En esta ocasión, transcurridos desigualmente los fastos de la Semana Santa, nos vamos a centrar en un elemento litúrgico muy común en este tiempo de Resurrección, pero sobre todo y especialmente, en uno que se encontraba en el primer templo de la ciudad; pero como siempre, vayamos por partes.
En el siglo V era costumbre encender lámparas durante la vigilia pascual en Jerusalén, e incluso el emperador Constantino ordenó encender numerosas columnas de cera para alumbrar la noche en la que se conmemoraba la Resurrección de Cristo. Curiosamente, la Iglesia rechazaba el empleo de cirios por considerarlos paganos, aunque desde el mismo siglo V, como decíamos, se usaba un cirio pascual en la Roma de aquellos años.
El fuego y la luz se han identificado siempre en la liturgia cristiana como el triunfo de la vida frente a la oscuridad de la muerte, de ahí que ya en época medieval se asocie a Jesús durante su Pasión y Resurrección, concretamente en símbolo de victoria y luz del mundo. Fabricado en cera pura de abeja, o al menos parcialmente, actualmente se graba en él una cruz y las letras Alfa y Omega, primera y última del alfabeto griego, aparte de otras inscripciones e incluso cinco granos de incienso, como recuerdo de las Cinco Llagas de Jesús. Además de encenderse por primera vez desde el fuego bendecido de la noche del Sábado Santo, el Cirio Pascual preside encendido todas las eucaristías hasta la solemnidad de Pentecostés y ha de estar presente también con su luz las exequias fúnebres y los bautismos.
Fue célebre a lo largo de los siglos el Cirio Pascual de la Catedral de Sevilla, tanto por su tamaño como por su calidad, de hecho Alonso de Morgado, en su Historia de Sevilla se refería a él en estos términos al describir la opulencia de la Catedral:
"En lo que menos se imagina, se manifiesta también la gran magestad y riqueza de la Sancta Iglesia. Pues quien dirá que el Cirio Pascual (que a su tiempo se pone en la Capilla Mayor muy dorado, y labrado) tiene de peso setenta y seys arrobas de cera y que también se labren en cada un año doze mil y setecientas y veynte y tantas Libras para su gasto."
Ya que aludimos al peso de dicho Cirio, allá por 1641 Luis Vélez de Guevara publicaba El Diablo Cojuelo, obra satírica en la que un joven estudiante libera al diablo de una redoma donde había estado encerrado y éste, como agradecimiento, le invita a realizar un viaje aéreo por la ciudad, divisando incluso lo que ocurre bajo sus tejados, todo ello en un claro tono crítico y burlesco. En uno de sus "Trancos" o capítulos, se menciona el Cirio Pascual de la Catedral de Sevilla:
"Ya por aquella torre que descubrimos desde tan lejos discurrirás que esa bellísima fábrica que está arrimada a ella es la Iglesia Mayor y mayor templo de cuantos fabricó la antigüedad ni el siglo de agora reconoce. No quiero decirte por menudos sus grandezas; baste afirmarte que su cirio pascual pesa ochenta y cuatro arrobas de cera."
Francisco Rodríguez Marín, que analizó y editó esta obra, considera la cifra una más que evidente exageración para acrecentar aún más lo cómico de lo explicado, ya que esas ochenta y cuatro arrobas equivaldrían en nuestros días a más de una tonelada de cera, una auténtica barbaridad imposible de fabricar en los talleres cereros del cercano Colegio de San Miguel, lugar donde se elaboraba.
Resulta curioso que un viejo conocido de este Blog, el erudito José Gestoso, encontrase en el archivo catedralicio referencias de pintores de los siglos XVI y XVII a los que el Cabildo encargaba la decoración del mencionado cirio; así, aparecen y destacan los nombres de, por ejemplo, Lorenzo Fernández, que cobró en 1462 cuatro maravedíes por la pintura del cirio pascual, Luis Hernández, que cobró quince ducados en 1581 por la misma tarea o Antón Pérez "pintor de imágenes" que en 1543 vivía en unas casas de la calle Alhóndiga con su mujer Isabel Ortiz y sus dos hijas desde 1540 a 1560 se encargó de esa tarea ininterrumpidamente, lo que indica que era un elemento sumamente importante en el ajuar litúrgico de la catedral sevillana.
Por su parte, el Cirio Pascual llamó la atención a muchos extranjeros que acudieron a presenciar los cultos catedralicios; así, en 1837 el viajero romántico británico David Roberts (1796-1864) plasmó en una litografía la apariencia de dicho Cirio Pascual, con elevada altura (unos ocho metros) y a cuyo cuidado siempre había un acólito que recogía la cera derretida y evitaba que la llama del pabilo se acrecentase hasta peligrar el propio cirio. Pocos años después, Teófilo Gautier (1811-1872), otro viajero francés que dedicó parte de su vida a descubrir nuestro país, tuvo palabras para Sevilla allá por 1840, haciendo hincapié en el referido Cirio, incluso con un punto de exageración intencionada:
"El cirio pascual, semejante al palo de un barco, pesa 2.050 libras. El candelero de bronce correspondiente está copiado del que había en el templo de Jerusalén, según se le ve en los bajo relieves del arco de Tito. Arden al año en la Catedral 20.000 libras de cera y otro tanto de aceite y se consumen para consagrar 18.750 litros de vino. Verdad es que se dicen cada día 500 misas en los ochenta altares."
Parece que con el paso de las décadas el tamaño del gigantesco cirio pascual de la catedral hispalense fue reduciéndose, aunque aún en 1901 el anónimo autor de "Sevilla histórica, monumental, artística y topográfica", editada por la Librería de José G. Fernández, indicaba, al referirse a la Capilla Mayor de la Catedral que:
"Al lado del Evangelio se encuentra un robusto pedestal de jaspe con su base, sobre el que se sienta el gran cirio pascual en forma de columna ochavada que es la admiración de naturales y extranjeros por su colosal tamaño. El que se ponía antiguamente pesaba 53 arrobas y el de hoy no pesa más de 6 y media."
En resumidas cuentas, todo lo que hemos reseñado brevemente nos da idea de la importancia de este tipo de elementos a lo largo de la historia de la liturgia catedralicia, en unión de otros que merecerían una reseña, como la matraca o el tenebrario, pero esa, esa ya es otra historia.