En esta ocasión nos vamos a conocer una calle, como casi siempre, pero ella nos va a servir para descubrir por qué recibe el nombre de un monje beato que sabía japonés y que llegó a conocer al mismísimo Papa antes de ser martirizado; pero como siempre, vayamos por partes.
Entre las calles Escoberos y la Resolana se sitúa la calle Fray Luis Sotelo, ubicada en un espacio muy próximo al desaparecido recorrido del recinto amurallado almohade. Es ciertamente poco conocida y en ella, aparte de diversos comercios, un supermercado ubicado en el antiguo Cine Bécquer, un bar y una clínica dental, sobresale el número 4, con fachada también a la calle Bécquer, edificio realizado por el arquitecto navarro Jesús Yanguas Santafé allá por 1915; curiosamente Yanguas, que falleció en Madrid en 1951, era cuñado del poeta Luis Cernuda, al estar casado con su hermana Ana y además gran melómano, llegando a presidir la Sección de Música en el Ateneo de Sevilla. El tramo entre Bécquer y Escoberos se abrió en el siglo XIX, mientras que el siguiente, que desemboca a Resolana, se configuró en 1915 a partir de unos solares cedidos por el industrial Luis Piazza.
¿A qué se debe el nombre de Fray Luis Sotelo? Nuestro personaje habría nacido en Sevilla en el seno de una familia noble y poderosa, siendo el segundo de los hijos de Don Diego Caballero de Cabrera y Doña Catalina Niño Sotelo de Deza. Don Diego era Caballero Veinticuatro, lo que indicaba su influencia y capacidad para los asuntos ciudadanos y pertenecía a un linaje acostumbrado al comercio más allá del Atlántico. Los historiadores no se ponen de acuerdo en cuanto a su fecha de nacimiento, ya que para unos habría sido el 6 de septiembre de 1574 y para otros, como el investigador Angel Schlatter, gran conocedor de su trayectoria, habría sido bautizado un año antes, en concreto el día 24 de octubre de 1573.
Con una profunda vocación religiosa inculcada por su piadosa madre, era el segundo de sus hermanos no hay que olvidarlo, Luis marchará a Salamanca para su formación universitaria pero a la postre ingresará en la orden franciscana, profesando como monje. Animado por su espíritu inquieto, su ejercicio religioso le llevará muy lejos, a Filipinas, donde se empleará denodadamente en la conversión al cristianismo de no pocos individuos, lo que unido a penitencias, oraciones y ayunos le hará ser admirado por muchos en aquellas tierras.
A comienzos del siglo XVII, Fray Luis Sotelo decidirá cambiar de aires, desembarcará en Japón y en 1610 entrará en la corte del Shogun de Yedo, donde conocerá y tratará a un personaje que marcará su vida: Daté Masamune, apodado "Dragón de un solo ojo" por la falta de uno de sus ojos, uno de los señores feudales más importantes de aquella zona nororiental y fundador de la ciudad de Sendai. Bautizado a la fe cristiana, todo un logro para un simple franciscano, su conversión abrirá toda una serie de posibilidades, y fruto de todo ello será la organización de una delegación japonesa, llamada Embajada Keicho, que entre 1613 y 1620 pondrá rumbo a Europa, pasando por Sevilla y Madrid con destino a la Roma Papal, donde se pretendía conseguir el envío de más misioneros al reino de Masamune y, de camino, abrir vías comerciales con la monarquía española a través de Filipinas.
Como ha destacado el archivero Marcos Fernández Gómez en un interesante artículo, el desembarco en tierras españolas del galeón "San José" con su pasaje asiático tuvo lugar en el verano de 1614 y en Sanlúcar de Barrameda, siendo atendido debidamente por el Duque de Medina Sidonia, quien les proporcionó dos galeras para remontar el Guadalquivir y alcanzar Coria del Río y partir por tierra hasta Sevilla.
