estos gastos hubo que añadir los de las lápidas de mármol instaladas al pie de las columnas, así como los jornales de los obreros y materiales diversos como estacas, clavos, espartos, con lo cual el montante de la obra se elevó a la cantidad de 26.261 reales con siete maravedises, importe que fue costeado íntegramente por el consistorio. Las columnas están conformadas por ocho piezas cada una, con menor altura de las colocadas en el siglo XVI; los leones, de estilo barroco, perdieron el dorado de sus coronas con el transcurrir del tiempo.
En una de las basas de las columnas podía leerse una inscripción, hoy lamentablemente desaparecida, pero que ha llegado hasta nosotros transcrita por Chaves Rey:
"NO8DO.- Reynando en España el católico monarca D. Carlos III y siendo Asistente de esta ciudad el Sr. Don Ramón de Larumbe, del orden de Santiago, del Concejo de S. M., Yntendente general del ejército de los cuatro reynos de Andalucía, y Superintendente general de Rentas, se construyeron estas dos columnas que coronan los leones que sostienen las Reales Armas y las de Sevilla; se hicieron los asientos, alcantarillas y terraplenes, levantaron los pretiles de las zanjas, se pusieron los pilones para el riego, desagües, completó de árboles toda la Alameda. Todo por dirección de dicho Asistente; siendo diputado el Sr. D. Gregorio de Fuentes y Verall, veinticuatro del Ilmo. Cabildo, cuya obra costeó de los Propios y Arbitrios, y se acabó el año 1765."
Desde el primer momento la ciudad, tan suya y tan especial para estas cosas, comparó de inmediato la nueva pareja de columnas con la antigua del siglo XVI, incluso el escritor José Nogales en sus "Notas Sevillanas", contaba que:
"En frente de los Hércules legítimos se alzaron unas columnas enormes, hechas con rodajas de granito, sosteniendo unas caricaturas de leones. El pueblo las despreció. Las despreció sin pensar que unas y otros simbolizan un periodo de nuestra historia. En el pedestal de los Hércules campea el nombre de los Austria. En los opuestos salchichones de granito, el nombre de la casa de Borbón. El pueblo sevillano, en su certero juicio, diría una sublime chirigota si derrumbasen estos leones y lloraría de pena si los Hércules vinieran al suelo."
¿Qué ocurrió con el bueno del Asistente Larumbe? No fue ésta su única intervención para mejorar la ciudad, ya que logró una más racional distribución del agua que brotaba del manantial de la llamada Huerta del Arzobispo hacia fuentes públicas como las de la plaza de San Francisco, la Alfalfa, la Encarnación, la Magdalena, San Lorenzo, Pilatos, Puerta de Triana o Puerta Real entre otras; además, se ocupó del extraño caso de la epidemia mortal que afectó en gran manera a la comunidad perruna sevillana, contando para ello con la ayuda de la Academia de Medicina, como contamos en su momento, y a título de curiosidad, el 20 de octubre de 1766 ordenó que cada vecino colocase faroles en las fachadas de sus casas durante la noche para forma de mejorar el alumbrado público. Conservador en lo tocante a las diversiones, Larumbe hizo oídos sordos a la Real Orden que decretaba el levantamiento de la prohibición de la representación de obras teatrales en Sevilla, de modo que durante su mandato la dramaturgia anduvo de capa caída. Fallecerá en 1777 y será enterrado en la parroquial de la Magdalena, cuando, signo de los tiempos, su ya sucesor como Asistente, Pablo de Olavide, había comenzado su particular cruzada en favor del regreso del teatro a los escenarios hispalenses, pero esa, esa ya es otra historia...
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