No hace falta decirlo, pero en este año tan "pandémico", tampoco podrá celebrarse la festividad y procesión del Corpus Christi, al menos no con la habitual solemnidad, de modo que los pasos, el romero en las calles, las representaciones de hermandades y cofradías, los chaqués del "convite", los ternos litúrgicos ricamente bordados, los altares instalados en las calles, las colgaduras, toldos y reposteros, el desfile de la tropa rindiendo honores, la música de la coral de la catedral al aire libre, las sillas dispuestas en la Avenida, San Francisco o el Salvador y, en definitiva, toda la "liturgia" que acompaña a esta jornada eucarística tendrán que aguardar para mejor ocasión.
El culto a la presencia real y verdadera de Cristo como Cuerpo y Sangre consagrados en el Pan y el Vino de la Eucaristía es muy antiguo, y antiguos Doctores de la Iglesia, como Ignacio de Antioquía, Ireneo o Justino, destacarán muy mucho esa transubstanciación frente a herejías que negaban esa Presencia. En 1264, el Papa Urbano IV creó la festividad litúrgica del Corpus mediante la expedición de la bula "Transiturus de hoc mundo", contando para ello con el apoyo y sabiduría teológica de Santo Tomás de Aquino, quien compuso la Misa para esa fiesta y, entre otros, el más que conocido himno del "Pange Lingua", tan interpretado y cantado en cualquier acto eucarístico; además, se estableció la fecha, el primer jueves posterior a la octava de Pentecostés. Pasados unos años, en 1316, el Papa Juan XXII instituyó la celebración de la Octava del Corpus, posterior a la procesión.
Aunque parece que el Corpus se celebraba ya en Sevilla en el siglo XIII, sin datos fidedignos, el historiador local José Gestoso (1852-1917), estableció que las primeras noticias documentadas que se conocen sobre el Corpus en la catedral de Sevilla datan del año 1454, cuando se toman varios acuerdos relativos a preparativos para la celebración, como por ejemplo los días empleados por diversas cuadrillas de operarios del cabildo de la ciudad para allanar "los foyos et barrancas de las calles", lo que nos da idea del pésimo estado de conservación del suelo, con baches y escasa pavimentación, algo que desluciría y hasta haría peligrar sin duda el transitar cualquier cortejo procesional.
Además, Gestoso constató la colocación de toldos en el llamado Corral de los Olmos (actual Plaza de la Virgen de los Reyes), donde por aquel entonces radicaban tanto el cabildo de la ciudad como el catedralicio, sin olvidar la instalación de los "tapices del arzobispo" en las Gradas (calle Alemanes y Avenida) para en cierto modo redecorar las fachadas de los edificios por los que pasaría la procesión.
El olor, el buen olor, era fundamental en unos tiempos en los que además de restañar los baches se procuraba para el Corpus retirar el estiércol de los animales de carga y los montones de inmundicias que se agolpaban en las calles, (ya se sabe, aquello de "agua va" era cotidiano), de ahí que también fuera requerida la utilización de hierbas aromáticas como el romero, el arrayan o el alcacel (especie de pasto verde de cebada), no sólo en las calles, sino en el interior del propio templo catedralicio. A ello habría que sumar el perfumado humo del incienso quemado por parte de los doce mozos que encabezaban la procesión portando también hachas de cera con un peso de una arroba (unos doce kilos) yendo decorados estos cirios con imágenes pintadas de ángeles y flores.
El sonido de las campanas y campanillas se vería acompañado por la algarabía y el murmullo del pueblo que contemplaba embelesado la procesión (aunque no faltasen altercados) y por la música que brotaba de ella misma, contándose aquel lejano año de 1454, con la participación de dos órganos portátiles, casi nada, más veintisiete cantores entonando himnos, por no hablar de otros ocho ataviados con jubones y guirnaldas en la cabeza y otros seis vestidos de ángeles tañendo instrumentos; como se ve, no era una procesión silenciosa precisamente. Incluso habría hasta juglares, como un tal Juan Canario, documentado por Gestoso y por su puesto las inevitables Danzas, de las que ahora únicamente sobreviven los Seises.
¿Y para recrear la vista? Todo un espectáculo, "La Roca", o lo que es lo mismo, una especie de carro triunfal en el que se representarían escenas bíblicas en movimiento con las que catequizar al pueblo que asiste a la celebración. Provista de toda una serie de mecanismos e ingenios, a través de portezuelas o poleas se conseguían "efectos especiales", como la salida del sol o de la luna, rayos o truenos, e incluso el canto de los pájaros, a cargo de personal contratado al efecto que iba situado bajo los "faldones" de este artefacto en la que tampoco faltaban Cristo y la Virgen o los cuatro Evangelistas, representados por actores. Por cierto, al que intepretaba a Jesús se le pagaban cien maravedías, y al resto, veinticinco. Con el tiempo, la "Roca" dará lugar a los "Castillos", que normalmente se montaban en los patios del Alcázar y con los que llegarán a competir los diferentes gremios de la ciudad en belleza y espectacularidad, casi antecedentes remotos de los Pasos de Semana Santa y de los autos sacramentales. Como elemento consustancial, aún pueden contemplarse en otras ciudades españolas, como Valencia
Junto con la Roca, la Tarasca, dragón o serpiente monstruosa de siete cabezas, símbolo del pecado, elemento jocoso para la diversión también y que precedía a todo el cortejo, huyendo simbólicamente del Bien representado por Jesús Sacramentado. Su montaje y decoración recayó en diferentes gremios hispalenses, como el de tejedores o el de poceros, con el detalle curioso de que, como ha documentado la profesora María Jesús Sanz, en 1519 hubo que reparar la Tarasca "poniéndole una lengua de la misma hechura que la vieja y un pectoral de cascabeles y dos nísperos que sonasen bien colgados de las orejas". Desaparecida en Sevilla en el siglo XVIII, la Tarasca aún perviven el el Corpus de Toledo, Granada o Valencia.
Cofradías, hermandades gremiales, órdenes religiosas (sólo las masculinas), cruces parroquiales por orden de antiguedad, la Hermandad Sacramental del Sagrario, canónigos, capellanes reales, antecedían al punto álgido de la procesión, presidiéndola, el Arca con la Eucaristía, portada con la máxima reverencia y acompañada, lógicamente, por todo un "convite" de autoridades, magistrados, aristócratas, cónsules, y caballeros; y al decir "convite" aludimos no sólo al aspecto protocolario, sino también al agasajo, como por ejemplo el que que en 1496 ofreció el Cabildo de la Catedral a sus invitados tras la procesión, consistente en cerezas, brevas, ciruelas y vino blanco. Se entiende que aquel frugal banquete tuvo que mejorar a lo largo de las siguientes décadas, pues en 1530, por ejemplo, además de frutas y vino, se sirvieron pollos, palominos, ternera, perniles de tocino, pasteles, limones para la ternera y azúcar, a lo que habría que añadir el famoso "manjar blanco", especie de crema dulce aromatizada con canela y realizada a base de almidón de arroz, azúcar y almendras, entre otros ingredientes y muy apreciada por cualquier comensal de la época.
Como se ve, la fiesta del Corpus en Sevilla entraba por los cinco sentidos...
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