El 30 de septiembre de 1614, lo narra Chaves y Rey, el Cabildo de la
ciudad hispalense se vio sorprendido por la llegada de una misiva
indicando la llegada de la delegación diplomática procedente de Japón;
el entonces Asistente, Diego Sarmiento, conde de Salvatierra dispuso los
preparativos para su alojamiento, preparando al efecto una serie de
aposentos en los Reales Alcázares y delegó en Diego de Caballero de
Cabrera, hermano de Fray Luis Sotelo para que hiciera de anfitrión de
tan ilustres huéspedes. Con lo que no se contaba era con que la comitiva se vería acompañada por
una multitud que llegó a estorbar el tránsito cuando se alcanzó el
trianero Puente de Barcas en la tarde de aquel 23 de octubre, cuando tuvo lugar la llegada de la extraña comitiva, que llamó la atención por las vistosas y extrañas armaduras y armas que portaban. Recibidos y agasajados en las casas consistoriales, el embajador japonés Hasekura Tsunegaga, un capitán samurai, hizo entrega al consistorio de una carta firmada por su señor Masamune (conservada aún en el archivo municipal) y de una espada (katana) y daga que por desgracia no han llegado hasta nuestros días.
La hospitalidad sevillana se tradujo en una estancia de varias semanas en la que no faltaron banquetes, visitas a monumentos y asistencia a teatros y fiestas, pese al maltrecho estado de las arcas hispalenses. Fray Luis Sotelo, por su parte, ejerció de intérprete y de valedor de la causa cristiana japonesa, adoptando un papel más que protagonista en aquellos días, ya que movió influencias e hilos para lograr que se escuchase su proyecto, destinado a conseguir misioneros para Japón y, a la vez, abrir vías comerciales entre Europa y Asia, algo con lo que portugueses y holandeses no estaban muy de acuerdo, lógicamente.
Hasekura y Fray Luis Sotelo dialogando. Pintura en la Sala Regia del Palacio Quirinal. Roma. |
Tras partir en dirección a Córdoba, visitar Toledo, alcanzar Madrid donde la embajada fue recibida por el rey Felipe III y Hasekura fue solemnemente bautizado en el Monasterio de las Descalzas Reales con el nombre de Felipe Francisco y dirigirse a Roma, la embajada logró, al fin, audiencia con el Papa Paulo V aunque según las crónicas el resultado de dicho encuentro no dejo de ser meramente ceremonial, lleno de buenas intenciones pero sin llegarse a decisiones concretas en lo referente a la mejora de la estructura eclesiástica nipona o a la deseada aprobación papal de la apertura de nuevas rutas mercantiles. Tocaba regresar. El embarque en Sevilla se realizó con un contingente menor al que arribó dos años antes, ya que Hasekura y parte de su acompañamiento alegaron motivos de salud para permanecer temporalmente en tierras sevillanas, concretamente en la localidad de Espartinas, no lejos de Coria del Río, donde la tradición establece que el apellido Japón tiene su origen en aquellos que prefirieron quedarse a soportar los riesgos de una nuestra travesía transoceánica.
¿Y Fray Luis Sotelo? Nuestro buen franciscano se despidió de Sevilla y partió hacia Japón con el resto de la exigua expedición, arribando a Filipinas en el verano de 1620; allí tuvo noticias del brusco cambio producido en Japón, donde había comenzado la unificación religiosa que conllevaba la persecución de los cristianos, algo que desaconsejaba que partiera hacia allí. Haciendo oídos sordos de la prohibición japonesa, Fray Luis, sin vestir el hábito franciscano y en unión de dos conversos japoneses, se embarcó en un navío chino con rumbo al país del Sol Naciente, con tan mala fortuna que el capitán del buque mercante lo delató ante un juez al desembarcar cerca de Nagasaki. Apresado y condenado en Omura, el 25 de agosto de 1624 morirá ejecutado en la hoguera en unión de sus compañeros mártires, el dominico Pedro Vázquez de Santa Catalina y el jesuita Miguel Carballo.
Así terminaba la aventura japonesa de Fray Luis Sotelo, que sería beatificado por Pío IX en 1867 en atención a sus méritos como misionero y difusor de la fe cristiana en el Lejano Oriente, y quizá coincidiendo con su elevación a los altares fue cuando la ciudad honró su memoria dando su nombre a esta calle macarena; por su parte Hasekura, que regresó finalmente a su tierra, morirá y será sepultado sin que se sepa a ciencia cierta en qué lugar se halla su tumba, aunque una estatua suya en Coria del Río recordará siempre su presencia en nuestras tierras, pero esa, esa ya es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario